Revista Mirador Cultural Diciembre 2018

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El devenir del teatro leonés por Luis Meza

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e dice fácil, pero casi no hay semana del año en que no sea posible ver una puesta en escena de hechura local en León. Ya sea en festivales o muestras institucionales, o más frecuentemente, en espacios y temporadas independientes, el teatro ha mostrado ser en esta ciudad una creatura inquieta e incansable. No fue así siempre. La actual escena teatral leonesa hunde sus cimientos casi medio siglo atrás, en esa febril década de los sesenta, en que las inquietudes juveniles buscaban todos los espacios posibles para manifestarse. Al comienzo de esa década, ni siquiera existían teatros, pues aún no se construía el foro del Seguro Social y el Teatro Doblado, histórico coloso de la ciudad, llevaba algunos años hibernando. Durante este 2018 se cumplieron 50 años de dos sucesos significativos para el teatro local, aunque poco recordados: la apertura del primer foro alternativo, a cargo del Teatro Club Experimental, dirigido por Raquel Aguilera, y la fundación, en el seno del Centro de Bienestar Social del IMSS, del grupo Palas Atenea, dirigido por Ramón Palomino. Ambas fueron apuestas por conquistar terrenos para el quehacer teatral y a su modo fueron precursoras de tendencias que se verían afianzadas mucho más adelante: los grupos que generan sus propios espacios y una asunción más seria y disciplinada del oficio, dentro de las limitaciones de una ciudad que hasta hace muy poco tuvo opciones universitarias de formación escénica.

Vislumbres de una escena local Luis Meza

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Antes de ello, el teatro al que era posible acceder en León era el de los grupos parroquiales o estudiantiles, que convivía con ocasionales visitas de compañías foráneas, como las de Fernando Soler, Oscar Ortiz de Pinedo o Lorenzo de Rodas, que aterrizaban en los teatros-cine de la época, como el Ideal o el Isabel. O del teatro popular itinerante, cuyo representante más legendario sería el Tayita, de la compañía Padilla-Morones. En los setenta, con la aparición de la Casa de la Cultura, los interesados en el arte escénico tuvieron un destino formativo más, el cual se volvería protagónico en los ochenta. Al mismo tiempo, surgían los primeros encuentros y muestras gestadas por la propia comunidad teatral, como el Festival de Teatro Leonés (1976), el Concurso Regional de Teatro Libre (1977) y el Concurso Nacional de Teatro Libre (1979), convocados por Teatro Activo de León, colectivo dirigido por Nicolás León. Más oportunidades para esas asambleas escénicas aparecerían en los ochenta, como el Concurso Municipal de Teatro, la Muestra Teatral de Mayo de la Gran Fraternidad Universal y la Muestra de Teatro Leonés, MUTEá, fraguada en 1989 de manera conjunta entre los grupos teatrales y el naciente Consejo para la Cultura de León y que escribiría una historia de más de una década. Los noventa son el momento en que el ejercicio teatral local hace sus mayores apuestas por el profesionalismo y la ilusión de vivir de este arte. Teatro Libre se encarga de hacer temporadas de largo recorrido en el Teatro del Seguro Social y después abre su propio espa-

Las venturas del Tayita Benjamín Cordero

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cio en la calle Hidalgo. Lo secundaría en 1994 La Floración del Mezquite, foro independiente que ofertaría teatro de distintos géneros hasta los principios del siglo XXI. Con el nuevo siglo se reconfigura el panorama: surgen foros nuevos, como el Teatro María Grever, proyectos de largo alcance, como el Programa Nacional de Teatro Escolar, y otras formas de relación entre la comunidad teatral y las instituciones, que promueven sucesivas transformaciones de la MUTEá y generan iniciativas como Escena Activa, Todos al Teatro y, más recientemente, Más Teatro. Actualmente, el teatro leonés cubre distintos frentes: desde las temporadas independientes que han logrado sostener agrupaciones como Teatro de la Complicidad en Los Azulejos o La Hidra en GenerArte Espacio, hasta las citas ya bien afincadas por el Instituto Cultural de León (Teatro Escolar y Más Teatro) y las experiencias de teatro comunitario acompañadas por Sara Pinedo, en San Juan de Abajo o Factótum Escena, en San Juan de Dios. El quehacer escénico local, desde hace un buen tiempo, puede verse ya no sólo en León: con frecuencia acude a festivales y foros nacionales, llámese Cervantino, Teatro en la Alacena o Muestra Nacional de Teatro. Es mayoría en la Muestra Estatal de Teatro y ha logrado traspasar las fronteras mexicanas, en montajes de Teatro de los Sueños, Luna Negra o Colectivo Alebrije, por citar algunos ejemplos.

