TEATRO EN ESTUDIO 2014

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Gustavo Petro Urrego Alcalde Mayor de Bogotá, D. C.

Clarisa Ruiz Correal Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte

Instituto Distrital de las Artes, Idartes Santiago Trujillo Escobar Director general

Bertha Quintero Medina Subdirectora de las artes

Gerencia de arte dramático Natalia Guarnizo Pineda Gerente

Edwin Acero Robayo Asesor

Carolina García Contreras Coordinadora misional

Diana Alfonso López Apoyo misional

Patricia Rivas Rodríguez Coordinadora administrativa

Luzmila Muñoz Silva Apoyo administrativo

Alejandra Cruz Ospina Apoyo a la supervisión

Armando Parra Garzón Apoyo programas Pasaporte teatral y Arte conexión


© Teatro al borde. Selección de dramaturgia 2014 “20 de corazones. El baile de máscaras”© de José Julián Álvarez Clavijo. Primer lugar. “Blanca o las voces uterinas”© de Claudia María Mejía Valencia. Segundo lugar. “Sumapaz”© de Engelberth Javier Gámez Alfonso. Tercer lugar. Ganadores Concurso Premio Distrital de Dramaturgia de la Convocatoria de Arte Dramático, Programa Distrital de Estímulos 2014. Resolución No. 748 del 25 de agosto de 2014. Juliana Reyes Forero, Carlos Eduardo Satizabal Atehortúa, Camilo Andrés Ramírez Triana. Jurados Premio Distrital de Dramaturgia de la Convocatoria de Arte Dramático, Programa Distrital de Estímulos 2014. Resolución No. 511 del 27 de junio de 2014.

Yolanda López Correal Coordinación editorial

Julian Acosta Riveros Corrección de estilo

Fabian Dario Parra Camacho Diseño gráfico

Buenos y Creativos Impresión ISBN 978-958-8898-32-2 Material impreso de distribución gratuita con fines didácticos y culturales. Queda estrictamente prohibida su reproducción total o parcial con ánimo de lucro, por cualquier sistema o método electrónico sin la autorización expresa para ello. www.idartes.gov.co


Selección de dramaturgia 2014 Presentamos el cuarto título de la colección Teatro en estudio, coordinada por la gerencia de Arte Dramático del Instituto Distrital de las Artes, Idartes. Mediante este conjunto de publicaciones se dan a conocer las obras de los ganadores del concurso anual de selección de dramaturgia, premio que tiene como objetivo fortalecer y fomentar la escritura dramática y su difusión en el ámbito distrital y nacional. Esta edición que entregamos a la ciudad, contiene las tres obras de dramaturgia ganadoras de la versión 2014: “20 de corazones. El baile de las máscaras” de José Álvarez, que ocupó el primer lugar; “Blanca o las voces uterinas” de Claudia Mejía, segundo lugar y “Sumapaz” de Javier Gámez, tercer lugar. Según el dramaturgo José Álvarez, su obra “es una reflexión seria acerca del ser humano, de sus recelos, quimeras, fines, inquietudes; de sus ángeles y demonios; todo esto enmarcado dentro de un hecho real que pertenece a la historia colombiana tomando como pretexto el 20 de Julio de 1810, pero narrado a través de la inexplorada historia de amor entre Manuela Maza y el capitán del ejército realista, Mauricio Álvarez.” Por su parte, Claudia Mejía en “20 de corazones. El baile de las máscaras” a través una hermosa poética explora el tema de la corporalidad y la feminidad desde la voz de una mujer fantasmal que regresa a recoger sus pasos y a reencontrarse con sus memorias y las de los espacios que la habitan.


Finalmente, Javier Gómez en “Sumapaz”, presenta un texto dramático en el que narra, según sus propias palabras, “las peripecias de cuatro personajes: Bill, un escritor, Werner, un director de teatro, Klaus, un actor, y Baudelino, un chamán. Juntos rompen el espacio teatral en el cual intentan ensayar una pieza en torno al tema de Eldorado. Instigados por Bill, emprenden un viaje sin retorno a bordo de un Dodge Dart, teniendo como destino el páramo del Sumapaz.” Celebramos el surgimiento y la consolidación de nuevos dramaturgos en la escena teatral bogotana, quienes, con sus trabajos artísticos de alta calidad, alimentan el movimiento teatral de la capital.

Santiago Trujillo Escobar Director General Instituto Distrital de las Artes, Idartes


Contenido 20 de corazones. El baile de máscaras de José Julián Álvarez Clavijo Blanca o las voces uterinas de Claudia María Mejía Valencia Sumapaz de Engelberth Javier Gámez Alfonso

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20 de Corazones. El Baile de Máscaras José Julián Álvarez Clavijo


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PERSONAJES Padre: Andrés Rosillo y Meruelo, edad avanzada, hombre de fe, honesto. Monaguillo: Niño campesino entre diez y doce años, vivaz, divertido, inteligente. Antonio Amar y Borbón: Hombre de edad muy avanzada, achacoso, pusilánime, resabiado. Oidor: Ponzoñoso, oscuro, prepotente, con una pequeña deformidad en su físico. Capitán Álvarez: Hombre de porte atractivo, fuerte, sereno, observador, joven. Manuela Maza: Mujer bella, joven, inteligente, de carácter, decidida. José Llorente: Refinado, trabajador, edad mediana, delgado y de pequeña estatura, generoso. Francisco Caldas: Hombre frágil físicamente, pero con un aire científico evidente, locuaz, educado y muy sensible intelectualmente. Antonio Morales: Gigante en estatura, recio, de manos grandes y fuertes, de carácter impulsivo y emocional. Antonio Rubio: Estratega, de estatura mediana, muy analítico y algo militar en su forma de ser. Voceador: Licencia histórica permitida por el autor (ya que La Bagatela nace realmente el 14 de julio de 1811 a manos de Antonio Nariño) para dar hilaridad a la historia. Representa la parte más frágil e inconforme de la población; sarcástico. Mujer del balcón: Edad muy avanzada y cabellos blancos, prudente, sabia.

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Soldados: Malnutridos, de tez cansada, obedientes y cuerpo encorvado. Comerciante: Campesino humilde, joven, fuerte, quemado por el sol, trabajador. Esposa del comerciante: Campesina humilde, embarazada, honesta. Indígenas, esclavos, criollos, niños y mujeres

(Dos personas no perciben de idéntica manera una misma situación, por lo tanto rememorarán a esta de formas diferentes; la presente es tan solo una de esas percepciones sobre los hechos reales ocurridos el 20 de julio de 1810 apoyado en la anécdota y la fantasía).

ACTO ÚNICO (Cantos gregorianos colman el ambiente de misticismo; vemos la decoración refinada de una iglesia de 1810 que nos da la sensación de grandeza, organización y detalle, con un altar hermoso en el proscenio, en cuya parte central, arriba, cuelga un cristo sangrante en la cruz. La iglesia está adornada con velas que iluminan y producen sombras que parecen moverse por momentos, atravesada por las cuerdas gruesas y rústicas del campanario y con una colosal puerta central al fondo que se encuentra cerrada, pero que al abrirse permitirá ver al fondo la plaza entera, el balcón de la casa del frente, el canal que atraviesa la calle y los pobladores de la ciudad. El humo del incienso, que escala hasta el cielo y las velas que se van encendiendo de a una junto al altar, descubren la figura de un sacerdote, Andrés Rosillo y Meruelo, que de rodillas, está rezando angustiado el Padre Nuestro en latín).

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Padre. Pater Noster, cu is in chelis, sanctificétur nomen Tum, adveñat Reñum Tum, fiat volúntas tua, sicut in chelo et in terra.

(Aparece corriendo un pequeño crío, frena de súbito, se persigna casi en cámara lenta y al terminar, retoma su ritmo aprisa, descubrimos a lo largo de la obra que es el monaguillo).

Monaguillo. ¡Qué tentación!, se veían deliciosas. Padre. ¿Las escondiste bien?, si alguien revisa y las encuentra aquí, ya sabes lo que nos puede pasar. Monaguillo. Usted me conoce, padre, las escondí tan bien que si se me olvida dónde, ¡ni yo mismo las podría encontrar! Padre. ¡Gratias agimus Deo!, entonces olvida el tema hasta la hora de entregarlas, yo te aviso cuando; ¡pero desde ahora ese tema queda prohibido de mencionar! Monaguillo. ¿Me puedo comer una? Padre. ¡Prohibido mencionar!, ¿no entendiste? Monaguillo. ¡Está bien!, entonces me voy a preparar los ornamentos del matrimonio. Padre. ¡No!, no, no, eso tampoco, ¡aún no! Monaguillo. ¿No?, pero ¿sí hay matrimonio, verdad, padre? Padre. ¡Eso es lo que todavía no sé!, no sé, no sé, todo depende de ella. Monaguillo. Entonces, ¡sí son ciertos todos los rumores! Padre. Vade contra, ¡cuidado con lo que dices!, ponte a rezar. Monaguillo. ¿Usted también pasó la noche en vela como todos en la ciudad, verdad?, no me lo niegue. ( 12


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Padre. ¡Ponte a rezar! Monaguillo. Donde no haya matrimonio, el señor oidor nos manda a decapitar a todos, ¡a todos! Padre. ¡Ponte a rezar! (El monaguillo se arrodilla a rezar junto al padre). Monaguillo. ¡Está bien! Panem nostrum cotidiánum da nobis hódie, et dimitte nobis débita nostra… (De la calle se empiezan a filtrar murmullos y noticias a todo pulmón). Voz. La Bagatela… La Bagatela…Atención, atención, mucha atención a esto ciudadanos santafereños:… Monaguillo … sicut et nos dimíttimus debitóribus nostris… Padre Reza más bajito… (El monaguillo baja el volumen). Monaguillo … et ne nos indúcas in tentatiónem… Padre Más bajito… (Baja más el volumen). Monaguillo … sed líbera nos a malo… Padre Más bajito… (El monaguillo queda en silencio pero moviendo los labios). Padre ¡Eso! Voz (Tose). … la viruela, el tifo y la tuberculosis siguen haciendo de las suyas aquí en Santa Fe. (Tose gravemente). Padre ¡Santisima diua virgo!, ¡la epidemia!, ¡aparezca señor Llorente!, ¡aparezca!; obispillo, tráeme el libro gordo. (El monaguillo va por el libro, pero sigue moviendo los labios sin sonido mientras lo trae). 13 )


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Voz De los 17 014 habitantes que había al iniciar el año en nuestra ciudad, ya solo quedamos 16 152, y como esto no mejore, ¡cualquiera hiede a difunto! (Tose). (El monaguillo regresa corriendo con un libro grande, pesado y viejo). Padre ¡Me!, ¡Dios mío, tráeme a Llorente aunque sea de las orejas, por favor! (El monaguillo le entrega el libro y una pluma y le dice algo al padre con el movimiento de los labios, pero sin sonido). Padre ¿Cómo? (El monaguillo le repite una vez más, pero aún sin volumen en su voz). Padre ¡Santisima crucis Christi!, ¡ponle volumen pequeño! Monaguillo ¡Que fueron 127 en total esta semana, padre! Padre ¿127?, ¡Jesus Christus!, díctame quienes fueron esos pobres . (Mientras el monaguillo dicta, el padre irá anotando en el libro). Monaguillo Encabezando… 28 criollos fusilados por orden del virrey o de doña Paquita, que es lo mismo, usted sabe cómo es ella, ¡ella es…! (El padre lo mira, recriminatorio). Monaguillo ¡Entendido!, no murmurar, un chapetón fenecido de muerte repentina, o por lo menos eso fue lo que dijo la viuda, ¡sí, señor!, la misma que se casa dentro de ocho días con el compadre. ¿Cómo le parece…? Bueno, tampoco pensemos mal, padre… ¡Esas cosas pasan…! A veces… En fin, continúo, dos mulatos borrachos muertos en una pelea en la chichería de Vicente. Padre ¿Otra vez los mulatos? Monaguillo ¡Otra vez! ¡Imagínese! En esa chichería todos los viernes hay un muerto, ¡y mulato! Deberían no venderles más chicha a los mulatos, padre, o cerrar esa covacha; ¡bueno!, ya no vuelvo a opinar, ocho indígenas muertos

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de hambre, es decir que murieron de hambre… los indígenas… es decir no comían y… usted me entiende, padre; en cambio, ¡al virrey se le ve cada vez más mofletudo…! Padre ¡Monaguillo! Monaguillo ¡Mea culpa, mea culpa, mea culpa! Cinco campesinos pobres por falta de atención médica, ¡siempre son los mismos los que se mueren por lo mismo!, qué casualidad, ¿no, padre? ¡Sí, señor, ni una palabra más! Y finalmente, 83 defunciones entre mujeres, hombres y niños por epidemias viruela, tifo y tuberculosis. Padre ¡Purissima Virgine Maria!, ni me lo recuerdes, ¡esa bendita epidemia! ¿Dónde estará Llorente? (El padre anota en el libro las cifras). Voz ¡Atención!, y de los cinco galenos que hay, dos están en huelga, otro solo atiende después de reposar el almuerzo y los dos restantes atienden solamente a los que tienen reales para la consulta (tose y tose) o una orden firmada por doña Francisca. (Sigue tosiendo). Monaguillo ¡Nos vamos a morir, padre!, nos vamos a morir… ¿me puedo comer una manzana? (El monaguillo se arrodilla). Padre ¡Que está prohibido mencionar ese tema! Monaguillo ¡Tengo hambre! Padre ¡Haz de cuenta que esas manzanas no existen!, ¡son un secreto de confesión!, ¡a rezar! (Los dos van a empezar a rezar). Voz Que Dios nos agarre confesados, paisanos, ¡confesados! Porque tenemos

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una pata en la tumba (Tose grave). (Tocan a la puerta con urgencia). Padre ¿Qué hora es? Monaguillo Ya casi dan las once. (El padre se levanta de sopetón con el libro entre sus manos). Padre ¿Las once?, ¿Por qué no me habías dicho? Monaguillo Porque usted no me había preguntado, padre. (Dirigiéndose cautelosos a la puerta). Padre ¿Quién llama? Oidor Hernández De Alba. Padre y monaguillo ¡El oidor!, ¡el oidor!, ¡el oidor!, ¡el oidor! (Los dos corren azorados organizando las cosas y rociando incienso por todas partes). Padre ¡Enseguida abrimos, señor oidor! Monaguillo Entonces, ¿sí hay matrimonio? Padre No se sabe, no se sabe, ¡Spiritus Sanctus!, todo depende de ella. Monaguillo ¡Este señor nos va a decapitar si no hay matrimonio, padre!, ¿Me puede confesar?, por si acaso. Padre Ego te absolvo in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti… Monaguillo Pero ni siquiera le he dicho mis pecados. Padre Pues espero que no hayas estado haciendo suciedades… (Al oidor). ¡Enseguida abrimos, señor oidor…! Monaguillo ¿Y las manzanas? (Tocan nuevamente). Padre ¡Que de eso no se habla! ¿Cuántas veces…?

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Monaguillo ¿Seguro no me puedo comer una? Padre ¡Dame paciencia, señor, dame paciencia! Monaguillo Pero no me deja comer nada desde hace dos días. Padre ¡Porque estamos en ayuno! ¿No te acuerdas? ¡A ver si hoy ocurre un milagro de Dios que nos salve de esta! (Tocan nuevamente con más urgencia). Padre ¡Enseguida abrimos, señor oidor…! (Al monaguillo) y no te olvides de buscar al señor Llorente, ¡dile que lo estoy requiriendo con urgencia!, que no he podido dormir… (Al oidor). ¡Ya estamos abriendo, señor oidor! (El monaguillo abre las puertas de la iglesia, que es penetrada por el bullicio del pueblo en día de mercado; frente a la puerta de la iglesia está el oidor don Hernández de Alba, disfrazado con una máscara portentosa de hiena horrible que cubre casi toda su cara y vestido con traje refinadísimo de novio. Una cabeza degollada y sangrante cuelga de la puerta de la iglesia). Monaguillo y padre ¡Ahhhhhhhhh! Padre ¿Quién es este? Oidor ¡Era...! Era el cabecilla de los revoltosos santandereanos… ¿Cómo lo ve? El resto del cuerpo lo colgamos por partes en otros lugares: mire allá, junto a la casa de Llorente hay un brazo, ¿si lo ve?; en la esquina occidental de la plaza, una pierna, esa la dejamos con alpargata y todo, ¡exquisito detalle!; y pues faltaba algo aquí para completar la decoración, ¡no se imagina el trabajo que nos dio este campesino!, ¡tenía el cuero muy duro! Padre. ¡Alma bendita!, requiescamus in pace, in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti, ¡llévate esa cabeza de aquí, pequeño! Oidor. ¿Cómo se os ocurre semejante barbaridad, padre?... ¿no veis que se

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necesita una en cada esquina para escarmentar a los perros de esta ciudad que quieran sublevarse? (El padre lo mira incrédulo de lo que acaba de escucha)r. Padre. ¡Llévatela, pequeño! Oidor. ¡Que no! Padre. ¡Que sí! Oidor. ¡Que no! Padre. Bueno. entonces éntrala y que nos acompañe en el altar durante el matrimonio del señor oidor. Oidor. ¡No! Padre. ¡Sí! Oidor. Está bien, ¡llévatela, niño!, pero que la pongan en otra esquina, ¡bien visible!, ya sé, ¡que la dejen frente a la casa del señor Morales, arriba de los alumbrados! (El monaguillo la toma con miedo y sale corriendo presuroso con la cabeza en las manos hacia la plaza. Vemos pasar campesinos, indios, criollos, negros, soldados y demás habitantes del Nuevo Reino de Granada, que le hacen quite, asustados, a la cabeza). Oidor. ¡Cuidado!, que la maltratáis niño y bastante trabajo nos dio poderla quitar entera… ¡era un cabeza dura ese José Antonio Galán! (Al frente hay un balcón donde una mujer de avanzada edad, la criada del doctor Moya, sale constantemente con un pequeño balde en sus manos a arrojar desechos a las canales que atraviesan frente a la iglesia). Mujer. ¡¡¡Aguas van!!!, ¡¡¡Aguas pesadas!!! (Y arroja las aguas de su balde hacia las canales que atraviesan la calle frente a la iglesia).

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Oidor. (A la mujer del balcón). La próxima vez pondré yo mismo vuestro nombre en el libro de defunciones, ¡por poco arruináis mi traje! (La mujer entra a su casa observando calladamente al oidor que se acerca a su balcón para amenazarla, esto es aprovechado por el padre para intentar cerrar las puertas de la iglesia). Oidor. ¡Ni se os ocurra cerrar esa puerta, padre! Padre. Pero todavía no es la hora de la boda, señor oidor. Oidor. Ya lo sé, ¡Capitán Álvarez!, lo de siempre. Padre. No es necesario revisar, usted bien sabe que aquí no hay nada oculto. (El capitán los mira, esperando la orden). Oidor. Uno nunca sabe, ¡revise Capitán! (Y con gesto autoritario, da la orden al capitán del ejército realista, Mauricio Álvarez, de entrar a la iglesia a inspeccionarla). Oidor. ¿Por qué esa cara de angustia, padre?, ¿alguna novedad que deba yo saber? Padre. ¡Ninguna!, ¡ninguna!, ¡aquí, no, nada... nuevo! Oidor. ¡Eso espero!, ya sabéis que hoy es una fecha muy importante para mí, si algo llegara a empañar mi boda, cualquier cosa, ¡soy capaz de matar hasta al mismísimo cura del pueblo! Padre. ¡Sí señor!, lo sé, ¡la novia debe estar pensando exactamente lo mismo! Oidor. ¡Por supuesto!, no todas tienen la fortuna de tenerme como consorte; por otra parte, el señor virrey está un poco afanoso, así que desea pronta confesión; ¡tened cuidado con lo que le decís!, sabéis que el señor virrey me hace caso en todo; solo falta olfatear la iglesia para saberlo, ¿capitán Álvarez? (El capitán, después de revisar todo, sale ante la mirada angustiada del padre).

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Padre. ¿Encontró algo, capitán? Capitán. Nada ni nadie, ¡como siempre! Oidor. ¿Debajo de las sillas, detrás de las puertas, en el campanario, el confesionario? Capitán. ¡Como siempre, señor oidor! (El oidor se dirige con gestos en su cara y en sus manos, como si fuera el idioma de los sordos, al virrey, que lleva también puesta una pomposa máscara de bobalicón, que le cubre media cara, y espera afuera de la iglesia acompañado por dos soldados que también usan máscaras gigantescas de burros). Oidor. Libre de peligros, Excelencia. (Los soldados preparan la entrada del virrey). Virrey. Ay, ay, ay… ¡Cada día huelen peor esas aguas!; ¿y? Oidor. Ni las pulgas de los perros. Virrey. ¡Sois el mejor! (Los soldados aplauden coreográficamente vitoreando pregones al novio). Soldados. ¡Viva el novio, viva el novio, gloria a Su Majestad! Oidor. No exageréis, Excelencia, ¡vos sois el mejor! Y doña Francisca… ¡la mejor! Virrey. Ay, ay, ay… Ya que la mencionáis, conseguid también las viandas que nos encargó, no queremos que la señora se enoje en plena fiesta, ¿verdad? Oidor. ¡No!, eso sería más peligroso que una revuelta de estos perros. (Los soldados y el oidor ríen a carcajadas mientras el virrey los mira frío). Virrey. ¿De qué os reís? (Todos se callan). Oidor. ¡Cargantes, irrespetuosos!, daos vuelta… daos vuelta.

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Soldados. ¡Piedad, excelencia! (Los soldados dan la espalda para que el virrey los azote con un fuete). Oidor. Todos vuestros, señor virrey Virrey. Lo haría gustoso, ¡creedme!, pero hoy me duele el brazo derecho al mismo tiempo que la espalda y la pierna izquierda. (Los soldados se ven aliviados). Capitán. ¡Ni modo, Excelencia!, entonces no son necesarios los azotes. Oidor. ¡Claro que sí!, yo lo hago por vos, Excelencia, ni más faltaba, ¡toma!, ¡toma!, ¡toma! Y este para que no lo volváis a hacer, ¡toma! Soldados. ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay!, ¡aaaayyyyy!, gracias, Excelencia. ¡Viva el novio, viva el novio, gloria a Su Majestad! (El capitán, quien ha observado con evidente disgusto este acto, se dirige al virrey). Capitán. Señor virrey, me permito recordarle con todo respeto que hoy debo ausentarme antes de las once. Oidor. Ja, ja, ja, ¡no me hagáis desternillar, capitán!, ¿ausentaros antes de las once?, ja, ja, ja, que buena burla, ¡reíos todos! (Los soldados ríen, fingidos). Virrey. ¡Ah, sí! Ya lo había olvidado, capitán… ay, ay, ay… es indiscutible, señor oidor, ¡perdonadme, perdonadme, os lo suplico, por no avisaros! El capitán se va a las once. Capitán. Un poco antes. Virrey. Un poco antes. (El oidor calla con disgusto mientras aparecen en la puerta Llorente y dos hombres que traen baúles cargados de mercancías).

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Llorente. (Gritando). ¡Llegó Llorente!, ¡llegó Llorente!, esquina cardinal de la plaza central, sobre la calle Real, ¡terminó la espera, padre! (El padre, desde el fondo le responde angustiado). Padre. Señor Llorente ¡qué alegría verlo!, pero este no es un buen momento. Llorente. Pero padre, ¡acaban de llegar directamente de Europa!, de plata pura, hermosos y refinadamente tallados a mano, ¡una entrega única!… Padre. Se lo aseguro, ¡no es buen momento! Llorente. ¿Seguro? Padre. ¡Segurísimo! (Llorente ve la situación tensa y se marcha con los hombres que cargan sus baúles). Oidor. Daos vuelta, soldados. Capitán. Pero señor… Oidor. ¡Daos vuelta! (El capitán se ve impotente ante la situación que le disgusta). Capitán. ¡Con todo respeto, Excelencia! Recuerde: ¡antes de las once! Virrey. ¡Ah, claro!, señor oidor, vos entenderéis que si no empiezo ya, voy a terminar gimiendo en el purgatorio como cualquier plebeyo, y aunque disfruto mucho estos azotes que vos ingeniasteis, ¡creedme que sí!, retrasan mi confesión. ¿Será que los postergamos?, si no os molesta, claro. (El oidor, que tenía el fuete listo con su mano en el aire para azotar a los soldados, la baja con disgusto y a su vez toma el libro grande de la iglesia que el padre tiene en la mano). Oidor. Los postergamos, Excelencia, los postergamos; me llevo estos libros para revisar cómo van las cosas por aquí, padre.

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(El oidor y el capitán salen mirándose retadores y con desprecio, mientras el virrey ayudado por los soldados hace toda una ceremonia para sentarse, como un perro cuando se va a acostar). Virrey. He venido… ay, ay, ay… a confesión. Padre. ¡Bienvenido, Excelencia!, pero no es necesario que venga cada día. Virrey. ¿Carestía...? Ay, ay, ay… ¿Carestía?, ¿qué queréis decir con carestía? (Los soldados desenvainan sus espadas con actitud evidentemente amenazante contra el padre). Virrey. Soy yo la máxima autoridad en estas tierras, o ¿no? Padre. ¡Sí! Virrey. Enviado, si no me falla la memoria por su majestad el rey Carlos IV en persona, o ¿no? Padre. ¡Sí! Virrey. Y nombrado por Dios mismísimo, o ¿no? Padre. ¡Eso dice la real corona española! Virrey. Estáis incitando a la rebelión… ay, ay, ay, ¡decidme! (Los soldados avanzan hacia el interior de la iglesia, peligrosamente). Padre. ¡Nooo! Deus meus! Don Antonio José armar y Borbón… (Gritando) ¡No dije carestía! ¡¡¡Le dije cada día!!!, ¡cada día! El virrey hace una señal a los soldados que se detienen. Virrey. Ahhhhh, cada día, jajajaj, ¡perdonadme! (Los soldados ríen con él). Ay, ay, ay… con todos estos dolores y esta tos…. no os puedo oír bien… ¡cada día!, ja (A los soldados). Y vosotros no acoséis a vuestra reverencia… ¡que aún no ha dado motivos! (Los soldados retroceden envainando sus espadas El virrey hace un gesto a sus

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soldados para que se tapen los oídos y ellos inmediatamente obedecen). Virrey. Muy bien, ¡os escucho…! ¿Ayer que os he confesado? Padre. ¡Jesus Christus!, Muchas cosas… privadas por supuesto… ¡bajo el secreto de la confesión! Virrey. ¿Y vos que me habéis dicho? Padre. ¡Dóminus ac Redémptor meus!, Muchas cosas…. ¡todas estas públicas, eso sí…! Los soldados lo saben bien… (A los soldados). ¿Verdad? (Los soldados con los dedos en sus orejas asienten seguros). Virrey. ¿Queréis que alimente a los perros de esta ciudad con vuestra sangre, envuelta en vuestras propias tripas, mezcladas con arroz y verduras...? Ay, ay, ay. (Los soldados obedecen y se tapan bien los oídos). Virrey. ¿Ayer os he confesado que estoy sintiendo…. un gusto excesivo por los... disfraces y las máscaras? Padre. ¡Placabor!, mea culpa, mea culpa, ayer… y antes de ayer… y la semana pasada… y todos los días. Virrey. ¿Y os confesé que he decidido aprovechar hoy la fiesta de matrimonio del señor oidor, con ciertos propósitos? Padre. ¡No!, ¡eso no! Virrey. ¿No?, ¿seguro? Padre. (A los soldados). ¿Verdad que eso no lo ha dicho? (Los soldados niegan seguros con la cabeza). Virrey. ¡Os voy a despellejar personalmente! Y voy a hacer zapatos enormes para los perros de esta ciudad con vuestro pellejo, y los pondré la venta a muy bajo costo en los almacenes de mi Paquita, ¡os lo aseguro…! Ay, ay, ay. (Los soldados obedecen).

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Virrey. Vos sabéis mejor que nadie como soy. Padre. ¡Y los soldados también! (El virrey los mira, pero los soldados, intimidados, se hacen los que no han oído nada). Virrey. ¡Hoy es el día perfecto para mis planes! ¡Hoy! Estas fiestas con máscaras se han convertido en una popular costumbre en la realeza europea, y mi querida esposa no se quiere quedar atrás, ¡es la oportunidad perfecta! Hoy todo el mundo debe usar máscara en la fiesta de matrimonio del señor oidor, incluso vos, si queréis asistir, aquí os la traje… (Le entrega una máscara pasmosa, blanca, sin ojos y con la boca sellada. El padre lo mira fijamente sin responder, pero con un gesto evidente de desaprobación). Virrey. ¡No me hagáis esa cara padre!, esa máscara os puede salvar la vida, ya sabéis como está el señor oidor de tenso con el tema de su boda. Padre. ¿Qué quiere decir? Virrey. ¡La culpa es de estos criollos! Sobre todo del tal Antonio Nariño, que tiene una biblioteca tan alborotadora que es el mismo infierno, ¡hay que quemarla! Por culpa de esos dichosos libros ahora él y sus compinches solo hablan de libertad, de derechos y de igualdad, que baje los impuestos, ¡¡¡que les dé poder de gobernar!!! ¡Qué les dé más libertad para comerciar! Imaginaos con esos tales derechos del hombre no me dejan disfrutar plenamente del vino y de mi jubilación, es mi deber hacer algo, ¿qué os parece una lista negra? Padre. ¿Una lista negra? (Aparece de nuevo Llorente con los dos hombres que traen baúles cargados de mercancías).

