JOROSCHÓ #0 —LA DERIVA

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numero zero la deriva * 2017


joroschofanzine@gmail.com



Su vida oscila (como la vida de

individualmente se afane por

todos los hombres) no ya entre

tomar a este caos por una

dos polos, por ejemplo el

unidad y hable de su yo como si

instinto y el alma, o el santo y el

fuera un fenómeno simple,

libertino, sino que oscila entre

sólidamente

millares,

delimitado

entre

incontables

conformado claramente:

y esta

pares de polos.

ilusión natural a todo hombre

(...) Pero en realidad ningún yo,

(aun al más elevado) parece ser

ni siquiera el más ingenuo, es

una necesidad, una exigencia de

una unidad, sino un mundo

la vida, lo mismo que el respirar

altamente

multiforme,

un

y el comer.

pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones

—Hermann Hesse

y de estados, de herencias y de posibilidades. Que cada uno

foto; Soraya Calvo


VISTAS DE CAMINOS Llueve. Ahí fuera llueve. Y truena. En mi pieza hay noche cerrada y yo cierro los ojos y no veo nada; los abro y no veo nada. No me gusta no ver así que me pongo a mirar hacia dentro. Hace tiempo que no lo hago y, por lo que veo, más tiempo del que creía. Analizo lo que veo y no, no está mal pero algo falla, algo cojea. Veo que por dentro está la cosa bien pero algo no cuadra. Pienso y ya lo tengo. Lo que está mal es mi vistahaciadentro. Sí, me doy cuenta que no veo bien. Sobre todo de futuro. Pasado lo veo bien aunque cada vez más borroso, pero eso no importa. Mucho. De presente si estoy bien. Lo veo todo bien claro, bien hermoso. Lo disfruto. Pero de futuro nada. Cada vez menos. Cuando quiero enfocar sólo veo infinitas líneas

cruzándose entre ellas y llevando cada una a infinitos destinos diferentes. Y se me complica. Se me complica porque a veces, cada vez más, mi cerebro se sale de su recipiente que es mi cráneo y piensa por sí sólo y ahora le da por intentar ver de futuro y elegir uno de los destinos. La ingente cantidad de posibilidades de elegir dos veces consecutiva la misma meta me hace volar cada día a diferentes lugares. Todas las noches, desde hace un tiempo, me voy a la cama con un destino nuevo y despierto con un destino diferente. Así no hay quien camine. O avance. Sí, mejor dicho, avance. Y la cosa es que esto me pasa desde hace un buen tiempo pero yo pensaba que era por otras cosas y no. No. El problema es que no veo bien de futuro. Y eso me preocupa. Me preocupa porque, como digo unas líneas atrás, me dificulta avanzar. Aunque en realidad, por ahora, no lo ha dificultado pero tenemos que tener en cuenta que todos los verbos que conjugamos en futuro acabamos conjugándolos en presente.


Y así ando ahora. Caminando a la deriva, sin saber no sólo a donde voy sino no sabiendo si avanzo o si retrocedo. O incluso si estoy dando vueltas en un mismo punto desde hace meses. Esta última tiene bastante sentido. En los últimos tiempos, de repente, hay veces que todo da vueltas. Pero no marea. Es una sensación genial. Todo gira menos tú. O al revés. Y es entonces cuando crees que eres un astronauta en medio del universo jugando con la gravedad.

Cierro los ojos otra vez y descubro algo nuevo: ningún destino se ve bien, todos están borrosos. He ahí la cuestión. No es que yo vea mal de futuro es que los destinos no se ven hasta que se llega a ellos. Ahora entiendo todo. Casi todo. Bueno; algo. La vida es caminar entre millones de sendas sin preguntar cuánto falta para llegar. No hay metas. Los destinos los inventas tú. Dejo el texto y me voy a inventar. O a soñar que dirían otros. —Pablo P. Lavilla foto; Sol


2:33 Como dijo Pedro Andreu: “Quién me abrirá el estómago que todavía duele tan a ti en ocasiones”. Aún sigo buscando mar por las ventanas como si fuera a aparecer en esta cochina ciudad un poco de luz para ver si así resistimos otra mañana un poco de calma algo que no nos haga necesitar aferrarnos a cada irresoluta, fría y lisérgica madrugada. Vuelven a zarpear los cristales de los ojos todos los cuervos que no fueron capaces de extirparlos y yo no sé si abrazarme al hielo o si dejarme caer como un Iceberg más. Ya sabes, 23 metros de altura, 23 meses de hospital, 23, jueves, te marchas,

2:33, cada vez que te dejas observar (intachable témpano de noche, yo tampoco lo puedo olvidar). Propón a la muchacha del espejo que se largue, aquí no tiene nada que hacer. Hace mucho que no la quisimos, tampoco he sido capaz de llegarla a reconocer. Quizá haga un poco más de frío. Quizá, solo quizá, la vida que queramos y la que tengamos persista y fluya, como tu piel y todos esos ríos que un día escapan de tu boca cuando tus ganas y mi ausencia de dudas chocan en el mismo camino, cuando te descubro los ojos y pienso: “No eres mío pero quédate, joder, desde que estás aquí, sonrío”.

—Ana Palaniuk


ME QUITO

Me voy a quitar la vida. Esta vida. Me voy a quitar la mirada sucia. Me voy a quitar el cabreo instante. Me voy a quitar la culpa perpetua. Me voy a quitar el miedo a ser. Me voy a quitar a la gente tóxica. Me voy a quitar de en medio de esta carretera donde los accidentes son por selfies y no por velocidad. Me voy a quitar del espejo y voy a romper todo aquel objeto que se use para masturbar el ego. Me voy a quitar de delante. Me voy a quitar de detrás. Me voy a quitar de hacer daño. Me voy a quitar de dejar pasar la vida sin saborearla. Me voy a quitar de aguantar a quien no respeta. Me voy a quitar de pensamientos heredados del tubo. Me voy a quitar de palabras nacidas de tu voz y tus golpes.


Me voy a quitar cualquier vestido que me pongan. Me voy a quitar la piel que habito, para habitar mi piel. Me voy a quitar la última peli de, el último disco de, el último gol de... Me voy a quitar la ropa y voy a besarte. Me voy a quitar de rumores, dimes y diretes. Me voy a quitar de al lado de los que siempre la culpan a ella, de los que siempre les culpan a ellos, de los que nunca se culpan. Me voy a quitar las máscaras para ser barato y honesto. Me voy a quitar de callar y ser parte de la brutalidad. Me voy a quitar la CNN para poder llorar, por fin, desconsoladamente. Me voy a quitar. Me voy a quitar la vida. Esta vida. Porque tengo muchas cosas que ponerme y no tengo hueco en el armario para tanta mentira.

