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Hombres Ilustres. Pedro Moncayo y Esparza (1807 - 1888).

POR EL SR. ALFREDO ALBUJA GALINDO Nació en lbarra el 29 de Junio de 1.807 y murió en Febrero de 1.888. Hijo de Doña María Esparza y Páez, lbarreña, y de José Moncayo, Colombiano. PEDRO MONCAYO fue en esencia un forjador de la Patria. Ibarreño, de niñez mordida por la orfandad y los prejuicios sociales, llegó a ser uno de los políticos más rebeldes de su tiempo y de significación en la Historia Republicana. En Quito se gradúa de Abogado el 28 de abril de 1.832, y empieza a ejercer su noble profesión con extraordinario éxito. Abogado de clara inteligencia, político de combate, candente periodista, publicista de estilo, legislador y diplomático, se vengaría de los convencionalismos sociales y de las injusticias, orientando sus potencias creadoras al noble servicio de la libertad y la dignidad de la Nación. Luchador infatigable, de ideas liberales, su vida se llenó de pensamientos y de acciones orientadas a desterrar del país la opresión de un militarismo absorbente y opresor que se iniciaba con la república. Erguido y severo, en conjunción solamente con la libertad y con la democracia, su esencia fue la rebeldía y la libertad. Y como todos los que luchan por esta con calor y fe, soportó destierros, persecuciones y privaciones de todo orden, muy lejos

del

favor

oficial.


No fue ciertamente un periodista de profesión, pero su espíritu revolucionario convirtió al periodismo, a la política, a sus escritos y al Parlamento, en instrumentos formidables para combatir el caudillismo militarista. Amó a su patria como un soldado de la libertad, llenando varios capítulos de la historia accidentada republicana. Por ello fue un forjador de la patria, cuya personalidad no encuadra solamente en los linderos nacionales. Su visión fue más amplia y universal, porque se proponía alcanzar la dignidad humana en ese medio fanático y de opresión de los albores de la República. El Militarismo absorbente con que se inició la República, encendió su rebeldía para lanzarle combativo y resuelto contra la opresión y la tiranía floreana. Su primera lucha fue a través de El Quiteño Libre del que fue el alma, en compañía de destacados liberales y filósofos como Hall, General José María Sáenz, José Miguel Murgueitio, Ignacio Zaldumbide, Matheu, Ascázubi, Vicente Sanz, Miguel Ontaneda y otros, para limpiar el país del militarismo extranjero encaramado en el poder. Hall dirigía la sociedad de El Quiteño Libre, y Moncayo redactaba el periódico. Algunos miembros de la Sociedad vendidos por un par de sargentones, al grito de Viva el Quiteño Libre, cayeron a lanzazos. Pacífico Chiriboga fue atravesado, mientras los bárbaros de Flores degollaban a mansalva. Era la tiranía de Flores con sus facultades extraordinarias que hacía impacto en los hombres que defendían la dignidad de la República. Amaneció el 20 de Octubre de 1833 y en los faroles colgaban los cadáveres desnudos de Nicolás Albán, José Conde, Camilo Echanique y otros más. En la Plaza de San Francisco pendía el cuerpo desnudo de Francisco Hall, a quien las monjas del Carmen mandaron a cubrir su sangrienta desnudez. Los demás miembros se escondieron o huyeron hacia Colombia. E1 número 19 del periódico El Quiteño Libre salió como último número enlutado en tinta el 14 de Septiembre de 1833. Los emigrados, entre los que estaba Moncayo, fueron a dar a Popayán, desde donde sacaron un periódico de oposición enarbolando la lucha: La Voz del Ecuador. Se convierte entonces Moncayo en luchador implacable: luchará a través de El Viejo Chiguagua, porque el periodismo es su arma más poderosa y formidable para los gobiernos