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Llorente. (Gritando). ¡Llegó Llorente, llegó Llorente!, esquina principal de la plaza central… es usted afortunado, padre, esto es de lo mejor que he traído de Europa. Padre. ¡Qué desdicha, señor Llorente! Pero no es buen momento. Llorente. ¡Padre! Padre. ¡Llorente! Llorente. ¡Padre! Padre. ¡Llorente! (Llorente con cara de impaciencia se va seguido por sus hombres, que se ven cansados). Virrey. ¡Además…! Hay una mujer…. Padre. ¿Una rebelde? Virrey. ¡No!, una hermosa… Padre. ¿Su esposa? Virrey. ¡No...! ¡Una jovencita, que ha estado dirigiendo a mi persona ciertas miradillas…! Ay, ay, ay… ¡Una mestiza! Padre. ¡Ave María purísima!, no sé si deba seguir escuchando. Virrey. Ya sabéis lo que dicen: “las paquitas como mujer, las mestizas para el placer”, y esta es muy deliciosa toda ella, ¡deliciosísima! Padre. ¡San Miguel Arcángel!, es mejor no entrar en esos detalles, Excelencia. Virrey. No pierde momento para dejarme ver sus bien torneadas piernas, sus caderas juguetonas, me tiene perturbado… Padre. ¡Purissima Virgine Maria!, se lo suplico, ¡no siga! Virrey. ¡Ya la imagino descobija! Padre. ¡Alto!

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Virrey. Mmm… ¡Calmaos, padre! He decidido ceder a sus encantos, ¡hoy! Padre. ¿Hoy? Virrey. ¡No podéis juzgarme...! Ay, ay, ay… Ni siquiera porque esta picarona jovencita, ¡es la esposa de un soldado! (Los soldados reaccionan a esta información). Padre. ¡¡¡Tápense los oídos!!! (Los soldados obedecen a regañadientes y con preocupación). Virrey. A él pienso concederle un ascenso. (Los soldados reaccionan y el padre los mira azorado). Virrey. Y si no acepta, ¡entonces será fusilado… y ella… también! (Los soldados reaccionan, inquietos). Padre. ¡Qué se tapen bien los oídos! Virrey. Pero eso no es lo único, he venido a veros hoy, padre, es por otra cosa. Padre. ¿Hay más? (Aparece de nuevo Llorente con los dos hombres que traen baúles cargados de mercancías). Llorente. ¡Padre! Padre. ¡Llorente! ¡Por Dios! Me asustaste… ya te dije que no te puedo recibir. Llorente. ¿Todavía no es buen momento? Soldados. ¡No! (El padre le hace gesto de que no puede hacer nada, Llorente se va presuroso y asustado con los hombres y sus baúles). Virrey. He soñado anoche con un perro negro, ¡negro!, que tenía una cola muy, muy, muy larga, ¡hambriento!, ¡rabioso!, que me mordía los talones, y que yo corría ¡desnudo! en medio de aguas sucias para escapar de él, mientras unas

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bestias furiosas atacaban a mi querida Francisca, ¡pobrecita!, la revolcaron toda en estos canales de aguas sucias. ¿Vos que sabéis de estos sueños, padre? Padre. ¿Yo? ¡No! ¡No sé nada de sueños, Excelencia! Virrey. ¿Y de traiciones? Padre. ¡Nunca! Virrey. ¿Y de la lista negra? Padre. ¡Yaveh robustissimus est! ¡Hasta ahora que usted la insinúa! Virrey. ¿Seguro? (Una mujer, Manuela Maza, vestida hermosamente de novia, intenta entrar a la iglesia, pero se detiene al ver al virrey allí). Padre. ¡Deum immortalem! ¡Acaba de llegar la novia! Virrey. ¿La novia?, ¿ya es hora del matrimonio? Padre. ¡No! Virrey. ¿Entonces que hace aquí? Padre. ¡Usted sabe cómo son las mujeres! (El virrey lo mira, capcioso). Virrey. ¡Son peligrosas!, ¡si lo sabré yo!, así que mejor no hacerla esperar, ¡hoy es un día para el amor!, ¿verdad? Al señor oidor le va a encantar saber lo ansiosa que está de casarse esta señorita con él. Padre. Sí, ¡me imagino…! Virrey. Aquí entre nos, si él no se casa hoy, ya no podrá hacerlo nunca, ¡prácticamente tiene un pie en la tumba! Y lo peor es que no ha dejado descendencia. Padre. ¡Eso es lo grave! Virrey. ¿Me vais a dar la absolución o no? Padre. ¿Y la penitencia?

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(Todos en silencio súbitamente). Padre. Es posible, ¡tal vez!, que esté siendo un poco duro con los criollos señor virrey, ¡es posible!, como penitencia podría… concederles algo… ¡pequeñito! (Los soldados desenvainan nuevamente sus espadas). Padre. ¡Lo digo solo porque esos sueños que ha tenido no parecen buena señal! Virrey. Ay, ay, ay… ¡Usted sabe que en palacio no mando yo! A mi señora esposa no le gustaría saber lo que me estáis proponiendo, padre, y al ayuntamiento tampoco, menos al oidor, la malversación de fondos es un delito, ¡se podría crecer la lista negra! Padre. ¿Entonces no? Virrey. ¡No! Padre. ¿Lo absuelvo? Virrey. ¡Si valoráis vuestra vida! Padre. Dios misericordia, ¡Ego te absolvo!… ¡Padre, perdón!, in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Virrey. ¡Amén! (El virrey intenta levantarse, de una forma, de otra, lo intenta pero no puede solo). Virrey. ¡Soldados! (Los soldados que esperan lo miran incisivamente). Virrey. ¿Y vosotros que me veis?, Ayudadme, a levantar… ¡pecadores, impuros! (Los soldados van en su ayuda pero con evidente disgusto en su actitud). Virrey. ¡Voy a hacer unos buenos peluquines con vuestras cabelleras! Y vuestras patillas, ¡ya me están haciendo falta nuevos alisados!… ¡Daos vuelta!… Ay, ay, ay.

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(Los soldados dan la espalda al virrey para que los azote, pero este no puede). Virrey. ¡Ay!, con la otra, ¡ay!, tampoco, una patada, ¡ay!, ya vais a ver la próxima vez, ya veréis… ¡capitán Álvarez! (Los soldados ríen discretamente al ver que el virrey no los pudo azotar debido a sus múltiples dolores). Soldados. Gracias, Su Majestad, ¡viva el novio, viva el novio, gloria a Su Majestad! (El capitán aparece para organizar la salida del virrey). Virrey. ¡marchando que ya llegó la novia!, ¡una doncella!, qué suerte tan deliciosa tienen algunos. ¡Capitán Álvarez, imponed orden! Capitán. como ordene vuestra excelencia. ¡Soldados, calle de honor! ¡Arr! (Los soldados hacen una calle de honor y el capitán le cede el paso galantemente a Manuela para que pase ella primero, pero esta lo mira hosca sin reaccionar a su amabilidad). Virrey. ¡No, no, no, capitán! El orden no es ese, ¿qué os pasa hoy? ¡Estáis ido!, el orden es: ¡primero la corona...! Ay, ay, ay… Después el resto del pueblo. (El capitán se queda impotente sin poder hacer nada en contra de esta orden). Manuela. ¡Haga caso, capitán!, ¡obedézcale al virrey! Virrey. Por lo menos esta le salió sensata al oidor, ¡andando! (El capitán obedece sumiso y Manuela los ve alejarse; cuando ellos desparecen, el padre le hace un gesto cómplice a Manuela para que entre a la iglesia). Padre. ¡Menos mal que viniste!, ¡estas hermosa!, y vestida de novia de una vez, ¡qué bueno! Manuela. fue la única forma de poder salir de mi casa sin problema. (Ella camina con dolor notorio en sus pies, llega hasta el altar y se quita los zapatos. Sus pies sangran).

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Voz. La Bagatela hoy, La Bagatela, atención: (tose más grave que antes) la real corona española ha ordenado: persecuciones implacables contra las mujeres que apoyan las revueltas de los soldados patriotas desde la clandestinidad, ¡ya saben que una mujer resuelta puede alterar el cosmos! (Tose). Ella tira los zapatos al suelo. Padre. ¡No hagas eso!, no jovencita, ¡no confundas el amor! (El padre se cambia de silla al lado de ella y ella a su vez también cambia, él toma los zapatos y trata de dárselos, pero ella no los recibe). Manuela. ¿Por qué lo dice? ¿Porque soy mujer? ¿Porque soy joven? ¿O porque mis pies son grandes? ¡Claro! Mírelos, son muy grandes, no caben en esos malditos zapatitos europeos que me maltratan. Padre. Es cuestión de acostumbrarse, ¡todas lo hacen! Manuela. ¡Soy criolla, no europea! ¡Soy criolla y mis pies son grandes! Padre. ¡Pero hoy te casas con el señor oidor! Manuela. ¿Qué le confesé ayer? Padre. ¡No me acuerdo! Manuela. ¿No? ¿Seguro? ¡Porque le he confesado todos los días lo mismo! (El padre, aterrado, la mira, toma los zapatos y va hacia la calle donde los bota discretamente en las canales, después regresa). Padre. ¡Listo! No hay zapatos pequeños, ¡ya eres libre! Manuela. ¡Todavía no! Padre. ¡Por favor! Va a acorrer sangre inocente. Manuela. ¿Prefiere que le diga aquí delante de todos que no me quiero casar con él? ¡También va a correr sangre inocente, la mía! (El padre nuevamente intenta acercarse, pero ella otra vez se aleja).

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Padre. Estás abandonando tu familia, tu tierra, tus obligaciones. Manuela. Me obligan a huir de mi tierra, que es diferente; ¡están robándose mi pureza, mis ilusiones, mi destino, mi corazón, mi vida entera! Ese matrimonio es conveniente para todos, menos para mí, ¡usted lo sabe bien! (Se produce un silencio entre los dos que es interrumpido por hombres que traen baúles cargados de mercancías). Llorente. (Gritando). ¡Llegó Llorente, llegó Llorente!, esquina principal de la plaza central, ¿ya es buen momento, padre?, vea que 187 días atravesaron el océano, sin que el sol ni las lluvias ácidas los tocaran… ¡Vienen perfectos…! Me atrevería a decir que ni el mismo rey Carlos IV se sienta a manteles con unos igual de bien elaborados, Santander y Bolívar ya tienen unos muy parecidos y marcados con sus propios nombres. Padre. ¡No! Señor Llorente, todavía no es buen momento. Llorente. ¡Padre, son únicos! Padre. ¡Lo sé! Créame que lo sé. Llorente. ¡Unos minutos más! Padre. ¡Gracias! (Llorente entiende y sale con los hombres que ya se ven cansados). Manuela. Mire la última carta que me escribió, mírela, mírela. (Intenta mostrarle una carta). (El padre le huye). Padre. ¡No me hagas esto, por favor! Manuela. Escuche lo que me dice: “Amada mía, Manuela…”. ¡Ah! Es un poeta... “Flor de esta tierra bella; mi joven, hermosa, viva e inteligente Manuela…”. Padre. ¡No!, ¡no puedo escuchar más!

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Manuela. “… musa de mis sueños patrióticos, leal y firme amada mía…”. ¡Es un valiente! (El padre casi corre, huyéndole). Padre. ¡No, no, no! Tu matrimonio es a las doce, ¡ya me trajeron la máscara! (Ella se detiene súbitamente). Manuela. ¿Máscara?, ¿de qué?, ¿sin ojos?, ¿sin boca?, ¿de cómplice? (Entra de la plaza el monaguillo cargado con baldes de agua). Monaguillo. Padre, el agua para su baño de hoy. Padre. ¡Bendito seas! Ya había olvidado que hoy me toca baño… Ponla a calentar y por favor busca las cosas aquellas, que ya casi es hora. Monaguillo. ¿Las cosas aquellas? Padre. ¡Sí, las cosas aquellas! Monaguillo. ¡Ah!, las manz… Padre. ¡Sí! Monaguillo. ¿Ya revisaron? Padre. Ya. Monaguillo. Yo le dije que era muy bueno, ¿dónde fue que las deje?... ¡Ah!, y le dije al señor Llorente que usted lo está esperando, ¡pero me miro como disgustado! Padre. Sigo esperándolo pequeño, sigo esperándolo. (El monaguillo desaparece por el fondo de la iglesia). Padre. ¡Piénsalo bien!, ni siquiera le conoces personalmente, un año escribiéndose cartas y no lo has visto ni una sola vez, ¡vaya uno a saber quién es!, ¡que esconderá!, ¡que defecto tendrá...! ¿Por qué crees que no se ha dejado ver? (Ella lo acorrala mostrándole la carta).

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Manuela. ¡Entiéndame padre! ¡Estas letras son poderosas! Estas letras me salvaron la vida, me hablan de un buen hombre, gentil, tierno y noble, un hombre maravilloso y único que me ama y ama con su vida esta patria mía, ¡cartas libertarias!, amadas letras. Padre. ¿A qué horas se me ocurrió enseñarte a leer? Parece que la lectura los hubiera vuelto chiflados a todos, mira lo que le pasó a Nariño, está en la cárcel, ¿eso quieres? ¡Dame acá! ¡Dame acá! (Ahora él la persigue para quitarle la carta). Manuela. (Huyéndole). ¡No! ¡Son mías, mías! ¿Usted cree que debo seguir siendo tratada como un animal? ¿Cómo un objeto? ¿Sin respeto? ¿Eso cree? Padre. Si te casas con el oidor serás casi la primera dama de Santa Fe, dos razas notables unidas por el amor, ¡qué maravilla! Manuela. ¡Casarme!, ¡casarme!, ¡casarme! ¿Acaso las mujeres solo podemos ser casadas, religiosas o muertas? Padre. ¡Me estás haciendo cómplice a la fuerza! Manuela. ¿De qué lado está? ¡Decida de una buena vez, padre! (Aparece Llorente con los hombres, que ahora arrastran los baúles, y con su voz ronca y tranquila). Llorente. ¿Ya, padre?, voy a tener que exponerlos al público. Padre. ¡No! Llorente. No puedo esperar más. ¡Necesito que se hagan populares! Y después se los entrego, padre… ¡Señora, señor, les espero donde Llorente!, aquí en la calle Real… Usted entenderá, padre, ¡que doña Francisca me tiene al borde de la quiebra! Con tanta competencia que me puso, ya es dueña de casi todos los negocios de la plaza… ¡Llegó su amigo Llorente con mercancía fina

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y buenos precios…! ¡Y son once cuñadas, más la suegra, más mi esposa, más mis hijos, más mi hermano, más las tres criadas, más el perro, los que están viviendo en mi casa! Manuela. ¡Padre, me voy! Padre. ¡No! No he terminado contigo, Manuela, ¡ni contigo, Llorente! Díganme, ustedes dos, ¿a qué les huele la iglesia? (Llorente huele minuciosamente). Llorente. ¿Estuvo cocinando? Manuela. ¡Quemaron el hospital con todos los enfermos adentro!, ¡fue una masacre! Llorente. No me lo recuerde. ¡Fue terrible, horrible, inhumano!, ¡pobre gente! Padre. ¡Aquí en la iglesia todavía huele a carne chamuscada!, ¡huelan!, ¡huelan!, ya no sé qué huele peor, ¡adentro o afuera! Llorente. No puedo opinar en las decisiones políticas… ¿para donde va la gente?, a la tienda de Llorente, visítenos… Pero padre, se rumora por ahí que esa atrocidad de quemar el hospital con todos los enfermos adentro fue idea de nuestra querida Francisca Villanova, ¡no se lo sostengo a nadie, claro! Pero dicen que ella le dio esa orden al virrey, y que ella sí sabe lo que es mandato claro, ¡y claro es claro!… Llegó su servidor, se les espera, esquina principal frente a la iglesia: floreros, cubiertos, zapatos para pie pequeño… Y dicen que al señor oidor no le tembló la mano para ejecutar esa orden, ¡con todo respeto, señorita! Padre. ¡Por eso! El oidor, la epidemia, doña Francisca, la guerra… Estamos amenazados por todas partes, ¡nos estamos muriendo!, ¡necesito los cubiertos!, ¡llevo seis meses esperándolos!, ¡entréguemelos!, ¡ya mismo!

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(El padre se va encima de Llorente, que le huye). Llorente. ¡Padre, cálmese! Padre. ¡Démelos!, ¡son míos! Llorente. ¡Todavía no puedo! Padre. ¡Démelos! (La mujer del balcón sale con su baldecito a botar los desechos). Mujer. ¡¡¡Aguas van!!! ¡¡¡Aguas livianas!!! (Todos esquivan las aguas, se detienen cansados). Llorente. voy a hacer todo lo posible para entregárselos antes de las once. ¡Y no me lo agradezca! Con unas buenas oraciones suyas basta. Padre. ¡Cuando me traiga mis cubiertos tendrá sus oraciones! Llorente. ¡Amén! Y cálmese, padre, que le puede dar algo. (Sale presuroso con los hombres que cansados ya no saben cómo llevar sus baúles. El padre se sienta fatigado y llorando junto a Manuela). Padre. ¡Sí...! ¡Tengo miedo!, ¡tengo miedo! (Silencio entre los dos, la voz anunciante lanza noticias de La Bagatela). Voz. La Bagatela, La Bagatela hoy… (Tose y se siente cada vez mas debilitado y enfermo). Se recuerda la próxima llegada a estas tierras de don Antonio Villavicencio, ilustre comisario del rey, a quien se le prepara un gran banquete de recibimiento, y el resto a lamer chancletas a ver si esto mejora. Manuela. Ahora si estoy más que decidida, ¡me voy!, ¡me escapo con mi amado...! Quiero ser feliz… ¡No voy a darles un hijo para que sigan sometiendo a mi pueblo! (El monaguillo aparece cautelosamente asomando la cabeza detrás del confe-

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sionario con una toalla en la mano). Monaguillo. Ya está lista, padre. Padre. Enseguida voy. (Manuela trata de salir de la iglesia, pero el padre se lo impide). Manuela. Cuando den las once me voy a encontrar aquí con mi verdadero amor, con el hombre de las cartas, bajo la mirada de mi único rey. ¡Y juntos nos escaparemos, buscando tierras verdaderamente libres, donde no exista el miedo, y donde se proclame sin temores que nuestro hogar es sagrado! Monaguillo. Usted sabe cómo es esta ciudad padre, todo se enfría muy rápido. Padre. Enseguida voy, ¿ya encontraste lo que te dije? Monaguillo. ¡No! Padre. ¿Cómo? Monaguillo. Se le va a enfriar el agua. Padre. ¡Ya voy! Manuela. Deme la absolución o la extremaunción, padre. Padre. ¿Estás segura? Monaguillo. Si no se da prisa no va a alcanzar. Padre. ¡Ya voy! Manuela. Decídase, padre, ¿con quién está?, ¿realista o patriota?, ¿libertad o tiranía? Monaguillo. ¡Padre! Padre. ¡Ya voy!, ve a buscar lo que perdiste… (El monaguillo sale presuroso). Padre. ¡No te aseguro nada, Manuela! Por ahora Ego te absolvo in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti, y ¡que Dios nos ampare!, no sé cómo vamos a salir vivos de esta. 37 )


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(Aparecen dos hombres con sus botas muy lustradas y su cuello de encaje, hablan secretamente entre ellos con una sonrisa maliciosa en la mitad de la cara y se quedan de pie junto a la puerta de la iglesia). Padre. Señor Caldas, señor Morales, ¡que sorpresa!, ¿vienen por confesión también? Caldas. No, padre, gratitudes, pero pronto lo haremos, créame, ya juzgará Dios nuestras virtudes. Padre. ¿Invitados a la boda? Morales. ¡No! No somos parientes de doña Francisca, no nos invitan a ningún andurrial, ¡con el debido respeto a la señorita que se casa! (El padre y Manuela se miran intrigados, entonces el padre súbitamente los mira con sospecha y reproche). Padre. ¿Alguno de ustedes es el de las carticas? Caldas. ¿Lettres? Manuela. ¡Padre! Morales. ¿Cuáles carticas? Padre. Cartas peligrosas que pueden mudar el futuro y el pensamiento de un alma pura y eso les pasa por escuchar todo lo que se le ocurre a Antonio Nariño. Manuela. ¡Padre! Padre. ¡Ya lo sé todo!, hablen de una buena vez. Manuela. ¡Padre! Morales. Bueno padre, no sé cómo se ha enterado, ¡esto no lo debería saber nadie! Pero he de confesarle que sí, ¡soy yo!, son mías las cartas peligrosas. (Manuela lo mira incrédula y se anticipa al padre para seguir con el cuestionamiento). ( 38


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Manuela. ¿Usted, señor Morales? Morales. ¡Sí, señorita, yo! Manuela. No lo hubiese imaginado capaz de cartas tan románticas y poéticas. (Manuela lo mira tiernamente). Padre. ¡Tampoco yo! Entonces jovencito, ¡entre!, venga que necesito ponerle en claro ciertos puntos con respecto al amor y a las tales sociedades secretas. (El padre toma a Morales del brazo y lo va entrando al interior de la iglesia seguido por manuela). Caldas. ¡Bueno! Si es de amor y poesía, entonces la esquela es mía, La tendresse et l’ardeur pour l’essence magique de l’amour enflamme mes veines depuis la naissance de la bouche de mes os! (Manuela y el padre ahora confundidos). Manuela. ¿Son suyas las cartas de amor? Caldas. Oui!, me declaro culpable de amar el dulce tálamo de ninfa sin igual, que embriaga mi corazón desde la alborada hasta el ocaso tierno del día de forma tal. (El padre devuelve a Morales al lugar donde estaba y toma a Caldas del brazo y lo va entrando al interior de la iglesia). Padre. ¡Entonces es con usted con quien tengo que hablar! Morales. ¡Pues mis cartas también tienen algo de contenido poético!, no mucho que digamos, ¡no! Dios mío, qué cartas tan poéticas, no, ¡pero algo! (El padre y Manuela aún más confundidos). Padre. ¿Cómo? ¡Esto no es un juego, caballeros! ¿Cuál de los dos es el de las cartas? Manuela. O mejor dicho, ¿de qué cartas hablan ustedes?

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Morales. El señor Caldas, de las cartas que continuamente intercambia con Manuela. Padre. ¿Con Manuela? Morales. ¡Sí! María Manuela Varona Varona, una señorita de un pueblo bastante lejano de aquí, lo tiene algo inquieto debo decir, ¡planea casarse con ella por encomienda! Caldas. ¡Morales!, no se dice por encomienda, se dice por poder, entienda. Manuela. ¡Ah!, ¿de otro pueblo? Caldas. oui!, anhelaba conocerla hoy, pero como ven, ya no voy; y para nadie es oculto que el señor Morales apoya la causa patriótica sin modales, por medio de epístolas clandestinas, dado su interés militar en cualesquiera esquinas. Morales. ¡Señor Caldas! Manuela. ¡Ah!, ¿al ejército patriota? Caldas. ¿Ustedes de qué escritos conversan? (Aparece feliz el monaguillo). Monaguillo. Eso digo yo, ¿de qué carticas están hablando? Padre. ¡Ningunas!, ¡ningunas!, ¡olvídenlo! ¡Aquí nadie habló de nada...! Pueden entrar, aquí hay lugar para todos, hombres y mujeres por igual. (El padre y Manuela van nuevamente al interior de la iglesia. Manuela con gesto descansado mientras Caldas y Morales se quedan en la puerta de la iglesia un poco confundidos). Monaguillo. ¡El agua, padre! Padre. ¡Ay, por Dios!, se me enfrió, ya estoy caminando para allá, ¿encontraste lo otro? Monaguillo. ¡Difícil!

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Padre. ¡No me digas! Monaguillo. ¡Pero no imposible! Padre. ¡Hora de devolverlas! Monaguillo. ¡Ya era tiempo!, ¡demasiada tentación! (El monaguillo asiente, entra y enseguida sale enigmáticamente llevando consigo un pequeño bulto). Padre. ¡Pero por la puerta de atrás! Válgame Dios. Monaguillo. Ya señalaba yo que por la portezuela de atrás (El monaguillo sigilosamente se devuelve y se va al fondo de la iglesia seguido por el padre; la mujer sale desde el balcón y lanza nuevamente las aguas). Mujer. ¡¡¡¡Aguas van!!!! ¡¡¡¡Aguas pesadas!!!! (Caldas y Morales le hacen el quite a los desechos y hablan secretamente entre ellos). Morales. Ya estoy sudando otra vez, me voy a cambiar de ropa. Caldas. Non, Monsieur! Te has mudado de ropas hoy por tercera ocasión, ¡deja ya la turbación! Morales. Pero la cabeza de Galán está colgando de un lado para el otro, ¡justo ahí frente a mi casa! ¿Cómo me pide que me tranquilice…’ Caldas. ¡Sereno, Morales!, inhala hondo… ¡Mejor no! ¡Esas aguas ya huelen tan mal como la conciencia de Sámano…! Cavila en tu interior que todo está celestialmente calculado y ten valor, ¡que la emoción no empañe nuestra razón! (Por la misma puerta vemos aparecer presuroso a don Luis Rubio, quien pasa junto a los dos sin dirigirles ni una mirada y se ubica estratégicamente en la ultima silla para poder hablar con ellos sin levantar sospecha). Rubio. (Mirando siempre al altar pero dirigiéndose a Caldas y Morales sin

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que Manuela los escuche). ¡Listos los chisperos!, José María Carbonell ya hizo correr el rumor… Hombres, mujeres y niños serán nuestro apoyo en este levantamiento, solo falta encender la chispa. Caldas. Con las campanas de las once… las de las once… ¡Ni antes ni después que suene el bronce!, a las once. Morales. ¿Nuestro apoyo son mujeres y niños?, ¿mujeres y niños? (El monaguillo entra aprisa de la plaza con una manzana en la mano, con la que juega a hacer malabares; se muestra sorprendido de ver a los tres hombres juntos). Monaguillo. Como dice el padre: donde hay mucha gente o hay fiesta o hay velorio. Morales. ¿Velorio? (El monaguillo se retira hacia el fondo haciendo malabares con un gesto de intriga al ver a los tres hombres juntos en la iglesia a esa hora). Morales. ¿Estamos conscientes de que si fallamos otra vez, hoy sí nos esperan el cadalso, las cadenas y los grillos? Rubio. O la muerte mí querido Morales… ¡o la muerte! (Morales, de sopetón queda asustado y tembloroso). Morales. Todos sabemos que el señor Llorente es muy amable, ¡en extremo!, conociéndolo estoy seguro de que sí nos va a prestar el florero. Rubio. ¡No, no, no! Tu tarea, Morales, es que no nos lo preste, si no, esta misma noche nuestras cabezas colgadas en las esquinas van a causar más miedo que la epidemia; ¡se rumora que somos los primeros en la lista negra! ¿Verdad, señor Caldas? (Caldas, tratando de calmar a Morales). Caldas. (Susurrando). ¡Sosiego, caballeros! ¡Cómo nos hace de falta Nariño

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en estos momentos! Tienen razón, el señor Llorente es excesivamente pacífico y bonachón, ¡lo sé!, así que si alguna de esas cosas que temen por desventura llegara a suceder, y ya que efectivamente encabezamos la nefasta lista negra, con el plan B habremos de proceder. Rubio. No recuerdo haber ensayado un plan B. Morales. (Gritando). ¡¡¡¡Yo tampoco!!!! Caldas. ¡Calma, Morales! Que nervioso poner me haces… Manuela. ¡Y a mí también! No puedo concentrarme en mis oraciones con tanto cuchicheo. (Manuela se levanta de sopetón y camina hacia la puerta de la iglesia). Caldas. ¡Perdón, Mademoiselle! (Manuela mira discreta pero impaciente desde la puerta hacia afuera mientras ellos quedan en silencio). Manuela. ¿Verdad que ustedes no se van a quedar hasta las doce? Morales. ¡No, señorita! Rubio. Efectivamente, solo hasta las once. Caldas. Rememore usted que no somos convidados al casamiento de vuestra merced. (Manuela da otro vistazo impaciente hacia la plaza y haciendo una leve sonrisa vuelve al interior de la iglesia a orar frente al altar). Caldas. (Susurrando). Prêter attention… El plan es el siguiente: si nos prestase el florero el amable señor Llorente, entonces yo… (Entra un campesino corriendo a la iglesia seguido por el oidor y dos soldados que traen presa a una mujer que llora). Campesino. ¡Padre, padre!, ayuda…

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(El padre sale terminando de vestirse y con un gorro de baño de la época en la cabeza y detrás el monaguillo con un espejo de mano y una peinilla). Padre. Pero ¿qué es este escándalo…? ¿Qué sucede? Oidor. (Desde la puerta). Salid en nombre de la real corona española ahora mismo, ¡no nos obliguéis a sacaros por la fuerza! (Manuela se queda petrificada al ver que es el oidor quien esta ahí y quedándose estática trata de no ser vista por el). Padre. ¿Pero que ha hecho este hombre para que lo traten así? Oidor. ¡No os entrometáis en esto, padre!… Es un asunto oficial... ¡Un momento!, ¿aquella es mi futura esposa? Padre. ¿Cuál? Oidor. No os hagáis el ciego padre, la que está de espaldas y de rodillas en el altar, ¿o me vais a decir que es la santísima virgen María? Padre. ¡Ah!, ¿esta qué esta vestida de novia frente al altar...? Sí, sí… Oidor. ¿Sí qué? Padre. Sí señor. Oidor. ¡Padre!, ¿es o no es? Padre. ¿Quién? Oidor. ¡La novia!, ¿o voy a tener que entrar? Padre. ¡No!.. Eh… sí… señor… es… Manuela Maza. Oidor. ¡Mi prometida!, ¿y qué hace aquí tan temprano? (Todos en un silencio tenso). Monaguillo. llegó antes porque el novio no debería mirarla con el vestido puesto antes de la ceremonia. Oidor. ¡Dejad las tonterías!