—Andrés Sánchez pipasdecoco.com


[

]

Me quedaré regando mi alma para ver si reverdece. Quizá la existencia venga del rayo que separe mi sombra en dos y sólo la lluvia sea el pegamento del delirio. Quizá rechace la inmediatez para renacer la incertidumbre que cesa el corazón, la libertad de expresión y la combustión de los suburbios. Me quedaré la duda de la cuestión para ver cómo me afectan tus hechizos. Me quedaré cuestionando la duda para ver cómo escuece.

—Guillermo Alegre


acuarela; Miguel Reguera


DELIRIKA DERIVA Mil veces me preguntaron a donde me dirigía, hacia donde conducía mi futuro sujetado al presente. Me limito cada día a vivir mi elegía. épica y delírika deriva Me sujeto a mis pies, que nunca me falten a mis sueños, ke bien me hacen… Entre la calma y la histeria forjé mi evasión, volátil quedó mi mente. Quise eskapar de la alienante invasión, perpleja ante tanto incidente, inkieta por derrocar su nación, trastokada, cautiva entre tanto incidente, delírika deriva tomó rumbo mi mente. Quizás un día sea silbido o canción en el mar ke escuchó a este perdido corazón al norte de la esperanza y la utopía inminente

Entre la jauría y el hastío mi voz se prestó disidente. Siempre keda lo vivido para aprender de lo ya sabido si mi tiempo vuela que vuele conmigo…contigo Porto luz en una vieja vela, vela de cáñamo al soplo de nuevos vientos barco de papel contra olas de rekuerdos contra toda norma y miedos viaje a lo lejos donde ni temo ni pierdo Aguas negras, verdes y azules me llevaron al lado de los valientes armados de gaitas y laúdes, magos de artes inertes, revolución en pinceladas hirientes, sin mochila, maleta ni baúles, soltando cabos en las mentes. Mil veces me preguntaron a dónde me dirijo... ¡diantres! ¡a huir de mi eskondrijo! ¡a resolver el acertijo! ¿hacia qué futuro conduzko mis pasos? Sin hacer quedaron los esforzados cometidos, jamás creí ke me regalarían el status prometido,


solo kiero amar lo bien vivido, amar la vida y vivirla komo la más bella. Disidente de la absurda realidad cimentada... Solo kiero vivir lo bien amado, ke la vida de un pájaro pasara en un silbido, silbido de dulces flautas a los 4 vientos resonando en boskes y montañas allá donde dirijo mis hazañas. Hazañas de hombre herido en cien destinos prohibidos, ke hicieron de mi alma un roble ke nunca se hunde, ke nunka kema, ke nunca sucumbe.

Libera el ancla amigo ke sujeta presa la libertad de tu destino. Camina ya sin miedo. Navega sin rumbo, podrás verlo, pues ya no estarás ciego para vivirlo, sin jakekas ni arreglos. Sin ansiedad ni apestosas apariencias. Sin tener ke callar ante tanta indecencia. Lucha tempestades, atrévete a surcar los mares, brinda luz en kautivas amistades... Liberemos el mundo, en mil luchas contra tantas falsedades.

Delírika Deriva! Salgan de las ciudades! —Kali




20 Deja de pensar, y finalizarán tus problemas. ¿Qué diferencia hay entre sí y no? ¿Qué diferencia entre éxito y fracaso? ¿Debes valorar lo que otros valoran, evitar lo que otros evitan? ¡Qué ridículo!

sólo yo ignoro. Voy a la deriva como una ola en el mar, viajo sin propósito, como el viento.

Soy distinto de los demás. Bebo de los pechos de la Gran Madre.

Los demás se agitan como si se hallaran ante un gran desfile. Sólo yo me despreocupo, sólo yo permanezco inexpresivo como un niño antes de descubrir la risa. Otros tienen lo que necesitan; sólo yo no poseo nada. Sólo yo vago sin rumbo como alguien sin hogar. Soy como un idiota, mi mente está vacía. Otros brillan; sólo yo soy oscuro. Otros son agudos; sólo yo soy lerdo. Otros tienen ideas claras;

—Laozi; Dào Dé Jīng ilustración; María Moreno


Me siento parte de las estrellas y la luna, los animales nocturnos y los miedos, la locura; estoy renaciendo. Siento la creación y la destrucción y el viento que arrastra las hojas. Sobrevuelo ruinas en los desiertos, acantilados ventosos y bravíos. Viajo por la infancia, la apertura de la conciencia, el sexo y los vicios. Vagaba inquieta, siempre buscaba mis recuerdos, pero nunca los encontraba, sólo conseguía soñarlos. Fue una tarde, alejada de todo, cuando comenzó mi viaje, ahora soy eterna. Disocio la realidad, el tiempo y el espacio, me pierdo en un océano ancestral donde flotan miles de planos existenciales, desaparece mi cuerpo, me fundo con la eternidad, siempre he estado aquí. Revivo relatos de tiempos pasados que no recuerdo, tengo regresiones a otras vidas que creo haber vivido, revelaciones de conocimiento que nunca nadie me contó, verdades sobre la vida y sobre el tiempo, los siglos y los milenios de nuestro planeta.

La esclavitud, la ruptura y la rebeldía.

—Elena San Frutos Ilustración; Bárbara Cadórniga


No sabemos, si romper con lo creado, aceptar las etiquetas, mirar al futuro, o volar en busca de los globos que han huido entre las nubes. Dónde está la veleta, la brújula, los mapas, háblame del destino. Si estás ahí arriba, dame una señal. Y tú, sigues sin responderme mientras busco la sal que corre por mi cara entre canciones de domingo y resaca de emociones, pero sigo sin saber dónde ir, cómo llegar, solo o de la mano. Qué sé yo. Mañana, quizá busco, pero hoy, no sé cómo salir de la cama.

—Carlos Gómez


LO QUE TOCA CUANDO SALES DE UN POZO Salgo del pozo. Ando por la carretera. Una pista larga, gris, adornada de gente, sonidos, olores, huellas invisibles, y también de cemento. Algo me da en la cara. Hacía tanto tiempo. Algo me da de lleno en la cara y creo estar sonriendo. Viento. Sigo caminando. Muchos hombros se empeñan en chocarse contra los míos. Y yo, recién salido de los muros, me siento como una piedra que no sabe encontrar su hueco, una pieza dilatada que ya no encaja en su lugar.

Una chica se aproxima mirando al suelo. Sigo con mi papel de piedra, se choca contra mí y unas tijeras van a parar a los dedos desnudos de mis pies. La chica, sin hacerme caso, se pone a recoger con prisa brazos, piernas, manos, el torso de un hombre, los pechos de una mujer, una cabeza, las tijeras paradas sobre los dedos desnudos de mis pies, y vuelve a meterlo todo en una bolsa enorme. Después me mira, y escucho a sus pupilas gritar “maldita piedra”. La observo mientras se aleja cargada de pedazos que no dicen nada. Como si en esa bolsa enorme guardara un montón de principios, nudos y finales sin ninguna conexión, trozos de historias ajenas que se perdieron o que alguna persona decidió abandonar, como cuando se lanza un palo a un río seco, hasta que aparece alguien con una bolsa enorme, recoge todo y se pone a coser, o le prende fuego, o lo deja caer al chocarse contra una piedra.


