Cuaderno relatos miedo

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Cuadernos de biblioteca

Relatos para PASARLO DE MIEDO 9



Relatos para PASARLO DE MIEDO 9


Cuadernos de Relatos nº 24 Colección dirigida por Javier Aznar Aznar Con la colaboración de la profesora Gloria García Portada de Naaray Pascual

PRIMERA EDICIÓN, 2017 Ediciones de la Biblioteca Departamento de Edición Maquetación: Mª Pilar López Pérez IES Goya Avd. Goya, 45 50006 ZARAGOZA


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Parpadeos de luz Adrián Alegre Sánchez, 1º E - ESO

:30 de la noche. Estoy castigado en el instituto, en el aula del señor Pérez. Mis padres están trabajando, por lo que no me vendrán a buscar hasta tarde. El profesor me vigila mientras hago mi tarea de castigo, deberes extra, y no son pocos, la verdad. Se ve desde la ventana la oscura y fría noche del 6 de noviembre. Los árboles del patio, ya sin hojas, proyectan sombras tenebrosas en el asfalto. El instituto está vacío, solo estamos el profesor, la mujer de la limpieza y yo. Se oye el molesto chirrido de la ventana empujada y abierta por el gélido viento. La cierro y vuelvo a mi penosa tarea. El profesor abandona la estancia para ir al servicio. De repente, las luces del aula y del pasillo empiezan a parpadear. Se van escuchando como arañazos cada vez más próximos, será la imaginación, pensé, pero no. La inquietud se me apodera, el profesor no vuelve, se oye un ahogado gemido de dolor. Cada vez tengo más miedo, y más, y más, y más. Hasta que no puedo evitar el grito y alejarme corriendo de donde vienen los ruidos. Más arañazos, las luces palpitan intensamente, puedo ver una silueta persiguiéndome. Largos brazos y piernas, pequeña cabeza y uñas largas y afiladas. En el pasillo se ven pisadas y huellas de sangre. Comienzo a correr, pero el esfuerzo es en vano, cada vez que me giro veo la espantosa silueta de aquella criatura no humana. Me escondo en el cuarto de la limpieza creyendo estar a salvo. Los arañazos se oyen cada vez más fuerte y una sombra en la rendija de debajo de la puerta me aterroriza. Estoy sudando, angustiado, esperando a que se haga de día o que mis padres vengan en mi búsqueda. De pronto, dejo de escuchar arañazos y la sombra se esfuma. A punto de salir de ese claustrofóbico cuarto, algo cae del techo… ¡la cabeza de mi mismísimo profesor! No tiene ojos, con una expresión de horror y la mandíbula rota. La repulsión y el asco de tanta sangre hacen que me desmaye. Cuando despierto, son las 2:00 de la madrugada. La luz está apagada. No hay peligro, puedo salir. Trato de no recordar la horrible imagen de la cabeza de mi profesor. Ando por los pasillos sin hacer el menor ruido posible, hacia la salida. En ese momento se vuelven a escuchar los malditos arañazos inquietantes. Las luces parpadean. No sé de dónde vienen los ruidos, la silueta está en todas partes. En ese momento me vienen todas las imágenes que he vivido en mi vida. Como flashes. Porque será lo último que vea… 2


El científico psicópata Agustín López Muñoz, 1º D - ESO

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a es sábado y sigo encerrado en el laboratorio del científico psicópata. Mis padres deben de estar buscándome, ya que llevo dos semanas fuera de casa… No sé qué quiere este hombre. No hace más que sacarme sangre y obligarme a tomar líquidos raros y, si no me los bebo, me los inyecta en vena. Este domingo me han salido orejas de rata y unos dientes como de conejo y, la verdad, estoy muy preocupado, porque esto no es normal en un niño de ocho años. Todo es muy raro, ya que parece que estoy como en una fábrica abandonada. Siguen pasando los días. Mi cuerpo está cambiando como el de los demás niños que hay aquí. Todos estamos muy asustados. Parece como si el científico quisiera transformarnos en algo… Ya sé. Nos quiere transformar en ratas. Lo he deducido por los dientes, la cola y las orejas. Un día nos soltó. Al final, pude llegar a casa con mis padres. Al día siguiente, ya me había transformado en una rata. Cuando mis padres me vieron por la mañana, no me reconocieron, se asustaron y fueron a por la escoba para matarme… En ese instante volví a ser persona, pero ya era demasiado tarde, entonces yo ya estaba muerto.

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El rumor Pablo Lanau Gabandé, 1º E - ESO

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ola, soy Antonio y os voy a contar lo que me pasó de pequeño. En el año 1970 me quedé huérfano y en el orfanato coincidí con un niño muy majo. Enseguida nos hicimos muy amigos. Nos lo pasábamos bien juntos; por cierto, él se llamaba José David. Todo eran risas hasta que otro niño nos dijo que había escuchado rumores de que por la noche habían visto pasar a un minotauro por nuestro pasillo. Después de ese día, José David y yo no podíamos dormir por las noches. Todo el mundo hablaba del minotauro. Además había un niño llamado Eduardo que solo metía miedo, pero yo tenía más curiosidad que miedo, quería ver al minotauro porque no me lo creía. Quería verlo con mis propios ojos. Yo no le tengo miedo a nada pero reconozco que entonces sí tenía un poco. Se abrió la puerta y entró el minotauro y nos dijo: “¡Vais a morir!”. Muertos de pánico, José David y yo salimos corriendo al comedor. Allí nos esperaban todos los niños. Entró el minotauro al comedor y nos repitió: “¡Vais a morir!”. Y nos hizo una seña con el mazo. José David y yo logramos salir con vida de allí, pero solo lo logramos nosotros. No sé ni quiero saber lo que les pasó a los demás niños. Todavía me parece estar viendo al minotauro…

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El duende de los hombres lobo Jorge Ezquerra Monge, 1º A - ESO

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ace mucho tiempo, en el número 15 de la calle Gascón de Gotor, vivía un señor llamado Casimiro que decía ser un duende. En el día a día, todo era normal (bueno, todo no, pues vestía con un traje de duende). Se iba a trabajar, salía del trabajo, volvía a casa, comía y por las tardes no hacía otra cosa que leer. Todo parecía normal, pero una noche de plenilunio vio “The Werewolf” (“El hombre lobo”) y, al contrario de lo que haría cualquiera hoy en día (irse a dormir y cubrirse la cabeza con una manta para conjurar el miedo), salió al jardín de su casa a encontrarse con un hombre lobo para matarlo y así ser el “caza hombres lobo”. Pero tuvo la mala fortuna de que justo aquella noche un verdadero licántropo llamado Bloodthirsty (Sanguinario) estaba paseando por esa calle. Como el método de Casimiro para atraer hombres lobo era aullar a la luz de la luna, Bloodthirsty le encontró rápidamente y, antes de que Casimiro pudiera reaccionar, le mordió en la pierna izquierda. Al llegar a este punto, todos pensaréis que Casimiro se convirtió en un hombre lobo, pero no. Resulta que de tanto ir disfrazado de duende, Hënë (la diosa albanesa de la luna, quien lo había visto todo) decidió darle una segunda oportunidad. Hënë conjuró el hechizo “salvalobos” y, aunque la maldición del hombre lobo ya estaba intentando entrar en su corazón para poseerlo, un extraño suceso tuvo lugar. Hënë hizo que la maldición impuesta a Casimiro se eliminase, pero con una pega, y es que de día todo seguiría como si nada hubiese pasado, pero cada noche, con el primer haz de luz lunar, se transformaría en un lobo de grisáceo pelaje y debería encontrar a Bloodthirsty para morderle y así deshacerse de la maldición de una vez por todas; aunque si no lo lograba en un año, se transformaría en lobo permanentemente. “Esto está chupado" –dijo Casimiro–, pero Hënë le comunicó que Bloodthirsty vivía en otra dimensión, en el Crepúsculo, y que para llegar allí había que volar de noche hacia la luna y que, al alcanzar la Capa de Ozono, un portal se abriría ante él y le llevaría al Crepúsculo. Por si fuera poco, para poder volar necesitaba las alas de hielo, que reposaban en lo alto del Everest, y

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las botas de lava, que dormían en el interior de Ojos de Salado (el volcán más alto del mundo). La verdad es que en esta situación yo habría preferido quedarme como un lobo, pero Casimiro no. Pese a la distancia que tenía que recorrer, se armó de valor (y de dinero, porque trabajaba en un banco) y se fue al Everest. Al llegar a la inmensa montaña empezó a escalar, pero al alcanzar los 7.000 m. de altura se encontró con el defensor de las alas de hielo, que no era otro que el Yeti. El Yeti lo raptó y lo guardó en su nevera (sé que no tiene sentido una nevera en el Everest, pero es que el calentamiento global estaba descongelando los pescados y las manzanas); sin embargo, al ir a echarlo en la sopa, vio que se había transformado en lobo y, como este Yeti tenía lupolipafobia (fobia a los lobos), consiguió escapar y robarle su tesoro, las alas de hielo. Como con las alas de hielo se puede planear, se fue volando hasta Ojos de Salado (mira que hay que estar loco para ir planeando desde Nepal hasta Argentina), donde entró al volcán, cogió las botas y se las puso, saliendo así del volcán cabalgando por el cielo hasta volver a su dulce hogar. Al llegar se hizo de día y, como Casimiro se había cogido un año sabático, decidió echarse a dormir. Él pensaba que todo saldría bien, que esa misma noche cogería las alas de hielo y las botas de fuego y volaría hacia la luna; lo que no sabía era que Bloodthirsty conseguiría que Hënë le revelase su plan. Cuando Casimiro llegó al Crepúsculo, buscó a Blodthirsty y lo encontró en la Llanura de la Desolación; pero, antes de que pudiera siquiera hacer amago de atacarle, le clavó el colmillo crepuscular, el cual hizo que el contrahechizo de Hënë se disipara, solo que esta vez no le convirtió en hombre lobo sino que lo mató. Cuenta la leyenda que el alma de Casimiro vaga en busca de un espíritu vivo al que infectar para conseguir esencias de alma, llevarlas al Crepúsculo y formar un ejército de lobos fantasma. Quién sabe... Puede que Casimiro esté por aquí cerca y que encuentre en alguno de vosotros una nueva víctima.

