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METROPLEX

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FUENTES DE LA AUTORIDAD DE JESÚS

“¡Yo aquí soy quien manda!”. Estas palabras pronunciadas con un tono impositivo y un volumen más alto que lo normal son las que a menudo pretenden establecer de forma categórica la autoridad de quien las dice. Por supuesto, aunque existen versiones suavizadas de la frase, la idea siempre es la misma: la autoridad hay que imponerla. Sin embargo, cuando pensamos en la persona de Jesús como líder, la primera imagen que tenemos no es la de un dirigente impositivo. Entonces, ¿por qué dice la Biblia que Él “enseñaba como quien tiene autoridad”? ¿Qué significa eso en el caso de Jesús? ¿Qué podemos aprender de la autoridad del Maestro?

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Alan Perdomo @alanperdomo4j Es originario de Honduras. Reconocido maestro de Teología e Historia. Por muchos años trabajó como profesor en el Seminario Teológico Centroamericano (SETECA) en Guatemala. Autor del libro para jóvenes «¿Y tú, qué crees?» PRIMERA FUENTE: SU CONOCIMIENTO DE LA PALABRA Cuando Jesús enseñaba, o cuando simplemente hablaba, mostraba un dominio de los temas que sobrepasaba lo promedio. Por ejemplo, cuando enseñó sobre el adulterio en el Sermón del Monte, él tuvo la suficiente confianza como para decir las famosas palabras “oísteis que fue dicho… pero yo os digo” (Mt. 5:21-22, 27-28, 30-31). Esta manera de enseñar no era solamente un recurso didáctico. Se trataba de una interpretación de las leyes antiguas como solo lo podía hacer un conocedor de primera mano. O sea, Él no pretendía traer una novedosa teoría sobre el significado de esas leyes, sino que estaba apuntando al espíritu mismo de ellas. Hasta ese punto llegaba su conocimiento de la Escritura. Por otro lado, Jesús dominaba tan bien los conceptos de la Ley que incluso llegó a colocar a los maestros de la nación en posiciones incómodas. Frases tales como “¿No habéis leído…?” se repiten en varias ocasiones en el contexto de sus controversias con los líderes de la nación (Mt. 12:3, 5; 19:4; 21:16, 42; 22:31; Mr. 12:10, 26). En su plática con Nicodemo le hizo el siguiente reclamo: “Tú eres maestro de Israel ¿Y no entiendes estas cosas?” (Jn. 3:10). En otras ocasiones, aunque era cuestionado, era Él quien terminaba haciendo preguntas que mostraban su conocimiento superior de la persona de Dios y de su revelación (Mt. 22:42; Luc. 10:36). En una ocasión, incluso acusó a los líderes religiosos de ignorancia con respecto a la Escritura y a la persona de Dios (Mt. 22:29). Esta manera de dominar los temas espirituales y la intención original de Dios al escribir la revelación provocaba variadas reacciones. A quienes lo seguían y lo amaban estas palabras les traían esperanza y consuelo. Pedro, por ejemplo, dijo en una ocasión: “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6:68). Muchos otros lo seguían para escuchar sus profundas enseñanzas (Luc. 5:1, 15). A sus enemigos les respondía con contundencia y los dejaba callados y confundidos (Mt. 22:22, 34, 46). En parte debido a ello, los adversarios comenzaron a tramar su muerte (Mr. 12:12; Luc. 19:47; Jn. 5:18). Pocos eran los neutrales en relación con Jesús. Él provocaba interés o rechazo; amor u odio; emociones intensas, pero muy pocas veces indiferencia. La lección para los líderes de hoy es que la autoridad proviene del conocimiento de Dios y de su Palabra, más que de títulos o cargos. Los líderes juveniles deben ser permanentes estudiosos de la Escritura y constantes aprendices de la persona de Dios. No se trata de inventar interpretaciones exóticas o secretas de pasajes bíblicos. Se trata de comprender cada vez más el mensaje de la Biblia y, a través de éste, comprender cada vez mejor la mente y el corazón del Señor (Jn. 5:39). De hecho, en nuestros ministerios juveniles e iglesias los líderes deberíamos hacer brillar de manera intensa la superioridad de la Biblia. Es ella la que afianzará nuestra propia autoridad como líderes. Nuestro conocimiento de Dios y de su Palabra, entonces, hablará con mucho más poderío que las palabras altisonantes o los títulos rimbombantes.

