Premios Goya 2009-2010

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Cuadernos de biblioteca




Cuadernos de Biblioteca nº 3 Colección dirigida por Josefina López

PRIMERA EDICIÓN, 2010 Ediciones de la Biblioteca Departamento de Edición Maquetación: Mª Pilar López Pérez IES Goya Avd. Goya, 45 50006 ZARAGOZA


MODALIDAD LITERARIA

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Relato literario en castellano

Bachillerato PRIMER PREMIO: Venturas y desventuras…., de Uxue Rambla Eguilaz MENCIÓN DE HONOR: Otro punto de vista, de Beatriz Trébol García-Arilla MENCIÓN ESPECIAL: En los mundos de Yupi, de Elena Andrés Palos Segundo ciclo de ESO PRIMER PREMIO: El mar, de Blanca Juan Gómez MENCIÓN DE HONOR: Un día de perros, de Víctor Ballarín Aguarón MENCIÓN ESPECIAL: Sara, de Patricia Díez Calvo Primer ciclo de ESO PRIMER PREMIO: Colorín colorado, de Pilar Gracia Izquierdo

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Venturas y desventuras del actual promotor inmobiliario o de cómo sobrevivir con relativa dignidad al estallido de la burbuja

Yo conocí a un hombre que casi vende una casa. Los trabajos de Heracles, el regreso de Odiseo, la astucia de Teseo y la desesperación de Job se reúnen todas en un hombre, una leyenda viva, un mito moderno. Esta es su historia, la historia de un héroe moderno. Lo que ahora es evidente hace tan solo cinco años no lo era tanto. La vida era fácil, se vendían coches, casas y cuantas cosas la mente humana ponía en el mercado. El optimismo predominaba en el ambiente y el país caminaba con paso firme hasta cotas de bienestar jamás soñadas. Se compraban casas, se vendían, se volvían a vender y así en una sucesión ininterrumpida que denotaba que la máquina del consumo era imparable. Es en este ambiente donde encontramos por primera vez a nuestro protagonista. Todo comenzó un lejano 17 de abril de 2005 cuando el ayuntamiento de un pequeño y ahora maldito lugar costero le amenazó con expropiar un centenario campo de olivos que de forma inmemorial se había transmitido de generación en generación. Era la fiebre de la construcción a la cual el ayuntamiento se había abrazado con un frenesí indescriptible. El campo de olivos, por capricho del destino (o por las maquiavélicas elucubraciones de algún político local) se convirtió, junto con otros, en terreno urbano. ¡Todo por el progreso turístico! Solo quedaba una alternativa: o sumarse a la rueda inmobiliaria o ser expropiado en aras de tan sublime de5


sarrollo. Ante tal ultimátum nuestro héroe, que nunca había merodeado en los entresijos de la construcción, se vio, de repente, transformado en promotor inmobiliario. Lo que pudiera parecer una actividad sin mayores complicaciones que la cuestión técnica y sin otros riesgos que atender a una legión de compradores ávidos de poseer una casita en el paraíso de sus sueños, por mor del destino bien puede tornarse en una pesadilla que va más allá de lo que la mente humana hubiese podido concebir; eso si, con toques bufos que más que al llanto llevan a la carcajada. Debe ser que la vida, por muy dura que sea, siempre puede ser cómicamente dura. Pero todo espectáculo necesita sus actores, buenos actores, y los que nos encontramos en esta historia eran sin duda de los mejores. [LA HISTORIA DEL ARQUITECTO] José, un tipo rapado y entrado en carnes. Un visionario, y no es que tuviera muchas luces, es porque siempre empezaba las frases por un "verás" ("verás cómo lo vamos a hacer", "verás cómo va a quedar"...). Y, entre bromas y "verás", se hizo con el proyecto. Habida cuenta del tiempo que empleó para acabarlo podemos asegurar que se lo tomó muy en serio. De que era un hombre sesudo no cabe la menor duda, necesitó diecisiete correcciones técnicas del proyecto antes de que éste fuera aprobado por el ayuntamiento dos años después de recibir el encargo. No puede extrañar que nuestro protagonista prescindiera de sus servicios, juicio incluido. ¡Qué personaje! ¡Qué visión de futuro! Hombre sin igual que él solo retrasó el proyecto hasta hacer coincidir su aprobación con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Lo podemos calificar como un as del plano. En la actualidad regenta un bar. Ya tenemos a nuestro héroe, por fin con la licencia en la mano, presto a acometer la empresa de su vida, todavía ignorante en ese momento de que la crisis inmobiliaria fuera una crisis real o duradera. Era tal el alivio de haber perdido de vista al técnico visionario que cualquier reto posterior parecía un juego de niños. Pero toda obra de teatro, cabaret o similar, necesita de otros actores. Y nuestro héroe volvió a dar con auténticos "cracks" del ladrillo.