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Microrrelato

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Noa Sui Valdivieso, 2º C de ESO

n grito desgarró el silencio de la noche. Los vecinos de aquella calle se asustaron y cerraron las puertas y ventanas de sus ca-

sas. A la mañana siguiente se encontraron pelos y ropa destrozada. Y así sucedió cada noche. Una víctima tras otra. Aquella noche una niña se acercó al árbol más alto del parque. Descubrió una silueta, se estremeció. Miró hacia arriba y se encontró a un perro tan grande que parecía un lobo. Tenía las cuencas de los ojos vacías y de su boca salía un líquido rojo que al parecer era sangre. Al día siguiente lo único que se encontró de la niña fue su perro gigante llamado Max, que había muerto hacía tres años

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La serpiente Clara Grau Rivera, 2º C de ESO

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ack era un niño rebelde pero a la vez se preocupaba por sus estudios. Era uno de los mejores de su clase, pero también se metía en líos. Tenía un grupo de amigos: eran cinco contando con él. El más responsable era Pablo. No se metía en problemas e intentaba sacar de los apuros a sus compañeros. Luego estaban Samuel y James. También eran responsables a su manera. Sacaban unas notas medianamente buenas, aunque se metían en demasiados problemas por Jack. Los cinco eran unos amigos inseparables. Se conocían desde el colegio con tres años. Ya habían pasado diez desde ese momento. Ahora iban a segundo de Secundaria. Al principio, eran treinta alumnos en su clase, pero conforme avanzaba el curso, muchos de sus compañeros desaparecían. Quedaron solamente quince en el segundo trimestre. Lo único que se sabía era que habían ido a hablar con su profesor de Matemáticas, Luis, y que no volvieron a salir. Luis era un profesor joven, de unos treinta y dos años, más o menos. Y tenía una serpiente por mascota. Los padres, preocupados, preguntaron al profesor, que los atendió a todos. Pero no salieron de su despacho… Así pasó el siguiente trimestre. Ahora quedaban seis alumnos: Jack, Pablo, Samuel, James y Pedro, otro alumno. Aquel día el profesor de Matemáticas iba a entregar el último examen que habían hecho. –Pedro, ¿puedo hablar contigo en mi despacho? –preguntó Luis. Pedro asintió, se levantó de su pupitre y salió de la clase. Y, tras él, el profesor. –¡Pobre Pedro! –suspiró Pablo. –Sí… –afirmó Samuel. –¿Dónde estarán los demás? –preguntó James. Jack lo había pensado más de una vez, pero no le daba muchas vueltas, hasta ahora. –¿Qué os parece ir a investigar? –preguntó con su mirada traviesa –Es una mala idea, Jack –reprochó su amigo Pablo. –¿Tienes miedo? –le preguntó –No. Pero me parece que está mal ir a cotillear.

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–Nadie te obliga a venir, pero yo pienso averiguar qué está pasando. –Y salió del aula. James y Samuel le siguieron. Y tras unos minutos se les unió Pablo. Al llegar a la puerta del despacho del profesor, oyeron un grito. Supusieron que era Pedro por la voz. Así que Jack abrió la puerta y, después de pensar cosas no muy agradables, solo vio a su profesor sentado tras su escritorio. –¿Qué hacéis aquí? –preguntó serio el profesor –¿Eh?… –balbuceó Samuel. –¡Estábamos buscando a Pedro para jugar! –dijo rápidamente Jack, ya que era la hora del recreo. Luis se levantó de su silla y empezó a andar por su despacho de una punta a otra. Y se dirigió a la puerta. Jack creyó que para que se fueran de su despacho, pero se equivocaba. El profesor cerró la puerta con llave. –Mi serpiente está hambrienta. Un alumno no es suficiente para que se quede satisfecha –dijo riéndose como un loco. Entonces, por la ventana apareció ella. Era muy grande y mostraba sus afilados colmillos amarillentos, lo cual fue suficiente como para dejarles paralizados de miedo. Pestañeó una vez y se encontró solo. Sus amigos habían desaparecido. Estaba en una pequeña habitación oscura con la serpiente. Parecía un armario. Él intentó escapar; sin embargo, su esfuerzo fue en vano. La serpiente, muerta de sed de sangre, mordió el tobillo del chico. Él gritó según la sangre recorría su tobillo y la serpiente iba clavando sus colmillos en todo su cuerpo. Se le nubló la vista y sabía que su hora había llegado. Se cayó al suelo y gimió por el dolor del veneno de la serpiente. Se dio cuenta de que en ese lugar estaban todos sus compañeros. Y los padres desaparecidos. “Tenían razón, la curiosidad mató al gato”, pensó. Respiró hondo por última vez y cayó en su sueño eterno.

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Aquel temible laberinto Isabel Aguado Joven, 2º D - ESO

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e llamo Lucas, y ahora mismo me dirijo en un autobús a un lugar muy extraño, junto a mis tres mejores amigos y muchos otros niños a los que jamás había visto, y parecen tan asustados como nosotros. Pero os preguntaréis cómo hemos acabado aquí, pues os lo explicaré. Hace una semana más o menos, mis amigos y yo habíamos empezado a notar que alguien nos seguía cuando volvíamos a casa después del colegio. Decidimos no darle mayor importancia, hasta que un día un señor alto, delgado, con una tez pálida y rasgos deformes en su cara, se presentó en mi casa. Les dijo a mis padres que me habían seleccionado, por mi excelencia en algunas asignaturas, para realizar junto a tres personas, menores de edad, de mi elección, un viaje al extranjero durante un mes. Según mis padres, prometía mucho y pensaban que iba a ser genial para reforzar los diferentes idiomas, pero yo no estaba tan convencido, más bien me negaba a ir. Tras una reunión familiar con varias disputas, mis padres me convencieron y decidí proponérselo a mis mejores amigos, que con mucho gusto accedieron a acompañarme en esta gran aventura. Al día siguiente mis amigos y yo nos reunimos en la tienda de chuches del padre de Carla y Andrea (las gemelas que son mis mejores amigas desde la guardería) a preparar las maletas, ya que al día siguiente partíamos con rumbo desconocido a algún país de Europa. Aquel día nos prometimos que, pasara lo que pasara, siempre estaríamos unidos, pues tras darle muchas vueltas, habíamos relacionado nuestras sensaciones de que alguien nos seguía con la aparición de aquel hombre tan extraño. Y a la mañana siguiente nos subimos a aquel extraño y repugnante autobús en el que nos encontramos. Ya han pasado dos horas desde nuestra llegada, nos han metido a los cuatro en una claustrofóbica habitación con cuatro camas y una mesa en el centro. Cuando hemos abierto la puerta, una especie de extraterrestre con ocho brazos nos ha quitado los móviles y nos ha empujado dentro de la habitación. Por último, nos ha cerrado la puerta con llave y nos ha dejado “descansar”. A la media hora, una voz extranjera, que hablaba nuestro idioma un poco mal, nos ha dicho que a partir de ahora todo iba a cambiar, que teníamos que obedecer las órdenes y, finalmente, que la habitación en la cual nos encontrábamos iba a ser donde desarrollaríamos nuestra vida. A continuación ha entrado

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una especie de cíclope (él es ahora nuestro guardián) y nos ha traído un tablero con un laberinto dibujado, con el que debíamos, y repito “DEBÍAMOS”, jugar. Es todo muy raro. Me he despertado solo en un extraño hospital. Me he mirado en el espejo y parezco unos años mayor. Tengo heridas por toda la cara y el cuerpo. Más tarde ha venido la policía y me ha intentado tomar declaración, pero han tenido un problema: no tengo muy claro lo que ocurrió, ya que debí recibir varios golpes durante mi estancia en el “laberinto”. Recordaba muchas cosas desagradables: el haberme topado con un minotauro que se comió a Carla y a muchos otros niños que nos acompañaban, un lago con sirenas que destrozaban las extremidades… las responsables de que ahora casi no tenga pierna… Tras acabar mi relato, pregunté qué había sido del resto de mis compañeros… Me contaron que solo habían podido rescatar a quince de los cien desaparecidos. Entre ellos solo habían reconocido a Andrea, quien también tenía trastornos graves. Me siento terriblemente culpable por no haber cumplido la promesa de estar juntos para todo… Así que yo creo que en breve me reuniré con ellos… Pánico

Perseguido por monstruos de aterradores rostros inventados 11


Inexplicable Carla Littardi, 2º D - ESO

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e desperté y me vestí, pero la ropa me iba más pequeña de lo normal. Curioso, no sabía que podías engordar de una noche para otra. Fui a desayunar y sentí la necesidad de beber la leche como un perro, a veces soy raro. Me voy a trabajar. Cuando entro en el coche y pongo la mano en el volante ¡mi mano tenía escamas! Me picaba muchísimo. Cuando saludé a mis compañeros, todos se rieron: normal ¡tenía voz de pito! Me estaba empezando a agobiar, pero intenté tranquilizarme. Empecé a escribir en el ordenador, pero solo escribía tonterías. ¡Ya no sabía ni escribir! De repente me salieron manchas negras, por todo el cuerpo. Yo ya me estaba volviendo loco. Pero entonces fue cuando me di cuenta de que me acababa de salir una cola de lagarto enorme. Yo pensaba que me estaban gastando una broma. Pero el colmo fue cuando empecé a andar a cuatro patas y ¡a ladrar! Empecé a pensar como un perro y entonces decidí irme a la cama, pero ese fue mi mayor error. Cuando me levanté a la mañana siguiente, tenía todos los recuerdos de la noche anterior. Me había convertido en un monstruo devora-personas. Todas las noticias hablaban sobre mí, yo no sabía qué hacer. Estaba matando a gente inconscientemente. Debía huir de allí, pero cómo. En cuanto saliese de casa, me torturarían y matarían. Y no podía dormir porque entonces es cuando ocurría el desastre. Así que hice lo único que podía hacer: me golpeé a mí mismo, y entonces fue cuando todo volvió a la normalidad y todo el mundo pareció olvidar aquello. Algo inexplicable.

