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LA RELACIÓN ENTRE CADA PADRE Y SU HIJO ES UN ASUNTO ÚNICO, MUY PERSONAL Y PRIVADO Aprende a ......HabLar paRa Que loS HIJoS Escuchen ... EscuCHar pAra Que Los Hijos HabLen

DAVID MANGIERI

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David Mangieri @DavidMangieri

Hijo, esposo, papá, profesor de educación física. Coach. Pastor de la congregación hispana en Hillendale Baptist Church en Virginia, EEUU. Junto a otros pastores y líderes fundaron Desafío2230 para el desarrollo de jóvenes en campamentos, liderazgo y misiones. Parte del equipo internacional de e625 y totalmente involucrado en el desafío de alcanzar las nuevas generaciones para Cristo. Yo fui un excelente padre antes de tener hijos. Sabía lo que quería y lo que no quería ser con ellos… hasta que tuve tres: tres hijas mujeres. Y me di cuenta (y sigo descubriéndolo aún hoy) de que la mayoría de las veces no soy el padre que quería ser. No es mi intención, pero me encuentro diciendo, haciendo y siendo lo que me había propuesto no decir, hacer y ser.

Los seres humanos somos complejos, y nuestras relaciones unos con otros también lo son. Tengo una esposa a quien no siempre entiendo, una hija en la universidad, otra en high school y otra que aún no entró a la escuela, a quienes pocas veces entiendo (y sospecho que a ellas les pasa lo mismo conmigo). Algunas veces yo mismo no me entiendo. Las relaciones entre padres e hijos son complejas por la brecha generacional, la distancia que existe entre ambas generaciones, y si esto no fuera suficiente, algunos tenemos un extra al vivir en otro país que no es en el que nacimos y nos criamos, pero sí donde lo hicieron nuestros hijos; allí podemos sumar a la complejidad un lenguaje y cultura diferente.

Nuestras relaciones no son fáciles. No estoy diciendo que nos llevemos mal; amo a mis hijas y ellas (dicen que) a mí, pero nuestras conversaciones no siempre son como me gustaría que fueran. Ya lo dice el dicho popular: Mal de muchos, consuelo de tontos.

Lamentablemente, estoy convencido de que este es un mal de muchos, pero de ninguna manera quiero que sea para nuestro consuelo. Necesitamos trabajar juntos por el bienestar de nuestros hijos: somos los padres quienes debemos tomar la iniciativa de un acercamiento a la conversación.

En el área de la comunicación se ha hecho un énfasis exagerado sobre el «emisor», como si fuera más importante «el que habla» que «el que escucha», como si la acción del emisor fuera activa y la del receptor pasiva. Para reforzar esta posición, veamos que existen talleres de oratoria donde aprendemos a hablar mejor y ser efectivos en la comunicación, pero no existen talleres de escuchatoria o conversatoria. Sospecho que también existe una imagen previa, inconsciente, donde los padres son los que hablan y los hijos los que escuchan.

Tanto «el que habla» como «el que escucha» son vitales en la conversación; por esto, es necesario que adquiramos ciertas habilidades que afirmen la dignidad de los padres y la de los hijos, y así aprendamos a hablar para que nuestros hijos escuchen y aprendamos a escuchar para que nuestros hijos hablen.

DÉJAME COMPARTIR TRES VERSÍCULOS BÍBLICOS QUE VAN A DAR FORMA Y ACOMPAÑAR ESTA CONVERSACIÓN:

No te alejes de mí en el tiempo de mi angustia. Inclínate para escuchar y no tardes en responderme cuando te llamo. (Salmos 102:2)

En esta oración, el salmista desnuda nuestra necesidad humana de cercanía, de ser escuchados y de tener respuestas. Precipitarse a responder antes de escuchar los hechos es a la vez necio y vergonzoso. (Proverbios 18:13)

Sin palabras… No lo olvidemos. Padres, no hagan enojar a sus hijos con la forma en que los tratan. Más bien, críenlos con la disciplina e instrucción que proviene del Señor. (Efesios 6:4)

Hay una exhortación bíblica a tener cuidado con nuestra forma de tratar a nuestros hijos. Existe un conflicto entre «nuestra forma de crianza» y la disciplina e instrucción del Señor: nuestra disciplina e instrucción muchas veces lastima, mientras que la disciplina e instrucción del Señor los conduce a buen término.

Aprender a hablar para que los hijos escuchen…

Una manera de aprender o mejorar nuestro hablar es hacer el ejercicio de escucharnos a nosotros mismos.

