MANUEL SALAZAR
INDOHAIL
INDOHAIL
© Texto: Manuel Salazar © Ilustraciones: Editorial Gunis © Diseño & Maquetación: Editorial Gunis Editorial Gunis info@editorialgunis.com www.editorialgunis.com Reservados todos los derechos.
MANUEL SALAZAR
INDOHAIL
Me levantaba muy temprano a limpiar mi jardín. Todos los días con gran dedicación iba por cada rincón acomodando y embelleciendo mi lugar. Debía arrancar la maleza, con mucho cuidado de llegar a dañar alguna de las flores o frutos. Mi lugar favorito era sentarme junto a los tulipanes a ver las estrellas. Este jardín representa solo una pequeña parte de lo extenso que es el cielo donde vivo. A pesar del tamaño de este, comía y con este me entretenía. Podía observar un gran pedazo de Indohail (nombre de la región del cielo donde vivo), solo sentándome en mi banco. Sin necesidad de un mirador o algún aparato, mi cielo se observaba de maneras muy hermosas. Las nebulosas, las estrellas, los objetos errantes que flotan por ahí; cada una de estas cosas llenaban mi vida. Ya después de varios años me he sentido algo triste. Quisiera no tan solo ver, sino salir y explorar lo que hay más allá de mi vista. Bajar a la superficie, lugar prohibido desde hace siglos, crear mapas de lugares nunca antes vistos. Realmente este es mi sueño, pero cada vez que decido irme, recuerdo a los tulipanes... Mi bello jardín ¿Quién lo cuidará? Cuando llegue estará marchito. Después de hacerme estas preguntas, con algo de melancolía, me siento a observar el espacio frente a mis ojos. Me encontraba cuidando mi jardín. Un día más en mi rutina de todos los días. Tenía 100 años haciéndolo igual. Era feliz, me gustaba ver a mi jardín crecer, florecer, embellecerse. Igual en mi corazón estaba el salir, quería viajar, soñaba en cada momento con explorar. Si me iba, mis plantas morirían, no florecería y mis mascotas no soportarían. Así que aunque tuviese tantos sueños, siempre me limitaba a quedarme aquí, en mi isla flotante. No tenía muchos amigos, las otras islas flotantes quedaban lejanas, a veces el viento traía alguna de las otras, pero nos veíamos momentáneamente. El sentarme a imaginar mi vida como explorador me hacía feliz, pero siempre me faltaba algo. Ese mismo día, el viento estaba muy fuerte, busqué todos los aparatos para poder desviar las grandes corrientes, no quería que mis plantas se rompiesen o mi casa saliese volando. Colocaba las cúpulas sobre las plantas, los paneles en la casa y el cobertizo, también corría a enviar a mis animales a sus graneros.
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Se aproximaba una gran tormenta, sabía que debía ocultarme, pero una de las vacas limpalas se escapó y estaba en peligro. Corrí a ayudarla, logré atar una cuerda, pero en ese momento sopló tan, pero tan fuerte, que me hizo salir volando. La limpala quedó atada, pero yo solo veía como mi isla se alejaba. Tenía la adrenalina corriendo por mi cuerpo, intentaba sujetarme a lo que volaba a mi alrededor, pero ante todo esto, mi corazón y mente solo se enfocaban en mi pequeño jardín, más que por mi vida, temía por mis plantas y animales. El viento seguía llevándome, no se detenía. Vi graneros, animales, herramientas, muchas cosas siendo arrastradas por la fuerza de la naturaleza. Una gran corriente me llevó hacia arriba, quedé en un espacio dorado, después de las nubes grises, había un cielo resplandeciente, un gran sol ocultándose detrás del mal tiempo. Un espectáculo hermoso que me llenó de serenidad. Sentí paz, alegría, felicidad, pero todo acabó cuando empecé a caer. El viento se había detenido, la caída era libre hacia abajo. Aunque era una tortuga agrícola, mi caparazón no resistiría tanto nivel de altura. Caía, caía, caía Mi miedo aumentaba, veía aquello como mi posible fin. Una cama estaba cerca de mí, me acerqué a ella y con las sabanas hice una vela. Comencé a “volar”, surcaba los cielos con mi cama transporte. Empezaba a ver la superficie, un sitio inhóspito, inexplorado, sin civilización. Un pedazo de metal cortó mis velas, volví a caer, pero esta vez me estrellé contra varios árboles y también algunas colinas. Llegué a un sitio lleno de plantas, grandes troncos, altos e interminables. Nunca antes había visto sitios tan extensos, las plantas de mi jardín llegaban a ser más altas que yo, pero solo por centímetros. Era realmente aterrador, a mi lado no veía nada que me guiara hasta mi hogar, ni tampoco algo