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Caldas. ¡Eso es innegable!, comenta la tradición, que es de mal augurio ver a la prometida con el vestido puesto antes de la bendición. (El oidor, pensándolo, se da la vuelta en un giro rápidamente estrepitoso). Oidor. ¿Sí?, ¿y vosotros que hacéis aquí?, ¿quién os invitó?, ¿acaso intentáis sabotear mi matrimonio? (Morales se desvanece; mientras, Caldas y Rubio le dan aire). Esposa del comerciante. ¡Padre, por favor no permita que se lo lleven!, lo van a matar, ¡nos van a matar! Oidor. ¡Callad a esa mujer! (Los soldados la callan a la fuerza, maltratándola). Padre. ¡Por favor, no!, ¡no es necesario!, ¡no la maltraten! Oidor. Están fraguando una conspiración contra la corona española y la ley dice que eso se castiga con la muerte. (Todos se miran tensos). Padre. ¿Hay pruebas? (Oidor, hablando siempre de espaldas). Oidor. ¿No habéis probado las manzanas que estos venden? Las utilizan para esconder dentro de ellas mensajes de revolución, ¡las manzanas! Casi me atraganto con un papel de esos mientras me comía una. Monaguillo. ¿Un papel en una manzana? (El padre y el monaguillo se miran tensos, el monaguillo se masajea la panza). Oidor. Y además se reúnen de forma sospechosa, a horas sospechosas, en lugares sospechosos, ¿necesitamos más pruebas? (A Morales que se recompone con ayuda de Caldas). ¿Vos que pensáis, señor Morales? Morales. ¿Yo? (Se desvanece de nuevo).

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(Los hombres se miran, tensos). Comerciante. ¡Padre, ayúdenos! Esposa. Nuestros hijos van a morir de hambre en la calle si los dejamos solos. Oidor. ¡Que la calléis! ¡Que las mujeres no tienen derecho de hablar! (Los soldados la callan a la fuerza nuevamente, maltratándola aun más). Padre. ¡No más, por favor! ¡No la maltraten más! Manuela. O morirán de viruela, de tifo o de tuberculosis esos pobres inocentes. Oidor. ¿Quién habló?, ¿la que habló fue mi prometida?, ¿fue ella?, decidme, ¿fue ella? (Monaguillo, cambiando la voz, finge). Monaguillo. ¡No!, fui yo, ¡perdón!, estoy cambiando de voz. Oidor. Creo que ante esta situación será mejor adelantar la hora del matrimonio y casarnos inmediatamente. ¡Movámonos, padre! Todos. ¡No! (El oidor, sin atreverse a mirar hacia donde está Manuela). Oidor. ¿Qué?, ¿quién ha dicho que no? (Aparece Llorente en la puerta de la iglesia). Llorente. Llegó Llorente de Europa y con mercancía fina, finísima, estamos ubicados en la esquina principal de la plaza, justo en la calle Real, ¡visítenos! Rubio. Y ahora, ¿este que hace aquí? Padre. Ahora no, señor Llorente Llorente. Antes de las once, padre, ¡usted lo pidió! Morales. Usted debería estar en su negocio, ¡no aquí! (Morales intenta atacar a Llorente desde ya). Caldas. Quieto, Morales, ¡quieto! No te afanes.

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Padre. Ahora no, señor Llorente, ¡hágame caso! Llorente. ¿Ylas oraciones? Oidor. Soldado, ¡traed al capitán Álvarez!, ¡esta gente se nos está saliendo de las manos y me van a estropear el matrimonio! (Uno de los soldados corre por el capitán mientras todos se quedan en silencio, nadie responde; el otro soldado se pone en posición de ataque con su espada en mano. Padre. ¡No!, yo iré con ustedes, ¡por favor! No es necesaria la violencia. Oidor. ¡Vos tenéis una boda que celebrar! (Manuela, conteniéndose, mira retadora al padre, que con un gesto sutil le pide calma). Llorente. Y unas oraciones que hacer, acuérdese. (Caldas retiene a Morales). Caldas. ¡Quieto, Morales! (Llega el capitán Álvarez con el otro soldado). Capitán. El señor virrey lo dijo, antes de las once, antes de las once, ni un minuto más. ¿Cuál es la emergencia aquí, si se puede saber, señor oidor? Esposa. ¡Padre, ayúdenos, por favor, ¡ayúdenos! Oidor. ¡Callad a esa mujer, así sea a la fuerza! (Los soldados nuevamente la callan, ahora con mas violencia; la mujer está muy golpeada, al capitán no le gusta lo que ve, el padre no resiste más). Padre. ¡No más, no más, no más!, ¡por favor, no más! (El padre cae de rodillas, angustiado y sollozando). Capitán. ¿Qué pasa aquí? (El padre queda entre la espada y la pared).

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Caldas. Deber antes que gloria, padre. Llorente. Recuerde mis oraciones. Rubio. ¡Quieto, Morales! (El padre mira a Manuela, al mercader y su esposa, a los tres hombres, al oidor, al monaguillo y finalmente a Cristo y no se aguanta más). Padre. Veni sancte spiritus, ¡ya es suficiente!, ¡la conciencia no aguanta más! Lo que pasa aquí, capitán, es que violencia trae más violencia y el que calla otorga cómplice poder a los violentos, y yo… ¡no puedo seguir siendo un cómplice de injusticias! Oidor. ¿De qué estáis hablando, padre? (Todos en silencio). Padre. ¡Se acabó!, hoy mi vida queda en manos de la verdad, es preferible la muerte al traspié, hoy se acaba mi silencio, ¡yo voy con ellos,capitán! Oidor. ¡No podéis, padre! Obedecedme, tenéis que casarme. Padre. ¡No!, lo que nos está matando no es la epidemia, ni el hambre o la chicha, mucho menos la falta de reales o Doña francisca. (El oidor se gira, iracundo). Monaguillo. ¡No la mire con el vestido, es mala suerte! Oidor. ¡Calla, niño! (El padre, retador, se interpone entre el oidor y el monaguillo, protegiendo al niño). Padre. Lo que nos está matando es la indiferencia, la injusticia, la avaricia, ¡el miedo! Oidor. Entonces, ¿os queréis morir, padrecito? (Manuela se levanta y se voltea hacia el oidor también, creando mas tensión).

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Padre. ¡Cuando un hombre deja de luchar y traiciona la verdad, ya está muerto! Lo que da la vida no es una cuchara o un tenedor, o quedarse callado y ciego, lo que da la vida… ¡es el amor! Y no hay amor más grande que dar la vida por los amigos. (Todos parecen recobrar la fe y la esperanza, la vida; el oidor, lleno de odio, intenta entrar). Oidor. ¿Me retáis? Capitán. Señor oidor, no es necesario, el padre ha dicho que va con los detenidos voluntariamente. Oidor. ¡Como queráis, padrezucho!, para que me casen lo que sobran son curas en esta ciudad, ¡lleváoslos, Capitán! Manuela, el monaguillo, el mercader y su esposa. ¡No! (El padre los detiene con un gesto fuerte). Padre. ¡No, no, no!, ¡que nadie más intervenga!, ¡ya no más!, es hora de cumplir mi destino. (Señalando a Cristo en la cruz). Regnavit a Ligno Deus. (Al monaguillo). No dejes de rezar, Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis, ¡pero con fe! (El monaguillo, impotente, mira con rabia al oidor y con resignación al padre). Monaguillo. Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis, tenga el peine, padre, arréglese un poco, ¿cuándo ha visto usted a Jesús despelucado? Padre. (El padre le entrega el gorro de baño y se peina un poco). Quedas a cargo de todo, toca las campanas de las… once. Llorente. Padre, ¿y los cubiertos? ¡Acuérdese de la epidemia! Padre. Ya no los necesito, cuente con mis oraciones de igual manera, señor Llorente. (Manuela sonríe orgullosa del padre). 49 )


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Llorente. Que Dios lo proteja, usted es un alma de Dios, ¿alguien necesita juego de cubiertos propio?, ¿nadie?, ¿zapatos para pie pequeño?, ¿no?, ¿máscaras europeas?, ¿telas, flores...? ¿floreros? Caldas. ¡Quieto, señor Morales! Llorente. Entonces, con su permiso. (Saliendo hacia la plaza). Llegó mercancía, de Europa, nueva, fina, excelentes precios, estamos en la calle Real. Oidor. ¡Daos prisa, capitán!, que me están saboteando la boda, y ni mi prometida ni yo queremos esperar más. (El oidor mira a manuela coqueto y mandándole un beso al aire se va). Oidor. ¡Hasta las doce, querida! (El oidor, después de entregarle los libros de defunciones al monaguillo, se va, dejando un desasosiego en el aire). Monaguillo. ¡Dios mío, que no los fusilen!, Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis, haz que algo pase hoy, señor, haz que algo pase. (El monaguillo se va al fondo, Manuela al altar y los tres hombres, preocupados, junto a la puerta). Rubio. ¿Cuál es el plan B? Voz. La Bagatela, la Bagatela hoy, viernes 20 de julio de 1810… (Muy débil ya). Atención, siguen llegando noticias sobre los motines contra la corona española ocurridos en el Socorro el pasado nueve de julio, recordemos que las cabezas de quienes estaban al frente de aquellas revueltas están todavía colgadas en las esquinas aquí en la capital y se habla de una lista negra secreta. (Tose). Si desea ver la lista secreta, aquí se la tenemos a buen precio. Morales. ¡Que Dios me perdone!, pero si es necesario yo voy a moler a puñetazo limpio al señor Llorente si nos presta ese florero sin ningún inconveniente.

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Caldas. ¡Deslumbrante estratagema señor Morales, ese es el plan B! Rubio. ¿Ese? (Hacen los movimientos repitiendo el plan como si fuera una obra teatral). Caldas. ¡Sí!, como ensayamos anoche, nuevamente. (Morales y Rubio se ubican para ensayar el plan B disimuladamente). Caldas. Si nos presta el florero don Llorente… (Rubio haciendo las veces de Llorente). Rubio. ¡Claro, señores!, no hay ningún problema, llévenselo, señor Morales, se los presto con mucho gusto… (Morales da un puñetazo en el estomago de Rubio). Caldas. ¡No, no, no, aún no!, antes de apalearlo ustedes, al pueblo primero deben alborotarlo, todo lo que diga el señor Llorente ustedes lo mudan por una frase diferente; si dice con mucho gusto, por un agravio lo mudan en ese momento justo. (Morales disculpándose con Rubio). Morales. ¡Perdón, señor Rubio...! Retomo… ¡Esperen! ¿Cómo así, señor Caldas? ¿Nos está pidiendo que mintamos?, ¿Qué inventemos que Llorente nos insultó? (Rubio, recuperándose del golpe). Rubio. ¡Efectivo!, ¡no solo a nosotros!, sino también a nuestras esposas, a nuestras hermanas, a nuestras madres. Morales. Pero ¿por qué?, ¡si está diciendo que sí nos lo presta! Caldas. ¡Porque sí!, ¡es el señor Llorente o nosotros frente a la muerte! (Morales, pensándolo mejor). Morales. ¡Ah, no! Siendo así, yo no voy a permitir que insulten a mi señora

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madre, menos por un simple florero, ¿verdad? (Morales da otro puñetazo a Rubio, dejándolo sin aire nuevamente). Caldas. ¡No, no, no!, agitan al pueblo primero, tomando como excusa lo del florero; después de armado el alboroto, sí le pegan como a saco roto. (Morales se disculpa nuevamente con Rubio y continúa el ensayo, susurrando). Morales. ¡Ay sí!, cierto, ¡perdón, señor Rubio...! Retomo… ¿Me está insultando?, ¿me está insultando seño Llorente?, está diciendo que…que… ¿Qué…? Caldas. ¡Que se caga en los americanos! Morales. ¡Eso…! ¿Está diciendo que se caga en los americanos?, ¿oyeron?, ¡este está diciendo que se caga en los americanos…! ¡que se caga...! Caldas. Parfait!, très bien, haciendo escándalo con empeño, para que en la revuelta nos apoye hasta el más pequeño. (Morales va a dar otro puñetazo a Rubio, pero este lo detiene). Rubio. ¡Espera, espera, espera!, el señor Morales tiene razón en una cosa, si mentimos y culpamos al señor Llorente de este ultraje, Llorente nunca más podrá volver a vivir aquí en Santa Fe, lo estamos desterrando, estamos acabando con su tienda, con su reputación, con su vida aquí, eso sin contar con que va a pasar unos buenos meses en el calabozo a pan y agua, aguantando frío y necesidades. Caldas. ¡Lo sé!, ¡cavilando en eso no he dormido!, ¡a Cuba va tener que irse a vivir Llorente escondido!, pero la cadena por el eslabón más débil se debe romper, y ese desafortunadamente el buen Llorente debe ser, o si gustan, caballeros, quietos nos podemos quedar y esperamos a que esta noche nos vengan a decapitar, y después que el señor virrey la Nueva Granada a Napoleón Bonaparte le ceda, para que su querida Paquita ser reina francesa como

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quiere ser pueda, ¡que importan nuestros compatriotas!, que sigan siendo tiranizados, mientras nosotros sabemos y nos quedamos callados, ¿eso les parece mejor?, ¿o les deja ciertamente un sinsabor?, ¡acallad vuestras razones aliados míos!, que en la historia no seremos los impíos, iremos juntos a la cárcel de visita y a Llorente le llevaremos pan, vestido, reales y una que otra cosita. D’accord? Rubio. Tienes razón, señor caldas, ¡pero que la visita no pase de mañana!... ¡Continuemos! Morales. ¿Seguros? Caldas y Rubio. ¡sí! (Morales saca la mano y le da el puñetazo a Rubio). Rubio. ¡Ay, ay, ay!, que no se te vaya la mano, señor Morales, ¡la idea no es matarlo!, solo provocarlo con algunos golpes. Caldas. Parfait!, acto seguido yo salgo de aquí y lo saludo cariñosamente: “tenga usted muy buen día, mi buen amigo Llorente”. Morales. Pero ¿cómo lo va a saludar tan amistosamente si se supone que acaba de insultarnos? Caldas. Exact!, yo me finjo el inocente: ¿qué nos está ultrajando, señor Llorente? ¿A nosotros que le hemos acogido tan cariñosamente?, ¡increíble!, le retiro mi saludo con enojo; pongo cara de congoja y dándoles a ustedes la razón me recojo; ahora si un puñetazo le pueden dar, que el pueblo en este punto ya habrá comenzado a gritar. (Morales le va a dar otro puñetazo a Rubio, pero este lo detiene). Rubio. ¡Ya!, ya, ya, esa parte ya está clara Morales. ¡Que nos perdone el cielo por esta invención! Caldas. Para una patria nueva poder hacer, a veces algunas infamias hay que 53 )


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cometer, laisser la liberté! Rubio. ¡De frente paso de vencedores! (Vemos al monaguillo que atraviesa la iglesia en busca del campanario para dar inicio a las once horas). Manuela. ¿Ya dan las once? Monaguillo. Ya mismo, señorita. Morales. ¿Está seguro? Rubio. Que sí, señor Morales, las once horas del día viernes 20 de julio del año 1810, ¿lo tenemos que volver a recordar? Morales. No es necesaria la ironía, todo está clarísimo: día de mercado, plaza llena, mujeres y niños, muchos niños, demasiados niños diría yo, próxima la visita del señor Villavicencio, préstamo o saludo, insulto, puñetazo, rumor, grito, algarabía, campanadas, cabildo abierto. Monaguillo. ¿Cómo dice, señor? Caldas. rien!, el señor Morales que últimamente siente una efervescente fascinación, por perfeccionar el castellano en los momentos de emoción. Morales. ¿Sí? Caldas. ¡Sí!, ¿no lo recuerda?, es bastante divertido y formativo; cabezas, colgar, esquinas, terror, lista negra, ¡prudencia o decapitar! Monaguillo. ¡Suena muy entretenido señor Morales!, si me permite podemos hacer una competición usted y yo para ver quién es más rápido diciendo palabras, cuando yo estaba más pequeño… (Los cuatro presentes en la iglesia al unísono). Los cuatro. ¡¡¡¡Noooo!!!! Caldas. Siempre he dicho, “devoir avant la gloire”, deber antes que gloria,

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chiquillo. Rubio. Debes tocar las campanas. Manuela. ¡Las de las once! Morales. Y ya son las once. (Manuela corre nuevamente ansiosa a la puerta de la iglesia y mira para todas partes buscando a su amado). Manuela. Y ustedes se van a las once, ¿verdad? Caldas. Tan puntuales como sale la gracia de Dios por el oriente, y se recoge por el occidente. (Manuela les hace nuevamente una sonrisita sutil y después de mirar una vez mas a la calle entra presurosa a rezar frente al altar. El monaguillo los mira algo confundido). Monaguillo. Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis, entonces, ¡mejor voy a tocar las campanas!, campanas, once, tocar, padre, deber, reemplazar…. ¿Ven?, soy muy bueno… y le puedo vencer al señor Morales. (El monaguillo va a tocar las campanas, Manuela vuelve al altar). Manuela. (Para sí) Por fin… Las once, las once, las once… Ya no tendremos que escondernos más, ¿Cómo serán tus ojos amado mío? ¿Cómo será tu voz? ¿Cómo serán tus manos? (Saca cuidadosamente la carta que lee). Carta. Amada mía, Manuela, flor de esta tierra bella; mi joven, hermosa, viva e inteligente Manuela, musa de mis sueños patrióticos, leal y firme amada mía. Eres mía, ¡gran Dios!, que conquista. Yo quiero tratarte desde hoy con la igualdad de esposo, y quiero gustoso renunciar a estos tratamientos que no inspira el amor, puro, casto, noble y santo que te profeso.

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La independencia sola el gran clamor no acalla amada mía; si el sol alumbra a todos, hoy más que nunca justicia es libertad. ¡Que gloria inmarcesible! ¡Qué júbilo inmortal! La libertad sublime nos espera, derramando las auroras de su invencible luz. Mi humanidad entera que entre cadenas gime, comprende hoy las palabras del que murió en la cruz. ¡Mujer¡ libertadora de mi alma y de esta tierra, hoy a las once gritaremos juntos ¡LIBERTAD! (El monaguillo ha subido al campanario). Monaguillo. Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis. (Bajo la mirada de los cuatro presentes da las once campanadas; con cada campanada aumenta la tensión. Manuela, ansiosa, va a la puerta, mira a la calle y entra de nuevo; Morales se desvanece y es reconvenido por los otros dos que lo levantan, repasan el plan en forma rápida solo con movimientos y, al terminar de sonar las once campanadas, Rubio sale veloz y decidido). Rubio. (Feliz). Las once, las once, las once. (Y detrás de él, empujado por Caldas, sale Morales). Morales. Préstamo, saludo, insulto, puñetazo, rumor, grito, algarabía, campanadas, niños, demasiados niños, mujeres, ¡cabildo abierto o lista negra! (El monaguillo, Manuela y Caldas se quedan a la espera cada uno de sus asuntos. El monaguillo a la espera del padre, Manuela a la espera de su amor y Caldas a la espera de la revuelta). Monaguillo. Las once. Manuela. Las once. Caldas. Onze! (Los tres salen nuevamente a la puerta, están ansiosos porque no hay señales

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de nada). Voz. La Bagatela (tose gravemente), La Bagatela hoy (tose más grave), hoy viernes 20 de julio de 1810. (Tose tan grave que no puede seguir). (La voz se calla, agobiada mortíferamente por la tos; mientras ellos, sorprendidos, se miran, sale la mujer desde el balcón con su baldecito). Mujer desde el balcón. ¡¡¡Aguas van!!! ¡¡¡Aguas livianas!!! (Todos se protegen de las aguas). Monaguillo. Tengo que apuntarlo en el libro gordo. Caldas. Diez y seis mil… ciento… Monaguillo. Ciento cincuenta y uno, no me va a caber tanto difunto en el libro. Manuela. Cada vez huele más espantoso esta ciudad… (El monaguillo apunta en el libro). Monaguillo. Que los muertos de esta patria descansen en paz. Caldas y Manuela. ¡Amén! El silencio sepulcral en honor a los fallecidos es desesperante para los tres. Caldas. Nariño, vamos por el plan B. (Caldas sale sin decir más, casi inmediatamente se forma un desorden que crea mucha confusión). Voces de afuera. Este hombre ha dicho que se caga en Villavicencio y en los americanos, ¡que viva el rey y muera el mal gobierno! (Se ve gente correr de un lado para el otro, el monaguillo le impide salir a Manuela). Monaguillo. Sanctus Deus, Sanctus Fortis, Sanctus Immortalis… Manuela. ¡Déjeme salir, tengo que ir a buscarlo! Monaguillo. Señorita, esas revueltas son cosas de hombres, una mujer nada

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puede hacer, ¡no se exponga! (Se oyen golpes gritos y revuelta desmedida). Voces. ¡Mátenlo, arréstenlo… cabildo abierto, mueran los chapetones! Manuela. ¡Él está ahí afuera! (En ese momento sonidos de campanas se escuchan por todas partes y varios soldados con máscaras bajo el mando del capitán Mauricio Álvarez entran en la iglesia y se ponen firmes, esperando órdenes de ataque contra la gente de la plaza, evitando que el monaguillo y Manuela salgan). Capitán. Tenía que pasar esto justo hoy, ¡justo a las once! Soldados, tomen posiciones y no dejen que nadie salga de aquí. Manuela. ¡Usted no puede obligarme a estar aquí!, ¡tengo que salir! Capitán. ¡Ya me oyeron! Voces. Bajen los impuestos, exigimos libertad para gobernar, mueran los chapetones. (El capitán mira a Manuela con desespero mientras ella lo hace furiosa. Entra presuroso el oidor en la iglesia). Oidor. ¡Yo lo sabía, yo lo sabía! Capitán, la orden del virrey es abrir fuego ahora mismo contra todos estos insurrectos que están en la plaza. Manuela. ¡Nooo, por favor!, ¡no disparen! Voces. Santafereños: si perdéis estos momentos de efervescencia y calor, si dejáis escapar esta oportunidad única y feliz, antes de doce horas seréis tratados como insurgentes, ved los grillos y las cadenas que os esperan. Oidor. ¡Ahora capitán!, no esperéis que los ánimos sigan creciendo, ¡disparad! Manuela. ¡No! ¡Hay mujeres y niños en la plaza! ¡Y también hombres valiosos! Capitán. La señorita tiene razón, señor oidor, ¡sería una masacre injusta!

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Voces. ¡Cabildo abierto, que muera el mal gobierno! Oidor. ¡Maldita sea! Se me cagaron en el matrimonio estos animales, ¡dispare! Manuela. ¡No, por favor! ¡No son ningunos animales! No puede tomar sus vidas cobardemente solo para consumar sus caprichos. Oidor. ¿Qué decís querida? ¡Nuestro matrimonio no es ningún capricho! Dispare, capitán. Manuela. ¡No!, ya me canse de que diga “nuestro matrimonio”, ¡aquí el único que quiere casarse es usted! (Todos en silencio). Oidor. ¿Qué?, ¿decís que despreciáis tan garboso partido? Manuela. ¡Eso digo!, no me caso, ¡se le acabó la fiesta, señor garboso! (Silencio general). Oidor. Ja, ja, ja, debéis estar bromeando, ¡claro!, es la tensión matrimonial que os tiene confundida, ¡mujeres! Manuela. ¡Burro!, la máscara de burro la debería llevar puesta usted. Oidor. Sí, sí, os entiendo, querida, os entiendo, ¡estáis muy ansiosa! La fiesta, la ceremonia, la noche de bodas, ¡eso es!; aunque no os pude entender bien la última parte ¿qué dijisteis? Manuela. ¡Burro!, ¡que mi corazón le pertenece a otro!, ¡amo a otro hombre!, ¡me voy a casar con alguien más!, ¿escuchó? (El silencio y la ira del oidor se funden en un chillido diminuto). Oidor. ¡Ah! Ya entendí un poco mejor, me parece, ¿que no os queréis casar? Voces. ¡No! Oidor. Pero ¿por qué? Manuela. Porque mi sueño es otro, porque merezco respeto, porque quiero ser

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feliz, también tengo derecho a elegir mi futuro, ¡las mujeres no somos animales! (El oidor se humilla ante Manuela y le suplica de rodillas). Oidor. ¡Casaos conmigo, Manuela! Manuela. No. Oidor. ¡Por favor! Manuela. ¡No! Oidor. ¡Os lo ordeno! Manuela. ¡No! Oidor. ¡Pero soy el oidor! Manuela. ¡No! (El oidor se levanta de un brinco colérico). Oidor. ¡Insulto! ¡Agravio! ¡Mujer indócil! ¡Mujer perjura! ¿Qué pensáis? Si hoy no hay boda, ¡entonces hasta la novia se debe morir! ¡Moriréis! Disparad, capitán, y empezad por esta rebelde si es necesario, ¡es una orden! Monaguillo. Yo le dije que verla con el vestido de novia puesto antes de la boda es mal augurio, pero usted no hizo caso. Voces. Cabildo abierto, muera el mal gobierno, independencia para gobernar. Oidor. Yo no me voy a quedar vestido y alborotado, que corra sangre por esta burla. ¡Soldados, fuego! (Los soldados apuntan hacia Manuela, pero entonces el capitán se atraviesa). Capitán. ¡Esperen, esperen, esperen!, no podemos disparar sin una orden directa del virrey, no vamos a pasar a la historia como asesinos sin piedad, si alguien trae una orden escrita firmada por el puño y letra del virrey ordenando abrir fuego, entonces… abrimos fuego, de lo contrario… ¡no podemos dispararle a nadie!

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(Los soldados miran al oidor confundidos; el oidor, colérico, envía a un soldado por la orden escrita). Oidor. ¿Orden escrita? ¿Qué es esto? ¿Una farsa romántica? ¿Me estáis contraviniendo, capitán? ¡Ya veréis! Vos, soldado, id por esa bendita orden. Soldado. ¿Yo, señor? Oidor. ¡Sí!, vos, para vos el virrey tiene pensado un ascenso. (Los soldados lo miran con asombro). Soldado. ¿Ascenso? ¿A mí? ¿Por qué? Oidor. ¡Vuestra mujer sabe bien por qué! Soldado. ¿Mi mujer? Oidor. ¡Sí, vuestra mujer! Soldado. Pero si yo no tengo mujer. Oidor. Ah, ¿no? ¿Acaso vos no sois Barrientos? Soldado. No señor, yo soy Barreto, Ba-rre-to, Barrientos es aquel. (El soldado señala a un compañero junto a él que, sorprendido, se quita sus distintivos y suelta su fusil mientras huye). Soldado. ¡No puede ser!, ¡no puede ser!, ¿es mi querida?, ¡ingrata!, me niego, me niego, yo no quiero ese ascenso, no lo quiero, ¡prefiero la muerte! (El soldado corre). Oidor. ¡Pues también os tiene pensado el fusilamiento si no aceptáis! (Otro soldado interviene, ansioso). Soldado. ¡Yo, yo, yo! Yo si lo quiero, señor oidor, también soy casado, y ella también es joven y muy hermosa y puede ser muy coqueta, y atrevida, ¡al virrey le va a encantar!, lo prometo. (Todos los soldados se miran incrédulos, el oidor no sabe qué decir).

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Voces. ¡Muera el mal gobierno! Oidor. Pues entonces el ascenso es vuestro, ¡y daos prisa que se nos salen de las manos estos cernícalos! (El soldado corre por la nota. Aparece Llorente atado a una silla). Llorente. ¡Por supuesto que pueden vuestras mercedes disponer del florero y de toda mi tienda, que a mí no me importa si el agasajado es criollo o chapetón, yo amo a los criollos tanto como a los chapetones! Voces. ¿Lo escucharon?, ¿lo oyen? Este está diciendo que se caga en nuestras esposas, nuestras madres y en nosotros mismos; duro con él, vamos también por el virrey, ¡exigimos cabildo abierto! Llorente. ¡auxilio! (Salen llevándose a Llorente). Oidor. (Escondiéndose detrás de los soldados). La culpa es de ese Antonio Nariño, esta plebe ni siquiera sabe lo que es un cabildo abierto. Monaguillo. (Rociándolo con agua bendita). Tal vez no señor, pero sí sabemos lo que es fraternidad, igualdad y queremos libertad. Oidor. Soldados, este va a ser el segundo en ser fusilado, no lo perdáis de vista. (Los soldados le apuntan ahora al monaguillo. La plaza queda en silencio al ver al soldado regresar corriendo con la orden escrita). Oidor. Por fin, vamos a acabar con estos insurrectos, preparaos, capitán. (Los soldados se preparan). Monaguillo. Señor Jesús, no te olvides, por si acaso, de que yo me confesé hoy. Soldado. Aquí está la orden escrita, señor oidor. Monaguillo. ¡Ay, mamita María! Oidor. Leedla, soldado, ¡que todos escuchen!