La chica se detiene frente a una tienda de ropa, y después de saludar al guarda de seguridad, entra y deja la bolsa enorme en el escaparate. Dispuesto a seguir caminando, otra mujer con el abrigo más feo del mundo, choca contra mí y derrama un líquido caliente con olor a avellana sobre mi cuerpo desnudo. Recoge su vaso y se larga maldiciendo. Entonces, ese olor a avellana que cubre mi tripa se empeña en escalar hasta mi cerebro repleto de trastos, dudas y recuerdos. Recojo las gotas acumuladas en mi ombligo y me lamo los dedos. Aquel café. Grito. Con los ojos cerrados, con la boca bien abierta. Grito con cada partícula que habita en mí, durante mucho tiempo. Hasta que me vacío, porque es lo que toca cuando sales de un pozo. Después, abro los ojos y camino, sin ni siquiera saber dónde está el horizonte. Toco el alrededor, el cabello de un hombre que se está

quedando sin cabello, la funda de una guitarra que se tumba descubriendo un vacío de terciopelo. Huelo el humo de un porro, de pan recién hecho, o recién descongelado, el olor de un perfume que se empeña en vestir un cuello. Escucho los semáforos, motores ahogados, risas limpias, susurros descarados, ladridos escondidos tras los ladrillos de un edificio desalojado. Saboreo las hojas de la hilera de arbustos, el caramelo que un niño rechaza a un desconocido, el beso que alguien lanza al aire y no es capturado, el jugo de una naranja olvidada que me llama desde un escalón. Tuerzo las esquinas sin instrucciones. Veo manos con infinitas líneas, pupilas que desprenden luz, veo naturaleza muerta y viva, veo unas pisadas que respiran, de sueños, de cansancio, de a ver qué pasa. Me detengo ante mi reflejo en un cristal, bajo un rótulo que anuncia cualquier cosa.


Desnudo. Me toco la cara. Por las huellas de mis venas, viaja el alivio que se siente cuando unos ojos te encuentran.

Quizás esté aquí porque la vida es un chiste, y aunque aún no atisbe el horizonte, sí existe la brisa de una carcajada que me apetece perseguir.

Me encuentro. Entonces me digo que ya no. Ya no quiero explorar una sola orilla. Que tal vez esté aquí para pincharme y sangrar, sin que unas tijeras ajenas o el olor de un último café me lleven a la oscuridad de un pozo, al fondo de un río seco donde anidan pedazos de lo que fui, que alguien recogerá algún día y meterá en una bolsa enorme.

O puede que simplemente, esté aquí para dejar la pregunta “¿Qué hago aquí?” olvidada en un rincón por el que nunca vuelva a pasar. Porque, no sé, quizás sea lo que toca cuando sales de un pozo.

—Clara Quintana Ilustración; ídem



collage; ivan martin


Putas y muertos En el generalmente poco concurrido templo de sabiduría que conocemos como El Bar, El Profesor Gladiolo está terminando de leer un libro. Cuando acaba mira su reloj. Es una hora demasiado prudente como para retirarse a su guarida, así que decide pedir una última cerveza para hablar con Sensei Juan, es habitual que los lunes se queden conversando más tiempo que el razonable con otro cliente de la línea dura. Hoy no está, pero hay un hombre misterioso al que Gladiolo no había visto nunca. Se trata de un viejo amigo del maestro al que hace diez años que no ve. Un hombre afable, familiar, buen conversador, rapado como un Hare Krishna. Iba Gladiolo por su octava jarra de cerveza cuando el Hare Krishna se ofrece a invitarles a la última extramuros. El

maestro cierra su Templo y caminan hasta llegar a un antro obscuro. Se trata de un lupanar casi infecto cuyo único atractivo para un esteta como Gladiolo es su aire decadente y depravado, como el del Derbi de Kentucky. Piden una copa y las meretrices empiezan a pulular. Gladiolo, bastante borracho, se divierte, observa la decoración ochentera y ajada, y se dice que el lugar le puede inspirar un relato. El Hare Krishna pretende invitar al Maestro a una felación y abona el importe a una de las fulanas que rondan, pero Sensei declina la oferta y la trabajadora, incansable, comienza a palpar el miembro de Gladiolo. “Ven tú, ya está pagado” le dice. “Venga, ve” recomienda el Hare Krishna. “No, gracias”, trata de negarse el goliardo antes de terminar cediendo a la curiosidad y al vicio. Sentado en las ruinas de un sofá intenta encontrarle algún atractivo a la ramera que hurga entre sus piernas. Observa sus generosos pechos, sus labios palpitantes, sus carnes morenas. No lo consigue. El


Comunica lo infructuoso y no muy placentero de la operación al maestro y al Hare Krishna, quien se despide divertido por los hechos, pero temeroso de las ulteriores reprimendas conyugales. Cuando se ha ido, Gladiolo se interesa por los motivos que han llevado al maestro a declinar la oferta de su amigo.

instante, y de su risa alegre, contagiosa, que brincaba bajo su mostacho mientras ardían sus ojos. Después de despedirse de Sensei, en el amanecer de aquel martes, mientras camina ebrio y triste hacia su hogar, Gladiolo piensa que la puta era una pulsión de vida y que su sentida conversación con Sensei era una pulsión de muerte, y que había optado por esta última y que Tánatos había vencido a Eros. Luego comprende que no, que aquella felación desapasionada era Tánatos y que Eros era haber hablado con Juan sobre Bigote y su hambre por la vida.

“No soy muy aficionado al género si hay desembolso de por medio, pero hoy es por algo más, hoy no tengo el ánimo... no consigo olvidar la muerte de Bigote”. Gladiolo le mira y comprende su hasta ahora disimulada aflicción. Apoya la mano en su hombro y pide otra ronda y después otra, y beben indiferentes al pasear de las hetairas. Hablan de Bigote y de las ganas que tenía de vivir, de cómo sabía disfrutar de cada

—Santiago M. Marmordo collage; Daniel Cuéllar

*extracto de Viaje lúdico al abismo

trato funcionarial de la afanosa prostituta no inspira su refinado y romántico gusto. Tampoco tiene éxito al buscar la libido en los arcanos de su memoria. Después de pensárselo durante un buen rato, el exquisito goliardo, decide terminar con la farsa y volver a por su copa.


