Gory Muy contento estaba aquella mañana el mono Gory, jugando de rama en rama, saltando de árbol en árbol. Después de tanto ejercicio le entró una sed enorme. Gory había sido advertido por sus padres del peligro que corría al acercarse al río a beber agua, pero como era muy alocado no prestaba atención a los consejos de sus mayores. Sin pensarlo dos veces, bajó de su árbol y fue hasta la orilla, luego metió la cabeza en el agua para saciar la sed y refrescarse al mismo tiempo. ¡Qué fresquita estaba!, ¡qué gusto beber aquella maravilla cristalina!
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Cuando consideró que no necesitaba más sacó la cabeza y… quedó horrorizado al contemplar aquel monstruo que lo miraba fijamente con su enorme bocaza, abierta de par en par, a punto de zampárselo de un solo bocado. El mono, a pesar de su miedo no perdió el tiempo y, no se sabe cómo, apareció un palo en su mano. Con la rapidez de un rayo, se lo colocó delante de él estirando el brazo justo en el momento en que el cocodrilo le arreaba un mordisco con toda la mala intención. Pero lo que la bestia se llevó con la dentellada no fue su almuerzo preferido, el mono, sino que sus mandíbulas se encontraron con el palo, dejándolas abiertas de tal manera que le resultó imposible cerrarlas. Gory no podía creérselo, ¡él solo había vencido a la temible bestia; el más peligroso de todos los animales que vivían por aquel lugar! Para celebrarlo subió a su árbol preferido y se hartó de plátanos.
El cocodrilo, desesperado por la trampa de Gory, daba tremendos coletazos yendo de una orilla a otra del río, tratando de sacudirse el palo de la boca, pero sin conseguirlo. A todo esto, aparecieron sus compañeros atraídos por el estruendo que formaba con su enorme irritación. El mono se lo pasaba en grande con todo el jaleo y no bastándole eso aún enfurecía más al resto de los cocodrilos tirándoles a la cabeza, con buena puntería, las pieles de plátano que se comía. Así pasó mucho tiempo, hasta que no pudo más; su barriga parecía que iba a reventar de lo que se llegó a hinchar y por si fuera poco comenzó a sentir mucha sed. ¿Pero cómo iba a acercarse a la orilla para beber agua con el peligro que acechaba en ella?, y, ¿cómo aguantaría sin beber hasta que marcharan sus vigilantes? “¡Ah!, —pensó—el sistema del abuelo me salvará”. Bajó como pudo del árbol y se dirigió a otro, un cocotero, que no estaba muy lejos de allí. Le costó bastante esfuerzo trepar por él debido a la pesada carga de su barriga, pero lo consiguió; eligió el coco más grande y lo arrojó hacia abajo, cayendo
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justo donde quería, sobre una roca. Se escuchó un sonoro ¡crok! Y quedó roto en varias partes.