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(El soldado, pasmado, se queda con la carta en sus manos). Soldado. No puedo, señor. Oidor. ¿Cómo decís? Soldado. Es que… No sé leer, señor oidor. Monaguillo. Gracias, Divino Niño. Oidor. Entonces que la lea otro y que todos escuchen, ¡rápido! (Se la pasan a otro soldado). Soldado. ¡Yo tampoco sé leer! (Se la pasan a otro). Soldado. ¡Yo menos! (Se la pasan a otro). Soldado. ¿Yo? Yo ni, ni siq, siq, siq, siquiera, pu, pu, puedo ha, ha, ha, hablar bien. (Todos los soldados se quedan estáticos y en silencio). Oidor. ¿Ninguno sabe leer? Capitán. Ninguno. Monaguillo. Gracias, santo Tomás bendito. Oidor. ¡Valiente ejercito el que tenemos! ¿Qué esperáis capitán? Ahí está la orden, vuestra bendita carta, ¡leedla y empezad a disparar! Capitán. ¿Disparar? ¿Por qué? Todavía no sabemos lo que dice la nota. Oidor. ¡La nota dice que disparéis!, cada letra dice eso, estoy seguro, obedeced, os estoy dando la orden capitán, ¡dadme esa nota, la leo yo! (El capitán no se inmuta y Manuela, decidida, se levanta y se abalanza sobre el oidor antes de que lea la nota y, en una lucha feroz entre los dos por la nota, Manuela logra quitársela ante la mirada airada del oidor y la admiración de todos).

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Oidor. No me hagáis reír, ¿qué vais a hacer con esa nota?, no será que vos si sabéis leer, sois una mujer, ¡por Dios!, ¡no valéis nada! Soldados. Viva el novio, viva el novio, gloria a Su Majestad. Oidor. ¡Callaos! ¿Sabéis leer? ¿Quién enseñó a esta mujer a leer? ¿Quién? Será fusilado y descuartizado y repartido y colgado, ella ni siquiera debería estar aquí a esta hora, y sin máscara. Manuela. No le van a alcanzar las máscaras para esconderse, porque ni somos ignorantes, ni somos animales y claro que sé leer, ¿quiere saber que dice la nota?, ¿quiere saber?, ¿quiere...? La nota dice… (Manuela lee la nota mentalmente, se detiene pasmada y mira impávida a todos a su alrededor con una mirada preocupada). Manuela. ¿Quiere saber?, ¿quieren saber qué dice? ¿Dice que somos un pueblo libre! Que somos un pueblo digno, que merecemos respeto, que es ahora o nunca, y dice que yo no soy ni seré su esposa, ¡jamás! ¡Viva la independencia! ¡Viva la libertad! (Rompiendo la nota la esparce por los aires, gesto que enardece más a la multitud). Voces. Viva Manuela Maza, ¡viva la libertad! Oidor. ¡Qué suplicio el mío con esta mujer! (El oidor le quita la espada a un soldado y se abalanza, sanguinario, sobre Manuela). Oidor. ¡Es hora de que yo mismo os calle! (El capitán se atraviesa con su espada y, defendiendo la vida de Manuela, se trenza en un combate con el oidor). Capitán. No se recibió ninguna orden escrita, señor. Oidor. ¡Vos y vuestras ordenes escritas!

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(Los soldados no saben a quien obedecer; todos están a la expectativa, el duelo esta muy parejo). Capitán. ¡Quietos soldados!, ¡quietos! Santafereños: este es el momento, esta mujer nos ha salvado, el día es hoy, aprovéchenlo. Oidor. ¡Ya sabía yo que erais un traidor! (Unas veces parece que vencerá el capitán; otras, el oidor). Capitán. No cesen en esta lucha por la libertad, por el respeto a la vida, por la igualdad, ¡nuestro hogar es sagrado! Oidor. Os cortaré la cabeza, os cortaré la cabeza, ¡a todos! (Finalmente, el capitán desarma al oidor y punza su espada contra la garganta de este, que se arrodilla vencido). Capitán. Necesitamos paz, queremos paz, viva Manuela Maza, ¡viva la paz! Voces. Viva la independencia, ¡viva la paz! (Se arma la revuelta decididamente, con mas bríos que antes. El monaguillo le da un puntapié al oidor que sale corriendo asustado hacia el palacio del virrey, perseguido por los soldados que huyen y la muchedumbre furiosa que los sigue). Monaguillo. ¡Eso! Corran, corran, que todavía me queda agua bendita. Nuestro hogar es sagrado y, para que lo sepan, ¡sí sabemos lo que es abrir el cabildo! (En la iglesia solo quedan Manuela, el capitán y el monaguillo). Manuela. ¡Ya pasaron las once! Tengo que salir, me debe estar buscando. Capitán. ¡Espera! Manuela. ¿Qué? ¿Quién se cree usted? ¿Ahora debo obedecerle por salvarme la vida? Capitán. ¿Yo? No, ¡te equivocas! Tú me salvaste a mí la vida. (Manuela se queda estática).

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Monaguillo. ¡No! Usted la salvó a ella, yo lo vi. Capitán. Mira mis manos, mira mis ojos, escucha mi voz. Manuela. ¡Tengo que salir! Me están esperando. Capitán. ¿No me reconoces? Manuela. ¿De qué habla capitán?, ¡cállese! Monaguillo. Señorita, yo creo que es mejor que lo deje hablar, porque esto está muy extraño y el padre me dijo que estuviera pendiente de todo. Manuela. ¡Tengo que salir! Capitán. Yo he visto tus luchas desde lejos, Manuela Maza, admiro tu valor y tu fuerza, “La independencia sola el gran clamor no acalla; si el sol alumbra a todos, hoy más que nunca justicia es libertad”. Manuela. ¡Usted es un soldado!, un enemigo, un español, ¡cállese! (Manuela se dirige hacia la puerta intentando salir). Capitán. “Mi humanidad entera que entre cadenas gime, comprende hoy las palabras del que murió en la cruz”. (Manuela se detiene pasmada y mira incrédula al capitán). Manuela. ¡Cállese! No puede ser, es que no puede ser. Capitán. ¿Por qué no? Monaguillo. Sí, ¿por qué no? (Manuela hace ademán de salir, pero la voz del capitán la detiene de nuevo). Capitán. “Manuela, flor de esta tierra bella; mi joven, hermosa, viva e inteligente Manuela, musa de mis sueños patrióticos, leal y firme amada mía. Eres mía, ¡gran Dios!, qué conquista”. Monaguillo. ¡Más despacio, capitán!, que ya me perdí… ¿Dijo “amada mía”? Manuela. ¡No siga!

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Capitán. Si me permites abandono hoy el ejército español para rendirme a esta causa libertadora, de tu mano amada mía y hacer de estas tierras, las tierras libres que soñamos. Manuela. ¡No!, no se lo permito. (Manuela saca la carta que ha estado atesorando y amenaza con romperla). Capitán. (Desenvainando su espada y poniéndosela en su propio cuello). ¡No lo hagas! Monaguillo. ¡Un momento! Aquí están prohibidas esas cosas, señor capitán, y usted, señorita, no puede estar rompiendo todas las cartas que se le atraviesan, menos aquí en la iglesia… ¿No ve que el que barre soy yo? Capitán. (Entregándole rendido la espada a Manuela sin quitársela de su cuello). Entonces hazlo tú, “¡Que gloria inmarcesible! ¡Qué júbilo inmortal! La libertad sublime nos espera, derramando las auroras de su invencible luz”. (Manuela, ahora con la espada que le ha entregado el capitán en sus manos). Manuela. (Presionando la punta de la espada sobre el cuello del capitán). No me pruebe, capitán, ¿cree que no soy capaz? Monaguillo. Señorita, baje esa espada, no va y sea el patas que le empuje la mano, ¡me están asustando! (Aparece el padre sangrando en la puerta de la iglesia). Padre. ¡Manuela! ¿Qué estás haciendo? Manuela. Haciéndole caso, padre. Monaguillo. ¿Usted le dijo que matara al capitán, padre? Padre. ¡No! ¿Cómo se te ocurre? Manuela. ¡Es él! Padre. ¿Es él? ¡No! No puede ser él.

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Manuela. ¡Es él! Padre. ¿El capitán?, no… ¿Estás segura? Manuela. ¡Sí! Monaguillo. No estoy entendiendo nada, ¡me ponen al día, por favor! Padre. ¡Noooo, no creo! No puede ser él. Manuela. ¡Sí!, es él. Padre. ¡No, Manuela! Yo no creo que sea él. Capitán. ¡Que sí, padre! Soy yo. Padre. ¡Jesus Christus! ¡Entonces, espera pienso! A través sus letras conociste el alma de este hombre, es un hombre honesto, bueno, tierno, que te ama, ¡sabes que no lo puedes matar! Manuela. ¡Pero yo no sabía que era español, que era un militar, que era un enemigo! Padre. Fue por él que te jugaste la vida, fue por él que decidiste luchar, por él te quitaste los zapatos y dejaste ver que tus pies son grandes, ¡realmente grandes! (Todos le miran curiosos los pies). Monaguillo. ¡Dios santo!, ¡la pata sola! Manuela. ¡Gracias padre! ¿Entonces que se supone que haga? Monaguillo. Lo de usar los zapatos europeos para achicar los pies, en su caso, no es mala idea. Padre. ¡Escúchame! ¡No lo hagas! Ahora está claro, ¿no lo ves? ¡El amor! Es el amor el que libera. Manuela. ¡No! (Aprieta más la espada contra el cuello del capitán). Monaguillo. ¡En la vida había visto pies tan grandes!

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Padre. ¡Monaguillo! (Manuela sostiene decidida la espada en el cuello del capitán, que se va arrodillando como quien pide matrimonio galante). Capitán. “Quiero tratarte desde hoy con la igualdad de esposo, y quiero gustoso renunciar a estos tratamientos que no inspira el amor, puro, casto, noble y santo que te profeso”. (Silencio expectante). Manuela. La urbanidad enseña que no es de caballeros hacer esperar a su dama. Monaguillo. En eso sí tiene razón, fue un detalle de mal gusto no llegar cumplidor, ¡en Europa lo habrían decapitado por eso! (Manuela aprieta más la espada sobre el cuello del capitán). Padre. ¡Monaguillo! Monaguillo. ¡Perdón! Capitán. Mi vida está en tu mano amada mía, ¡que dicha amor!, es como siempre lo soñé, morir mirando tus ojos. Padre. ¡Manuela! (Manuela piensa, duda, aprieta la espada punzante). Manuela. ¡Sus cartas… son peligrosas!, ¡muy peligrosas! Capitán. No tanto como tus ojos y tu sonrisa. Manuela. ¡Sus cartas… me han hecho libre! Capitán. Más libertad me han dado a mí tus tiernas réplicas. Manuela. ¡Sus cartas… me han hecho valiente! Capitán. Y valiente me ha hecho a mí este deseo de verte. Manuela. Sus cartas… ¡me han hecho feliz! (Finalmente, baja la espada con una mirada dulce sobre el capitán, que la mira en silencio). 69 )


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Manuela. ¡Ahora tiene que casarse conmigo! (Manuela se arrodilla y los dos se funden en un tierno beso mientras el padre cae de cansancio junto al monaguillo). Monaguillo. Entonces, ¿ahora sí preparo los ornamentos para matrimonio, padre? Padre. ¡Benedictio! Ahora sí, pequeño, y ya puedes comerte una manzana. Monaguillo. ¡Ah!, justamente, acerca de las manzanas era que quería hablarle en la confesión. (Todo queda a oscuras, menos el balcón de la mujer con el baldecito; la mujer sale nuevamente y desde el balcón con su baldecito en las manos). Mujer. Ese viernes a las once en punto de la mañana se dio inicio a lo que recordamos hoy como el Grito de Independencia colombiano, que finalizó aquel día a las seis de la tarde con la celebración del cabildo abierto y la firma del acta de independencia. La señorita Manuela Maza y el capitán Mauricio Álvarez se amarían desde ese momento intensamente hasta la muerte; contrajeron matrimonio pocas semanas después bajo la bendición del señor. El capitán Álvarez abrazó entonces fervorosamente la causa patriótica, a órdenes del general Nariño; se dice de él que fue un valiente militar que entregó su vida por la patria y murió gloriosamente en la campaña del Sur meses después, dejando a Manuela Maza viuda, pero serena. Manuela continúo prestando sus servicios al movimiento de la Independencia patriótica, apoyando la libertad, la igualdad y la dignidad de todas las gentes de esta tierra, lo hizo hasta que llegó el Pacificador Morillo, quien conocía perfectamente el poder de las mujeres en esta lucha. Entonces, perseguida cruelmente y con orden de fusilamiento en su contra,

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se resguardó sola en Zipaquirá, ¡sola!, allí poco a poco pasó al olvido de la historia como suele suceder con muchos otros que han entregado su vida por la verdad, la igualdad y por la patria; esta patria que es tuya y que es mía, que es nuestra. Pero en su corazón vivió para siempre el recuerdo de su amado, el hombre de las cartas, el hombre que dejó todo por su amor, el hombre que le reveló con ternura el amor que le daría la verdadera libertad, esa libertad que no se puede encadenar, ¡la libertad del corazón!; esa libertad que le permitiría vivir en paz con Dios, con ella misma y con esta tierra hasta el día de su muerte. Esa valiente mujer, esa olvidada mujer de aquel 20 de julio de 1810 y de la que no habla la historia y que ninguno de nosotros antes conoció, esa mujer que habita en cada mujer y en cada hombre de esta patria nuestra, ¡esa mujer!, que luchadora que enfrentó el miedo, el odio, la mentira, ¡esa mujer…! Aquella íntegra mujer de las once que no renunció a sus sueños de libertad… ¡esa mujer!… ese ser… esa mujer… ¡podrías ser tú! ¡Aguas van!, ¡¡¡aguas de libertad!!! (El padre hace sonar las campanas, tocando a arrebato, que retumbaron aquel 20 de julio de 1810 por toda Santa Fe, quedando a oscuras todo, menos el Cristo, iluminado momentáneamente por un seguidor, lentamente se funde en black out).

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José Julián Álvarez Clavijo Nació en Bucaramanga (Santander) en 1978. Creció jugando fútbol, fue bailarín folclórico, pasó por la Facultad de Ingeniería y estuvo en la Escuela de Policía, pero Dios ya había escogido su camino y en 1998 llegó a Bogotá con el sueño de ser actor. Estudió actuación en la Academia Charlot, hizo parte del taller de creación colectiva de la ENAD-Umbral Teatro y fue un destacado alumno de Rubén di Pietro, Jorge Herrera, Eddy Armando, entre otros grandes maestros de la escena colombiana. Creando fuertes y divertidos personajes en varios montajes teatrales, maduró como actor y director al tiempo que incursionaba en la televisión, haciendo parte de varias producciones nacionales y extranjeras como “Te voy a enseñar a querer”, “La tormenta”, “El zorro, la espada y la rosa” y “Doña Bárbara”. En 2010 hizo parte de la serie “El cartel de los sapos 2”, donde siguió demostrando que un actor se destaca por su disciplina y constancia. En el mundo de la dramaturgia se inicia en el año 2006 con la obra teatral “Después de la campana”, que se presentó con éxito a más de 30 000 jóvenes de la capital colombiana, siendo ganadora del proyecto institucional para la solución de conflictos del Alto Comisionado para la paz de la Presidencia de la República y la Cámara de Comercio de Bogotá, a lo que han seguido otras creaciones dramatúrgicas, entre ellas “20 de corazones”, primer lugar en la convocatoria Premio Distrital de Dramaturgia del Instituto Distrital de las Artes, Idartes 2014.




“Blanca o las Voces Uterinas” Claudia María Mejía Valencia


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Personajes Blanca 5 Blanca 15 Blanca 50 Blanca 80 Blanca Muerta Jaime: hermano de Blanca La casa es el cuerpo. Todos los espacios recorridos por nuestros silencios, todo lo vivido y lo inventado, deja una huella indeleble en nuestra memoria y en la escritura de las paredes que fueron testigos de todos los secretos.

Poética introductoria Blanca regresa, después de muerta, a su casa. Llega a reencontrarse con todas las mujeres que fue, en sus diferentes edades. Los espacios se convierten en cómplices y enemigos, albergan todos los recuerdos, conflictos, traumas, amores y desamores que habitaron la casa. En su recorrido por los diferentes espacios –el sótano, el baño, la cocina, el ático, la ventana y el jardín–, ella revive distintos momentos de su propio trasegar. Se confronta con las otras que ella ha sido y es. En ocasiones intercambian sus roles; en otras, se comportan con total indiferencia. El enfrentamiento con todas las Blancas hace al personaje atravesar por las esferas del sueño, la memoria y el delirio para, finalmente, concluir su existencia en el espacio del despojo: el jardín.

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Escena 1. En el sótano Escena 2. En la cocina Escena 3. En el baño Escena 4. En el cuarto Escena 5. En el ático Escena 6. En la ventana Escena 7. En el jardín

Escena 1. En el sótano (Un sótano de una casa grande, lleno de objetos: cajas, un baúl, libros, periódicos viejos, un árbol de navidad desbaratado, juguetes antiguos, una silla mecedora en mal estado, un maniquí de costura, maletas y una nevera descompuesta. Las paredes tienen grandes humedades. El piso es de madera. Hay una pequeña ventana en el fondo del sótano por la cual entra un halo de luz tenue). (Entra Blanca muerta, baja las escaleras pausadamente, Blanca 5 no la percibe. Blanca 5 está jugando en silencio. A veces susurra como contándole a alguien un secreto. Blanca muerta se detiene frente a las maletas, coge la más grande que es de color rojo, la abre, verifica que esté vacía y sale del escenario). (Blanca 5 juega con una casa de muñecas de dos pisos. La casa está quebrada y ella está tratando de arreglarla con cuerda y curitas color piel. Canta como quien habla con los muertos). Blanca 5. El puente está quebrado, con qué lo curaremos, con cáscara de huevo, burritos al potrero... (Pausa. Piensa. Mira lo que falta). Que pase el rey que ha de pasar, que uno de sus hijos ha de quedar… La casita estaba buena, la casita estaba sana, la casita se enfermó, mami viene a curarla con cáscara de huevo y curitas color piel. 77 )


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(Empieza a contar con los dedos y en susurro muy lentamente). Uno, amarillo. Dos, azul. Tres, verde. Cuatro, naranja. Cinco, rojo. Seis, violeta. Y siete… Siete… Negro. Negro. Negro. (Blanca 5 toma una lata que está en el sótano y una linterna. Empieza a simular rayos, prende y apaga la luz. Hace sonar el pedazo de metal. Ciega la linterna y se queda en penumbra). Blanca 5. (Susurrando, al público). No hay nadie… Se fueron. (Alguien toca la puerta). ¿Quién es? ¿Quién? (Nadie responde). No señor, no le puedo abrir a extraños. Se fueron a almorzar. Sí señor, llueve mucho aquí adentro. (Toma una muñeca vieja y la empieza a arrullar). Duérmete niña, duérmete ya… No, no tengas miedo, nada te va a pasar, ¿no ves que estamos solas…? No llores que el conejo va a venir. (Se abraza a sí misma y con el dedo índice hace un gesto de negación al público). No le gustan las niñas lloronas, no tiene tiempo. (Mira su reloj y empieza a dar vueltas por todo el sótano, esquivando ágilmente los objetos). El conejo siempre está de afán. (Blanca 5 vuelve a arreglar la casita). Esta tablita acá, este tubito allá. Un poco de esparadrapo y este lado… ya está. Vas a quedar bien, casita. (Cantando). No llores más, que viene el coco y te comerá… (Juega a las escondidas). Un, dos, tres, cuatro, cinco. Coclí, coclí. El que lo vi, lo vi. (Unas ruedas rechinan. Blanca 5 se esconde tras las cajas). (Con el rechina,r un halo de luz va creciendo al tiempo que se abre una puerta en lo alto de las escaleras que bajan al sótano. Por los rieles de las barandas, Blanca 80 desciende en su silla de ruedas. El asiento de la silla es un inodoro. Un aire frío y húmedo invade el sótano. Tras su escondite Blanca 5 se asoma. Blanca 80 empieza a tiritar. La silla contra los rieles hace un chirrido agudo,

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se desprende de los rieles y toca el piso. Blanca 80 guía las ruedas hacia un tocador de espejo quebrado. Se enciende un bombillo que cuelga de un cable del techo. Blanca 80 se acicala, se unta crema en sus arrugas. Blanca 5 la imita, se palpa, se esconde tras las maletas). Blanca 80. Je ne se pas, je ne se quoi. (Pausa, se mira al espejo y le habla). Lancom, Orlan, María Antonieta. (Toma una cuchilla de afeitar y se rapa la cabellera. Caen mechones de pelo al suelo. Con cada hebra suena una guillotina metálica. Toma un lápiz labial rojo. Se hace una línea horizontal en el cuello). “¡Per Catalunya!” Un, dos, tres, que se la corten otra vez. (Mira de lado a lado, con la cabeza colgando). Blanca 5. (Desde su escondite). Me duele la cabeza. Blanca 80. Úntese crema, evita las arrugas. (Se escucha un llanto de bebé-muñeca-de-cuerda). Blanca 5. (Aún en el escondite, cantando en susurro). Duérmete niña, duérmete ya. Blanca 80 y Blanca 5. (En coro). Que viene el coco y te comerá. Blanca 80. (Vuelve al espejo, se recompone la cabeza). Me marché. Blanca 5. ¿Te vas? Blanca 80. No. Me fui. ¿Llegó el taxi? Blanca 5. No. (Alguien toca en una pequeña puerta del fondo). Blanca 80 y Blanca 5. (En coro). ¿Quién es? Blanca 80. ¿Quién soy? ¿Ella o yo? ¡Abra la puerta! (Blanca 5 abre la pequeña puerta al rincón del sótano. Una mano le entrega una carta). Blanca 5. (Se finge adulta). Gracias, señor. Siempre es un gusto su visita.

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Blanca 80 y Blanca 5. (En coro). Siempre es un gusto su visita. Un gusto, un gusto… Blanca 5. (Le entrega la carta a Blanca 80). El gusto es mío, señora. Blanca 80. (Toma la carta). ¡Gracias, señor! Mijita, el abrecartas… (Blanca 5 busca desesperadamente entre las cajas del fondo del sótano, hace mucho ruido, como cuando revolcamos un cajón lleno de cosas… Se pincha un dedo. Sangra). Blanca 5. (Grita). Mami, estoy sangrando… Blanca 80. ¿Ya es la hora? Blanca 5. (Llorando). No, el té se toma a las tres… Blanca 80. ¿Llegó o se fue? Blanca 5. (Se acerca a Blanca 80 con el abrecartas en la mano y una gasa en la otra. Le venda el dedo). Sana que sana, colita de rana, si no sana, hoy sanará mañana… (Blanca 80 le arrebata el abrecartas. Abre la carta. Salen pedazos de papel. Una lluvia de papel cae del techo…). Blanca 5. (Abre un paraguas). Que llueva que llueva, la vieja está en la cueva… Blanca 80. ¿Cuál vieja? Blanca 5. La que vive en la cueva. ¿Dejó de sangrar? Blanca 80. (Ríe a carcajadas). Hace tiempo que no veía salir sangre de mi cuerpo. ¿Cuándo fue la última vez? Hace 30 años. Sí, esa fue mi última vez…. En mis 55. Perdí mi color… Blanca 5. (En coro con la última palabra). ¿Color? ¿Dónde está el color rojo? Se me acabó. De tanto dibujar… Blanca 80. Dibujos borrados, días sin color.

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(Blanca 5 empuja la silla de ruedas de Blanca 80 a la ventanita del fondo). Blanca 80. (Trata de asomarse). Ya no hay pájaros. Aquí nunca hubo nieve, Me voy a dormir… Blanca 5. ¿A dónde? Blanca 80. A atrapar sueños… tráigame el atrapamoscas… por si me encuentro con los enemigos que nunca conocí. (Se escuchan sonidos de objetos que caen contra el piso y se quiebran). Blanca 5. Las curitas… ¿dónde están las curitas? Blanca 80. En el cajón vacío… ¡cierre la cortina, niña! Ciérrela ya, que viene el coco y nos comerá… Niña, ¿quién es usted? Blanca 5. (Corre a mirarse al espejo). ¿Usted? ¡Usted! (Empieza a estornudar). (Blanca 5 se acerca a Blanca 80 y se suena los mocos con el borde del vestido de ella). Blanca 5. (Finge voz de adulta, se sienta en un taburete, se amarra las piernas con una correa a la silla y atada da brincos por todo el sótano). Es de mala educación sonarse y ver el resultado en el pañuelo. Las niñas menores sirven el té… Blanca 80. (Hace como un reloj cucú). Cucú, cucú, cucú… es la hora del té. (Con acento británico). Want some milk, dear? (Blanca 5 se acerca a Blanca 80 y empieza a mamarle un seno). Blanca 80. (Cantando). Duérmete niña, duérmete ya, que con esta droga te dormirás… Blanca 5. (Se desprende de la teta y vomita la leche que tomó). Está agria, tiene natas… Blanca 80. ¡No se para de la mesa hasta que no acabe de comer! (Blanca 5 vuelve a mamar… Se escucha un sonido intrauterino…).

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(La silla de ruedas se convierte en una cama de parto. Las piernas de Blanca 80 quedan sobre los estribos de la cama. Blanca 5 cae al piso y empieza a jadear). Blanca 80. ¡Puje, puje, puje más fuerte…, ¡ya va a salir! (Blanca 5 gime, da un desgarrador grito y una pelota traslúcida rosada salta de su vientre y rueda por el sótano). Blanca 80. (Se para de su silla de ruedas y empieza a jugar con la pelota rebotándola en el piso). Con una mano, con la otra, aplaudiendo, media vuelta, vuelta entera… Blanca 5. Quiero jugar… Blanca 80. No niña, usted está muy chiquita. Cuando crezca podrá. (Pausa). Cuando crezca sabrá… Blanca 5. Las matas crecen y no saben jugar, ¿puedo jugar? Blanca 80. (Ignorando a Blanca 5). Con una mano con la otra, media vuelta…. Blanca 5. ¿Puedo jugar? Blanca 80. ¡No! (Le entrega la pelota y se va con la silla a cuestas por la escalera que da al primer piso). (Black out).

Escena 2. En la cocina (Amanece. Blanca 50 entra a la cocina. Pone a calentar agua. Saca pan, mantequilla, leche, chocolate y frutas. Abre la nevera, saca dos huevos, se los pone en los calzones. Se acomoda el cuello de la camisa y camina con un gesto masculino). Blanca 50. ¡Ya está el desayuno! (Suena el timbre, ella se acerca a la puerta). ¿Quién?, ¿quién es?

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(El sonido de las botellas y las campanas del carro del lechero se aleja. Blanca 50 abre la puerta, toma un par de botellas de leche y se le caen los huevos de los calzones y se quiebran en el piso. Ella se lanza al suelo, llora y se restriega los huevos por toda la cara y el pecho). Blanca 50. (Sollozando). Yo quería huevos fritos, no huevos revueltos. (Se levanta del piso, se recompone y se hace un masaje con el huevo en la cabeza). Es bueno para el pelo. (Vuelve a la estufa, el agua está hirviendo. Sirve cinco tazas de la olla. Las pone en la mesa. Toma el salero y sala todas las tazas). Niñas… niñas… ya está el desayuno. (Entra por la puerta Blanca muerta, levitando, lleva una jaula vacía. Da una vuelta a la mesa y se sienta en la cabecera, pone la jaula al frente y empieza a silbar. Imita a una oropéndola, una sola nota, muy fuerte que se desvanece en una nota larga). Blanca 50. Niñas, se les va a enfriar. (Blanca 5 entra a escondidas y tumba el tarro de sal que estaba puesto en una silla, al lado de la nevera). Blanca 50. (Mira a Blanca 5 con un gesto de reproche). El chocolate está en la mesa. Blanca 5. No me gusta el chocola... Blanca 50. (Interrumpiéndola). El chocolate está en la mesa. (Blanca 50 toma a Blanca 5 por los brazos, la alza y la sienta en la silla del centro de la mesa). Blanca 5. (Mete el dedo en el chocolate y se dibuja un bigote. Habla con voz fingida de hombre). ¿Ya está el desayuno?

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Blanca 50 y Blanca 5. (En coro). ¿Ya está el desayuno? Blanca 50. (Barre la cocina, bailando con la escoba; canta). Arroz con leche. me quiero casar con una señorita de la capital, que sepa barrer, que sepa trapear, que sepa abrir la puerta para ir a jugar. (Mientras Blanca 5 juega con los platos y los cubiertos, haciendo caminos con los tenedores y los cuchillos, hace ruidos imitando un carro en la carretera). Blanca 50. Niña, ¿comió? Blanca 5. No. ¡El semáforo está en rojo! (Blanca 50 sigue barriendo con más fuerza). (Entra Blanca 15 cantando.) Blanca 15. Girls just wanna have fun, ouo, girls just wanna have fun… (Blanca 15 toma un banano, lo pela, se lo come y tira la cáscara). Blanca 15. ¡Hoy es el día! ¿Qué día es hoy? Blanca 50. El día de la mala suerte. (Blanca muerta le contesta en silbido… El resto de las Blancas paran sus actividades y la miran, se dan la bendición y dicen en coro. “Quién como Dios…” Blanca muerta deja de silbar… Blanca 50 se acerca a Blanca muerta con una caja de alpiste y riega el alpiste en la jaula). (Todas las Blancas se paran de la mesa en actitud solemne, sacan un pañuelo y hacen un gesto de despedida…). (Entra Blanca 80 a la cocina y se resbala con la cáscara de banano. Todas se miran. Blanca 5 se esconde debajo de la mesa, Blanca 50 coge la escoba y continúa barriendo como si no se diera cuenta; Blanca 15 va a la nevera y coge una bolsa de tomates maduros, se sienta en la mesa y empieza quitarles la cáscara con los dientes. También la ignora).

