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Hombres Ilustres. Francisco Hipólito Moncayo DR. FRANCISCO HIPÓLITO MONCAYO. Nació en Otavalo el 21 de julio de 1903; sus padres fueron don Cornelio Moncayo Gómez y la señora Hortensia Parreño Mena. Sus estudios los inició en la escuela 10 de agosto, de Otavalo, los secundarios en el Instituto Nacional Mejía, de Quito, para continuar en la Universidad Central del Ecuador, donde se graduó de Doctor en Jurisprudencia en 1930. Su tesis de grado La cuestión social en el Ecuador, publicada en el tomo 30 de la Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano, colección del Banco Central del Ecuador y de la Corporación Editora Nacional, refleja un profundo conocimiento, desde el punto de vista sociológico, de las condiciones culturales y formas de vida de los diferentes grupos humanos del país, aunque con mayor detenimiento trata de la realidad social de los habitantes blancos, indios y negros de la provincia de Imbabura. El tribunal que estudió la mencionada tesis recomendó su publicación en la revista Anales de la Universidad. Desde sus años juveniles, Francisco H. Moncayo organizó grupos estudiantiles orientados a las tareas intelectuales. En la Universidad formó parte del Grupo Llamarada; con Humberto Salvador, Delio Ortiz y Humberto García Ortiz creó la revista El Universitario, de gran valor científico y literario. Corresponde a esa época su afán de investigación que le permite escribir las biografías de Mariano Acosta y de Pedro Moncayo y Esparza, esta fue premiada con medalla de oro en un concurso promovido por el Centro Universitario del Norte. En Otavalo, Moncayo colaboró con las publicaciones de la Liga Vasconcelos, sus artículos aparecieron en los periódicos Germen y Adelante y en la revista Imbabura. En 1930, con Víctor Alejandro Jaramillo publicó el semanario Avanzada. En la Revista Municipal, Órgano del Concejo Cantonal de Otavalo, que circuló entre 1942 y 1945, encontramos varios artículos suyos, algunos firmados con el seudónimo Black-Devil.


La provincia de Imbabura y su organización a través de la Historia es un trabajo bien documentado que se publicó en 1929 en la Revista Jurídica de Ciencias Sociales, de Quito. Este importante estudio, totalmente desconocido en nuestro medio, ha sido incluido en la colección Tahuando, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Imbabura. De sus afanes literarios de la época que va desde 1926 a 1940 hay que rescatar una serie de cuentos, de los cuales se conocen solo los títulos: Las hazañas de X, El regalo de Navidad, La caída de Malvarrosa, El primer tiempo, El crepúsculo, Latigazo de angustia, Decepción, En la celda, Los tres golpes, entre otros más. Sus colaboraciones en la Revista del Núcleo de Imbabura siempre han sido importantes. Sus artículos, sobre diferentes tópicos, tienen un estilo elegante, los de carácter histórico son muy bien documentados y los que tienen que ver con la ciudad de Ibarra reflejan su profundo amor a la tierra que lo acogió durante muchos años. En un artículo publicado en el Diario La Verdad, con ocasión del fallecimiento de este importante ciudadano, acaecido el 27 de abril de 1974, se dice que fue «poeta de inspiración fervorosa y delicada armonía; relatista original y ameno; jurista de probidad y sabiduría; ciudadano de acendrada pulcritud, de constante preocupación por todo lo que tema referencia al progreso, al bien de la colectividad». Continúa el artículo con estas frases: «Muchos años fue Ministro y Presidente de la Corte Superior de Justicia por su hondo y equilibrado conocimiento del Derecho. Varón íntegro, llevó con dignidad la toga de magistrado. Por sobre todo lo perecedero amó a Imbabura. Y conoció y exaltó la vida de los pueblos que crecieron, surgieron, amaron y soñaron en este rincón singular de la Patria ecuatoriana». Francisco H. Moncayo fue el segundo Presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Imbabura, en el período de 1956 a 1958. Víctor Alejandro Jaramillo pronunció estas palabras en el sepelio del Dr. Francisco H. Moncayo:


Francisco H. Moncayo fue todo lo que pudo haber sido en nuestro ambiente de tan limitadas posibilidades: magistrado de la justicia-atributo del cielo otorgado también a los hombres, probo, esbelto, más bien humanitario que contaminado de sevicia; poeta, transido de belleza, conoció la delicia de la inspiración y los primores de la versificación castellana; historiador de la provincia, austero, veraz, ajeno a las falacias y a las repulsivas glorificaciones del egoísmo; relatista fluido, no obstante la general penuria de la vida literaria en las provincias; crítico literario, fino, equilibrado, justiciero; su criterio demostraba ponderación y su dialéctica era irrebatible. Como ciudadano, amó de veras a la Patria; militante en un partido político de izquierda, enardecido, si se quiere, por altos ideales, no fue intemperante ni se atosigó con el veneno de los exaltados. Personalidad llena de matices y atractivos, en la que descuellan hombría e ilustración, la de Pancho Moncayo; de sus lecturas copiosas, de su estudio ahincado, prendado de Códigos y cuerpos de leyes, en su juventud, y de apasionantes relatos que contrastan con el rigor frío e impasible de la ciencia jurídica, en su edad madura, y de su vasta ilustración general, quedan testimonios fehacientes en varios opúsculos y en centenares de artículos, lamentablemente dispersos en periódicos y revistas. Esta su obra múltiple arranca desde los años de Colegio y Universidad, centros educativos en los que se destacara con brillo extraordinario. Esta obra distintiva de él, fruto de la noble superioridad de su inteligencia, debe recogerse en algunos volúmenes, para que refleje, a más de las cualidades ya anotadas, y de la visión y exigencias de su espíritu, la integridad de este varón que honró, hablando sin panegirismo alguno, a Otavalo, a Imbabura y a la Patria. El padre José Nabor Rosero Calvachi, quien trató de cerca al Dr. Francisco H. Moncayo, dijo de él: Hombre señero, intachable, ponderado y bueno. Sus actos eran medidos por la prudencia: Cuando se retiró del servicio público, no pareció menos grande. Permaneciendo inactivo, dio a las horas libres un trabajo laudable: meditar seriamente los errores de la vida humana,


y serĂĄ sorpresa para muchos que Francisco Moncayo con alma de poeta se acercara a contemplar la grandiosidad de la eternidad, como el objeto digno del corazĂłn del hombre como queda escrito en el poema dedicado al SeĂąor de las Angustias de su amada ciudad.


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