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Rabia Ada Monleón Burguete, 2º C - ESO

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va se encontraba tumbada en la cama, aún vestida. Sus ojos todavía estaban rojos. Había estado llorando aquella tarde. Por mamá. Siempre era por ella. Estaba a punto de caer en garras de Morfeo cuando alguien llamó a la puerta: –Adelante –dijo incorporándose. La puerta se abrió dejando ver el rostro de su hermano Christopher. –Hola –él sonrió afable quitándose el sombrero–. ¿Qué tal está mi hermanita preferida? –Soy tu única hermana, membrillo. Christopher se encogió de hombros y se sentó a los pies de la cama de Eva. –¿Qué te trae? Pensaba que estabas trabajando en Londres. –Cierto, pero padre me escribió diciéndome que madre está peor –se detuvo un momento y Eva vio en sus ojos que le afectaba realmente haber estado tanto tiempo fuera de casa– y que tú necesitas algo de compañía. Ella asintió. Era cierto que en el último mes la salud de su madre había empeorado. Ya no podía tenerse en pie y casi no comía. A su padre se le veía más nervioso y pesaroso. Y Eva ya no encontraba consuelo de ningún tipo en su entorno. Christopher tomó la mano de su hermana. –Tengo un regalo –dijo sonriente–. No me podré quedar aquí para siempre, así que… –¿Cuándo te irás? –Eva miraba fijamente a su hermano. Sabía la respuesta. Claro que sí. –Cuando las condiciones me lo permitan… “Cuando madre ya no esté”, pensó Eva con amargura y, por unos instantes, una sombra de tristeza cubrió su semblante. –Como iba diciendo… –su hermano se arregló el chaleco– no podré quedarme aquí para siempre, así que te he traído algo para que no te sientas sola. Se levantó y salió del cuarto. Eva le siguió con una mirada cargada de rencor. Odiaba que su hermano apareciese para luego irse a los días. Odiaba que 13


cor. Odiaba que su hermano apareciese para luego irse a los días. Odiaba que él no tuviera que ver día tras día cómo su madre empeoraba cada vez más. Christopher volvió con un perro atado a una correa. Eva miró a su hermano con los ojos como platos. Él sonrió: –Un compañero lo encontró abandonado a las puertas de una taberna de mala muerte. Eva miró a su nueva mascota. Era un can precioso. Con un brillante pelaje oscuro como el carbón y una pose orgullosa. –¿Puedo…? –Eva se levantó. –Es tuyo, tonta –le dio la correa. Eva la cogió y se acuclilló llevando la mano que no sujetaba la correa hacia el hocico del animal. Pero este retrocedió gruñendo. Ella apartó la mano asustada. –Eh, tranquila –su hermano cogió la correa–. Es tímido, pero no te hará daño. –¿Saben mamá y papá que…? Christopher asintió. Eva iba a preguntar algo más cuando sonó la campana que indicaba que la cena estaba servida. –Vamos –su hermano ató la correa del perro al cabecero de la cama–. A papá no le gusta esperar. –Ve yendo… Debo cambiarme para la cena. Su hermano se encogió de hombros y salió de la habitación. Eva miró al can y un escalofrío recorrió su cuerpo. Ese perro no le daba buena espina y no sabía por qué. Suspiró y se acercó a él, conciliadora. El animal la miraba fijamente y parecía, aunque fuera absurdo, que la observaba con odio y crueldad. –Hola, amiguito…–susurró ella. El perro volvió a gruñir y Eva se detuvo. –No quiero hacerte daño…–siguió avanzando y el perro se lanzó hacia ella. La chica retrocedió rápidamente, el corazón le latía desbocado. Agradeció a su hermano el haber atado al perro porque, si no, quién sabe lo que habría pasado. El perro la miraba echando espuma por la boca, Eva salió y bajó corriendo al comedor. –¡Ya era hora! –su padre la miraba esperando una explicación. –El perro…–dijo ella sentándose–. Ha intentado hacerme daño…Y, y echaba espuma por la boca…

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Christopher se atragantó con el vino que estaba bebiendo en aquel momento. –¿Cómo? –su padre se levantó alarmado de la mesa y miró a su hijo mayor – ¿No era manso? –Lo era… –Christopher bajó la cabeza avergonzado. Su padre salió del comedor. –No tenía ni idea, Eva –Christopher se levantó–. Ahora mismo lo llevo a la perrera. –Nada de eso –su padre volvió con una escopeta–. A los perros rabiosos se les mata. –Padre… –¡Christopher, cállate! Él bajó la cabeza. –Ve por el perro y llévalo al jardín trasero –su padre cargó la escopeta y se fue. –Eva, quédate aquí –su hermano subió al cuarto. Tras unos instantes, bajó las escaleras con el perro. Estaba rabioso. Ladraba y trataba de morder al joven. Eva cerró los ojos y se tapó los oídos. Christopher salió al jardín. –Padre… –Sujétale –apuntó a la cabeza del animal. Su hijo le sujetaba con cuidado. El perro echaba espuma por la boca y ladraba. Parecía que estuviera poseído. El padre de los dos hermanos disparó sin preámbulos. Una vez al cráneo del animal y otras dos al lomo del extraño can. –Entiérralo –le lanzó una pala a su hijo, que aguantaba las arcadas a duras penas. Eva se despertó en mitad de la noche. Había tenido una pesadilla. Se incorporó mirando a su alrededor, intranquila. Respiró hondo tratando de serenarse. Tras unos instantes, volvió a tumbarse y cerró los ojos cuando oyó un fuerte ruido en el piso de abajo. El corazón comenzó a latirle rápidamente pero se calmó pensando en que habría sido su hermano o quizás su padre. Volvió a cerrar los ojos y ya estaba quedándose dormida cuando otro ruido le hizo incorporarse totalmente alerta. Un gruñido gutural, inhumano. Se levantó y cerró la puerta con llave. Estaba totalmente aterrada. Era imposible. Había oído los disparos. Había visto a su hermano cavar una fosa. Había visto el cuerpo del animal tirado en el suelo del jardín. Estaba muerto… ¿O no?

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Eva estaba empezando a pensar que los ruidos habían sido fruto de su imaginación cuando algo impactó contra la puerta. Retrocedió asustada. Los golpes no cesaron. Cada vez eran más intensos. Más fuertes. Cada vez el corazón de Eva se aceleraba un poco más. Pasados unos instantes los golpes cesaron y Eva soltó el aire que había estado reteniendo sin darse cuenta. Aún se quedó unos instantes a una prudente distancia de la puerta, pero, finalmente, volvió a la cama. Craso error. Hubo un último golpe. Más fuerte que cualquiera anterior. Tan fuerte que sacó a la puerta de sus goznes. La bestia entró en el cuarto dejando un reguero de sangre tras de sí. Eva gritó. No quedaba nada del perro que había visto aquella tarde. Uno de sus ojos había salido de su órbita y el otro estaba inyectado en sangre. Su rostro había quedado totalmente difuminado y parte de sus costillas quedaban al aire. Gruñía. Eva saltó de la cama y retrocedió hacia la ventana del cuarto, lentamente. La bestia avanzaba hacia ella enseñando los dientes, despedía un olor insoportable y su imagen…Su imagen era aterradora y repugnante a partes iguales. Eva contenía las arcadas. El perro gruñó y, rápidamente, se abalanzó sobre la niña. A ella solo le dio tiempo de articular un agudo grito antes de despertarse. Se incorporó en la cama. Su camisón se encontraba empapado de sudor y su respiración era acelerada. Respiró aliviada al comprender que había sido una pesadilla demasiado realista. Miró a su alrededor. Se le heló la sangre de las venas al ver una silueta animal en un rincón de la habitación. Una silueta que se abalanzó sobre ella. Un brilló de satisfacción asomó en el ojo inyectado en sangre de aquel “perro” al clavar sus colmillos con fiereza en el cuello de la chica.

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La casa de los mil horrores Víctor Cardenal, 3º A - ESO

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rase una vez un niño llamado Valentine. Era el niño más bajito y enclenque de su clase. Todos se metían con él, todos menos una niña de ojos color avellana y pelo negro como el carbón. Un día como otro cualquiera a los que Valentine llamaba infierno incesante, la niña se le acercó y le dijo: -Hola, me llamo Laura, ¿quieres ser mi amigo? Valentine con una mueca de felicidad le respondió: -Sí. ¿Vienes a jugar conmigo? Laura respondió que sí. Pasaron los días, los meses, los años y Valentine y Laura permanecieron juntos, tanto que se enamoraron. Y afrontaban cada problema siempre unidos. Pero un día los abusones del colegio volvieron con ganas de pelear, así que cogieron a Valentine por el cuello de su camisa y lo estamparon contra la pared. Laura, asustada, dio un grito tan agudo y potente que hacía zumbar los oídos. Los matones se volvieron y dijeron con una sonrisa: -Vamos a divertirnos con esta gatita. Valentine, horrorizado por aquellas palabras que le herían y resonaban en la cabeza, cogió una piedra y se la tiró a uno de los matones a la cabeza. Valentine prefería morir a ver sufrir a su amada. Los matones empujaron a Laura y se abalanzaron sobre Valentine pegándole una y otra vez hasta que el último golpe le dejó sin respiración. Los matones huyeron al darse cuenta de lo que habían hecho. Laura cogió el aún caliente cadáver de su amado y derrochó lágrimas de sufrimiento y agonía. Desde ese momento Laura juró vengarse de todos los abusones y malas personas por hacer de este mundo un infierno. Laura recogió el pálido cadáver, lo llevó a su casa donde realizó un sacrificio para obtener los poderes de la magia oscura e hizo que su vivienda tuviera mil habitaciones, cada una con un tipo de criatura distinta; a su vez lanzó un hechizo sobre el mundo para que todas las malas personas fueran hasta allí. El primer día aparecieron los tres asesinos que le arrebataron la vida a su querido Valentine. Entraron en la casa confundidos, preguntándose por qué 17


su querido Valentine. Entraron en la casa confundidos, preguntándose por qué estaban allí. Laura les explicó: - Sois mis prisioneros y, si queréis salir de aquí, tendréis que elegir una habitación cada uno. Si conseguís soportar seis horas dentro de ella, os liberaré. El primer abusón eligió la habitación número treinta y dos. Al abrir la puerta, se encontró con un árido desierto, comenzó a caminar y, tras diez minutos de agobiante calor, divisó un oasis. El abusón, impaciente, se apresuró para llegar, pero a mitad de camino el suelo tembló, apareció un escorpión gigante y lo ensartó en su aguijón como si fuera una brocheta. Laura, que lo estaba observando todo, dijo mientras reía: - Ja, ni veinte minutos. El segundo abusón escogió la habitación número cuarenta y siete. Al entrar no vio más que una espesa selva. El abusón aguantó una hora buscando refugio, pero unos minutos después escuchó un rugido que hizo retumbar la selva entera. Asustado, corrió a esconderse cuando un enorme gorila con cuernos de carnero, alas de buitre y unas fauces tan grandes como las de un tiburón apareció y no tardó mucho en encontrar a la pobre víctima. Un agonizante grito inundó los aires y el estómago de la bestia se convirtió en la tumba del matón. Laura con una amplia sonrisa exclamó: -¡Qué divertido! El tercer abusón, atemorizado, entró en la habitación número sesenta y cuatro. Apareció en una isla desierta en la que encontró un pequeño bote con un par de remos y una nota que decía: "Aviso a navegantes: este bote es para los que no temen ni aman". El abusón, asustado, cogió el bote rápidamente y se lanzó a navegar. El frío viento y la espesa niebla dificultaban el trayecto. De repente, una voz dulce como la miel empezó a cantar una suave melodía que recordaba una nana. El abusón preguntó, con voz temblorosa: -¿Quién anda ahí? - Me llaman Luan. El abusón cayó perdidamente enamorado de esa dulce voz y se asomó al borde de la barca para buscar a aquella mujer. De las frías aguas emergió una bellísima dama de piel pálida y pelo rojizo como el fuego que, con un dulce y frío beso, lo arrastró al fondo del oscuro océano. Laura rio y, aplaudiendo, dijo: - Me encantan las sirenas.