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(Blanca 80 se levanta, se dirige a la mesa con un gesto de insatisfacción. Se sienta en el otro extremo de la mesa, abre un libro y se toma las cinco tazas de aguasal). Blanca 80: (Zapatea debajo de la mesa). ¡Salga de la mesa! No estoy jugando, ¡salga de la mesa! Solo se esconden los ladrones y las putas. (Blanca 5 sale de abajo de la mesa y se sienta nuevamente. Toma la taza de chocolate y finge tomarlo). Blanca 80. No se hace ruido en la mesa. (Lee el código penal en letanía): “Capítulo séptimo: De la Culpabilidad. Art. 35. - Formas. Nadie puede ser penado por un hecho punible, si no lo ha realizado con dolo, culpa o preterintención. Art. 36. - Dolo. La conducta es dolosa cuando el agente conoce el hecho punible y quiere su realización, lo mismo cuando la acepta, previéndola al menos como posible. Art. 37. - Culpa. La conducta es culposa cuando el agente realiza el hecho punible por falta de previsión del resultado previsible o cuando, habiéndolo previsto, confió en poder evitarlo...”. (Cierra el libro violentamente): ¿Terminó? Blanca 5. No, no he podido encontrar la salida. (Se ríe). Blanca 80. ¿Que qué? (Blanca 5 se incorpora y toma la taza de chocolate, se la lleva a la boca y se moja un poco los labios, su cuerpo se contrae y le dan arcadas). Blanca 80. Se lo toma todo, la va a dejar el bus. Blanca 5. (Suspira y solloza). Pero… está frío. (Blanca 80 la mira con determinación y continúa con la lectura del código penal en letanía. Blanca 15 se monta en la mesa y se acuesta en el centro y empieza a restregarse los tomates en el pubis). Blanca 80. ”Art. 38. - Preterintención. La conducta es preterintencional cuan-

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do su resultado, siendo previsible, excede la intención del agente. Art. 39. Punibilidad. La conducta preterintencional o culposa solo es punible en los casos expresamente determinados en la ley. Art. 40. - Causales de inculpabilidad. No es culpable: 1. Quien realice la acción u omisión por caso fortuito o fuerza mayor. 2. Quien obre bajo insuperable coacción ajena. 3. Quien realice el hecho con la convicción errada e invencible de que está amparado por una causal de justificación. 4. Quien obre con la convicción errada e invencible de que no concurre en su acción u omisión alguna de las exigencias necesarias para que el hecho corresponda a su descripción legal. Si el error proviene de culpa, el hecho será punible cuando la ley lo hubiere previsto como culposo”. (Blanca 50 se levanta de la mesa y se dirige a la estufa y empieza a revolver con una cuchara de palo una olla con agua). (Blanca muerta se levanta de la mesa levitando con la jaula en la mano. Se acerca a la ventana, abre la puertecita y ve volar el pájaro imaginario. Imita el movimiento de las alas del ave con sus brazos, Vuelve hacia la mesa y se sienta a pelar cebollas. Se desata una lluvia torrencial y empiezan a caer goteras en la cocina. Blanca 5 abre un paraguas). Blanca 50. (Se quema con el agua que está en el fogón y da un grito). ¡Cierre el paraguas, niña llorona…! (Va por unas ollas metálicas para las goteras). (Blanca 15 se sigue masturbando con los tomates). Blanca 80. (Toma un cucharón, golpea la mesa). ¡Culpable! (Silencio absoluto). Blanca 80. Vamos todas a sentarnos en la mesa, vamos todas a comer. (Blanca muerta deja de pelar cebollas y sale de la cocina. Deja de llover. Entra un sol luminoso por la ventana).

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(Todas toman la cuchara y se empiezan a comer los tomates macerados del vientre de Blanca 15. Silban en coro la canción: Las mañanitas). (Entra Blanca muerta con un pastel que lleva 15 velas. Blanca 15 se levanta, se compone el uniforme y sopla las velas. Hay un black out y se oyen 4 tiros). (Se enciende la luz y vemos a todas las Blancas aturdidas. Blanca muerta, que tiene aún la pistola humeante, la lanza lejos y silba la canción del cumpleaños). Blanca muerta. (Cantando). “que los cumplan felices hasta el día de hoy”. (Aplaude y sale por la puerta levitando). (Caen serpentinas rojas de tramoya como una lluvia de sangre). (Black out).

Escena 3. En el baño (Los personajes interactúan en el mismo espacio sin percatarse los unos de la presencia de los otros. Amanecer de un día entre semana, al fondo se escucha una canción de cuna. Suena repetidamente como un disco rayado). (Repica un despertador. Alguien toca la puerta tres veces. Se apaga el despertador unos segundos, vuelve a sonar. Retumba un golpe contra la pared y se calla el despertador. Un camino de papel higiénico sale del baño). Blanca 5. (Vestida con un pequeño traje rojo de manzanitas bordadas, recoge el papel, como siguiendo el camino va cantando). “Yo tengo una manzanita que es toda chistosita, con 5 alcobitas, parece una casita, en cada alcobita hay una semillita… Algún día muy temprano, las semillas crecerán, convirtiéndose en manzanas. ¡¡¡Ay, qué ricas están!!!” (Rompe el papel, se trata de mirar al espejo y no alcanza, salta una vez y no logra alcanzarlo. Salta otra vez sin ob-

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tener su objetivo; toma la caneca, la voltea y la usa como escalera, sube al inodoro, sube al tocador y se encuentra de frente con el espejo, se mira, se reconoce y juega a hacer caras). Cara de banano… cara de manzana… Cara de conejo… (Se regaña a sí misma). ¡No, muecas no, no, no, no, no…! (Da una palmada). ¡Canta! Que tú cantas muy bonito… (Se mira en el espejo, se reconoce, señala su propia imagen y hace un gesto exagerado). ¿Yo? (Señalando su pecho, con el dedo índice se toca el corazón). ¿Tú? (Toca el espejo con su dedo índice, con una amplia mirada). (Blanca 5 atraviesa el espejo, desaparece del escenario. Se enciende el video pregrabado de Blanca 5).

(Video de Blanca 5. Parte 1) ESCENA 1. INTERIOR. DÍA. A TRAVÉS DEL ESPEJO. Plano cerrado de un espejo que se empaña, se hace blando y se convierte en una especie de niebla: se va disolviendo como si fuera una bruma plateada y brillante, de textura similar al mercurio.

ESCENA 2. INTERIOR. NOCHE. AGUJERO PROFUNDO. Blanca 5 cae por un agujero negro. Los movimientos de cámara lenta evidencian la ley de la relatividad. Las paredes se convierten en venas sinuosas que palpitan. Vemos pasar lentamente a Blanca 5 atravesando por una osamenta de vigas, estructuras cóncavas y convexas. Sonidos de respiración exaltada.

ESCENA 3. INTERIOR. DÍA. COCINA. Plano cerrado de tomates cayendo al interior del extractor de aire de la cocina.

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En segundo plano, Blanca 5 cae vertiginosamente.

ESCENA 4. INTERIOR. DÍA. BAÑO. Plano cerrado de un inodoro y del agua que gira. Una carta desapareciendo por el desagüe. En animación, Blanca 5 se hace pequeña y cae también a través del desagüe.

ESCENA 5. INTERIOR. NOCHE. CUARTO. Blanca 5 atraviesa el techo del cuarto y llega al piso superior. Al tiempo, innumerables piedras caen a lado y lado suyo con gran estruendo.

ESCENA 6. INTERIOR. DÍA. ÁTICO. Al continuar su caída libre, Blanca 5 se da un golpe en la cabeza con una de las vigas. Imagen animada de un plano cartesiano y un cerebro que lo atraviesa. Los astros giran alrededor de la cabeza de Blanca. Funde a blanco. Un sonido agudo: el pito del fin de la emisión de la televisión. Aparece la barra de colores del televisor.

ESCENA 7. INTERIOR/EXTERIOR. DÍA. VENTANA. Blanca 5 salta por la ventana. Un cielo azul de fondo y unos ojos que flotan en el espacio se acercan y se alejan. Blanca 5 se descuelga por un hilo rojo.

ESCENA 8. INTERIOR. DÍA. AGUJERO PROFUNDO. Blanca cae en un tablero gigante de ajedre, sobre el cual una lluvia de flores secas se ha ido acumulando. Zoom a uno de las casillas blancas del tablero de ajedrez. (Fin del Video de Blanca 5. parte 1)

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(Entra Blanca 15 en piyama repasando la tarea para la clase de religión: el Génesis). Blanca 15. “Génesis 2-15, Dios, el señor, puso al hombre en el jardín del Edén, y le dio esta orden: ‘puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, menos del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás’. (Blanca 15 se quita la piyama). Génesis 2-22, de esa costilla Dios el señor hizo una mujer; él al verla dijo… (Para sí). ¿Qué dijo? ¡Ah!, “esta sí es de mi propia carne y de mis propios huesos”. (Se quita los calzones y abre la llave de la ducha, coge el jabón y empieza a lavar su cuerpo). (Suena un timbre insistentemente, Blanca 15 no se percata).

Blanca 15. “Génesis 3-6, la mujer vio que el fruto del árbol era hermoso, y le dieron ganas de comerlo, así que cortó uno de los frutos y se lo comió; luego le dio a su esposo, y él también comió”. (Entra Blanca 50 vestida de blanco, apresuradamente, con un sobre en la mano. Levanta la tapa del inodoro y se sienta a cagar. Está estreñida... Enrolla y desenrolla el papel higiénico, hace bolitas y las va a lanzar a la caneca, pero se da cuenta que no está en su sitio). (Blanca 15 sigue en la ducha, solo vemos la silueta a través de la cortina y se escucha el correr del agua). Blanca 50. ¡Qué cosa con el cartero! ¿Por qué se pega del timbre? ¿Cuándo aprenderá? ¡Ah, inoportuno! (Pone el sobre en el mesón del espejo y continúa sentada en el inodoro).

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(Video de Blanca 5. parte 2) ESCENA 1. INTERIOR. DÍA. BAÑO. (Subjetiva de Blanca 5 observando el baño al otro lado del espejo. Señala al espejo y dice): ¿Tú o yo? (Se aleja y empieza a jugar ajedrez saltando entre las casillas blancas y negras). Blanca 50. (Enrollando papel higiénico en su mano). Uno… dos… diez… treinta… Mierda. ¿Cincuenta? Mañana cumplo cincuenta. Blanca 15. ¡Puto examen de religión! (Entra Blanca 80 directo al lavamanos). Blanca 80. ¿Por cuántas manos habrán pasado esos billetes…? ¡Qué asco! (Blanca 80 se lava las manos obsesivamente). (La proyección de video continúa en escena).

ESCENA 1. INTERIOR. DÍA. BAÑO. (Plano cerrado de Blanca 5, al otro lado del espejo. Mirándose a sí misma). Blanca 5. “Hay una cosa de la que estamos bien seguras y es que el gatito blanco no tuvo absolutamente nada que ver con todo este enredo... Fue culpa del gatito negro. En el último cuarto de hora, la vieja gata había sometido al minino blanco a un aseo riguroso. Y hay que reconocer que el minino la aguantó muy bien”. (Funde a negro). (Fin del video de Blanca 5 parte 2). Blanca 15. “Génesis 3 – 23, por eso Dios el señor sacó a Adán del jardín del Edén y lo puso a trabajar la tierra de la que fue formado”.

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Blanca 80. Hacer plata… Trabajar tanto para hacer plata. ¿Para qué la plata si me voy a morir…? ¿A quién le queda mi plata? (Cae un chorro de arena en el escenario desde tramoya, es la presencia de Blanca muerta. Blanca 50 sigue sentada en el inodoro). Blanca 80. (Cierra la llave del lavamanos). ¿A los 30?, todavía me creía el cuento; ¿a los 40? Todavía tenía opción, ¿o no? ¿A los 50…? Estoy en los 80, ¿y a quién le voy a dejar mi herencia? ¿A mi hermano? ¡Él tampoco tuvo hijos! (Blanca 80 se seca las manos. Saca una manzana de su bolsillo, la limpia obsesivamente con la manga de su vestido y le da un gran mordisco. Sale del baño). (Entra Jaime, hermano de Blanca, vestido de negro, con traje formal. Se para frente al espejo del baño, se mira fijamente, se toca la cara, se arregla el vestido, se afeita, se aplica loción, se da dos palmadas en la cara y se queda estatua).

(Video de Blanca 5. Parte 3) ESCENA 1. INTERIOR. DÍA. BAÑO. Plano cerrado de Blanca 5, a través del espejo. Imita exactamente los movimientos de Jaime, el hermano. Se mira fijamente, se toca la cara, se arregla el vestido, se afeita, se aplica loción, se da dos palmadas en la cara y se queda estatua. (Funde a negro). (Fin del video de Blanca 5. Parte 3)

Blanca 15. (Blanca 15 termina de bañarse, cierra la llave de la ducha y toma una toalla. Se seca el cuerpo, obsesivamente, sin parar). “Génesis 4–2, después dio a luz a Abel, hermano de Caín. Abel se dedicó a criar ovejas y Caín se dedicó a cultivar la tierra”.

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Blanca 50. (Toma un sobre y lee). El suscrito, director del instituto de medicina legal de Medellín, hace constar: que el doctor Germán Díaz López, anteriormente médico legista de este instituto, practicó en el anfiteatro municipal la diligencia de necropsia en el cadáver del señor Jaime Solano Mesa, cuya muerte se produjo en la mañana del veintisiete de mayo, después de recibir una lesión con arma de fuego. La necropsia se practicó el mismo día de la muerte. Se le encontró un orificio de dos centímetros de diámetro en la región de la sien derecha, causado por el impacto a boca de jarro, al parecer, de un proyectil de arma de fuego de cañón corto, el que penetró al cráneo y produjo hematomas en ambas zonas temporales y sobre el hueso parietal derecho, bajo el cuero cabelludo; se halló también fractura de la bóveda, desde el orificio de penetración del proyectil, por toda la escama del hueso temporal derecho hacia atrás, y luego hacia la izquierda por la zona parietal posterior hasta la línea media; desgarro del quiasma óptico y hemorragia bajo las meninges, en ambos hemisferios cerebrales y en el cerebelo. Estas lesiones son esencialmente mortales en su conjunto y fueron la causa natural de la muerte del señor Jaime Solano Mesa. (Suelta la cadena del inodoro y se va conmocionada con el papel higiénico enredado a su pie, que va dejando un camino al salir). Jaime. (Tocando con el dedo índice su corazón). ¿Yo? (Señalando con el dedo índice al espejo). ¿Tú?

(Video de Blanca 5. Parte 4) ESCENA 1. INTERIOR. DÍA. BAÑO. AL OTRO LADO DEL ESPEJO. (Plano subjetivo de Blanca 5 mirando a Jaime, el hermano, al otro lado del espejo. Con su mano toca el dedo de Jaime, que está en escena, al otro lado del

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espejo. Funde a negro). Blanca 15. Génesis…, ni mierda… con lo que sé me saco un tres… Alcanzo a pasar… (Suena un despertador). Voz en off. Levántese que se le va a hacer tarde. Blanca 15. Ya estoy lista. (Jaime, mirándose al espejo, saca una pistola y se pega un tiro en la cabeza). (Blanca 15 abre la cortina de la ducha y mira a su hermano muerto. Caen hilos de sangre por entre sus piernas). (Cae un gran chorro de arena sobre Jaime muerto). (Black out).

Escena 4. En el cuarto (Un atardecer frío, la lluvia pega contra la ventana, como queriéndose entrar. Habitación infantil de Blanca. Las paredes están pintadas en tonos rosa, se nota el paso del tiempo. La pintura está descascarada y se evidencian grandes humedades. Las huellas de los objetos que habitaron el espacio están impresas como marcas de polvo, que permiten ver el rastro de dos camas sencillas, una mesita de noche, dos repisas y un gran armario). (Blanca 15 llega del colegio, se quita el uniforme, se pone la piyama, apaga la luz y se acuesta a dormir. Se levanta y extiende la sabana, la plancha con la mano, apaga la luz y se vuelve a acostar. Se duerme por unos segundos y se levanta con un grito mudo. Prende la lámpara que está en la mesita de noche, se levanta y se revisa los calzones. Se acuesta, apaga la luz y trata de dormir. Da vueltas en la cama, tiene insomnio. Se abre la puerta de la habitación y entra Blanca 5 con un tetero).

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Blanca 5. Hoy conocí al lobo. En el bus del colegio. Me pidió una moneda. (Prende la lámpara y le entrega el tetero a Blanca 15). Blanca 15. Yo no fui al bosque, no visite a mi abuela, no le lleve pasteles a nadie… Blanca 5. ¡Shh!, ¡qué brazos tan grandes tienes! Blanca 15. Son para abrazarte mejor. Blanca 5. ¡Qué piernas tan grandes tienes! Blanca 15. Son para correr mejor. Blanca 5. ¡Qué orejas tan grandes tienes! Blanca 15. Son para oírte mejor. Blanca 5. ¡Que ojos tan grandes tienes! Blanca 15. Son para verte mejor. Blanca 5. ¡Qué dientes tan grandes tienes! Blanca 15. ¡Son para comerte mejor! (Blanca 5 se quita la ropa y se acuesta en la cama del lado). Blanca 15. ¡No puedo dormir! Blanca 5. Cuenta piedras. Blanca 15. ¿Piedras? Blanca 5. (Saca piedras del bolsillo y las tira por el cuarto mientras cuenta). Una, dos, tres piedras, cuatro, cinco piedras grandes para llenar su barriguita. (Sigue contando en susurro. Sonido en off. un derrumbe a lo lejos; las piedras caen una a una generando un gran estruendo). Blanca 15. (Se levanta asustada porque se ha orinado en la cama, enciende la luz, corre de lado a lado temerosamente. Se cambia los calzones y los esconde, busca una toalla). ¿Dónde están las toallas?, ¿las toallas? Blanca 5. (Entre dormida). Se las robó el señor peludo. Para limpiar las heridas. (Black out). 95 )


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Blanca 5. Veinte piedras, veintiuna, córtele la barriga con unas tijeras y llenémosla de piedras. Blanca 80. (En off). “Aquí vemos que la adolescencia, en especial las señoritas, bien hechas, amables y bonitas no deben a cualquiera oír con complacencia, y no resulta causa de extrañeza ver que muchas del lobo son la presa. Y digo el lobo, pues bajo su envoltura no todos son de igual calaña: los hay con no poca maña, silenciosos, sin odio ni amargura, que en secreto, pacientes, con dulzura van a la saga de las damiselas, hasta las casas y en las callejuelas; más, bien sabemos que los zalameros entre todos los lobos, ¡ay!, son los más fieros”. Blanca 15. ¡El cazador se ha ido ya…! ¿O regreso? (Llora, se levanta, coge las tijeras y le corta la barriga a una muñeca de trapo, le saca el relleno). Blanca 15. No me salí del camino. Sí, iba en el bus del colegio… sueño con piedras. El trencito también se salió de la vía. No puedo dormir. Shorts blancos, el pozo de arena, su olor, allí conocí a Andrés, la tenía clara, no quería ser lobo, tal vez abuelita o tal vez un cazador travesti. Blanca 5. (Deja de contar piedras, se levanta de la cama y se sienta en el borde moviendo sus pies, que no alcanzan el suelo, de adelante para atrás). ¿Llegó el cazador? Blanca 15. (Salta en la cama, se cae, se levanta toma la muñeca y se la entrega a Blanca 5) Tijeras, cuchillos, hachas, lanzas, balas… (En off: se oye un balazo y cae tendida en el piso). Blanca 5. (Remienda la barriga de la muñeca con hilo y aguja). ¿Lobo está? Blanca 15. (Se levanta). Se fue en el bus. Blanca 5. Juguemos en el bosque, mientras el lobo está, ¿lobo está?

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(Blanca 15 va hacia el armario y busca unas pastillas para dormir, se toma todo el frasco).

(Video 1) Animación en 3D de pastillas, textos y diseño gráfico de cajas de remedios. Es una alucinación. Aparecen y desaparecen colores brillantes que se funden unos con otros, la atmósfera es nublada y borrosa.

Blanca 5. ¿Lobo está? (Continúa remendando la muñeca). (Las dos Blancas se levantan de la cama en posición de juego. se miran a los ojos y se atan un caucho largo en la cintura, quedando unidas por un cordón umbilical). Blanca 15 y Blanca 5. (En coro). Me estoy poniendo los tacones. (Se ponen unos zapatos rojos y danzan imitando los movimientos de un hacha, como tratándose de talar la una a la otra. Se oye un sonido de alguien cortando un árbol. Imágenes de troncos cayendo). ¿Lobo está? Blanca 15 y Blanca 5. (Se vuelven cuchillos, se cortan carne. Imágenes de un matadero, la luz del escenario se torna roja y ellas danzan salpicando sangre contra la pared. Se acercan al proscenio). ¿Y las toallas? Se las robó el señor orejón, se las llevó para limpiar las heridas de sus víctimas. (Caen al piso como trapos mojados). Blanca 5. ¿Lobo está? (Blanca 15 y Blanca 5 se levantan, se mueven como tijeras cortando todo lo que se les atraviesa en su camino. sueños, cortadas, coartadas, se cortan el vestido y se ponen un pedazo de tela en la cabeza como si fuera un velo de novia. Caminan de gancho solemnemente hasta la ventana). 97 )


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Blanca 15. Agujeros, huecos, rotos, vacíos, donde están mis vestidos. (Entra Blanca muerta levitando y corta el caucho que las une y sale del cuarto). Blanca 5. ¿Lobo está? (Blanca 15 busca un arco y una flecha y empieza a jugar al tiro al blanco y vemos unas imágenes de cacería, aparece un venado y ella le dispara con su arco y flecha, el venado cae muerto). Blanca 5. (Se esconde). “No te preocupes, haré todo bien”. Blanca 15. Tengo sueño. (Se acuesta). “No te preocupes, haré todo bien”. (Blanca 5 se acuesta. Empieza a soñar que va caminando por un gran bosque. Toma el hacha y empieza a cortar pedazos de madera). Blanca 15. (En medio de una pesadilla habla dormida). ¿Lobo está? “¡No le hables a extraños!… Vete ahora temprano, antes de que caliente el día, y en el camino, camina tranquila y con cuidado, no te apartes de la ruta, no vayas a caerte y se quiebre la botella y no quede nada para tu abuelita. Y cuando entres a su dormitorio no olvides decirle: ‘Buenos días’, ¡ah!, y no andes curioseando por todo el aposento”. (Blanca 15 se revuelca en su cama da un grito y se levanta exaltada. Entra un fuerte viento por la ventana y Blanca 5 corre a cerrarla; se sube en una sillita y la cierra con dificultad). Blanca 5. No puede entrar, estoy sola en casa. El cazador ya va a llegar… (En ese momento el escenario se llena de conejos. Por la ventana entra Blanca muerta y recoge, una a una, todas las piedras que las Blancas han dejado tiradas en el suelo y las guarda en la maleta roja). (Black out).

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Escena 5. En el ático (Atardecer de un día de verano. Un halo de luz naranja se cuela por la ventanita triangular del sitio más alto de la casa: el ático. Esta luz tiñe las escaleras de madera que conducen a él. (Blanca 15 está atando sus trenzas con un hilo rojo que sale de un gran ovillo de lana. Se oye una piedra que pega en el vidrio de la ventanita. Blanca 15 se exalta y suelta el hilo, dejando el ovillo rodar por las escaleras). Blanca 50. ¿Qué está haciendo? Blanca 15. Nada. Blanca 50. ¿Nada? ¿Qué está haciendo allá arriba? Blanca 15. ¡Ehhh!, mirando por la ventana. Blanca 50. Está cerrada. (Al público). En realidad no estaba haciendo más que esperar a Sergio, pero nunca llegó. Todas las cartas que le escribí se convirtieron en pedazos de papel que no se llevó nadie… Dicen que las palabras se las lleva el viento; ¡eso es mentira! Mi abuela las quemó en el horno. (Blanca muerta sale de una pequeña puerta y con la mano sopla polvo, se entra y cierra la puerta).

(Blanca 15 hace un gesto de indiferencia, Y sigue jugando con su pelo. Blanca 5 sube las escaleras en tercios, se tropieza con el ovillo de lana rojo, lo ve rodar por la escalera, se devuelve en reversa sin mirar a atrás. Recoge el ovillo). Blanca 5. Gatico, gatico… Mira lo que encontré. (Blanca 5 hace un ruido de gato, coge el ovillo con las dos manos y se lo mete

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entre el vestido y vuelve a subir, dando saltos de dos en dos. Sube al ático y se esconde bajo una mesa que hay en el fondo del lugar, saca el ovillo y lo mete en un cajón lleno de juguetes. Saca un trompo y lo hace girar).

Blanca 50. (Sube las escaleras y se tropieza con el trompo. Grita). Le dije que no jugara a dar vueltas en el ático, se cae y se pone a llorar… (Blanca 5 se esconde en el cajón y llora). Blanca 50. ¿Quién está llorando? (Toma el trompo y lo lanza por la ventana). (En off se oye el quejido de Sergio). Blanca 50. (A Blanca 15). ¿Quién está ahí? Blanca 15. Nadie, soy yo. (Esconde una carta entre los calzones y lee el manual de Carreño. Lee). ”La mujer debe ser esencialmente femenina y orgullosa de serlo. Su instrucción, educación y finos modales la ayudarán en la vida en familia tanto como en sociedad. Para llegar a ser verdaderamente cultos y corteses, no nos basta conocer simplemente los preceptos de la moral y de la urbanidad; es además indispensable que vivamos poseídos de la firme intención de acomodar a ellos nuestra conducta, y que busquemos la sociedad de las personas virtuosas y bien educadas, e imitemos sus prácticas en acciones y palabra. La dulzura y elegante dignidad de la cortesía, la cual se aviene mal con la vulgaridad que presto se revela en las maneras del hombre corrompido”. (Para de leer y se peina el pelo con orgullo). Blanca 80. (Se aproxima al ático con tres vasos de leche). En realidad Sergio vino muchas veces a lanzar piedras contra la ventana, pero ella, ella, mi madre, no lo dejó nunca subir.

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Blanca 5. (Desde el cajón). No quiero en vaso, quiero en tetero. Blanca 50 y Blanca 5. (En coro). Se lo toma y punto. Blanca 15. No me gusta la leche. (Con voz de adulta fingida). Se lo toma y punto. Blanca 50. No tolero la lactosa, me sienta mal. (Blanca 5 sale del cajón, toma el ovillo y lo empieza a mecer como si fuese un bebé). Blanca 15. (Le duele el vientre, ríe y se acerca a la ventana. Saca la carta de entre los calzones, la rompe y lanza los pedacitos al vacío). Obstáculos, pozos, pantanos, me caí tantas veces en ese charco que dejó la lluvia de ayer… Blanca 5. Me caí tantas veces. El piso siempre estaba mojado en el colegio. Duérmete niña, duérmete ya… ¿a qué horas viene Jaime? Blanca 15. Caricias, puños, el dedo sucio del chico de la esquina… Enemigo o amante. La vergüenza llegó a mi vida. Un látigo rojo quemando mis espaldas. Blanca 80. (Sube las manos, hace ejercicios de estiramiento). Me duele la espalda. Blanca 15. La pileta con agua podrida donde me escondía cuando llegaba el chico del colegio… Ojos cerrados, oídos tapados, nariz bloqueada… olor a muerto… Es mejor. Mejor que el dulce sabor de la saliva del otro. El sabor de la inocencia. Qué asco… perder los sentidos, perder los sentidos… Blanca 80. (Grita). ¿Que qué? (Blanca 5 se acerca a Blanca 80 que está sentada en una mecedora y le entrega el ovillo de hilo rojo). Blanca 5. (Con voz de viejita). Yo sabía tejer… punto cadeneta… agujas de bola, agujas de espada, agujas gemelas… las gemelas, las gemelas ¿cuándo crecerán? (Blanca 50 huele y saborea la leche, le dan arcadas. Se sienta al lado de la ventana sin percatarse de que blanca 15 también está sentada allí). Blanca 80. (Con el ovillo en el vientre saca dos agujas de malla de entre el

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pelo). Perdí el olfato, perdí el gusto, perdí el sabor. Perder los sentidos… insípida vida, tranquilidad adquirida. (Hace un gesto de satisfacción, respira profundo, tose y se ahoga. Se recompone, aclara la voz y se persigna. Teje.) Blanca 5. ¿Qué hora es? (Suena un reloj cucú marcando las tres). (Blanca muerta sale de la puertecita del fondo y sopla polvo tres veces, se queda estatua). Blanca 5. Cucú, cucú, cucú, llegó el minotauro. (Toma una maletica amarilla, empaca una muñeca de trapo, un caballito de madera y un pedazo de pan). Me voy, me voy, me voy… (Cantando sale del cuarto mientras baja por las escaleras). (Blanca 80 tose varias veces teje y se mece en la silla). Blanca 50. (En la ventana). Una cama con olor a humedad, a hongos, a llagas putrefactas del pervertido. Fragilidad insoportable, inocencia podrida, purulenta, heridas abiertas por la sombra del incesto… yo no sabía, yo no sabía. Blanca 15. ¡Shh! Silencio (En voz muy baja). Hoy te vi en el colegio cuando pasabas por el salón… tu sonrisa… Blanca 50. ¿Qué hace? ¿Qué hacen? ¿Qué hacemos aquí? Todas juntas en la cabeza, ¿en la cabeza de quién? (Blanca muerta sacude la cabeza y sale polvo de ella). Todas las Blancas. (En coro). Me duele la cabeza. Blanca 50. Las aspirinas, ¿dónde están las aspirinas? Blanca 80. Se acabaron Blanca 15. Yo no me tomé el frasco entero. (Blanca muerta agita un pañuelo y sale polvo de él. Sale de la escena, baja las escaleras, levitando).

