¿Gritar o no gritar?

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23 de septiembre de 1868, Grito de Lares. Eso es todo lo que diré respecto a esta fecha histórica, por el momento. Otro dato importante: década de los ’90, generación a la que pertenezco. Pongo pausa a esto y camino en otra dirección. ¿Cuántas veces al día nos dedicamos a reflexionar sobre la aportación que realizamos a nuestra sociedad? Parece ilógico llegar después de las cinco de la tarde a tu hogar, respirar profundamente y escribir una lista de las cosas que aportaste a la sociedad. No es rutina ni costumbre, ahora, ¿qué tal si a fin de semana o mes, tomáramos un momento y nos hiciéramos concientes de lo mucho que Foto tomada de la web (Google)

realmente perdemos el tiempo? No se puede

mal interpretar un asunto muy delicado; sí, necesitamos crearnos y velar primero por nosotros pero sin perder de perspectiva que el nivel de pensamiento que dediquemos a nuestro ser, se proyectará a los que nos rodean positiva o negativamente. A donde voy: balance. Ejemplo: en mi vida personal y académica he tenido repercusiones serias, positivas y negativas (en mayor cantidad), debido a que no he sido lo suficientemente conciente sobre mi entorno y contexto social. Por primera vez en cinco años he puesto fin al desbalance atrofiado que ha tenido mi vida. “¿Por qué es tan importante dedicarle tiempo a los demás? Ellos no hacen nada por mi”, fue un pensamiento que estuvo palpitando levemente en mi subconciente. Esta serie de pensamientos encontrados, desbalances en las relaciones sociales, tuvo su fin cuando una fuente externa y ajena a mi ser,

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me tomó desprevenido y aconsejó. Entonces, con pequeños pasos, la balanza entre “yo” y “los otros” fue tomando forma, fue tomando los niveles apropiados y óptimos para el funcionamiento correcto de mi vida. Como consecuencia, he dedicado días en específicos al análisis de mi participación en la sociedad. Desde una perspectiva en macro, el porcentaje bajo pero importante que aporto día a día es reflejo de la conciencia que llevo conmigo de crear una mejor civilización. Tal vez, los métodos que utilizo no son los mejores, tradicionales o no sé qué. Por igual, el tiempo en el que vivimos no es el mismo de 1868, ¿cierto? Nos agrada pensar que vivimos en un mundo difícil donde las temperaturas van en aumento, los polos se derriten, la atmósfera se agrieta, la economía se hunde, la gasolina en precios altamente ridículos, qué horror... ¡Oye! ¿Qué tal las circunstancias de hace 143 años? ¿Cuánta opresión realmente tenemos hoy día? ¿Cuán difícil es expresarnos y aportar? Aparentemente, nos encanta movilizarnos en la zona de comodidad, nos encantan los límites, nos programan para que hagamos un poco, lo deseado y

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no pasarnos de la línea. ¡Qué mamey! Entonces, nos quejamos de tan malo contexto social en el que vivimos, cuando más de 400 personas (una extrema minoría), hace más de un siglo se tiraron la maroma de poner fin a la bayoya, o por lo menos dejar saber que podían gritar, que tenían voz. Con la debida motivación, conciencia y balance voluntario, es claro que algún cambio puede realizarse. Sólo queda una pregunta: ¿aún tenemos voz para gritar? Mathew Ariel


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