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Cuando más tarde y después de descender del árbol, Gory se acercó para recoger la cáscara del fruto, se llevó una decepción; como estaba roto en tantos trozos no quedaba ninguno de ellos aprovechable para poner en práctica el plan, el del abuelo. Este consistía en lo siguiente: se partía un coco en dos, luego, una vez vacío el pedazo más grande se le ataba una liana bien larga y cuando estaba instalado cómodamente en lo alto de un árbol próximo a la orilla del río, se iba bajando hasta alcanzar el agua. Cuando estaba lleno se izaba con cuidado…y ¡hala, a beber todo lo que quisiera y sin peligro alguno! Como la primera vez no resultó, Gory tuvo que volver al cocotero. En esa ocasión le costó tanto esfuerzo que al llegar arriba pensó que, para recuperarse, lo mejor sería beberse el agua del coco, que, aunque no tan fresca y buena como la del río, le reconfortaría algo. Con la uña del dedo índice comenzó a hurgar en uno de los tres agujeros que tienen esos frutos. Tras varios minutos de esfuerzo consiguió quitar la costra que lo taponaba, comenzando inmediatamente a salir un chorrito. Se lo acercó a los labios, no estaba mal, algo fresca pero dulzona. Se enfadó y lo tiró desde arriba con fuerza, pero esta vez esperó sin bajar para comprobar el resultado desde donde estaba. Se puso muy contento al observar que había
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dos trozos iguales en el suelo, el coco estaba limpiamente partido en dos. Haciendo un nuevo esfuerzo bajó otra vez del árbol. El sol apretaba de lo lindo aquella mañana en la selva, por lo que la sed iba en aumento. “¡Por fin! — pensó Gory— lo he conseguido, ahora si que tengo un buen tazón para beber.” Allí quedó, raspando con un palito la mitad del coco, vaciándolo. Un poco más allá el río parecía que estaba hirviendo, tal era el alboroto que formaba Coky -que era el nombre del cocodrilo- y sus compañeros intentando quitar aquella estaca que tanto molestaba al animal. Estaba desesperado al pensar que debería permanecer para siempre con la boca abierta, sin poder sumergirse bajo el agua, sin comer ni cazar…sería su muerte si no se libraba de aquella trampa. Cabeceaba, se golpeaba contra el agua, daba enormes coletazos para sacudirse el palo… ¡Nada!, parecía que estaba clavado a sus mandíbulas, era inútil todo intento. Sus compañeros empezaban a impacientarse y como los cocodrilos no tienen muy claro eso de la solidaridad
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terminaron por abandonarlo yéndose cada uno por su camino. Coky no quería marcharse de allí hasta ajustarle las cuentas a Gory, por lo que se quedó al acecho, confiaba en poderlo atrapar en algún descuido y de esta forma poderse vengar. Se acercó silenciosamente a la orilla y escondiéndose en unos cañizares se quedó quieto, a la espera, sabía que tarde o temprano el mono volvería a tener sed, entonces sería la suya, ya se las ingeniaría para atraparlo de una vez por todas. Algo así como una hora después de paciente espera y estando oculto traicioneramente esperando su revancha, escuchó una risilla muy aguda que procedía del árbol más cercano al río. Con los ojos echando fuego alzó la cabeza ¡Cómo sería su rabia cuando vio a Gory colgando de una rama y haciendo piruetas en lo más alto del árbol! ¡” Y encima se ríe de mi el muy condenado! — pensó Coky indignado— ¡me lo comeré, me lo comeré, aunque tenga que estar un mes en esta orilla! ¡Tarde o temprano tendrá un fallo, y allí estaré yo; con la boca abierta! ¡Aaah! ¡Como me relamo ya de gusto con pensar en el festín! Esa ansia me dará fuerzas para librarme de la rama que sujetan mis fauces, apretaré con tanta fuerza que la partiré en dos, y luego… ¡ñam!, se acabaron las monadas, jia, jia, jia.”
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Gory seguía en lo alto haciendo mojigaterías y riéndose de Coky, orgulloso de su hazaña. Cuando se cansó de burlarse comenzó la tarea poniendo en práctica “el plan del abuelo”. Eligió una buena liana larga y resistente, no le costó mucho encontrarla ya que las había por todas partes, lo demás no era muy complicado tampoco; se trataba de atar la mitad de un coco vacío a uno de los extremos, de esta manera quedaba como el cubo que se introduce en un pozo. Coky desde abajo empezaba a comprender las intenciones del mono, por lo que cada vez estaba más enfadado. Gory fue soltando cuerda tranquilamente, bajaba y bajaba mientras todo ello era observado por el receloso cocodrilo. “Mal asunto— pensó Gory— si ese no se va, ¿cómo lleno el coco”? Ya estaba la cáscara a menos de dos metros del nivel del agua, Coky permanecía quieto a la espera de poder estropear los planes del mono. Se miraron los dos fijamente, sin moverse, indecisos durante unos minutos. Gory se pasaba la lengua, reseca como una lija, por los labios, no aguantaba más sin beber.