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Cuantos más matones entraban, más gritos se escuchaban. Cuando solo quedaban dos abusones, Laura concibió una criatura espeluznante. Al ver el cuerpo putrefacto de Valentine alzarse, pareció verse un atisbo de humanidad en su descompuesto rostro. Horrorizados, intentaron huir de aquella abominación, pero, al primer paso que dieron, Valentine les agarró del cuello y, mientras sus ojos sin vida les miraban, les escupió gusanos, cucarachas, batracios y mil tipos más de repugnantes criaturas, les sorbió el alma y en los cuerpos sin vida de los abusones quedó grabada una terrorífica expresión de horror y sufrimiento. Mientras eran arrojados como carnaza a los cuervos, Laura dijo: -Ya está, cariño, se acabó. Ya no nos molestaran más. Inquietud

NO SÉ QUÉ PASARÁ PERO… NO SERÁ BUENO

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En medio de ninguna parte

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Daniel Pueyo Ramos, 3º B - ESO

esperté en medio del bosque. Tras los árboles se podía distinguir la clara silueta de la luna llena. Todavía no había resuelto la pregunta ¿qué hago aquí? y ya tuve que empezar a correr. Los aullidos de lo que creía que eran lobos eran cada vez más intensos y cercanos, lo que me hacía dudar si conseguiría escapar de aquella situación. Pero, por muchas dudas que tuviera, no podía detenerme. Tras mucho tiempo corriendo, empecé a notar que aquellos seres me habían acorralado. En aquel instante me detuve e intenté averiguar si realmente eran lobos aquellas criaturas que tenía a mi alrededor. Solo oía gruñidos y pisadas, hasta que de repente aquella bestia decidió dejar de ocultarse entre la espesa niebla y salió a por mí. En ese momento descubrí que, aunque aullara, no eran lobos los que me perseguían. Aquello era más fuerte y más corpulento que cualquier otra criatura, era un hombre lobo. Me lanzó una mirada penetrante con sus enormes y profundos ojos, pero no me intimidó. Entonces, mientras sacaba mi daga de plata de su funda, se lanzó a por mí. Me quedé paralizado, no sabía qué hacer, pero esquivé su ataque. Atemorizado, vi que el hombre lobo había caído al suelo. Armándome de valor, me lancé a por él con decisión y lo degollé sin compasión alguna. El resto de las criaturas habían huido, pero yo seguía alerta por si me volvían a atacar. Tras un buen rato, no oí nada, así que le arranqué el corazón a aquella gigantesca y tenebrosa criatura para rematarla. Entonces, proseguí mi camino hacia ninguna parte en busca de respuestas e intentando recordar cómo había logrado acabar en semejante lugar.

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Sujeto 032 Paola Tramullas, 3º C - ESO En una consulta de lo que parecía un doctor reputado se encontraban dos personas conversando. –Por favor, Dann, esto es igual de pesado para mí que para ti, en serio – volvió a coger la libreta de apuntes–. Solo quiero ayudarte pero no me lo pones fácil –desvió la libreta y apuntó una palabra corta y unos dígitos–. Si sigues mintiendo y negándonos información, no me quedará más remedio que seguir con el tratamiento establecido por el doctor que me precedió. El otro sujeto, con una mirada oscura, escondida tras su enmarañado pelo, se dirigió al doctor. –Como ya le he dicho a usted y a los anteriores, esa es toda la verdad. Eso fue lo que ocurrió –tomó aire ruidosamente–, por mucho que insista, es lo que sucedió, créame –volvió a agachar la cabeza. –Señor, yo le creo pero si pudiera volver a relatar la historia… Quizá se le olvidó mencionar algo en las anteriores ocasiones. El joven suspiró. –Lo repetiré otra vez. Todo empezó una mañana. Había salido con mi madre a comprar. ***** –Hijo, necesito que vayas a la frutería de la esquina. Toma dinero y la lista. Yo llevaré la compra a casa. «Mi madre se alejó a un paso moderado puesto que llevaba consigo una bolsa de congelados. Me dirigí hacia donde me había indicado e hice las compras pertinentes. Cuando ya regresaba hacia nuestra casa, una escena me llamó poderosamente la atención. Dos ancianas hablaban acaloradas mientras sus perros, dos bonitos pomerania en distintos tonos de pelo, parecían conversar también animadamente sobre algo que interesaba a ambos. Una de las señoras se alejó tirando con rabia de su perro. Parecía muy enfadada con la otra mujer. Al cruzar la calle a toda velocidad… Todo pasó muy rápido. Su pequeño perro, en un ataque de rebeldía se introdujo entre sus piernas provocando la caída de la mujer. Un coche, a toda velocidad, la arrolló brutalmente. El perro se apartó de la pobre mujer, irreconocible tras el accidente. Y mientras unos gritaban alejándose despavoridos y otros se acercaban con cautela hasta el difunto fiambre, el perrito se escabulló para reunirse con el

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otro can, liberado también segundos después del accidente, justo en el momento de mayor confusión. Regresé a casa a paso acelerado. La escena me había dejado aturdido. Cuando entré, dejé la compra sobre la mesa de la cocina y me encerré en mi cuarto. Me recosté encima de la cama y me puse a meditar sobre lo sucedido. Era extraño el comportamiento de aquellos perros. ¡Qué digo! El chucho había tenido un comportamiento cuanto menos sospechoso. Pero ¡si casi parecía que hubiese preparado conscientemente la muerte de la mujer haciéndola caer ante el automóvil a propósito! Mientras me asaltaban todos estos pensamientos, mi gato Dessmon se subió a la mesa que se encontraba en ese momento pegada a la cama. Desde allí le gustaba juguetear y trepar hasta la estantería que estaba en el cabecero de mi cama. Con un movimiento preciso de la cola derribó una torre de libros que, si no llega a ser por mi buena estrella, me descalabra. Lanzó un maullido lastimero mientras se acurrucó en mi regazo con un ronroneo. –Serás tonto –le dije–. ¿Tú también tienes un plan para dominar el mundo o sigues siendo el gato tontorrón de siempre? Esa noche me costó conciliar el sueño. Durante mi estado de duermevela me pareció sentir que una intensa mirada acechaba mi cuerpo. Atribuí esa sensación a la paranoia que el reciente accidente me había causado. Los días siguientes no resultaron mejores, ya fuera por mi curiosidad o por mi “buena” suerte. Empecé a prestar atención a esos animales que ahora me parecían responsables de un montón de accidentes aparentemente fortuitos. Como, por ejemplo, el de la maceta que vi caer del alféizar e impactó en la cabeza de una joven matándola al instante; pude ver cómo un gato blanco subía hasta la azotea dando su trabajo por finalizado. O el de un andamio defectuoso que causó otro accidente mortal al aplastar a dos obreros que almorzaban tranquilamente; allí, donde el andamio tocaba la pared, dormitaba habitualmente otro inocente gatito. O aquel otro caso provocado por un perrito que quiso echarse la siesta sobre el carril rápido de la calzada y, al intentar esquivarlo un conductor, una pareja acabó siendo arrollada por el vehículo. Un mes más tarde, mi vida se redujo a permanecer entre las cuatro paredes de mi cuarto. No era capaz de poner un pie fuera de él. Al principio, la sensación de ser observado era mínima pero, conforme pasaba el tiempo, no estaba tranquilo ni un segundo. Me sentía continuamente vigilado por unos ojos: los del perro de mi vecina, mi gato, un pájaro... Acabé por impedir la entrada de Dessmon a mi cuarto. Vivía con las persianas bajadas. Ya no distinguía cuándo soñaba y cuándo estaba despierto. Tenía visiones: esos ojos

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rojos me vigilaban constantemente. El médico me diagnosticó paranoia y estrés postraumático. Estaba tremendamente cansado. Aunque no quería, sabía que tenía que dormir. Quizá pudiera soportar la angustia de mis pesadillas solo un par de horas más. Acabaría perdiendo la noción de mí mismo. Lo sabía. Imágenes horribles se agolpaban en mi mente: creí ver a mi madre gritando envuelta en sangre mientras mi gato maullaba nerviosamente y un par de ojos rojos me observaba». –Dann, has hecho un gran esfuerzo. Descansa. Gracias por tu declaración. Podrás regresar a tu celda enseguida, en cuanto comas. Se levantó y salió de la estancia despidiéndose cortésmente para dirigirse hacia el comedor. ****** En ese momento entró en la consulta el médico residente. –¿Alguna mejoría, Dra. Newtoon? –preguntó a su jefa. –En absoluto. Sigue culpando a su gato y a esa dichosa sombra – respondió exasperada, recostada contra el respaldo de su sillón. –¿Qué gato, doctora? –preguntó desconcertado el joven médico. –El que tenía entre sus mandíbulas muerto cuando lo encontramos. “El cuerpo de la mujer tiene heridas causadas por mordiscos y le falta algún órgano vital” – dijo leyendo el informe. –“El acusado padece enfermedades que podrían haberle causado un derrame cerebral que le negó la conciencia durante el brutal acto” –continuó. – Lo que me sorprende es que según él sigue siendo vigilado por esos ojos. Ella comenzó a recoger sus cosas y levantarse para dar por terminado el horario de consultas internas. –Ve con cuidado- le aconsejó la doctora mientras salía por la puerta. ***** En la celda 032 un preso dormía plácida y sonoramente mientras en una esquina unos ojos rojos lo vigilaban. Esto fue grabado por cámaras de seguridad antes de que las imágenes fueran sospechosamente borradas. A ti seguro que no te observan. No necesitas mirar detrás.