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(Blanca 15 abre la ventana y se escapa en silencio). Blanca 50. Las cartas, los chicos, los mocos, las aspirinas, la ventana… (Toma un extremo del hilo rojo que tiene Blanca 80 y empieza a girar y a enrollarse con él, en una danza desatinada. Cae exhausta en la maraña que ella misma tejió. En off: sonido constante de una máquina de coser con intervalos rítmicos). Blanca 80. Girar, girar, girar ¿para qué? Me duele la cabeza. (Corta el hilo rojo con unas tijeras que saca del bolsillo). Me voy al jardín. (Black out).

Escena 6. En la ventana (Blanca 80 está sentada en una mecedora, se mece pausadamente. Blanca 15 trata de subirse al banquito que está al lado de una de las ventanas; hace el intento, pero se arrepiente, entoncessube los dos pies y salta inmediatamente al piso, da tres pasos hacia el interior, mira el banquito y se devuelve, se empina para ver, se sube de nuevo y mira por la ventana). Blanca 15. Uno, dos tres cuatro, mil ladrillos, naranjados, rígidos como… (Se toca el sexo y ríe). Es mentira… un muro… (Se empina, toca el borde de la ventana, unas hormigas se le suben a la mano, se las quita con desespero, se rasca fuertemente, siente calor, se ventila). ¿Hace calor? ¿O tengo fiebre? Es una enfermedad que se transmite por los ojos: el amor. (Blanca 15 se vuelve ciega, se frota los ojos y salta del banquito, se cae, se levanta y se recompone el vestido, se aleja de la ventana. Esta se cierra con un fuerte ruido, ella se sobresalta, pero no mira hacia atrás). Blanca 15. Es una enfermedad, según Aristóteles. El peluquero de la esquina. (Ríe). La lástima, estrategia de flirteo. Tenerle pesar a una hormiga o a una señora embarazada que no sabe ni siquiera cuidarse ella misma. 103 )


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Blanca 80. (Para de mecerse) ¿Volvió del baile? Los insultos y amenazas no le impidieron salir. Se convirtió en consumación propia. No puedo hablar, soy un pájaro mudo, solo muevo el pico para comer. Mi vida, la propia mía, será la muerte de mi muerte. Nací muerta, sabía el secreto, pero lo olvidé. Lo olvidé en el momento del parto. Gente de blanco, luz que enceguece y un frío que ni la parca puede sentir. Sentirá el peso de la carne que ya no tiene. Ahí va, con cartera y todo. ¿Va de compras?, ¿o solo está jugando con el miedo de los que aún tienen el peso del vestido de su propia carne? Sello, huella, palabras de imprenta. Los romanos imprimían en arcilla, porque lo podían borrar. Sin cocer en el horno, se puede borrar, ya después de cocido no. Una vez Dios hizo a un hombre de arcilla y le dio la culpa como regalo, se endureció como piedra. Piedras para el lobo. ¿Dónde está Blanca? Pánico, sagrado temblor. Yo no hice nada, yo no hice nada, yo no hice nada. (Se da tres golpes en el pecho).

(Blanca 5 entra a hurtadillas y con curiosidad mira el halo de luz que atraviesa por la ventana que está en la parte más alta. No puede asomarse, dibuja una ventana en la pared). Blanca 5. (Con voz de adulta). Niña, no se asome a la ventana. Yo no me caigo, soy grande. (Se para y se mide contra la pared). Ya soy grande. (Se empina y mira con orgullo. Mira de lado a lado y se toca el cuerpo imitando un abrazo de adultos. Toma saliva de su boca y borra el dibujo, mira hacia arriba, las proporciones se alteran, se hace más pequeña. Saca del bolsillo una galleta y crece, se sube a la ventana. Mira hacia fuera).

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Blanca 5. No hay nadie… ¿Puedo salir? (Salta hacia adentro). ¿Puedo salir a jugar? (En off, se cierra una puerta abruptamente). No hay ventanas. (Se acuesta en el suelo en posición fetal esperando a la que nunca va a llegar, que es ella misma, pero aún no lo sabe). (Blanca 15 mira la ventana por donde se puede escapar. Lo quiere hacer, pero sabe que no puede, está prohibido. Empieza a llover: caen gotas de rocío en su cara, se limpia con desagrado. Suena un reloj, marcan las cuatro de la tarde. La luz es gris; a ella le gusta. Quiere salir, se aleja un poco y busca en los bolsillos). Blanca 15. Se la llevaron el día que llegué. (Se asoma, siente vértigo, le dan ganas de tirarse al vacío. Mira a Blanca 5 que está en el suelo durmiendo). Blanca 15. Dibujar una ventana, ¡es peligroso!, inventar historias es peor, porque son tuyas. Solo tuyas. Y no tienes opción. Si los invitas se sonarán los mocos con el mantel y si no, te lanzan huevos contra la puerta. Tener los ojos abiertos y no verme, es volverme invisible. Ser invisible y no tener lengua, es como no existir. Pero si, existo aquí, ¿ella existe? ¿Dónde está? ¿Dónde estoy? ¿En una montaña? ¿O en un abismo? En la ventana, los ojos de la casa. ¿Cuál ventana? La casa está cerrada con llave. ¿Cuándo puedo salir? ¿O cuándo puedo entrar? (Se va). Blanca 50. (Se asoma a la ventana y mira el reloj). El juez. La culpa está presente, pero más la de los otros. (Señala a las Blancas). Yo no tengo culpas, me libero de la mía propia. Es inventada. Lo aprendí con las monjas. (Se asoma a la ventana y señala con el dedo, se señala a sí misma, hace una pistola con su mano y dispara; se pone la pistola-mano en su sien y se dispara). Mi hermano

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lo hizo. Él, un excitado temperamental, nadie sospechó nada, ni él mismo. Siniestra ausencia. (Blanca 50 baja la cabeza como soportando un gran peso. Se sube en la silla, limpia el vidrio incisivamente por varios minutos. Suena un rayo y empieza a llover. Salen todas las Blancas en una coreografía y dan vueltas por la casa cerrando y abriendo las ventanas. Movimientos coordinados, automáticos, como máquinas programadas para abrir y cerrar. Música electrónica de sonidos industriales aislados, silencios sostenidos). (Black out. Entra un halo de luz blanca por una ventanita en el fondo del escenario, las mujeres observan, se alistan en fila y se dirigen a ella; hay una escalera. Ellas suben y desaparecen a través de la ventana). (Black out).

Escena 7. En el jardín (Un amanecer de un fin de semana en el jardín, tallos sin flores, una banca rosa pálido corroída por el tiempo, en el fondo un árbol baobab, al otro extremo una ventana. Un fuerte viento la abre. Es Blanca muerta. Entra Blanca 5 corriendo apresuradamente, atraviesa el jardín y sale del escenario. Se ilumina la banca con una luz cenital y vemos a Blanca muerta, que en escenas anteriores había sido solo una presencia, un fantasma que pasaba dejando una pista, una metáfora. Ella, Blanca muerta, está sentada plácidamente observando el jardín, está vestida con ropa de calle, un tanto formal y tiene una maleta grande y roja al lado derecho). (Entra Blanca 15 con una regadera y empieza a regar unos tallos sin flores. Blanca 80 entra con una pala y canta mientras cava una tumba. Blanca 50

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espía por la ventana. Un conejo de cuerda entra al jardín y da vueltas de lado a lado. Ninguna de las Blancas se inmuta. Aparece Blanca 5 corriendo y trata de atraparlo. Conejo y niña dan vueltas por el jardín en un juego sincrónico. Blanca 80 sigue cavando en silencio, Blanca muerta observa con una sonrisa en el rostro, no se mueve, parece una estatua. Blanca 50 cierra la ventana y desaparece. Blanca 15 sigue regando las plantas con gestos coquetos. El conejo de cuerda hace un ruido estridente y sale rápidamente hacia el árbol que está al fondo del jardín y desaparece por un agujero, Blanca 5 lo sigue. Sonido en off de alguien cayendo por un hueco. Black out. Se enciende un video de alucinaciones).

(Video 3) (Imágenes de las fantasías del personaje, por medio de elementos simbólicos; flores, pistilos, tallos que parecen órganos sexuales, en un movimiento donde, por medio de animación en 2D, se van conformando y deformando en una pequeña danza orgánica. Formas sinuosas que se van plegando y desplegando. Una animación, cuadro a cuadro, colorida, orgánica que crece y se funde formando vaginas que son a veces flores, a veces bocas, que van danzando suavemente como una medusa en el mar. Se acerca y se aleja. Cavidad sin fondo que tiende a absorber lo que contiene. Hasta que al final desaparece. Funde a negro Todas las Blancas se quedan inmóviles, estatuas. Entra Blanca 50 en piyama larga). Blanca 50. Ipse dixit et facta sunt ipse mann davit et creata, Ipse dixit et facta sunt ipse mann davit et creata, Ipse dixit et facta sunt ipse mann davit et creata.

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(Se acerca al público y susurra). Él lo dijo, y todo fue hecho. Él lo mandó y todo fue creado… (Todas las Blancas vuelven a la acción que estaban realizando, sin percatarse las unas a las otras. Blanca 50 empieza a hablar con las plantas). Blanca 50. Lirios… de… lirios, delirios… rosas amorosas… espinosas, dolorosas, ¿rojas? ¿O rosas? ¿O blancas? ¿Blancas? (Al público). ¡Yo soy Blanca! ¿O roja? Tulipán, tule, tuli… tulipán: ¡Holanda! Lavanda, ¿lavanda? (Huele uno de los tallos sin flores y cae en un sueño profundo). (Blanca 15 empieza a recoger raíces y a unirlas unas con otras, mientras tanto vemos un video con fotos antiguas de las mujeres de su familia).

(Video 4) ESCENA 1. INTERIOR. NOCHE. PARED. (Plano general de una pared con papel de colgadura, rasgado y desvencijado por el tiempo. Una serie de marcos antiguos con retratos femeninos. Por disolvencia, vemos cada una de las fotos. Luego una película de 35mm se quema. Funde a negro). (Todas las Blancas observan en silencio). (Blanca 50 se despierta y observa). Blanca 50. ¿Por qué habría de serme tan difícil? Solo era un brote espontáneo. Blanca 15. Solo estoy tratando de vivir. Blanca 80. Solo me oigo, cantemos, no pasa nada, nunca pasó nada… Blanca 50. Las de rojo se extraviaron. Blanca 80. Las de blanco estamos aquí. Las Blancas… Blanca 50. Mi memoria… naufragios, muertes…

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Blanca 80. Silencio, me gusta el silencio. Todas en coro. Shhhhhhh… Blanca 50. ¡He llamado al viento! Blanca 80. No, él siempre estuvo a nuestro lado. (Se oye un viento fuerte y se acerca Blanca muerta que conduce a cada una de las Blancas a las tumbas que cavó Blanca 80. Se acuestan. Blanca muerta les echa tierra con una pala. Va hacia la banca con la pala en la mano, toma la maleta grande y roja, la abre y caen todos los objetos que ha recogido a lo largo de la obra: una jaula, arena, el sonido del viento, piedras, una pistola, un ovillo de hilo rojo, un trompo, polvo y un pañuelo. Luego de dejar esos objetos en el suelo, introduce dentro la maleta la pala con la que ha enterrado su memoria. Hace una venia y se sienta). Blanca muerta. Incapaz de mirarme a mí misma, escuché al viento gritar mi nombre. Entonces, salí al jardín. Ya no estoy en la jaula. Ya no hay piedras, ni tierra que cargar. Ya escogí el camino, puedo nadar en las aguas del Leteo. (Llueve. Empiezan a florecer todos los tallos del jardín con flores azules, lilas y moradas. Blanca muerta se queda inmóvil con una leve sonrisa en su rostro, mirando al vacío).

Fin 109 )


Claudia María Mejía Valencia Claudia Mejía nació en Medellín en 1971. En 1990 ingresó a la Universidad Pontificia Bolivariana, donde obtuvo el título de Diseñadora Industrial. Viajó a los Estados Unidos para estudiar inglés en la Universidad de Florida y regresó a Colombia para iniciar sus estudios en Artes Plásticas. Se desempeñó como docente en las asignaturas de Lenguaje Visual y Diseño para la Escena. Realizó una Especialización en Estética, Semiótica y Hermenéutica del arte. Trabajó en diseño de escenografía y vestuario para teatro, video y performance. Se traslada a Bogotá y ejerce como directora de arte para cine. Continúa su labor docente en Lasalle College y la Universidad Nacional de Colombia; en esta última realizó la Maestría de Escrituras Creativas con el reconocimiento de tesis meritoria. Actualmente se encuentra desarrollando un documental en el cual se desempeña como guionista y directora.




Sumapaz Engelberth Javier Gรกmez Alfonso


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PERSONAJES Bill: escritor estadounidense. Werner: director de teatro, fotógrafo aficionado. Baudelino: indígena. Klaus: actor de teatro. Blacky: un mendigo. ****** Andagoya: un conquistador. Nuño: un soldado. Melchor: otro soldado.

Bill es un hombre que ha vivido en Colombia unos veinte años. Ha viajado, igualmente, por Latinoamérica. Así que tiene el acento ‘gringo’ pero habla muy bien el español. Responde en su fisionomía al escritor norteamericano William Burroughs, a la edad de 58 años. Werner es colombiano. De origen alemán, pero criado en Colombia. Responde en su fisionomía al cineasta alemán Werner Herzog, a la edad de 30 años. Baudelino es un taita ecuatoriano, viajero. Ha vivido en San Francisco, California, en Hamburgo, en Bogotá, en la selva del Amazonas. Responde en su fisionomía a un hombre mayor de la etnia cofán. Puede que tenga la misma edad de Bill o un poco más. Klaus es un prototipo de actor. Su voz es indefinible. Responde a clichés más que a un personaje histórica y geográficamente determinado. Su fisionomía es cercana a la del actor alemán Klaus Kinski, a la edad de 46 años.

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PRELUDIO A la entrada del lugar de la representación, ubicado en un sitio por el que necesariamente van a pasar los espectadores, se encuentra un altar de un metro y medio de ancho por dos y medio metros de alto. En él se aprecian por todas partes pequeñas efigies de cuatro deidades sincréticas: un hombre rubio, de ojos azules y rostro exaltado, vestido de traje blanco; un hombre blanco también, aunque más moreno que el anterior, vistiendo un pantalón corto y sandalias y portando, colgada al cuello, una cámara fotográfica; un tercer hombre, de traje gris, camisa blanca y corbata negra, viejo, blanco también, sosteniendo en su mano derecha un cigarrillo; y finalmente, un cuarto hombre, de rasgos marcadamente indígenas, quien viste bluyines, tenis tipo Converse y una camiseta blanca con un estampado que dice No Problem. En su cabeza, una banda de tela color rojo. Las figuras se presentan también en diferentes formatos: estampas, adhesivos, dijes, postales, figuras luminosas, juguetes articulados, especie de misales que contienen un poema titulado ‘Sumapaz’ e indicaciones para consumar prácticas rituales asociadas al ‘culto sumapaceño’. En la parte baja del altar vemos teclas de máquinas de escribir, rollos fotográficos y trozos de películas fotográficas, poemas breves escritos en pedazos de papel, llaves de automóvil, frailejones tallados en madera, fotografías en blanco y negro de paisajes velados por la niebla. Cinco pedestales vacíos se observan de igual modo, dos al costado derecho del altar, dos al izquierdo y uno más en la parte central del mismo. Este espacio es una suerte de lobby, de antesala o preludio al espacio de representación, cuyas incidencias se leerán a continuación.

ESCENA 1 (Una luz cenital ilumina tenuemente a Klaus, quien viste como un conquistador). (Música)1. (Luz sobre una balsa llena de micos de juguete. Sobre la balsa, Klaus mira hacia adelante altivo, soberbio. La música se entremezcla con sonidos de selva). Klaus. ¿Empezamos?

1 Puede ser el inicio del tema “Ríos Negros” de Lester Bowie.

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Werner. (En off, a través de un micrófono). Aguirre, Ira de Dios, Fuerte Caudillo de los Invencibles Marañones, salve. Yo te saludo. Y conmigo los aquí reunidos para celebrar tus efemérides. Loor a ti, bravo marañón en esta fecha histórica2. (Continúa la música. Klaus marcha solitario, proyectando la idea de estar atravesando la espesa manigua. Aparece Werner con una cámara fotográfica al cuello. Le entrega a Klaus un escudo de armas y lo cubre con una bandera de colores amarillo y rojo). Werner. (Leyendo el texto). El Señor lo juzgó en sus actos y fortaleció su brazo.3 Klaus. (Sobreactuado). ¿Qué era Eldorado? Un sueño, una quimera, un loco frenesí. (Cae moribundo. Werner palpa a Klaus). Werner. Aguirre, Ira de Dios, Fuerte Caudillo de los Invencibles Marañones, salve. (Revisando el texto). Te evocamos en el viento, en lo impalpable, en esos horizontes sin caminos que fueron tu tumba… (Deja caer el texto al suelo, su voz se va apagando y sale de escena. Klaus, desconcertado, toma en sus manos el texto y lee). Klaus. ¿A quién le importan ya estas expediciones? He de buscar por mi cuenta, bravíos hados. Consuelo es saber que estas tierras hierven de tesoros. Pero ¿qué es un tesoro? ¿Doblones, piezas de a ocho, gemas de singular belleza? Ya no hay lugar para tesoros, ha pasado todo. Aunque nadie se ha alzado todavía con Eldorado. Debe estar esperando por mí. Nuño. (En off). ¡Tierra a la vista!

2 Este texto ha sido tomado de Lope de Aguirre descuartizado de Elías Amézaga. 3 Lema (modificado), puesto por el conquistador Hernán Cortés a su escudo de armas. 6

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Werner. (En off). Haz lo tuyo, Klaus. Klaus. Cállate, incompetente. Werner. (Apareciendo). ¿Alguien quiere agua de coco? Klaus. Miserable, cobarde, traidor. (Klaus se queda perplejo, mira fijamente a Werner y se abalanza sobre él con las manos crispadas, con intención de estrangularlo. Werner voltea sutilmente la cabeza, sonríe pero se muestra asustado. Klaus baja las manos, pero no le quita la mirada de encima. Werner se libera, da la espalda y sigue caminando como si nada. Sale de escena). Klaus. ¡Soldados! ¿Dónde está todo el mundo? ¡Andagoya, Melchor, Nuño! ¡No hemos terminado! (Aparecen Andagoya, Melchor y Nuño, llevando máscaras de conquistadores). Klaus. (A sus nuevos compañeros). ¿Y qué? ¡Actuemos! Andagoya. No llegaremos a ninguna parte. Hay que planear mejor las cosas. Actuar no es ninguna solución. Klaus. (Intimidante). Querido Pascual de Andagoya, te iba a nombrar Príncipe del Perú… Te iba… a nombrar. (Se inicia una batalla entre Andagoya y Klaus). Nuño. (Indiferente). Ya, señores. Tenemos una misión que cumplir. Melchor. Yo me voy. Renuncio. Prefiero morir por mano propia antes que soportar esta vanagloria. Klaus. Silencio. (Atraviesa a Melchor con su espada. Andagoya hiere a Klaus en una pierna. Klaus grita y gime, pero se recompone y ataca desesperadamente a Andagoya. Le da muerte, lo arroja a un foso y corta sus miembros y su cabeza).

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Klaus. (Tomando la cabeza de su extinto rival). Esta va para el valle de Cuartango. (Tomando un brazo). Este para Álava. ¿Me estás escuchando, Nuño? (Nuño reacciona y empieza a anotar en un cuaderno maltrecho). Klaus. (Tomando el otro brazo). Este va para los perros. (Toma una pierna). Y esta también. (Toma la otra pierna. La observa). Y esta. (Las arroja lejos). ¿Y los perros? (Aparecen unos perros –títeres– que se ceban en la pitanza). Klaus. Y que quede constancia, Nuño, de que he sido yo quien ha ejecutado estas proezas en suelo extranjero. Nuño. ¿Seguimos? Klaus. Avancemos. En pos de un sueño, una quimera, un loco frenesí. (Vuelve la música. Caminan. Klaus, airoso; Nuño, indiferente). Klaus. Y ahora, ¿qué comeremos, bienhadado Nuño? Nuño. No sé. ¿Frutas? Klaus. Frutas… Nuño. Algún animal debe aparecer. Klaus. Sí, lo estoy viendo. Nuño. ¿Dónde? Klaus. Frente a mí, parloteando como loro. Nuño. ¿Yo? (Klaus le descerraja la cabeza con un golpe de espada). Klaus. La ley del más fuerte, Nuño. Fuiste leal hasta el final. Nuño. (Con la espada en el cráneo). Gracias, señor. Pero creo que no es así como debemos continuar. Klaus. Cállate. No está bien hablar mientras se come.

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(Black out. Sonido de palmas de un solo hombre. Luces. Aparece en escena otro personaje, un hombre viejo, vistiendo un traje gris. Se topa con Klaus; Nuño ha desaparecido. Se trata de Bill. Va hacia Klaus). Bill. ¿Alguna novedad? Klaus. (Extrañado). No, ninguna. Bill. Lo hemos estado observando. Klaus. ¿Y? Bill. Tenemos un trabajo para usted. (Lo mira detenidamente). Nombre. Klaus. ¿Klaus? Bill. Qué personaje trae preparado, Klaus. Klaus. ¿Aguirre? Bill. (Irónico). Empiece… Aguirre. (Se escuchan unas risas agudas que provienen de alguna parte del teatro. Klaus trata de averiguar de dónde proceden. No lo consigue). Klaus. (Tímido, adoptando una postura homérica). Mira, rey y señor, que no se puede llevar con título de rey justo ningún interés de estas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en estas tierras han trabajado y sudado sean gratificados por sus servicios. (Se escuchan más risas que provienen de alguna parte del teatr)o. Klaus. (Decidido). Por cierto tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos, que si muchos fuérades, ninguno pudiera ir al cielo, porque creo que allí seríades peores que Luzbel, según tenéis ambición, sed y hambre de hartaros de sangre humana.4

4 Fragmentos de una carta escrita por Lope de Aguirre al rey Felipe II de España.

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Bill. (Aplausos desmedidos). Gracias, señor Klaus. (Aplausos y risas de alguien desde alguna parte del teatro). Nos pondremos en contacto con usted. Klaus. No he terminado. Bill. Nos pondremos en contacto con usted. Klaus. Aún no he terminado. Bill. Nos pondremos en contacto con usted. Klaus. De verdad. Bill. Nos pondremos en contacto con usted. (Aparece un automóvil Dodge Dart color gris en el escenario, con la parte delantera hacia el público. Dentro está Baudelino, al volante). Bill. (Acercándose al automóvil). Un consejo: deje el teatro. (Baudelino abre el baúl del carro. Klaus mira a Bill, mira a Baudelino, mira el baúl. Se mete. Baudelino lo cierra con vehemencia. Toma el volante. El automóvil sale de escena en reversa. Bill lo ve irse. Se ubica de espalda al público. Prende un cigarrillo y su cabeza se envuelve en humo. Música5). (Black out).

Escena 2 (Luces sobre el escenario. Werner –su cámara fotográfica colgada al cuello– observa un buen rato hacia la bambalina cubriéndose los ojos. Vemos una escalera que se pierde en la tramoya). Werner. Pruebe con el azul. (Una luz se torna azul).

5 Puede ser el fragmento 01:30/02:14 de “Pithecanthropus Erectus” de Charles Mingus.

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Werner. Mejor no. Sin filtro. (Desciende por la escalera un hombre. Vemos apenas sus piernas). Tramoyista. ¿Con o sin? Werner. Sin, sin. Tramoyista. Ya. (Werner enciende un cigarrillo. Suenan ruidos en la tramoya. El hombre desciende completamente hasta alcanzar el nivel del escenario. Se trata de Bill, vestido con overol azul. Werner lo ve hacer: Bill sube de nuevo a la tramoya, mueve un reflector, baja, corre la escalera, apaga y enciende luces a través de una consola ubicada en el suelo. Finalmente sale de escena. Suena una puerta que se cierra con fuerza. Bill vuelve a la escena). Werner. Gracias, señor… Bill. El de las luces. Yo soy el de las luces. (Se estrechan las manos). Usted debe ser el director. Werner. Sí. Bill. Sí parece. Werner. ¿Por? Bill. El color. Werner. ¿Cómo así? Bill. El azul. Werner. ¿Qué pasa con el azul? Bill. El azul queda mejor. Usted lo cambió. Werner. ¿Y? Bill. Ahí le dejo esa inquietud. (Amaga con irse). Werner. Espere.

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Bill. (Sarcástico). ¿Qué? ¿Quiere más luces? (Se escucha la risa aguda de alguien en alguna parte de la sala. Werner trata de distinguir de dónde proviene la voz. Se queda absorto). Bill. ¿Se le fueron las luces? (Más risas). Werner. ¿Qué? Bill. Nada. Usted es el director. Yo solo soy el de las luces. O si quiere, me puede decir El Iluminador. (Silenci)o. Werner. Me tengo que ir. Bill. ¿Deja el teatro? (Werner mira a todas partes. Mira finalmente a Bill. Se muestra inquieto). Bill. (Mientras se quita el overol y muestra su traje gris). ¿Vamos o qué? (Pausa). ¿Me lleva o lo llevo? (Termina de quitarse el overol y lo arroja lejos). (Aparece el Dodge Dart gris en el escenario, con la parte delantera hacia el público. Baudelino lo ha empujado hasta allí. Se acerca a Werner y le quita la cámara fotográfica. Werner no opone resistencia. Observa todo con extrañeza. Luego de quitársela, Baudelino sube al asiento de atrás. Bill toma el volante y abre la puerta del copiloto. Werner sube. Se prenden las farolas. Bill le da unas cuantas palmadas en la espalda. Luego se enciende el motor del automóvil dando la impresión de avanzar pero sin moverse de su sitio). Bill. ¿Música? (Pausa). ¿Mingus? (Sonido de casete insertado en la casetera. Suena la música)6.

6 Suena “Tensions” de Charles Mingus.

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Baudelino. ¡Música! Bill. (Hablando más fuerte). Nunca conocí a un director como usted. Y conozco varios. Créame. (Baudelino suelta una carcajada). Bill. Vea. Estamos llegando a la Ye, si mal no estoy. (Werner se mueve con inquietud). Baudelino. (Cantando). I went to the crossroad / fell down on my knees7. Werner. Siga derecho. Bill. Eso quisiera. En serio. Eso quisiera. (El automóvil va girando en su sitio hacia la izquierda. Vemos ahora la parte trasera. Baudelino se asoma por la ventana trasera y toma fotos. El automóvil sigue ‘avanzando’, ahora en esta posición). Werner. Si al menos apagara el flash. Bill. Habló el director. Werner. Pare, pare. (El motor del automóvil se detiene. También la música. Werner baja, seguido por Bill. Baudelino agita los brazos desde adentro del automóvil, tratando de decir algo). Bill. Foto, foto. (Le echa el brazo a Werner. Se dispara el flash). Werner. (Liberándose de Bill con cierta repulsión). ¿Quién le contó de esta ruta? Bill. No me acuerdo… creo que fue Pascual de Andagoya. ¿O no? Ah, no, ya me acordé. Fue Lope de Aguirre. O tal vez sea la ruta de Orellana. Werner. No, esta no es.

7 Versos iniciales de la canción “Crossroad” de Robert Johnson.

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Bill. Habría que averiguarlo. (Baudelino se ríe. A Bill le entran ganas de reír, pero se contiene). Werner. Dígame. Bill. No hay que adivinar. Usted prefiere el camino más corto, cosa que me agrada. Pero aquí entre nos, ¿será que…? Werner. Espere. No quiero que… (Mira hacia Baudelino). Bill. ¿Usted todavía piensa que el viejo…? Werner. ¿Él también…? Bill. Yo ya sé. Werner. ¿Qué? Bill. No se haga el loco. Suba que nos vamos. Deje el teatro, se lo aconsejo. Es lo mejor que puede hacer. (Suben de nuevo. Werner no deja de mirar a Bill y a Baudelino. El automóvil se enciende y gira lentamente hasta volver a ubicarse de frente). Bill. Bueno: ¿y cuándo le va a decir al actor para qué es que lo quiere llevar donde sabemos? No será para darle un besito. (Bill y el viejo Baudelino sueltan una carcajada. Werner voltea la cabeza hacia la ventanilla). Bill. Estos directores. Tan susceptibles. (Pausa). Pero bueno, yo siempre me he preguntado: ¿dirigen o no? (Mira a Baudelino). Eso dicen. (Pausa). Eso creen. (Mira a Werner). Werner. ¿No? Bill. Sí, claro. (Pausa). Dirigen. (Pausa). Pero otros son lo que manejan. (Pausa). Otros los van llevando. Werner. (Molesto). Si quiere, manejo.

