Edificaciones Antiguas. La Hacienda Chorlaví
Fotografía antigua de la Hacienda Chorlaví
Marcia Stacey de Valdivieso La familia Tobar fue dueña de la hacienda Chorlaví desde muchos años atrás. El Sr. Juan José Tobar y Lasso de la Vega casado con la Sra. Ángela Freile y Donoso, fueron padres de Nicolás y de Juan José Nicolás casado con la Sra. Carmen Francisca Landázuri. En el año de 1947 fallece el Sr. Carlos Manuel Tobar, y su viuda, arrienda a su hijo José la hacienda en el año de 1948, y en el año 1951 se casó con Pilar Álvarez Chiriboga, hija de Antonio Álvarez Barba y de Eloisa Chiriboga Chiriboga. En el año de 1953 nace su única hija María Eugenia. La propiedad se componía de 150 Hectáreas bajo riego, de tierra de muy buena calidad, con dos cosechas al año. Pero en el año de 1962 la presión demográfica y la Ley de Reforma Agraria, obligaron a parcelarla en 80 propiedades de huertos familiares; le quedan la casa y 5 Hectáreas de terreno, que no justifican una producción rentable. Se forma el Club de Automovilismo y Turismo de Imbabura (CATI), siendo José Tobar Tobar su impulsor y primer Presidente. En 1961 comienza la construcción del Complejo de
Yahuarcocha, preferentemente del Autódromo, dirigido y auspiciado por los personeros de CATI. Por falta de fondos económicos se termina de construir en 1970. José Tobar Tobar interviene con éxito en política, siendo electo Alcalde de San Miguel de Ibarra (1962 - 64). En 1965 José comienza a trabajar en Industrias “Ales” y en 1969 decide reconstruir la casa antigua de la hacienda con el objeto de hacerla Hostería, termina los trabajos en 1971. José trabajó en Industrias “Ales” hasta 1973, en que se dedica solo a la administración de la Hostería. El tiempo que José trabajó en la agricultura fue de bonanza; sembró maíz, papas, habas, fréjol, y más productos de la sierra, además de la ganadería. Se mantuvieron por muchos años con los ingresos de este trabajo. Pero cuando vendieron sus tierras se quedaron tristes; Pilar y Pepe querían mucho a Ibarra, se habían integrado a su sociedad y sus problemas; habían trabajado por la Provincia, aún en la política como Alcalde, y no querían alejarse de ella. José había sido el promotor de la pista de carreras y complejo Yahuarcocha, auspiciador de lugares típicos para los turistas, de las ventas de manufacturas de Otavalo y de las especialidades de Ibarra, como nogadas, helados de paila, arrope de mora, empanadas de morocho; que hacen las delicias de los turistas y visitantes de ella. Pensaron en lo atractivas que resultaban siempre las fiestas en la casa solariega antigua, con su patio y pila de piedra, sus corredores en cuadro, la gran cocina llena de ollas de hierro fundido, de pailas de bronce y piedras de moler maíz, cauca, chuchuca, café y otros granos. La casa tenía muchos cuartos: cinco dormitorios, salas comedor y trojes, donde se podían acomodar varios cuartos más. En las fiestas de San Pedro y San Pablo, íbamos casi toda la familia, además de invitados, especialmente relacionados con las familias Álvarez y Chiriboga e invitados de Pasto: jóvenes con quienes mantenía la familia buenas relaciones, chicas muy guapas, que causaban furor entre la juventud de quiteños y medio riobambeños. La fiesta era de renombre, comenzaba el 27 con la llegada de camiones llenos de colchones y cobijas para improvisar dormitorios. Nosotros también viajábamos en una vieja
camioneta llevando colchones de lana, (no existían aun los de espuma), almohadas de lana, cobijas y colchas tejidas en crochet. Cerca a Ibarra, entrábamos bajo un letrerito que nos anunciaba a "Chorlaví"; cruzábamos por un puente de madera, cubierto con techo de paja, sobre una quebrada, bajo la cual corría un hilo de agua y desde cuya altura se miraba una pared del troje de la antigua casa, llena de plantas de mora, siempre con rojas y negras frutas, de grano grueso, jugoso y dulce; de taxos, con sus bellas y extrañas flores, sus grandes y amarillos frutos. Sobre el dintel de las puertas, colocaban letreritos que decían: "solteros, solteras, niños, niñas, casados" etc. Los que llegábamos nos íbamos acomodando en el suelo, en un colchón, pero nunca eran suficientes, pues para la noche, siempre llegaban más personas y terminábamos durmiendo en cama general, sin distinguir la exclusividad de los colchones. En las esquinas de los corredores y cerca del medio día, se colocaban cocinetas de carbón, donde famosas cocineras ibarreñas preparaban: empanadas de morocho, choclos cocinados, llapingachos, caldo de patas; en otra esquina se hacían helados de paila, girando estas en un lecho de paja de monte y hielo, acomodado con uno que otro carbón y sal en grano, para que dure más. Generalmente los había de