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Coky no tenía prisa, disfrutaba del momento pues veía la desesperación de su enemigo. De pronto, con la agilidad que tienen los reptiles, dio un fuerte impulso a su cuerpo haciendo una pirueta en el aire que le permitió arremeter contra el medio coco de un formidable coletazo. Gory no tuvo tiempo siquiera de saber lo que ocurría. Cuando reaccionó estaba volando hacia abajo como una piedra en el aire ya que, al estar sujeto a la liana, la fuerza del coletazo le hizo perder el equilibrio empujándolo al vacío. Coky le esperaba con su bocaza abierta de par en par relamiéndose de gusto anticipadamente. ¡Crash!, se escuchó como si un árbol se desgajara de arriba abajo. Gory dio de lleno con sus plantas inferiores en la estaca que sujetaba las fauces del cocodrilo, partiéndola en dos trozos. Coky quedó sumergido bajo el agua a causa del impacto recibido, retorciéndose de dolor. Cuando pudo reaccionar buscó desesperadamente alrededor suyo con la mirada… ¡Gory tenía que estar por allí sin más remedio! Miró y remiró ansioso a un lado y otro… ¡pero nada! Después, a toda
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velocidad, salió a la superficie creyendo que el mono estaría alejándose a nado hacia la orilla. ¡”Esta vez no te escapas maldito”!— pensó. Tampoco hubo suerte, cual no sería su sorpresa al comprobar que este se hallaba suspendido en el aire a tres metros de su cabeza atado por otra liana que cautelosamente enrolló en su cintura. No era tonto el mono, no. Coky no podía soportar tanta mala suerte y aunque por un lado se sentía aliviado por estar libre del palo que inmovilizaba sus mandíbulas, por otro no estaba satisfecho con todo aquel asunto. Su amor propio estaba herido, tenía que comerse a aquel mono, aunque fuera lo último que hiciera en su vida. Gory, comprendiendo el enfado de Coky daba por bien empleado el fallido intento de conseguir agua. Por el momento. “Hay muchos árboles, muchos cocos y otros ríos, me saldré con la mía”— pensó. Después de echar una última ojeada al cocodrilo y comprobar que no hacía otra cosa que dar círculos en el agua, comenzó a trepar por la liana con agilidad. Apenas ascendió un par de metros cuando quedó petrificado al mirar hacia arriba, se le
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erizó todo el pelo de su cuerpo de tal manera que sentía como si miles de diminutas agujas le pincharan por todas partes. Tiritaba tanto que el repiqueteo de sus dientes amortiguaba el chapoteo del agua que más abajo provocaba Coky con su rabieta. ¿Qué ocurría?... Gory estaba atrapado. Con aquello no contaba. Su abuelo no le había advertido, cuando le aconsejó sobre la estrategia para conseguir agua, como superar una situación como aquella. Estaba confuso ante el peligro que tenía delante de sus ojos. Se quedó inmóvil, aferrado con las cuatro manos a la liana. A pocos metros por encima de él, en la rama más saliente del árbol desde donde dejó caer la cáscara de coco, había un peligro aún mayor que el del río; ¡una pantera! Una pantera negra que le observaba echando espuma por la boca, ansiosa por hincarle el diente.
En tal situación se encontraba Gory que su cabeza era incapaz de pensar con calma en una manera de salir de aquella trampa. Se le quitaron de golpe las ganas de reír, se aferró aún más a la liana y casi no se atrevía a respirar. La pantera, con las patas delanteras dobladas, miraba sin parpadear a Gory esperando que fuera tan tonto como para seguir trepando hacia sus colmillos. Tras comprobar que su almuerzo no movía un solo músculo, decidió utilizar el antiguo e infalible sistema del rugido. En alguna ocasión pudo comprobar como huían despavoridos los monos ante su presencia, trepando a lo más alto de los árboles. Una vez allí, no tenía más que rugir con todas sus fuerzas. Era tal el miedo de sus victimas, que perdían la noción de donde estaban sujetos, cayendo al vacío sin remedio, donde la pantera los esperaba para dar buena cuenta de ellos. “No, eso no me interesa —pensó la fiera— si cae, se beneficiará el cocodrilo de mi presa. Tengo que hacerlo de otra forma, pero ¿cómo? De todas maneras, no hubiera dado resultado la estrategia ya que Gory estaba aferrado a la liana como una lapa se pega a la roca. Él no era de esa clase de monos, si no más inteligente. Lo único que lo igualaba a los otros era el terror que le provocaba la pantera negra.
