Arqueología Experimental: Aproximación al escudo oval ibérico

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ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL. APROXIMACIÓN

AL

ESCUDO

OVAL

RICO

Por J. M. Gallego Cañamero

IBÉ-


ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL. APROXIMACIÓN CUDO OVAL IBÉRICO.

AL ES-

P O R J. M. G A L L E G O C A Ñ A M E R O 1 INTRODUCCIÓN La Arqueología Experimental es una disciplina alternativa vinculada a la Arqueología convencional; en esencia, tiene como finalidad fundamental la recreación de los elementos documentados arqueológicamente utilizando las mismas técnicas y materiales que se usaron en la elaboración de los modelos originales. De desarrollo relativamente reciente en la Península Ibérica, hace años que goza de una excelente salud en Europa como lo demuestra la existencia de una gran cantidad de parques arqueológicos que anualmente son visitados por miles de personas. En ellos, juega un papel fundamental la rigurosidad histórica en cuyo desarrollo trabajan profesionales dedicados plenamente a ella.2 Sus cimientos teóricos están construidos sobre la base de que la comprobación y demostración empírica de hipótesis y fórmulas planteadas por los arqueólogos es la mejor forma de comprender plenamente la mecánica y la dinámica de los elementos que la Arqueología ha recuperado. La experimentación arqueológica puede aproximarnos no sólo al conocimiento de los objetos en sí mismos sino también al contexto histórico que los concibió, alcanzando deducciones que de otra forma habrían permanecido ocultas. Así, las interpretaciones obtenidas a través de la experimentación pueden ser aprovechables por la Arqueología tradicional para el desarrollo de nuevos marcos teóricos, si partimos de la base de que los objetos arqueológicos no son únicamente piezas de museo, si no que esconden tras ellos todo un abanico de

posibilidades que en ocasiones no son deducibles únicamente a través de la interpretación arqueológica convencional. En Ibercalafell coincidimos plenamente con este punto de vista, y por eso creemos que la mejor manera de comprender un objeto arqueológico y sus verdaderas prestaciones consiste en manipularlo directamente, dentro de un proceso que incluye la elaboración, la comprobación práctica y el consiguiente establecimiento de conclusiones; evidentemente, llevar a cabo esta tarea con piezas originales no está permitido por una cuestión bien simple de conservación del patrimonio histórico. Por eso, la opción alternativa más lógica consiste en recrear los objetos arqueológicos y utilizarlos siguiendo los parámetros de las teorías vigentes. De esta forma, se puede llegar a comprobar con un alto grado de fiabilidad si nos equivocamos o estamos en la vía interpretativa correcta, e incluso elaborar nuevas conclusiones que hasta ese momento habían permanecido a la sombra. En este sentido, cabe señalar la interesante tarea desarrollada desde hace tiempo por diferentes autores europeos en el campo de la reconstrucción y experimentación con armas de la Antigüedad, a partir de las cuales se han desechado teorías que hasta ese momento habían sido tradicionalmente aceptadas por la comunidad científica (JUNKELMANN 1986, SIM 1992 y 2000, CONNOLLY 2000). Continuando en esta misma línea de estudio, el Área de Armamento y Guerra en la Antigüedad de Ibercalafell3 pretende iniciar con este análisis del escudo oval ibérico una serie de estudios vinculados a la experimentación arqueo-

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lógica con armamento protohistórico de la Península Ibérica (algo que, por otro lado, consideramos necesario) que poco a poco irán viendo la luz y que esperamos contribuyan sucesivamente a enriquecer el conocimiento de este aspecto tan interesante de la cultura ibérica. Nuestra intención es valorar y sopesar hasta qué punto pueden ser correctas las hipótesis formuladas en los últimos años por diferentes autores referentes a la dinámica del armamento ibérico, basados casi exclusivamente en las evidencias arqueológicas y en las referencias literarias. No pretendemos, en ningún caso, ofrecer conclusiones definitivas o excluyentes, sino todo lo contrario: nuestra intención es ofrecer puntos de vista alternativos basados en un terreno hasta ahora no cultivado que, naturalmente, pueden entrar en conflicto con los de algunos autores y coincidir plenamente con los de otros. En concreto, se ha reproducido un ejemplar que pudo haber sido utilizado por un guerrero ibérico de la ciudad levantina de Edeta (actual Sant Miquel de Llíria, Valencia) a inicios del s. I a. C., tal vez enrolado como tropa de una cohorte auxiliar de scutati en alguna legión romana. Un escudo oval ibérico de sección plana, arma principalmente defensiva empleada masivamente por los guerreros iberos levantinos a partir del s. III a. C. La técnica constructiva se inspira en el ejemplar romano encontrado en El Fayum, para el que se utilizaron una serie de finas láminas de madera dispuestas en diferentes capas entrecruzadas y encoladas entre sí. Pensamos que los íberos del s. I a. C., acostumbrados ya al armamento romano tras dos siglos de contacto, conocían esta técnica y es posible que la aplicaran en la elaboración de sus propios escudos. El umbo empleado y la decoración de la superficie exterior han sido documentados en el registro arqueológico y en la iconografía figurada que aparece en la cerámica ibérica del estilo “Llíria-Òliva”. En el proceso de montaje

Fig. tuyen Según

1.-

un

Elementos

escudo

Brunaux

oval -

que de

Rapin

consti-

tipo

galo,

(1998).

se ha recurrido a indicaciones de los textos clásicos (principalmente Polibio) y a aportaciones de diferentes autores contemporáneos cuyos estudios se basan en evidencias arqueológicas, iconográficas y escultóricas (BRUNAUX-RAPIN 1988, QUESADA 1997, GRÀCIA 2003) (Fig. 1). “El (equipo militar) romano consta, en primer lugar, de un escudo de superficie convexa, de dos pies y medio de longitud y de cuatro de anchura. El espesor de su reborde es, más o menos, de un palmo (hace referencia a una medida similar a una pulgada). Está construido por dos planchas circulares encoladas con pez de buey; la superficie exterior está recubierta por una capa de lino y, por debajo de ésta, por otra de cuero de ternera. En los bordes superior e inferior, este escudo tiene una orla de hierro que defiende contra golpes de espada y protege el arma misma para que no se deteriore cuando se deposita en el suelo. Tiene ajustada una concha metálica que lo salvaguarda de

