A capite ad calcem PALACIO DE LA ESCUELA DE MEDICINA
A capite ad calcem
UNA MIRADA ANTROPOLÓGICA Y UN ITINERARIO FOTOGRÁFICO SOBRE LA COLECCIÓN DEL PALACIO DE LA ESCUELA DE MEDICINA
D.R. © 2017
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
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PALACIO DE LA ESCUELA DE MEDICINA
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ISBN: XXX XXX
Impreso y hecho en México
Printed and made in Mexico
A capite ad calcem
UNA MIRADA ANTROPOLÓGICA Y UN ITINERARIO FOTOGRÁFICO SOBRE LA COLECCIÓN DEL PALACIO DE LA ESCUELA DE MEDICINA
MICHEL ZABÉ FOTOGRAFÍAS MINERVA ANGUIANO MIGUEL ÁNGEL ECHEGARAY TEXTOS
Contenido
Presentación 9 Una historia clínica de la colección del Palacio de la Escuela de Medicina
17
Introducción 19 El motivo: la colección
23
El medio: la fotografía monocromática
27
La traducción: la enfermedad
31
Aparición 35 Exploración y anamnesis
41
Inspección y palpación
47
Los estudios de laboratorio y de gabinete
55
La impresión diagnóstica
61
Tratamiento y terapéutica
67
Prognosis 71 Michel Zabé: la fotografía contra las apariencias
79
Itinerario 85 Créditos 173
PRESENTACIÓN
A capite ad calcem es una antigua máxima de la profesión médica. Norma que conmina a efectuar la revisión y el examen exhaustivos de una persona, literalmente, “de la cabeza a los pies”. Podemos servirnos de esta misma frase, metafóricamente, para acercarnos más y tener un mayor conocimiento de la anatomía de nuestra orgullosa institución: recorrerla con paciencia y observar todas las cosas que le insuflan vida. Apreciarla en sus funciones y sistemas, en sus áreas y departamentos, en su conjunto de colaboradores y trabajadores, al igual que ponderar su acontecer. Como es sabido, la práctica médica y su enseñanza, así como el ejercicio de la investigación biomédica, son de larga data en México, a grado tal que están enraizadas en nuestro devenir tanto humano como histórico. Muestra palpable de ello, es el legado científico e intelectual con que contamos en el Palacio de la Escuela de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se trata de disciplinas sumamente dinámicas que han repercutido positivamente en el ámbito de nuestra vida diaria y que nos han permitido conformar valiosos acervos, testimonios y recreaciones cuyo aprecio no se da solamente entre los especialistas de nuestras materias. Este notable patrimonio, depositado en uno de los recintos novohispanos más significativos del Centro Histórico de la Ciudad de México, compendia distintas épocas del desarrollo de la medicina en nuestro país. Gracias a éste, es posible también reflexionar y comprender el espíritu científico que a lo largo del tiempo han desplegado numerosas generaciones de médicos e investigadores universitarios. A diferencia de otras colecciones, en ocasiones llamadas de “antigüedades”, que reúnen instrumentos curiosos y en desuso o que exhiben malformaciones humanas más cercanas a una añeja y supersticiosa teratología, el museo del Palacio de la Escuela de Medicina ha mantenido su misión de divulgar, con rigor y seriedad, los desequilibrios que ocurren entre dos estados clave de cualquier ser humano: la salud y la enfermedad. La actividad de un museo no se reduce solamente a la conservación de sus colecciones y al mantenimiento de sus instalaciones, su finalidad primordial es la de ser un espacio vivo y animado, incluyente y solidario - 9 -
con sus visitantes, especialmente, con los más jóvenes. De ahí que también propicie nuevas miradas y lecturas, tanto de sus espacios como de su repertorio de objetos, documentos y equipos clínicos. El estímulo de reflexiones actuales junto a novedosas imágenes fotográficas es, precisamente, lo que caracteriza a este original volumen que enriquece el catálogo de publicaciones que año con año auspiciamos y distribuimos. En este libro, los lectores encontrarán una aproximación escrita desde la estética y la antropología, acompañada de un ensayo fotográfico, en blanco y negro, que nos muestra un punto de vista inédito de la colección y el despliegue museográfico que reviste a las distintas salas con que cuenta el museo. Una reflexión y una serie de imágenes que sugieren una alternativa para recorrer un ámbito privilegiado del conocimiento médico sobre el ser humano.
Dr. Germán E. Fajardo Dolci
Director de la Facultad de Medicina Universidad Nacional Autónoma de México
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Una historia clĂnica de la colecciĂłn del Palacio de la Escuela de Medicina Minerva Anguiano
Introducción
La historia clínica es el arte de ver, oír, entender y describir la enfermedad humana. El museo científico se ha constituido a la par de esta práctica disciplinar; a través de éste, se pueden estudiar los cambios y las reformulaciones que la ciencia hace de diversos tópicos. El espacio museístico se convierte en un contenedor de ideas, las cuales quedan asentadas en los soportes escriturísticos necesarios para su trascendencia: ensayos, libros, exposiciones y conferencias se conservan minuciosamente, pues se busca acrecentar una memoria que permita resguardar más ideas y más conocimientos. Haciendo eco del interés de preservación histórica del devenir museológico, encontramos que cada día es más frecuente la preocupación por el registro de las decisiones narrativas que se elaboran. De este modo, no sólo se conservan los catálogos, las listas de obras y los múltiples documentos burocráticos que ocupan al museo: parte importante de esta historia está en su registro fotográfico. Es a través de esas imágenes, que se devela el paso del tiempo y, a la vez, se hacen visibles los fantasmas1 del pasado, que en muchas ocasiones han permanecido ocultos a las narrativas. Por medio de las fotografías se descubren personajes, objetos, modas, instrumentos, ideas, modos de hablar, entre muchos otros elementos. No obstante, la impresión fotográfica de registro ha sido un tema olvidado y es una reflexión pendiente en la reconstrucción de las historias. Es importante destacar que escasamente se hace referencia a lo que esas impresiones revelan a nivel simbólico e, incluso, se ha obviado cómo trascienden éstas en tanto documentos históricos, ilustraciones y agentes narrativos.2 En este libro, detendremos nuestra mirada en el registro fotográfico y delinearemos como objetivo principal, revisitar el rico y complejo continente de objetos que resguarda el Palacio de la Escuela de Medicina, a través de la mirada que imprime la fotografía en blanco y negro de Michel Zabé. 1 Concepto usado por Walter Benjamin para referirse al papel que juegan los objetos en el plano de la obra surrealista. El fantasma aparece cuando el tiempo, la mirada, o bien las circunstancias, permiten que el sujeto se aproxime y reconozca la totalidad de lo que observa. 2 Burke, P. (2001). Visto y no visto: El uso de la imagen como documento histórico. Barcelona: Crítica. Hace referencia a la anestesia histórica ante lo visual, para ello propone desdoblar la imagen en documento, en texto. Este ensayo fue fundamental para profundizar en torno a la historia crítica, la cual rompe paradigmas de la construcción de la historia basada única y exclusivamente en la forma sígnica.
