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La tragedia del Maine(I)
Un enigma histórico que terminó definitivamente con el imperio español
José Antonio Ruiz Tierraseca
Esta Habilitación lleva en su parte principal la imagen del MAINE surcando las aguas, enmarcada en forma ovalada, al gusto de la época. Lamentablemente, la reproducción no se ajusta totalmente a la realidad, pues difiere de las fotografías oficiales del buque, en razón de que sus chimeneas eran más altas y le falta el mástil situado a popa. Quizá la premura por lanzar el producto al mercado tabaquero hizo al litógrafodiseñador cometer errores. Reza en sus leyendas a ambos lados, como eslogan: “LA REINA DE LOS BARCOS” y “EL REY DE LOS CIGARROS”. Sus medidas reales son 132 mm de alto por 249 mm de ancho.
Los fabricantes tabaqueros encontraron un gran filón explotando el sentimiento patriótico de sus clientes potenciales, con la emisión de anillas y habilitaciones hermosas en las que aparecían militares, políticos, monarcas y alegorías exaltadoras de la nación correspondiente.
Como es natural, la guerra hispano-estadounidense fue un motivo excelente para dar vuelo a asuntos patrióticos encendidos. Todo protagonista fue reflejado, de una u otra manera, por los artesanos del tabaco. A principios del siglo pasado se emitieron otras anillas para homenajear a estos héroes de la guerra.
En las fiestas de agasajo a personajes importantes se consumían buenos habanos y los asistentes cuidaban poner esas anillas en sus carteras, a buen recaudo, pues desde aquel entonces eran de gran valor artístico e histórico.
Podremos contemplar una buena muestra de toda esa labor en este artículo sobre el Maine, que sólo pretende acompañar, entreteniendo, al bello y valioso material gráfico que se ha podido reunir, para deleite de los amantes del coleccionismo de anillas y habilitaciones.
A modo de introducción es necesario decir que junto con las tres carabelas de Cristóbal Colón, es difícil encontrar un navío más importante para la historia de España, aunque no sea español.
Este 2021 se han cumplido 123 años de la explosión del acorazado de segunda clase Maine, de la marina estadounidense, en aguas de la isla de Cuba. ¿Fue un atentado o un desgraciado accidente? Todo a su tiempo se verá. El hecho es que su hundimiento fue la excusa perfecta para empezar una guerra de menos de tres meses con el disminuido imperio colonial español y marcó la entrada de Estados Unidos en la política internacional. Pero antes de otra cosa, como no todos los lectores conocen necesariamente la historia de la guerra de Cuba, daremos un vistazo a lo sucedido en aquellos años, anteriores al famoso 98.
LOS ANTECEDENTES DE LA TRAGEDIA
–Pero hombre, ¿y tú qué vas a hacer en Cuba?
–¿Yo qué he de hacer? En perder la vida, ¡a casa!
Chiste aparecido en la revista Blanco y Negro, en Febrero de 1898.
En 1868 comenzó la carrera hacia la Independencia de Cuba, que se consumaría 30 años más tarde. En esas fechas, coincidiendo con la Revolución Gloriosa que expulsaba a la reina Isabel II, el patriota cubano Carlos Manuel de Céspedes liberaba a los esclavos de su pequeño ingenio La Demajagua. Era el denominado “Grito de Yara”.
Comenzaba una larga y sangrienta guerra de diez años contra una metrópoli que permitía, a estas alturas del siglo, que la isla continuara con cerca de 300 mil esclavos. Las ansias de ser un país libre e independiente tomaron su razón de ser en medio de una España más atenta a los problemas peninsulares, a Amadeo de Saboya, la I República y los cantones.
En 1876 el general Arsenio Martínez Campos es enviado a Cuba, y dos años más tarde firma un acuerdo de paz denominado Pacto del Zanjón, con el dirigente cubano Máximo Gómez.
Gracias al acuerdo, Cuba pasaba a ser provincia española con representación en las Cortes y en el Senado. Se otorgaba amnistía a los combatientes por la Independencia, así como legalidad a los partidos políticos y libertad de expresión.
Quedaba atrás una guerra de diez años que causó entre 65 mil y 80 mil bajas a los españoles. Pero, ¿llegó con Martínez Campos una paz verdadera? No tan pronto. Un grupo de independentistas cubanos descontentos con las medidas, encabezados por Antonio Maceo, continuaron un año más el movimiento, al que se denominó “La Guerra Chiquita”.
Entre 1879 y 1895, cuando la guerra reinicia, se abre un periodo de calma tensa. “Estalla la paz”, escribe el historiador cubano Moreno Fraginals. No es para menos. A pesar de que en la isla aparecen los partidos políticos, uno pro-español y otro pro-cubano, hay mucho descontento.