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las piedras, lanzas, y en general, contra choques violentos de proyectiles”.4 De esta manera tan detallada describía el griego Polibio los escudos ovales (los romanos los denominaban Scutum) que usaban los hastati romanos. Grandes piezas de unos 65 cm. de anchura por unos 120 cm. de altura, de sección convexa. Más tarde, cuando describe un enfrentamiento entre galos y romanos durante la Batalla de Telamon, comenta: “Cuando los soldados (romanos) armados con jabalinas avanzaron […] y empezaron a tirar nutridamente y con buena puntería (contra las líneas galas) […] esta contrariedad les puso en grave apuro e incertidumbre (a los galos), porque el escudo (oval) galo no alcanza a proteger todo el cuerpo […]”,5 lo que significa que el escudo galo era a ojos de Polibio menos eficaz que el romano, debido a sus características, de dimensiones algo más reducidas y de sección plana, factor que aprovecharon los legionarios para causarles grandes bajas. Aunque Polibio menospreciaba los escudos galos por ser poco prácticos y elogiaba los romanos por ser envolventes y por lo tanto más eficaces, ambos tipos proceden en realidad de un antepasado común y se utilizaron para el desarrollo de una táctica guerrera prácticamente idéntica. Así pues, antes de pasar a la descripción detallada del proceso de fabricación, haremos un breve recorrido por la historia de esta herramienta bélica en la Península Ibérica y por sus particularidades tácticas. Aunque se puede afirmar que las evidencias arqueológicas más antiguas relativas a escudos ovales de la Península Ibérica corresponden a umbos bivalvos del s. IV a. C. hallados en el levante y el sur, los escudos ovales no aparecieron de manera importante en el mundo ibérico hasta mediados o finales del siglo III a. C., introducidos probablemente a través de dos vías: por un lado tenemos algunos hallazgos arqueológicos de escudos ovales (umbos

de aletas paralelas, refuerzos y manillas de hierro) en la zona catalana asociados a otros elementos bélicos con fuertes influencias “La Tène” como son las espadas rectas y vainas de hierro de tipo galo, puntas de lanza de ancha moharra y cascos célticos de hierro, datables a mediados del s III a. C. Lo que significaría que los pueblos de la zona ibérica catalana fueron receptores de importantes influjos culturales procedentes del norte de los Pirineos, entre los que se incluyen estos elementos bélicos no documentados al sur del Ebro en esta cronología (QUESADA 1997 y 2002). Por otro lado, tenemos las representaciones en la cerámica con decoración figurada de S. Miquel de Llíria,6 datables a finales del s. III a. C. que posiblemente representan a las tropas romanas o a los ejércitos cartagineses que transitaron por la Península Ibérica en el contexto de la Segunda Guerra Púnica (Fig. 2). Arqueológicamente, no tenemos evidencia alguna de escudos ovales en el levante hasta el s. II a. C., pero estos ejemplos corresponden claramente a tipos romanos tardíos, pertenecientes quizá a tropas ibéricas plenamente romanizadas (QUESADA 1997b: 541). El escudo oval ibérico es un escudo

Fig. 2.- Guerreros del Lebes 149 del Tossal de Sant Miquel de Llíria (Foto J. M. Gallego)

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grande, plano, con los extremos curvos y lados paralelos, que se empuña mediante una manilla horizontal, específicamente diseñado para un tipo de guerra en la que es fundamental ofrecer al enemigo una barrera defensiva compacta y resistente, parecida a la falange griega, pero al mismo tiempo mucho más ligera y flexible (Fig. 3). También puede ser empleado como arma ofensiva, lo que explicaría la

nocimientos para su óptimo rendimiento, lo que podría inducir a pensar en la existencia de una serie de individuos dedicados completamente a su conocimiento y desarrollo táctico, hacia el s. III a. C y en adelante, bien dedicados a tiempo completo o semi- completo como hombres libres, miembros de una élite guerrera ibérica, quizá bien adiestrados por oficiales romanos o cartagineses en plena Segunda Guerra Púnica.

Descripción metodológica

Fig.3.- Guerreros ibéricos de Ibercalafell en formación de pseudo- falange, protegidos con escudos ovales planos. (Foto Ibercalafell).

existencia de unos refuerzos metálicos en los bordes, además de para evitar que los golpes de filo corten la cubierta de piel y deshagan la estructura o que cada vez que se apoya en el suelo se deteriore el canto de cuero (QUESADA 1997: 534, GRÀCIA 2003: 206). Elaborado con madera, fibras animales, lino, piel bovina y hierro, el objeto resultante puede definirse como una pequeña obra de ingeniería rústica en la que cada elemento tiene una razón de ser y cumple una función específica. En la praxis, resulta verdaderamente útil y resistente y ofrece múltiples posibilidades de ataque y defensa, razón por la cual requiere de una serie de co-

Para la elaboración de este escudo oval se han utilizado dos planchas construidas con listones finos de madera de abedul (0’5 cm. de grosor), tela de lino basta, una piel completa de ternera (0’6 mm. de grosor), adhesivo natural de origen animal, un umbo de hierro circular siguiendo el modelo de S. Miquel de Llíria (QUESADA 1997a, Apéndice IV, nº cat. 2224), clavos de hierro de diferentes medidas y herramientas varias (sierra, pinzas, martillo, tenazas, brocha y lija metálica). Resulta impensable e imposible la reconstrucción de un arma de este tipo, en la que se han de ensamblar varios elementos de diferentes texturas y materiales, sin el empleo de un potente adhesivo, evidentemente natural. Según Polibio, para fabricar sus Scuta los romanos usaban una sustancia adhesiva obtenida a partir de la pez de buey.7 Sin duda, el cronista griego está haciendo referencia a un adhesivo natural obtenido a partir de los despojos de los bueyes, en concreto de los tendones y los huesos de éste animal. Este tipo de mucílago se continúa empleando hoy día en la recuperación de obras de arte de madera y de lienzos por sus óptimas propiedades adherentes, y es conocido entre los restauradores actuales con el significativo nombre de “Cola Fuerte” y también “Cola de Flandes”.8 Su elaboración podría resumirse de la siguiente manera: a través de la prolongada cocción de los huesos y tendones de éstos animales se aísla