Cuando me escucho a mí mismo, me doy cuenta de que: 1. La mayoría de las veces no aceptamos los sentimientos de nuestros hijos, sino que los negamos: «No podés estar cansada, si recién estas levantándote de la cama», «No es para tanto, no podés llorar así por esa tontería», y siguen los ejemplos. Al negar los sentimientos de nuestros hijos, los llevamos a no confiar y a dudar de sí mismos y seguir dependiendo de los nuestros, pero somos dos personas independientes que podemos tener diferentes sentimientos y que miramos la vida desde distintas perspectivas. 2. Los padres somos rápidos en dar respuestas o consejos. Creemos que nuestros hijos están buscando esto cuando quizás solamente están queriendo que alguien los escuche, y por la auto-obligación

impuesta de dar una respuesta o consejo ni siquiera nos tomamos el tiempo de escucharlos. 3. Nuestra actitud detrás de las palabras es tan importante como las palabras mismas.

Con mucha frecuencia nuestros hijos no saben por qué se sienten como se sienten, y otras veces no quieren compartirlo; no necesitan que estemos de acuerdo con ellos sino que los reconozcamos, y de esta manera estamos aceptándolos como personas independientes de nosotros, con sus propios sentimientos y expresiones.

AYUDITAS:

Cuando los niños están molestos nos lo hacen saber en voz alta y con toda claridad. Es importante en estos momentos acercarnos a ellos y reconocer que están molestos. No pretendamos que actúen como adultos: hagámoslo nosotros. Los adolescentes prefieren pocas palabras (si puede ser una sola, mejor) antes del nutrido sermón que los padres estamos acostumbrados a dar.

Escribir una nota. Puede parecer distante pero no lo es: una nota (no una carta documento) tiene la ventaja de «no subir de tono».

Aprender a escuchar para que los hijos hablen…

Exigimos a nuestros hijos que nos escuchen cuando les hablamos, pero veríamos con mala cara que ellos nos exijan que nosotros los escuchemos (por cierto, lo hacen constantemente).

Existe un conflicto entre «nuestra forma de crianza» y la disciplina e instrucción del Señor: nuestra disciplina e instrucción muchas veces lastima, mientras que la disciplina e instrucción del Señor los conduce a buen término.

La escucha activa es indispensable para una comunicación efectiva. El escuchar deja de ser un proceso pasivo y se convierte, conscientemente, en un proceso más activo donde se hace el esfuerzo de entender y darle valor al mensaje, y por ende a la persona: no solo lo que la persona está diciendo verbalmente sino también sus sentimientos, ideas o pensamientos alrededor de lo que está diciendo. La escucha activa significa escuchar y entender la comunicación desde el punto de vista del que habla, y que luego recordemos lo que está diciéndose.

Esta habilidad de escuchar no surge naturalmente en nosotros, requiere esfuerzo (y mucho), concentración y tiempo de reflexión, pero tiene la virtud de evitar los malentendidos y que nuestros hijos se sientan valorados.

CÓMO PODEMOS PONERLA EN PRÁCTICA:

‘ Escucha con atención. ‘ Evita la escucha previa, los prejuicios y el pensar que ya sabes lo que va a decir. ‘ No interrumpas, escucha todo lo que tiene que decir. ‘ No desvíes la conversación o cambies de tema. ‘ Mantén contacto visual. ‘ Resume lo que se ha dicho (parafrasea): esto te ayudará a corroborar si estás entendiendo bien y tus hijos tendrán la oportunidad de corregir o ampliar la información. ‘ Valida lo que dice, aunque no estés de acuerdo (recuerda que son dos personas diferentes)

¡Qué no estaríamos dispuestos a hacer por nuestros hijos!

Más allá de que muchas veces no los entendamos y no nos entendamos, ellos cuentan con nosotros. La familia es importante. Es cierto que muchas veces los hijos no son conscientes de lo importante que son los padres (esto es normal en su desarrollo), pero los padres no podernos pasar por alto esta importancia.

A medida que los hijos crecen, el rol de la familia cambia: para los más pequeños la familia es el único mundo que conocen y anhelan estar; en la adolescencia, la familia deja de ser el centro y pasa a ser un ingrediente más dentro del vasto universo que van descubriendo, y en la juventud comienzan a pensar en formar una familia, pero en cada etapa, la familia sigue siendo de vital importancia en la vida de nuestros hijos y de la sociedad.

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