1.5.3 Cronología del Retorno a Ibarra

Page 1

El Retorno a Ibarra. 3.- Cronología del Retorno a Ibarra CRONOLOGÍA DEL RETORNO A IBARRA

Casa de Gobierno en el día del Retorno AÑO 1872. Día 20 de abril, diecinueve peones tuvieron que abandonar su trabajo del Palacio de Gobierno, para transportar desde La Esperanza los muebles y útiles de dos escuelas, y colocarlos en dicho edificio. Asimismo empezase la fábrica de ladrillos con que pavimentaron el suelo de las piezas destinadas a las clases. Tales actividades absorbieron una semana entera. Amaneció el domingo, 21 de abril, último día en la existencia de La Esperanza, como capital de Imbabura, y aun como domicilio de no pocos de sus pobladores. Su número exacto no se halla consignado en los documentos de aquel tiempo. Huelga ponderar la emoción de aquellos habitantes, de gozo en la mayoría; la fabril actividad en hombres y mujeres para el transporte de ajuar, de comestibles, de infantes incapaces de caminar por sus propios pies, de aves y animales de corral, etc. Un parasceve para el viaje de todo un pueblo.


Al despuntar el alba del 22 de abril, día lunes, todo bulle, y todo es bulla, en La Esperanza. Se da la última mano a los cargamentos, a los paquetes, al enjaezamiento de los caballos, etc. Empieza el desfile de las caravanas; grupos abigarrados que descienden a Caranqui, de aquí a Chaupi-estancia, en donde aprovechan de la recta y flamante carretera. De seguro que gran número de personas particulares bajaron también a Ibarra en ese día 22, pues tal fecha fue y es considerada como el día del retorno. Es de suponer que Monseñor Iturralde cumplió su palabra, y se trasladó a la ciudad rediviva, en la semana de pascua, por tanto en los primeros días de abril. Asimismo el ilustre sacerdote Mariano Acosta, cuyas son estas palabras: "¡Ibarra! cuna dos veces mía, por cuanto después del terremoto otras tantas me considero nacido. ¡Ibarra! bella entre las bellas, por la planta en que brotó y los elementos de vida que posee. Ibarra, en cuanto esté de mi parte ha de resucitar, y en sus edificios ha de quedar escrito el nombre de los ibarreños que, como hijos, la amen. Bien está La Esperanza como la tienda del árabe en el desierto, como punto de reposo para una noche. Pero, mientras más a la vista el hogar propio, mayor el ansia de abrigarnos en su seno". Ese día 22 transcurrió en un incesante trajinar entre La Esperanza e Ibarra, y en instalarse pasablemente o mal en la villa resucitada. Esta comenzó a ser de nuevo la capital de Imbabura, después de tres años y ocho meses de haber sido tan solo sede de un Teniente Político. En el decurso de aquella memorable semana las gentes continuaron bajando a Ibarra, pues La Esperanza iba resultando, de día en día, menos atrayente y simpática. El 23 de abril, Don Francisco Javier León, Ministro del Interior, dirigió el siguiente oficio al Gobernador Juan España: "El Supremo Gobierno aprueba la orden que ha expedido vuestra Señoría para que se trasladen a la ciudad de Ibarra todas las oficinas públicas el 22 del presente; y me ha


ordenado agradecer a vuestra Señoría por su interés por la reedificación de la nueva ciudad".

En igual fecha, García Moreno escribió al Dr. Juan Villavicencio, con dirección no a La Esperanza sino a Ibarra. He aquí el contenido: "Parece que UD. no comprende bien el objeto esencialmente caritativo de los Montes de Piedad. Estos establecimientos no son como los Bancos, medios de favorecer la industria y el comercio, proporcionando dinero al que tiene responsabilidad y necesita para negocios. Su objeto es proporcionar dinero a los pobres que, en las enfermedades y otras circunstancias críticas de la vida, son víctimas de los usureros o chulqueros, como dicen en el país. Lejos de acabarse el Monte de Piedad, según UD. cree, es más fácil se acaben los fondos destinados a él. Por lo que hace a la incompatibilidad del Código Civil, se olvida UD. de que la ley posterior deroga a la anterior; y tal vez ignora que en todos los países en que se conoce esta benéfica institución, leyes especiales permiten que reciba un interés más crecido del establecido por la ley común, con el objeto de conservar y aumentar los fondos del Monte en favor de los pobres". En 27 de abril, sábado, se publicó en Ibarra el siguiente oficio: "Señor Jefe Político del Cantón: El día de mañana tendrá lugar la bendición de esta ciudad, nuestra cara patria, y una misa en acción de gracias a la Divina Providencia, por la nueva instalación. No obstante que no es fiesta de las designadas por la ley, sin embargo un acto de gratitud y amor a nuestro suelo natal, nos impone voluntariamente a concurrir a dichas ceremonias religiosas. Así pues, espero que UD., en unión del Ilustre Concejo Municipal se sirva hacerlo en la forma de estilo y a la hora de costumbres. Dios y Patria. — Juan M. España".