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Este objetivo representó un reto, pues podríamos sucumbir a la noción catalográfica que impone un corpus de imágenes de obras y objetos clasificados bajo órdenes racionalistas e ilustrados. De ahí que nos diéramos a la tarea de trazar una propuesta metodológica que nos permitiera adentrarnos en las cualidades estéticas y artísticas de la fotografía y, al mismo tiempo, destacar cómo es que estas imágenes contienen la evidencia de la enfermedad y del tránsito por ésta, ya que congelan situaciones, gestos e intenciones. Es importante destacar que la categoría enfermedad es tan compleja y contradictoria que merece que intentemos desentrañar algunas de sus múltiples dimensiones. Es por esta razón que partimos de aquella como un proceso pleno de ambivalencias y, en el cual los planos de la subjetividad se entrecruzan con la ciencia. Lo anterior empata, además, con la experiencia que se registra en el público durante la visita a las salas de este museo, al desplazarse por su imponente arquitectura y enfrentarse a lo sorprendente de la medicina y a la manifestación devastadora de la enfermedad. Así, lo que aquí se presenta es una historia clínica3 de las imágenes, una historia que se detiene tanto en el signo como en el síntoma, y que basa sus preceptos en los objetos que constituyen a la colección, los cuales son explorados, observados, analizados, interpretados y “curados”, término que aplica tanto para la ciencia médica, como para la ordenación conceptual de poéticas artísticas. Es probable que la estrategia metodológica aquí desarrollada resulte de enorme atrevimiento, toda vez que entreteje ciencia y expresión sensible, al igual que método con accidente.
3 La metodología que aquí se reproduce es la propuesta en Surós Batlló, J. y Surós Batlló, A. (2001). Semiología médica y técnica exploratoria. Barcelona: Masson.
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El motivo: la colección
Las colecciones que resguarda el museo son un motivo constante e inagotable de reformulación, indagación y escritura. En el ensayo Narrar y narrar de nuevo: la colección del Museo del Palacio de la Escuela de
Medicina4, se reflexiona en torno a la singularidad de los objetos múltiples y variopintos que se resguardan en este recinto. En dicho volumen, destacamos que, a diferencia de las colecciones de los museos de arte, arqueología e historia, los objetos que se encuentran en el museo científico —y en el caso particular de este museo— son adminículos, instrumentos y hallazgos que en su mayoría fueron sustraídos de lo cotidiano, es decir, de la llamada prosaica.5 En aquel texto retomamos la categoría de lo infraordinario enunciada por Georges Perec6, quien, con ese término, alude a objetos que no fueron concebidos como piezas de deseo y que fueron desplazados o se mantuvieron en los márgenes de la historia de las cosas bellas que figuran en el mundo estetizado; objetos vulgares en la era de la visualidad que, sin embargo, se exhiben en las vitrinas y anaqueles del museo.7 Este generoso concepto de Perec permitió empezar a desentrañar esos objetos, repensarlos y despojarlos de su caparazón. Fue mediante ese ejercicio que las colecciones dejaron de ser comprendidas únicamente como materia, dimensión, temporalidad o especialidad y, en su lugar, se les otorgó una potencia de (re) presentación y de análisis que, en palabras de Michel Foucault, habría que concebir como textos. Para Foucault, el texto se refiere a toda producción cultural que requiere ser traducida e interpretada; puede ser una imagen, un signo, un objeto, una enunciación e incluso un gesto. Lo que en un principio designamos como objetos a estudiar se transformó en el estudio de otros textos: las cédulas, el mobiliario, la arquitectura o los carteles, y todos ellos vistos a través de la lente de la cámara fotográfica. 4 Anguiano, M. y Clasing, V., (2015). “Narrar y narrar de nuevo: la colección del Museo del Palacio de la Escuela de Medicina” en Voces y Ecos del Palacio de
Medicina. Desde la Plaza de Santo Domingo a los anexos de la calle de la Perpetua. México, D.F.: UNAM. pp. 85-103. 5 El concepto de la prosaica es una propuesta derivada de la lectura de Mandoky, K., (2006). Estética cotidiana y juegos de la cultura Prosaica I, México: Siglo XXI Editores. Se basa en una reflexión sobre cómo se insertan los objetos de la cotidianidad en la estética de las bellas artes. La prosaica es el atrevimiento de traspasar las fronteras categóricas. 6 Perec, G., (2013). Lo infraordinario. Buenos Aires: Eterna Cadencia. 7 Anguiano, M. op. cit. p. 92.
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En ocasiones, el texto es ilegible e incluso invisible para el receptor, esto se debe, en parte, a la experiencia que acompaña a cada sujeto dentro del museo: estado de ánimo, agotamiento, preocupaciones, intereses circunstanciales, etc. Por otra parte, se encuentra condicionado por los requerimientos de la traducción que exige el texto: contemplación, conocimientos a priori, procesos de asimilación y apropiación. A esta operación de traducción se suma la experiencia del espectador ante estos textos, es decir, al hecho de que el público siempre trae consigo una escritura anterior, una escritura que se refiere a la enfermedad, al dolor, a la ciencia y también al museo. La lectura del texto siempre está mediada por la intertextualidad del sujeto que lee, observa y sintetiza. El proceso intertextual es fundamental pues orienta la experiencia de cada persona frente a lo que observa, creando una condición fenomenológica y discursiva muy particular. Es en esa singularidad y posible multiplicidad de experiencias que reflexionamos sobre una condición obviada en los museos: la comprensión y estimulación de la experiencia que vincula al sujeto con el recinto. Lo anterior no se refiere a una evaluación cuantitativa de procesos de diagnóstico en torno a la adquisición de saberes concretos sino a una aproximación al proceso de adhesión significativa de conocimiento, no sólo científico sino también personal. La fotografía resulta ser un medio idóneo en este proceso de estimulación, pues deviene en un vaso comunicante que ofrece la oportunidad de detenerse en la imagen: observar sus líneas, formas, luces, sombras, composición y estética. Aludiendo de nuevo a Foucault, la fotografía, al ser un documento visual, registra tanto un texto como una intertextualidad, por lo que es el soporte ideal para poner en primer plano el motivo principal del museo: su colección.
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El medio: la fotografía monocromática
Partimos de la premisa de que la fotografía es evidencia, ya que “repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”8. La fotografía congela un todo, en otras palabras, en el encuadre fotográfico se integran tiempo y espacio: “es el Particular absoluto, la Contingencia soberana, mate y elemental”9. No existe anticipación ni dilación, es el instante del acontecimiento, que es también acontecimiento. La imagen fotográfica se inscribe entre el texto y la intertextualidad, dado que es un plano que se define por la mirada del fotógrafo, por su experiencia corporal e intelectual y por el ejercicio de selección, enfoque, encuadre y disparo que ejecuta. En éste plano se imprimen órdenes de lo cotidiano que son fantasmas, imágenes que sólo se pueden reconocer y desentrañar en su significación compleja cuando salen de ese terreno cotidiano y conocido. Dichos fantasmas son “presencias ausentes”, representaciones que se revelan al paso de los años. Lo que contiene la fotografía es el caos, lo inclasificable y lo indescifrable. Podemos sostener que al enfrentarnos a un corpus de imágenes fotográficas, estamos frente a un concierto polifónico de un mismo acontecimiento. A decir de Susan Sontag, “la fotografía es el culmen de la existencia”10, juicio con el que quería evidenciar cómo es que con esa simple impresión se podrían desatar otras reflexiones, otras ideas y, en consecuencia, otras historias. De ahí que las imágenes fotográficas que aquí se presentan, sean, como se apuntó antes, texto e intertexto, registro e idea; pero de ahí también, que su lectura sea una de las múltiples realizables. La decisión de presentar imágenes en blanco y negro obedece a un proceso reflexivo del fotógrafo, quien reconoce en la cromática una experiencia de apriorismos emotivos en el espectador. Para Zabé, el color funciona como un catalizador de ideas, emociones e interpretaciones, por lo que decidió decantar las emociones cromáticas generadas por el color y exaltar los valores formales y poéticos de las imágenes en su acepción monocromática. De este modo, fotografía, instante y poética se unen en sus encuadres. 8 Barthes, R., (2014) La cámara lúcida. México D.F.: FCE. p. 26. 9 Idem. 10 Sontag, S., (1996). Sobre la fotografía. Barcelona: Edhasa.