tiránicos. Lo hará también desde el destierro, a través de Linterna Mágica, con el nombre de Junios, periódico que llegaba desde Piura hecho para combatir a Flores y a sus partidarios. Fundará El Progresista para combatir Al Mercader del lado liberal. Acorralado y perseguido por la tiranía, incendió su pluma más aún, cambiando el arma caballerosa de El Quiteño Libre, por la flamígera, candente y virulenta de Linterna Mágica, El Progresista, Fray Francisco y el Padre Tarugo, El Viejo Chiguagua, El Rebenque, y La Linterna Roja. Era la agresión verbal sin medida ni temor, el rebenque implacable para todas las cosas, el rugido de dolor hecho cólera y hecho maldición. Mi LINTERNA existirá, decía, en tanto haya crímenes que pintar y vicios que reprimir. Y para esto tiene que visitar las Cortes de Justicia y todas las Oficinas, y cuando haya expurgado hasta el último rincón de la Capital, dará un salto a las provincias y desenterrará de los archivos sepultados entre el polvo de las tinieblas, los abusos y atrocidades que a imitación del Sultán, cometen los Sátrapas provinciales. Luego de luchar contra Flores que trama entregar el Ecuador a España, se alza corno un alud contra la oligarquía militar, si bien es cierto transige con Urbina solo para liberar a los negros. Vuelve a la lucha con brío de titán contra Robles, el sumiso de Urbina, cuando viola la libertad de imprenta y fusila a un periodista. Su protesta por el fusilamiento es una página inmortal por la defensa de la libertad de escribir. Va al destierro y comienza su lucha contra García Moreno el TIGRE SUELTO, que llamó al Perú en su ayuda. "Nosotros no necesitamos de Castilla, no cuente Ud. Conmigo”, le dijo. Y cuando García Moreno le contesta, "Ud. tiene miedo". “Si”, le dice Moncayo,”Tengo miedo de manchar mi obscuro nombre con una traición abominable". Lucha contra Ventimilla y lucharía, ya ciego y anciano desde Valparaíso, contra esa hiena cobarde que devoró a Vargas Torres entre aullidos de miedo: Caamaño. A través de Moncayo y Montalvo su Secretario que entra como ráfaga, la historia del país se alarga en un viacrucis en la que los dos están como cirineos de la cruz del pueblo.


Titánica fue la obra de Moncayo en la Convención del año 50 y se cuajó en muchas leyes sabias y admirables, ligadas con la libertad. En calidad de Presidente y cuando se discutía la ley de manumisión de nuestros esclavos negros, hizo vibrar, su voz, en esto con Urbina, hasta conseguir la liberación efectiva. Se manumitió pagando a los dueños de los negros DOSCIENTOS PESOS por cada uno y se acabó con la esclavitud en el Ecuador. "La libertad del hombre es imprescriptible", dijo, contra el argumento de los legisladores conservadores de que han adquirido al amparo de la Ley. "Ni la sociedad, ni la ley, exclamó vibrante, pueden legitimar lo que es contra la razón, contra la justicia, contra la naturaleza del hombre", todo lo que indica su alma inflamada de justicia, su infinita rebeldía y su espíritu de lucha implacable contra la opresión y la tiranía. Como fruto de su consagración a los estudios, escribe su libro SOBRE LA CUESTION LIMÍTROFE CON EL PERU. En Chile, donde se domicilió para no regresar más a su Patria, publicó folletos y estudios que fueron obra de difusión y de su cariño. En la prensa chilena no dejó nunca de escribir sobre asuntos políticos y literarios del Ecuador, formando parte del círculo de amigos de las Letras de Santiago, refugio de los intelectuales más notables de América. Lastarria, en sus Recuerdos Literarios, hace constar que entre los varios extranjeros distinguidos que residían en el país, estaba Moncayo, Lavalle, Rivas, Santibañez y otros, y nos hace saber cómo fundada en Valparaíso la Sociedad de LOS AMIGOS DE LA ILUSTRACION, Moncayo escribió en esa Revista sobre el escritor ecuatoriano Herrera y diversos estudios respecto de la situación de las repúblicas de Venezuela, Nueva, Granada, del Ecuador, del Perú y de Bolivia. En Valparaíso, anciano, ciego, sin archivos y con devorados sus apuntes por el fuego, tuvo que rehacer su obra principiada: EL ECUADOR DE 1825 a 1875, SUS HOMBRES, SUS INSTITUCIONES Y SUS LEYES, obra que le consagra para siempre como el soldado de la libertad y de la democracia. Un historiador diría que son páginas en la que los años no han quitado a su autor la viveza de su estilo, la rotundidad de la frase y la severidad de su juicio. Con su alta cultura y con su amplitud de espíritu, Moncayo hace honor a la Diplomacia como Embajador en Lima, y luego en Paris y en Londres.


Moncayo es el padre del Periodismo Republicano y el primer forjador de la Patria, en cuyo espíritu se forja también la rebeldía y el estilo de Montalvo. Fue un gran hombre en quien se resumen muchas glorias. Su vida fue una enseñanza y un ejemplo. Al morir en Valparaíso, viudo, ciego, pues su esposa murió en el primer alumbramiento como flor de un día, pensó en su ciudad querida, IBARRA, la ciudad de su nacimiento, para dejarla por testamento toda su fortuna, mas sus libros que sirvieron de base para nuestra Biblioteca Municipal. El Municipio devolvió esos fondos, invirtiéndoles en la construcción de una escuela de niñas de la ciudad, que lleva su ilustre nombre: PEDRO MONCAYO. Ibarra está en deuda con este hijo predilecto. Una extraña iconoclastia ha hecho que le olviden recluyéndolo a los archivos, lo que debía justamente estar consagrado en el bronce e inmortalizado en el propio corazón ibarreño.


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