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Hombres Ilustres. José Miguel Leoro (1897 - 1977) DON JOSÉ MIGUEL LEORO VÁSQUEZ 1 de julio de 1897 - 21 de abril de 1977 Don José Miguel Leoro Vásquez nace en Ibarra, en el hogar formado por don José Miguel Leoro y doña Carmen Vásquez Tirado, el 1 de junio de 1897. Fue el primogénito de los hermanos Leoro Vásquez. Esta apacible ciudad, quizás más romántica y señorial en aquellos tiempos, fue el entorno natural que moldeó su carácter desde sus primeros años de vida. Se conoce que desde niño se destacó entre sus compañeros por demostrar innatas inclinaciones hacia el estudio, por su talento y su aplicación. Una de sus fortalezas precozmente advertidas fue su inclinación a la lectura, hábito que le acompañaría por toda su vida, precisamente. Y es que conocido es que don José Miguel siempre anduvo por las calles de Ibarra con un libro bajo el brazo, a la manera de un inseparable amigo. Semejante simbiosis hombre libro creó un producto final: un ser de vasta ilustración y de sólida formación moral e intelectual. José Miguel Leoro Vásquez, si bien tuvo sus bases en su propia familia como ejemplo de tradición, de culto y de ejercicio de las virtudes y de los valores más excelsos del espíritu, no es menos cierto que demostró una fuerza interior encomiable para formarse a sí mismo y para buscar afanosamente y de manera hasta compulsiva la figura del caballero a carta cabal, del hombre humanamente perfecto y del ser trascendente cobrando clara conciencia de su misión. Leoro Vásquez siempre fue inquieto por un destino superior y buscó no defraudar a sus semejantes y a la sociedad en la que se formó. Para él fueron sus referentes sus propios padres y los patricios ibarreños que aprendió a conocerlos de cerca y a través de la lectura de sus propios libros.


Fue hombre de vida pública y privada intachable, y bien se afirma que "fue buen hijo, buen hermano, buen esposo, buen padre y buen amigo" para quienes lo trataron a través de su luminosa existencia terrenal. Las sólidas bases acumuladas desde su hogar y desde su propia formación personal despertaron una de sus vocaciones más reconocidas, pues temprano si se quiere demostró pasta de escritor, de hombre de letras y de cultura innegables. "Su pasión por la lectura, por la charla sugestiva y amena, fue su gran medio de formación propia que en tal forma absorbía su espíritu, que para él no era tiempo perdido la plática con sus grandes amigos literatos; en el parque, o al recorrer las anchas y tranquilas calles de la ciudad, con el libro abierto en las manos, en contacto con los grandes pensadores de la humanidad, con los grandes poetas, con los sublimes cultores del espíritu ", afirma uno de su tantos biógrafos. Hacia 1922, con la publicación del semanario "El Espectador" se demuestra como un sensible y serio periodista, medio en el cual escribe con verdadera conciencia cívica en temas relacionados con nuestra ciudad especialmente. En 1929 publicó "Ibarra, ayer y hoy" como biógrafo de hombres y de instituciones, con ocasión de la llegada del Ferrocarril a esta ciudad. Es de su autoría la "Monografía de la Sociedad de Artesanos de Ibarra ", publicación que fuera justipreciada con un Botón de Oro. También nos dejó un ensayo inconcluso, "Imbabura en la novela" y el prólogo de "En torno a Espejo". Pero su mayor obra publicada constituye sin lugar a dudas, "Don Pedro Moncayo" que llevaba ya 4 ediciones diferentes cuando el Núcleo de Imbabura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana introdujo con gran acierto una nueva publicación, formando parte de la Colección "Tahuando", en el año 2002, con el número 27. Sobre esta obra, el presidente Baquerizo Moreno diría: "Hallé en su biografía, un decir fácil, pulcro y persuasivo, abundante en citas y recuerdos de no falseada historia y en juicios, descripciones y relatos de tan evidente exactitud y fidelidad que se libra usted del pecado de la idolatría, de convertir a uno a modo de ídolo, al célebre ibarreño, sin que por


