37. Arte rococó y neoclásico

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HIARES

Historia universal del arte y la cultura Ernesto Ballesteros Arranz

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Arte rococ贸 y neocl谩sico


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Arte rococó y neoclásico

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l arte rococó no puede considerarse como un estilo autónomo. Es la última forma en que se manifiesta el barroco y sólo se presenta con cierta evidencia en algunos países, mientras que otros prosiguen su estilo barroco con pocas variaciones. En algunos países, como Francia y Alemania, sobre todo,

ARTE ROCOCÓ se produce en el siglo XVIII un recargamiento excepcional del barroco. El estilo que en el siglo XVII todavía era clásico, se amanera y complica. Se ha definido a menudo el rococó como el manierismo del barroco. El rococó se manifiesta preferentemente en escultura, pintura y también en artes decorativas, mientras que

en arquitectura no resulta demasiado expresivo, a no ser que consideremos rococó todas las construcciones del barroco germánico que hemos mostrado en el tema anterior. ¿Qué consideramos, pues, como rococó? ¿Cuándo y dónde surge? ¿Cómo podemos establecer criterios para clasificar y entender el fenómeno artístico que llamamos rococó?

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1. Sala de los espejos (Amaliemburgo).

manera de yuxtaponerlos, es por lo que suele considerarse a este autor como uno de los creadores de la «rocalla» o «rococó». Otro decorador que sigue esta tendencia asimétrica y fantástica es Oppenordt, que había estudiado en Roma y deja sentir la influencia de los maestros del barroco romano, sobre todo de Bernini.

La pintura italiana, que en el siglo XVII había desarrollado una influencia capital en Francia, no tiene en el siglo XVIII repercusiones importantes en el país galo. Y no es porque sus artistas no frecuenten la Corte francesa. Artistas dieciochescos, como Ricci y Pellegrini, pasaron grandes temporadas en la Corte de Luis XIV y Luis XV. La única influencia italiana llegada a Francia en el siglo XVII es la de la escuela decorativa romana, sobre todo por la presencia de becarios franceses en Roma. El reposo, la moderación y la simetría van a ser rechazados

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a partir del segundo cuarto del siglo XVIII. El primer decorador que introduce una novedad en el estilo es Bernardo Toro, que dibujó carteles donde se mezclaban en caótica confusión temas vegetales, fantásticos, arquitectónicos y realistas. No sólo por los temas yuxtapuestos, sino, más aún, por la propia

2. La pastorcilla adormecida. Francois Boucher (Museo del Louvre).

El decorador de «rocalla» más famoso es J. A. Meissonnier, un italiano que extendió esta sensibilidad por el norte de Italia y Francia. Su labor se manifiesta en obras de joyería, muebles, decoraciones interiores y proyectos arquitectónicos, de los que no hemos conservado casi nada, pese a su fertilidad creadora. Conocemos, por ejemplo, su proyecto de fachada para San Sulpicio, de París, que


3. Diana. Houdon (París, Museo del Louvre).

fue descartado ante otro de Servadoni, mucho más académico. Para esta misma iglesia proyectó Meissonnier un altar muy recargado, que también fue desechado y en su lugar aceptado un proyecto de Oppenordt, que, aunque era recargado y «rococó», resultaba menos audaz. Meissonnier sólo tuvo éxito en los grabados, pero estos grabados tuvieron posteriormente una influencia decisiva en la obra de los principales orfebres parisinos de su tiempo. En los muebles y la decoración interior fue Meissonnier un verdadero revolucionador de la moda parisién. El interior de Soubisse, cerca de París, es una de las obras más representativas del estilo, en la que las pinturas, muebles y ornamentación esculpida se subordinan a un ritmo curvilíneo y frenético, con inserción de temas de las más diversas procedencias. La forma característica de la decoración de «rocalla» es el óvalo, archidecorado por multitud de motivos que siguen su contorno y crean ritmo asimétrico a su alrededor (1). Todos los (Pág. 4)

artesanos de París utilizaban las planchas de Meissonnier para trazar cualquiera de sus producciones que crearon una moda en París en la primera mitad del siglo XVIII. La pintura también recibe la influencia de Meissonnier, sobre todo en la persona de François Boucher (17041770), que es admirador de la forma ovalada de la «rocalla». Boucher ama la naturaleza y sus peculiaridades; rechaza el clasicismo barroco francés e italiano del siglo XVII, y representa unas figuras de gran realismo sensual. Cultiva las escenas mitológicas porque ellas son un material apropiado para representar asociaciones fantásticas y naturales, que anuncian ya el romanticismo del siglo XIX. Dioses y diosas desnudos rodeados de cupidos, nubes y cataratas, son sus temas preferidos. Otras veces sus diosas se esconden en el más nutrido follaje de un bosque sumamente fantástico, aunque aparezcan todas sus formas muy naturalistas. «El Triunfo de Venus», del Museo de Estocolmo, es una de sus obras maestras, pero son muchas

las que se conservan en todos los museos europeos y todas ellas sirven muy bien para expresar todo lo que hemos querido decir anteriormente (2). El amor es el eje central de la pintura (Página 4) de Boucher; la carne femenina, nacarada, húmeda, sensual, es la materia prima de sus composiciones. Es también un cotizado retratista que sumerge a los personajes cortesanos en un marco de «rocalla» y arabescos que amenaza con sepultarlos literalmente. Los cuadros de Boucher no son pintura autónoma, sino, ante todo,