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Marina Abad

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La muerte tenía cuatro patas

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Sara Veras Bazán, 3º B - ESO

mpezó a llover intensamente después de unos meses de sequía. Las gotas dejaban su huella en la gabardina de Adam, que había olvidado el paraguas. Emprendió su habitual camino de regreso a su hogar desde la oficina. La noche estaba cerrada. Muy cerca de su casa le pareció oír unos alaridos desesperados provenientes de un callejón. Se acercó temeroso. Resultó ser un perro malherido. Recordó las veces en que su hijo le había pedido una mascota. Lo cogió y lo llevó a casa. Entrando al recibidor que conducía a la habitación más espaciosa de la casa, el salón, Gina y Henry se llevaron una gran sorpresa al ver que Adam venía acompañado. Gina y Adam se habían casado seis años atrás y dos después habían tenido a Henry. El pequeño corría ahora hacia su nuevo perrito, pero su padre lo detuvo. Le dijo que lo había recogido de la calle y que tenía que curarlo y lavarlo. Impoluto y sano, el nuevo perro de la familia se acercó a conocer a Henry, que después de morder tres zapatos y dos cojines, fue llamado con el nombre de Mordiscos. No se separaron hasta que el pequeño de la familia tuvo que irse a dormir. Adam se quedó leyendo en el salón incluso después de que Gina subiera al dormitorio. Una incómoda presencia lo despertó de madrugada en el sofá con el libro aún entre las manos. Lo primero que vio fueron unos espeluznantes ojos inyectados en sangre mirándole fijamente. Una oleada de pavor recorrió todo su cuerpo. Pero ese miedo se esfumó al comprobar que era el perro encima de su pecho. Se levantó y Mordiscos saltó al suelo. Subiendo las escaleras para ir a la planta de los dormitorios, el perro pasó a su lado rozándole. Le siguió hasta la cama. Adam no deseaba despertarse de nuevo debido a su mascota, así que lo echó de allí y cerró la puerta. Mientras se dormía. podía oír de fondo las garras del animal arañando la puerta… Por la mañana, Adam se despertó temprano y hambriento, deseando servirse una taza de café y comerse un par de tostadas. Abrió la puerta y comprobó que esta estaba muy dañada, con innumerables marcas de arañazos. Mordiscos estaba recostado en el suelo frente a él, despierto, jadeante y con la lengua colgando, como si estuviera esperándole. Por unos segundos, ambos se quedaron mirándose y Adam se preguntó si había sido buena idea recoger

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al animal, pero en cuanto pensó en Henry sacudió la cabeza para quitarse esas dudas de encima. Empezó a descender por las escaleras, pero antes de llegar al último escalón, pisó algo duro y con ruedas. Tropezó y cayó al suelo. Estaba dolorido. Se levantó despacio, algo magullado, y observó la causa de su caída: era un coche de juguete de los muchos que tenía Henry. Miró a su alrededor y decenas de cochecitos metálicos de su hijo estaban repartidos por toda la planta baja. Era muy extraño, porque el niño había adquirido el hábito de recoger todo cuanto sacaba y siempre lo guardaba después de jugar, pero había algo más, fue pasando la mirada por esos coches aparentemente desordenados y le pareció que en conjunto formaban un armonioso orden, como si hubieran querido formar un dibujo. Gesticuló sin entender nada y fue recogiendo los coches para después meterlos en el baúl de juegos de Henry. Ahora más que nunca necesitaba ese café. Elevó la cabeza buscando intuitivamente a su perro, encontrándolo en lo alto de la escalera, como un impasible testigo. Cuando se hubo despertado toda la familia, Adam llevó a Henry a un parque y Gina se quedó en casa con Mordiscos. Gina se preparó un baño. Llenó la bañera de agua caliente y encendió velas aromáticas. Se metió en ella. Al poco rato entró Mordiscos en el baño, Gina lo intentó echar de allí, pero el perro no se movía, así que ella lo ignoró. No quería que nada estropeara ese momento de relax. Gina reposó la cabeza en una mullida toalla al borde de la bañera y cerró los ojos. Casi nunca estaba la casa tan silenciosa y quería disfrutar del momento. Mordiscos estuvo unos minutos totalmente inmóvil, salvo sus ojos, que se movían de un lado a otro siguiendo el recorrido del cable del secador, que reposaba encima de una banqueta pegada a la bañera. De arriba abajo, de abajo a arriba. Enchufe, cable, secador, bañera…agua. Miró a Gina, que seguía con los ojos cerrados, medio dormida. Mordiscos avanzó con sus delicadas patitas de perro adorable, tropezando con un zapato, lo que hizo que Gina abriera un ojo con cara de fastidio y, resoplando, se dio por vencida, se tapó los ojos con un paño templado e ignoró al chucho. Mordiscos volvió a ponerse en marcha, avanzó hacia la banqueta, giró su cabecita hacia Gina. Sus ojos se tornaron maquiavélicos, como si una fuerza externa lo dominara. Volvió a girarse hacia la banqueta. Centró la atención en el secador. Parecía tener una misión en esa casa. Era el momento. No hubo tiempo de reaccionar y en menos de tres segundos arrojó el secador a la bañera dándole pequeños empujones con el hocico. Un cortocircuito dejó la casa en penumbra y en el más absoluto silencio. El funeral de Gina Peretti fue íntimo y únicamente para la familia. El informe policial habló de muerte por electrificación accidental. Nada extraño sucedió en el mes que siguió a ese espantoso acontecimiento. Ya era bastante el

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dolor y la culpabilidad de haber dejado sola a Gina aquella mañana. La casa estaba más silenciosa que nunca. Últimamente Henry pasaba la mayor parte del día con Mordiscos y apenas cruzaba palabra con su padre. Llegó septiembre y con él un nuevo curso escolar. Adam, a pesar de arrastrar una lógica depresión, se esforzaba en aparentar naturalidad con su hijo. Cuando Adam fue a recoger a su hijo, intercambiaron por primera vez en un mes una sonrisa cómplice. En los meses que siguieron hasta las fiestas navideñas, la normalidad se restableció o eso parecía. Únicamente una rara sensación de inquietud, a ratos, invadía a Adam cuando Mordiscos merodeaba cerca de él, sin hallar explicación a ese sentimiento. Bien entrado diciembre, padre e hijo lo pasaron en grande una tarde adornando el árbol de Navidad que habían adquirido en el vivero del pueblo. Afuera soplaba un viento infernal y el ruido se filtraba por las rendijas de las ventanas, asustando a Henry. Mordiscos también se mostraba especialmente nervioso aquella tarde. Después de la cena y de leer el cuento de costumbre, Adam acostó a Henry y lo arropó cariñosamente con su edredón. Se retiró a su dormitorio y cayó rendido de cansancio. Teniendo la casa para él solo, Mordiscos paseó cauteloso por las estancias sin prisa. Se detuvo en el pasillo de los dormitorios entre las dos habitaciones con una actitud de indecisión. ¿En cuál entraba? La puerta de Henry estaba entreabierta y pasó sin problemas. El suelo, mullido bajo sus patas gracias a la moqueta, hizo sus pasos inaudibles y se tumbó al pie de la cama. Afuera el viento no cesaba y golpeaba las ramas de los árboles contra la ventana, despertando a Henry que, en una mezcla de temeridad y curiosidad, la abrió. Una bocanada de aire gélido entró en la habitación. Mordiscos se incorporó en posición de alerta y se dirigió al niño, que parecía estar hipnotizado mirando al exterior inclinado sobre el alféizar. El perro meneó la cola inocentemente y, buscando un hueco por el que colarse, consiguió con su cabeza empujar el cuerpecito del niño, que cayó al vació. El sonido del motor resultaba ensordecedor tan temprano. Empezó a conducir sin tener un destino fijo, tan solo deseaba alejarse de aquellas espantosas desgracias y de la casa que había sido su hogar durante diez años, ahora marcada con un típico cartel de “se vende” en el jardín. La tristeza le nublaba la vista, pero no tanto como para no darse cuenta de que esa cadena de fatalidades había tenido un desencadenante, una especie de amuleto de mala suerte, el perro. Quizá simplemente necesitaba culpar a alguien, aunque

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fuera un simple animal inocente. Así que lo dejó allí. La única compañía que tendría Adam sería la soledad. Una pareja visitó la casa en venta. Convencidos, la compraron y emprendieron la mudanza. La mujer fue al porche a descansar orgullosa de sí misma por haber cargado grandes cajas pesadas estando embarazada. Se percató de que había un perro en la puerta. Llamó a su marido. Después de una larga pero insignificante discusión, decidieron adoptarlo como su nueva mascota… Terror

NO SABÍA QUE IBAN A POR ELLA

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Cada vez más cerca

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Clara Clemente Marcuello 3º B - ESO

staba muerto, despedazado. No había ni una parte reconocible de quien había sido esa persona. Tal vez fue un ejemplo a seguir o un criminal perseguido por la policía. Pero todo eso ya daba igual. Estaba muerto y su legado no era más que una sombra roja. Se escuchó un gruñido fuera de la habitación. Había estado allí encerrado desde que podía recordar. Todo era blanco, estaba embaldosado y carecía de ventanas. Solo podía ver un corredor por la ventanilla de la puerta, pero no conocía el mundo. Imaginaba, imaginaba todo lo que podía haber fuera. Eso era lo único que tenía y era lo que más apreciaba. La paz que normalmente habitaba allí se vio interrumpida. Se escuchaban gritos, gritos desgarradores, tributos a la muerte, exclamaciones de dolor, como si no se esperasen morir. Tal vez no se esperaban morir de esta forma. Tal vez esperaban envejecer y tener hijos pero nunca llegaron a esa edad. El destino es caprichoso: puedes ser una buena persona y actuar bondadosamente toda tu vida y aun así ser la persona más desgraciada del mundo. Tal vez no merezca la pena vivir. Tal vez lo más sencillo era rendirse ya y dejar de luchar por seguir adelante. La presencia estaba cerca, cada vez más cerca, arrastrándose por los pasillos. Sabía lo que era. Era su enemigo. El monstruoso lobo de ojos violetas. Le perseguía en sueños y ahora había decidido atormentarlo también en la vida real. Perseguido por su peor pesadilla. Esbozó una ligera sonrisa, inclinando levemente los labios. “Qué irónico”, pensó. Tenía pocos minutos. Tal vez cinco, tal vez más. Uno nunca sabe cómo de cerca está de su muerte. Tal vez esté a la vuelta de la siguiente esquina, pero siempre puedes escoger ir por otro camino y evitarla. ¿Cuándo es tu momento de morir? ¿Cuándo el destino lo decide o cuándo estás listo para ello? Charles no recordaba mucho, a veces recuerdos borrosos de una sonrisa, pero parecía como si esos recuerdos también fueran parte de su imaginación, recuerdos ficticios, inducidos por su propio ser. Más cerca, cada vez más cerca. Nunca se había parado a pensar cuáles serían sus últimos pensamientos. A quién debería dedicarlos. No tenía a nadie. Pero quería hacerlo, sentir por una vez el pertenecer a alguien, tener el sentimiento de poder volver a 29


casa. Pero no tenía hogar al que pertenecer. Eso era lo más triste de todo. No poder decir que alguien es tu hogar, estar tú solo con tus pensamientos y sin poder pensar en alguien. Más cerca, cada vez más cerca. Sus pensamientos flotaban. Preguntas brotaban de la curiosidad. ¿Era una persona? Charles nunca había sido una, nunca se había comportado como tal. Entonces, ¿qué era? Más cerca, cada vez más cerca. Era solo un cúmulo de energía. La reencarnación no existía. Su cuerpo se descompondría con el tiempo y su alma se apagaría como una llama, como una vela. Nada dura para siempre, ni siquiera las almas. Más cerca, cada vez más cerca. Su tiempo se agotaba. Tendría que tomar una decisión. La decisión de cómo deseaba morir. Nadie le había mostrado cómo debería ser una muerte y nunca había conseguido hallar la respuesta al dilema. Más cerca, cada vez más cerca, Ya estaba. Estaba preparado. Lo había decidido. Nunca antes había tomado una decisión. Siempre habían decidido por él y no iba a permitir que tomaran su última decisión. Iba a mirar a la cara a la muerte. No le tenía miedo. Iba a ser su destino, tarde o temprano. La vida no merecía la pena allí encerrado y tenía la sensación de que nunca le dejarían salir. La vida fuera de su habitación podía no ser como la había imaginado y decepcionarse. Ya daba igual, iba a mantener su decisión. Más cerca, cada vez más cerca hasta que, al final, lo vio. Vio como el enorme ser que le perseguía se asomaba por la puerta, dispuesto a matarle, dispuesto a arrebatarle la vida y arrancarle el alma. Era una especie de lobo jamás vista. Destacaba sobre todo por ese pelaje más negro que el ébano y sus enormes ojos violetas. Su tamaño no era el normal, sobrepasaba con creces a la media. Lo más terrorífico era su gran mandíbula con colmillos afilados y amenazantes. Los ojos denotaban furia, enfado, sangre. Sin duda, sí que se aproximaba a lo que había imaginado de la muerte, más que por su aspecto, por su presencia. La temperatura pareció disminuir y las paredes se tiñeron de unos colores más fríos, como si toda la felicidad hubiese desaparecido. –Esto debe de ser lo que siente uno al estar enfrente de su propia muerte –dijo en voz alta Charles. El resto fue un recuerdo borroso. Solo veía colmillos y garras. Sentía cómo la sangre escapaba de su cuerpo haciéndole sentir más y más débil. Tenía unos feos arañazos en el pecho, largos y profundos. Los ojos del mons-