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La traducción: la enfermedad
Los textos registran un código de comunicación que se transmite por un medio. Esta operación semiótica adquiere una dimensión interpretativa cuando se devela la poiesis, es decir, cuando se distingue al “director de la orquesta”, el cual posibilita la comprensión de la significación fotográfica. En este caso, lo que la fotografía establece como lectura de la colección es la enfermedad o, dicho en otras palabras, la insaciable búsqueda de la salud, por lo que la condición de ser/estar enfermo se convierte en agente comunicante de las emociones, preocupaciones y expectativas. Vivir o atravesar una enfermedad se reconoce, en principio, como una experiencia absolutamente personal que incide en el plano corporal y mental, aunque en gran medida la configuración del sujeto “enfermo” esté reglada por órdenes sociales y morales. También es cierto que el paso por las etapas de padecimiento, dolor, devastación y pauperización del cuerpo tienden a rebasar los límites marcados por los propios pacientes, obligándolos a reconstituirse desde las múltiples dimensiones que se conocen. No es en balde que, cuando se han liberado de tratamientos médicos dolorosos y agotadores, las personas utilicen la expresión popular: “Volví a nacer”. La enfermedad se interpreta, entonces, como el umbral que deja en el pasado a un sujeto para reencarnarse en otro. Es la ventana del descubrimiento de lo inasible e infinito del ser. Por lo tanto, la enfermedad y sus posibilidades de definición y estudio nos remiten a las múltiples teorías que han contribuido al estudio del cuerpo humano y a la búsqueda de su bienestar. ¿Qué significa la enfermedad? Ésta es la pregunta obligada cuando afirmamos que se trata de un elemento que traduce; y por lo tanto, es necesario trazar las coordenadas en que está comprendida. La pregunta es abierta y propicia el desarrollo de textos y discusiones. Por eso recurro, mientras busco una respuesta, a la escritora Siri Hustvedt, quien explora el porqué de ciertos fenómenos patológicos. En su interesante libro
La mujer temblorosa: o la historia de mis nervios11, la autora estadounidense trata de entender el padecimiento que enfrentó cuando leía un discurso en homenaje a su padre. Hustvedt cuenta que, a la edad de 51 años, estando frente a un nutrido auditorio, comenzaron a temblarle las manos y los pies: sus rodillas chocaban una contra otra y todo su cuerpo era inestable. Sin embargo, su 11 Hustvedt, S., (2010). La mujer temblorosa: o la historia de mis nervios. Barcelona: Anagrama.
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voz y su pensamiento se mantuvieron intactos todo el tiempo. Esa experiencia personal motivó una intrincada polémica que visibiliza las múltiples formas de ver y entender el cuerpo humano. Algunos especialistas le dijeron que sufría un problema de histeria, mientras que otros lo atribuyeron a una posible epilepsia. Otros más parecieron detectar nuevos padecimientos y enfermedades: ataques de pánico, trastornos de personalidad múltiple (particularmente de personalidad disociada), síndrome de estrés postraumático, fueron varios de los varios nombres que adjudicaron a sus estremecimientos. Al margen de tales juicios, Hustvedt narra, de manera elocuente, cómo es que la enfermedad constituye al hombre desde dimensiones psíquicas y físicas, las cuales hacen más complejo el equilibrio entre la enfermedad y la salud. Describe lo que significa internarse en un proceso de reconocimiento del cuerpo y de su sintomatología, a través de la ciencia médica, y equipara esta experiencia con adentrarse en un extenso laberinto barroco. Un Dédalo ante múltiples caminos sin salida, todos los cuales obligan al enfermo a volver al punto de partida. La enfermedad se vuelve un tránsito que no se sabe cuánto durará, pero que nos hace reconocer nuestro cuerpo y nuestra capacidad de adaptación al entorno que nos rodea. Partimos de la idea de que la enfermedad es, a un mismo tiempo, personal y social, que puede ser física o psíquica y que puede, además, encontrar su ansiada “cura” en lugares diferentes, aunque en teoría la enfermedad sea la misma. Es bajo estos términos que podemos iniciar la historia clínica de estas imágenes, tomando como referencia el curso por el proceso de la enfermedad: aparición, exploración y anamnesis, inspección y palpación, impresión diagnóstica, estudios en laboratorio y gabinete, tratamiento y prognosis.
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Aparición
En principio, la cuestión radica en saber si se transita por la ruta de la salud o por el sendero de la enfermedad. Estar enfermo expresa un estado en el cual lo amorfo, lo inconmensurable, lo indefinido y lo difuso aparecen. ¿Qué significa estar enfermo? ¿Qué y dónde se siente o se deja de experimentar la enfermedad? ¿Cómo vivo con la enfermedad o en la enfermedad? ¿Cómo reconocer que me “ataca” esa amorfa masa invisible? ¿De dónde proviene? ¿En qué me transformará? Éstas son tan sólo algunas de las preguntas más acuciantes que nos hacemos cuando, en el trayecto de la vida, se plantea la posibilidad de la enfermedad. En su acepción más básica, la enfermedad, según el Diccionario de la Real Academia Española, remite a una “alteración más o menos grave de la salud, a una pasión dañosa o alteración moral o espiritual, o bien, a una anormalidad dañosa en el funcionamiento de una institución, colectividad, etc.” Así pues, está inserta tanto en el cuerpo físico, como en el psíquico y en el social. Es “la cosa”12 que se filtra a través de la más mínima grieta. Susan Sontag sostiene que “la enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos [...] tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”13. La misma autora señala también que la enfermedad es más que una circunstancia fáctica comprobable, una construcción plena de metáforas en disputa: el orden social, moral y ontológico. De ahí que salud no solamente signifique bienestar y que enfermedad no sea únicamente padecer. La enfermedad y su multiplicación metafórica encierran hipernarrativas que tratamos de reconocer y precisar aunque sea precariamente. Entre más nos desviamos hacia la enfermedad, más nos preguntamos: ¿todos enfermamos igual? Cuando padecemos, ¿lo hacemos todos del mismo modo? ¿Lo que algunos suponemos enfermedad, otros suponen entrega galopante a la vida? 12 Concepto desarrollado por Calabrese, O., (1989). La era neobarroca. Madrid: Cátedra. Refiere a todas las formas informes, las cuales tienen la cualidad de transformarse en el cuerpo en el que habitan, “la cosa” para Calabrese es todo aquello que es en ocasiones intraducible e inexpresable en forma lingüística, formal o emocional, pero que en la era actual pareciera estar presente en diversos ámbitos de nuestra vida cotidiana. 13 Sontag, S., (1996). La enfermedad y sus metáforas y, El sida y sus metáforas. Madrid: Taurus. p. 6.