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el colágeno que una vez enfriado se transforma en un duro bloque cristalizado. Para convertir este duro bloque en adhesivo, primero hay que machacarlo hasta que se fragmente en pequeños cristales. Después, se le añade agua tibia en pequeñas cantidades, los cristales se hidratan, se inflan, resultando en una masa gelatinosa, elástica pero consistente. Después de esto, para obtener el adhesivo, únicamente hay que calentar esta masa al “baño maría” en pequeñas cantidades, únicamente la parte que se pretenda usar (el sobrante quedará inservible en un par de días) y quedará listo para aplicarlo en cualquier superficie (mientras más rugosa mejor). Esta “cola fuerte” puede adquirirse en tiendas especializadas en artículos de Bellas Artes (Fig. 4). Pero para empezar a trabajar, el

Fig.4.- Proceso de preparación de la “Cola de Flandes” o “Cola Fuerte”. La cola en “lágrimas”, tal y como se comercializa tras el proceso de cocción de los despojos animales (1ª fotografía), una vez hidratada (2ª foto) y en pleno proceso de calentamiento para su aplicación (3ª fotografía). (Foto Ibercalafell).

primer paso consiste en crear la endoestructura de madera, verdadero esqueleto del escudo, base sobre la que se irán añadiendo el resto de elementos (Fig. 5). Para ahorrar tiempo y dinero, los listones de madera de abedul se

Fig.

5.-

Cara

interior

del

escu-

do. Se aprecia la disposición de las tablillas de madera de tilo bajo la cubierta

interna

de

lino.

(Foto

Ibercalafell).

6


Arqueología Experimental. Aproximación al escudo oval ibérico

compraron ya serrados a medida. La estructura constaría de dos planchas compuestas por listones dispuestos en posición horizontal la primera (o exterior), verticalmente la segunda (o interior) conformando las láminas de la primera un ángulo de 90° respecto a las de la segunda. Se eligió la madera de abedul (BRUNAUX- RAPIN, 1988: 15) por tratarse de un tipo de madera resistente y a la vez flexible, aunque también podría haberse utilizado la de olmo, roble (CONNOLLY 1981: 66) o tilo. Todas éstas maderas se caracterizan porque, además de ser extremadamente resistentes y flexibles, no se astillan con facilidad, lo que las convierte en ideales para un arma como los escudos que deben soportar fuertes golpes tajantes y punzantes.9 No obstante, la de roble y olmo se caracterizan también por ser algo más pesadas. En concreto, se emplearon 24 listones de 5x70x 0’5 cm para la primera capa y 13 listones de 5x130x0‘5 cm. para la segunda. Para encolarlos, se dispusieron los listones correspondientes a cada capa, unos junto a otros, en dos estructuras diferentes separadas. Se aplicó el mucílago generosamente, sólo por la cara que estaría en contacto con la otra plancha y se juntaron ambas superficies antes de que el adhesivo secara completamente. Una vez seca, en el centro de la plancha de madera resultante, se practicó un recorte circular de unos 12 cm. de diámetro; este sería el espacio reservado a la manilla de sujeción y al umbo (Fig. 6). La ubicación de este punto es enormemente importante, puesto que determina el equilibrado de la pieza. Una perforación demasiado baja podría desequilibrar el peso de escudo haciéndolo inclinarse hacia atrás mientras que en el caso contrario lo descompensaría inevitablemente hacia delante. De la misma manera, la manilla debe colocarse sin que sobresalga de la sección de la cara interior, porque derivaría en similares consecuencias. Para cortar los extremos en se-

Fig.

6.-

Recorte

en

la

capa

inter-

na de lino en el espacio reservado para la manilla

de

sujeción.

(Foto

Ibercalafell).

micírculo, primero se marcó la forma haciendo girar una cuchilla atada a un cordel desde un punto fijo y a continuación, se serró la estructura de madera por la línea marcada. A estas alturas, teníamos el contorno del escudo, aunque todavía faltaba un elemento importante: rebajarlo en los extremos para reducir el peso de la pieza y concentrarlo en la zona del centro haciéndolo más manejable. Con una lija metálica de dientes gruesos se rebajaron las dos caras de la plancha de madera, por ambas caras. El resultado fue que en el centro la pieza tenía un grosor de 1’6 cm, mientras que en los extremos no superaba nunca los 0’8 cm. De esta manera, los cantos no sobrepasarían las medidas definidas por las cantoneras metálicas documentadas arqueológicamente (el espacio interno nunca sobrepasa 1 cm.). Antes de que se secara completamente el adhesivo aplicado sobre la madera (lo que ocurre como consecuencia del progresivo enfriado entre los dos y cinco minutos desde su aplicación) se colocó una capa de lino de trenzado abierto, estirado y sujetado con pinzas por la futura cara interior. Sobre él, en la parte correspondiente al círculo abierto en la madera, se recortó el lino en líneas radiales (Fig. 6). Con una brocha común, se aplicó la “Cola de Flandes” en varias pasadas (Fig. 7).

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Fig. 7.- Aplicación a pincel de la “Cola

de

Flandes”.

(Foto

Ibercalafell).

Para una correcta adhesión de ambos elementos es recomendable repartir el adhesivo en cantidades generosas, asegurándose de que la viscosa substancia penetra bien en todos los poros e irregularidades de la tela de lino. Una vez aplicada la cola, todo el conjunto se dejó secar a la sombra, puesto que al calor de sol, el adhesivo no acaba de abandonar nunca el estado gelatinoso. Es conveniente prolongar el secado de la pieza encolada durante al menos diez horas, tiempo en el que adquiere sus propiedades de resistencia óptimas (Fig. 8). Una vez secado, el siguiente paso era la colocación de la piel de ternera por la cara externa del escudo. En la “carne” de la piel (la cara basta) se marcó el perímetro exterior del escudo para poder desechar las partes de la piel que no servirían. Se mantuvo en reserva una distancia media de 4 cm. entre la marca y el límite de la piel para utilizarlo posteriormente como puntos de anclaje interior. Además, esta línea serviría como referente para rebajar el grosor de la piel cuya finalidad es la de facilitar el doblado hacia el interior, y poder fijarla con clavos a la madera, teniendo en cuenta que el grosor de la madera y la piel en los lados no podía sobrepasar 1’1 cm. Para rebajar la piel, se utilizó primeramente una herramienta afilada (Fig. 9), seguidamente un cuchillo afi-

Fig. ceso

de

8.-

Pieza

secado.

encolada (Foto

en

pro-

Ibercalafell).