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La situación no estaba nada clara para ninguno de los tres. La pantera no se distinguía por su paciencia, precisamente. El cocodrilo sí la tenía, pero le torturaba la idea de que le arrebataran su trofeo. El mono era incapaz de tomar ninguna decisión debido al miedo que lo tenía bloqueado, se limitaba a mirar arriba y abajo insistentemente. No había escapatoria. Para rematar sus males tenía una sed espantosa, el miedo le atenazaba la garganta impidiéndole tragar saliva.
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Así las cosas, el día se fue extinguiendo poco a poco hasta aparecer la oscuridad de la noche sin que ninguno de los tres abandonara su posición. La escena parecía sacada de una ilustración del Libro de la Selva donde la acción está congelada, no se percibía sonido alguno, daba la impresión de que los demás habitantes estuvieran expectantes en sus escondrijos, esperando el desenlace fatal, enmudecidos por la tensión del momento. Incluso el agua del río era sólo un murmullo en su cantarín recorrido. Todo ese ambiente produjo una especie de sopor en Gory, al cual empezaban ya a faltarle las fuerzas, hasta el punto que temía quedarse dormido y caer al agua. Pensando eso, con un último esfuerzo y recogiendo el trozo de liana que colgaba debajo de él, la pasó varias veces por uno de sus tobillos, anudando después el resto. De este modo podía soltarse de manos quedando suspendido cabeza abajo y por lo tanto descansar sin ningún esfuerzo. Miró hacia arriba y se le heló la espalda. Los ojos de la pantera, donde se reflejaba la luz de la luna, parecían dos tizones al rojo vivo. Miró hacia abajo y comprobó que Coky tampoco
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abandonaba, permanecía semi oculto bajo el agua y le miraba con ojos de hielo. Fuego arriba, hielo abajo…y en el centro… miedo. Mala situación la de Gory. De nuevo se escuchó el castañetear de dientes. La temperatura del ambiente ya no era tan calurosa y Gory comenzaba a tener frío, cosa que aumentaba sus males. Jamás sintió esa sensación de miedo con tanta intensidad. Colgado como estaba transcurrió su peor noche, de sobresalto en sobresalto. Las pesadillas le interrumpían el sueño a cada instante y confiaba ingenuamente que al salir el sol, por la mañana, sus vigilantes se hubieran cansado de esperar y no estuvieran amenazantes en sus puestos. Cada vez tenía más frío, pero acabó por dejarse llevar y tratando de no pensar en nada consiguió quedarse profundamente dormido. La pantera hizo lo mismo, confiada en su superioridad. Sin abandonar la rama desde donde Gory pendía, se recostó sobre las patas y no tardó en dormirse emitiendo un suave pero ronco sonido. Por el contrario, Coky no parecía estar dispuesto a que alguna de las tretas de Gory le sorprendiera inesperadamente, por lo
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que permanecía despierto y vigilante, incluso llegó a pensar que tal vez hubiera suerte y la pantera cayera en sus fauces por confiada. Por fin llegó el día. La selva despertó al unísono con los primeros rayos del sol y millares de murmullos se oían por todos sus rincones saludando al amanecer. De pronto se escuchó algo desconocido de una potencia jamás imaginada. A pocos centímetros de la pantera saltó la corteza del árbol en mil pedazos. Esta, sin comprender lo que era aquello, dio un brinco hacia arriba espantada, con tan mala fortuna que sus patas traseras resbalaron en la húmeda rama, cayendo al vacío. Un estremecedor rugido acompañó al instante en que bajaba por el aire directo hacia Coky. Gory la vio pasar, rozándole. Abajo, ante los ojos del mono, comenzó el espectáculo; pantera y cocodrilo descargaban toda su rabia uno contra el otro; zarpazos, dentelladas y rugidos, todo ello envuelto en una nube de espuma.