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Tendríamos que comenzar por analizar cómo aparecen y se significan las enfermedades, dado que cada cuerpo está configurado, está constituido y es narrado de manera diferente. Algunos suponen que la enfermedad se presenta como un signo o un síntoma, como algo que acontece en el cuerpo y que lleva al sujeto a un estado alterado. No obstante, como sugiere Sontag, la enfermedad aparece cuando es designada y su enunciación y categorización circunscriben al sujeto a una nueva etiqueta. Karl Menninger14 reflexionaba en torno a dicha enunciación, reconociendo que al ser “etiquetados” bajo los cargos que significan a la enfermedad, varias de las esferas de la vida cotidiana del enfermo se veían directamente afectadas, por lo que el pronóstico casi siempre era menos favorecedor y conducía, inexorablemente, a la expulsión del paciente del “mundo de los sanos”. El sujeto enfermo empieza a desplazarse en una nueva geografía en la que, de pronto, debe traducir lo que acontece en su vida y en su cuerpo. Hay algo en los procesos de enfermedad que nos hace considerarnos excluidos, apartados y desconectados porque, aunque compartimos códigos y símbolos “parecidos”, es en estos momentos que esbozamos un cuerpo diferente, único e intransferible. Toda nuestra experiencia pasa a través del cuerpo, por ello Michel Foucault dice que somos puro cuerpo; el cuerpo es un locus multidimensional, es decir, un vértice donde coinciden y coexisten varias corporalidades, algunas configuradas desde las ciencias del “saber” y otras desde la “experiencia”, pero todas, siempre o casi siempre, ancladas a nuestro pasado y a nuestras adherencias históricas. De este modo, la aparición, enunciación y categorización de la enfermedad tiene particularidades históricas, morales, religiosas, sociales e incluso raciales. Basta echar una mirada a la concepción de salud-enfermedad en la Antigüedad clásica, cuando se pensaba que las enfermedades surgían de los dioses, como también de ellos provenía la cura. Después, como es sabido, Hipócrates estableció un cambio fundamental en la concepción de la enfermedad, volviendo responsables a los seres humanos. Éstos provocaban sus propios males a consecuencia de la gula, la pereza y toda clase de excesos, motivo por el cual la medicina hipocrática desarrollaría la díaita, una propuesta de organización del estilo de vida. La díaita contemplaba el manejo ordenado de la luz, el aire, el agua y el calor; el consumo moderado de comida y bebida; el ritmo del movimiento y el reposo, del trabajo y el tiempo libre; la diferencia entre el sueño y la vigilia; el equilibrio de las excreciones y las secreciones, y el control de las emociones y la ecuanimidad mental.15 La medicina monástica medieval, representada por Hildegard von Bingen, partía de la premisa de que las enfermedades eran causadas, sobre todo, por un estilo de vida desmesurado. Según lo detalla en su tratado médico Causae et curae16, las enfermedades se desarrollaban en cuatro áreas: la divina, la cósmica, la corporal y la mental. Este sistema recuerda, de manera obligada, a la patología humoral, presente desde la Antigüedad clásica, aunque se diferenciaba de aquélla por el énfasis religioso que la caracterizaba. Del mismo modo, podríamos hacer referencia a lo que hoy se denomina medicina indígena, cifrada en la comprensión del cuerpo en conexión con su sociedad y en la que la enfermedad está vinculada, frecuentemente, a la alimentación, a la incorrecta observación de las costumbres o a agentes externos. Por su parte 14 Menninger, K. (1963). The Vital Balance; The Life Process in Mental Health and Illness. New York: Viking Press. 15 Kerckhoff, A., & Urbanek, E. (2015). La enfermedad y la cura: Conceptos de una medicina diferente. México: FCE. p.15. 16 Citada en Kerckhoff, A.
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la cura es proporcionada por los vínculos con la “naturaleza”, la cual dota de equilibrio al cuerpo: “sacando el aire, quitando el frío, curando el ojo”. Si realizáramos una evaluación de los diferentes momentos de la medicina y de cómo es que éstos han explicado por qué se enferma el cuerpo, encontraríamos que, en su mayoría, tanto en Oriente como en Occidente, es una constante la intención de psicologizarla. Siguiendo a Susan Sontag, “psicologizar es como manejar experiencias y hechos (enfermedades graves, por ejemplo) sobre los que el control posible es escaso o nulo. La explicación psicológica mina la «realidad» de una enfermedad”.17 Psicologizar se hace necesario para dar sentido a ese nuevo cuerpo que se constituye, para tratar de encontrar, en nosotros mismos, una posible cura. Sontag afirma que la metáfora más efectiva de la enfermedad es suponerla o atribuirla a la naturaleza del que la porta, y que ésta es una de las razones por las que, en ocasiones, el enfermo no explora los caminos por los cuales podría llegar a la cura anhelada. De este modo, la medicina intenta construir sus propias metáforas, al tiempo que trata de nutrirse de imágenes y objetos que sean capaces de comprobar cómo, eventualmente, el sujeto regresa al reino de los sanos.
17 Sontag, S., (1996). op. cit., p. 27.
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Exploración y anamnesis
La práctica médica, en el ámbito clínico, es una disciplina que basa sus exploraciones, indagaciones y formulaciones en la mirada. Éste es su instrumento principal de identificación y exploración: tanto la mirada macroscópica como la microscópica, que transparenta el cuerpo y lo recorre a capite ad calcem.18 Según Foucault: “La clínica es probablemente el primer intento, desde el Renacimiento, de formar una ciencia únicamente sobre el campo perceptivo y una práctica sólo sobre el ejercicio de la mirada”19. Con esta premisa nos invita a reflexionar sobre cómo el sentido de la vista y del procesamiento de la información que recoge —y también por medio de los conocimientos previos e intertextuales—, se descubren algunas nociones para nombrar eso que ataca al cuerpo. No obstante, esa mirada está pautada por la exigencia disciplinar que obliga al observador a adquirir herramientas y habilidades para acceder a los múltiples niveles de lectura. La mirada clínica formula sus expedientes a partir de la demarcación del cuerpo del enfermo, consignando desde los rasgos más generales y aparentemente reconocibles para todos hasta las particularidades menos exploradas y conocidas de la biología y geografía del cuerpo. Podríamos igualar la mirada clínica a esa otra mirada que se concentra en la comprensión de programas iconográficos y teológicos, artísticos y científicos. Cada uno de sus niveles demanda, de la mirada, distintos procesos de asimilación, conocimiento y traducción. El primero es el que ocurre por el contacto inicial con el paciente. Un acercamiento preliminar que está regulado por la identificación genérica de la persona: nombre, apellido, grupo étnico, edad, sexo, estado civil, ocupación, hábitos de vida, actividades físicas y deportivas, lesiones sufridas con anterioridad y hábitos alimentarios. Tras el acercamiento preliminar, prosigue la genealogía clínica de la familia, de la cual se pasa al proceso de valoración e interrogatorio que permite dibujar un cuadro interpretativo holístico, mismo que orienta al médico sobre la predisposición a ciertas enfermedades. Estos antecedentes hereditarios se clasifican, a su vez, en patológicos y no patológicos, etiquetas que comienzan a encaminar el proceso de la enfermedad como el recorrido efectuado por algunos de nuestros antecesores. Esto obliga al paciente a reconstruir su historia desde la mirada del mundo de los enfermos y se traduce en una nueva configuración personal. 18 Información aportada por el paciente y por otros testimonios para confeccionar su historial médico. (RAE). 19 Foucault, M. (1980). El nacimiento de la clínica: Una arqueología de la mirada médica. México, D.F: Siglo XXI Editores. p. 160.
