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«CUANDO LOS LÍDERES NOS FALLAN»

COLUMNISTA INVITADO

CUANDO LOS LÍDERES NOS FALLAN

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“Todo el mundo es grandioso hasta que llegas a conocerlos”, dice el refrán. No recuerdo la primera vez que quedé decepcionada por alguna figura de autoridad, pero he vivido lo suficiente para saber que no será la última. Cuanto más nos acercamos a la gente, más probabilidades hay de que nos decepcionen en algún nivel. Lo mismo ocurre con los que lideran. Sea tu esposo, tu pastor, tu jefe, o tus padres, a mayor proximidad, mayor se vuelve el pecado (o por lo menos así se revela).

Courtney Reissig @courtneyreissig Ha escrito para el Concilio de Masculinidad y Femineidad, y el Seminario Teológico Bautista del Sur. Está casada con Daniel, y juntos viven en Estados unidos, donde Daniel trabaja para Midtown Baptist Church. Ella bloguea regularmente en In View of God’s Mercy. UNA COLABORACIÓN DE Coalicion.es Mi familia tiene una frase: “el mejor de los hombres sigue un hombre”. Esto significa que incluso aquellos que más admiramos son realmente solo hombres (o mujeres): seres humanos con una tendencia a cometer graves pecados, incluso pecados contra nosotros. Cuando me enfrento con este pecado, mi tendencia es a retirarme. Me has hecho daño, te dejo. Es más fácil. Funciona para mí. Me permite distanciarme del dolor, en lugar de enfrentarlo con la frente en alto. Me libera de tener que perdonar a la persona si no tengo que mirarlo a los ojos. Pero ese no es el patrón de la Escritura. A partir de los primeros seres humanos, Adán y Eva, hasta la última palabra en Apocalipsis, la gente se ha estado decepcionando a lo largo de la historia. Relaciones han sido dañadas. Líderes han fracasado.

PECADOS GRAVES Antes de continuar, una cosa debe quedar clara: solo porque el que te lastimó es un líder no elimina las consecuencias. Algunos pecados (abuso de todas las formas, fracaso moral, asesinato, etc.) requieren la eliminación inmediata de una posición de autoridad. David pecó al tomar ventaja de Betsabé y asesinar a su marido (2 Sam. 11). Si bien se arrepintió, su hijo murió como consecuencia de su falla (2 Sam. 12:18-19). El pecado tiene consecuencias, incluso para los líderes. Pero, ¿cómo debemos responder en nuestros corazones hacia tales fallas? ¿Te retiras, como yo? ¿Lo enfrentarás de frente, negándote a ser victimizado de nuevo? ¿Te vas de la iglesia, harto de la hipocresía? ¿Te desconectas de aquel que te ha hecho daño? La falta en el liderazgo es una grave ofensa contra el pueblo de Dios, lastima, a veces por años, planta las semillas de la desconfianza que a menudo germinan en una maleza asfixiante difícil de eliminar, enturbia nuestro juicio de todos los niveles de liderazgo, ensombrece nuestros sentidos para un verdadero liderazgo porque nuestros ojos han sido ensombrecidos con dolor y traición. SOBREPASANDO EL DOLOR La Biblia está llena de líderes que fallaron al blanco. En cierto sentido, la experiencia humana presentada en la Escritura nos recuerda que nunca sufrimos de manera aislada. Somos parte de una larga línea de pecadores, una larga fila de personas que han sufrido pecado de otros, y una larga fila de personas redimidas. Abraham puso a su esposa en peligro al mentir diciendo que era su hermana (Génesis 12:10-20; Génesis 20: 1-18). Aarón se dejó llevar de la gente que él debía liderar y les dio un becerro de oro, en lugar de dirigirlos a Dios como el que merece su alabanza (Éx. 32). Moisés respondió con ira, lo que resultó en que no pudiera entrar a la tierra prometida (Num. 20:10-13). Saúl se preocupaba más por sí mismo que por obedecer a Dios (1 Sam. 15). El pecado de David con Betsabé corrompió su habilidad para liderar durante el resto de su reinado (2 Sam. 24:1-17). Zacarías no confiaba en Dios completamente en proveer un hijo para él (Lucas 1:18-20). Pedro llegaba a ser imprudente y orgulloso (Juan 13:36-38). La lista podría seguir. Una encuesta de la historia de la iglesia, o incluso de nuestras relaciones actuales, revelarían aún más la decepción. Si estamos llamados a vivir como pecadores redimidos en un mundo lleno de gente decepcionante (a sabiendas que somos tanto el decepcionado como el decepcionante), debemos reconocer que nuestras circunstancias no nos definen, ni tampoco dictan nuestras respuestas. Con cada líder fracasado en las Escrituras, Dios estaba haciendo algo poderoso en el fracaso: Él estaba mostrando a su pueblo que Él y solo Él es Dios. Lo mismo es cierto para nosotros hoy. Al igual que los israelitas antes de nosotros, somos propensos a adorar lo que está delante de nosotros (líderes) en lugar de adorar al Dios que nuestros ojos

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no pueden ver. Y cuando los líderes caen, o pecan contra nosotros, nuestra reacción hacia su falla revela solo cuánta esperanza ponemos en su capacidad para salvarnos. LÍDER PERFECTO Cualquier discusión sobre el liderazgo sería deplorablemente incompleta si no se menciona que en el liderazgo imperfecto tenemos la esperanza en el perfecto: Jesús. Pero el mirar a Cristo como la cabeza de todas las cosas, incluyendo la iglesia, no es una mera repetición para corazones cansados. Es pura verdad que puede alimentarnos cuando el fallo de un líder nos hace sentir desnutridos. Nadie se enfrentó a más decepción por parte de los líderes que Jesús (Lucas 22:66-23 25). Él fue despreciado y crucificado por los líderes políticos y religiosos de su tiempo. Todo por nosotros. Cuando todos los líderes que nos rodean fallan (padres, esposos, maestros, pastores, jefes, políticos, etc.) tenemos un líder que se levanta por nosotros hasta el final. Murió para protegernos, hijos suyos, y vive para llevarnos a salvo a casa. El mismo Jesús que es la esperanza para los líderes pecaminosos (y eso incluye a todos nosotros de alguna manera) es la esperanza para las víctimas de un mal liderazgo también. Él transforma malos corazones y da esperanza a los rotos. En toda nuestra decepción con los que nos lideran, no nos entristecemos ante su pecado como aquellos que no tienen esperanza; Cristo es el líder máximo. Ellos no son nuestro salvador; Cristo es. Ellos no nos van a satisfacer; Cristo sí. Los líderes van y vienen. Cristo sigue siendo el mismo, fiel y verdadero a sus ovejas. Nos afligimos por el liderazgo fracasado (y lidiamos con el bíblicamente). Pero encontramos refugio de la tormenta de sus fracasos en Jesucristo, nuestro líder perfecto.

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