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[LA HISTORIA DEL APAREJADOR] Un hombre pequeño y gris al que nunca se le vio sonreír. Abrumado por problemas propios derivados de la crisis inmobiliaria, estaba más en ellos que en el proyecto. Cobró una parte por adelantado, lo dejó todo y emigró. Nuestro héroe todavía lo está buscando. No obstante, no le guarda rencor; es más, como se verá, fue el más honrado de todos. [LA HISTORIA DEL CONSTRUCTOR] Pero ninguna obra es perfecta sin un supremo hacedor. Nuestro héroe encargó todos los trabajos (recordemos que de construcción no sabía nada) a un constructor solvente, serio, uno de los más destacados de la zona, con una larga e inmaculada trayectoria profesional. Obviamente, quebró, dejando terminadas solamente cuatro casas de las trece de las que constaba la promoción. La crisis inmobiliaria fue cruel con él (y con sus ciento cincuenta trabajadores). Ahora llora su desdicha en el campo de golf local esperando tiempos mejores. [LA HISTORIA DEL AGENTE INMOBILIARIO] Hay en este mundo actores que por sí mismos, sin hacer nada más que estar, llenan la pantalla. Y eso es precisamente lo que aconteció con el broker inmobiliario; no hizo nada. Tras doce meses de exclusiva comercial llego a la conclusión que la crisis había hecho desaparecer el mercado. Desconocemos cómo llego a tal conclusión; mejor dicho, cómo tardo doce meses en llegar a esa conclusión. Por si hubiera pocos actores en esta comedia, aparece un auténtico divo de la escena, un actor racial, uno de esos actores que absorbe todo el argumento, lo hace suyo, atrae todas las miradas y deja reducida a la nimiedad cualquier competencia artística. Un monstruo del escenario, sólido, duro y pétreo. [LA HISTORIA DE LA PIEDRA DE LA FACHADA] Con entidad para ser otro personaje, ¡y qué personaje!, porque, a la vista de cómo se desenvolvieron los acontecimientos, la maldita tenía vida propia. Hubo un principio en el que era una blanca caliza que relucía a la luz del Mediterráneo, compitiendo en reflejos con el turquesa del mar. Era el toque de calidad que posibilitaría dejar atrás sinsabores 7


