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Cigar boom… boutique
Editorial
César Salinas Chávez
Con características distintas a las de los años noventa, por supuesto, resulta innegable que vivimos un nuevo boom de la industria de los cigarros premium… boutique. Las grandes empresas se consolidaron y tras la pandemia del Covid-19 –durante la que millones de personas se encerraron en casa–, muchas desarrollaron, fortalecieron e incluso refinaron sus hábitos de fumar y beber. Ahora encontramos consumidores ávidos de productos que sorprendan a su paladar.
El estallido tabaquero de finales del siglo pasado trajo consigo una recesión que condujo a la quiebra de cientos de empresas pequeñas, que lo invirtieron todo para satisfacer una demanda nunca vista, que el mercado estadounidense sostuvo durante casi una década. Pero luego todo cambió...
El cigar boom enseñó al fumador que la industria podía satisfacer su paladar con gran variedad de vitolas, fortalezas y sabores hasta entonces desconocidos, con base en combinaciones casi infinitas de tabacos originarios de otros países: Nicaragua, Honduras, México, Ecuador, Indonesia, Camerún y, por supuesto, la República Dominicana.
Cuando la novedad se convertía en hábito, la demanda se contrajo y dejó a los estancos o tabaquerías con millones de puros que debieron venderse incluso por debajo de su precio de producción. Y así como los dólares fluyeron en cascada, desaparecieron, marcando el destino de fábricas, empresas y marcas.
Si bien es cierto que hubo una recuperación lenta y sostenida a partir de 2010, cuando el sector de los cigarros premium comenzó a mejorar y alcanzó un crecimiento de 6 a 8 por ciento anual, no volvió a experimentar la demanda que se vivió años antes… hasta que la pandemia llegó.
Confinada por obligación, la gente se puso a fumar y a consumir contenidos vía streaming. No me refiero a Netflix, Prime o Disney Plus, sino a Instagram, Facebook Live, Zoom y Google Meetings, que acercaron a consumidores y productores a través de entrevistas o transmisiones en vivo, publicitando marcas y mezclas nuevas.
Esto también permitió formar una comunidad tabaquera alrededor del mundo e impulsó a sectores hasta entonces marginales o incipientes: ejemplo de ello es la visibilización de las mujeres como consumidoras y en sus roles de dueñas o representantes de marca. De pronto, cualquier persona podía comprar un cigarro y hablar con su fabricante, master blender, gerente de producción o embajador.
No se trata del crecimiento del mercado impulsado por la demanda de un país, como sucedió antes. Este mini boom, como algunos lo califican, se diferencia por el know how que los consumidores adquirieron gracias a la pandemia, facilitado por la revolución tecnológica que vivimos, ya que permitió generar economía y continuar los negocios desde los hogares.
Ante esta oportunidad, las marcas boutique encontraron un nicho con aires renovados para ofrecer al cliente, primero, consistencia en sus ediciones o producciones limitadas; innovación, pero también tradición, al hablar sobre sus orígenes, que en muchos casos se remontan a dos, tres y hasta cuatro generaciones.
Gracias a ello, poco a poco, los productores pequeños y medianos han tomado conciencia de la necesidad de formar o integrarse en asociaciones o grupos que les permitan aprovechar juntos el boom que en los años noventa vivieron solos, para luego enfrentar de mejor manera las posibles adversidades del mercado.
Junto con el cambio generacional que hoy experimenta la industria tabacalera mundial y el relajamiento de las medidas frente a la pandemia, surgen –cada vez más– festivales y eventos dedicados fundamentalmente a las marcas boutique, que en algunos casos buscan impulsar a un sector casi extinguido en distintos países latinoamericanos. Es una oportunidad invaluable, en pos del renacimiento y necesaria expansión de la Cultura del Tabaco.