mora, taxo y guanábana. En un corredor había costales de frutas: mandarinas, chirimoyas (muchas veces cogidas en el huerto detrás de la casa), y aguacates. Los invitados comíamos a nuestro antojo, para los niños había caldo de gallina con presa y cebollitas con perejil picado, que lo servían en la cocina. Al día siguiente, 28, luego de la misa que la celebraba Monseñor César Antonio Mosquera Obispo de la Diócesis de Ibarra, y del desayuno, todos íbamos a la pesebrera, hacia el corral donde se realizaban los toros cada año. Se encontraban siempre prestos para torear el "Loco" Correa, Hugo Oquendo, Edgar Puente, llegaba Hernán Vásconez lujosamente ataviado: Botas de cuero, "jeans", sombrero tejano y pistolas al cinto, con cinturón talabarteado y lleno de tachuelas plateadas, ah! además guantes y fusta de cuero, pues venía a caballo desde su propiedad. Llegaba sacando
polvo al piso con su caballo Apache. Cuando ya salía el novillo, o la brava vacona: se lanzaban espontáneos como César Mancheno, Antuco Álvarez, Eduardo Bustamante Álvarez, y más primos; mientras los pastusos Carlos Luna Zarama y Pedro Díaz del Castillo, se caían intencionalmente de la tapia, improvisada gradería del coso, para demostrar sus habilidades taurinas, o correr asustados hacia otro "graderío", o agarrarse de los cuernos del animal, hasta tratar de dominarlo. El mayordomo de siempre, más tarde administrador José López, con su gente, estaba alerta para cualquier contingencia e invitaban a presenciar por la tarde, la pelea de gallos, los disfrazados, las camaretas, vacas locas, los castillos, etc. Pasado el almuerzo, salíamos a pasear por los huertos y el campo, o en automóvil a Ibarra para dar "una vuelta". A las 6 de la tarde ya se había acomodado las chamizas en el patio de entrada, se encontraba la banda y toda la gente de la hacienda, disfrazados y bailando al rededor del abrasador fuego, que prendido, lanzaba sus llamas y chispas al cielo, enrojeciéndolo y calentando el ambiente, al cual los friolentos emponchados se acercaban a calentar las manos. Pilar y el mayordomo invitaban a la fiesta. Luego del discurso bien dicho por Luz María Collahuazo de Pomasqui, gran oradora, de dotes naturales, que hasta el momento enternece a sus coterráneos, indígenas del lugar. José López el mayordomo, sacaba a bailar a Pilar y Pepe a Luz María; bailaban aires típicos que tocaba armoniosamente la banda, a los que se iban uniendo los invitados y todos los peones. A las 12 de la noche todo el mundo se retiraba a dormir, pues los señores mayores imponían orden y aún los colombianos, sin remedio, se retiraban a descansar. Al día siguiente, la campana anunciaba que el Sr. Obispo "Antuquito" como le decíamos, por ser ahijado de mi tía Lucrecia, llegaba ya para la misa. Recogíamos las hamacas del corredor y poníamos sillas. Al extremo quedaba un pequeño cuarto donde dormían Oswaldo Chiriboga con su esposa Eulalia Vega y su hermoso, churón y oji-azul hijo
Manuelito. Frente a este, se encontraba la capillita y el corredor, donde un poco apretados, entrábamos todos. Pasada las 3 de la tarde, muchos emprendían el regreso, otros decidían acompañar a los pastusos hasta su tierra, comprar caramelos "La rosa", galletas, ropa y regresar, luego de una muy buenas vacaciones costeadas por la generosa familia Tobar Álvarez, que ya tenían a su hija María Eugenia. Ahora, cuando regreso a Chorlaví, cruzan por mi mente los recuerdos: de la gente muerta ya, de mi abuelita Eloisa, de mi madre joven aún, miro sentadas en el corredor, en una banca de madera a mis tías: Eloisa, Inés y Lucrecia; de los personajes de mi edad, niños entonces: Ramiro Álvarez fallecido, Diego Espinosa y sus hermanas, de Martha Mancheno mi compañera, que se marcho a temprana edad. Recuerdo los noviazgos de Eduardo Burneo con Carmen Álvarez y de su hermano Vicente Burneo con Paulina Matheus, la simpatía de Margoth, la clara risa de mi prima Marcia, a mis hermanas jóvenes y alegres, brilla la pavesa, oigo las risas, miro a mis primos, que cogidos de mi mano, saltábamos la chamiza; los amplios corredores sin pasamano, la capilla, el miedo que nos producían los trojes y los muros exteriores que daban a la quebrada, donde recogíamos moras. Mis recuerdos se llenan de fantasmas y leyendas, que van desapareciendo con el tiempo, y reemplazándose con otros seres que los veo hoy, nuevos muchos, con caras que miro familiares en mi memoria, siempre gentiles y amables Pepe y Pilar, sonriendo a todos los visitantes, que alegres vamos allí a gozar de su cálido ambiente, de su rica comida, de su armoniosa música y del recuerdo de esta antigua casa, que tiempos atrás, fue una gran hacienda productora y hoy es una bella Hostería, orgullo de Imbabura.