y penurias. Cándidamente, nuestro héroe creyó que algo le iba a salir bien. Craso error; el diamante en bruto nunca terminó de pulirse. En aquella infausta primavera empezó a llover, y llovió, y llovió, y no paró en semanas. Los más viejos del lugar no recordaban tanta lluvia seguida. Hasta Noé hubiera perdido la fe pero nuestro aguerrido promotor inmobiliario... no. Y la piedra, cual actor que sobrepasa su personaje, empezó a pensar y actuar por sí misma, a tener sus propias opiniones: "que si no quiero ser caliza", "que por qué voy a ser uniforme si la mancha es bella", "que en el mestizaje está la virtud"..., en definitiva, cada piedra salió de su padre y de su madre. Y así, una irisada gama de colores ocres, calderos y oxidados aparecieron en la fachada configurándose cual mapa político de los Balcanes. Tras sesudas reuniones mantenidas con técnicos y especialistas se dio con el origen del problema artístico: "la piedra es así". Y así se la comió nuestro héroe. Pero no hay dos sin tres, o sin veintitrés, o sin doscientos treinta y tres. Faltan los figurantes. Nuestro protagonista ya ha perdido la inocencia (por no decir el dinero y el crédito) pero tiene cuatro casas y nueve esqueletos por vender. Cual novia despechada, dejando de lado a visionarios, emigrantes, golfistas, vendedores de humo y sólidos matices, la necesidad —que no el destino— lo llevó a intentar enderezar el rumbo del "gran negocio" en el que un día aciago se embarcó (o lo embarcaron). Llegó el gran día del desenlace de la trama, el clímax que toda buena obra requiere: la venta, eje central de esta historia. Y aquí entran los figurantes, ¡y qué figurantes! [LA HISTORIA DE LA VENTA, UNA HISTORIA PARA NO DORMIR] Si el lector había llegado a imaginar que los problemas de nuestro héroe acababan aquí, erró. Con todo este bagaje y con una preciosa casa de muestra, ajeno a los vientos dominantes, tuvo la osadía de salir a la venta. Todo parecía perfecto, o así se lo imaginaba, mostrando evidentes síntomas de pérdida de lucidez a decir de sus más íntimos allegados. Empezó a vivir en una fantasía, fantasía que recreaba una y otra vez en su interior hasta llegar a creerla real y vivirla intensamente. Su incipiente locura lo llevo a la conclusión de que era posible vender, al menos y para empezar, una casa. Y aquí lo tenemos; él, que nunca fue profesional de la construcción ni, mucho menos, un agresivo comercial, plantando cara al destino y enfrentándose con un valor rayano en la temeridad a una legión de posibles compradores tan irreal, o real, como los espejismos del sediento. 8


Sed de venta no le faltaba. Y la legión apareció, mas no de compradores, a lo más morbosos merodeadores sedientos de obtener un dudoso placer, si no ahogar sus propias penas, contemplando la desesperación ajena. O quizás individuos que necesitaban sentir, cual elixir revitalizante, la presencia y cercanía de todo un héroe moderno. Y es bien cierto que legiones de posibles compradores, o que con esta disculpa se aventuraban a acercarse a nuestro protagonista, vieron la obra maestra, la casa perfecta, el paraíso en la tierra. Y uno tras otro, casi todos sin excepción, concluyeron tras corto o nulo análisis: "preciosa, pero cara". Ante tal tesitura, ajeno al desaliento, nuestro avezado promotor creyó haber encontrado la piedra filosofal de la venta; rebajó el precio. Un cinco, un diez, un quince, hasta un veinte por ciento. Tras ello, la legión no cesó de visitar la promoción inmobiliaria (con la perspectiva y la claridad que da el paso del tiempo y ya curado de la fiebre que casi acaba con él, nuestro héroe llegará tiempo después a la conclusión de que más que visitar la promoción, la dicha legión no tenía más propósito que imbuirse de desesperación ajena, en parte, para olvidar la propia desazón; si no pura y vulgar morbosidad). Y la marabunta pasó, y pasó. Marabunta nacional, también alemana, belga, búlgara, francesa, italiana, holandesa, rusa, incluso asiática. Y por una vez razas, culturas, religiones y nacionalidades llegaron a un acuerdo mundial: "preciosa, pero cara". Jamás ningún líder mundial ha conseguido tal grado de consenso. Nuestro héroe sí. No obstante hubo excepciones; la soberbia humana es inagotable en matices, nunca reconoce lo evidente. De esta forma, en estos casos el argumento era diferente: —Bonita pero ¿dónde pongo el piano de cola? —Bonita pero ¿no tiene una habitación más? Es que la necesitamos para el abuelo. —A mí me gusta con más jardín. —A mí me gusta con menos jardín. —Preciosa pero ¿cómo se limpian esos cristales que están tan altos? Muy grande, un poco pequeña, el mar demasiado lejos, el mar demasiado cerca, ¿y una tercera plaza de garaje?, ¿dónde está la bodega? eran excusas recurrentes. Y la más célebre de todas: —Me gusta, quiero, pero no debo.