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truoso animal era lo único que podía distinguir de la gran masa que lo componía. No supo en qué momento dejó de sentir algo, simplemente dejó de imponer la más mínima resistencia, rindiéndose ante el poderoso animal. Cerró los ojos, intentando hacer todo más ameno, pero en su mente se dibujó la misteriosa sonrisa, era una bonita forma de morir. Abrió los ojos una vez más, dispuesto a despedirse del mundo. Pero tras la mirada del lobo vio algo más. –¿Shane? –dijo en un sorprendido susurro. Entonces recordó, recordó todos sus pensamientos robados, todos los recuerdos anteriores a lo que él llamaba vida. A su hermano pequeño, su amado Shane. Recordó las tardes en el parque, cómo habían jugado juntos y cómo habían crecido teniéndose solo el uno al otro, sin nadie que les hubiera ayudado, hasta que conocieron a esos doctores. ¡Eso era! ¡Habían sido ellos! ¡Ellos los habían metido allí, como ratas de laboratorio! Porque eso era lo que representaban. Ya era demasiado tarde como para dar marcha atrás y arrepentirse de sus errores, este era el fin. Vencido por la llamada de la muerte, se despidió de la que había sido su vida mortal envuelto de la duda. Y su último pensamiento, que tanto le había costado decidir, fue dedicado a su hermano Shane, el mismo ser que tenía las manos manchadas con su sangre.

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Solo Francisco y yo María Piñol Martínez, 3º B - ESO

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odo empezó aquellas navidades de 2017. Fue el periodo más seco de los últimos años: los campos dejaron de producir y la ganadería empezó a desaparecer por falta de alimento. Debido a esa sequía, la humanidad tuvo serios problemas de abastecimiento y pronto empezó a notarse en las calles. En los siguientes diez años, las autoridades no tomaron las medidas adecuadas, no escucharon a ganaderos ni a agricultores porque la industria alimentaria, con intereses ocultos, había convencido a todo el mundo de que el único animal superviviente al desastre natural era apto para el consumo humano... la rata. A principios del año 2037 la rata se comía en todas sus variedades: embutidos de rata, filetes de rata, jamón de rata, morcilla de rata, croquetas de rata, lasaña de rata, estofado de rata e incluso surgió un máster universitario de experto culinario en rata. Convirtiéndose en el único alimento disponible. Pasaron veinte años relativamente tranquilos. Solo algunas personas sufrieron leves y aislados cambios de personalidad, pero que nadie, en ese momento, relacionó con la dieta. Tuvieron que aparecer las primeras generaciones de niños cuyas madres se habían alimentado exclusivamente de ratas para que surgiera la voz de alarma, pero ya era tarde. En solitario aquellos niños se comportaban como humanos normales, pero cuando se agrupaban dejaban de hablar, se movían al unísono y atacaban a personas desprotegidas. Esta generación de mutantes se caracterizaba por sus brillantes ojos rojos y pronto se les empezó a conocer como los “ratúmanos”. La única medida posible consistía en aislar a esos niños y cuidarlos con cariño en sus familias, pero el miedo que atemorizaba a la población, que invadía las calles y las casas, les hizo equivocarse una vez más. Los padres repudiaron a sus hijos y les cerraron las puertas de sus hogares. No tardaron en surgir los primeros guetos en los que solamente se agrupaban los ratúmanos. Los niños mutantes, abandonados a su suerte, gruñían, atacaban y mataban para comer. Pronto sufrieron cambios físicos por falta de higiene y cuidados, y aquellos seres, ahora con largas y afiladas uñas, sucios y peludos, con desgarradores colmillos, hambrientos y enfadados, rápidamente procrearon y se multiplicaron. Recorrían las calles y casas buscando presas… 32


En aquel momento yo me escondí sola en el refugio que mi padre, gran visionario y previsor, había construido en el jardín, a sabiendas de que pronto entrarían en las casas. Mi padre, que era mi única esperanza, no llegó a utilizarlo porque fue atacado mientras estudiaba una solución para evitar las mutaciones. Han pasado veinte años y aquí sigo encerrada, no sé cuánto más quiero seguir, noto las arrugas en mi faz, pero esas no me duelen, son peores las del alma, las de saber que hemos destrozado la humanidad y el planeta. El pozo, el huerto y las semillas que mi padre preparó me mantuvieron ocupada y con vida, pero sin ilusión, hasta que un día me cambió la perspectiva de las cosas cuando encontré un antiguo aparato de radio-aficionado. Conseguí hacer que funcionase y, al cabo de un tiempo y gracias al manual de instrucciones, comencé a mandar mensajes. Tras varios meses hablando y sin obtener contestación alguna, una tarde de otoño, cuando la luz abandonaba el día, sonó una tenue voz al otro lado de las ondas. Era un superviviente. Se llamaba Francisco y estaba tan solo como yo. Comunicarme fue un regalo. Pronto nuestras conversaciones fueron la razón por la que seguir viviendo. Todos los días, antes de que el sol se pusiera, hablábamos durante horas. La noche era tomada por los ratúmanos y lo más conveniente era no hacer ruido, no hacer vida, no respirar... dejarse morir. Con el tiempo, por las noches se dejaron de oír esos incesantes gritos de auxilio, tiroteos y sirenas. Francisco me comentó que no quedaba nadie vivo en su ciudad. Cuando digo vivo, me refiero a humanos. Los ratúmanos estaban aniquilando a la población mundial y los grupos que resistían luchando contra ellos eran cada vez más escasos. Y llegó el día en que los humanos fueron exterminados y los ratúmanos se devoraron entre sí. Todo había acabado. Ambos, ancianos y solos, conocíamos nuestra realidad: pronto llegaría nuestro fin. Era extraño sentirnos los únicos, los últimos, tan cercanos y tan alejados físicamente. Nosotros hablábamos durante horas sobre el motivo por el que la humanidad había llegado a ese punto. Nunca se tomaron las medidas pertinentes para solucionar las señales que el propio planeta nos estaba enviando, sequías, calentamiento global y la incesable sobreexplotación de los recursos naturales. Ahora era demasiado tarde. Ni rastro de vida quedaba en el planeta. Solo Francisco y yo. El día que perdí a Francisco, supe que también había llegado mi hora. Y hoy, que sé que ya no está el amor de mi vida, un hombre al que sin ver 33


ni tocar, conocí en profundidad, termino este diario, con la esperanza de que nuevos pobladores lo lean y aprendan de nuestros errores. Como última persona en la Tierra, saldré a contemplar la noche estrellada y a esperar mi viaje. Perversión

PUEDES CORRER PERO NO ESCONDERTE 34


Amelie

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Paula Garcés Morlanes, 3º B - ESO

melie era una niña pequeña y tranquila. Vivía con sus padres en una casa alejada de la cuidad. Una orden por parte de su padre le prohibía la entrada al sótano. Todas las mañanas, ella y su madre salían a jugar al jardín. Pero un día su madre se tuvo que quedar haciendo unas labores, por lo que Amelie salió sola. Jugaba con los animales que había cerca, ya fueran conejos, gallinas, ardillas... Pero ese día había un animal más: un reptil de oscuras y temibles escamas, que devoraba las almas humanas, se arrastraba por los suelos del inframundo, aunque la mente infantil e ingenua de una niña de tan corta edad hizo que sin pensarlo se acercara al animal; una serpiente que, al conocer las intenciones de Amelie, se acercó lentamente hacia ella. –No te voy a hacer nada –le advirtió la serpiente. –Confío en los animales que me rodean, confío en que no me harán daño – contestó Amelie. –¿Y confías en que tu padre no te hará daño? –preguntó la serpiente– ¿Confías en que todos estos animales sigan igual mañana? –¿Por qué dices eso? –preguntó extrañada–. Confío en mi padre y sé que no me hará daño. –Puedes confiar, pero no por eso te salvarás –al decir esto desapareció. Amelie trató de buscarla por todos los rincones del jardín, pero no hubo manera de encontrarla. Aquella noche estuvo pensando en las palabras de la serpiente; buscaba una respuesta a aquellas horribles palabras hasta que se le ocurrió preguntarle a su padre. Salió de su dormitorio con una lámpara de aceite encendida en la mano y se dirigió a la habitación de sus padres. Llamó a la puerta, pero nadie respondía. "¿Mamá, papá?", preguntó algo extrañada por el silencio de aquella sala. Lentamente iluminó la sala con la lámpara de aceite y se dio cuenta de que la habitación estaba vacía. Miró alrededor para encontrar alguna pista de dónde habían podido ir sus padres, pero lo único que pudo encontrar fue que las zapatillas de su madre seguían a los pies de la cama.