DISPARO, DUERMO Y SE Vuelta a empezar y van cuatro. Se esfuman las ideas como pájaros asustados por una palmada escopetera. No sé si es un cerebro cansado, ira infundada, un calentón que no termina de enfriarse o un portazo mal dado. Muy por debajo del río me dijo el suicida que a veces pesa más el cuerpo que las cadenas. "Garrotazo y tentetieso" en la televisión y después echan Los Bingueros, quién pudiera jugarse el devenir del mundo a un farol de doses. Yo sólo disparo y disparo... y disparo. Perdigonazos que generan pérdidas en una auditoría tan falaz como castiza, es tan ancha Castilla como el hambre de los extremeños. Pateras y estrellas del pop haciendo nubes de polvo en el horizonte, todos esnifando la boina informativa de la capi que no deja ver el sol. Duermo, dormimos, dormíais, por sobre

el cielo de los chemtrails, estirando las alas cansadas de Ícaros cualesquiera. Permitidme una licencia barata, que no me alcanzan los bolsillos el precio de soñar hoy día. Recreo el tintineo de dos hielos en copas de sudor mundano y contemplo las arrugas escaparse bailando entre mis dedos. Geometría y cómics en dientes amarillos por el sarro, bañeras llenas del barro de los sinsentidos de un noctámbulo. Conjuntos de palabras que se estrellan a diario en caras de gentes sin tiempo para escuchar a nadie. ¿Qué saben los labios del sabor de las cosas? Hay quien acepta por compromiso subir a la montaña rusa de un desconocido, agitar un tubo sin falda al son de una meada más caliente. Broncas de platos rotos que terminan en un tiro de keta con fondo musical de Raphael. Surcos de pana que madrugan para ir a por churros y se toman la molestia de leer las noticias que los envuelven mientras el azúcar se cuela en su córnea aún dormida. Puede que no exista aquel que entienda, que sea mentira aquella luz que se apagaba. Yo sólo disparo y


disparo... y disparo. Malabares que agasajan a un público imbécil, dictador de absolutismos mayoritarios, preguntando el por qué y el cómo, jamás el cálculo. Hay quien asegura que no come, pero todos expulsan excrecencias por su boca de ano y van por ahí con un trozo de papel a modo de rabo, colgando del culo. Duermo, dormimos, dormíais, colgados como musarañas de castillos en el aire, gota a gota haciendo charcos de sangre. Salpicaba la sartén gotas de aceite en braille, directas al mandil de los sintecho que se agolpan tras la barra americana. Las piernas de la stripper cabalgando aquel misil, la crisis nuclear de lo rural. No quiero saber nada y ya sé demasiado. Dan por culo al inocente innecesario, presidentes escuchando lo que habla tu neceser, hijos denostados con acritud antifúngica. ¿Qué saben los párpados del color de las cosas?

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anGEL DE AMOR La noche anterior volvió a sucederme. Soñé que estaba en un after con Ángel Acebes, él no dejaba de pedir Moët & Chandon y yo no podía dejar de fijarme en los gemelos de Iron Man que decoraban los puños de su camisa. “Este tío tiene swag hasta para eso”, pensaba mientras le sonreía. Un camarero enano, vestido sólo con un tanga negro y una pajarita de lentejuelas rosa, nos trajo entonces un cuenco con kikos bañados en polvo de oro, lo más delicioso que jamás me llevé a la boca. Le comenté a Acebes lo originales que me parecían el atuendo del camarero y el aperitivo. Él, cambiando de tema con cierta brusquedad, me preguntó si alguna vez me había seducido la erótica del poder. Respondí que sí, ¿quién no ha deseado enrollarse con Gorbachov o tener un tórrido romance de verano con María Teresa Fernández de la Vega? Pero me aseguré también de dejarle


claro que yo no era ninguna buscona y que no estaba allí con él por que antaño hubiera sido un hombre poderoso. Que usara la palabra antaño pareció enojarle, porque, a modo de réplica, soltó una filípica sobre el poder que seguía ostentando, que ahora era incluso más que cuando era una figura de la primera plana del PP, porque ahora podía permitirse llevar a cabo sus operaciones en la sombra sin tener que dar explicaciones ni cubrirse las espaldas de cara a la opinión pública. Le dije que no flipara tanto, que se le había subido a la cabeza y que vamos, cualquiera diría que es que él es un illuminati o el elegido de una profecía ancestral o algo. Eso terminó de enojarle por completo, empezó a gritarme cosas sin mucho sentido, como historias de abuelo cebolleta sin conexión entre sí, de cuando Aznar y él se iban a pescar, de cuando estuvo en una fiesta en casa de Zaplana y dejaron a Álvarez Cascos encerrado en la terraza durante dos horas y de cómo una vez se sintió transgresor y no fue a la misa de los oficios… Así hasta que me harté, no pude aguantar más y me abalancé sobre

Acebes, me senté a horcajadas sobre él y comencé a besar su boca y su cuello mientras mis manos golosas aflojaban el nudo de su corbata antes de empezar a desabrochar los botones de su camisa, comencé un rítmico movimiento de balanceo con las caderas, frotando muy suavemente su sexo contra el mío. Se dejó hacer durante unos segundos, pero entonces me detuvo cogiéndome por los hombros: —Sabes que esto está mal. —Lo sé, pero es que me excitas demasiado, no puedo contenerme. —Tenemos que terminar con esto. —No, ¿por qué? Nadie tiene por qué saberlo. Yo… Yo… ¡Yo te quiero! —Y yo a ti, pero sabes que, si alguien se enterase de esto, nuestra vida pública se convertiría en un infierno. —Pues hagámoslo en privado, encerrémonos en una de tus casas de verano. Vayámonos ahora mismo. Y así lo hicimos, Ángel pagó la cuenta y le dio un cachete al camarero enano en su fornida nalga de atleta. Salimos del


local por la puerta de atrás y subimos al coche. Le dijo al chófer que nos llevara a la villa de Pajares de Adaja, cerca de Ávila y pude ver en el espejo del conductor cómo se esbozaba una sonrisa pícara en la cara del chófer. El champán burbujeaba en mi cabeza y debió de notárseme, porque Ángel insistió en que me durmiera, que aún quedaba una hora de camino más o menos y que necesitaba guardar fuerzas para lo que me esperaba esta noche. Así que me besó y después me acurruqué en su regazo hasta que me dormí. Me desperté ya dentro de la cama, Ángel estaba a mi lado, mirándome con ternura: —¿He dormido mucho rato? —No, sólo hace veinte minutos o así que llegamos a casa. ¿Te apetece…? No dije nada, simplemente le besé, dándole a entender que sí me apetecía. Estuvimos un rato besándonos y acariciando nuestros cuerpos, quise agarrar su pene y masturbarle, pero no me dejó hacerlo, en su lugar, me hizo señas para que me tumbara boca abajo en la cama y se colocó detrás de mí, me besó en la nuca y entonces