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Todo menos reconocer, nuestro protagonista incluido, que no había mercado, tal como concluyó el agente inmobiliario mucho tiempo atrás y sin trabajo alguno. Y esta historia llega a su fin, el fin evidente. Todo montaje artístico necesita un productor implacable, sesudo y calculador. En el negocio inmobiliario se llama Entidad Financiera (en la presente historia sería más apropiado denominarla Entidad Agrícola, porque a la postre terminó quedándose el milenario campo de olivos que de generación en generación se había transmitido como joya del patrimonio familiar). El espectáculo se acabó, cayó el telón. Y si bien es sabido que París bien vale una misa, ¡qué no valdrá la salud física y mental de nuestro héroe! A cambio de un olivar a veces se obtiene la felicidad. Felicidad, sosiego y paz que ahora nuestro protagonista, que ya no héroe, valora como los bienes más preciados. Cada vez que pasa cerca del que fuera su campo de olivos y echa la vista atrás no puede entender cómo la locura humana puede llevar a semejantes cotas de infelicidad. Ahora, olivas, lo que son olivas, no tiene. Por no verlas (le traen recuerdos) no las pide ni para su Martini dominguero. Problemas los justos, pero cuando a veces pasa por las lindes del que fuera su campo de olivos, o de batalla, no puede dejar de asombrarse y exclamar: “¡Pero qué pedazo de artista es esa piedra, por Dios!" *** Esta historia no está basada en hechos reales. Es una historia real. (Uxue RAMBLA EGUILAZ, 1º Bachillerato E)

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Otro punto de vista.

Me desperté al tiempo que los rayos de sol que entraban por la ventana comenzaban a rozar mis ojos. Sentí la diferencia de temperatura sobre el resto de mi cuerpo respecto a ellos. Me incorporé y abrí la ventana. El calor de una mañana soleada invadió mi piel. Inspiré profundamente. La lluvia del día anterior había dejado un cielo completamente despejado. Era un día perfecto para pasear. Mientras me calzaba, oí pasar debajo de mi ventana ese par de mochilas de ruedas que me resultaban ya tan familiares, con sus minúsculos dueños, guiados por aquella madre siempre estresada, pero dulce y sonriente pese a ello. Cada día, mientras tiraba de sus hijos hacia delante para llegar a la escuela a tiempo, controlando fugazmente el trafico y planeando las compras del día, les contaba a los pequeños un cuento, y si mi oído no me engañó, (y no suele hacerlo) esta vez tocaba "Pulgarcito". Los niños la escuchaban a veces en silencio, otras entre carcajadas y saltos, siempre agarrados a sus carritos y a la segura mano de su madre. Sonreí. Debían ser pues las 9, más o menos. Crucé la habitación y entré en la cocina, fácilmente confundible con un huevo frito: todos los muebles de la cocina eran amarillos. El amarillo era un color gracioso. Quizás sonaba extraño, pero "amarillo", siempre me había sonado bien. Cogí una manzana de la cesta de la fruta para desayunar y salí de casa. No tenía ningún destino concreto, así que decidí huir del ruido callejero y me dirigí hacia el parque. Me sabía el camino de memoria, y la sincronización de los pocos semáforos que debía cruzar para llegar. Podía llegar al parque con los ojos cerrados. El aroma a humedad del ambiente llenaba cada rincón de la ciudad. Aquel olor me relajaba. Por unos instantes me transportaba a otro lugar, fuera de la ciudad, lejos del ruido y del humo. A un lugar fresco, limpio, diferente. Mordí la manzana y saboreé su zumo. Al torcer a la izquierda en la primera calle me encontré a Celia, mi vecina del piso inferior, que al verme me saludó intentando que su voz sonase natural, sin conseguirlo. La anciana, había enviudado hacía poco, y toda su alegría y espontaneidad habían sido sustituidas por la soledad y una vulnerabilidad permanente que no podía combatir. Ella cre11