Aurora más linda les pareció a los ibarreños la que brilló sobre la cima del Imbabura, el día domingo, 28 de abril de 1872. Festivos repiques de campanas en una improvisada capilla de nuestra Señora de las Mercedes, trajeron el recuerdo de los encantos de Navidad. Y ciertamente a celebrarse iba un acontecimiento análogo al de Belén, a saber: el nacimiento y bautismo de la segunda Ibarra, cual ave fénix, renacida de sus cenizas. Centenares de sobrevivientes se agolparon en el diminuto y destartalado templo y sus contornos. Allí estaba, como solícito pastor, el Hmo. Sr. Obispo Antonio Tomás Iturralde, con una parte de su clero. Allí el dinámico Gobernador Juan España, juntamente con las autoridades municipales y cantónales. Allí el Comandante de Armas, Coronel Manuel Salazar, a la cabeza de bizarra compañía de soldados. De allí arrancó la procesión en dos largas hileras, cantando las letanías de los santos. Llegados a la plaza principal, Monseñor Iturralde, revestido de la capa pluvial, recitó alguna de las oraciones compuestas por la Iglesia, para pedir a Dios la cesación de las calamidades. He aquí un espécimen: "Oh Dios, que os ofendéis con nuestras culpas, y os aplacáis con nuestra penitencia, escuchad las preces de vuestro pueblo, y apartad los flagelos de vuestra ira". El bondadoso Prelado bendijo la naciente ciudad, mediante una de las fórmulas prescritas en los rituales. He aquí una de ellas: "Oh Dios que te muestras benigno en toda la extensión de tus dominios, concédenos que, de hoy en adelante, nunca falte tu bendición en este lugar, y todos cuantos te invocamos recibamos los beneficios de tu largueza". Acto seguido, roció el suelo con agua lustral. Regresó la procesión a la capilla de la Merced; comenzó la santa misa; y después del evangelio, subió a la cátedra sagrada el Sr. Canónigo Mariano Acosta. Oigamos unos acápites de su alocución:


"Cuando nos vimos peregrinos en nuestro suelo, sin hogar doméstico, sin templo, con vista anublada y paso tembloroso, buscando asilo para nuestra inclemencia, invocamos a la Providencia salvadora. Cuando, postrados en tierra, y regando el suelo con profuso llanto, levantábamos nuestras voces al Cielo para mover la conmiseración del Altísimo; cuando, contritos y confusos por el terror que nos infundía el Dios de los ejércitos, de la tierra y del mar, nos sometíamos, resueltos, al poder del brazo fuerte que nos hería, entonces confesando estábamos que Mariano Acosta

la vida y la muerte, nuestra patria y nuestras esperanzas estaban en manos de Dios; que no había lugar en la tierra donde

pudiésemos estar a cubierto del poder formidable de un Dios, cuya mirada estremece los abismos, cuyo tacto derrite los montes como cera. Y muy lejos de poner en acción me- . Dios humanos para salvarnos, nuestro consuelo fueron los exorcismos y las bendiciones de la Iglesia. Levantó el sacerdote la santa insignia de nuestro Redentor; y orando con el pueblo, conjuró la tempestad desoladora. Las aguas que bajaban a inundar la ciudad desgraciada y completar su ruina, se suspendieron, al tocarla. La densa nube tempestuosa que cubría el horizonte, se disipó de improviso. La Providencia extendió a los habitantes de Imbabura su mano bienhechora; y éstos le levantaron altares en el sublime templo de la creación, para ofrecerle el único sacrificio que afianza la paz y amistad entre Dios y el hombre.