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Bill. ¿Tiene licencia? No tiene. ¿Sabe manejar? (Pausa). Siempre hubo alguien. Siempre conducido, el director. (Pausa). Ese de atrás va mejor. Mírelo: echado como perro ‘e rico. (Sueltan una nueva carcajada Baudelino y Bill). Bill. Ah, y no se preocupe por decirme adónde lo llevo. Sé muy bien adónde tengo que ir. Werner. Pero, ¿qué le pasa? (Baudelino se ubica entre Werner y Bill y dispara el flash de la cámara hacia adelante). Bill. ¿Qué cree que me pasa? Dígame. Werner. Ya… Bill. ¿No es lo que hace? ¿Perfiles? Porque si no va a tocar ponerlo a hacer uno. No aquí. (Agarra la cabeza de Werner y la gira hacia el horizonte). Allá. (Bill aumenta la velocidad). Werner. Despacio. Bill. Ahora sí despacio, ¿no? Pero cuando está de director ahí sí empieza: “¡Rápido! ¡Rápido! ¡Más ritmo!”. (Aumenta aun más la velocidad). Baudelino. (Riendo). Más ritmo, más ritmo. Werner. ¿Quién es usted? Bill. Ya le dije: el de las luces. Werner. En serio: ¿quién es usted? (Bill frena abruptamente. Baudelino sale despedido hacia adelante. Se ríe. Le toma una foto a Werner. El flash lo encandelilla). Bill. (Enfático). El-De-Las-Lu-ces. (A la cara de Werner, con calma). Así de simple. O si prefiere: El Iluminador.

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Werner. (Aguantando la rabia). ¿Y qué quiere? Bill. Dígame usted, herr Direktor. Werner. ¡No más! (Baja del automóvil. Trata de irse). Bill. (Asomando la cabeza por la ventana del automóvil). No te vayas, tesoro. (Werner se detiene de golpe). Werner. (Regresando al automóvil). ¿Sabe dónde está? Bill. Claro. Y usted también. Werner. No, yo… Bill. Sí, usted sí sabe. Werner. Pero usted… Bill. A ver: pregunte lo que quiera. Werner. (Directo). ¿Por dónde podemos entrar… allá? Bill. Fácil: por Cabrera. Werner. ¿Quién le dijo…? Baudelino. (Interrumpiendo. Cantando). ¿Quién te dijo a ti / que yo / por siempre / seré para ti? 8 (Werner sube al automóvil. Cierra la puerta, resignado. Bill se baja, abre el baúl y toma un casco de minero. Se aleja del automóvil. Baudelino le toma una foto a Werner dentro del automóvil. Bill enciende la luz del casco y se lo pone. Baudelino enciende motores y le devuelve la cámara fotográfica a Werner. Bill sale corriendo de escena). Bill. (En off). ¡A que no me alcanzan!

8 Versos iniciales de la canción “No soy para ti” de Javier Vásquez.

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ESCENA 3 (El automóvil se mueve a gran velocidad. El ruido del motor es constante. Las luces de la ciudad van y vienen. Baudelino conduce tranquilamente. Werner sale por la ventanilla del carro, se sienta en el borde. El viento golpea su cara, mece sus cabellos. Música en la radio9). Werner. Cuando llegue Bill, estaré esperándolo indiferente. Sabrá que estoy aquí por el olor a tabaco. Le diré: “Bill, vámonos lejos”. Él dirá que sí, me esperará a que prepare algunas cosas para el viaje. Klaus tendrá poco tiempo para reaccionar. Cuando se dé cuenta que lo hemos dejado, será muy tarde. Baudelino estará dormido. Tomaremos las llaves del carro y adiós. Los que se van. Parada técnica en Sibaté: fresas con crema. Bajaremos a Fusa por San Miguel. Parada dos en La Aguadita: arepa con chorizo. Llegaremos a las siete de la mañana a Fusa. Bill vomitará o en el camino o llegando al pueblo. “Mucha curva, Werner”. Sí, así es la vida. Gasolina. Chinauta en media hora. Después del peaje, fotos. Bajaremos hacia el Boquerón y antes de llegar al caserío daremos una curva para entrar a la carretera de Pandi. Bordeando el Sumapaz, levantaremos mucho polvo y pondremos en la casetera algo de Ismael Rivera. El río estará crecido, o seco, no sé. Si está crecido será señal inequívoca de que llueve loma arriba. Si está seco, será señal inequívoca de que en el páramo alguien ha quemado un frailejón. “Habrá que ir por el muy hijueputa”, dirá Bill. Y ahí estamos: los bereberes infiltrados. Buscando lo que no se nos ha perdido. ¿La identidad cultural? Artaud nos daría unas cuantas patadas si nos viera en esto, Bill. Pero, ¿a quién le importa el taraumara ese? Lo siento, a mí no, ya

9 Puede ser “A Foggy Day” de Charles Mingus.

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no. Seguimos: el carro responde bien. Pasaremos por el sitio donde Gustavo Díaz, borracho, se desbarrancó en el Nissan Patrol 72, mató a la mamá de mis amigos y jodió al Mono Duarte de por vida. Y ahí estará Pandi ante nuestros ojos. Caldo en la plaza, más fotos. Seguimos, Bill. No hay tiempo que perder. Subimos, subimos. El carro responde a las mil maravillas. Una nave. Olerá distinto, el aire se hará fresco. Llegaremos a Venecia a eso de las 10. Nelcy saldrá a recibirnos con vasos llenos de jugo de lulo recién hecho. Bill comerá granadilla por vez primera. Bill tomará fotos como loco en La Chorrera hasta que la cámara se moje y posiblemente se jodan todas las fotos que haya tomado con el rollo Kodak Asa 400 que le regaló el guitarrista de Los Beatniks. Bill se volverá loco. Gritará. Armará un porro. Fumará. Lo veré metido allá, tiritando, aguantando la fuerza del agua bajo la cascada. Recordaré las palabras de Eva: “La Chorrera es la octava maravilla del mundo natural”. Recordaré cuando cargué a Constanza a tuta desde donde empieza el camino real hasta la piedra de la cascada. Bill se frotará las manos, sacará a la señora Remington de su mochila y escribirá con delirio. Yo estaré esperando a que el sol ilumine el agua iridiscente para que se desplieguen unos cuatro arcoíris. Luego volveremos a Venecia. Carrasco matará una gallina, Nelcy la desplumará, le sacará las vísceras y la meterá en la olla. Sancocho fijo, Bill. Y al caer la noche nos dará el arrebato de prender el carro y llegar hasta Cabrera. Pasaremos por Aposentos. Comeremos moras silvestres. Pasaremos por Profundos. Llegaremos a Cabrera, nos mirarán con desconfianza, dejaremos el carro en la casa de Marucha. Bill va a querer comerse a la secretaria de gobierno porque, hay que decirlo, está muy buena. Problemas. Alboroto. Tejo. Aguardiente. Las hijas de Pineda. Alguna cosa con ellas en el platanal. O en la vera del camino

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hacia los despeñaderos. Caminaremos, Bill, de noche. ¿Quién dijo miedo? Las hijas de Pinedita nos acompañarán hasta el alto. De ahí para allá, solos. Adiós, niñas. Sigamos subiendo, hombre de letras. Arriba, arriba, falta todavía. ¿Cuál guerrilla? Suba más bien. Mírelos. Ahí están: los frailejones. Llevaremos camping, fumaremos, tomaremos brandy, las pilas no se van a descargar porque voy a encender la linterna en momentos muy precisos. Para eso estará la luna. Llegaremos, Bill. El futuro es simple: ¡a guaquear se dijo!

(Black out. La música se detiene. El sonido del motor del Dodge Dart se sigue escuchando un tiempo más).

ESCENA 4 (Vemos el Dodge Dart parqueado al lado de una caseta donde venden tinto, iluminada por una bombilla. Blacky, un hombre de raza negra, de barba, con una guitarra terciada en la espalda, es quien atiende el negocio. Werner toma fotos, Bill cabecea de sueño en una silla, Baudelino permanece en el carro, al volante. Duerme. A lo largo de la escena se incorpora, sale del carro, echa una mirada, vuelve al carro. Werner pide un tinto a Blacky. El hombre lo sirve y se lo pasa. Werner toma el pocillo. Avanza y se detiene delante de Bill, buscando que sienta su presencia. Bill descubre a Werner y extiende la mano, tomando el pocillo de tinto con parsimonia). Werner. (De pie ante Bill). ¿Y? Bill. ¿Qué? (Werner se ríe entre dientes, irónico). Werner. ¿Ya?

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Bill. ¿Qué? Werner. Todavía no. Bill. ¿Todavía no qué? Werner. Se enfría. Bill. (Da por fin un sorbo al tinto). Hay pulgas en el carro. Otra vez. Werner. ¿Y el veneno? ¿No era de primer nivel? Bill. Treinta mililitros de Nuvan por cinco litros de agua. Para matar un caballo, dijo la niña. Rociar con protección. guantes, tapabocas, todo eso. Werner. ¿Y? Bill. ¿Qué? (Otro sorbo de tinto). ¿La herida? Werner. (Alejándose). Bueno, está bien. La herida. (Bill se remanga el brazo izquierdo. El antebrazo muestra un hematoma violáceo en el centro, verdoso alrededor). Bill. ¿Sabes qué hacen las pulgosas? Me di cuenta: preparan la siguiente batalla mientras mueren. (Werner acaricia el hematoma. Cubre de nuevo el brazo de Bill. Camina. Regresa y recoge de manos de Bill el pocillo de tinto. Bill opone resistencia, jala el brazo de Werner y trata de acercarlo hacia él. Sonríen. Se sueltan). Bill. Algún día tendremos exoesqueleto. Werner. ¡Whisky! (Le toma una foto). (Salen de escena, abrazados. Blacky abandona la caseta y se sienta en el suelo. Escucha ruidos provenientes del baúl del carro. Lo abre. Klaus aparece, vistiendo ahora un traje blanco. Mira con desconfianza a Blacky, se despereza y se sienta a su lado. Blacky ofrece cigarrillos. Los encienden. Blacky le acerca una foto). Klaus. ¿Su mamá?

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Blacky. Jmm. Klaus. ¿Y hace cuánto no la ve? Blacky. (Da una calada honda al cigarro). Desde que se la llevaron otra vez. Klaus. (Viendo la foto). ¿Pero siempre fue vieja? Blacky. Por lo menos mientras yo la conocí, sí. Klaus. ¿Y cómo era ese sitio? Blacky. Era un sótano, era más como una sombra, un agujero negro. (Agarra a Klaus por la solapa, medio en broma. Klaus sonríe). Vea, Klaus, lo que le voy a contar no se lo he dicho a nadie. ¿Por qué? Porque nadie tiene la facultad de guardar un secreto, ¿pilla? Nadie. Los muertos. Y eso. Así que hágame el favor de escuchar. Nada de preguntas, nada de nada, ¿listo? (Lo suelta. Sonríe). O usted verá. No desconfío de las versiones sino de la historia misma. Mientras se la cuente dejará de ser otra vez lo que fue. Me la he contado muchas veces. Mire mis pantalones: ¿cuántas veces cree que me he sentado en cuanto sitio hay para poner el culo? Pues más o menos deben ser las veces que me he contado a mí mismo lo que le voy a contar. Klaus. Cuente. Blacky. Calmado, Klaus… ¿Klaus qué es usted? Klaus. Cuente. (Silencio). Blacky. Un agujero negro, según me han dicho, es como un pasadizo hacia otra dimensión. Tiene sentido. Allá regresaremos, si pensamos que el tiempo es cíclico. ¿Se dio cuenta que no dije “de allá venimos”? Dije: “allá regresaremos”. O ahí estamos: en el agujero. Klaus. Siga.

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Blacky. En los sótanos hay un niño negrito, pequeño, bien bonito. Es el hijo de Micha, el alemán. Klaus. ¿El negrito? Blacky. El negrito, ¿cómo la ve? Micha ya venía con el niño. Ni idea de la mamá. Y ese niño siempre ha sido igual, no ha cambiado desde que me acuerdo. Es niño desde hace por ahí 14 años. Klaus. Jmm. Blacky. El niño me llevó a un lugar que casi nadie conoce de los sótanos. Usted verá si se mete ahí. Yo no se lo recomiendo. Hay un secreto para cada persona. Para cada uno, un secreto. El mío es este: mi mamá está viva. No parece, pero vive. La vi. No pensé encontrarla. Nunca se me pasó por la cabeza encontrar a mi mamá, y a mis hermanos, y a mi tío Milton. Klaus. El vórtice. Blacky. ¡El vórtice existe, Klaus! Klaus. Siga. Blacky. No le cobran a uno. Nada de eso. El niño lo mira a uno a los ojos y ya: va para adentro. Y el que se quedó, se quedó. Mi viejita estaba tranquila, el pelo chuto, blanquito blanquito. Casi no hablaba. Solo he visto a otras mujeres parecidas: unas matronas en Bahía. Echaban cartas, fumaban, mataban gallinas, chivos. ¿Sabe cómo le dicen allá a la vaina? ¿No? Candomblé. (Golpea la guitarra llevando un ritmo). Mi vieja me miraba, no hablaba, no podía. Pero era como si no pasara nada, como si no tuviera nada más que decir, ¿me entiende? Klaus. Sí. Blacky. Miré hacia atrás y no había sótano ni nada. Pasé una puerta, pasé a otro cuarto y cuando volteo ya no hay niñito, ya no hay sótano, ya no hay nada.

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Solo ese otro espacio en el que no tenía que estar pendiente de si había paredes, si era oscuro, si se podía abrir alguna ventana. No. Nada de eso. (Pausa). No hubo contacto físico. No como el que conocemos. Mi vieja me miraba, yo la veía, se metían como interferencias. El canalete que entra en el agua. De pronto el río Telembí, pero yo nunca he estado allá. De pronto imágenes de ella, recuerdos de ella, cosas que ella vio, que ella ve. No sé bien cómo decirle. Cosas que vi, tantas cosas, tantas veces porque dejé la calle por estar allá encerrado. No, no encerrado: liberado. Pero tampoco porque no me sentía libre del todo, me tenía agarrado esa joda de estar metido allá todos los días. ¿Y sabe qué me dijo el Dóctor? Que eso se llamaba regreso al útero. Klaus. ¿Qué? Blacky. No sé. Eso no me dice nada. (Pausa). Seguí yendo, todos los días. Almita me dio por muerto, me dio por encanado. Empecé a distinguir en las visiones que la cucha me mostraba diferentes tipos de hojas. Siempre una mano que agarraba una hoja, despacito. Siempre, todas las veces vi la misma acción. Pero con hojas distintas. (Pausa). Agua en la cara, esa también, varias veces. Las manos que se pasaban por la cara, mojadas. Solo imágenes. Pero eso se fue haciendo más profundo. La vieja me estaba invitando a alguna cosa. (Pausa. Sonido de agua que corre). Blacky. Con imágenes no había rollo. La cosa se complicó cuando entró el sonido. Y eso fue la muerte. Eso me jodió el negocio. Klaus. Como a Chaplin. Blacky. ¿Ah? Klaus. Sí, como a Chaplin, cuando llegó el sonido. Blacky. No sé, no sé. ¡No me enrede, hermano! Klaus. Siga. 133 )


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Blacky. Apareció el niñito, otra vez, me llevó de la mano. Y me pareció bueno, ¿sí me entiende? Me pareció amoroso. Solo Alma tenía esos gestos conmigo. (Pausa). Entré. Mi vieja estaba apoyada en una columna. Me miraba, me miraba. Volteé a mirar y como de costumbre el niñito no estaba. Empezaron a pasar detrás de mí unas señoras, negras todas, bien vestidas, chuscas, emperifolladas. Después tres tipos, uno más viejo, más pequeño. Los otros dos cargaban una caja azul clarita. La abrieron y dentro había un niño. ¡El más lindo del mundo, Klaus! ¡La criaturita más divina del mundo! Y supe que estaba muerto y me coge qué lloradera tan brava. Lloraba. ¡Lloraba duro, Klaus! ¡Duro, carajo! Y claro, mi vieja se acercó, estaba rengueando un poquito. ¿Y va y me habla? ¿Mmm? (Pausa). Me habló. Me dijo: “no llores, niño, no llores, tu mamá te está cuidando”. (Silencio). Yo me quedé tranquilito, callado. Miré a todos lados, la gente estaba como meditando, como rezando en silencio. Y se vienen esos cantos. ¡Se pone a cantar esa negramenta! Y ahí es cuando la tierra se junta con el firmamento. (Blacky usa la guitarra de nuevo como percusión, llevando el ritmo de un arrullo chocoano). Escuche: (Cantando). Mi niño chiquito nacido en la cuna No llores, no, mi niño, calla, ¡ay, señor! Oh niñito lindo de gran parecer No llores, no, mi niño, calla, ¡ay, señor! ¿Cuál es ese niño que en el coro llora? No llores, no, mi niño, calla, ¡ay, señor! (Blacky deja de tocar). Blacky. “No llores, no, mi niño, calla, ¡ay, señor!” Me vi respondiendo eso con

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la otra gente. Una negrota poderosa cantaba los versos. Ya no era mirar, no era un video. Estaba pasando. Yo estaba ahí. Klaus. ¿Y su mamá? Blacky. Se me perdió. La busqué, sabía que andaba por ahí en algún lado. Yo seguía cantando con la gente. Pero no la encontré. La dejé ir, ella se fue, así pasó. (Blacky enciende otro cigarrillo). Blacky. Antes cerraba los ojos y los abría y listo: estaba en los sótanos. Esta vez no. Estaba en la calle, con gente por todos lados. Nadie me miraba. Todo normal, todo bien. Me fui a bañar la cara en la fuente de la loma. No tenía hambre, no tenía ganas de nada. Allá estaba el Dóctor. Me saludó y cuando fui a responderle, me sonó la voz así como la tengo ahorita. No crea que es puro teatro. Me quedó así desde ese día. Klaus. Yo pensé que era por… Blacky. ¿Por el susto? Blacky y Klaus. Ja, ja, ja, ja. (Blacky apaga el cigarro, le pega un puño en el brazo a Klaus. Más risas. Empieza a amanecer). Blacky. Pase mañana por aquello. Klaus. ¿Mañana? No sea tan chistoso. Mañana… Blacky. ¿Qué? No me mire así. Klaus. ¿Cómo? Blacky. Hágase el gringo. (Blacky hace un ademán de despedida grandilocuente. Cierra la caseta y se va. Suena el pito del carro y se enciende el motor. Baudelino al volante. Werner y Bill aparecen de repente en la silla de atrás, adormecidos, uno recostado en el hombro del otro. Klaus sube a la silla del copiloto. Se van). 135 )


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ESCENA 5 (Frío y soledad, niebla y silencio en el páramo más grande del mundo. Los cuatro hombres transitan este territorio de la mano del total abandono a un propósito, a un destino, a un objetivo. Los frailejones aparecen. Los viajeros miran el paisaje a través de las ventanas del Dodge Dart, avanzando azarosamente. Klaus piensa en el día que navegó por el río Purus y quiso que el paisaje se le mostrara en blanco y negro. Werner quiere y no quiere fotografiar lo que ve. Cree tener una misión, pero es el único de los cuatro que es habitado por esta molesta necesidad de autoconciencia. Bill sonríe siempre, le da sorbos cada tanto tiempo a una botellita de color verde cuyo contenido es una sustancia que, de vez en cuando, le produce malestar estomacal y permite que todo el mundo se torne azul y se llene de fosfenos de excéntricas formas. Baudelino, estoico, piensa en la música. Suena la música en la radio del carro: Charles Mingus, Lester Bowie, algo por el estilo). Bill. Todo es verdad. Baudelino. Nietzsche dijo: “sin música la vida sería un error”. Bill. “Error”, mi palabra favorita. Baudelino. ‘Si no fuera por la música habría más razones para volverse loco’. (Miran a Klaus, quien mueve las manos con suavidad. Las baja, las sube de nuevo. Sigue en su recuerdo). Bill. ¿Mahler? Baudelino. Tchaikovski. Bill. Échese otra, compadre. Baudelino. Esta es buena: “La música empieza donde se acaba el lenguaje”. Bill. ¿Y esa de quién es? Baudelino. No sé.

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(Bill sorbe de nuevo su botellita misteriosa). Bill. El lenguaje nos ha sido implantado. El lenguaje viene del espacio exterior. Baudelino. ¿Qué? ¿También el español? Bill. También. Baudelino. Escuche esto, don Bill: “A veces lamento hablar en español: escuchado desde la otra orilla debe ser algo incomparable, lleno de chasquidos y latigazos, terrible carga de caballería de abiertas vocales, por entre un campo erizado de consonantes clavadas como estacas”. Bill. ¿Y eso? Baudelino. Alfonso Reyes. Bill. Esa me gusta. Reyes es consciente de los estragos de una lengua. El lenguaje es una enfermedad. Sus efectos no son mentales, son físicos. Somos una raza perdida en la imposibilidad de decir algo con palabras. Baudelino. Pero la música… Bill. Eso es otro negocio. Baudelino. Ahora sí se puso a hacer frío. (El carro se detiene y los tripulantes bajan parsimoniosamente. Nadie habla con nadie ahora, están solos, cada uno en su cabeza. Así por un buen rato). Baudelino. Sí. A veces me gusta hablar. No hay nadie. Bill. ¿No? Baudelino. Solo nosotros. Bill. ¿A esto llamaremos “soledad”? Baudelino. “El hombre solitario es una bestia o un dios”. Bill. Buena. ¡Salud! ¿Quién salió con esa? Baudelino. Aristóteles, el estagirita.

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Bill. Vea usted. ¡Salud! (Werner saca su cámara fotográfica y empieza a intentar lo imposible. Dispara, dispara, dispara. Todos los demás ceden a la quietud corporal, pero sus mentes son un hervidero de recuerdos, de imágenes, de algo que quiere convertirse en pensamiento, pero no lo logra. La soledad se acentúa, también cierta tristeza).

ESCENA 6 (Los cuatro tapan el carro con matas que encuentran por ahí. Bill se adelanta. Baudelino se esmera en adecuar un lugar para el desayuno. Saca latas de conserva, vino, aguardiente, pan baguette, frutas). Baudelino. ¡Desayuno, pueblo! (Comen. Hablan con la boca llena). Bill. Por aquí debe haber venado. Werner. No será tan bruto de dispararle a un animal indefenso. Bill. ¿Qué quiere? ¿Huevitos? Klaus. Quiere traer su mundo y embutirlo aquí. Bill. Pues… ¡hagamos un western! Klaus. Hagan lo que quieran. Yo dejé todo atrás. Estoy limpio. (Terminan. Recogen la basura. Baudelino deshace la “mesa”). Bill. Bueno, doctores, empecemos. Saludo al páramo. Toma 1. Digan la verdad y nada más que la verdad. Empiece, viejo. (Baudelino saca un revólver de su pantalón y juega con él). Baudelino. (En pose de cowboy, aguantando la risa). Disuelvo con el fin de acertar, divulgando la atención. Sello la entrada del florecimiento con el tono

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espectral de la liberación. Me guía mi propio poder duplicado.10 Bill. (A Klaus). Mono, su turno. Klaus. (Serio, al público). Confiero con el fin de explorar, comandando la vigilancia. Sello la salida del espacio con el tono entonado del esplendor. Me guía el poder del nacimiento. Bill. (A Werner). Amor, te toca. Werner. (Fastidiado). Defino con el fin de amar, midiendo la lealtad. Sello el proceso del corazón con el tono autoexistente de la forma. Me guía el poder de la muerte. Bill. Lindo. Ahora yo. (Se muestra altivo. Bebe de su botellita y declama). Disuelvo con el fin de reflejar, divulgando el orden. Sello la matriz de lo infinito con el tono espectral de la liberación. Me guía mi propio poder duplicado. (Cada uno va por su lado, camina, reconoce el lugar. Solo Baudelino permanece sentado, tranquilo). Klaus. ¿Cuándo empezamos? Bill. (Cortante). ¿A qué? Klaus. ¿Cómo que ‘a qué’? (Silencio. Baudelino toma a Werner y lo ubica a cierta distancia de Bill. Werner se deja hacer, indiferente. Le pone una manzana sobre la cabeza. Baudelino entrega a Bill el revólver. Apunta y dispara. La bala le da a Werner en medio de la frente. Klaus se duele de la barriga, se dobla, le dan ganas de vomitar. Cae de rodillas). Werner. Hay muchas cosas por hacer.

10 Tomado del calendario maya, así como los siguientes.

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Bill. Caminar. Disparar. Werner. A la niebla. Bill. A la niebla. Werner. ¿Quién era ese Guillermo Tell, Bill? Bill. No sé bien. Tenía puntería. Werner. Como tú. Bill. Sí, como yo. Werner. ¿Hay sangre en mi cabeza? Bill. No. Werner. ¿Por qué? Bill. No es necesario. Werner. Voy a morir. Bill. Te vas a quedar quieto durante mucho tiempo. Werner. Conque eso es morir. Quedarse quieto. Bill. Es lo que pide Mefisto a Fausto: que se detenga. Werner. Así tendrá su alma. Bill. Eso. Werner. Pero Dios lo ha enviado a lo contrario, ¿o no? Bill. Ya sabes cómo es Mefisto. Siempre llevando la contraria. Werner. No te volveré a ver. Bill. A mí ni a nada. Werner. ¿Quieres que te ayude? Bill. Una última vez. (Bill saca el kit: jeringa, encendedor, ampolleta, cinturón. Werner ayuda, agonizante, a Bill en su faena. Bill se pincha. Werner languidece. Bill toma

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a Werner en sus brazos, tal cual la imagen de La Piedad, y los dos se quedan quietos en esa posición. Aparece Baudelino y los observa: parecen dormidos. Se acerca a los dos hombres, los inspecciona, toma los signos vitales de Werner. Neblina. Klaus sale de escena, aún adolorido, y aparece de nuevo empujando el carro gris. Baudelino mete a Werner y a Bill en el asiento trasero. Luego lo pone en marcha e invita a Klaus a que suba. Lo duda, pero finalmente accede. Se van).

ESCENA 7 (Klaus y Baudelino caminan precavidos y se camuflan en los frailejones). Baudelino. Muestre a ver. ¿Qué le duele? (Klaus se levanta la camisa). Baudelino. Eso está feo. (En pose de médico). Acuéstese. (Baudelino pasa la mano por la barriga de Klaus. No puede evitar reírse cada vez que Baudelino lo toca). Baudelino. (Haciendo su trabajo). Nosotros los poetas, decía un amigo. Y echaba un discurso. (Oprime la barriga de Klaus quien suelta un gemido con risa). Coja este pedazo de tela y apriete duro. Jale para allá y yo jalo para el otro lado. ¿Ya? (Pausa). Hágale. Klaus. ¿Adónde vamos a ir? Baudelino. Jale. Klaus. ¿Vamos a seguir? Baudelino. Jale, hombre. Klaus. Quedémonos. (Jala). Baudelino. Tenga duro. ¡Duro!

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Klaus. Ya. (Jala). Baudelino. Tenga ahí. No suelte. Klaus. ¿Así? Baudelino. Tenga, no suelte. (Hace un nudo tomando los dos extremos del pedazo de tela. Pone un par de nodrizas). Las criaturas a veces se descuajan cuando se aporrean. (Klaus se incorpora y estudia el vendaje. Una niebla espesa los oculta parcialmente. Bill aparece, con el casco de minero puesto y su luz encendida, sosteniendo un periódico imaginario). Bill. (Cantando). “Lluvias serán más intensas”. “Un hombre muere en el mangle”. “Enano violaba hijastra”. “Mañana: eclipse lunar”. Ay, ay, ay. Baudelino. (A Klaus, en susurro). Por aquí. (Baudelino y Klaus se ocultan de Bill. Aparece Werner. Bill deja la música y le pasa la mano por la cara. Lo ve con preocupación y le aplica con paciencia una crema bloqueadora). Baudelino. Par de locas. Klaus. Eso se ve mucho en el teatro. Baudelino. ¿Están ensayando? Klaus. (Mirando por un catalejo). No creo. (Se arrastran y siguen husmeando). Bill. (Leyendo el periódico). “Lluvias serán más intensas”. Werner. ¿Eso quiere decir que cae más agua o que cae más duro? Bill. Escucha esto: “El 20 de diciembre de 1973, nacionalistas vascos de ETA ejecutaron al almirante Carrero Blanco. Su automóvil blindadoDodge Dart GT 3700 activó una mina que lo lanzó a 35 metros de altura. Carrero Blanco

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murió a causa del impacto provocado por el aplastamiento del vehículo”. Werner. Es más fácil un balazo en la frente. Bill. ¿Hace cuánto vives aquí? Werner. Toda la vida. Bill. ¿No quieres volver a tu tierra? Werner. ¿Qué? Bill. Tu tierra. (Werner observa a Bill. No dice nada). Bill. Bueno, tu tierra no. Tu lengua entonces. (Mira a Werner fijamente). Volver a tu lengua. Werner. Estoy hablando. Bill. Sí, pero no hablabas español. Werner. Eso es el pasado. Bill. Sí. Werner. Por eso. Bill. ¿No hay que hablar del pasado? Werner. ¿Quieres hablar del pasado? Bill. Sí. Pero si no quieres, no insisto. Werner. Hablemos de ayer. Eso es el pasado. Ponerse a hablar de lo que pasó hace un mes… o antes… Bill. ¿Qué? Werner. Bueno, si quieres hablar de eso, habla de eso. Yo escucho. Bill. ¿Seguro? Werner. Sí. Bill. Entonces, tu lengua.