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Raquel Aguilera: señora de la escena Luis Meza


Vislumbres de una escena local Editorial Vislumbrar, dice el diccionario, es percibir una cosa por medio de pequeños indicios o señales. Y eso es lo que Mirador Cultural, en esta última entrega del 2018, propone hacer hacia el teatro en León, quehacer artístico que acumula más de medio siglo de apuestas y aportaciones. Nuevamente con el Instituto Cultural de León como editor invitado, evocamos algunos momentos y personajes puntuales del teatro leonés, nos congratulamos por el aporte de Raquel Aguilera y rememoramos las venturas del Tayita, teatro ambulante que hizo época entre 1962 y 1973. Vislumbres de una historia en construcción. ¡Felices fiestas! Atte. L.A.E. Hugo Almanza Director Revista Mirador Cultural

director general

L.A.E. Hugo Almanza edición :

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Mirador Cultural es una publicación mensual de educación, arte y cultura. tiraje :

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por Luis Meza

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asta la medianía del siglo pasado, no había en León más que acercamientos amateurs al quehacer escénico. No había compañías establecidas y las únicas representaciones de hechura local eran las escolares o las que se generaban alrededor de grupos parroquiales para ocasiones muy puntuales. Una primera piedra que agitó las aguas podría ubicarse en 1953, cuando la Escuela Preparatoria de León inauguró su nuevo edificio en la calle Álvaro Obregón, equipado con un amplio auditorio que llegaría a convertirse en el principal centro cultural local por casi dos décadas. Como resonancia del renacimiento cultural que en esos años experimentaba la Universidad de Guanajuato, la Preparatoria local vio instalarse un taller teatral supervisado por Enrique Ruelas, que planteó una aproximación distinta, algo más formal, al quehacer teatral que se hacía hasta entonces. Sería un discípulo de Ruelas, Edmundo Regalado, quien en la segunda mitad de los cincuenta establecería una de las primeras agrupaciones de teatro experimental, corriente a la que se unirían varios colectivos más a partir de la década de los sesenta, como el Teatro Club Experimental, dirigido por Raquel Aguilera, el Club Dante, de Ricardo Salcedo, el Grupo Leonés de Teatro Experimental y el grupo Thalía, dirigido por Juan Antonio Torres. Estos grupos hallaron su foro más habitual en la Preparatoria Oficial, alternándolo con el Teatro del Seguro Social, que abriría sus puertas en 1964, mismo año en que la modernidad irrumpió en la urbe con la inauguración del boulevard López Mateos. Dante y Thalía darían muestras de dinamismo a partir de 1967, organizando Semanas de Teatro Experimental en la Prepa y el Seguro Social, mientras que el Teatro Club Experimental sería pionero en la creación de foros alternativos, ofreciendo temporadas con comedias en espacios propios entre 1968 y 1969, habilitando varias casas del Centro Histórico, en donde cosecharían éxitos montajes como “Señoritas a disgusto”, “Pisito de solteras” y “Trece a la mesa”. Una nota periodística de diciembre de 1968 hace mención de otros directores teatrales de los que ahora es difícil seguir el rastro, como Mela Alcaraz, Mario Barba, Fernando González, Francisco Martínez y Lupita Quiroz. En el Centro de Seguridad Social del IMSS también comenzaría su andadura, hacia 1966, un Club de Arte Dramático, aunque sería dos años después que se establecería ahí una agrupación que dejaría huella: Palas Atenea, bajo la dirección de Ramón M. Palomino. Palomino, quien había participado en los primeros años del Teatro Club Experimental, crearía una tradición escénica en el Teatro del IMSS, con montajes más sólidos y temporadas regulares, con funciones a las que solía seguir un debate con los asistentes, en un primigenio y redituable ejercicio de formación de públicos.