que me reconfortara. La cama estaba rota, tomé dos tubos de ella, pero ni siquiera había herramientas para ayudarme. Jamás había estado ante una situación parecida, pero sabía que debía buscar tres cosas: Refugio, comida y algún modo de guiarme hasta mi isla. Comencé a observar las plantas, encontré muchos frutos, pero nada conocido, tenía miedo de que fuesen venenosas. Extrañamente no había visto ningún animal, con ellos podría guiarme, posiblemente lo que ellos coman, yo podría comerlo. Pensando en la posible posición de mi isla, comencé a caminar, quería encontrar mi hogar lo más rápido posible, siempre quise aventuras, pero no de este modo, menos teniendo la preocupación de mi jardín. 8
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Mientras caminaba, escuché un algo, me asomé entre las cosas y vi a unos insectos golpeando a un arbusto. El arbusto tenía vida, los insectos se estaban burlando de él, le decían que no servía para nada. Yo no pude resistirme, corrí y espanté a los insectos, creo que se asustaron al ver que no era un animal común. -¿Estás bien?- Le preguntaba al arbusto, viéndolo triste y maltratado. -Me duelen mis ramas, se cayeron muchas de mis hojas, no creo estar bien. -Yo sé cuidar plantas, pudiese ayudarte. -Creo que no me queda otra opción. Este pequeño arbusto se veía muy triste, quería animarlo, pero no sabía exactamente de qué modo. Por ahora lo mejor era cortar sus ramas rotas, podar sus hojas malas y buscarle suficientes vitaminas. Lo llevé a un pequeño riachuelo, ahí me encargué de ayudarlo. -¿Por qué te hicieron esto? -Porque no soy especial -¿Por qué lo dices? -No doy frutos, no florezco, tampoco crezco lo suficiente como para dar sombra, no hago nada que pueda ayudar a otros, ni soy hermoso como las flores. Se notaba muy triste por esto, incluso casi lloraba diciéndolo. -Creo que todos tenemos algo bueno para el mundo, quizá no has conseguido tu sitio, en mi isla, ningún árbol es tan grande, pero cada uno cumple una gran función, debes conseguir la tuya, incluso cuando aceptes que aunque seas pequeño, eres importante, sabrás realmente cuanto vales. -Nunca nadie me había dicho algo así… No sé muy bien cómo hacer esto ¿Puede enseñarme? -Claro, acompáñame a buscar mi hogar Le expliqué todo acerca mi situación, me preguntó acerca de una gran duda. Si conseguía mi isla, cómo llegaría a ella. A cientos de metros de altura, por más que la viese, llegar a ella sería el máximo reto. 10
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Lo bueno es que este pequeño arbusto, llamado Liupi, sabía todo lo que necesitaba. Me habló de lo que se come y lo que no, me enseñó acerca de los peligros, y me dio una idea para poder llegar a mi isla. Iríamos al pico más alto, desde ahí podríamos ver todo, con un telescopio, conseguiríamos mi hogar. El plan era, construir un telescopio y algo que nos hiciera volar. Subiríamos al pico y de allí llegaríamos a mi isla. Le expliqué a Liupi lo que necesitábamos para construir cada cosa. Tenía el tubo, me faltaban cristales para poder hacer el telescopio, Liupi me contó de un sitio donde habían piedras transparentes y brillantes, supuse que sería lo que necesitábamos. Mientras caminábamos, Liupi y yo nos conocíamos. Se notaba el dolor y la soledad en este pequeño arbusto, él pensaba que nadie nunca lo había tomado en serio, porque siempre se burlaban de lo que era “un simple arbusto”. Para mí ya era impresionante que hablara, en mi isla estos no hacían esas cosas. Según lo que él me contaba, la normalidad era que los árboles, plantas y flores hicieran estas cosas, pero vivían ocultos, para evitar a los depredadores e insectos. Yo intentaba animarlo, le hablaba de que todos tienen algo especial, solo deben descubrirlo. Lo importante que debía hacer era aceptarse, tomar confianza en sí mismo, en ese momento notaría realmente su propósito. Recordé decirle que todos nacimos para grandes cosas, incluso los más pequeños, nuestras vidas tienen gran sentido, solo debemos buscarlo y esforzarnos por esto. Mi pequeño amigo arbusto parecía entender poco a poco lo que le decía, casi se le salían lágrimas al escuchar mis palabras. Solo le faltaba cariño y confianza en sí mismo. Llegamos a un pequeño espacio rocoso, al final estaba la cueva. Liupi me advertía que las ratas del Reino Rata se ocultaban entre las rocas, para capturar a los que querían ir a su tesoro, “las piedras brillantes”.