SEGUNDA FUENTE: SU EJEMPLO Cuando examinamos los Evangelios, descubrimos que, doctrinalmente hablando se podría decir que Jesús se encontraba en una

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NUESTRO CONOCIMIENTO DE DIOS Y DE SU PALABRA, HABLARÁ CON MUCHO MÁS PODERÍO QUE LAS PALABRAS ALTISONANTES O LOS TÍTULOS RIMBOMBANTES

postura muy cercana a la de los fariseos. Efectivamente, al igual que ese partido, Él creía en los ángeles, en lo sobrenatural y en los milagros; cosas en las cuales no creían, por ejemplo, los saduceos. Es que el problema con los fariseos no era principalmente doctrinal ni en cuanto a ideas, lo que ataca Jesús es su ética equivocada, su falta de coherencia entre lo que enseñan y su conducta. Sus palabras son contundentes: “ustedes deben obedecerlos y hacer todo lo que les digan. Pero no hagan lo que hacen ellos, porque no practican lo que predican” (Mt. 23:3). No hay cosa que debilite la autoridad de manera más eficaz como la inconsistencia. Por el contrario, Jesús presentaba sus acciones como evidencia de su doctrina. Él podía, por ejemplo, desafiar abiertamente a sus enemigos a acusarlo de algo: “¿Quién de vosotros puede probar que soy culpable de pecado?” (Jn. 8:46). A la vez, decía con entera libertad “aprendan de mí pues yo soy apacible y humilde de corazón” (Mt. 11:29). En otras palabras, Jesús no solo estaba libre de censuras, sino que, además, sus acciones positivas reforzaban su enseñanza. ¿Te das cuenta? He aquí un líder que puede colocar sus acciones a la par de sus palabras y permanecer intacto. ¡Qué diferencia con los líderes de hoy, quienes muchas veces deben esconder partes de su vida para que no ensucien sus portentosas palabras! De hecho, en este sentido, hay un excelente principio de liderazgo establecido por el Señor. En una ocasión, Él consigna las acusaciones de las que era objeto. Muchos le llamaban “glotón y un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores”. Ante estos rumores, Jesús dice categóricamente: “la sabiduría queda demostrada por sus hechos” (Mt. 11:19). La frase significa que son las acciones las que demuestran un carácter sabio o uno necio; una autoridad probada o una tambaleante. En otras palabras, ante las acusaciones y críticas que recibamos como líderes, la mejor defensa son nuestros hechos. Un modelo admirable de cómo se combinaban las actitudes y las acciones de Jesús puede ser visto en Juan 13:3-5. El v. 3 expresa de manera clara cuál era la posición de Jesús: todas las cosas estaban “bajo su dominio”. Además, Él estaba consciente que “había salido de Dios y a Él volvía”. Dicho de otra forma, Jesús sabía que tenía una posición de autoridad insuperable. Esa era su actitud; ese era su auto concepto. Sin embargo, la fuerza del pasaje es que en el preciso instante en que reconoció su indudable superioridad, en ese mismo momento, Él estuvo dispuesto a actuar con humildad y lavar los pies de sus discípulos. ¡Qué ejemplo! Este es un líder que no depende de su posición o de su título. Él actúa de manera coherente con su carácter “apacible y humilde de corazón” y lo demuestra con sus acciones. De hecho, cuando les dice a sus seguidores “también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn. 13:13), nadie puede poner en duda el peso de la enseñanza ni del mandato ¡Eso es autoridad! Una enseñanza valiosa para nosotros es que cada líder debe mantener una conducta ejemplar. Sin duda, el liderazgo implica estar una posición visible, expuesta a todo tipo de evaluaciones. Ante ello, la conducta y las acciones son las mejores evidencias de un liderazgo autoritativo; no las actitudes altivas o soberbias ni los reclamos de que “aquí yo soy el jefe”. Como líderes juveniles debemos dejar que nuestras acciones demuestren nuestra sabiduría. Ese es un liderazgo con autoridad como el de Jesús.

TERCERA FUENTE: EL RESPALDO DIVINO Por supuesto, en último caso, la autoridad que el Señor poseía no tenía una fuente humana. Cuando Él entrega la Gran Comisión a sus seguidores, comienza diciendo: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra”. La manera en la que está dicha la frase indica que la autoridad proviene de alguien más: de Dios mismo. Sin embargo, además, implica que esa autoridad es real y está en sus manos, por eso puede compartirla con sus seguidores para que sean testigos de Él, hagan sus obras y formen discípulos (Mt. 10:1; 28:19-20). Al menos en dos ocasiones en los Evangelios Dios declara su aprobación hacia Jesús. La primera de esas ocasiones fue durante el bautismo, durante el cual se escuchó una voz del cielo que dijo: “Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él” (Mt. 3:17). La otra ocasión fue en la transfiguración, cuando se oyó de nuevo una voz que decía: “Éste es mi Hijo amado; estoy muy complacido con él. ¡Escúchenlo!” (Mt. 17:5). De esta manera, fue indudable para quienes escucharon esa voz, que la autoridad de Jesús venía de Dios Padre (2 P. 1:17). Uno de los pasajes principales en los que