se preparó para penetrarme. Pude sentir como se apoyaba en la entrada de mi puerta trasera, preparado para destrozarla como un antidisturbios se prepara para salir a destrozar manifestantes… Y es ahí cuando me despierto siempre, con el ojete muy, muy dolorido y la mayoría de las veces con heces con sangre entre las sábanas. No sé cómo sucede, soy un tío heterosexual sin inquietudes por el sexo anal y encima soy de izquierdas, ¿por qué sueño estas cosas con Ángel Acebes? Si ni siquiera soy su tipo joder, que tengo barba y rastas y hasta soy pro-abortista. A ustedes esto les parecerá hasta gracioso, pero llevo soñando lo mismo una vez a la semana desde hace dos años y ya estoy harto. Miren, paso, voy a ver que ponen en la tele, porque me aburro de contarle esta historia a la gente y que nadie se ponga en mi lugar y se compadezca. Anda, un especial informativo: —“Detenido Ángel Acebes por ser el cabecilla de una trama de violaciones en serie, se sospecha que Aznar, Zaplana y


Álvarez Cascos pueden estar también involucrados, así como el actor Emilio Gavira. Esta banda asaltaba las casas de sus víctimas mientras dormían y les suministraban una droga experimental que hace que la realidad se mezcle con el sueño y todo parezca una pesadilla. Este método ha dificultado las cosas para la policía, que lleva dos años investigando esta trama, puesto que las víctimas no saben qué les ha pasado…” Hostia puta, que cabrón el enano. —Miguel Guardiola

SUPR Yo le hubiese pegado un tiro al tunecino en la playa y que me condenaran a muerte, te lo aseguro. Pero se me adelantó

el maldito francés. Tampoco me habría importado pasarme veinte años buscando a Cesárea Tinajero o a cualquier otro loco. ¿Te imaginas? Toda la mota mexicana que hubiese fumado… Incluso me habría follado a mi queridísima tía en el Perú. ¡Joder, si lo pienso, ni los muertos me habrían acojonado si me hubiesen mandado a Comala! Pero siempre, siempre llego tarde. Llevo toda la vida a punto. He conocido a toda clase de idiotas, incluso al puto príncipe de los idiotas conocí y ninguno, escúchame bien, ninguno se ha dado cuenta de que tenía que haberme elegido a mí. Pero, en fin, aquí estoy. No sé quién eres, pero vamos a hacerlo. Convirtámonos en inmortales. Releyó el borrador. Llevaba una semana con una especie de pálpito. Quizás debería incluir un personaje más en la historia, una voz extra, un alma que aportase fuerza… No, así estaba bien. El creador estaba agotado. Metió las hojas en el sobre. Novela terminada.

—Ayoze


ENTONCES Qué raro. La tarde fresca, casi fría, y ahí como que más en lo acostumbrado. Qué bien con tierra bajo las uñas. Qué asco de ciudad, tiene como más frío y se cala en sus huesos oxidados. Y yo me callo. Y no quiero callarme, pero me callo. Y vosotros también os calláis. Será mejor. Sí, claro. Como si fuese rezo, como si fuese rito, como real. Mentira, como la Realidad. Debo de estar cada vez más loco, será. Y me río entre dientes, parezco más loco, eso es más cierto; pero no lo estoy, no se puede estarlo, aquí, Estado, el que está, que es el que puede existir. Entonces. Qué puto asco la ciudad. Y habitar en ella, porque aquí vivir es lo menos acostumbrado. Carreteras y humo de putos coches, muchísimos. Y más si llueve. Muchísimo humo, como niebla. Cuando la conozco ya hasta haber matado lo que le pudiese quedar para sorprenderme, no necesito creer, no quiero esperanza. Pero el problema es

que fumo. Y que llegamos tarde. —Vaya, que si llegas tarde. —¿Cómo? —... —Esto... He... he perdido el autobús, bueno, primero la bici y la parte definitiva de la inocencia y eso. —Pues es que llegas tarde, yo me tengo que ir temprano y esto, ¿sabe a poco o sabe a nada? —Qué sentido tendrá hablar de eso ahora. Ahora es otra cosa la que hay que hacer o muchas las que hay que deshacer. Ma guarda che figura di merda. —Perdona, no me entero de lo que dices. Sigo, entonces. No voy a hacer lo que se espera de mí. Pero no por nada, sino porque es que no tengo ganas de ná. Así que lo que venga, ya tendré tiempo de perderlo preguntando cómo viene. Tiempo de matarlo sin hacer sangre. Tengo ganas, sí. O quizá más bien desganas de lo contrario. La crisis está claro dónde la llevamos, cada individuo particular del Estado global. Pues eso, entonces. Que este porro no me sabe y que ya me


sé las caretas de las personas, hasta por las noches cuando yo desbrozo la mía, y extraña y fascinante la que no muestra tanto siempre lo mismo con las mismas formas, pero escasa y como que no, que por aquí llevo dando vueltas como hasta el punto de habernos tropezado periódicamente con los que pintarrajean la careta y la despedazan también, hasta el punto ya de reconocernos y habernos casi muerto como siempre, hilando fino. Hasta llegar a donde no nos sorprende ya nada. El frío que hace, cojones. Todos los días lo mismo. Todas las semanas igual, y los meses, y pasan los años. Bueno, quieto, que voy grave con lo de las parcelas del Tiempo. Que no, que es igual, que no es para tanto, que lo que sí, en verdad, es que sigo ahí y para mí esto es como un espacio extraño en el que indudablemente algo va pasando, no sé muy bien ni qué ni cómo, si es que yo no soy yo dentro de dos años, o no era yo hace dos minutos, o si es que somos todos globalizadamente, o es que es el globo, la esfera, la galaxia, la espiral, el fractal, la elipsis, tu coño, la proporción áurea, la

simetría, el tiempo o cristo que lo fundó; el caso, que un algo que va pasando en un espacio extraño y, contradictoriamente, predecible y sorprendente a veces, en el que estoy, porque lo de si soy es cosa más discutible, y puedo saber cómo es ese estar mío (que dudo que ahí haya posesión, que desde luego dominio no lo hay o, por lo menos, no total, y ahí medias tintas no hay), pero el de otra gente solo puedo figurarlo. Y bueno, eso, lo de las palabras y la Realidad, y lo poco que nos quede por ahí de verdad, si todavía cantamos algo, canciones, claro, y si sabemos que la tierra es lo único que tiene siempre valor, valía o eso (siempre que no plantemos plutonio). Entonces, sigue haciendo frío, de cojones. Y yo sigo sin comprender nada y en verdad pienso que nosotros no lo comprendemos ni estamos hechos para eso, ni estamos hechos para nada. Pero veo por ahí a tantas personas tan convencidas de su careta que me pregunto: ¿nunca desbrozaron su máscara? ¿nunca se preguntaron de verdad si eran felices o