esto falte a la vida de Moncayo en manos de usted la elevación que le corresponde en hechos de grandeza y probidad. Quien lea la obra saldrá mejorado". Igualmente la pluma de Alejandro Carrión se evidenciaba comentando que "toda ella está escrita en noble y correcto estilo y nos trae a la presencia y a la atención en el más profundo momento ese noble protector de la libertad que fue don Pedro Moncayo. Magníficos reconocimientos no solo del personaje de la obra, sino también del autos de biografía que pudo con sus grandes cualidades de escritor trazar tan brillante figura y preclara gloria de Imbabura.” La Presentación de la última edición de esta misma obra tiene la autoría de la doctora Mariana Guzmán Villena, distinguida Miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Imbabura, quien con acierto nos dice que "Constituye un deleite intelectual leer la obra "Homenaje a Pedro Moncayo" cuyo autor es el ilustre ibarreño José Miguel Leoro, por tratarse de un compendio que trasluce un profundo conocimiento sobre uno de los más connotados ciudadanos de esta tierra como fue Pedro Moncayo y Esparza ". "El autor para elaborar su obra, deja entrever claramente haber dedicado gran parte de sus actividades para tal fin, ya que no solo se limita a describir la faceta familiar y la personalidad de Pedro Moncayo con verdadera maestría, propia de aquellos que han consagrado su tiempo a indagar e investigar la Vida y todo lo que sobre ella concierne, de aquellos personajes que han hecho historia o que han contribuido a engrandecerla, sino que, sin descuidar el arte gramatical, conjugando la semántica con la hipérbole, se adentra en los recovecos de la existencia misma de Moncayo, como un testigo tangible de la "recia fibra del héroe civil que logra sustraerse a las tentaciones del poder, a los halagos del fausto y la nombradía" y sigue su ruta de sacrificio". "El lector no puede privarse del encanto narrativo del autor Su lenguaje rebuscado lejos de causar incomodidad o falta de comprensión en su significado, atrae la atención, logrando que el lector se sumerja en un mundo impregnado de un "acerado temple de su pluma castiza, capitana, que no sabe de encajes ni arabescos de estilo" José Miguel Leoro a través


de su obra, cabe reconocer, rinde verdadero homenaje al coterráneo, que con estigma de hijo predestinado a la murmuración y al desamparo, formose en cambio al amparo de que solo la libertad hará del hombre ser digno de una patria, y que la educación dotará a la mujer de libertad". Estos pocos párrafos tomados de su obra sirven para ilustrar a los lectores en una muestra fehaciente del estilo y del trato castizo con que manejó siempre sus trabajos. Ritmo pausado, elegante desenvolvimiento de sus ideas y conclusiones lógicas pero convincentes de sus análisis. Del enfoque con el que trataba a su producción literaria ya en ensayo así como en el relato. Es que por su amplia y sostenida obra literaria e intelectual, adornada siempre de inmensa claridad y de exultante galanura, estilo propio y particular con que manejaba el idioma, la Academia Ecuatoriana de la Lengua lo llamó a engrosar sus relevantes filas, distinción que honraba su personalidad, hacía justicia al dedicado hombre de letras y confería un sano y envidiable orgullo muy fundamentado, por cierto a su familia y a la sociedad ibarreña en general. Desde luego también a las instituciones educativas, sociales y culturales del medio. Alguno de su numerosos biógrafos, tal el caso del distinguido maestro y escritor destacado, el licenciado Luis Honorio Ruiz, afirma que "en la Revista de la Casa de la Cultura, Núcleo de Imbabura, que fundara en asocio de otros miembros de dicha institución, demostró su sereno juicio, su probidad y su fundamentado criterio literario y de fervoroso orador de los distintos aconteceres ciudadanos. Por eso, la estima y no vulgar amistad de don Gonzalo Zaldumbide con José Miguel Leoro, al encontrar la "Égloga Trágica' de éste, escrita en 1910, era la novela de naturaleza imbabureña, de su tierra, de su paisaje decorado con la presencia autóctona del indio; de Ibarra, Yahuarcocha, Aloburo y Piñán, descritos con maestría y cariño. Leoro contribuyó asiduamente a su difusión en las ondas, en los periódicos, radio difusoras y revistas. Y aquí en la presentación de "Égloga Trágica" en las letras ecuatorianas y universales, José Miguel Leoro fundamentó la serie de capítulos que fueron apareciendo en libros y revistas,