Fig. 9.- Rebajado de la piel. Sin él, no se podría doblar la piel sobre la estructura impidiendo su correcta fijación. (Foto Ibercalafell)

lado y finalmente una lima metálica. La explicación de esta sucesión de herramientas es bien simple: con la primera de ellas, solamente pudimos rebajar una línea muy fina debido a la resistencia de las fibras de la piel. Con el segundo,

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logramos rebajar una superficie mayor con el inconveniente de que la piel tendía a cortarse y por tanto a debilitarse. Finalmente, nos decantamos por utilizar una lima metálica, con resultados mucho más homogéneos y prácticos. En total, se rebajaron unos 0’4 mm. de piel. Doblándola por la “flor” (la cara lisa), se realizaron diferentes friegas con la lima, obteniendo rápidamente un resultado óptimo y ajustado a nuestro parámetro de grosor. Una vez completado este paso, se procedió a la fijación definitiva del cuero a la estructura. Primeramente se encolaron tanto la cara interna de la piel como la externa de la superficie de madera. Se marcó el espacio reservado para la mano, y se fijó nuevamente con pinzas (Fig. 10). Además fue necesaria la colocación de pesos suplementarios sobre la piel con toda la estructura en posición horizontal. De esta manera

nos aseguramos evitar la formación de pequeñas bolsas de aire que podría haber separado la piel y la madera. Una vez secado, se procedió al doblado del sobrante de piel perimetral para su fijación a la madera mediante claveteado. Si bien en los lados paralelos no hubo problemas para el claveteado del cuero (la piel se adapta mejor a una superficie plana y recta), no ocurrió lo mismo en los extremos curvos. Aquí fue necesario realizar pequeños cortes sucesivos para permitir la adaptación de la piel a la línea de madera curva dando lugar a pequeños “dientes” (Fig. 11). Sin ellos hubiera sido imposible asegurar la fijación del cuero. Con la piel cortada de esta manera, se clavó una parte de cada diente

Fig. 11.- Detalle del sistema de

plie-

gue, recorte y claveteado de la piel en los

Fig. 10.- Fijación de la piel tructura

encolada.

(Foto

a la es-

Ibercalafell).

extremos

curvos.

(Foto

Ibercalafell).

sobre el siguiente, siguiendo una dirección determinada y utilizando pequeños clavos de hierro de 0’7 cm. de longitud. De esta forma se aseguraba una fuerte fijación en bloque de los extremos del escudo, más expuestos que los laterales a las rozaduras, a los golpes y, en definitiva, al desgaste. Sin embargo, para reforzar aún más esta parte tan vulnerable, se aplicó adhesivo también sobre el cuero de los extremos curvos después de haber sido claveteados a la plancha. El siguiente paso consistió en la colocación de la manilla horizontal de sujeción. En este caso, optamos por la utilización

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de una de tipo orgánico, en concreto el mismo tipo de madera de abedul que usamos para la estructura interna, posibilidad contemplada por diferentes autores (BRUNAUX- RAPIN 1988: 15, QUESADA 1997b: 534). Elaborada a partir de la fijación mediante encolado de dos láminas de abedul de 25x4x0’5 cm., se lijaron 11 cm. centrales para obtener la ergonomía necesaria y favorecer la comodidad del futuro portador. A continuación, se colocó el umbo (20x5x0’03cm) de hierro por la parte externa. A imitación del original de St. Miquel de Llíria (Fig. 12), poseía cuatro orificios perpendiculares para el claveteado. Colocado en la posición correcta, teniendo en cuenta que los dos extremos de la manilla debían coincidir exactamente con dos de los ori-

Fig. Sant

12.-

Miquel

de

Umbo Llíria,

circular s.

I

a.

sujetar al mismo tiempo umbo y manilla de madera. Unos clavos demasiado pequeños, que sujeten únicamente la manilla, independientes del umbo, no garantizan una sujeción firme y resistente. De hecho, ejercicios realizados con este tipo de claveteado más ligero acabaron demostrando que es muy fácil conseguir que la manilla de madera se desprenda del resto del escudo después de algunos golpes de leve intensidad. Teniendo en cuenta este factor, se calentaron los cuatro clavos de hierro de 8 x 0’3 cm. destinados a la fijación conjunta de umbo y manilla, hasta que alcanzaron la maleabilidad adecuada para su doblado. Rápidamente, con unas pinzas se pasaron los cuatro clavos a través de un agujero perforado previamente con una broca manual a través de umbo, estructura y manillas, y a golpe de martillo sobre yunque se dobló cada uno hacia el exterior del escudo. De esta forma, la plancha central quedaba reciamente fijada al resto, totalmente inmóvil y equilibrada (Fig. 13). Para hacer más soportable el peso del escudo y más cómoda la manilla de sujeción y el espacio que protege la mano del portador, se recubrió todo este espacio con piel de conejo, apli-

de C.

ficios del umbo, se marcaron los cuatro puntos sobre la estructura del escudo y se perforaron lentamente con una barrena manual. Es necesario destacar la importancia de este conjunto clavos-umbo, ya que se trata del verdadero corazón de la pieza. Los clavos, necesariamente, deben atravesar y

Fig. cular

13.-

Exterior

reconstruido.

del

(Foto

umbo

cir-

Ibercalafell).

10


Arqueología Experimental. Aproximación al escudo oval ibérico

cada nuevamente con “cola de Flandes”. El resultado es una especie de “acolchado que al mismo tiempo hace mucho más fácil la absorción de los golpes contra el escudo y de los bruscos movimientos derivados de la dinámica de ataque y defensa (Fig. 14). Como último paso, se aplicó una nueva capa de mucílago sobre el dobladillo interior de la piel además de aplicar un gran rectángulo de lino sobre la

Fig. ción de

14.-

La

el

forro

con piel

de

conejo.

manilla

de

interno (Foto

por algunos autores (BRUNAUX- RAPIN 1988: 15, QUESADA 1997b: 534-535, GRÀCIA 2003: 206), totalmente versátil a la hora de protegerse casi por completo tras él, realizar una carga contundente para desequilibrar al adversario o utilizarlo como arma ofensiva golpeándole con uno de sus extremos. (Fig. 15)

suje-

protector

Ibercalafell)

manilla y la zona intermedia del escudo, asegurando así su correcta fijación y evitando futuribles desprendimientos. Para acabar, se utilizaron pigmentos minerales naturales, a partir de arcilla con alto contenido en óxido de hierro, y “Cola de Flandes” para obtener una resina de tonalidad rojiza con la que se aplicaron sobre la cara externa una serie de motivos inspirados en una de las representaciones pictóricas de la cerámica de St. Miquel de Llíria (QUESADA 1997a: Apéndice VI, nº cat. 8). El resultado final es un resistente escudo oval, de 5’2 kg. de peso, 1’19 m. de alto y 0’61 m. de ancho. En el centro tiene algo más de 1’5 cm. de grosor mientras que en la zona de los extremos tiene alrededor de 1 cm., lo que hace que se encuentre entre la media de pesos y dimensiones ofrecidas

