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Hombres Ilustres. Víctor Manuel Peñaherrera. VÍCTOR MANUEL PEÑAHERRERA Nació en Ibarra el 8 de octubre de 1.867. Eminente educador de juventudes. Jurisconsulto sabio. Funcionario con altas dignidades: diputado, senador, consejero de Estado, Miembro de la Junta Consultiva de Relaciones Exteriores, Presidente de la Academia de Abogados de Quito, Decano de la Facultad de Jurisprudencia, Vicerrector de la Universidad Central, entre otras. Sus estudios primarios los realizó en el seno de su hogar, siendo su maestra doña María Espinel, su madre. A continuación fue alumno del Colegio Seminario San Diego de su ciudad natal, plantel en el que obtuvo el bachillerato siendo rector el ilustre y sabio sacerdote, Dr. Mariano Acosta. En Quito ingresa a la Universidad Central como estudiante de Derecho y a los tres años de estudio obtuvo el título de Doctor en Jurisprudencia. Tenía solamente 22 años. Comenzó su vida profesional bajo los mejores auspicios. Amó la rectitud con limpidez de procedimientos. Ya en ejercicio de las leyes fue requerido para que dictara la cátedra de Derecho Procesal en la misma Universidad en reemplazo de su querido y sabio profesor, Dr. Luis Felipe Borja. Más tarde fue el Decano de la Facultad de Jurisprudencia de la misma Universidad en calidad de Vicerrector. Captó el afecto y admiración de sus numerosos alumnos, ora por su hombría de bien, ora por su sabiduría y rectitud de procedimientos. Fue el maestro ejemplar en 34 años de la Universidad de Quito. En el Poder Legislativo, sea como diputado y senador, con su verbo elocuente, se preocupó por introducir substanciales reformas en favor de los sectores más desprotegidos del país. Trabajó porque se suprimiera la prisión por deudas en favor de los pobres que no podían pagarlas; luchó hasta conseguir el decreto en favor de la mujer casada para que pueda


disponer de sus bienes libremente y presentó al Congreso un decreto por el cual se suprimió el concertaje del campesino o del indígena que trabajaba en las haciendas. Los cargos que desempeñó tuvieron el sello de su dignidad y grandeza. Por ello el recuerdo perenne para este grande hombre de todo el país. Como verdadero educador enseñó la práctica de la justicia y despertó el interés científico, la comprensión y la honestidad en el campo profesional del abogado. En suma, fue un reformador de las leyes para el bien social. Como escritor de limpia y castiza frase, escribió importantes monografías encaminadas a la mejor aplicación de la justicia. Autor de su obra principal "Lecciones de Derecho Práctico, Civil y Penal", en tres tomos. Dejó los estudios importantes sobre la Ley de Jornaleros, sobre la condición de la mujer casada, su tratado sobre el "Cuerpo del Delito" y su aleccionador y lleno de morales apreciaciones sobre "La Abogacía". Lo que dejó inédito dice un investigador - reclama pronta publicación. Por todo cuanto se ha expresado de esta muy ilustre personalidad, la Casa de la Cultura Ecuatoriana le dedicó estas frases: "Amó la justicia; aborreció el vicio; generoso y tolerante, tendió la mano al caído y atrajo al sendero del bien al descarriado; incapaz de odios, nunca se ensañó con el adversario; caballero "sin miedo y sin tacha", noble y valientemente supo luchar porque se implantara en el país el reinado del amor y de la justicia, quienesquiera que fuesen las personas constituidas en autoridad, y cualesquiera los credos por ellas profesados". Con su muerte, acaecida en Guayaquil el 14 de abril de 1.930, la República perdió uno de sus mejores guías y maestro de juventudes. Ibarra, su ciudad natal, ha perpetuado su memoria en el monumento broncíneo que se levanta en el parque "Nueve de Octubre" y en el Colegio que lleva su nombre. La capital Quito ha colocado su busto en la "Avenida Patria".


Como un legado, cual si fuera testamentario, dejó los siguientes consejos para sus colegas jurisconsultos, que nos permitimos transcribirlos en el momento actual (julio de 1.994), cuando se dice que el virus de la corrupción está matando las instituciones ecuatorianas. Son los siguientes: 1. Desconfiar de nosotros mismos en orden a las conclusiones jurídicas, y no tomar ninguna resolución definitiva, sin previa consulta y profundo estudio. 2. No dar exageradas seguridades a los clientes; pues, por clara que nos parezca la cuestión, puede caber diverso criterio en los jueces que la decidan. 3. Desconfiar aún de la justicia de la causa, y examinarla con particular cuidado; pues los prejuicios, las simpatías, las prevenciones, los intereses pecuniarios, etc., pueden ofuscar y desviar la conciencia, aunque fuese recta y escrupulosa. 4. Evitar las peligrosas y casi siempre antojadizas distinciones entre justicia y moral y justicia legal. Las leyes son, por lo general, la expresión de la justicia, mirada como debe mirarla el legislador, por encima de todo interés personal; y al abogado, principalmente al Juez, no le es dado apartarse de ellas a pretexto de consideraciones morales. 5. Abstenerse de medios injustos e indignos, aún para fines justos. No podemos aceptar ni aplicar el falso principio de que el fin justifica los medios. 6. Abstenerse de juzgar mal, a priori, a los hombres en general y especialmente a los comprofesores y más aún a los jueces, entrando en cuenta que, cada cual puede tener razones, talvez ignoradas por nosotros; que todo asunto tiene múltiples aspectos, y que es en extremo difícil penetrar en la conciencia ajena. La propensión de llevar las cosas a mala parte e interpretarlas del modo más odioso y desfavorable es, por desgracia, uno de los vicios más lamentables y de más graves consecuencias en nuestra sociedad.


7. Moderar los prejuicios y exageraciones de los clientes, sus odios y prevenciones contra la parte adversa y especialmente contra los jueces, cualquiera que sea el ĂŠxito del asunto. 8. Inducir a los clientes a transacciones equitativas y a la preferencia de medios conciliatorios. 9. Abstenerse en lo posible de litigar sobre honorarios y proceder con severa rectitud en las regulaciones de ellos. He aquĂ­, resumido todo el sentido moral y todo el sentido anchuroso de maestro de verdad. Es la esencia de la justicia y de la verdad, como lo exigen las condiciones de un maestro de verdad. Y PeĂąaherrera fue un MAESTRO de verdad.


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