y que bien podrían formar un libro póstumo titulado "Imbabura en la novela", tema de su predilección, que se difunde con fruición, conciencia y firmeza... Estimuló al novelista y a la novela imbabureña mediante acertados comentarios en la Revista de la Casa de la Cultura, Núcleo de Imbabura, entre ellas: "El cojo Navarrete", "Escombros", "Plata y Bronce' "Clavelina", "Boina Roja” "Nanjijukima", y otras más ". Es que Leoro alcanzó fineza y llenura en su estilo, pues su sello muy personal iba impreso de gran claridad en sus ideas, con un trato idiomático adecuado, con un gusto estético inducido claramente al lector y con gran profundidad en su conceptos y en su mensaje exterior ya en la prosa, en la biografía, el ensayo, como en la monografía. "El libro, la revista, el periódico, la conferencia, el opúsculo, fueron los medios con los que demostró su estilo depurado, pulcro, armonioso, espiritual y profundo", se afirma. Y, yo agregaría que su estilo fue limpio, transparente, elegante, natural, y que supo como gran hombre de cultura adecuarse a los auditorios que le escuchaban y lo leían para llegar con su palabra o con sus ideas. Mérito no siempre frecuente en los escritores o expositores. Es que fue el maestro por vocación, por entrega franca y directa a estos menesteres que le confirió la propia vida en su propia ciudad, de la que jamás se alejó, ni física ni espiritualmente, y en la que permanece como figura emblemática para siempre. Fue el atildado catedrático del Colegio Teodoro Gómez de la Torre al cual ingresó en 1935 por sus propios méritos y demostraciones. Sencillo sí, pero rector ceremonioso, gestual y hasta severo al momento de conducir sus ideas y expresiones frente a su auditorio de jóvenes o adolescentes. Maestro estudioso y correcto. Ejemplo de esfuerzo y de acrisolada conducta pública y privada. Hogareño y gran vecino de sus vecinos. Sus cátedras de predilección fueron de Castellano y Literatura, las que dictó con verdadera fruición. Por voluntad superior demostrada en su vida y por su formación humana y transmisora de cultura fue también vicerrector del colegio en los períodos 1944-1946 y 1958-1960. El consagrado maestro y escritor habría de ser llamado al más allá en forma brusca y no presentida un 21 de abril de 1977. Hay una escuelita en San Antonio de Ibarra que honra su


nombre. Y una importante calle y una urbanización en Ibarra en las que se perenniza. En gesto loable y justiciero, la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Imbabura, decidió en 1997 colocar los bustos de importantes prohombres de la provincia en sus principales corredores y desde allí también José Miguel Leoro nos ofrece una mirada permanente de estímulo por el desarrollo de las causas más nobles de la humanidad. Ya antes la misma institución cultural habría de hacer justicia denominando a uno de sus auditorios con su ilustre nombre. Estuvo desposado con doña Albertina Franco, una mujer de raíces auténticamente ibarreñas, quien fuera el soporte moral y espiritual de su amado esposo y de todos sus distinguidos hijos, profesionales en diferentes ramas que honran también a la ciudad que los vio nacer. E Ibarra le debe mucho también por ser uno de los puntales para la erección del busto en homenaje al patricio ibarreño doctor Pedro Moncayo y Esparza en el parque principal de la urbe, y por tramitar los fondos económicos necesarios ante el gobierno de aquel entonces, la Junta Militar de 1976-1979, para su concreción y erección el 27 de septiembre de 1980 en la alcaldía municipal presidida por el doctor Luis Andrade Galindo, y actuando como vicepresidente del Municipio de Ibarra el autor precisamente de este libro, correspondiéndome a esa fecha presidir en calidad de alcalde encargado la ceremonia de inauguración, por asuntos que son de perfecto conocimiento público. Escrito en Ibarra, noviembre de 1977


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