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La identificación del enfermo está basada, inicialmente, en lo que alcanza a percibir el médico por medio de la vista, es decir, en lo que se hace evidente a su mirada: sobrepeso, alteraciones en la piel o en el cabello, higiene general, entre otros elementos. Esta evaluación, por supuesto, se completa a través de la palabra, de la traducción lingüística que hace el paciente de su vida, sus antecedentes y sus dolores, punciones y sensaciones. El paciente es inducido a un ejercicio complejo: recuperar la seguridad de su cuerpo, por medio del mundo estructurado. En medicina, a este proceso se le conoce como interrogatorio o anamnesis, mismo que requiere de una enorme sensibilidad del médico y del paciente, ya que la traducción de la enfermedad resulta ser en ocasiones una empresa casi surrealista: como cuando se narra un sueño del que se conserva su contenido, pero que resulta complicado referirlo oralmente y en ocasiones hasta vergonzoso. La anamnesis ha sido un tema de estudio constante y de discusión sobre sus obstáculos: ¿hasta qué punto esa enunciación e interpretación lingüísticas de la enfermedad puede ser una construcción a posteriori que decanta su narrativa por condiciones morales, religiosas o por simple imposibilidad expresiva? Andrés Bello reflexionó profundamente sobre esto. En su texto Filosofía del entendimiento apunta sobre esa condición enunciativa de lo ausente: “La palabra anamnesis sugiere la idea de la ausencia del objeto, porque cuando lo tenemos presente y lo conocemos por medio de afecciones vivas y distintas, no es natural que hagamos caso de aquellos signos abreviados con que trabaja la memoria”.20 Consecuentemente, Bello determina que la anamnesis es una percepción que fue y ya no es. Es una copia de la percepción; copia de ordinario confusa, abreviada y algunas veces imperfecta y mendosa.21 En suma, este primer nivel de entrecruzamiento entre mirada y palabra, no es suficientemente capaz de reconocer lo que sucede en el cuerpo de aquel que se “confiesa”. No obstante, durante todo el transitar por la enfermedad, la voz del enfermo, pese a su compleja interpretación, será el elemento que subrayará el dolor o su desaparición del cuerpo, ya que, en última instancia, es solamente el cuerpo el que lo percibe. Agotado este primer nivel, en el que aún no aflora la capacidad de reconocer fehacientemente qué sucede en el cuerpo, el médico está obligado a trasladar su lectura a un segundo nivel, el cual requiere del contacto inmediato con el paciente, el cuerpo a cuerpo: la palpación.
20 Bello, A. (2015) Filosofía del entendimiento. Disponible en línea en http://www.saavedrafajardo.org/Archivos/belloentend.pdf p. 241. 21 Idem.
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Inspección y palpación
Octavio Paz escribió, en su poema Palpar: “Mis manos / abren las cortinas de tu ser / te visten con otra desnudez / descubren los cuerpos de tu cuerpo. / Mis manos / inventan otro cuerpo a tu cuerpo”. Aunque este poema alude a una experiencia amorosa, también esboza la condición de tocar el cuerpo del otro. Un cuerpo que, en principio, se muestra y se desnuda para un privilegio mayor: la salud. Un paso fundamental en el proceso de lectura del cuerpo enfermo es la palpación, el descubrimiento por medio del tacto. Este proceso se relaciona directamente con la mirada, pero, como se mencionó anteriormente, se trata de una mirada más específica y más aguda, que rebasa la exploración y se concentra en la inspección, es decir, es una mirada diagnóstica que interpreta la función y busca el problema que la obstaculiza. Aquí la vista inspecciona los hábitos y vestimenta, la actitud y postura, las facies, el estado general de nutrición, los datos biométricos, la piel, las uñas, las manchas y el movimiento del cuerpo. Esta mirada es capaz de reconocer particularidades que definen un cuerpo a tal grado que, a partir de ésta, se han formulado teorías que describen tipologías. algunas de ellas, hoy en día revelan cómo se comprendió, configuró, señalizó, racionalizó y enclaustró al cuerpo, se le ató a su dimensión psíquica. La teoría propuesta por Ernst Kretschmer22, por ejemplo, se centró en demostrar que la estructura física de las personas se asocia con cierto tipo de personalidad y, en el caso de las enfermedades psiquiátricas, con una perturbación peculiar. Por su parte, las tipologías formuladas por Sheldon y Stevens23, también buscaban explicar cómo es que un cuerpo era propenso a ciertas condiciones. De esta literatura científica, llaman particularmente la atención los recursos enunciativos, los cuales comprenden desde la apropiación de un lenguaje científico hasta la inclusión de una narrativa mayormente vinculada a la subjetividad: los tipos mesomórficos o somatotónicos. Tienen un relativo predominio de los órganos mesodérmicos (esqueleto, musculatura, aparato circulatorio) con un físico pesado, duro, atlético, de perfil rectangular, giran vitalmente alrededor del instinto de poder. Su placer estriba en el hacer, en 22 Describió cuatro tipos: pícnico, leptosomático o asténico, atlético y displásico. 23 Surós Batlló, A. (2001). op.cit. p. 30.