Palas Atenea devendría después en el Laboratorio de Búsqueda Teatral, compañía que Palomino dirigiría hasta alrededor de 1975. La agrupación mantuvo como su base el Teatro del IMSS, aunque para el anecdotario queda que ofrecieron una temporada en 1974 en el inconcluso Teatro Doblado, cuando el foro aún estaba en obra negra. Aprovechando sus contactos con el Instituto Nacional de Bellas Artes y la Asociación Nacional de Actores, Palomino invitó a personajes de relevancia nacional, como Antonio González Caballero o Miguel Córcega, para ofrecer talleres y clases magistrales a los integrantes del Laboratorio, por lo que este adquirió merecidamente una firme reputación artística. Los setentas serían importantes también en la generación de eventos que mostraran la efervescencia de la comunidad teatral local, como el I Festival de Teatro Leonés, realizado a principios de 1976, en el Auditorio de la Escuela Preparatoria. En esta cita, participaron representativos de la Casa de la Cultura, el Tecnológico de León y el Centro de Bienestar Social del IMSS, además de los grupos Manuel Garay, Comunicación, Ignacio López Tarso y el Teatro Club Artístico Leonés. Al año siguiente, el grupo Teatro Activo de León (TALAC), dirigido por Nicolás León, convoca al I Concurso Regional de Teatro Libre, en el que participaron 12 agrupaciones de León y otros cuatro municipios. El encuentro subiría de nivel en agosto de 1979, cuando se realiza el I Concurso Nacional de Teatro Libre, que reunió 19 montajes de 18 agrupaciones provenientes de ocho estados del país. Fue esa la primera vez que los teatreros locales se apersonaron en el Teatro Doblado, reabierto apenas cuatro meses antes. En 1979 también, acudió por primera vez una agrupación leonesa a la Muestra Nacional de Teatro: el Teatro Club Artístico Leonés, con una memorable puesta en escena de “La casa de Bernarda Alba”, protagonizada por Raquel Aguilera. Es en los setentas que se hallan las raíces de los artistas que dominarían el quehacer escénico de los ochentas y primera mitad de los noventa. Tal es el caso de Xavier Angel Martí y Carmen Calderón, directores que comenzaron su andadura como actores del Laboratorio de Búsqueda Teatral, o Arsenio López y Eulalio Nava, quienes se encontraron en el taller escénico que dirigía Carmen Cepeda, en la Casa de la Cultura, institución de la que surgiría después el grupo Teatro Libre. Después de estos nombres, para una amplia porción del público leonés viene ya un terreno conocido: las Muestras de Teatro Leonés iniciadas en 1989; espacios memorables como La Floración del Mezquite o los Foros Teatro Libre y Luna Negra o las apuestas de creadores más contemporáneos, como Javier Avilés, Javier Sánchez o Armando Holzer. La historia, eso sí, está lejos de terminar.

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Las venturas del Tayita por Benjamín Cordero

“Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, puesta en escena del Tayita en 1962. (Foto: Colección Nicolás León)

‘Si el amor acaba’, la pasión asesina. Veamos por qué:

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l Tayita era la carpa nómada de la compañía Padilla Morones, hija literal del matrimonio entre José Luis Padilla y Blanca Morones. Pero al matrimonio, específicamente a José Luis, se la atravesó otra Blanca, y mucho más joven: Blanca Amor. Por ella José Luis ‘perdió el seso’ y perdió el amor (con minúscula) de Blanca Morones, y perdió la carpa y por un rato gozó del Amor (con mayúscula) de la otra Blanca, y adiós Tayita. Antes empero de que el amor por la Amor cortara para siempre los amarres de la carpa, en la Pino Suárez se instalaba una gran lona, atrás las tribunas baratas de gayola, y hasta adelante la sillería de madera, la de localidades caras sobre piso de arena regadito cada tarde, para que lo mejor de la sociedad leonesa se acomodara y viera teatro y se dejara ver como quien se dejaba ver en el Doblado de otros tiempos. Cada día cada representación se anunciaba por perifoneo en todas las calles de León, y de todas las calles afluía al Tayita un público ávido de drama y comedia, porque a lo largo del año ayunaba de drama y comedia. Pero cuando el ayuno terminaba, había congestión. Lo que se veía en esa carpa. Cada función –había dos diarias- abría con una obra de teatro que lo mismo ofrecía ‘La Godiva se nos fue viva’ de Alfonso Anaya, que clásicas de Alejandro Casona como ‘Los árboles mueren de pie’. Subían y bajaban de una tarde a otra, de una noche a otra, los tonos de tragedias, comedias y melodramas. ‘Cárcel de Mujeres’ alternaba con ‘San Martín de Porres’ y ‘Las ficheras’ con ‘La Pasión de Cristo’. Con una de esas obras como imán de taquilla, la tanda completa incluía por el mismo boleto el llamado ‘Fin de fiesta’: la presentación de un par de cantantes, sketches cómicos y declamación de algunos poemas que arrancaban lágrimas suficientes para regar la arena de la sillería y los tablones del graderío.