simplemente se lo tenían creído, casi aprendido? Y parece que es eso, que las personas como que aprenden a creer su máscara y quererla como si fuera el sentido de la existencia, que ni siquiera se han planteado por qué hacen lo que hacen, que como mucho mencionaron una vez que nunca habían soñado con ser administrativos o dependientes, y luego enterraron dicha mención donde no se pudiera ver, pero la gente siente esa peste que despide, la punzada de la mentira, el latido de la vida. Y me sigo preguntando, cómo es posible que traguemos con esos engaños todos los días y que lo hagamos con una media sonrisa, como diciendo qué rico, esto era lo que necesitaba. Y ahí, a base de esto, y de llegar a odiar o, peor aún, de llegar a sentir la más insulsa de las indiferencias donde antes sentíamos de verdad, ahí, me pregunto qué es lo que pinto yo aquí. La respuesta de esa pregunta, claro, puede dar vértigo en este mundo que indiferentemente se consume hacia un final lleno de humo y veneno originado por el animal racional, por su enorme y evolucionado cerebro. Pero el

fracaso es solo el juicio de los que piensan en ganar, estar por encima, en el qué a costa de cualquier cómo. Pero siempre hay un pero.

*** Pero, de vez en cuando, me encuentro con gente con la que hablo, o a la que escucho, o de la que veo cosas salir y eso, gente con la que de repente desaparece cualquier barrera de caretas y es como si nos supiésemos desde siempre, como si la Historia nos hubiese venido trenzando antes de ser ni semilla, como si nuestra memoria hubiese crecido


desde la misma fuente. Será el capitalismo, que nos iguala mucho a las personas (igualdad a razón de apisonadora, que me dijeron una vez). Una vez me crucé con uno de esos como vivo, y decía si es que no veis que yo, que yo no tenía corazón. Y lo argumentaba, era entretenido, era verdad, pensé. A mí era más como que no sabía dónde lo tenía puesto, ni cómo estaba, ni nada, así que al final era como no tenerlo. Aunque algún susto me dio, y se me agarrotaba el brazo. Joder. Y nada, estuve pensando también que eso era como tenerlo en el cerebro. Por intentar comprenderlo o saberlo un poco, y no sentirlo, se quedaba en el cerebro, agarrotao, como mi brazo. Porque este mundo es muy cerebral, tanto como para saber la química de los feelings. Liberas endorfinas o dopamina o yo qué sé y, venga, te gusta esa película, estás enamorado de tal. ¡Qué fatiguita de mundo! Que ya no sabemos hacer fuego, que compramos el agua, que el mar es un vertedero. Qué cerebrismo. Qué asquerosamente bien sabemos bien qué es lo que nos

gusta para divertirnos, lo que es necesario que trabajemos. Y no creernos ir muriendo. Qué vanidoso el saber de los hombres, adónde nos ha traído. Adónde nos va a llevar no está tan claro, está más bien oscuro. Pero no creernos ir muriendo.

*** Entonces, si ella es ella porque no está (porque si no sería un tú), entonces, que alguien me explique porque me olvido hasta del hambre cuando es ella.

—Doctor Tocomocho collage; Daniel Cuéllar


DESCEREBRAMIENTO Hace un tiempo, me sometí una novedosa terapia de descerebramiento. No sé cuánto con certeza, porque de eso mismo se trata. Y funciona de maravilla; a mitad del proceso no podía recordar más que mi nombre y mi talla de alpargatas, poco más; y a duras penas conseguía balbucharlar silogismos con cierta coherencia, pues cualquiera de mis pupilas, indistintamente, se distraía con los carámbanos de saliva que pendían elásticos de entre los pelos de mi barbilla; y así perdía el hilo del discurso, oblongo y viscoso, como lianas de baba deslizándose por las plieguecomisuras de los belfos y con cara de bobalicón. Durante aquel periodo no soñé nada, eso creo. Tampoco me preocupé. Sí lo hice después, al cabo de un rato, cuando empecé a soñar ovejas contando pablos. La primera noche pasaron treinta y cuatro mil ciento noventa y nueve pablos, coma uno. Y cada noche las ovejas, que eran un montón, pero no tengo ni idea

de cuántas, continuaban rumiatando pablos, contando desde donde lo habían dejado la noche anterior, más dos pablos con setecientos diez milipablos como corrección para adaptarlo al calendario de los pestañeos. Y, de todas las ovejas que había, estoy casi seguro del todo de que ninguna era una oveja propiamente dicha; lo que tú o yo o incluso cualquiera tildaría de óvido. Para nada. Ni siquiera se acercaba a la definición más elemental de placentario ungulado. No eran ovejas de ninguna manera. Ni de lejos. Ni en un siglón de años. Qué va. De todas formas, así vistas, con el traspárpado granate y semiopaco, parecían ovejas de cualquier modo. Ovejas contando pablos. Cangrejos contando aguacates ¿Qué más da? Noche tras noche trasnochando. Nombres contando limas, números contando cifras y ovejas contando pablos ¿Y ahora qué, eh? Ahora somos un gúgol.


La técnica de descerebramiento es tan protosimple como nociva, si no se aplica en capas uniformes, como la crème patissière, y con un palustre flexible, pero no demasiado flexible. Primero se saja la epidermis con cualquier suerte de escalpelo por el ecuador del cráneo, o tal vez mejor por el trópico de cáncer, más o menos sobre la línea de las cejas, las marrones. Esto es para marcar el camino del corte ulterior, así que, en su lugar, también se puede utilizar un boli, o un rotu, o algo por el estilo, algo que pinte o cercene. A continuación, se procede a serrar el cráneo por el surco trazado. Antiguamente, los patacesores que oficiaban tales prácticas en lúgubres mazmorras del Prenacimiento, hacían uso de una humilde sierra de Gigli, enrollada en torno a la testa para descapuchar al paciente en un santiamén relativo. Ahora, con los tiempos que corren, que resbalan, que vuelan, se secciona la cubierta de la cocorota con un puntero láser y ya sólo queda rascar un poco la corteza y extraer los lóbulos del relleno sin dejarse ni media meninge, ni siquiera una migaja de bulbo raquídeo. Apenas sin

dolor, aunque, después de eso, como cualquiera puede comprender, uno se queda con el sistema límbico hecho un auténtico ascazo.