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Werner. Ya te dije: no sé. Se me olvidó, la olvidé. Nunca aprendí. Ya no importa. (Werner se recuesta en el suelo. Bill bebe de su botellita verde, parsimonioso. Nuevamente en mímica de lectura de periódico). Bill. “Infeliz, pero no lo suficiente”. (Se acerca a Werner. Comprueba que duerme). Klaus. (Susurrante). Huele a azufre. Baudelino. ¿Ah? (Bill se sobresalta, levanta la cabeza, dobla el periódico imaginario y lo lanza lejos. Sonríe complacido). Bill. (Hacia el escondite de Klaus y Baudelino). Me acuerdo que un día un taxista me contó que era peruano pero que no soportaba a los peruanos. (Habla fuerte). En Colombia nunca nadie va a admitir que algo no anda bien en su miserable país. Igual que la gente de pueblo en Estados Unidos. Me acuerdo de un tipo del ejército en Puerto Leguízamo que me dijo: “El noventa por ciento de la gente que viene a Colombia nunca más se va”. Y yo supongo que lo decía porque uno quedaba abrumado por los encantos del lugar. (Vocifera). ¡Pues yo pertenezco al diez por ciento que nunca más vuelve! Klaus. (Saliendo de su escondite y dejando caer, involuntariamente, la venda de su estómago). Ya, vámonos. (Se acerca a Bill). Bill. ¡Detente, Fausto! (Klaus trata de moverse, pero no lo consigue. Werner despierta y Bill le dispara en la cabeza. Cae. Con ayuda de Baudelino, los arrastran y salen de escena).

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ESCENA 8 (El páramo. Al fondo vemos el Dodge Dart, parqueado. Neblina aleatoria. Baudelino sostiene una pequeña grabadora en una mano y una hoja en la otra). Baudelino. (Leyendo con su chispeante español indígena). Ha vivido muchas vidas. Es el primer librepensador de la historia. Se rebeló ante el régimen de horror de los cielos. Ha vivido vagando de uno a otro lugar. Ha sido llamado de muchas maneras. Su figura ocupa uno de los lugares más importantes en la historia de la cultura occidental. Vilipendiado, se le han endilgado crímenes atroces. Suele ser el culpable de todo lo que excede nuestra capacidad de raciocinio. Es némesis, castigo, orgullo, martillo, juicio, autoconciencia, pecado, infamia, hastío, soberbia, ensoñación, placer y vértigo. (Pausa). Con ustedes… Bill. (Werner y Klaus aparecen y se ocultan detrás de los frailejones). Bill. (Entrando a escena). En el principio era la máquina. La máquina lo dominaba todo. Su teclear se impuso ante la nada. Comenzó con la obsoleta forma de la pluma, garabateando imprecisa. Se hizo monstruo en las entrañas de un mar de tinta virgen y nació unida a una cinta que dejaba en el papel toda su falacia universalista. Así fue como fue, así surgió y reina desde entonces y por los siglos de los siglos. Silencio. Baudelino. (En pose de periodista). ¿Cómo llega usted aquí? Bill. No llegué. Siempre he estado. Baudelino. Explíquese. Bill. No he entrado ni he salido nunca. Soy pura conciencia. Baudelino. Ah, ya. Bill. Soy en esencia un adversario.

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Baudelino. ¿Podría matar? Bill. Podría, pero me opongo a toda forma de profecía. Baudelino. ¿Es usted El Maligno? ¿Es usted Belcebú? Bill. Baal Zabut, es la acepción correcta. (Bebe de su botellita verde). Que quiere decir “El señor de las moscas”. Pero no, nunca he llevado ese nombre. Baudelino. ¿Quién es usted? Bill. El Caído. Baudelino. ¿Arrojado de alguna parte? Bill. No. Caer es un acto de voluntad. He optado por caer. Siempre me ha gustado más la bajada que la subida. Bajar produce vértigo, que es lo que hemos estado buscando, lo que hemos estado investigando. Pero ese hecho suele ser ignorado. Baudelino. Bajar da vértigo, subir da soroche. Bill. Usted es un hombre de fe. Se le nota. Tiene por evidencia lo que no se ve. Lo admiro, pero no comparto esa forma de vida. Baudelino. Sí… bueno. Sigamos con usted. (Ruidos). Bill. Un momento. (Bill escucha atentamente. Klaus y Werner se empujan y revelan su escondite). Baudelino. Son amigos, vinieron a escucharlo. Bill. Esto es muy extraño. Pensé que estaríamos solos. Baudelino. No es posible. Ellos estaban aquí hace rato. No los vaya a echar. (Silencio). Bill. No. Que miren, que miren. Baudelino. ¿Le puedo hacer otras preguntas? Bill. (Mirando fijamente a Klaus y a Werner). A ver…

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Baudelino. ¿Vamos a morir? (Bill saca un revólver). Bill. No. (Le dispara en la cabeza a Werner, quien cae de espaldas. Amenaza a Baudelino para que recoja el cadáver. El viejo obedece; muy nervioso, arrastra el cuerpo y lo mete en el baúl del carro. Regresa). Bill. ¿Terminamos? Baudelino. Sí, señor. (Apaga la grabadora. Klaus se levanta despacio. Camina, corre, huye. Bill lanza una carcajada cliché, con el revólver en la mano. Dispara al aire. La neblina llena la escena).

ESCENA 9 (La neblina se disipa. Vemos que Klaus está ahora solo. Se ve rodeado de frailejones. Se aproxima a un ojo de agua cristalino. Se detiene a contemplar el lugar con la esperanza de que se desvanezca un poco más la espesa neblina. Camina midiendo sus pasos, pero un acceso de ansiedad hace que corra de nuevo. De repente su pie se entierra en un charco. Una risa irónica deforma su cara, fijándole un gesto indescifrable. A dos manos trata de sacar la pierna, pero es inútil. Adelanta la otra pierna para buscar apoyo con el infortunio de enterrarla aun más en el barro. Emite un bufido de impotencia y se abandona a la quietud. Quiere alcanzar el frailejón más próximo, pero es inútil. Vuelve a ceder a la quietud y cierra los ojos, en espera de una idea, un recurso, una providencia. Los abre despacio y puede distinguir un destello de luz amarilla disgregado en las partículas de niebla como un espejismo. De nuevo los cierra. Al abrirlos

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no ve nada, pero al poco rato vuelve a aparecer el destello. Trata de girar, trata de desprenderse con más ímpetu pero cada giro, cada intento empeora su situación. Se aferra al suelo y trata de ascender un poco. Logra sacar una pierna y se queda así, atento, observando. Con total precaución tantea el suelo para descubrir un punto de apoyo firme. Posa la rodilla en el lugar elegido y trata de sacar su otra pierna a la superficie. Lentamente va saliendo, pero el suelo cede de nuevo y se ve ahora enterrado hasta la cintura en una postura muy incómoda. En esta posición puede observar, a lo lejos, la figura de dos hombres que se pierde en medio de la bruma. De la cabeza de uno de ellos emana aquella misteriosa luz amarilla que ya distinguiera antes. Escucha que uno de ellos se ríe. Esto le causa gran molestia y le fija en el rostro ya no un gesto sino una mueca de angustia y rabia. La neblina se disipa de vez en cuando y puede darse cuenta que el ojo de agua está apenas a unos diez pasos de distancia. Cierra los ojos, quiere dormir. Cree entrever, en la densa niebla, una mano mecánica que desciende e intenta rescatarlo. Abre los ojos: no hay nada. De pronto, el sonido de un motor lo saca de su letargo. Con dificultad puede girar la cabeza. Y acercándose despacio ve el automóvil Dodge Dart color gris que se detiene frente a él. Una puerta se abre, ve a un hombre viejo que desciende del carro, sosteniendo en su mano derecha un casco de minero con la luz encendida. Es Bill. Se acerca a Klaus, le pone en la cabeza el casco de minero y vuelve al automóvil. La puerta se cierra y se enciende la radio. El automóvil inicia su marcha y desaparece. Klaus lo ve marcharse, cierra los ojos. Black out. Solo se escucha el sonido del motor, alejándose).

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ESCENA 10 (Klaus camina por un zaguán oscuro. Al fondo, una puerta abierta. Entra. Cierra la puerta. Blacky está recostado en una cama, visiblemente enfermo). Blacky. Todavía no me he dado cuenta de que me estoy alejando del mundo material. Usted tampoco, ¿cierto? Klaus. ¿Qué? (Pausa). No sé. Solo veo lo que tengo delante de mí. Y ni siquiera me refiero a mis sentidos. Es algo más doloroso que ver y oír. Blacky. No me cree, ¿cierto? (Blacky se levanta, sacando sus últimas fuerzas. Abre una ventana por la que entra un intenso viento que levanta algunos objetos por los aires). Klaus. Pero… (Se tapa la cara). Blacky. (Gritando). Nada de nervios. Solo hay que esperar el efecto. Tarde o temprano llegará, Klaus. Estas son cosas en las que usted no debería meter las narices. ¿Usted no tiene… aspiraciones? (La ventana detiene el viento y succiona a Blacky. Klaus logra agarrarse de donde puede y ve volar hacia la ventana varios objetos. La ventana se cierra. El movimiento cesa. Blacky entra por la puerta como si nada. Se acerca a la ventana. La abre y Klaus lucha contra el efecto aspiradora). Blacky. (Gritando). Pulso con el fin de crear, realizando la mente. Sello la salida de la visión con el tono solar de la intención. Me guía el poder de la magia. (Klaus es finalmente succionado. Blacky cierra la ventana pasando dificultades. Lo logra y se acuesta en la cama. Saca un termómetro, se lo lleva a la boca y toma una revista de título Interzona, que muestra a un insecto vestido de traje en la portada. Lee. Black out).

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ESCENA 11 (Baudelino y Werner cavan en la tierra. Bill les apunta con el arma, asumiendo una postura jolivudense. Werner y Bill hablan adoptando el tono forzado del doblaje televisivo. A lo largo de la escena se escucha de vez en cuando una risa burlona). Bill. Más rápido, herr Direktor. Werner. Teníamos otros planes, Bill. Bill. Cállate y cava, forastero. Werner. ¿Quién es el forastero? Bill. Una palabra más y… Werner. (Levantándose). ¿Y qué? Sabía que no podía confiar en ti. Bill. ¿Crees que hago esto por el dinero? Werner. Vamos, Bill. Eres ambicioso. Debí escuchar a los agentes de Interzona. Bill. Cierra la boca y cava. No metas a Interzona en esto. Werner. De todos modos voy a morir. ¿Qué sentido tiene seguir cavando? (Baudelino encuentra algo. Lo saca. Es una extraña figura dorada: una suerte de balsa en la cual reposan figuras humanas. Baudelino se acerca y le entrega a Bill la balsa dorada). Bill. Eso es. ¡Por fin! Gracias, viejo. Choca esas cinco. (Baudelino le descarga un palazo a Bill. Cae. Aparece Klaus conduciendo el Dodge Dart. El viejo Baudelino y Werner meten a Bill en el asiento trasero. Baudelino arroja la balsa en el hueco, echa tierra, fuma y asperja aguardiente sobre la tierra removida).

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ESCENA 12 (El páramo. Bill luce una máscara de escarabajo. Les habla a Klaus, Werner y Baudelino, que lo observan y lo escuchan con atención).

Bill. No puedo comerme un ciempiés, hay demasiada carga en esa criatura, demasiado camino recorrido. Sería más fácil tragarse una Biblia. Falta mucho para que nuestros estómagos se adapten a eso y puedan depredar esa fauna, que tanto ha depredado, hay que decirlo. Que tanto ha depredado. (Pausa). Dense cuenta de una vez. Aquí podemos trazar cuantas líneas queramos. Nazca nace aquí. Que nazca. Viento del páramo, filósofo, dinos cosas que siempre hemos sabido, retorna a nuestra averiada conciencia la necesidad de decir un poco menos de lo que pretendemos. Cállanos de vez en cuando con un bufido ballenesco. ¿Quién viene ahí? ¿Qué es eso, un carro? ¿Un carro en el páramo? No hemos hecho nada más que permanecer aquí el tiempo suficiente para convertirnos en inmortales a los ojos de almas necesitadas de un poco de eternidad. Se cumplen las predicciones de antiguos sabios. Todos tendremos la oportunidad. Todos estamos llamados a atravesar el umbral, y el bodisatva de la misericordia tal vez cumpla su promesa de esperar a que el último de los humanos cruce la puerta que desconectará al mundo del mundo, en un rizo de sentido que no vamos a entender jamás y que nunca dejaremos de intentar entender. ¿Me entienden? (Ubican a Bill sobre el capó del Dodge Dart). Baudelino. ¡Qué berraco tan pesado! Werner. Dígamelo a mí. (Prenden fuego, se visten con impermeables. Miran con desgano y también con

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respeto al hombre, de pie sobre el carro. El viejo Baudelino se sienta. Werner camina de un lado a otro, angustiado, mirando siempre al suelo, como un animal encerrado. Las palabras de Bill aceleran sus movimientos). Bill. ¿Cuál de todos los nombres que te has puesto es tu nombre oficial? Tomen las cosas con calma, porque en cualquier momento se pierde la identidad. Baudelino. (A Klaus). El viejo es fregado. Klaus. Viejo mañoso. Yo no sé por qué no se quedan por allá de donde vienen. Baudelino. ¿Y usted? ¿Por qué no se ha regresado? ¿No tiene para el pasaje? Werner. Shhh. Bill. No les estoy amargando el día, es que esas cosas se tienen que poner tarde o temprano en la palestra. ¿Van a volver a esa porción de realidad que llaman Realidad? Baudelino. (A Klaus). Póngale cuidado y le muestro por qué es que ustedes no se ubican. (Baudelino toma una cerbatana y le dispara un dardo a Bill, quien se resiente en el cuello. Klaus toma a Werner con suavidad y lo ayuda a subir al capó, al lado de Bill. Se aparta rápidamente y saca un revólver. Lo mira, lo limpia, en pose vaquero). Bill. (A Baudelino). Tú, viejo loco, tú, que tantas veces has roto el estado habitual de conciencia, ¿vas a volver? No vas a volver porque te diste cuenta que has llegado al límite del mundo. (A todos). Aquí, llegados aquí y bebida la última gota de la fuente de la eterna juventud, ¿tenemos un destino? ¿Tenemos que creer una vez más en la cultura? El mundo es de nosotros, tenemos la plata, los contactos. Nos podemos ubicar en cualquier lugar. Pero ¿qué pasa? Werner. (En delirio). ¿Qué, qué, qué?

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Bill. Nos toman por lo que no somos. No somos lo que somos, somos banqueros, petroleros, soldados. Somos billetes ambulantes. Estamos condenados a ser eso y no a ser los buscadores del tesoro que nos tienen prometido hace rato. (Pausa). Yo de aquí no me muevo. Aquí termina el movimiento. ¿Usted se va a mover, viejo? Baudelino. De aquí me sacan con las patas pa’lante. Bill. Eso es hablar. Werner. ¡Viva la unidad de los pueblos! ¡Viva Colombia, mi patria querida! (Suena un disparo que se hace eco. Werner cae al suelo. Klaus enfunda el revólver humeante. Baudelino reúne los aparejos de viaje y los trastos. Bill mira a Klaus, asustado). Klaus. (Apuntándole con el revólver). Quítese eso. (Bill se retira la máscara). Klaus. Tan viejo y dándoselas de artista. (Le acerca el revólver a la cabeza). Usted es el que tiene que dejar el teatro. (Les indica con el revólver el cuerpo de Werner a Baudelino y a Bill). Klaus. Ahora llévenselo. Si seguimos así no vamos a llegar al final. (Klaus observa, altivo, a Baudelino y a Bill mientras recogen a Werner del suelo, con un orificio de bala en medio de la frente y los ojos muy abiertos. Lo alzan y caminan en procesión). Bill. ‘Sitio sin árboles’ Llamaron los celtas A un sitio sin árboles. Ahora podemos decirle páramo,

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Sitio sin árboles A un sitio con árboles Claro, no eran cedros, robles, acacias Ceibas, pinos, cauchos, urapanes. Había que ponerse a su nivel Para verlos A los árboles Klaus. Un sitio sin árboles Es un sitio Sin árboles ¿Qué? No se puede hacer cultura En un sitio sin árboles No perdura la cultura En el páramo Sitio sin árboles Voz celta Ya sabes

Todos. Etimológicamente hablando

Baudelino. Pero sí hay árboles

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En el sitio sin árboles No se fijaron bien Así que prendieron candela A lo que había Que era mucho Ahora sabemos Que era poco

Bill. Los árboles se quedan parados Nunca se acuestan También beben agua Danzan al viento Y reciben la lluvia Con los brazos abiertos11

Klaus. No quisieron ver los árboles Ni lo que son los árboles Se quedaron con los frailejones (Frailejón, otro nombre inapropiado) Que son como árboles Que observan la destrucción

11 Versos del poema “As Árvores” de Arnaldo Antunes. 58

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Y el resurgir De un terreno yermo, Raso y desabrigado

Baudelino. ¿Entonces qué hicimos? Nos quedamos callados Caminamos Descansamos Pescamos En ese sitio sin árboles Etimológicamente hablando En ese páramo En ese lugar

Todos. Sumamente frío y desamparado Klaus. Es el más grande del mundo El más grande del mundo Un lugar de suma paz Ahora sabemos Pero no siempre fue así Estuvo amenazado Bill.

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En síntesis, los páramos, En lugar de desaparecer Resistieron El embate Civilizatorio Europeo Pusieron a prueba De manera eficiente Sus estrategias adaptativas Klaus. Ovación: todos de pie, como los árboles Tal cual los árboles De pie ante el escenario Lugar yermo, sombrío, vacío, sin árboles Baudelino. También el escenario es un páramo, Klaus También el escenario es un sitio sin árboles, Bill Sé que me siguen, sé que quieren que siga Y además sé que quieren que camine Todos. Cada cual con sus estrategias adaptativas Klaus. Soporten este embate: metimos el Dodge Dart Hasta donde nadie más

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Ha metido un Dodge Dart Al centro mismo A un sitio adaptable Sin árboles Y sí, tenía que ser gris El viejo Baudelino tenía razón: Todos. Si vamos a tener un carro Que sea gris Que sea gris Que sea gris Baudelino. Que sea yermo, raso y desabrigado Sumamente frío y desamparado Que sea del color de un sitio sin árboles

Klaus. Que replique los tonos del cielo Que los multiplique Y los concentre En su carrocería Baudelino. Pero si son fáciles de encontrar ¿Cómo no los vieron?

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Bill. Crecen hacia arriba Como las personas No necesitan dar pasos Son más grandes Pero Ocupan menos espacio12

Klaus. Conoce a la máquina, páramo Conoce la nueva ola civilizatoria Conoce a tus patibularios habitantes Que ven árboles por todas partes En un sitio sin árboles Y lo llenan Con palabras Con acciones Con cigarros en los labios Miradas absortas Silencios prolongados

Todos. Y otros clichés

12 Ibíd.

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De Spaguetti western Klaus. Conoce un poco más De la punta de lanza Que lanzamos Hacia tu centro Pues también aquí Sabemos bien Como lo supo Verne También aquí Habrá vórtices Y pasajes secretos Que conduzcan Al más puro centro De la esfera Más neblina.

Escena 13 (El páramo. Los cuatro señores observan el suelo, las manos en los bolsillos, los cuellos plegados hacia arriba. Hace frío. Bill levanta la mirada, mira maliciosamente a sus compañeros. Bebe de su botella, la vacía. La arroja contra Werner, quien logra esquivarla). Bill. No nos cansaremos. Nunca vamos a dejar de trasladar el problema. La era de los descubrimientos, la Conquista, la Colonia: trasladar el problema, trasladar lo no resuelto. Occidente es una pieza de museo que viaja de colonia en colonia.

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Klaus. ¿Está borracho? Baudelino. Está jincho. Véalo. Bill. Esta es una procesión en la que se exhibe a un santo sin cara. Sigamos entregando cobijas con viruela, sigamos a ciegas al buen salvaje. Baudelino. ¿Se refiere a mí? (Sueltan carcajadas con Klaus). Werner. Shhh. Bill. La redención de Oriente no nos basta, queremos más. No queremos cosas tan numéricas, ¿me entienden? Werner. Bill, ya no tomes más. Baudelino. Pues si nos vamos a morir, ¡vayámonos enfermando! (Recoge del suelo la botellita verde. Se la lleva a los labios. Bebe el último sorbo. La arroja lejos. Klaus y Werner observan el recorrido de la botella). Bill. No queremos reflejo tras reflejo tras reflejo. No onda expansiva; no espacio, tiempo, número. ¡Algo tangible! ¿Me puede dar, por favor, algo que yo pueda tocar? ¿Será mucho pedir? Baudelino. (Llevándose la mano a la bragueta). Tóqueme esta. (Klaus y Baudelino sueltan carcajadas. Werner los mira con desprecio). Bill. Si me piden que me rompa el coco que no sea con el samsara, que sea con un tótem, con una máscara… que sea con el poste de una maloca. Werner. Haga algo, abuelo. Baudelino. Ya, no haga tanta alharaca. Bill. Y cuando se abra no quiero que salgan los diez hijos de Brahma. Quiero que el oso y el cóndor se peleen por el botín en una última batalla desesperada, antes de que pongan cercas y alambren con púas a la niebla. (Bill, ebrio, toma el volante del automóvil gris).

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Werner. ¡Bill, no! ¡Dame las llaves, Bill!¡ ¡Bill! (Lo pone en marcha, les lanza una maleta a sus pies). Bill. Una última cosa. Con todo respeto: ¡coman mierda! (Se va entre ruido de motor, música y polvo. Los tres lo ven irse. Silencio). Baudelino. Se está haciendo como tarde, ¿no? Klaus. Cerremos. Baudelino. Pidan los deseos y nos vamos. Werner. A mí me gustaría que lo que imaginara se materializara en el aire a voluntad. Que lo que yo imaginara apareciera delante de mí. Que no existiera el medio fuera de mí. Que yo fuera el medio. Klaus. Yo quiero que todo se acabe. Que cada uno pueda irse de una vez adonde quiera. (Mira hacia adelante). Quiero desaparecer en la próxima capa de niebla. Ya no quiero estar aquí. Y no porque aquí no pase nada porque siempre está pasando algo. (Espera. Mira). Siempre está pasando algo. (Pasa la niebla). Eso. (Pausa). Sigo aquí. No me quiero ir, me quiero quedar aquí. Pero quiero que todo se acabe, que ya nadie me mire, que los que me ven me abandonen y regresen a lo que sea que pueda ser su vida. Baudelino. (Mirando en la dirección en la que se fue Bill). Vámonos. Klaus. Yo lo que quiero es que un día se pueda pensar en el otro. Pero de verdad, verdad. Que uno pueda decir cosas de otra persona que sean reales. Que uno pueda sentir algo, alguna vez, algo propio. No importa si es la misma cosa que siente cualquier persona. (Mira alrededor, tranquilo). Y no porque aquí no haya nadie. Estamos solos, entiéndanlo. Estamos solos. Pero solos en la plena soledad. No tenemos a nadie y eso es lo que vale la pena saber. Estamos nosotros, nosotros creamos este sitio. Si no estamos, este sitio no está más. Pero estamos solos.

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Werner. Toda la niebla cierra el cielo, también nuestros pasos, la niebla es nuestra existencia. Klaus. No vamos a hablar como personajes. No somos personajes. Los personajes son el asunto y no somos el asunto. Todavía no. Ya no. Mírenos, abandonados. Algo ha salido de nosotros y no nos damos cuenta. Baudelino. Se les salió el diablo, les habló, les dijo cosas. No escucharon. Dos palabras: aquí, ahora. Eso les dijo. Les dejó esa tarea. Miren a ver qué hacen. ¡Aprovechen! (A Werner le entra un fuerte dolor de cabeza. Se lleva las manos a la frente. Klaus se duele del estómago. Se dobla de dolor. Baudelino se acerca y sacude en torno a ellos un atado de hojas. Estas acciones se llevan a cabo como si se tratase de un espectáculo de varieté. Vuelve la calma. Se incorporan, se miran, se ríen). Werner. (Animoso). Quiero que lo que imagino se vea materializado inmediatamente, a voluntad, sin intermediaciones. De una. Pero en serio. Klaus. (Enjundioso). Quiero encarnar. Ser. Quiero un cuerpo que sea mío. Quiero aguantar la respiración y soltarla cuando de verdad no pueda más. (Pausa). Quiero hacer mi máscara. Werner. Y que cuando quiera todo se desvanezca. Como hace el dueño de la niebla. ¿Hay un dueño de la niebla? Baudelino. Solo si usted quiere. Klaus. Dígale que sí. A él le encanta que a todo le digan que sí. Werner. Tener ese poder, no pido más. Klaus. Yo vivo. Eso quiero: yo, vivo. (Pausa). Poder decirle a alguien algo. Pero de verdad. Werner. Sin medios. Klaus. Estar vivo. 163 )


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(Todos se rascan la cabeza en una aparente sincronía). Klaus. Que cuando diga ‘Dios mío’, Dios sea mío y de nadie más. Werner. Que pueda dejar que todo pase, que yo mismo me asombre desde adentro y desde afuera. Baudelino. Ya no habría tanta necesidad de estarse moviendo. Klaus. Mío y de nadie más, es decir yo mismo. Yo, mío. Werner. Sin productores. Baudelino. Regresar. Klaus. Yo y yo. Una buena charla, muchas cosas por decir. “Te estaba esperando”. Baudelino. Volver a Araracuara. Werner. Sin edición. Puro plano secuencia. Klaus. “Por fin juntos”. Baudelino. Soy yo. Werner. Sin edición. Klaus. “Tanto tiempo”. Baudelino. Ya volví. Werner. Sin créditos. Klaus. Soy mío. Baudelino. Aquí. Werner. Sin intermediarios. Klaus. Me pertenezco. Baudelino. Ahora. Werner. Pero no. Klaus. “¿No sabes quién soy?”. Baudelino. Estoy lejos. Falta trecho.

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Werner. No es el tiempo. Klaus. ¿Por qué no? Werner. (Mostrando la cámara). ¡Qué karma! Baudelino. Se nos está olvidando caminar. Klaus. (Al horizonte). ¡Bill! Werner. Cuando quiero morirme se va. Ya fue suficiente. Ya todo se está acabando. Baudelino. Vámonos. (Werner acomoda la cámara sobre la maleta. Oprime un botón y se escucha un sonido agudo intermitente. Los tres se ubican frente a la cámara a cierta distancia. La cámara lanza un flash y los personajes desaparecen en una nube de niebla. Aparece Bill, iluminado a contraluz por las farolas del Dodge Dart, riendo a carcajadas con una risa cliché de película de terror. Música tétrica que alcanza un alto volumen y se detiene abruptamente).

EPÍLOGO Los espectadores van a pasar necesariamente por el altar al salir del lugar de la representación. Van a encontrarse ahora con las figuras de Klaus, Werner, Bill y Baudelino, de mayor tamaño (unos cincuenta centímetros de altura), a manera de imágenes religiosas, dispuestas en los nichos que estaban vacíos al comienzo, así como una figura central: un Dodge Dart y los cuatro personajes alrededor de él, totalmente dorados.

Fin 165 )


Engelberth Javier Gámez Alfonso Es titiritero y dramaturgo. Ha escrito a la fecha tres textos dramáticos, uno de ellos gracias a una beca del Ministerio de Cultura, y ha llevado a la escena varias obras para teatro de muñecos, destacándose “De la tierra a la luna”, adaptación de la novela de Julio Verne. Dirige actualmente Los Animistas, su compañía de títeres.



Colección Teatro en Estudio Gerencia de Arte Dramático del Idartes 1. Selección de dramaturgia 2011: “Quemado” de Erik Leyton, “Érase una vez la guerra” de Gustavo Salcedo y “Tribulaciones de un autor desconcertado o la saga del espejo constante” de José Assad. 2. Selección de dramaturgia 2012: “Ellas y la muerte: sueño de tres poetas” de Carlos Satizabal, “Centinelas” de John Artunduaga y “Delirios de la velocidad” de Jeferson Palacio. 3. Selección de dramaturgia 2013: “Tiempo de Dios” de Juan Camilo Ahumada, “La caída de la pantera (cuatro momentos en los que jóvenes mujeres abandonan su pasado inmediato)” de Rodrigo Rodríguez y “Aurora, la equilibrista” de Álvaro Hernández. 4. Selección de dramaturgia 2014: “20 de corazones. El baile de máscaras” de José Julián Álvarez Clavijo, “Blanca o las voces uterinas” de Claudia María Mejía Valencia y “Sumapaz” de Engelberth Javier Gámez Alfonso



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