‘El seminarista de los ojos negros’, de Miguel Ramos Carrión, reventaba la represa. El llanto duraba hasta que se acababa. Esos fines de fiesta eran memorables, cada noche. Pero nunca tan memorables como un ‘Fin de temporada’, cuando los Padilla Morones traían invitados de lujo: Manuel Medel, Ignacio López Tarso, Carlos y Eduardo Monden, El Güero Castro. Esos eran los huéspedes, pero por supuesto estaba la compañía estable: el propio José Luis y su hermano Raúl ‘El Chato’ Padilla (cuyo brinco a la televisión quedó marcado con el personaje de Jaime, ‘El Cartero’, de la eternizada serie ‘Chespirito’). Blanca Morones de Padilla, Héctor Manuel Calixto, Lilí Inclán y ‘El Cuatito’ Centeno, tan versátil que lo mismo partía plaza como galán, que cerraba con algún sketch cómico, disfrazado de andrajos. Todos hacían de todo: vendían boletos, pintaban telones, armaban escenografías, levantaban tribunas y acomodaban sillas para los 600 espectadores que cabían en la carpa. Hasta tres meses y medio llegó a durar una temporada del Tayita, con repertorio irrepetible. De lunes a domingo, una obra distinta. La época no estaba para explotar aparatos que aún no se inventaban: ¿cuál fax? ¿cuál copiadora? Los libretos se aprendían de memoria, buena memoria, a partir de copias manuscritas. Ni Olivettis ni papel carbón tenía el Tayita. Todo, pues, escrito a mano. Los días consumidos en León no eran para encerrarse en la carpa. Según el sueldo, los actores se abonaban para comer en algún restaurante o restaurantucho, y se hospedaban cuando mucho en el Hotel Francés y cuando menos en la Posada de Fátima. Actores no estelares de otras carpas, como la Manolo Fábregas, ganaban 8 pesos de aquellos, diarios. Ellos no alcanzaban ni para

Anuncios del Tayita. Cada día se ofrecía un montaje diferente.

la Posada, más bien ‘pedían posada’ en la propia carpa. Para lo que sí alcanzaban todos era para aliviar el espíritu con medios espirituosos. Por eso cuando terminaban las dos funciones, alrededor de las 11 de la noche, el silencio y la oscuridad invadían el Tayita, pero en cambio la cantina ‘El Gato Negro’ se poblaba de carperos. Entre el ruido de la sinfonola y el cristalerío emergían todas las palabrotas contenidas en las representaciones. En el escenario, ni una. Bajo el neón de ‘El Gato Negro’ también se descotaban más los cuerpos para dejar entrever unos centímetros más de piel que –qué esperanzas- no se mostraba en la carpa un milímetro más allá de la rodilla. Demasiadas copas encima (o mejor dicho, adentro) no impedían a nadie cumplir sus obligaciones. El show debía continuar, y continuaba. Si acaso había que tapar las ojeras, sonrojar las mejillas, ocultar la palidez. Para eso estaba la Perfumería Lucita, de don Miguel Ángel Vargas, en la calle de Pedro Moreno. Ahí, la ‘troupe’ del Tayita acudía a avituallarse de cosméticos, en especial de polvos a base de caolín y de crema Teatrical o de alguna otra, ‘hechiza’. Secaba la piel, tanto polvo. Pero siempre, apagada ésta y otras sedes, apagadas las luces de ‘El Gato Negro’, cada piel regresaba a su refugio de madrugada, obediente al verso de Yáñez: “cada hora vuela, ojerosa y pintada, en carretela”. En 1974 y en Acapulco, se apagó la vida del Tayita. La mayor parte de sus integrantes pasaron a la inmortalidad, muertos a pesar suyo como a pesar de todos. No sobrevivió ni Resortes, que quiso prolongar su vida de carpa con una carpa que el cine, la televisión y los videos mataron apenas intentó su renacimiento. Pero para eso está la memoria y la poesía. También con Gutiérrez Nájera, el Tayita puede decir: ‘No moriré del todo’. 3