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Fuimos muy despacio, no queríamos llamar la atención, observábamos las rocas y no parecía haber ratas. Llegamos a los cristales; brillantes, en tonos morados, azules y de tamaños diversos. Eran los necesarios, con esto podríamos hacer el telescopio. Con partes de la cama, las sabanas, algunas hojas y lianas, ya tendríamos todo. Al dirigirnos a la salida, venía una gran rata cargada en su trono por otros roedores, era el Rey Rata. Nos quedamos viendo, pero era porque ambos estábamos sorprendidos, fue un momento curioso. Liupi me gritó que corriese. Corrí lo más que pude, mientras que un ejército de ratas nos perseguía. Liupi yendo sobre mi espalda me indicaba los mejores caminos para dirigirme. La persecución se hacía larga, pero mi pequeño amigo arbusto tuvo una gran idea, ir a las lianas, las ratas no podrían seguirnos el paso. Me columpié en ellas, varias de las ratas se quedaban atrás, algunas intentaban hacerlo y se caían. Al llegar, a donde estaba la cama, construí todo lo más rápido que pude, mientras lo hacía Liupi me hablaba de que quería conocer mi isla, un sitio donde estaría muy feliz. Las ratas posiblemente me seguían buscando, así que intenté que todo saliese perfecto en un tiempo corto. Quité el colchón de la cama y todo lo que agregase sobrepeso, entre las sabanas buenas que quedaban y hojas grandes armé cuatro velas. El hierro pesado lo remplacé por madera. Construí mi barco volador. Nos dirigimos al monte alto, aunque era grande, quedaba cerca y era fácil de escalar. Ya en lo alto, en el sitio lográbamos admirarlo todo. Las copas de los árboles parecían formar una gran alfombra verde. El cielo estaba despejado, aquel viento se había llevado todas las nubes. Con el telescopio pude ver varias islas flotantes, no localizaba la mía, pero sabía que debía estar entre esas. Me preparaba para volar, Liupi estaba muy emocionado, pero las ratas aparecieron de entre las rocas del monte, de algún modo sabían nuestro plan y nos emboscaron. De igual modo icé las velas y corte los amarres. Las ratas se sujetaban fuertes al barco, tenían fuerza, lo jalaban hacia el suelo.
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Liupi me sonrió y me dijo “hasta pronto”, se abalanzó contra las ratas. Yo logré despegar, pero veía como mi pequeño amigo se entregaba a ese ejército. Pensé que le pasaría algo malo, porque lo mordieron varias veces, pero empezó a brillar, le salieron flores y de un momento a otro se convirtió en un gran arbusto, creo que el más hermoso que había visto en mi vida. Me iba alejando, observaba como aquel gran árbol se convertía en un icono de la montaña, estaba seguro que al menos para mí, se llamaría el monte Liupi y el arbusto Liupi sería la planta más hermosa de todas. Logré llegar a mi isla, escribía todo lo que había visto, pensaba en Liupi y en mi aventura. Con mi barco volador, solo sería el principio. Mientras revisaba el pequeño bote, conseguí una ramita, decía “Gracias por ayudarme a encontrarme y por enseñarme que todos tenemos un gran valor”. Decidí sembrarlo en mi jardín, sería la manera de ver de nuevo a mi amigo. Las aventuras de nuestro amigo Clocko apenas inician, desde ahora podrá dedicarse a explorar todo el mundo en el que vive, e igualmente seguiría cuidando de su hermoso jardín.
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Una pequeña tortuga que cuida su jardín se encuentra con una gran adversidad que lo hace salir de casa. Intentando volver a su hogar, ayudará a un pequeño personaje y descubrirá que es un gran explorador.