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editorial
Un legado HOWARD ANDRUEJOL generacional
Unos años atrás tuve la oportunidad de estar al frente un equipo de básquetbol. Este es mi deporte favorito que practiqué durante años; me gusta jugar y competir así que, al recibir la invitación de dirigir, me pareció un desafío que valía la pena aceptar. Sin embargo, fue una carrera muy corta: no piensen que me despidieron ni tampoco que renuncié, sencillamente me uní al equipo cuando solamente faltaban dos partidos en la ronda de eliminatorias.
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Conocía a un par de jugadores, a uno por amistad en nuestra iglesia y a otro por ser compañeros en la universidad. No tuvimos ningún tipo de entrenamiento, práctica o sesión previa, así que conocí al resto en nuestro primer partido. Les dejé jugar los dos primeros cuartos como acostumbraban hacerlo, de tal forma que pudiera observar un poco sus habilidades. Llegó el medio tiempo y no íbamos tan mal, así que era hora de entrar en acción: diseñé un par de jugadas básicas y solicité ajustes en la defensa. La marcación personal que pedí funcionó bien pues limitamos al principal anotador del otro equipo, pero las jugadas en ataque no salieron como esperaba. Perdimos el partido.
Dos días después perdimos de nuevo. Mi récord como entrenador no profesional: 0-2.
Existen muchas analogías y lecciones que podemos aprender del mundo deportivo a nuestro liderazgo. Entrenar a otros y conducirlos al éxito no es tarea fácil, ni en la cancha, ni en la iglesia ni en casa; sin embargo, las nuevas generaciones merecen nuestro mejor desempeño. Es una responsabilidad que tenemos delante de ellos y delante de Dios, y por ello procuro mantener a la mano tres principios que conducen mis decisiones.
En primer lugar, definamos bien el éxito. Delante de Dios, ¿cuál es el éxito que nuestros niños y jóvenes deben alcanzar? ¿Cuál es la expectativa que Él tiene de ellos? ¿Y qué acerca de nosotros? Insisto en que se trata de la perspectiva de Dios, y no la nuestra. Sería muy triste que aquellos que están a nuestro cargo cumplan con nuestros anhelos pero queden cortos del plan estratégico que Dios ha diseñado para cada uno de sus hijos (Efesios 2:10).
Existe un llamado a la salvación, la santidad y el servicio que nos involucra a todos; sin embargo, dada la combinación individual de personalidad, historia, retos, debilidades, fortalezas, necesidades, contexto, oportunidades, amenazas, relaciones y otros factores que nos hacen únicos, no existe una misma regla bajo la cual podamos liderar a todos. Cada caso es diferente, y en cada circunstancia quizás el éxito tendrá que medirse de forma diferente; ayudemos a cada uno a responder de acuerdo con la voluntad de Dios y no la nuestra.
Por otro lado, recordemos que es su partido y no el nuestro. Se trata de su éxito, en su mundo. Nosotros no podemos jugar el partido de ellos, no podemos decidir por ellos.
Al estar cerca de algunos adolescentes es muy fácil ver cómo ciertas equivocaciones parecen demasiado obvias. Lo son para nosotros, pero no para ellos; están aprendiendo, y tendremos que juzgarles así. En ocasiones las alternativas parecen muy evidentes, pero ellos no las ven, no saben qué hacer y nosotros sí, pero no es nuestro partido sino el de ellos. Enseñémosles y expliquémosles con amor y paciencia.
Por último, cada jugada será única según sus habilidades. Estoy seguro de que aquellas nuevas generaciones que lideramos son mucho más talentosas que nosotros en tantas áreas, son capaces de pensar y hacer cosas que no están a nuestro alcance, y viceversa, y por ello no podremos enseñarles de la misma forma en la que nosotros aprendimos, no podremos desarrollarles en la misma manera en la que nosotros crecimos. Es inútil esperar que hagan todo como nosotros: ¡deseo que lo hagan mejor! Pero ciertamente será distinto a lo que yo a veces imagino, así que no debo encasillarles en mis formas sino ayudarles a crear las suyas, según lo que Dios les ha entregado en sus manos.
Muchos de nosotros de la vieja generación no tuvimos alguien que nos entrenara en la vida; otros tuvimos la dicha de contar con hombres y mujeres que nos dieron su mejor esfuerzo. Ojalá seamos un buen modelo para aquellos que lideramos, y que ellos aprendan a multiplicar este legado en otros también. Que nuestra visión vaya mucho más allá, al estilo de 2 Timoteo 2:2.
¡Éxitos!
Howard Andruejol - Editor ejecutivo @hac4j
Es ingeniero, pastor de Iglesia El Mensaje De Vida en ciudad de Guatemala y director del Instituto e625. Autor de «Estratégicos y Audaces», y editor general de la Biblia para el Líder de Jóvenes.