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Fig. 15.- Foto 1 representación original del escudo oval reconstruido en un vaso de Sant Miquel de Llíria (Lebes nº 19, “de la danza guerrera”, dpto. 41.); foto 2 y 3 anverso y reverso reconstruidos, en las siguientes. (Foto 1 F. Quesada; Fotos 2 y 3 Ibercalafell)

Conclusiones Tras los trabajos de construcción, se desarrollaron una serie de ejercicios prácticos cuya finalidad era experimentar el comportamiento dinámico del escudo y valorar su funcionalidad a través del simulacro de movimientos de ataque y defensa. Los resultados de estas experiencias, registradas y anotadas, y las deducciones derivadas podemos describirlas de la siguiente manera: 1.- En lo que respecta al sistema de sujeción, apostamos definitivamente por la opción de la horizontalidad en lo que coincidimos totalmente con la propuesta de J. L. Brunaux, A. Rapin y F. Quesada entre otros autores. Este último, afirma: “[…] la manilla del escudo oval era siempre corta y horizontal, a menudo de madera […]”,10 sistema que

aparece tanto en el registro arqueológico como en diferentes representaciones pictóricas y escultóricas. No coincidimos con E. Cuadrado y F. Gràcia en sus respectivas defensas de la posición vertical de la manilla. En concreto, F. Gràcia afirma respecto a este detalle: “[…] se trata de un escudo para ser empuñado antes que embrazado, pero debe señalarse que para efectuar ambas acciones la posición de la manilla debía ser vertical antes que horizontal. […] podría existir una abrazadera no metálica en la parte izquierda de la pieza que permitiera afianzar el escudo a la altura del codo.”11. Discrepamos firmemente de esta opinión, por diferentes razones: - El Thureos, un nuevo modelo de escudo oval adoptado en el mundo helenístico hacia el s. IV a. C. que irá sustituyendo al pesado Aspis de la falange clásica, puede ser considerado el antepasado de los posteriores escudos ovales célticos, romanos (en este caso de sección cóncava) e ibéricos. No existe una sola evidencia arqueológica, iconográfica o literaria de manillas de sujeción vertical ni del sistema de embrazado en este nuevo tipo de escudo helenístico, cuando existen múltiples ejemplos que hacen referencia a la sujeción horizontal. En el caso de los escudos galos o ibéricos ocurre algo parecido. Sin embargo, existe un ejemplar de escudo oval romano para el que se ha propuesto una manilla de sujeción vertical (BUCKLAND 1978), encontrado en Doncaster (Inglaterra) y datado en el s. I d. C., aunque la reconstrucción propuesta no llega a convencer totalmente a los especialistas (QUESADA 1997b: 535). Otra cosa muy distinta es la posición en la que el guerrero disponga su escudo, en plena frenética refriega, con el fin de cubrir una zona u otra de su cuerpo. - El tipo de sujeción horizontal permite mantener el hombro del guerrero descansado durante un mayor periodo de tiempo. En los ejercicios que se realizaron con el ejemplar reconstruido, el sistema propuesto por E. Cuadrado y F.

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Arqueología Experimental. Aproximación al escudo oval ibérico

Gràcia debilita la mano y el brazo que sostienen el escudo por cansancio a partir de los 15 ó 20 minutos aproximadamente, consecuencia de la posición forzada de todo el brazo y la muñeca, obligado a mantener una postura intermedia que garantice la protección de las piernas, mientras que el propuesto por F. Quesada, y nosotros mismos permite una utilización dinámica, defensiva y ofensivamente, durante mucho más tiempo ya que la manilla del escudo se encuentra a la altura de la mano derecha cuando el brazo se encuentra en su posición natural relajada. En el modelo, con o sin embrazado, propuesto por F. Gràcia trabajan dedos, muñeca, codo y hombro; por el contrario en nuestra reconstrucción sólo trabajan dedos y antebrazo, el hombro solamente cuando se usa como arma contundente. De todas maneras, no se puede descartar completamente la posibilidad de que una abrazadera orgánica pudiera colocarse en un escudo, aunque con la manilla horizontal, no vertical. Pero, insistimos, no existe evidencia alguna al respecto, exceptuando el dudoso ejemplar de Doncaster. - El hecho de llevar embrazado el escudo oval implica que el brazo que lo sostiene se encuentra pegado a la pared interna, totalmente expuesto a las armas de gran capacidad de penetración, como soliferrea o pila, de empleo ampliamente extendido ya en el s. IV a. C (QUESADA 2003: 170). La superficie exterior de un escudo oval no es, ni remotamente, tan resistente como podía serlo la de un grueso Aspis de madera forrado de bronce; y el umbo únicamente protege la mano del portador, el resto del brazo que sostiene la principal defensa del guerrero es vulnerable (pensemos en el terrible efecto de una de éstas armas atravesando al mismo tiempo escudo y brazo). Por el contrario, con la manilla en posición horizontal, solamente la mano queda próxima a la cara interna del escudo, y en este caso se

encuentra completamente protegida por el umbo metálico. No obstante, es necesario aclarar que para que esto ocurra, la posición del escudo debe ser relativa-

Fig. 16.- Guerrero del “Vaso de la danza

guerrera”

Obsérvese

la

de

S.

posición

Miquel

de

Llíria.

alejada

del

cuer-

po del escudo oval para evitar la punta que lo atraviesa. (Foto J. M. Gallego).

mente alejada del cuerpo, con el brazo semi- extendido hacia delante (Fig. 16). 2.- Apostamos firmemente por la posibilidad de que el escudo oval pudiera también usarse como arma ofensiva, desequilibradora y aturdidora (QUESADA 2003: 175) basándonos en algunas representaciones escultóricas en las que aparecen soldados romanos con el escudo en posición de ataque (Fig. 17); En este sentido, debemos señalar de nuevo que la sujeción más adecuada es la horizontal. Tras algunos ejercicios de experimentación, apreciamos que la sujeción vertical implica que la potencia del movimiento de ataque puede quedar reducida

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Por J. M. Gallego Cañamero

A partir de éstas deducciones y

Fig. 18.- Representación de guerreen

ros en la cerámica de la necrópolis de El

una estela conservada en el Landesmu-

Castellar (València). En esta urna fune-

seum, Mainz, Alemania. Obsérvese la po-

raria se puede observar una

sición horizontal del scutum del legionario

guerra en la que una formación regular de

en segundo plano. (Foto J. C. Coulston)

guerreros ataca a una serie de individuos

Fig.