Desperté, como ya dije, con la pechera empapada de babazas y un par de tuercatornillos de mariposa en sendas sienes. Yacía en un panal reseco y mohíno que apestaba a espray ambientador, en lo alto de una araucaria. Pasé ocho días y tres noches atrapado en aquella puta conífera sin saber cómo bajar. Por estas latitudes el sol es que oscila raro. Y, al fin, en el crepúsculo vespertino del cuarto octavo día, pasó por mi lado una cigarra fumando celtas y comprendí que ese árbol no era tan alto ni tal, ni tampoco el panal, por cierto, si no que se trataba de un zarzal


completo y una vejiga de rinoceronte mustia, respectivamente. Le pregunté a la cigarra que qué tal, y le pedí ayuda para libertarme del matojo, que se me estaban clavando las espinas todas en el culo, le dije:

Se negó en rotundo, mencionó algo acerca de sus competencias, y algo más, no sé qué de unas hormigas, y que tenía cosas que hacer, dijo:

himenópteros no sueltan ni media. —Tú no me has oído estridular —me espetó —No, eso es cierto —concedí. —Pues te advierto —me advirtió— que yo estridulo como ninguna, pedazo de nalgaespín. Cuando yo estridulo la gente se marea y dice: “¡Uh, uh! ¿De dónde sale? ¡Uf, uf! ¡Nos tienen rodeados!” Y es que, cuando yo estridulo, no se oye nada más. —¿Y crees que a las hormigas les gusta que les estridulen al oído mientras se desloman el tórax? ¡Eres una majadera! —Pues ahí te quedas, cabeza de chorlito, con tu culopincho. Y se fue zumbando a estridular a otro lado.

—Me niego en rotundo. Soy una cigarra ¿No lo ves? Lo único que tengo que hacer es estridular aquí y allá y rascarme bien la barriga. Por aquí pasa una formipista ¿No la ves? Enseguida desfilarán las hormigas por aquí mismo y yo estaré frotándome para ellas, a ver si, con suerte, me dejan un poco de grano o una pizquita de néctar que pitear. —Pierdes el tiempo —le contesté, dando voces—. Todo el mundo sabe que los

Otra semana después —ésta de sólo dos días, pero una noche que bien podría haberse titulado “Era básica y obscura”—, desperté acurrucado entre los marchitos restos del zarzal. Mi trasero estaba curado y las ovejas ya habían computado un gúgolplex de pablos y empezaba a temer quedarme sin espacio, aun con esta cabezota lesa y bien diáfana. Me aseguré de estar justo debajo de la vertical y, cuando estuve seguro, enfilé

—¡Oye tú, cigarra! ¿Qué tal? —Ni fu, ni fa —respondió, expeliendo una generosa bocanada de humo. —Pues ayúdame entonces a salir de este punzarbusto, que se me están clavando las espinas todas en el culo.


hacia adelante —que es, de hecho, la única dirección por la que sé caminar. Mí no ser un intelectual. No tardé con encontrarme con alguien. Lo cierto es que venía escuchando desde lejos unos plañillantos desconsolados. Era un tipo gordesmirriado, de barriga esférica y piernecillas de jilguero. Digo que era un tipo, pero bien podría decir que se trataba más bien de siete octavos de tipo. Estaba ahí postrado, sobre un tocón bañado en sangre, con las rodillas hincadas en el barro. Gritaba de dolor y se sujetaba un medio antebrazo del que borbomanaba un chorro de sangre espesa como natillas. La cimitarra se mantenía clavada en la madera y, frente a las dislocadas encías del infeliz, su mano escindida y sanguinolenta parecía querer despedirse mediante un intrincado y macabro lenguaje digitado de espasmos y contracciones que ninguno de los presentes supimos descifrar. —¡Qué es lo que has hecho, animal! —le grité. —¡Justicia! —profirió orgulloroso.

—¿Justicia de qué? ¡Estás chiflado! —¡Soy un ladrón! —exclamó— ¡Y de la peor calaña! —hizo una pausa dramática para gimotear y me miró a los ojos con semblante suspensivo y sobreactuado—. Y a los ladrones por aquí se les cortan las manos. —Con que eres un ladrón, ¿eh? —solté una carcajada— ¡Já! ¿Y se puede saber qué es eso que has ladroneado para tener que muñonizarte? —¡Ladroneé mi tiempo! ¡Lo confieso! —se derrumbó sobre el tocón— ¡Escatimé con los instantes, y los momentos los guardé para luego! ¡Escondí los ratos bajo llave y me usurpé hasta las estaciones! ¡Soy un vil ladrón y ahora que me hago viejo lo comprendo! —escrutó la espantosa y herida de su medio antebrazo, aún sangrietante— ¡Sólo me estaba ladroneando el tiempo a mí mismo! ¡Me ladroneé la vida sin darme cuenta! ¡Qué estúpido que soy! Fíjate si soy estúpido, que traté de ejecutar yo mismo mi castigo sin ser consciente de que, después de desprenderme de una mano, no podría librarme de la otra. —Ya sabes lo que dicen: Una mano rebana la otra. —Creo que no es así.


—En cualquier caso, puedo ayudarte. Si quieres, te siego la que te queda en un periquete. —No funcionaría —musitó. —¿Y por qué no, eh? —inquirí, ofendido— Me ofendes. —Pues porque yo soy la víctima que ha de vengarse por todo el tiempo que le ha sido ladroneado —respondió, resoluto—, y porque, si tú me cortas la mano, yo tendría que cortarte a ti la correspondiente. No tienes ningún derecho a aparecer de la nada, cuando nadie te ha llamado, y pretender amputarme la única mano que me queda, demonios. —Vale, vale —ejercité un aspaviento—. Sólo pretendía ayudar. —Pues poco favor me haces. —¿Sabes qué? Creo que ahora me has ladroneado el tiempo también a mí. Me cobré cuatro dedos por aquello, que guardé en mi bolsillo. Y me largué de allí, dejando al desgraciado con sólo un pulgar para dictaminar justicia. Me arrastré por un páramo, taciturno, como quien vaga cargando a cuestas su propio cadáver; así de mal. Y fui a toparme con una ringlera de hormigas. Una hormiga decía:

“¿Os habéis enterado?”. Y las demás coreaban: “¿De qué, de qué?”. Y seguía la primera: “¡La cigarra se ha muerto! ¡Escarchangelada de frío durante el invierno!”. “¡Hurra, hurra!” gritaban unas, “¡Oé, oé!” clamaban otras, “¡Viva, viva! ¡Ya no joderá más con ese maldito chirrío!”. Y la cáfila se desantenizaba de la risa. La primera volvió a hablar: “¡Eso le pasa por no trabajar!”. “¡Por no trabajar!”, chascaturreban las demás. “¡Por no trabajar!”, repitió la anterior. “¡Por no trabajar!”, redundaron las otras. —¡Basta, basta! —grité yo, tapándome los oídos— ¡La cigarra sólo intentaba amenizaros la brega estridulando para vosotras ¿Y así se lo pagáis? ¡Pues tomad caucho, canallas! Pisoteé hormigas andando como un funámbulo durante, lo menos, tres leguas, y, después, me detuve a descansar a la sombra de una araucaria. Claro está que, antes de eso, llevé a cabo las pesquisas pertinentes para tener la certidumbre de que, efectivamente, se tratara de una araucaria auténtica. Y así era, por el momento.