Raquel Aguilera: señora de la escena por Luis Meza

Raquel Aguilera con el Teatro Club Experimental

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Raquel Aguilera.

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na de las figuras decanas del arte escénico en León es sin duda Raquel Aguilera, quien siendo muy joven se convirtió en la primera maestra de ballet de la ciudad y pocos años después daría el paso al teatro, siendo pionera también en la creación de foros alternativos. Hija del abogado Ladislao Aguilera y la profesora Margarita Gómez, la joven Raquel, nacida en 1933, quedó prendada del ballet clásico desde los ocho años de edad, cuando conoció este arte en una película. Cinco años después, era tanta su insistencia con sus padres para estudiar ballet, que éstos consintieron en que recibiera clases particulares en casa, primero por parte de Jorge Araujo y después de Tila Cuesta. Cuando llevaba cerca de un año tomando clase diaria, una amiga de la familia sugirió que Raquel Aguilera les diera clases a sus hijas. Ese núcleo íntimo se convirtió rápidamente en un grupo de 15 alumnas, así que de manera fortuita la adolescente ya tenía su academia de danza, instalada en un salón de la casa paterna. Aguilera estaba determinada a ser bailarina profesional, y logró persuadir a sus padres de que la dejaran estudiar en la Escuela Nacional de Danza, que dirigía Nellie Campobello, en la Ciudad de México. Estuvo ahí entre 1960 y 1961, llegándose a presentar en el Palacio de Bellas Artes, en la gala anual de la escuela, en una coreografía de la propia Campobello. De regreso a León, Aguilera continuaría vinculada a la enseñanza del ballet hasta nuestros días, pero también profundizaría su relación con el teatro, disciplina en la que tuvo su primer acercamiento en 1958, en el grupo experimental que dirigía Edmundo Regalado en la Preparatoria Oficial.

En 1964 establecería el Teatro Club Experimental, con antiguos alumnos de Edmundo Regalado, quien se había mudado a México. Por convicción de Aguilera, la agrupación abrazó netamente el género de la comedia, con piezas ligeras como “Elena para los miércoles”, “Te juro Juana que tengo ganas”, “Pisito de solteras”, “Señoritas a disgusto” o “Trece a la mesa”. En una época en que los montajes teatrales locales no solían tener muchas funciones más allá del estreno, el Teatro Club Experimental fue pionero no sólo en tener temporadas como tales, sino en abrir foros alternativos para ellas. El 18 de enero de 1968, el grupo de Aguilera hizo su primer emprendimiento al respecto, abriendo temporada de la comedia “Elena para los miércoles”, en una casa situada en Reforma 213. El 4 de octubre del mismo año, el Teatro Club Experimental se trasladó a la esquina de López Mateos y La Paz, donde desarrollaría temporadas un poco más largas, con hasta tres funciones por semana. Posteriormente, el grupo instalaría su foro en Pedro Moreno 318, de febrero a diciembre de 1969. Con el cambio de década, la agrupación de Raquel Aguilera se renueva y adopta el nombre de Teatro Club Artístico Leonés, con él desarrollaría sus temporadas principalmente en el Círculo Leonés Mutualista y en la Calzada de los Héroes. Es con este grupo que Raquel Aguilera saldría por primera ocasión de los terrenos de la comedia y de una manera por demás memorable, cuando Ernesto Díaz Reyes, director invitado, la persuade de protagonizar “La casa de Bernarda Alba”, drama magistral de Federico García Lorca. La actuación de Aguilera impactaría no sólo al público local, sino también al de Guadalajara, Aguascalientes y San Luis Potosí, ciudad ésta última, sede de la II Muestra Nacional de Teatro en 1979, en la cual la actriz leonesa se granjeó elogios de personalidades como Julio Castillo. Posterior a ello, Aguilera concentraría su atención en la enseñanza de la danza y el montaje de coreografías, aunque directores como Arsenio López y Eulalio Nava lograron arrancarla del retiro teatral para montajes como “El malentendido” o “Felicidad”, que se presentó en alguna de las primeras Muestras de Teatro Leonés y la Feria Nacional del Libro. “Honras fúnebres”, producción de La Floración del Mezquite, dirigida por José Luis Vega, significaría en los noventa la última aparición en escena de Raquel Aguilera, quien a sus 85 años continúa siendo una mujer de gran lucidez, alegría y humildad, un testimonio vivo de determinación y amor al arte.