17.-

Legionarios

romanos

escena de

con armas arrojadizas. (Foto Ibercalafell)

por la posición del resto del cuerpo; de hecho, incluso podemos llegar a golpear nuestra propia cara con el canto superior. El golpe resultante se realiza únicamente con la fuerza del brazo y antebrazo que sostienen el escudo, lo que significa que la potencia del golpe sobre le adversario no supone un elemento desestabilizador o aturdidor importante. En cambio, con el sistema de sujeción horizontal, la fuerza se ejerce no sólo con el brazo si no con todo el cuerpo, siendo el efecto notablemente mucho más contundente. Se trata de un principio físico muy simple: cuando golpeamos de esta manera, cargamos el peso del cuerpo sobre el hombro que a su vez lo traslada al brazo y éste al escudo. El resultado es la concentración de una buena parte del peso del cuerpo (peso del escudo aparte) en una superficie de aproximadamente 1 cm. de grosor, la zona de impacto del escudo.12

apoyándonos en la gran cantidad de representaciones de la cerámica figurada del estilo “Llíria- Òliva” (Fig. 18), proponemos un tipo específico de combate, en esencia relativamente próximo a la falange clásica, aunque con mayor movilidad y agilidad. En realidad, ésta forma de combate comparte con la falange clásica griega la calidad defensiva (prácticamente todo el cuerpo del guerrero queda a cubierto) al mismo tiempo que se gana en movilidad y capacidad de reacción (el escudo oval es mucho más ligero que el aspis griego). Sin embargo, guarda muchas más similitudes con el tipo de combate desarrollado por las legiones romanas republicanas propuesto recientemente por F. Quesada (QUESADA 2003 y 2006) y anteriormente por otros autores (GOLDSWORTHY 1996, ZHMODIKOV 2000, SABIN 2000). Las tropas hispanas que participaron como auxiliares en los ejércitos romanos y

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cartagineses a partir de la Segunda Guerra Púnica estaban ya acostumbradas a un tipo de lucha y de batalla campal muy similar a la que practicaban las legiones romanas, puesto que también era el que ellos utilizaban. En ocasiones, las tropas ibéricas y celtibéricas llegaron a formar en el centro de formaciones de batalla, a la manera de la infantería pesada de línea romana, vendiendo cara su derrota.13 Podríamos describir este tipo de enfrentamiento como una serie de filas apretadas y fuertemente cohesionadas de hombres que avanzan hacia el acies enemigo sosteniendo sus escudos a cierta distancia del cuerpo para evitar ser heridos por las armas arrojadizas que pueden traspasarlos, mientras sujetan en la mano derecha algún arma arrojadiza, y en la izquierda una lanza (el escudo y la lanza se sujetan con la misma mano14). En espera de una descarga de armas arrojadizas, probablemente los mantendrían sostenidos ligeramente por encima de las cabezas para defenderse de los lanzamientos directos a corta distancia y contrarrestar el efecto parábola de los lanzamientos de las filas traseras. Efectivamente, a una distancia de entre unos 10 ó 15 metros,15 entran en juego las armas arrojadizas, verdaderos elementos desestabilizantes de las líneas enemigas, empleadas justo en los instantes antes de la carga, puesto que pueden hacer que se abran huecos en las filas de hombres por las que es más fácil presionar para romper la formación, bien por las heridas y bajas ocasionadas, bien por la facilidad de penetrar por un sector cuyas defensas se han visto seriamente mermadas.16 Pensemos también que las líneas más atrasadas lanzarían sus armas arrojadizas por encima de las cabezas de sus compañeros cuando las primeras ya traban combate cuerpo a cuerpo, lo que significa que cuando las líneas frontales ya se baten, continúan cayendo armas arrojadizas sobre las líneas

atrasadas del enemigo, lanzadas desde las líneas de fondo. El gran escudo oval (envolvente o no) juega en este punto un importantísimo papel, diseñado para proteger al máximo al hombre que lo sostiene en una auténtica lluvia de proyectiles y armas arrojadizas (siempre por la parte frontal), algunas de ellas (como los pila o los soliferrea), diseñadas intencionada y expresamente para inutilizarlos, aunque adicionalmente, se consiga herir a sus portadores. Una vez superado este punto, el espacio entre los frentes se acorta lentamente hasta llegar a la distancia en la que se pueden usar las lanzas. A unos 2 ó 3 metros, los hombres enfrentados se hostigan con las lanzas (los que tuvieran), intentando herir al enemigo, no sólo desde las primeras filas si no también las segundas, desprovistas ya de sus armas arrojadizas. En este punto los hombres esconden sus cabezas detrás del escudo oval, que ahora sí, se maneja más próximo al cuerpo para evitar golpes de flanco. A partir de este punto, cuando algunas lanzas se quiebran o se pierden, y empujados por la presión de las filas traseras, muchos hombres empiezan inmediatamente a usar sus armas cortas e intentan aproximarse para seccionar algún tendón de las extremidades del enemigo (es mucho más fácil esto que intentar matar directamente, debido a la excelente protección que proporciona esta defensa activa), atacando las piernas que asoman por debajo del escudo para hacerle caer o también la parte trasera del cuello (lo que quizá explicaría también la presencia de un filo en el lomo de las falcatas, justificado además para dotar al arma de una mayor capacidad penetrante, puesto que es harto difícil por la posición del cuerpo alcanzar al adversario con el filo delantero) a partir de la denominada “primera posición”, esto es, escudo en posición vertical próximo al cuerpo, pierna izquierda adelantada, cara protegida hasta la altura de los ojos, espada asomando por el lado derecho (esta posición está do-