–¿A quién buscas? –repetía una voz que venía del fondo de la habitación. –Busco a mis padres, pero aquí veo que no se hallan –dijo Amelie con

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una voz inocente llena de miedo. –Esta noche es especial, tus padres aquí no han de hallarse –dijo la temible voz que se encontraba más cerca de ella. – ¿Y dónde han de hallarse si se puede saber? –En ese sitio prohibido, al que no podías bajar, se encuentran las personas a las que buscas –dijo la voz casi susurrándole al oído. –¿Quién eres? –dijo asustada. –Soy esa "persona" a la que llaman Lucifer. Al lado de Amelie se hallaba un monstruo temible que provenía del subsuelo. Lo que para unos era una temible criatura llena de furia, frente a los ojos de Amelie se mostraba como un chico de corta edad vestido con un gran traje que provenía de la era victoriana, en tonos negros y morados, de pelo blanco como la nieve y ojos rojos como el mismísimo infierno. Esto se debía a que cada persona lo veía como creía que era. Amelie lo mira y le vuelve a preguntar quién es. Él le vuelve a contestar la misma respuesta, por lo que ella deja de preguntar y se limita a escuchar lo que tiene que explicarle. –Aunque parezca extraño, vine aquí para protegerte –dijo él mirándola fijamente a los ojos. –¿Protegerme de qué, de quién? –dijo ella extrañada por las palabras del joven. –Lo verás con tus propios ojos. Al decir esto, su cuerpo se transformó en el de una serpiente y se agarró a la pierna de Amelie. Ella vagó por la casa sin encontrar rastro de sus padres. –¡Aaaaah! –un grito se oyó por toda la casa y parecía provenir del sótano. –¿¡Mamá!? –gritó Amelie Bajó al sótano sin pensar en la prohibición de su padre. Abrió la primera puerta, allí se encontraba una habitación poco iluminada, pero lo que menos tendría que ver una niña de tan corta edad se iluminaba dejando ver horribles mutaciones de animales. Una jaula, al fondo de la horrible sala, contenía la mutación más extraña: una humana con partes de cuerpo animal cosidas a ella se hallaba tirada muerta. Se volvió al oír un grito que provenía de la siguiente habitación, lo que hizo que Amelie se precipitara a entrar, y lo que llegó a ver no era de su agrado. 36


Un último corte hacía que esa persona a la que amaba, su madre, se desangrara por completo frente a sus ojos, y ese padre en el que confiaba, portador de un cuchillo afilado y lleno de sangre, perdiera la hija a la que quería. –¿Por qué hiciste eso, padre? –dijo Amelie con una voz tenebrosa pero a la vez inocente y débil. –Amelie, te dije que no bajaras –replicó su padre. –Algún día u otro me hubiera dado cuenta de tales fechorías. Amelie le miró a los ojos y, antes de que pudiera hacer nada su padre, ya estaba ella con las manos ensangrentadas apuñalando a su padre, en el que tanto confiaba. Después apuntó el cuchillo hacia sí misma y se hizo una raja de arriba abajo, haciendo que sus vísceras se derramaran en el cuerpo de su padre y ella desangrándose hasta el punto de morir. Años después, la gente se enteró de esta historia, pero muchos la pasaban por alto. ***** –Y esta es la historia de Amelie –dijo Evans–. ¿A que no da miedo? –Bueno... –dijo Rose algo asustada. –Oye, ¿y si vamos a la casa en Halloween? –dijo Josh entusiasmado. –¡Vale! –gritó Evans. La noche de Halloween Rose, Josh y Evans se dispusieron a ir a la vieja y encantada casa. Al entrar, oyeron un ladrido de perro, que pensaron sería de los vecinos de al lado y, al disponerse a abrir la puerta, esta se abrió sola. Investigaron la casa, todos los pisos se conservaban en buen estado. Pero, al entrar en la habitación que supuestamente era de Amelie, les entró un escalofrío que les recorrió todo el cuerpo. Una muñeca de porcelana se hallaba sentada en la cama mirando a la puerta. Al ver esto, los chicos se echaron para atrás y salieron de la habitación. con detenimiento y se dispusieron a seguirlas. Estas huellas les condujeron al sótano. Al principio no quisieron abrir la puerta pero pudo más la curiosidad por saber qué se hallaba allí dentro. Al salir se encontraron con un rastro de pisadas de sangre, las miraron

Un ladrido de perro se volvió a oír y esta vez pudieron ver de qué perro se trataba. Un perro enorme de tres cabezas, Cerbero se llamaba, guardaba la puerta de un laboratorio. Una risa tenebrosa se oyó, lo que hizo que los chicos

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se estremecieran de terror. La puerta del fondo se abrió y se encontraron con un chico joven sentado a una gran mesa llena de manjares, que les dijo "sentaos" y, sin más pensárselo, se sentaron. –Veo que estáis listos para la cena –dijo la voz de una niña –Creo que sí, que empiece el festín. Al día siguiente las autoridades estaban buscando a los tres chicos desaparecidos. No encontraron cuerpos ni ninguna pista pertinente que les llevara a la temible casa. Se hicieron los tres funerales dando por muertos a los tres chicos. Después de esa noche, en el cementerio, se oían unos cantos que parecían provenir de una niña. Los habitantes del pueblo llegaron a oír repetidas veces: "No todos los cuentos tienen un final bonito". Desafío

EL MIEDO A SUFRIR ES PEOR QUE EL PROPIO SUFRIMIENTO 38


El siniestro volar de la lechuza Lola López Muñoz, 3º B - ESO

M

eredith acababa de llegar a casa después de un largo día de trabajo. Se encontraba sentada a la mesa del comedor rellenando unos informes cuando escuchó un ruido. Lo identificó como el chocar de algo contra la ventana. Rápidamente se giró hacia ella y vio una lechuza tirada en el frío suelo del balcón. Se acercó y despacio abrió la ventana. Con cuidado de no asustar a la pequeña e indefensa ave, se arrodilló y la cogió entre sus manos. Una vez dentro de casa, Meredith observó detenidamente al animal y dedujo que había tenido un accidente. La lechuza tenía un ala rota, pequeñas heridas por todo el cuerpo y las plumas blancas manchadas de tierra y barro. Meredith no lo dudó ni un segundo antes de coger su abrigo y subirse al coche con la lechuza para dirigirse a la clínica veterinaria en la que trabajaba. Por suerte todavía andaba por allí Alison, su compañera de tarde. Mientras esta preparaba todo para la radiografía del ala, Meredith bañó con mucha delicadeza a la lechuza. Tal y como imaginó en un principio, el animal tenía el ala rota, pero inmovilizándola y con unas semanas de reposo podría volver a volar de nuevo. A la mañana siguiente se despertó con la sensación de estar ahogándose. Después del susto Meredith intentó volverse a dormir pero, viendo que eso no le era posible, decidió ir a ver cómo le iba a su nueva mascota. Sigilosamente se levantó de la cama y fue a ver al ave. Lo extraño fue que nada más bajar de la cama casi pisa a la lechuza, que estaba justo al lado, lo cual por cierto le resultó bastante adorable. Meredith desayunó y, en un cuenco, le preparó a la lechuza un poco de comida de pájaro, que había tomado prestada de la clínica. Después se preparó, cogió al ave y se montó en el coche rumbo al veterinario. Justo en la puerta le esperaba Alison, que se encargaría de cuidar de la mascota mientras ella trabajaba. El día trascurrió tranquilo sin muchos clientes y, al terminar su turno, cerró la clínica y se fue a casa de Alison. Estuvieron un rato hablando y Meredith le contó lo ocurrido por la mañana. A su amiga le extrañó pero no comentó nada. Al día siguiente volvió a despertarse con la sensación de estar ahogándose, pero esta vez comenzó a toser agua. Cuando iba corriendo hacia el baño, se tropezó con la lechuza, pero no le dio mucha importancia, era una simple coincidencia. Ese día era sábado y había quedado con Alison para tomar un café. Entonces le contó lo ocurrido y su amiga aceptó que era extraño pero le aconsejó que no lo tomara en cuenta. 39


Pasó el fin de semana sin más sustos, pero cuando se despertó la mañana del lunes pegó un salto de la cama pues sentía que se le quemaba la piel. Lo que no esperaba era encontrarse con la pequeña ave subida en la cama. Al llegar al trabajo le explicó todo a Alison y le dijo que tenía la sospecha de que algo pasaba con la lechuza. Alison le dijo que no se preocupase, que seguramente eran imaginaciones suyas. Después de aquel incidente, Meredith se despertaba todos los días con la sensación de que se ahogaba, se quemaba o le clavaban algo en el pecho. El viernes Meredith se despertó con normalidad con la única excepción de que olía algo quemándose. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que el sillón con cojines de su habitación estaba en llamas y rápidamente se levantó, abrió el grifo del baño contiguo a su habitación, llenó un cubo y lo tiró al sillón. Por suerte, consiguió apagar el fuego. Después, cuando se le pasó un poco el susto, cayó en la cuenta de que, al despertar, le había parecido ver a la lechuza encima de la cómoda frente a su cama. Estaba muy asustada, así que llamó a Alison, quien no tardó en llegar. Esta le dijo que no pasaba nada, que se tranquilizase y que esa noche ella dormiría allí para que no estuviese sola. Meredith aceptó y se pasaron el día viendo películas y riendo. Al llegar la noche, ambas se quedaron dormidas en el sofá de puro cansancio. Al amanecer Alison se despertó y llamó muy alarmada a su amiga: la casa se estaba inundando. Meredith abrió los ojos rápidamente y las dos corrieron a abrir las ventanas y puertas, para que saliese el agua, y cerrar los grifos que estaban abiertos. Después, cuando abrieron la puerta de la entrada y se dirigían a casa de la vecina para poder llamar a emergencias, ya que sus móviles estaban mojados y no funcionaban, tropezaron, para su sorpresa, con la lechuza, que se encontraba fuera de la casa como si supiese que eso iba a ocurrir. Los de emergencias solucionaron el problema, aunque en un par de días Meredith no podría vivir allí. Así que se fue a casa de Alison y se llevaron a la lechuza, cada vez más convencidas de que algo raro ocurría con el animal. En el transcurso de esos días no ocurrió nada que quepa destacar y pronto Meredith volvió a su casa. La primera noche que pasó en su casa de nuevo, Alison se quedó con la lechuza y no ocurrió nada durante la noche. Al despertar, Alison llamó a su amiga para ver cómo estaba, pero esta no contestaba a las llamadas, así que supuso que seguiría durmiendo. Tras un par de horas volvió a llamar pero, como seguía sin contestar, comenzó a preocuparse. Cogió su abrigo, las llaves del coche y, cuando estaba a punto de irse, recordó que tenía en su casa a la lechuza. Fue a buscarla pero no la encontró, se asustó y registró toda la casa sin éxito. Vio que la ventana del baño estaba abierta y supuso que probablemente se hubiese ido volando, pues el día anterior le habían quitado la escayola. Tomó el coche y se dirigió a casa de Mere40


dith. Tocó al timbre y, como nadie le abría, sacó del bolso la copia de las llaves de la casa de su amiga y abrió ella misma. Al entrar todo estaba oscuro y había un silencio sepulcral. Alison entró en la habitación de Meredith. Para su sorpresa la encontró en la cama con un cuchillo clavado en el corazón. Gritó alarmando a los vecinos, que acudieron corriendo y llamaron a emergencias. Cuando se llevaron el cuerpo de su amiga y compañera, Alison se percató de algo muy extraño. Justo al lado de donde yacía el cuerpo de su amiga, había una peculiar y conocida pluma blanca. Terror