El Forum Cultural Guanajuato celebra 8 años del Teatro del Bicentenario ‘Roberto Plasencia Saldaña’

León, Guanajuato

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ara la magna celebración de su octavo aniversario, el Teatro del Bicentenario ‘Roberto Plasencia Saldaña’ se engalanará recibiendo a la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, bajo la dirección de Roberto Beltrán Zavala, con el Coro del Teatro del Bicentenario, acompañando al afamado Cuarteto Brodsky, estupenda

agrupación británica, quienes interpretarán un repertorio de Strauss, Martinů, Elgar y Russell. La cita es el jueves 13 de diciembre a las 20:00 horas. Los boletos tienen un costo desde $70 hasta los $390 pesos. Habrá descuentos del 20% a estudiantes, maestros y afiliados al INAPAM con credencial vigente y validez oficial, así como para portadores de la Credencial Nacional para Personas con Discapacidad.

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Cuento por Agustín Cortés Gaviño

RESPONSO POR LA LLUVIA

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nna de las figuras decanas del arte escénico en León es sin duda Raquel Aguilera, quien siendo muy joven se convirtió en la primera maestra de ballet de la ciudad y pocos años después daría el paso al teatro, siendo pionera también en la creación de foros alternativos. Hija del abogado Ladislao Aguilera y la profesora Margarita Gómez, la joven Raquel, nacida en 1933, quedó prendada del ballet clásico desde los ocho años de edad, cuando conoció este arte en una película. Cinco años después, era tanta su insistencia con sus padres para estudiar ballet, que éstos consintieron en que recibiera clases particulares en casa, primero por parte de Jorge Araujo y después de Tila Cuesta. Cuando llevaba cerca de un año tomando clase diaria, una amiga de la familia sugirió que Raquel Aguilera les diera clases a sus hijas. Ese núcleo íntimo se convirtió rápidamente en un grupo de 15 alumnas, así que de manera fortuita la adolescente ya tenía su academia de danza, instalada en un salón de la casa paterna. Aguilera estaba determinada a ser bailarina profesional, y logró persuadir a sus padres de que la dejaran estudiar en la Escuela Nacional de Danza, que dirigía Nellie Campobello, en la Ciudad de México. Estuvo ahí entre 1960 y 1961, llegándose a presentar en el Palacio de Bellas Artes, en la gala anual de la escuela, en una coreografía de la propia Campobello. De regreso a León, Aguilera continuaría vinculada a la enseñanza del ballet hasta nuestros días, pero también profundizaría su relación con el teatro, disciplina en la que tuvo su primer acercamiento en 1958, en el grupo experimental que dirigía Edmundo Regalado en la Preparatoria Oficial. En 1964 establecería el Teatro Club Experimental, con antiguos alumnos de Edmundo Regalado, quien se había mudado a México. Por convicción de Aguilera, la agrupación abrazó netamente el género de la comedia, con piezas ligeras como “Elena para los miércoles”, “Te juro Juana que tengo ganas”, “Pisito de solteras”, “Señoritas a disgusto” o “Trece a la mesa”. En una época en que los montajes teatrales locales no solían tener muchas funciones más allá del estreno, el Teatro Club Experimental fue pionero no sólo en tener temporadas como tales, sino en abrir foros alternativos para ellas. El 18 de enero de 1968, el grupo de Aguilera hizo su primer emprendimiento al respecto, abriendo temporada de la comedia “Elena para los miércoles”, en una casa situada en Reforma 213. El 4 de octubre del mismo año, el Teatro Club Experimental se trasladó a la esquina de López Mateos y La Paz, donde desarrollaría temporadas un poco más largas, con hasta tres funciones por semana. Posteriormente, el grupo instalaría su foro en Pedro Moreno 318, de febrero a diciembre de 1969. Con el cambio de década, la agrupación de Raquel Aguilera se renueva y adopta el nombre de Teatro Club Artístico Leonés, con él desarrollaría sus temporadas principalmente en el Círculo Leonés Mutualista y en la Calzada de los Héroes. Es con este grupo que Raquel Aguilera saldría por primera ocasión de los terrenos de la comedia y de una manera por demás memorable, cuando Ernesto Díaz Reyes, director invitado, la persuade de protagonizar “La casa de Bernarda Alba”, drama magistral de Federico García Lorca. La actuación de Aguilera impactaría no sólo al público local, sino también al de Guadalajara, Aguascalientes y San Luis Potosí, ciudad ésta última, sede de la II Muestra Nacional de Teatro en 1979, en la cual la actriz leonesa se granjeó elogios de personalidades como Julio Castillo. Posterior a ello, Aguilera concentraría su atención en la enseñanza de la danza y el montaje de coreografías, aunque directores como Arsenio López y Eulalio Nava lograron arrancarla del retiro teatral para montajes como “El malentendido” o “Felicidad”, que se presentó en alguna de las primeras Muestras de Teatro Leonés y la Feria Nacional del Libro. “Honras fúnebres”, producción de La Floración del Mezquite, dirigida por José Luis Vega, significaría en los noventa la última aparición en escena de Raquel Aguilera, quien a sus 85 años continúa siendo una mujer de gran lucidez, alegría y humildad, un testimonio vivo de determinación y amor al arte.