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4. Reloj de las tres Gracias. Falconet (París, Museo del Louvre).

decoración para una determinada sensibilidad, como lo prueba que sólo pueden contemplarse en un ambiente «rococó», pues fuera de él resultan disonantes. Ya tenemos, pues, algunas características del rococó. Es un estilo predominante decorativo, que gusta de las formas ovaladas y recargadas, donde prospera la asimetría total de contornos y cromatismo. También es un barroco extraordinariamente sensual y erótico. Es el estilo de una aristocracia cortesana que vive jornadas de esplendor en sus palacios y residencias, alejadas del trabajo y la política, degustando con fruición todos los placeres sensibles que le brinda la naturaleza.

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Seguidor de Boucher es Lajoue, grabador del mismo estilo, que se caracteriza por sus composiciones arquitectónicas, llenas de jardines y fuentes. La escultura también sintió la influencia cálida y sensual del rococó. Miguel Angel Slodtz, colaborador en la decoración de la residencia de Soubisse, estudió en Roma y a su vuelta a París asimiló perfectamente el estilo frágil, decorativo y asimétrico de la “rocalla”, de Versalles donde mezcla tritones, escorzos vegetales, rocas y dioses mitológicos en un concierto impresionante. La rejería de Jean Lamour es también la expresión de las láminas de «rocalla» de Meissonnier, y por tanto, expresiva de este modo artístico. El rococó es un arte cortesano, no religioso. Pero esto no quiere decir que no se extienda por los medios religiosos, sino que su origen y su sensibilidad se inician en la mentalidad aristocrática y lujosa de la Corte francesa. Más adelante se encuentran iglesias decoradas con motivos rococó, como los cartujos de Lyon, o los jesuitas de Bur-

deos. Sobre todo, la abadía de Valloires, en Picardía, que es una estupenda muestra del estilo rococó, tanto en las decoraciones pintadas como en la rejería, obra del francés Veyren. Los temas amorosos de la decoración de las mansiones aristocráticas no son asunto único en las demás esferas del arte. Temas como el de la muerte, espantosos y horribles, son también elegidos por los decoradores del rococó para decorar iglesias y mausoleos. Una de las características fundamentales de esta época es el interés por el retrato y la expresión individualizada. Ello es fruto de un siglo racionalista, preocupado por la solución de los problemas psicológicos. El arte rococó no se agota en las facetas que antes hemos mencionado. He aquí otra: es un arte íntimo, un estilo adecuado para ser contemplado en la intimidad. Cuando Boucher pinta dioses, no pueden éstos imaginarse dentro del marco épico de la «llíada», sino que son hombres y mujeres frágiles que buscan el placer y sienten


innumerables temores. La naturaleza rococó no es una naturaleza agreste, desmelenada, furiosa, como será la del romanticismo, sino una dulce probabilidad de deleite, dentro del marco vegetal natural. Los pequeños animales y los pequeños objetos -florecillas, pájaros-, igual que los niños, son temas preferidos por la sensibilidad rococó. La preocupación psicológica se advierte en la búsqueda de peculiaridades en el retrato, incluso de matices feos y característicos. En esto sí presenta el rococó una sensibilidad opuesta al barroco, pues éste había pretendido creaciones artísticas de valor universal y heroico o alegorías de grandes vuelos en el terreno religioso. El rococó, en cambio, pretende plasmar la realidad individual de los personajes.

El retrato se cultiva, sobre todo, en forma de busto escultórico. Ya es de por sí sintomático que los escultores prefieran limitarse al busto o, simplemente, a la cabeza. Con ello están dando a entender que lo que importa en los hombres es, sobre todo, la inteligencia, la sensibilidad cultivada, y ésta se expresa directamente en el rostro. El cuerpo, los miembros, que tanta importancia tenían en el Renacimiento, carecen ya de atención artística en el «Siglo de las Luces». Se prescinde de la peluca, que había sido una moda francesa del siglo XVII, pero que ahora ocultaba las peculiaridades individuales y, por tanto, era una especie de máscara que el ilustrado no podía admitir. Escultores como Houdon (3), Pigalle, Lemoyne, Messerschmidt y (Pág. 5) Roubillac realizan los

5. Los encantos de la vida. A. Watteau (Londres, Col. Wallace).

retratos de toda la aristocracia cortesana. En sus bustos se expresa toda la inteligencia y los sentimientos refinados de esta clase social, que se complace en la cultura y el cultivo del arte. El escultor rococó descubre trucos técnicos que hacen posible la expresión psicológica, sobre todo en el tratamiento de labios y ojos. Por medio de las sombras sabe producir calidades especiales en los párpados y el globo ocular, que son la expresión de valores personales y psicológicos. La delicadeza de esta expresión le mueve a preferir materiales blandos, como el yeso o el barro, que habían sido desestimados en el Renacimiento y el barroco. Poseemos retratos de los más importantes creadores de la ilustración, como el de Mirabeau, de Houdon; el de Diderot, de Pigalle; el de Montesquieu, de Lemoyne; el de Haendl, de Roubillac, etc. Los escultores más importantes del rococó son Falconet, Pajou y los Coustou, además de los ya mencionados. Las

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