El caballo paticorto

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Iera Nanín Fernández y Leire Rubio Téllez

El caballo paticorto




El caballo paticorto

© Texto: Iera Nanín Fernández y Leire Rubio Téllez © Ilustraciones: Editorial Gunis © Diseño & Maquetación: Editorial Gunis Editorial Gunis info@editorialgunis.com www.editorialgunis.com Reservados todos los derechos.


El caballo paticorto


Al conde de Marichampán y a su caballo Pomposo les encantaba pasar tiempo juntos. Paseaban por los caminos del bosque, saltaban arbustos y en las tardes de verano se echaban la siesta tumbados bajo un árbol en el prado. Pero lo que más les gustaba era ir los domingos al hipódromo a ver las carreras de caballos. Aplaudían, animaban y gritaban muchísimo y cuando su caballo o yegua preferida ganaba se abrazaban y saltaban de alegría. Por las noches antes de ir a dormir soñaban un rato despiertos, se imaginaban que un día ellos también correrían una carrera en el hipódromo mientras el público les jaleaba desde la grada. Pero había un problema, las patas de Pomposo eran muy muy pero que muy cortas y por muy rápido que intentase galopar siempre iba mucho más despacio que los demás caballos de patas larguísimas. Con esas patitas taaaan cortitas que tenía Pomposo nunca conseguirían ganar una carrera. 6


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A pesar de que las patas de Pomposo eran cortas cortas requetecortas, el conde de Marichampán lo llevaba a entrenar cuatro días a la semana. Hacían ejercicios para correr más deprisa y pesas para fortalecer los músculos, con la esperanza de que tal vez algún día, aunque sus patas fuesen muy cortas podrían correr lo suficientemente rápido como para participar en las carreras. Cada año el conde de Marichampán llevaba a Pomposo a la veterinaria para comprobar que estaba fuerte y sano. Un día, estando en la consulta, el conde le preguntó a la veterinaria: - ¿Podríamos hacer algo para alargar las patas de Pomposo y así poder participar en las carreras de caballos? Entonces la veterinaria pensó y pensó y pensó...y de repente se le ocurrió una idea: - ¡Ya está! ¡Le voy a hacer unas patas nuevas de cartón! La veterinaria se puso manos a la obra y pronto Pomposo estrenó sus patas largas y nuevas de cartón dando un paseo por el bosque con su amigo el conde de Marichampán. 8


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Todo iba fenomenal y Pomposo galopaba muy deprisa con las patas de cartón. De repente, empezó a llover y decidieron irse a casa para no resfriarse. En el camino de vuelta al castillo del conde, Pomposo pisó un charco y sucedió algo horrible, sus patas de cartón se mojaron y se quedaron deshechas. Las patas de cartón no eran la solución. Estaban muy tristes, así que volvieron a la consulta de la veterinaria, que pensó y pensó y pensó….y de repente se le ocurrió una idea: - ¡Ya está! ¡Le voy a hacer unas patas nuevas de muelles! La veterinaria se puso manos a la obra y pronto Pomposo estrenó sus nuevas patas largas de muelles y corrió por el bosque con su amigo el conde de Marichampán. Cada vez iban más deprisa y a cada paso que daba las zancadas de Pomposo eran más largas y llegaban más alto hasta que no pudo controlarlo y los muelles lanzaron al caballo y a su jinete tan arriba que se quedaron atascados en un árbol. Las patas de muelles tampoco eran la solución.

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Muy tristes otra vez volvieron donde la veterinaria, que de nuevo pensó y pensó y pensó….y de repente se le ocurrió una idea: - ¡Ya está! ¡Le voy a hacer unas patas nuevas de caramelo! La veterinaria se puso manos a la obra y pronto Pomposo estrenó sus nuevas patas largas hechas de caramelo de fresa riquísimo. Las patas funcionaban fenomenales hasta que un día Pomposo, después de haber entrenado muy duro, tenía mucha hambre. Tenía tanta hambre que no se aguantó y se comió todo el caramelo de sus patas. Las patas de caramelo tampoco eran tan buena idea. A punto de tirar la toalla volvieron donde la veterinaria, que no se daba por vencida y pensó y pensó y pensó….y de repente se le ocurrió una idea: - ¡Ya está! ¡Le voy a hacer unas patas nuevas de hielo! La veterinaria se puso manos a la obra y pronto Pomposo estrenó unas nuevas patas largas hechas de hielo fresquito. 12


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Pomposo no tenía ninguna queja de las patas heladas, hasta que un día de calor al despertar de su siesta bajo un roble, se fue a poner de pie y sus patas estaban cortísimas otra vez. El hielo se había derretido y sus cuatro patas largas ahora no eran más que agua. Las patas de hielo tampoco eran una buena solución. El conde de Marichampán y Pomposo estaban desesperados. Pensaban que nunca conseguirían unas patas largas para poder participar en las carreras del hipódromo. Aun así, en un último intento, volvieron donde la veterinaria, que pensó y pensó y pensó….y de repente se le ocurrió otra idea: - ¡Ya está! ¡Le voy a hacer unas patas nuevas de titanio! El conde de Marichampán y Pomposo sabían que el titanio era parecido al hierro y les pareció bien. Las patas de titanio funcionaron estupendamente, no se estropeaban con la lluvia, no se derretían con el sol, las zancadas eran perfectas ni demasiado grandes ni demasiado cortas y nadie sentía la tentación de comérselas. Como llevaban muchos años entrenando muy duro para las carreras, pronto el conde de Marichampán y Pomposo participaron en su primer torneo. 14


El conde de Marichampán y Pomposo estaban muy bien preparados; habían hecho un esfuerzo tan grande durante tantos años, incluso teniendo las patas cortas habían entrenado tan duro, que ahora que tenía las patas largas, en su primera carrera, llegaron los primeros sacándole al segundo un montón de ventaja.

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