S E G U N D O
A N I V E R S A R A I O
COLUMNA
LECTURAS MIGRATORIAS
JAVIER VARGAS DE LUNA 04. Adriano González León: muchas veces Venezuela Además de todo, el canon literario afirma identidades. Nada como Juan Rulfo o Jaime Sabines para sentirse mexicanos más allá de la frontera, por ejemplo, y lo mismo podría decirse de cualquiera de nuestros clásicos, ¿no es cierto?, porque Borges mencionado en voz alta hace sospechar que algún argentino ha vivido demasiado tiempo en el extranjero, y ni qué decir de Machado —muerto en el exilio, por cierto—, cuando mis colegas de Almería lo traen a colación mientras expresan en silencio que no se han ido nunca de la ciudad de nuestra lengua. Y luego viene Neruda, siempre Neruda, porque muchos son los chilenos que, arraigados en el Polo Norte desde 1973, repetirán una y otra vez ante sus hijos, de seguro también ante sus nietos, muchos de aquellos versos, “te despierta la luz, y no es tu luz, la noche llega: faltan tus estrellas, hallas hermanos”…; al recitarlos en la isla de Montreal de todos los migrantes del mundo, cualquier hijo de Santiago emprende súbitos retornos a Valparaíso, o a Iquique, o a Chiloé, y etcétera… Permítaseme abundar. Cada nación hispánica cuenta ya con un repertorio de títulos cuyas páginas derrotan lejanías. Es más, diríase que el lector migratorio en Norteamérica renueva siempre su pasaporte con la soterrada esperanza de seguir vinculado a sus renglones de cabecera, y es un mejor paraguayo gracias a Roa Bastos, evoca con más lucidez el río de la Plata junto a Onetti, piensa el Caribe con la claridad heredada de Carpentier o de Rosario Ferré cuando Alex, venezolano de Mérida —¿o era de Maracaibo?, tal vez de Tovar…, no lo recuerdo—, me hace llegar País portátil (1968), de Adriano González León, ganador de aquel premio literario que durante los sesenta fue tan hispanoamericano, quiero decir, el Biblioteca Breve de Seix Barral. Se ha permitido recordarme que dicha novela resume el siglo XX venezolano, pero mira que olvidar a don Rómulo Gallegos, reflexiono, porque Canaima, porque Cantaclaro, ¡porque Doña Bárbara!, vuelvo a dudar, aunque también es cierto que el envío vino acompañado de palabras fraternas. Y mientras hojeo el ejemplar he de concluir que los amigos de cualquier rincón de nuestra geografía literaria se han convertido en emisarios del idioma, muy a pesar de sus acentos. En fin, mejor seguir adelante… Para el desterrado de la lengua castellana, leer País portátil en la ciudad nórdica representa un desafío. Con Adriano González León (1931-2008) estamos ante un libro que siempre pertenecerá al lector —y sólo al lector—, por cuanto su exploración narrativa nos urge a no extraviar ninguna de las (des)esperanzas o de las (contra)utopías que el autor nos va confiando. De hecho, esta obra nos hace desempolvar los gozosos utensilios de nuestra lectura más atenta para ensamblar con cuidado la totalidad de sus episodios, y ay de nosotros si alguna pieza queda huérfana, pues entonces se impondrá la marcha atrás, caminar en círculos por el rompecabezas de las páginas, tallarnos la cara
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HIPÉRBOLE FRONTERA