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cumentada en el mundo romano, pero también en la iconografía ibérica. En uno de los relieves de Osuna, un guerrero que cubre su cabeza con una especie de tejido con cresta y sostiene una falcata en su mano derecha, presenta su escudo oval hacia el enemigo con la mano izquierda). Desde esta posición, el escudo oval puede usarse como arma aturdidora o desequilibradora, golpeando con el canto inferior directamente en la cara del enemigo, con el canto superior contra el centro del escudo enemigo o en un lateral para abrir su guardia. Es posible que, a partir de la intención de los hombres de las filas traseras de herir a las primeras filas enemigas, se cerraran los espacios entre la primera y las siguientes filas y se empujara hacia delante a los hombres de la primera línea, a la manera del Othismos17 hoplítico griego, a fin de romper la línea enemiga para dividirla en dos o hundirla en uno de sus flancos. De esta forma, se impide asimismo que el empuje del enemigo abriera la propia por la fuerza del número. En el cuerpo a cuerpo individual, el escudo oval ibérico posee una serie de características que lo hacen idóneo para enfrentarse a escudos de la misma tipología, en este caso de sección plana. Frente a un scutum romano envolvente, el escudo oval ibérico presenta algunas desventajas, de lo que se deduce que la opinión de Polibio estaba sólidamente fundamentada. Para empezar, si pretendemos cubrirnos de un golpe punzante circular desde la derecha del atacante (es decir, nuestra izquierda, el lado del escudo), debemos desplazar el brazo del escudo a la izquierda, abriendo una brecha en el centro de nuestro torso. En cambio, si manejáramos un scutum romano, gracias a la curvatura de su sección, bastaría con desplazar ligeramente el escudo hacia la izquierda desde el eje central, sin necesidad de abrir un hueco en nuestra defensa. No obstante, en el caso de tener que girar todo

el escudo, la curvatura de los laterales garantiza una mínima protección del frontal de su propietario. De hecho, en la “primera posición”, inmóvil, el escudo de sección curva ya cubre una parte de ambos flancos del propietario. También es necesario destacar que los golpes punzantes lanzados frontalmente contra un escudo oval de sección plana tienen más probabilidades de quedar fijados en uno de sus laterales, puesto que la oposición no es esquiva. En cambio, en el caso de un escudo de sección curva, el mismo tipo de ataque tiende a resbalar por sus paredes convexas y, si el defensor está bien adiestrado y sabe aprovechar la inercia del atacante, puede llegar a abrir un hueco en la guardia del atacante o incluso precipitarle desequilibrado hacia delante, dejándole en una posición totalmente vulnerable. Pensamos que se trataría de un valor añadido, resultado de su diseño. En esencia, la principal ventaja del modelo de sección curva sobre el modelo de sección plana reside fundamentalmente en la posibilidad de cubrir a priori un mayor espacio con un mínimo esfuerzo, como ya cita Polibio. Es mucho más fácil proteger los flancos con este tipo de defensa, puesto que, como ya hemos dicho, con un leve giro de la mano que lo sostiene se garantiza la cobertura de los flancos. En cambio, un escudo plano obliga a mover todo el brazo que lo sostiene para protegerlos. Si además tenemos en cuenta el ahorro de energía que puede suponer mover un escudo oval envolvente respecto a uno plano, tendremos como resultado una notable ventaja. A pesar de que “a priori” pueda parecer poco importante, en realidad estamos hablando de una innovación táctica que los romanos supieron aplicar y desarrollar decisivamente a partir de su dilatada experiencia bélica y que, sin duda, les otorgó una ventaja adicional sobre sus rivales.

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Notas a pie de página 1

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Arqueólogo. Área de Armamento y Guerra en la Antigüedad, Ibercalafell (j.gallego@ibercalafell. org.es) 2 De todos los proyectos actualmente en desarrollo en Europa, nos gustaría destacar como ejemplo ilustrativo el proyecto francés Guedelon (http://www. guedelon.fr), a nuestro parecer representante inmejorable de esta disciplina. Desde hace algunos años, están reconstruyendo un castillo borgoñón del s. XIII empleando exactamente las mismas técnicas, medios y herramientas de la época. 3 Quiero expresar mi agradecimiento a Víctor Heredia (colaborador del Área de Armamento y Guerra en la Antigüedad) a Jordi Chorén (responsable del Área de Te j i d o s y C e s t e r í a ) y a F r a n c e s c Cantero (co- responsable del Área de Alimentación) por su inestimable ayuda para la realización de este proyecto. 4 Polibio, Historias, VI, 23 5 Polibio, Historias, II, 30 6 B o n e t R o s a d o , H . : E l To s sal de Sant Miquel de Llíria. La antigua Edeta y su territorio; ed. D i p u t a c i ó n d e Va l e n c i a , Va l e n c i a , 1995. 7 “Está construido [el scutum romano] por dos planchas circul a r e s e n c o l a d a s c o n p e z d e b u e y .” Polibio, Historias, VI, 23. 8 Según el tratado de M. J. Riffault: “Cola de Flandes. Esta cola, conocida más generalmente con el nombre de cola fuerte se prepara con recortaduras de pieles de carnero y otras, con las pezuñas de los bueyes, de los caballos y otros. Estas sustancias, bien limpias y privadas de grasa y pelo, se ponen a hervir por mucho tiempo en gran cantidad de agua,

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cuidando de quitar la espuma según se va formando se facilita á veces con un poco de alumbre ó de cal en polvo fino. Luego que ha espumado por algún tiempo se pasa todo por una cesta de mimbre, y se deja reposar el líquido; se decanta con precaución cuando está claro para volverlo á la caldera, donde hierve de nuevo espumándolo hasta que se reduzca á la consistencia conveniente. Entonces se echa en unos bastidores de madera, que forman una especie de moldes descubiertos, en donde se solidifica por enfriamiento. Esta jalea se corta en tortas, las cuales se dividen de nuevo en tiras delgadas, y se ponen á secar sobre una especie de red en un sitio caliente y ventilado. La mejor cola fuerte es muy dura y quebradiza, de color pardo oscuro, y de igual grado de trasparencia por todas partes sin ninguna mancha negra. Hemos indicado circunstancialmente la preparación de la cola de Flandes ó cola fuerte, porque además de la pintura y el dorado se usa frecuentemente en otras muchas p r o f e s i o n e s ”. M . J . R i f f a u l t : M a n u a l Te ó r i c o y p r á c t i c o d e l p i n t o r, d o r a d o r y c h a r o l i s t a ; M a d r i d , 1841. 9 Para Plinio el Viejo, la mejor madera para construir los escudos era aquella cuyas propiedades plásticas hacían que recuperara la forma inicial al ser cortada, como ocurre con el roble, o el olmo. Plinio el Viejo, Historia Natural, XVI, 209. 10 Quesada 1997b: 535. 11 Gràcia 2003: 206, aunque en la misma página afirma previamente: “Escudo de empuñadura antes que de abrazadera, [ … ] ”. 12 Si hacemos un paralelismo con el Aspis griego embrazado, el concepto queda más claro.