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Dos hombres aparecieron inesperadamente haciendo equilibrios entre las ramas del árbol del que colgaba el pobre Gory, eran los autores del disparo que a punto estuvo de alcanzar a la pantera. Eran dos cazadores profesionales con un encargo: tenían que conseguir un mono vivo para un zoológico. Cuando vieron a Gory amenazado por las dos fieras y en aquella situación les pareció un milagro, ¡ya tenían lo que buscaban, y sin esfuerzo alguno! Llegaron a la conclusión que lo más práctico era acabar primero con la pantera y una vez en el árbol, le echarían una red al mono, lo izarían… ¡y a la jaula con él! Erraron el tiro, pero el resultado fue el mismo. Abajo continuaba la batalla de los dos contrincantes, pero Gory no sabría ya nunca quien fue el vencedor, si es que lo hubo. A medida que el agotamiento del mono disminuía, empezaba a tomar conciencia de la nueva aventura en que se había embarcado. Estaba enjaulado, subido en la caja de un camión y los árboles pasaban por su lado a toda velocidad. Aún medio aturdido por los acontecimientos vividos, comprobó que dentro de la jaula donde estaba había abundante agua en una vasija y frutos silvestres. Sin querer pensar más
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por el momento, se dedicó a recuperar fuerzas comiendo y bebiendo. El camión seguía su marcha, incansable, alejándose cada vez más del lugar. Gory estaba concentrado en su tarea, cuando de pronto dio un salto hacia atrás espantado; ¡sus manos, brazos, pies…y todo su cuerpo, no tenía el color de antes! ¡Era todo él más blanco que el interior de un coco de los que solía comerse! ¿Qué estaba ocurriendo? Él era un mono de pelo negro, siempre lo fue desde que nació, ¡su padre y su abuelo también! No entendía nada. Ni lo sabría nunca, pero lo cierto es que la noche anterior resultó ser la peor de su existencia. La angustia vivida le provocó una extraña alteración en el organismo de tal manera que todo el pelo que lo cubría cambió de color, no quedándole uno solo negro. Era blanco como las barbas de su abuelo, era como si hubiera caído dentro de un saco de harina. Se asustó tanto que comenzó a saltar y golpear la jaula con tal furia que sus nuevos propietarios, alarmados, pararon el vehículo.
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Gory, enloquecido, arremetía contra todo cuando los dos hombres se acercaron hasta la jaula. Tras comprobar que no tenía daños, le dispararon un pequeño dardo que lo dejó dormido en pocos segundos. El pobre Gory no supo ya nada más del viaje hasta llegar a su destino, que era Barcelona. El Zoológico necesitaba un mono de aquellas características, pero la sorpresa fue mayúscula para los responsables del centro cuando comprobaron que el ejemplar recibido era único en el mundo. Nunca antes se tuvo constancia de la existencia de un mono blanco, o sea albino. La noticia corrió como un reguero de pólvora por el mundo entero, prensa, radio y televisión, destacaban el hallazgo en grandes titulares. Los ciudadanos corrieron al Zoo deseosos de contemplar el fenómeno, convirtiéndose de la noche a la mañana en la estrella del recinto. Incluso fue bautizado con un curioso nombre haciendo alusión a su color: “Copito de nieve”. Copito, o Gory como se llamaba antes, ha tenido y tiene
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una vida feliz dentro del Zoo. Es el animal mĂĄs mimado y querido por cuidadores y ciudadanos. Hoy en dĂa es, sin duda alguna, la mascota por la que internacionalmente se conoce a Barcelona; una de las ciudades mĂĄs acogedoras del planeta.
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