Sobre el autor Agustín Cortés Gaviño (1946-2000) _ Catedrático, escritor y activista leonés. Estudió la licenciatura en Derecho y la Maestría en Letras en la UNAM, casa de estudios en la que ejerció la docencia varios años, continuando su tarea formadora en las universidades de Guanajuato e Iberoamericana León. Fue director y fundador de la revista Xilote e impulsor de otras como Manatí y Séptimo sueño. A su primer libro, “Hacia el infinito” (1967), le seguirían cuatro volúmenes de cuento y uno de poesía. Pionero de la ciencia-ficción, su obra se amplío a otros terrenos, con un puntual componente crítico y social.

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Poesía por José de Jesús Ortiz Funes

MEMENTO Amaneció llorando la mañana sentada en las rodillas escaldadas del insomnio, y pienso, al despertarme, en esta boca que sábeme al metal puro de las campanas cuando doblan, y a la viva ceniza de mis muertos que me llaman por los postigos apagados de sus ojos. ¡Agonía de la agonía! La noche toca capucha de negro presentimiento; el clima, chambergo de sombras fugitivas por el bosque de mis nervios; corbatón de mariposa, el alma de bohemios auténticos corona de misereres la antífona sollozante que rezan los cuatro vientos. ¡Oh Muerte, qué muerte vienes por los nardos de sus pasos, para soñarte en el reloj ya sin voces de su hormigado cerebro! Con el lienzo de un memento, les alcanza para sudario, y para el hemiciclo de puro nácar con la mitad de la luna. ¡Oh Muerte, que muerte vienes por los nardos de sus pasos...

Sobre el autor José de Jesús Ortiz Funes (1914-1980) _ Oriundo del barrio de San Miguel, es uno de los más notables poetas leoneses. Estudió en el Seminario Conciliar y aunque no abrazó la vida sacerdotal, la vena mística caracterizaría una buena parte de su poesía. Publicó en diversas revistas y diarios de la región. Organizó la sociedad artística El Monasterio del Ensueño y en 1949 fue uno de los miembros fundadores de Oasis, grupo que dirigió durante varios años. Ganó en dos ocasiones los Juegos Florales de León y fue antologado por Salvador Novo. Fue autor de los poemarios: “Trébol” y “Contra la ausencia”.




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