Cualquiera que haya embrazado uno de estos pesados escudos sabe que debe usarse con el brazo que lo sostiene pegado al cuerpo y flexionado, en unos 90°. En este caso, la mano que sujeta la correa (Antilabé), efectivamente se encuentra en posición vertical. No obstante, cuando intentamos golpear a un adversario con el canto del escudo, debemos estirar el brazo en dirección al adversario, quedando la mano finalmente en posición horizontal, en la misma que si atacamos con un Thureos, un Scutum o un Escudo Oval. Un ataque con Aspis de éstas características que no siga esta dinámica se demuestra como prácticamente inútil. 13 Recomendamos efusivamente u n o d e l o s a r t í c u l o s d e F. Q u e s a da, a nuestro juicio, fundamental para comprender las últimas hipótesis que se manejan referentes a la táctica guerrera aplicada por las legiones romanas durante la R e p ú b l i c a ; Q u e s a d a , F. ( 2 0 0 3 ) : E l legionario romano en época de las guerras Púnicas: Formas de combate individual, táctica de pequeñas unidades en influencias hispanas, en Espacio Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, t. 16, págs. 163- 196. 14 A l g u n o s a u t o r e s ( C O N N O L LY 1989: 162, QUESADA 2003: 172) consideran poco probable que se pudiera sujetar la pequeña manilla de sujeción del escudo oval y otra arma de asta con la misma mano. 15 Aunque en este artículo no pretendemos entrar en el debate acerca de la distancia efectiva de las armas arrojadizas del tipo pila y soliferrea, discrepamos de l a o p i n i ó n d e F. G r à c i a , la cual consideramos desmesurada, cuando afirma “Las armas arrojadizas debían combinar dos elementos principales: escaso peso que per-

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mitiera lanzarlas a una distancia mínima de 35 metros y compensación entre sus materiales para que el impacto hiciera posible que el arma atravesara el escudo del oponente […]” (GRÀCIA 2003: 213-214). Aunque consideramos que esta afirmación podría servir para pequeñas jabalinas del tipo pelta, ejercicios de lanzamiento realizados con soliferrea de diferentes pesos (entre 0’8 y 1’2 kg.) no sobrepasan nunca los 15-16 metros de distancia, siendo mucho más certeros y efectivos entre los 6 y los 12 metros aproximadamente. Pensamos que esta distancia, de inminente contacto entre frentes, es además óptima para su uso, puesto que a la vez que se inutilizan las defensas del enemigo, se le impide detenerse a conseguir otra por lo que, inevitablemente, se le obliga a luchar sin su defensa más importante. En cambio, coincidimos plenamente con la afirmac i ó n d e R . Tr e v i ñ o c u a n d o d i c e : “The soliferreum […] was probably a very effective weapon, especially at short range, where its great weight concentrated in the small head permitted it to punch through shield and cuirass and into the body of the vict i m .” ( t r a d . : “ E l s o l i f e r r e u m [ … ] fue probablemente un arma muy efectiva, especialmente a corta distancia, cuando su gran peso concentrado en una punta pequeña le permitía atravesar escudo y coraza y hasta el cuerpo de la v í c t i m a .” ) ( T R E V I Ñ O 2 0 0 0 , p á g . 1 3 3 ) . F. Q u e s a d a h a c e s u y a e s t a a f i r m a c i ó n d e R . Tr e v i ñ o y a f i r m a que el soliferreum “[…] no debió ser arrojado a distancias mayor e s d e 2 5 m .” ( Q U E S A D A 1 9 9 7 a : 324), la cual reafirmamos, con los anteriores matices. Creemos que las armas arrojadizas como los soliferrea ibéri-

cos o los pila romanos responden a una función primaria más próxima a desposeer al enemigo de su principal defensa activa a nivel individual que a herirle (como e j e m p l o , C é s a r, D e B e l l o G a l l i co, I, 25: “Los soldados (legionarios), lanzando sus venablos (en este caso pila) desde lo alto, rompieron con facilidad la falange de los enemigos. Una vez desbaratada, se lanzaron contra ellos con las espadas desenvainadas. Los galos encontraban muchas dificultades para combatir porque un solo golpe de venablo traspasaba y trababa varios de sus escudos y, a l d o b l a r s e e l h i e r r o , n i p o d í a n arrancarlo ni tampoco luchar con comodidad, ya que tenían ocupada la mano izquierda, hasta el punto de que muchos, después de estar sacudiendo largo rato el brazo, preferían soltar el escudo de su mano y luchar a cuerp o d e s c u b i e r t o ”. U n a v e z c l a v a das en un escudo, lo hacen inútil para el uso con lo que se obliga al adversario a arrojarlo (QUESADA 1997a: 324). Sin él, un hombre se encuentra en serios problemas en un tipo de combate como éste; pero además, la concentración de éstas armas contra un sector de la formación enemiga, aparte de l o s h e r i d o s q u e p u e d a p r o v o c a r, inutiliza las defensas de un grupo de hombres, y puede arrastrarles hacia un verdadero desastre a ellos y a su formación, ya que los hace más vulnerables contra nuevos ataques. 17 Sobre el debate acerca de la existencia y utilidad del Othismos en el mundo griego clásico a partir de la experimentación ver A. Pittman: “With your shield or on it”: combat applications of the greek hoplite spear and shield; en Barry Molloy (ed.) The Cutting Edge, studies in ancient and med i e v a l c o m b a t , Te m p u s P u b l i s h i n g ,

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Gloucestershire, 2007. Aunque no somos partidarios de pensar que el Othismos fuese empleado por sistema, pensamos que, efectivamente, fue un recurso en determinadas ocasiones en las que era fundamental separar la línea enemiga, como ocurrió en Marathon o Cannae. De hecho, la formación en cuña, puede constituir una excelente táctica para dividir la línea enemiga, mediante la combinación de ataques de arma corta y presión física directa.

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