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LA AUTORIDAD PROVIENE DEL CONOCIMIENTO DE DIOS Y DE SU PALABRA, MÁS QUE DE TÍTULOS O CARGOS

se ve a Jesús echando mano de la autoridad del Padre es Juan 5. Después de sanar a un paralítico, los líderes religiosos critican que esto haya sido efectuado en un día de reposo. Jesús aprovecha la ocasión para enseñar de dónde proviene el respaldo para su autoridad. Él comienza diciendo que tiene la misma agenda que su Padre (v. 17-21). Si el Padre trabaja en el día de reposo, el Hijo también. Si el Padre otorga vida, Él también. Luego, afirma que la autoridad de ser juez ha sido delegada por Dios a Jesús (v. 22-29). Por eso, merece la honra de todos y hasta tiene el derecho de dar vida. Por último, Jesús declara que el Padre mismo es testigo de su autoridad por medio de sus obras; y que, de hecho, no es él quien se alaba a sí mismo, sino que es el Padre quien lo respalda (v. 30-37, cp. Jn. 8:18). Así, entonces, por hacer lo mismo que el Padre, por haber recibido la autoridad de Él o por su claro testimonio, Jesús tiene el respaldo de Dios. Por último, podemos mencionar el respaldo de Dios en las obras de Jesús. Por ejemplo, sus milagros y sanidades fueron ejecutados con el derecho que le dio el Padre (Mt. 9:8; Mr. 1:27; Luc. 4:36). Además, Cristo poseía el poder de perdonar pecados; el cual le correspondía solamente a Dios (Mr. 2:5-10). Por otro lado, Jesús poseía y ejercía el derecho de dar vida eterna, el cual fue otorgado por Dios mismo (Jn. 17:1-2). Incluso la autoridad de permitir su muerte y de resucitar fueron dados por el Padre (Jn. 10:18). Nótese lo sumiso que era Jesús. Él usaba de esta autoridad, no como una manera de imponerse sobre los demás, sino dentro de la sujeción debida a Dios Padre. No hay manipulaciones ni imposiciones; no existen reclamos por derechos que Él supuestamente merece. Simplemente, reconoce que la autoridad viene del Padre y que el Hijo tiene la responsabilidad de ejercerla de manera responsable y con propósitos sublimes; no egoístas. El respaldo de Dios es uno de los motivos constantemente esgrimidos por los líderes religiosos de hoy. “Dios me habló”, “en nombre de Dios” o “por la visión que Dios me dio” son frases que abren la puerta a la manipulación y el abuso. Sin embargo, lo que observamos en Jesús es que su autoridad estaba en línea con los propósitos santos de Dios y con su superioridad. Él fue el siervo que hacía la voluntad del Padre de manera absoluta (Jn. 6:38). Por ello, el respaldo divino lo acompañaba en todas sus enseñanzas y sus acciones. Con base en lo anterior, debemos proclamar que la autoridad de cualquier líder cristiano está conectada con el hacer la voluntad de Dios y no la suya como pastor, líder juvenil, apóstol o cualquier otro título humano. Si la autoridad divina acompaña a un líder es porque éste está haciendo la voluntad perfecta del Señor. CONCLUSIÓN Es innegable que los líderes necesitan autoridad para actuar y dirigir al grupo de personas a su cargo. La vida y el ministerio de Jesús nos ha mostrado que, en el cristianismo, los derechos de dirigir y actuar provienen de fuentes diferentes que para los demás líderes. El desafío es, por un lado, volvernos conocedores de la Palabra de Dios y de su Persona. Así nuestras enseñanzas y acciones vendrán de una fuente segura: la de la Escritura. Por otro lado, nuestra vida debe respaldar las palabras que salen de nuestra boca. De esta forma, nuestra autoridad tendrá la consistencia necesaria para ser efectiva. Por último, debemos estar seguros que la voluntad de Dios acompaña nuestras acciones. De esta manera, nuestra autoridad tendrá una base absoluta: los planes de Dios para la humanidad. Ese es el desafío para el liderazgo de esta generación: Ser líderes con una autoridad como la de Jesucristo.

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