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EL PODER DEL DIÁLOGO

COACHING = MÁS FRUTO

(EN MI VIDA TAMBIÉN)

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ANNETTE GULICK

Annette Gulick

Annette Gulick ha pastoreado la juventud principalmente en los EEUU y México. Trabaja con el ministerio SEPAL. Capacita líderes a través de www.ParaLideres.org y la Escuela E625. «¿Cómo se hace para tener una vida así?», nos pregunta la gente, mayormente joven, al escuchar que Tim y yo somos «nómadas» (o sea, que no tenemos casa, ni residencia fija). Generalmente no esperan la respuesta. Por el contrario, nos cuentan de sus ganas de viajar y de conocer lugares y culturas nuevas. Al ser personas que acumulamos experiencias y relaciones en vez de cosas, nos convertimos en referentes para algunos. Sin embargo, me interesa más ser referente de una vida plena que de una vida nómada.

Deseo que se note la presencia del fruto del Espíritu más que la ausencia de una casa. Ser y tener un coach* ha fomentado este fruto en mi vida (*existe una gran variedad de acercamientos al coaching. Cuando hablo de coaching, me refiero al «Modelo COACH» que se enseña en la Escuela 625 de Liderazgo Generacional y Coaching). Te cuento mi experiencia a fin de que te inspires a capacitarte e incorporar las técnicas y actitudes de un coach en tu ministerio para tener más frutos, tanto en tu vida como en la de quienes lideras.

El fruto del Espíritu es como todo fruto; no puedes forzar que aparezca, pero sí puedes cultivarlo. Mirando hacia atrás, veo cómo que el coaching lo cultiva porque una simple conversación me entrena en la práctica de estos atributos de Dios.

AMOR

El coaching es un marco específico para la relación entre dos personas. Un coach no busca sus propios intereses, sino los de la otra persona. Se esfuerza en escuchar más que en hablar. Practica la escucha activa para prestar atención a las palabras exactas y al lenguaje corporal, verifica con preguntas si ha entendido bien. Un coach cristiano no depende de su propia sabiduría para poder llevar la conversación por buen camino, sino que constantemente (y silenciosamente) le pide a Dios que guíe la conversación. Es decir, ser coach me ejercita en el amor ágape como se describe en 1 Corintios 13 y Filipenses 2: 1-8.

ALEGRÍA

Reconocer y festejar los logros de otros es una de las responsabilidades de un coach. Es común estar más enfocados en lo que todavía nos falta, al punto de no darnos cuenta de lo que sí hemos alcanzado. Por ejemplo, un amigo mío es docente y querría diseñar estrategias para tratar mejor a algunos estudiantes difíciles. En lo que me contaba la situación, pude reconocerle por su coraje y por su amor al preocuparse por estos adolecentes en riesgo de deserción escolar, adiciones, y suicidio. Escuchar lo que Dios está haciendo por medio de su pueblo es fuente de gran gozo.

PAZ

El manual de Herramientas del coaching para el ministerio dice: «Todos los creyentes tienen al Espíritu Santo, pero no todos oyen su voz ni saben bien cómo

responderle… El trabajo del coach es hacer reflexionar a la persona interesada, acercándola al Espíritu Santo.» No soy ni el salvador de las personas, ni quien les guía hacia toda la verdad. Estos roles están ocupados por quienes lo hacen con mucho más poder y eficacia que yo. Mi función es ayudar a las personas a acercarse a Jesús, quien sí les puede salvar, y a ayudarles a discernir y responder a la voz del Espíritu Santo. Esta visión de los alcances de mis responsabilidades me trae muchísima paz. Lo he visto en otros también. Nunca olvido del cambio en una pastora que estudió con nosotros en la Escuela E625. A lo largo de su cursada hablamos de lo que afrontaba en su iglesia, y en su casa como viuda y como madre soltera de jóvenes. Algunos ejercicios en la capacitación de coaching le costaban porque le era difícil salir del rol de consejera y de no sentirse responsable por las decisiones que tomaba los demás. Con el tiempo, pudo asumir el cambio de postura y cuando se terminó la capacitación, me comentó, «Esto cambiará por completo mi relación con mi hijo». Su semblante era como si un gran peso le fuera quitado de los hombros.

PACIENCIA

El cambio es el resultado de procesos, y los procesos necesitan tiempo. Por eso, el formato ideal para el coaching no es un solo encuentro, sino una serie de sesiones a lo largo de varios meses. Dedico la primera sesión a que se definan los dos o tres primeros logros específicos que responden a la pregunta, «¿Cómo quieres que tu vida sea diferente dentro de estos tres meses?». Esta actividad puede sentirse como un comienzo anticlimático pero he aprendido que los resultados son mejores cuando respeto el proceso. Ver cuánto me cuesta alcanzar las metas que propongo con mi coach, me ayuda a tener paciencia con otros y a entender más la paciencia de Dios para con nosotros (2 Pedro 3:9).

AMABILIDAD Y BONDAD

Los coach tipo entrenadores atléticos pueden ser brutales. Gritan, se enojan, critican. La vergüenza o el castigo pueden cambiar conductas a corto plazo, pero Dios busca un cambio desde adentro (del corazón y de la voluntad) hacia afuera. Por eso su estrategia principal es la que vemos en Romanos 2:4: «… las riquezas de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, … su bondad quiere llevarte al arrepentimiento». Juzgar o criticar a otros no les ayuda. Generalmente ya saben qué es lo que deberían hacer. En cambio, les ayudo por medio de preguntas y les doy un espacio para procesar «el lastre que les estorba» o «el pecado que les asedia».

FIDELIDAD

El coaching me ayuda a entender cuando Pablo dice que el amor, «todo lo cree, todo lo espera». El coach debería mantener viva la fe de otros. Ellos pueden cansarse, hasta desesperarse, pero el coach tiene la oportunidad de reorientarles para que su foco sea la fidelidad de Dios y no sus propias fuerzas. En versículos como Filipenses 1:6 y 4:13, 1 Corintios 10:13, Mateo 17:20, y 2 Pedro 1:3 encontramos un escudo que puede apagar las flechas del maligno.

HUMILDAD

Al final de cada encuentro, pregunto: «¿Qué es algo que quieres recordar de nuestro tiempo juntos?». Su respuesta me permite ver lo más útil de la conversación y cómo Dios está trabajando en él o ella. ¿Sabes cuántas veces la respuesta tiene que ver con algo que yo dije? Muy pocas. Al principio me humillaba, pero ahora no. Entiendo que fui partícipe de lo que recibieron porque si no fuera por la sesión de coaching, es posible que no hubieran experimentado tal descubrimiento o hubieran tardado meses o años en llegar a ello. Colaborar con Dios sin buscar protagonismo me resulta muy sano.

DOMINIO PROPIO

En el coaching se habla de la «Regla 80/20», que significa que el coach no debe hablar más del 20% del tiempo mientras que la otra persona tiene 80% del tiempo para hablar, pensar, tomar notas, etc. Entonces, si una sesión dura una hora, tengo solamente 12 minutos para preguntar, clarificar, y comentar. Esto implica un esfuerzo consciente y constante de frenar mi lengua y como nos recuerda Santiago 3:112; esto no es logro menor.

A veces me dicen: «Deberías escribir un artículo acerca de cómo viajar (o cómo ser minimalista).» Le respondo que nuestro estilo de vida no es un fin, sino un medio que nos ayuda a lograr la misión que Dios nos ha dado. Es lo mismo con el coaching: no es un fin sino un medio potente para colaborar con lo que Dios quiere hacer en otros, y en nosotros mismos también.

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