Cuba quiere algo más, y ni siquiera la abolición de la esclavitud ha calmado las ansias de independencia de una isla que, en lo económico, ya no mira a su metrópoli: en 1893, el 92 por ciento del azúcar se envía a Estados Unidos, y sólo 1 por ciento a España.
Para empeorar la situación, muchos políticos españoles no ven más allá de sus narices. En 1893 Antonio Maura presenta una propuesta de autonomía para Puerto Rico, Cuba y Filipinas, pero Romero Robledo, el cacique de Andalucía, lo hace dimitir y la iniciativa cae en saco roto.
Un año más tarde, el famoso líder cubano José Martí establece una serie de contactos con tabaqueros catalanes y asturianos, así como con el gobierno del dictador mexicano Porfirio Díaz, en busca de financiamiento para la rebelión.
En octubre de 1894 Martí y sus hombres intentan navegar de Florida a Cuba, pero las autoridades estadounidenses, todavía neutrales en el conflicto, impiden el embarque de los guerrilleros y les confiscan gran cantidad de armas. El presidente Grover Cleveland no apoya a los independentistas.
Sin embargo, esto sólo implicó retrasar unos meses la ofensiva de los patriotas. El 24 de febrero de 1895, día del Grito de Baire o grito por la Independencia de Cuba, la guerra reinicia y por ello convierten a miles de españolitos, a la fuerza, en soldados; carne de cañón. La condición y situación de los reclutas es totalmente injusta.
En esos tiempos pervive todavía un sistema de quintas, con el que los jóvenes pueden librarse de la mili si encuentran a otra persona que les releve o pagan la desorbitada cantidad de 2 mil pesetas. Un jornal en el campo se pagaba a peseta y media, lo que nos da una idea de quiénes podían eludir el servicio militar.
En conclusión, los hijos de las familias pobres iban a una guerra sin experiencia alguna, mientras que los jóvenes acaudalados permanecían en casa.
Arsenio Martínez Campos, el hombre que precipitó la subida al poder de Alfonso XII y se encargó de poner fin a la guerra cubana de los diez años es enviado nuevamente a la isla, donde encuentra que la vida en las ciudades no se ha alterado y el orden es perfecto. La revuelta está en el campo. ¿Cómo pararla? Concentrando a las familias campesinas, para aislar a los rebeldes.
Algunos historiadores opinan que la idea de establecer campos de concentración fue de Arsenio Martínez, pero otros piensan que vino del presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo. En cualquier caso, el encargado de realizar esa impopular tarea fue el general Valeriano Weyler.
Este militar impone una política de mano dura que dará algún resultado, en combinación con las concentraciones mencionadas. Weyler prohíbe la exportación de tabaco desde Pinar del Río para arruinar a los empresarios de la Florida, y no le duelen prendas a la hora de saquear aldeas, incendiar cosechas y robar ganado. Todo, para aislar a los insurrectos.
A la par, refuerza con 15 mil soldados las trochas o trincheras que dividen la isla en compartimentos aislados, a modo de extensos Muros de Berlín.
Al comenzar 1897 todo parece sonreír a los españoles. Los patriotas cubanos Antonio y José Maceo han muerto, y 190 mil soldados apoyados por 70 mil voluntarios enfrentan a 3 mil insurgentes, para los que ganar la guerra es una quimera... Como no sea con ayuda internacional, es decir, la presión estadounidense.
Recordemos que ese año, de buenos aires momentáneos para la metrópoli, William MacKinley es electo presidente de Estados Unidos y traerá de la mano a dos partidarios acérrimos de los independentistas cubanos: John Sherman, como secretario de Estado, y Theodore Roosevelt, nombrado subsecretario de Marina.
Además, en agosto un anarquista acaba con la vida de Antonio Cánovas del Castillo. Las cosas empezaban a torcerse.
A la muerte de Cánovas ocupa su lugar Práxedes Mateo Sagasta, su contrincante durante muchos años, quien en una carrera contrarreloj intenta apaciguar las aguas cubanas y estadounidenses. Su primera medida es relevar de su puesto al controvertido general Weyler, que recibía innumerables críticas de la prensa de EE.UU.
EN LOS AÑOS 20 DEL SIGLO PASADO, EL NONAGENARIO GENERAL DIRÍA LO SIGUIENTE: "Los tuve (a los rebeldes cubanos) a dos dedos de pedir la paz… pero murió Cánovas, me relevaron, no se opuso nadie a las maniobras de Estados Unidos… y ocurrió lo que tenía que ocurrir”.
Otra medida de Sagasta es conceder, por fin, autonomía a Cuba. El 1 de enero de 1898 es la fecha de tan magno acontecimiento. Tan solo 45 días antes de que el Maine salte por los aires... Demasiado tarde.
En el siguiente capítulo me centraré en el año del desastre. CONTINUARÁ...