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Hombres Ilustres. Mariano Acosta

Por José M. Leoro. SU INFANCIA Nació en el valle de Ibarra; y en esta cuenca dilatada y luminosa, admirable de verdor como un rincón de paraíso, circundada de enhiestas cumbres desiguales, en uno como encierro de soledad vio transcurrir sus sobresaltadas horas de niñez y juventud. Pobre, huérfano desde tempranos días, abandonado a su propio esfuerzo, artífice de sí mismo, sintiendo y amando la poesía de la naturaleza circundante, único mundo suyo y refugio de su alma, pulió la gema de su personalidad. La madre solícita en su viudedad, llena de virtudes cristianas y de santidad de alma, sacerdotisa de la casa, maestra en la escuela doméstica, sin duda experta en la ciencia de la conducta, debió modelar la índole del hijo desvalido en esas horas primas de su formación. Una vez más, el hogar sencillo, lleno de inquietudes y privaciones, será el taller en que se forje este bello ejemplar de austeridad, de lucidez y de riqueza anímica, como en el caso de MONCAYO y de JUAN LEON MERA, para no referirnos sino a dos de entre los hombres célebres de la Patria Ecuatoriana.


SU EDUCACIÓN. Y aquel niño, recatado ya por las exigencias y premuras de la vida, iría adquiriendo, en rigurosa gradación, los conocimientos que había de lucir más tarde en las diferentes esferas de su actividad. Estudiar, estudiar todas las horas laborables del día, estudiar con amor y provecho, estudiar para sí y para difundirlo en torno suyo, estudiar siempre, en contraste con la tendencia generalizada hacia la molicie, el lujo y la holganza: tal fue su lema invariable e invalorable. Y luego procurar la realización del bien, en todos los instantes y por todo medio. SU VOCACION HACIA EL SACERDOCIO. Y obedeciendo al exigente llamado de la vocación, seguirá luego por la senda sacrificada del sacerdocio; del sacerdocio digno, ilustrado, virtuoso, de apostólica unción y trascendencia. De aquel que llevó la doctrina a los ápices de la elocuencia caudalosa en los labios encendidos de un Padre Aguirre; de aquel que en la mansedumbre y bondad franciscanas de un YEROVI hizo carne y sangre de esa dulce enseñanza de amor y caridad; de aquel que floreció en la sapiencia, en el desinterés, en el desdén por todo lo que es mundano alago de un GONZALEZ SUAREZ. Es ese apostolado el que en MARIANO ACOSTA imprimió carácter a su colmada obra religiosa y social. Fue un obsesionado por el cumplimiento del deber porque tuvo muy alto concepto del sentido de la responsabilidad. Y el nuevo Levita que se inició con éxito cabal, fue nombrado de inmediato Profesor, maestro de la juventud. Y a este afanar se dedicará con decisión entera, pertinaz, enfervorizada el alma con el anhelo de formar corazones y de enriquecer inteligencias. Volcará su “yo” pródigo en el alma tornadiza de la muchachada. Esta es una de sus fases de mayor resalte y excelencia. Un análisis prolijo y sereno de la obra, podría señalar en ella una dedicación poco común, una disciplina rigurosa, una entrega total, mantenidas al través de muchos años y regidas por un talento organizador y


levantado.

EN LA ASAMBLEA NACIONAL. En 1884 concurre el Dr. ACOSTA a la, Asamblea Nacional, en representación de su Provincia. Y allí obtiene la fundación del Colegio SAN ALFONSO (hoy TEODORO GOMEZ DE LA TORRE), en Ibarra. Y nombrado su Rector, hará de él, de su Colegio, otro motivo, mayormente justificado, de su asiduidad, de sus desvelos y de sus esperanzas. Y ya no hallará sosiego ni vagar, no importa lo escabroso de la senda ni lo ingrato y difícil del magisterio. Allí formará muchísimos nobles espíritus que luego serán honor de la comarca y del País, en las ciencias, en las artes, en la administración, en las múltiples manifestaciones de la convivencia, en fin. Y ese será, sin duda, el haz de laurel más fresco y perdurable en su carrera; la oleada más pura que henchirá su dolido corazón de goces inefables. A las obras materiales que requería Imbabura para su progreso ascensional, dedicará también su actividad bien orientada. Y en la curul del Cabildante o en el escaño legislativo, acentuará su singular independencia y su ya descollante personalidad. Su gesto será amplio y crucial. Tendrá actitud acogedora para todo propósito alto, noble, justiciero. Y por ello será un claro ejemplar de probidad, ajeno a la ceguera de los viejos fanáticos. Como simple ciudadano auspiciará también afanes de cultura y de mejoramiento con su decisiva actuación patriótica y con su prestigio. De Ibarra, de su Ibarra predilecta, hará siempre el blanco de sus entusiasmos y desvelos. SIRVIENDO A LA IBARRA DESTRUIDA Y cuando su ciudad se crispó, rompió y se deshizo en las garras del monstruo enfurecido del terremoto, como dijera el poeta; entonces el patriota será el ángel tutelar que entre el afluir abundoso de sus lágrimas y la gran tristeza de su espíritu, elevará su plegaria, vuelta santa en esa hora inmensa de la desolación, por los seres caldos en aquel espantoso


cataclismo. Que extraerá, de entre el polvo y los escombros, miembros y seres palpitantes aún. Le restañará las heridas de innumerables víctimas. Que llevará, con puntual oportunidad y vivísima solicitud y cariño, el consuelo y la bendición a los sobrevivientes aterrados. Y luego el trabajo material de mantenimiento y socorro en la vida provisional y La Esperanza, hasta obtener, tras larga lucha de intereses y aspiraciones en pugna, el regreso y la rehabilitación de Ibarra en su antiguo solar: otro rasgo de heroica, ternura: el jilguero ibarreño quiso rehacer su nido en el mismo árbol que tronchó la borrasca, confiando en que el cielo lo haría retoñar. Y allí había de contribuir para descombrar, rehacer y reconstruir, con fe y constancia verdaderamente conmovedoras, la derruida ciudad de sus afectos y recuerdos inolvidables.


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