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desplegar una actividad máxima, de aquí que la fase más apreciada de la curva vital sea la juventud por ser en ella donde mejor se manifiesta su potencia física. De una agresividad competitiva manifiesta, carecen de piedad y presentan una gran resistencia para el dolor físico y también un instinto sexual poderoso y sin inhibiciones.24 De este modo, reconocemos cómo es que la práctica médica desquicia su discurso en el momento que trata de unir el cuerpo con las emociones, los temperamentos y las identidades que son informes. No obstante, el ejercicio de la inspección contiene a su vez muchas otras herramientas, como son la revisión de una estructura o una tipología física, la palpación que integra el tacto, la percusión, la auscultación, el olfato y la
temperatura; métodos, todos éstos, que intentan transparentar el cuerpo, penetrarlo y describirlo. Así, la mano clínica aparece en la imagen. ¿Cuántas imágenes médicas omiten la mano del médico? Muy pocas. Las manos, sea con sus guantes quirúrgicos o sin ellos, es una de las metáforas más elaboradas de la medicina y es gracias a ellas que puede accederse al cuerpo, sus órganos y sus fluidos. Con el tocamiento médico el cuerpo se fronteriza y se dota de decoro en su exploración. La palpación es una de estas formas orientadas por la inspección unimanual o bimanual. En general, esta técnica atiende a la región del tórax y el estómago, áreas donde, al menos espiritualmente, se concentran los sentimientos. El tacto, en contraste, refiere a la exploración de la zona genital: vulva, vagina, recto y ano, como su nombre lo dice, al ser una región “íntima” y clausurada, el procedimiento se presume inmediato, mínimo. La palpación se conecta con otros sentidos como el oído, que atiende la percusión, técnica que consiste en golpear levemente diversas regiones del cuerpo para producir resonancias; los golpes pueden ser directos e inmediatos, de “resorte” o mediales. Lo que es sorprendente de la percusión es la interpretación que deriva de los sonidos, ya que el médico analiza la intensidad, alturas del tono y timbre. La auscultación también está vinculada al sonido cuando el médico necesita registrar todos los ruidos que el cuerpo produce, sea de manera directa, colocando su oído sobre el cuerpo del enfermo, o bien, indirecta, cuando utiliza el estetoscopio o el fonendoscopio. Mirada, tacto y oído se reúnen en la exploración, pero antes de concluir el proceso se hace presente otro sentido: el olfato. Pareciera que los olores y las causas que los provocan no necesitan de lectura alguna en el ámbito de la vida cotidiana, pese a que es bien sabido que las emanaciones de algo o de alguien son capaces de evocar temporalidades, imágenes y sentimientos. Al observar las imágenes que incluye este libro, resulta imposible no pensar que los cuerpos despiden un olor que está relacionado directamente con ciertos padecimientos que fueron antes evaluados por un médico. Aunque Hipócrates afirmaba que “todos somos más o menos odoríferos”, nuestro olor es uno de los elementos más complejos a interpretar por los médicos, ya que las emanaciones pueden ser confundidas por efecto del medio ambiente, el sudor o las exhalaciones de cavidades como la nariz, la boca, la vulva y la vagina, o el ano y el recto, al igual que por las excreciones pustulentas o los exudados. De este modo, el registro olfativo de la enfermedad y la salud se convierten en moneda de cambio en el proceso exploratorio. 24 Desarrollaron tres tipologías: endomórficas, mesomórficas o somatotónicas y ectomórficas o cerebrotónicas.
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Un factor más a destacar es la temperatura del enfermo. Se detecta inmediatamente por medio del tacto y se ratifica con el uso de instrumentos que detectan hipotermia, distermia, febrícula, hipertermia y fiebre, las cuales significan distintos niveles de riesgo y gravedad. Todo este proceso de exploración e indagación en el cuerpo resume las generalidades de la evaluación, independientemente de la especialidad a la cual se canalizará posteriormente al paciente. Este proceso clínico es reforzado por lo que se conoce como métodos complementarios de exploración, mismos que se insertan en la práctica clínica moderna.
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Los estudios de laboratorio y de gabinete
Varios historiadores de la medicina sostienen que la contribución más importante para la práctica moderna de esta disciplina, fue hecha, hacia 1882, por el alemán Robert Koch: Rodeado de microscopios y muestras de tejidos animales, Koch empezó su charla narrando la espeluznante historia de la tuberculosis: si la importancia que tiene una enfermedad para la humanidad se mide por la cantidad de víctimas que causa, la tuberculosis debe considerarse mucho más importante que las infecciones que tenemos, como plagas, el cólera y similares. Una de cada siete personas en el mundo muere de tuberculosis.25 En dicha conferencia, Koch demostró la existencia del Mycrobacterium tuberculosis, mediante un novedoso procedimiento de tinción microscópica, y presentó pruebas que confirmaban cómo esa bacteria causaba la enfermedad. Esto significó una refundación de la etiología de la agresiva enfermedad y también de sus metáforas. Al mismo tiempo, demostró que los nuevos inventos, en relación a la práctica exploratoria de la enfermedad, podrían ser elementos importantes para la diagnosis. En el siglo XIX, como consecuencia de un periodo de ebullición científica, la invención de nuevo instrumental médico se vio incrementada exponencialmente. Se tiene registro de las convenciones que realizaban los médicos para presentar sus innovaciones y someterlas al escrutinio de sus colegas, al igual que para su posible comercialización. Sin embargo, los nuevos instrumentos y sus aplicaciones prácticas fueron considerados como adminículos complementarios y no como sustitutos de la clínica o de la mirada del médico. Las pruebas y evaluaciones de nuevos instrumentos se multiplicaron; entre otras innovaciones destacan el perfeccionamiento del microscopio y el descubrimiento de los rayos X en 1895 por Wilhelm Conrad Röntgen. La investigación de laboratorio cobró un impulso sin precedentes y se pusieron al día la imagenología y la farmacéutica. Se realizó el descubrimiento de los grupos sanguíneos en 1901, por parte de Karl Landsteiner; se logró la invención de la aspirina, por Felix Hoffmann, Heirich Dreser y Arthur Eichengrün —aunque en 1853 Charles Gerhardt ya había conseguido la separación del ácido acetilsalicílico—; 25 Surós Batlló, A. (2001). op.cit. p. 33.
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la invención del electrocardiógrafo por Augustus Desiré Waller y Willem Einthoven; la aplicación del encefalograma humano ideado por Richard Caton y Hans Berger en 1924; la invención del frotis papanicolau, concebido por Georgios Nicholas Papanikolaou en 1928; la creación de la mamografía sucedió en 1949, y la de la amniocentesis en 1952. Fue gracias a innovaciones como éstas que todos los flujos y órganos del cuerpo devinieron en objetos susceptibles de ser analizados, segmentados y evaluados.
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La impresión diagnóstica
La vida es breve; el arte, largo; la ocasión, fugaz; la experiencia, engañosa; el juicio, difícil. Hipócrates, Aforismos (I,1)
El diagnóstico de una enfermedad es el punto nodal de la narrativa del padecimiento, es el momento clave que perfila la trayectoria a seguir. El veredicto puede ser favorable o incierto y, en ocasiones, el resultado puede ser poco esperanzador. Por eso podemos decir que el todo de la enfermedad está contenido en ese instante, que parece durar toda una eternidad. Un instante que le da nombre al padecimiento, aunque no sea totalmente inequívoco y quizás por eso suele calificarse como “impresión diagnóstica”. Y es que se trata de un dictamen que puede variar, pues como señaló Hipócrates: el juicio es difícil y es falible. Aquí, todo juicio es perspectivo y puede ser resultado de una interpretación más próxima a la subjetividad que a la objetividad científica. Lo que llama poderosamente la atención es que, pese a que el diagnóstico pueda estar basado en un cierto rango de imprecisión, cuando se nombra y brota la enfermedad, enseguida se le añaden a ésta miedos, prejuicios, falacias y deformaciones. Susan Sontag reflexiona sobre esto, haciendo referencia al cáncer: A menudo se vive el cáncer como una forma de posesión demoníaca –los tumores son “malignos” o “benignos”, como las fuerzas ocultas–, y más de un canceroso acude aterrorizado a los curanderos en busca de exorcismos. […] Se agitan ante la masa, groseras estadísticas que sólo fomentan falsas esperanzas y terrores infantiles.26 Así como la etiqueta de cáncer contiene algunas connotaciones específicas, la mayoría de las enfermedades contienen, en su núcleo, estas configuraciones imaginarias. Cuando la enfermedad aún no encuentra su nombre, su origen y su devenir, tanto el paciente como el médico parecen deambular por una frontera indefinible, carente de significación concreta. Un no-lugar que, 26 Sontag, S., (1996). op. cit. p. 61.