EL TERROR NOS CONTROLA Y… NOS TORTURA 41


Cálico

C

Sara Ambroj Lozano, 4ºA - ESO

ansado, dejé caer mi pesadísimo equipaje de mano al suelo. Había sido un trayecto nada agradable desde la ciudad en la que residía, Nueva Orleans, hasta las afueras de un pueblo olvidado al norte del país, Stockbridge. Comprobé que Cálico se encontrara bien después de la larga travesía. Cálico era un gato callejero de pelaje azabache y ojos ámbar al que encontré buscando comida en la basura, así que lo alimenté, le limpié el pelaje y le di un hogar bajo mi techo. Indudablemente lo llevé conmigo. Me llevé las manos a la espalda y noté una fuerte punzada de dolor, causada por haber cargado con tanto peso. Cuando recuperé un poco la compostura y bebí un par de tragos de agua, miré al frente. Una ráfaga de recuerdos invadió mi memoria, pues tenía delante el inmenso jardín en el que solía jugar de pequeño con mi perro Tod, un retriever que nos dejó hace muchísimos años a causa de su avanzada edad. Solté un suspiro y, con decisión, cogí las maletas de nuevo y crucé la cancela oxidada que encerraba el terreno. Las hierbas del jardín pinchaban mis piernas. Se notaba que nadie se había ocupado de esta casa desde que mis padres fallecieron, hace tres años. Lo único que pudieron dejarme en herencia fue la mansión de la familia, que ahora seguramente estaría llena de telarañas y bichos. Y aunque no me importaba dejar Nueva Orleans, tampoco me causaba demasiada emoción instalarme en el pueblo en el que me crie. Al llegar al gran portón de madera que era la entrada, apoyé las maletas en el suelo de nuevo y rebusqué un manojo de llaves en mi bolsillo. Con un leve giro de muñeca, la puerta cedió y aprecié el interior destartalado de la que volvería a ser mi casa desde ese preciso instante. Los ventanales, aunque sucios, dejaban pasar la luz. En el suelo, las alfombras de imitación barata estaban descoloridas, al igual que los cuadros de las paredes. Subí las escaleras y entré en la que un día fue mi habitación, dejé las maletas y me senté en el borde de la cama. Pude ver que en la mesita de noche había enmarcada una foto de colores apagados, en la que posábamos serios mis padres, Tod y yo. Levanté la mirada y enfrente de mí se encontraba la cómoda que usaba para guardar mis juguetes. Justo encima, a la vista, había un único objeto: una caja de música que me regaló mi madre. Enternecido por tantos recuerdos, quise oír su melodía, así que la abrí. En su interior había dos ratoncitos cosiendo y un gato jugando con un ovillo de lana. Recordé que al accionar la manivela, las tres figuras se movían, realizando cada una su correspondiente tarea

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mientras sonaba una melodía fácilmente reconocible, así que decidí probar. Tal como pensaba, los ratones cosieron, el gato jugó y la música sonó. Estaba tan anonadado por la nostalgia que casi no llego a escuchar el estrépito proveniente del piso de abajo. “¡Qué raro! Cálico siempre ha sido muy bueno.”, pensé, suponiendo que era mi gato. Bajé corriendo las escaleras para encontrarme con que había conseguido encaramarse a una estantería y derribar una figura de porcelana antigua. Carecía de valor, tanto sentimental como económico, por lo que decidí dejarlo pasar. De todas formas, Cálico permanecía impasible las poquísimas veces que le había regañado por una mala conducta. Al acabar de recoger todos los trocitos de la figura, me percaté de que los rayos de sol ya no atravesaban los ventanales del salón. ¡Ya había anochecido! Miré a mi alrededor y no sabía muy bien qué más hacer, sobre todo porque solo disponía de la luz de unas cuantas velas. Subí a la habitación en la que había estado un momento antes y me derrumbé sobre el colchón. Acabé conciliando el sueño por puro aborrecimiento de pensar el limpiar toda la mansión. Amanecí con algo húmedo rozándome los dedos de los pies. Como era de esperar, Cálico había decidido darme los buenos días lamiéndome, algo normal en él. Pero a los pocos segundos acabé con sus colmillos hincados en mi pie. Aunque solo era una herida muy pequeña, me extrañó mucho su comportamiento arisco. Salí de mi cuarto y aprecié cómo el papel de la pared estaba todo desgarrado, y no por el moho que poseían las paredes. “¿Qué has hecho? ¡Gato malo!”, le chillé a Cálico, que estaba sentado enfrente de mí. Resignado, bajé a la cocina para hacer algo de desayuno con la comida que guardé en los armarios. Encima de la mesa del comedor vi que había unas pequeñas bobinas de hilo. “El gato habrá debido de encontrar el viejo costurero de mi madre.”, pensé, intentando darle una explicación. Cogí un trozo de pan de centeno, lo engullí rápidamente y decidí ponerme manos a la obra. Cogí unas escobas y limpié todo el suelo de la casa, y con unas bayetas y un plumero desempolvé todos los cuadros y estanterías. Me di cuenta de que un pequeño armario situado a la entrada estaba muy desordenado, por lo que me senté en el suelo. Estuve un buen rato colocando todas las cosas, ya que todo eran recuerdos familiares, y confieso que me entretuve ojeando las pertenencias. Cuando estaba ya por acabar mi tarea, sentí una presencia justo a mis espaldas… Antes incluso de darme cuenta, Cálico me dio dos zarpazos en la pierna. Totalmente desconcertado por la conducta del felino, me desplomé sobre el sofá del salón intentando entender qué le pasaba, pero no encontré nada que le pudiera estar irritando. Absorto en mis pensamientos, caí en la cuenta de las bobinas de hilo de la cocina del comedor, no por nada en especial, sino porque mi madre guardaba en su costurero todo tipo de hilos, lanas y algún que otro bordado, posiblemente sin acabar. Decidido a relajarme un poco con aquellos recuerdos antes de irme a dormir, me dirigí hacia donde 43


ella lo guardaba. Llegué al armario del despacho, abrí sus puertas y… allí estaba. Una gran cesta de mimbre, un poco deteriorada por la humedad. Me extrañó el hecho de que, al cogerla, no pesaba prácticamente nada. La dejé en el suelo y mis sospechas se confirmaron: estaba vacía. Bueno, casi vacía. Aún quedaban todas las telas que yo recordaba, todas ellas con algún delicado bordado. “Seguramente todas las bobinas ya se acabaron hace tiempo…”, pensé razonadamente. Guardé todo en su lugar, tal y como lo había encontrado minutos antes. Somnoliento, me encaminé hacia mi dormitorio. Me quité los zapatos y, nada más apoyar la cabeza en la almohada, oí un chillido proveniente del pasillo. Salí corriendo y noté como la tristeza me inundaba por completo. Vi como mi Cálico, mi queridísimo Cálico se desangraba por culpa de un fino ganchillo clavado en el cuello. Inmóvil, sin saber qué hacer, destrozado por dentro… Miles de ideas se me pasaron por la cabeza, miles de explicaciones, todas ellas ilógicas. Sabiendo que me iba a desmayar por la presión del momento, me fui a sentar en el suelo, acción que no pude completar, pues me desvanecí antes. Cuando recobré el sentido, me encontraba fuertemente atado de pies y manos, tirado en el suelo y con Cálico enfrente de mí. No sabía cómo sentirme ni qué hacer. Torné la cabeza hacia la puerta de mi habitación y escuché la melodía de la caja de música, esta vez más tétrica, con un tono más lúgubre. La tapa se abría poco a poco antes mis ojos y las figuras de los dos ratoncitos salían de ella por su propio pie. Descendieron por la cómoda. Sus movimientos eran pausados y entrecortados. Su rostro, maquiavélico, causaba intranquilidad a quien quiera que lo mirase. Se aproximaban a mi rostro cada vez más, empuñando unas finas agujas que llevaban enhebradas unos hilos gruesos. Lágrimas corrieron por mis mejillas. Miré a Cálico una última vez y, sin poder hacer nada para impedirlo, clavaron las agujas en mis párpados, ajenos a mis gritos desgarrados. Empezaron cosiendo lenta y agonizantemente y, después, de manera muy tosca. Escuchando de fondo la melodía de la caja, que cada vez se aceleraba más, los ratones bajaron por mi rostro hasta mis labios, que cosieron también reciamente. Deduje que los ratones se alejaban de mí, mientras sus risas resonaban pérfidas. Escuché cómo trepaban por la cómoda de regreso a su caja, y la tapa se cerró de golpe. La música, que había acabado siendo estridente, cesó. Intenté soltar mis manos, me retorcí, traté de buscar a tientas algo que me sirviera de ayuda por un largo rato. Nada tuvo éxito. Nadie me encontraría en esa casa tan apartada, tan abandonada. Supe que perecería allí. Y atiné a pensar: “¿No querría Cálico sino advertirme de la muerte?”

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Susto

EN AQUEL MOMENTO SUPE QUE… NO HABÍA SALIDA 45


Índice Parpadeos de luz ................................................................. 2 Adrián Alegre Sánchez, 1º E de ESO El científico psicópata ........................................................... 3 Pablo Lanau, 1º E de ESO El rumor

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Pablo Lanau Gabardé, 1º E – ESO El duende de los hombres lobo .............................................. 5 Jorge Ezquerra Monge, 1º A de ESO Microrrelato ........................................................................ 7 Noa Sui Valdivieso, 2º C de ESO La serpiente

....................................................................... 8

Clara Grau Rivera, 2º C de ESO Aquel temible laberinto

........................................................ 10

Isabel Aguado Joven, 2º D de ESO Inexplicable ........................................................................ 12 Carla Littardi, 2º D de ESO Rabia

................................................................................ 13

Ada Monleón Burguete, 2º C de ESO La casa de los mil horrores

................................................... 17

Víctor Cardenal, 3º A de ESO En medio de ninguna parte .................................................... 20 Daniel Pueyo Ramos, 3º B de ESO Sujeto 032 .......................................................................... 21 Paola Tramullas, 3º C de ESO La muerte tenía cuatro patas ................................................. 25 Sara Veras Bazán, 3º B de ESO Cada vez más cerca .............................................................. 29 Clara Clemente Marcuello, 3º B de ESO Solo Francisco y yo ............................................................... 32 María Piñol Martínez, 3º B de ESO Amelie ................................................................................ 35 Paula Garcés Morlanes, 3º B de ESO El siniestro volar de la lechuza ............................................... 39 Lola López Muñoz, 3º B de ESO Cálico ................................................................................. 42 Sara Ambroj Lozano, 4ºA - ESO


Esta edición no venal, con fines pedagógicos y hecha para su distribución entre el público lector del Instituto de Enseñanza Secundaria Goya de Zaragoza, reúne una selección de los relatos escritos por alumnos de ESO como parte de las actividades de la Semana de la Literatura de Misterio y Terror, celebrada del 30 de octubre al 3 de noviembre de 2017



Biblioteca del Instituto Avda. de Goya, 45 50006 Zaragoza

TelĂŠfono: 976 358 222 Fax: 976 563 603 Correo: biblioteca.ies.goya@gmail.com


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