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Hombres Ilustres. Teodoro Gómez de la Torre (1809 - 1885) EL SR. CORONEL DON TEODORO GÓMEZ DE LA TORRE Por Luis F. Villamar Figura prestigiosa y culminante, no tan solo en la patria chica, sino en el Ecuador entero y muchas repúblicas del Continente. Acerca de la vida y carácter del eminente e ilustre ibarreño, existen datos preciosos en sus propias Memorias y en documentos oficiales de alta importancia, reveladores de la valía de aquel hombre que fue timbre de honor para el país y el legítimo orgullo de su ciudad natal, su gloria inmaculada. Nació en Ibarra, el 9 de Noviembre de 1809, y murió en la misma ciudad, el 14 de Septiembre de 1885. Fueron sus padres: Dn. Joaquín Gómez de la Torre y Tinajero y Dña. Rosa de Gangotena y Tinajero. Su vida toda fue de trabajo, actividad, abnegación. Culto, ilustrado, ecuánime, tenía la nobleza del espíritu, como tuvo la nobleza de la sangre. Patriota verdadero, consagró al servicio de su país todas las energías de su existencia. Amó a su suelo natal como pocos lo han amado, y este sentimiento suyo supo exteriorizarlo en obras que perduran y perdurarán mientras haya nobles y leales corazones en quienes no penetre el virus ponzoñoso y maldito de la ingratitud. Por sus Memorias se ve, dice Dn. Cristóbal de Gangotena y Jijón, cuán amante de su tierra fue este hombre recto y pundonoroso, a quien la Patria debe un ejemplo saludable y numerosos servicios. En efecto; lo que se destaca en la vida verdaderamente ejemplar de Dn. Teodoro, como cariñosa y comúnmente se le llama, es su apego indeclinable al suelo natal, a Ibarra, y sus grandes virtudes cívicas, su patriotismo, su lealtad y abnegación al servicio del país, dentro y fuera de las fronteras de la patria, desde los días de la Guerra Magna, militando a las


Órdenes inmediatas del Libertador, hasta el final de su existencia, habiendo consagrado la mayor parte de ella a las azarosas fatigas de la vida pública. Educado en la escuela del honor, del deber y del patriotismo, jamás se apartó de ellos. En la historia de la República ocupa brillantes páginas la simpática figura de este ciudadano de excepcionales prendas y virtudes, modelo de honradez, de sagacidad y sano criterio, de laboriosidad y desinterés. Buen hijo, buen hermano, buen amigo, se prodigó para todo y para todos. Parece increíble que un hombre cuya vida estuvo dedicada casi enteramente al servicio del país, dentro y fuera de la República, hubiese tenido tiempo para consagrarse a las faenas agrícolas, afición invariable que contrajo desde la niñez, y para hacer y rehacer su fortuna en los intervalos que le dejaban las múltiples actividades de su vida pública. Ningún propietario fue tan solicito como él por la libertad y manumisión de los esclavos, y él realizó esa obra humanitaria con los de sus haciendas, mucho tiempo antes de que la Ley declarase que no existen esclavos en el Ecuador. Hizo brillantemente sus estudios secundarios en los Colegios de Ibarra y Quito, y comenzó los de jurisprudencia. La causa de la libertad e independencia de América le exaltaba y enardecía. Terminados sus estudios, se incorporó en Riobamba al Cuartel General Libertador. Formó parte de la familia oficial, en calidad de quinto Edecán de Bolívar. En la espantosa catástrofe de 1868, Dn. Teodoro Gómez do la Torre salvo providencialmente la vida como la había salvado en otro gran peligro en 1852. Repartió a manos llenas beneficios y socorros a los damnificados por el terremoto; hizo desenterrar con los peones de sus haciendas a los que se hallaban sepultados bajo las ruinas; se ocupó de todo y de todos, no obstante haber perdido varios miembros de su ilustre familia, una fortuna de más de treinta y cinco mil pesos en la catástrofe, y hallarse el mismo en completo estado de postración que le imposibilitaba hasta para tomar alimento, por la


parálisis nerviosa que contrajo y la bronquitis que adquirió por el polvo de los escombros en que, en los primeros momentos, quedó enterrado. Conducido a Quito, solo al cabo de dos meses pudo ponerse en pie. Al cumplir 60 años de edad, el 9 de Noviembre do 1869, Dn. Teodoro escribió, “a la carrera”, como él decía, la relación sencilla y sucinta de su vida pública y privada, dando gracias a Dios de haberle preservado de cometer hechos punibles en las tormentas porque había atravesado. Escrito en Ibarra, Julio de 1929.


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