Sumamente propicia la voluntad del Señor, hizo llegar bien pronto el clamor de la desgraciada Imbabura a las provincias y naciones vecinas. Quito, Cuenca, Guayaquil hicieron nuestro su pan, su vestido, sus medicinas, su dinero. ¡Gratitud eterna a las provincias del Ecuador, y naciones de Inglaterra y del Perú! Y sobre todo, guardaremos imperecedera la memoria de los imponderables servicios personales que debemos al


magnánimo y caritativo Jefe de la Nación, Padre de Imbabura, quien lloró con nosotros, se apropió de nuestra desgracia, para remediarla; y con brazo robusto improvisó una grande población compuesta de hospitales, monasterios, templos, escuelas, y casas de habitación para todos los menesterosos... ¡Ibarra! patria mía, levantaos del seno de las ruinas, y la diestra del Altísimo te embellecerá. Tus calles serán espaciosas y pobladas. Tus plazas hermosas y afluidas de gentes de los mares. Tus aguas cristalinas y puras. Tus habitantes virtuosos y felices. Un ángel de Dios velará en la altura de tus Andes para contener los desenfrenos de la naturaleza; y despejará el horizonte, al amanecer de los felices días que se os prometen".

Terminada la función religiosa, la concurrencia se dirigió al Palacio Municipal. Aquí el Gobernador Juan España emitió un corto discurso, en el cual afirmó no haber omitido esfuerzo alguno por el resurgimiento de su provincia; y declaró que Ibarra quedaba rehabilitada como capital de. Imbabura. Tomó también la palabra el notable orador José Nicolás Vacas. Escuchemos algunos párrafos:


José Nicolás Vacas

"Al revuelto y proceloso fragor de la tormenta, sucede la calma de la bonanza; al desaliento, reemplaza la fe; vea se brillar en los confines del horizonte, a través del polvo

sepulcral que oscurecía nuestros ojos, la consoladora luz de la esperanza, con la cual entrevemos poco a poco el porvenir, hasta que el espíritu de reacción viene a aposentarse de lleno en nuestros corazones. Los esfuerzos y paternal solicitud de un Gobierno verdaderamente ilustrado, y la activa cooperación de nuestros magistrados locales, inteligentes y probos, resuelven el problema de nuestra rehabilitación...

¡Salve, Ibarra!, dulce patria mía. Ibarra, asiento del honor, del valor y de la inteligencia. Bendito sea mil veces el fausto momento en que tu nombre vuelve a resonar entre los nombres de los pueblos vivos, surgiendo nuevo y brillante del polvo en que iba a sumergirse.

Loor eterno, señores, al Supremo Dispensador de todos los bienes; y después de El, a los hombres a quienes debemos tan señalado beneficio. Que la historia, depositaría fiel de todos los grandes sucesos, recoja los nombres del egregio Presidente actual de la Nación; del laborioso joven Gobernador de esta provincia, y de las demás autoridades locales, y los compagine con los del ínclito Miguel Ibarra, y con los de Troya, Bedón, Saona, Checa, Narváez, Forcen, Monreal, etc., haciendo resaltar el 28 de abril de 1872, junto al 28 de setiembre de 1606... Estamos en el caso de hacer lo que haría un individuo particular a quien, teniéndole por muerto, se le fuese ya a depositar en el sepulcro. Pero, en el momento de abandonarle para siempre, aparece un hombre inspirado por la ciencia y la caridad; y rompiendo el sudario aplicase al cadáver un bálsamo de portentoso efecto, con el cual no sólo volviese a la vida, sino que adquiriese fuerzas bastantes para emprender nueva y mejor carrera. Pues tal individuo, en aquel instante solemne, se postraría en tierra para rendir las más humildes


gracias primero al Dios de las misericordias, y después al hombre bienhechor, al hombre de la ciencia y la caridad. Nosotros hemos sido hasta hoy el pueblo muerto, a quien ya se quiso olvidar; y el hombre bienhechor es la autoridad pública".

Esta segunda fundación de Ibarra fue firmada, en acta solemne, por los personajes antes mencionados, y por el Presidente Municipal Doctor Rafael Peñaherrera, por el Secretario Joaquín Moran, por ciudadanos particulares como Manuel Alejandro Pasquel, Modesto Gómez Jurado, Miguel Cervantes, José María Pozo, Ramón Rosales, Aparicio Moncayo, Darío Almeida Marcillo, Mariano Manosalvas, Manuel Alejandro Cifuentes, Miguel Játiva, Nicolás Clerque, Luis Villafuerte, Darío Erazo, Teodoro Jijón, Pedro Recalde, Manuel Castelo, y cien más. Todos estos documentos fueron enviados a Don Gabriel, junto con el más cordial y efusivo agradecimiento; y publicados luego en "El Nacional" de 20 de mayo de 1872. En el rostro del Presidente brotó una sonrisa de paternal satisfacción; y en su pecho se acreció el anhelo de hacer más beneficios a la renaciente provincia.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.