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según palabras de Marc Augé27, es un espacio de tránsito en el cual no se es pero tampoco no se deviene en nada, un no-lugar, en donde no se configura el acontecimiento. El tránsito por estos no-lugares, estas fronteras indefinibles, puede ser tan prolongado o tan breve como la circunstancia lo permita y es en esta imposibilidad clasificatoria que un nuevo orden de explicación puede asentarse. Ngũgĩ wa Thiong'o en El brujo cuervo, escribió: Había muchas teorías sobre la extraña enfermedad del segundo soberano de la República Libre de Aburria, pero las que más se oían en labios de la gente eran cinco […] la primera, nació de la ira que en una ocasión brotó en su interior. […] La segunda decía que la enfermedad era una maldición proferida por un macho cabrío dolorido. […] Una tercera teoría, la cual decía que, puesto que nada subsiste para siempre, la enfermedad estaba relacionada con la duración de su reinado. […] La cuarta teoría aseveraba que su enfermedad tenía su origen en todas las lágrimas no vertidas que Rachael, su esposa legal, había retenido dentro del alma desde que había caído en desgracia. […] La quinta teoría: que la enfermedad era exclusivamente obra de los demonios que el soberano había albergado en una cámara especial de la casa de gobierno, los cuales le habían vuelto la espalda por ese entonces.28 Aunque el fragmento citado procede de una pieza literaria, más próxima a la tragicomedia, es una referencia elocuente sobre la necesidad imperiosa por obtener un diagnóstico y por saber qué es lo que sucede en el cuerpo, ya que al experimentar la incertidumbre las lecturas se tensan y la propia existencia entra en crisis. Es así que la impresión diagnóstica define en gran medida lo que devendrá en la experiencia y en el tránsito de la enfermedad; dibujar la silueta, el rostro y el color de este sujeto refundado, ahora desde su condición de enfermo.
27 Augé, M. (1998). Los no lugares, espacios del anonimato: Una antropología de la sobremodernidad. Barcelona: Gedisa. 28 Wa, T. N. (2015). El brujo del cuervo. Barcelona: Alfaguara. Libro electrónico. pp. 11-17.
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Tratamiento y terapéutica
Tratamiento, cura, método curativo, terapia. Higiénico, farmacológico, quirúrgico o físico. Analgésicos, anestésicos, ansiolíticos, antibióticos, anticonceptivos, anticonvulsivos, antidepresivos, antimicóticos, antipiréticos, cardiotónico, citotástico, acupuntura, fisioterapia, filoterapia, hidroterapia, quimioterapia, radioterapia, reposo, quelación. Cirugía: ortopédica, oral, plástica, torácica, cardíaca, oncológica, bariátrica, vascular, circular, pediátrica, neurocirugía. Contraindicaciones, efectos secundarios, efectos adversos, medicación, reacciones adversas. La lista es larga, vertiginosa, compleja, encriptada, en ella sucumbimos, nos perdemos.
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Prognosis
Se dice que la prognosis anticipa el acontecer de la enfermedad. Sin embargo, al igual que la diagnosis, ésta es inestable y puede cambiar de un momento a otro, ya que la recuperación de la salud deseada es tan variable como lo es la aparición de la enfermedad. La prognosis evalúa y determina si el estado de salud general o focalizado es satisfactorio, reservado, grave o muy grave. Estas palabras inciden sobre el estado general del paciente y pueden interpretarse como sentencias de muerte o posibilidades de vida. Con ellas se denomina la evolución de un padecimiento y se ayuda al paciente a atravesar por otros estadios de aceptación, resignación o negación de sus males. De acuerdo con la teoría antropológica, este recorrido podría entenderse como un rito de paso; es un punto del itinerario en que se trasciende el umbral que conduce a otro lugar, donde se determinará la vida o la muerte del cuerpo físico. En la realización de la prognosis se privilegia la vida, después la función y finalmente la estética. Los alcances de su evaluación califican sus fases como buenas, reservadas, graves o muy graves. El tema nos remite a La montaña mágica de Thomas Mann29, narración que hoy puede ser leída como un tratado sobre el peculiar proceso de establecerse ante la enfermedad: la aparición, la exploración y el diagnóstico, el tratamiento y el pronóstico. Mann introduce a los lectores en una clínica de enfermos de tuberculosis, donde no sólo describe a los pacientes sino que también expresa cómo es que la categoría evaluativa de los procesos de la enfermedad impone una atmósfera particular en el espacio de reclusión. Los personajes, sin importar su edad, sexo, nacionalidad o profesión, terminan por sucumbir en este ambiente. Más allá de su tono desesperanzador, pese a los pronósticos poco prometedores, Mann advierte la manifestación de la pulsión de vida y de salud entre los residentes. La voluntad de permanecer en un plano de la existencia que, paradójicamente, hace que cada uno de ellos experimente su enfermedad de modo diferente. Reconstruye, además, el recorrido del cuerpo por la enfermedad, el hastío que produce y la recurrencia 29 Mann, T. (2005). La montaña mágica. Barcelona: Edhasa.
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de las preguntas sobre lo qué le ha sucedido a ese cuerpo que, de pronto, dejó de obedecer a su mente. De igual modo, apunta tanto a la configuración de una nueva lucidez, como al agotamiento del cuerpo y al desvanecimiento de la salud. Es importante señalar que, en efecto, tras el proceso de la enfermedad, se desvanece la salud, al igual que se diluye la idea de que somos solamente un cuerpo sano; en su lugar, sin embargo, surge otro cuerpo que traza una nueva geometría sensible, que identifica su dolor de otra manera y que determina su salud desde otro ciclo. Como se indica en el comienzo de este texto, la enfermedad es un suceso que se vive de manera personal; en su ruta, además, nos acompaña el médico, quien transita, de manera igualmente inestable que el paciente, en dirección al reino de los sanos, al cual sólo ingresamos por un tiempo, por un periodo que será corroborado después, cuando la enfermedad aparezca de nuevo.
