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En un día muy oscuro DE LAS PIEDRAS RODRIGUEZ ROSAURA ITZEL

A la luz de la luna Eguisheim, Francia, 13 de febrero de 1984 Para mi mundo entero.

Hoy estaba pensando en ti, en nosotros, en la primera vez que te miré cruzando la calle con esa chamarra Nike y ese pantalón Adidas, con unas sandalias que ni siquiera combinaban con el atuendo que llevabas puesto y esos rizos que jugaban con el movimiento del aire que me enamoraron; escuchando música con tus audífonos sin que nadie o nada te importara en ese momento, solo caminabas como si la vida fuera un carnaval y tú quisieras seguir bailando; ahí fue cuando me enamoré; cuando vi tu sonrisa, esos dientes imperfectos que me ponían nerviosa cada vez que los veía, en ese momento fue cuando supe que tú eras el indicado aquel momento en el que descubrimos que estábamos hechos uno para el otro. Cuando me viste desarreglada con mi cabello hecho un desastre, mis lentes rotos y los zapatos sucios. Entre un millón de personas me elegiste a mí para ser tu alma gemela, para ser la persona con la que envejecerías y con la que haríamos una familia, aquella al que mis hijos estarían orgullosos de llamar papá.

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Recordando nuestra primera escapada juntos saliendo de la escuela sin que los profesores, nuestros amigos, sin que nosotros, sin que yo supiera a donde me llevabas; cuando pasaste por mí al salón y me dijiste que si confiaba en ti y yo solo extendí mi mano sabiendo que me pasaría algo increíble a tu lado; cuándo corrimos por los pasillos de la escuela sintiendo la adrenalina fluyendo por todo nuestro cuerpo, sabiendo que llegando a casa nuestros padres nos iban a castigar, sintiendo que el mundo estaba en contra de nosotros pero sintiendo el apoyo de uno y del otro.

Los partidos de fútbol en dónde cada gol que anotabas me lo dedicabas sin que nadie supiera; esas veces en las que yo solo pensaba en ti; como cuando te caíste y te lastimaste, pero seguiste jugando, viendo que yo estaba ahí, dándome cuenta que soportarías el dolor, pero sabiendo que después del partido tendrías la confianza para recargar tus llantos en mí. Haciendo memoria de la primera vez que me compraste mis flores favoritas y me dijiste te amo, ese fue el momento en el que supe que tú eras la persona con la que quería pasar el resto de mi vida; con la que amaría despertar cada mañana, viendo esos ojos verdes que tanto me gustan, sabiendo que tú ibas a estar ahí para mí sin importar que dijera mi familia o mis amigos, apoyándome en mis escrituras y poemas cada vez que los publicaba, viéndome débil y llorando cada vez que alguien rechazaba una de mis historias, pero tu estabas ahí siendo mi ancla y diciéndome que todo iba a estar bien. Sabiendo que tú eras mi faro, el que siempre me alumbraría en los días más obscuros, al que no le importarían mis defectos ni trataría de cambiarme por nada en el mundo, aquel con el que puedo compartir mis experiencias y puntos de vista libremente sin que nadie me haga sentir mal, ese compañero con el que mi alma se sentiría a gusto y mi cuerpo respetado.

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