EL DESCUBRIMIENTO DEL OXIGENO Joseph Priestley (1733-1804)
A
L REGRESAR DEL EXTRANJERO, ME PUSE A TRABAJAR CON EL mercurius calcinatus (óxido rojo de mercurio), que me había suministrado Mister Cadet; y con un grado de calor muy moderado saqué como de un cuarto de onza de él, una onza de aire, el que advertí que no se embebía rápidamente ni en la sustancia de donde había salido (pues dejé que siguiesen juntos largo tiempo antes de trasladar el aire a otro lugar) ni en el agua en que dejé que estuviese el dicho aire bastante tiempo antes de hacer con él ningún experimento. En el aire, como me lo esperaba, ardía una vela con vívida llama; pero lo que observé entonces (19 de noviembre) por vez primera y me sorprendió no menos que el hecho que había descubierto antes, fue que, bastando unos pocos momentos de agitación en el agua para privar al aire nitroso modificado de su propiedad de permitir que en él arda una vela, tras de agitar este otro más de diez veces, lo que hubiera bastado para producir semejante alteración en el aire nitroso, ningún cambio sensible se producía en él. Siguió ardiendo en él con llama vivaz una vela: y en nada hizo disminuir el aire común, como había observado yo que lo hace en cierta medida el aire nitroso que se halla en tal estado. Pero me sorprendí mucho más cuando, después de permanecer dicho aire dos días en contacto con el agua (la cual le disminuyó el volumen como un vigésimo), lo agite violentamente en el agua durante unos 5 minutos y hallé que en el ardía una vela tan bien como en el aire ordinario. El mismo grado de agitación habría dejado apto para la respiración el aire flogistizado y nitroso; pero ciertamente habría apagado una vela. Estos hechos me llevaron al pleno convencimiento de que tiene que existir una diferencia muy palpable entre la constitución del aire que se saca del mercurio calcinado y la del aire flogistizado y nitroso, a pesar de la semejanza que tienen en 75