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Michel Zabé: la fotografía contra las apariencias Miguel Ángel Echegaray
La especificidad de la fotografía no radica en el aparato técnico que la produce. Hoy en día, con el advenimiento de las aplicaciones digitales, que han potenciado y popularizado la toma de instantáneas, casi cualquier persona tiene a su disposición en todo momento un artefacto tecnológico para registrar lo que le plazca e interese. Sin embargo, no todo el que usa una cámara es precisamente un fotógrafo ni un hacedor de imágenes significativas. Induce a error la sobrestimación del simple medio técnico, condicionado por las características básicas de que está dotado automáticamente: encuadre, distancia e iluminación convencionales. Es inmensa la cantidad de fotografías producidas por el uso de cámaras cada vez más diminutas y de auxiliares telefónicos. Pero solamente un número muy reducido de ellas alcanzan alguna trascendencia más allá de lo afectivo. El resto son apariencias, constataciones de lo obvio: nuestro último cumpleaños o la estadía veraniega en una playa. La fotografía, como objeto historiable, obliga a hacer a un lado al objeto técnico (necesario), para reflexionar sobre las imágenes mentales que anteceden a su captura y revelación visual e impresa, ya que sin una interpretación personal del mundo que percibimos, su recreación fotográfica es apenas una feliz nimiedad. Michel Zabé inició esta serie de imágenes sin recurrir a un previo “esqueleto”, como a él le gusta decir, para que quedaran finalmente impresas en un libro. Los medios técnicos que domina suficientemente desde hace décadas, lo acompañaron durante sus numerosas visitas al Palacio de la Escuela de Medicina. No fueron visitas estrictamente predeterminadas, pero tampoco la ejecución de sus registros fue arbitraria, pues la imaginación de Michel Zabé no está reglada por el simple azar o la constancia que se redime por el hallazgo fortuito. Zabé es un fotógrafo peculiar, vive en México por propia decisión y gusto, y no es posible ni fácil hablar de él a la manera en que nos referimos a otros “artistas de la lente”, calificativo que personalmente detesta. Dejemos su caracterización, en principio, en manos de un ambiguo epíteto: es un hacedor inclasificable de imágenes. Sus fotografías se hallan reproducidas principalmente en libros sobre el mundo de los museos y - 81 -
de objetos artísticos diversos. Parecen erigidas sobre una frontera sutil donde se relacionan la ilustración descriptiva y la abstracción iconográfica. A modo de ejemplo: capta la imagen de un antiguo microscopio, pero su mirada le imprime una especie de animación que lo convierte en un instrumento que parece meditar en un espacio dominado por una composición en claroscuro, otorgándole una nueva y desconocida identidad. Construye, pues, una pequeña narración que se aleja de la situación inanimada en que se exhibe dicho objeto. De ahí que su focalización sea siempre personal e inédita, y que sólo superficialmente nos remita a las apariencias convencionales y antes obviamente discernibles. Como lo demuestra este volumen, contra todo simplismo técnico, Michel Zabé, siguiendo un cuasi aforismo de Vilém Flusser, ejerce “la libertad de actuar en contra del aparato”. Aquí, ha pormenorizado el registro de una herramienta quirúrgica como si la viésemos por primera vez, nos ha permitido captar también la dosis de atención necesaria para observar una caja de sulfas o un estuche con ampolletas farmacéuticas. Nos advierte de las transfiguraciones que ocurren en una sala dedicada a la anatomía patológica y nos hace fijar los ojos en la vivacidad de una colección de embriones subsumidos en los recipientes de cristal que los contienen. Es el guía de un paseo en el que la retina recibe y glosa la arquitectura, antigua y magnífica, de un espacio aglutinador de buena parte de la riqueza histórica de la medicina mexicana. Pareciera que a Michel Zabé nada se le escapa, sino, más bien, que reintegra lo que por alguna razón es soslayado por los visitantes: la portadilla recuperada de un vetusto tratado francés de medicina; el rostro hermosamente modélico hecho en cera policromada y que denuncia la invasión de una enfermedad purulenta; la calidad del dibujo asentada en una lámina pedagógica que describe a un insecto pernicioso para la salud humana. Michel Zabé ha revisado los acervos y colecciones históricos de una disciplina dedicada a sanar, curar y sobrevivir, y que no siempre es tomada en cuenta ni estética ni vitalmente por los interesados, es decir, por muchos de nosotros. El ojo interroga al motivo fotografiable, lo coloca en otro plano y en otro sitio: en la imaginación compartida. Así pues, las imágenes que se incluyen en este libro proponen su propia sucesión , ilustran la autonomía de su mirada en una narración visual que entreteje armonías y disonancias; conjunciones y desligamientos, al igual que dudas y puntualizaciones derivadas de una impronta peculiar. Son, además, un recorrido incesante para el lector y el visitante, y por esta razón las fotografías no han sido paginadas deliberadamente. No obstante, quien busque identificarlas plenamente encontrará una guía al final de este volumen. En suma, se trata de una tentativa de lectura que en su dinamismo delinea y expresa su sentido personal.
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Itinerario
CrĂŠditos
Universidad Nacional Autónoma de México Dr. Enrique Graue Wiechers Rector Ing. Leonardo Lomelí Vanegas Secretario General Ing. Leopoldo Silva Gutiérrez Secretario Administrativo Dr. Alberto Ken Oyama Nakagawa Secretario de Desarrollo Institucional Mtro. Javier de la Fuente Hernández Secretario de Atención a la Comunidad Universitaria Dra. Mónica González Contró Abogada General Dr. Domingo Alberto Vital Díaz Coordinador de Humanidades Dr. William Henry Lee Alardín Coordinador de Investigación Científica Dr. Jorge Volpi Escalante Coordinador de Difusión Cultural
Facultad de Medicina Dr. Germán E. Fajardo Dolci Director
Dra. Irene Durante Montiel Secretaria General
Dr. José Halabe Cherem Jefe de la División de Estudios de Posgrado
Dra. Rosalinda Guevara Guzmán Jefa de la División de Investigación
Dr. Jorge Avendaño-Inestrillas Jefe del Departamento de Publicaciones
Mtro. Luis Arturo González Nava Secretario Administrativo
Palacio de la Escuela de Medicina Virginia Clasing Coordinación Ejecutiva
Omar Arroyo Museo de Medicina Mexicana
Nuria Galland Verónica González Servicios Pedagógicos y Contenidos Académicos
Mónica Espinosa Promoción y Difusión Cultural
Luisa Matute Museografía y Registro de Obra
Nuria Díaz Relaciones Públicas y Desarrollo Institucional
Francisco Cabriales Gumersindo Álvarez Producción Museográfica
Créditos Editoriales Omar Arroyo Nuria Galland Coordinación editorial
Miguel Ángel Echegaray Edición y corrección ortotipográfica
Carlos Villajuárez Diseño editorial
Minerva Anguiano Nuria Galland Curaduría de imágenes
Verónica González Registro y catalogación de imágenes
Gabriel López Cuidado de formación
Francisco Cabriales Gumersindo Álvarez Apoyo técnico
ESTUDIO MICHEL ZABÉ Gerardo Landa Coordinador de fotografía y pre prensa
Natalia Estrada Retoque digital
Esperanza Balderas Administración y archivo
Agradecemos el valioso apoyo brindado por Emiliano Monge para la publicación de este libro.
A capite ad calcem. Una mirada antropológica y un itinerario fotográfico sobre la colección del Palacio de la Escuela de Medicina publicado por el Palacio de la Escuela de Medicina de la UNAM, se terminó de imprimir en noviembre del 2017 en los talleres de Offset Santiago, S.A. de C.V., General Pedro Antonio de los Santos #96, col. San Miguel Chapultepec, C.P. 11850, Ciudad de México. En su composición se utilizaron las familias tipográficas Agenda, Linux Libertine y Trajan Pro así como papel Couche semimate de 150 gr en interiores y forros, Fabriano Novart Nero de 220 gr en guardas, Albanene de 145 gr para la camisa y Bond Cultural de 90 gr en la guía de imágenes. El tiraje consta de 1000 ejemplares.