Tras una elipsis imprevista, abrí un ojo en silencio, procurando no despertar al otro. Tenía sed, lo cual no es raro, yo suelo tener sed a menudo; pero se suponía que el descerebramiento era mano de Ubú con la potomanía. Miré mis manos y ya no eran eso; eran pezuñas. Y mi pellejo habíase cubierto como de una capa de fibra de algodón bastante cómoda y esponjada. Intenté balar, aterrorizado, y de mi hocico

brotó un alarido simiesco, para nada digno de una oveja, y se despertó mi otro párpado, y así fue como descubrí que, después de todo, me la habían vuelto a jugar con la araucaria, y que, desde el principio —y esto lo explica todo—, estaba yo y mis gúgoles de pablos confinados en un batiscafo, sumergidos en medio del oceazul. Pablo le dijo a Pablo: “¡Haz algo, que nos hundimos!”. Y Pablo le contestó a Pablo: “¿Qué quieres que haga yo? ¡Esto es un batiscafo! ¡Se supone que tiene que estar hundido, es así como funciona!”. “¿Y a mí qué me cuentas, eh?”, respondió Pablo a Pablo, “Seguro que tú tampoco sabías qué diantres era un jodido batiscafo antes de todo esto!”. “Basta, basta, Pablos”, dijo ahora Pablo, “Dejad de discutir y atentos: Está pasando algo”.

—Pablo Lavilla ilustración; Daniel Johnston


*los viajes del dr. templetaub

una vuelta a la manzana... Hace tiempo ya, cuando los carros tenían preferencia en los caminos y las mulas nunca pasaban frío en casa porque eran fuente de ingresos constante, el Dr. Templetaub emprendió un largo viaje alrededor de su manzana.

Uno se diría: "Pues no es un viaje tan largo, alrededor de su manzana, yo tardo unos cinco minutos escasos en recorrerla." pero claro, uno debe medir bien sus palabras antes de decir semejante cosa, puesto que las distancias, como bien saben los nabucodonosorcitos, crecen y se encojen dependiendo del color de los ojos de quien las mide. En el caso del Dr. Templetaub, la manzana de que hablamos se podía acotar por el entorno que la rodeaba: Lindaba al norte con la colina de las cerezas, uno nunca podía detenerse en dicha esquina si

no quería jugarse el pellejo, no fuera a darse el caso de que alguna cereza cayese del guindo y le diese en la cabezota; los pipos de las mismas son tan sobradamente conocidos por su dureza que, una vez que hubo que bachear la calzada, obligaron a todos los convecinos a comer dos kilos de cerezas diarios para sustituir el empedrado. El Dr. Templetaub, que olvidó que había de guardar los pipos de las mismas, se los tragó todos y estuvo haciendo caquitas como las ovejas tres semanas.

Al este, la manzana lindaba con el mar de pera, que tenía unas vistas espectaculares, pero en el que era un poco incómodo nadar porque uno tenía que estar constantemente eliminando la segunda nota de la escala musical para no salirse del pellejo. El buen doctor se lo sabía bien pues en una ocasión tuvo que atender a una


ancianita que casi se empacha mientras recogía ingredientes para hacer una compota.

Cuando el Dr. Templetaub salía de casa, puesto que su puerta daba al sur, veía todas las veces el azul bosque de cobalto donde moraban los alicalupiérpagos rosas, más conocidos por su nombre común, arrevancheros; estos curiosos trípedos tenían un extraño apéndice en la parte posterior de la cabeza con el que podían oler, tocar e incluso saborear los colores de baja frecuencia.

Para los que no lo sepan, los colores de baja frecuencia son esos que, cuanto más tiempo pasa, menos ocurren, lo cual ha llevado a numerosos filósofos a plantearse en qué color escribir sus ideas sobre el papel blanco, ya que cabe la posibilidad de que, en algún momento, éstos blancos papeles se tornen de algún insospechado color y deje de apreciarse la tinta escrita indefinidamente, pero eso es un tema de estudio que entretiene a los más expertos científicos en colorimetría espiritual contemporánea, por lo que dejaremos el desarrollo para más adelante, según sea necesario.

Al oeste quedaba, como todo el mundo sabe, el garaje de Sol y Luna donde, cuando no tocaba perseguirse, se juntaban ambos e invitaban a las estrellas fugaces a un té rapidito. Esa mañana el Dr. Templetaub comenzó la vuelta a la manzana en el sentido opuesto a las agujas del reloj, quería aprovechar más el tiempo, se entiende, así que cogió su mochila de muestras por la que, debido a la cantidad de útiles que contenía, se había visto en más de un pleito con Mary Poppins, que alegaba plagio.

Descolgó del perchero su jersey de viajes largos, desempolvó el gorro de aparejar anzuelos y se equipó con su pararrayos de emergencia, no fuese que, al salir, comenzasen a subir truenos y perdiese la oportunidad de cargar la batería de su brújula helicoidal (nota: la brújula helicoidal es una brújula con forma de hélice que por sus peculiaridades nunca sabe dónde está el norte, pero permite al usuario encontrar el camino más interesante hacia el destino que está buscando).


Cuando salió por la puerta pidió, como siempre, a su pequeño ayudante Zascandilú que terminase con la recogida y análisis de las muestras de su último viaje en globo aquaestático y después, cerrase el laboratorio no se fuese a escapar Doña Gata, que siempre que el Dr. Templetaub salía, aprovechaba para buscar un rinconcito en el salón en el que afilar sus ya de por sí puntiagudas uñas retráctiles.

Como salió temprano, a su izquierda el denso mar aún permanecía bajo el reinado de Luna en una escalofriante visión de azules olas densas y viscosas para nada apetecibles, pero ya se apreciaba cómo Sol, fresco y descansado tras el tramo cuesta abajo, recuperaba su esplendor hacia el cielo perfilando los elevados riscos que decoraban la morada en que habitaba cuando andaba de descanso...

Sacudió del todo la modorra mañanera y adelantó un pie al otro en un movimiento acompasado que más adelante recibiría el nombre de andar (algunos anadear), pero que en aquella época aún conocían como caminar, y consistía en repetir el movimiento hasta llegar al final deseado o acabar exhausto, lo cual se describe en un sencillo algoritmo recursivo: "mientras no en destino, caminar." Y así, repitiendo este algoritmo, el Doctor Templetaub recorrió cuatro de las caras que tenía su manzana, las cuatro que encaraban a los puntos cardinales, pero eso, como no, queda para la siguiente tarde de lectura...

—Ástor



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