ía que no era justo sonreír en aquellas circunstancias y desde luego, con esa filosofía no podría seguir adelante. Tras despedirme de ella, proseguí mi paseo matinal y al llegar a la mitad de la calle pude oír a dos jóvenes hablar sobre qué es lo que querían estudiar. Uno quería ser médico, el otro buscaba algo con lo que poder viajar. El primero quería asegurarse un buen empleo. El segundo, acción. Continué andando recto hasta el final de la calle y llegué a una avenida peatonal llena de tiendas. Frente a ellas se alzaba una hilera de árboles a izquierda y derecha. Miles de conversaciones llegaban a mis oídos. Millones de ruidos diferentes. Parejas paseando, mujeres con niños, un hombre trajeado hablando por el móvil, vendedores del mercado ofreciendo su producto, como siempre, mejor que el de su competencia... Salí de la zona comercial, giré hacia la derecha y crucé las puertas del parque. Una vez dentro me senté en un banco de madera semioculto por las ramas de un inmenso sauce “llorón", aquel banco al que mi hermana llama mi "banco de pensar". Perdí la noción del tiempo y el roce de unos labios en mi mejilla me devolvieron a la realidad. Reconocí esos labios. Era mi mujer. Sonreí, me levanté y le cogí la mano, y así regresamos juntos a casa, hablando de cómo le había ido en el trabajo, los nuevos planes para la tienda y qué podíamos comer aquel día. Es curioso lo parecidos que son todos los seres humanos, siempre pensando en “grandes” problemas; y a la vez, todos diferentes, cada uno planteándose únicamente aquellos que les influyen personalmente. Aquella madre que lleva a sus hijos a clase todas las mañanas, llena de bolsas en las manos y estrategias en la cabeza para llegar a todo, cargada de 12


paciencia y siempre dispuesta, no se para a pensar en si Celia necesita hablar aquella mañana, puesto que si lo hace, sus hijos no llegarían a la escuela y ella perdería aquello que para sus planes ya es escaso: tiempo. Por su parte, Celia sabe que debe ser fuerte, todo tiene un fin, antes o después, pero de momento se aferra a su soledad como si fuese su única compañera para soportar aquella pérdida y observa con melancolía a aquellos jóvenes que hablan sobre su futuro, programado o impredecible, que para ellos se presenta todavía como algo lejano. ¿Es egoísta que cada uno se preocupe de sus propios deberes? No lo creo. Simplemente somos pequeños engranajes, que para funcionar, encajamos unos con otros. Así ha sido siempre. Una única pieza no puede moverse sola; y dos engranajes deben ir en direcciones opuestas para poder girar. Quizá por eso somos tan parecidos y fan diferentes al mismo tiempo. Hemos aprendido a hablar, a caminar, a cocinar, a leer, a escribir. Hemos aprendido a aprender. Pero a veces, nos olvidamos de disfrutar. Será por eso que somos imperfectos. Yo no puedo ver el sol, ni el cielo despejado, no distingo el amarillo de cualquier otro color. Ni veo si se parecen a su madre los chicos de las mochilas, ni los tristes ojos de Celia, ni si el médico o el explorador son rubios o morenos, ni a mi mujer. Pero percibo el calor del sol, huelo el aroma de la lluvia, distingo cualquier sabor, escucho miles de sonidos, siento aquellos labios que me mantienen aferrado a la vida y he aprendido a crear con ello el mundo. Soy ciego, y aun así, he aprendido a ver. (Beatriz TRÉBOL GARCÍA-ARILLA, 1º Bachillerato C)

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En los mundos de Yupi

Debería escribir a mano, pienso mientras mis dedos siguen escribiendo, como teclas de piano acariciadas por el impulso de una mano rápida. Supongo que mis ojos y mi cerebro y una infinidad de partes del cuerpo, equivalen a esa manita rápida que impulsa las teclas del piano a las que comparo con mis dedos. Aparecen las letras una tras otra en la pantalla y las miro. Me detengo. De nuevo caen las letras. Son como las gotitas de lluvia en la ventanilla del coche en un camino de vuelta a casa plácido y nocturno, se escurren y aumentan la velocidad hasta que llegan a su propio mar, como los afluentes de los ríos que tanto me costaba aprender en el colegio. ¿Y qué hago? Escribo. Escribo lo que pienso. Lo que hago es pensar que debería escribir a mano, repienso mientras una galletita de canela entra en contacto con mi boca, provocándome la misma frescura que me producen las calmadas olas del mar, cuando acarician con dulzura mis pies enterrados en la húmeda arena. Esas galletitas que saben a primavera, saben a dulce, tan dulce que sigo escribiendo y se me olvida pensar. Escribo sin pensar, quizá deberíamos hacer todos lo mismo, escribir sin pensar dejándonos llevar, únicamente por aquella melodía que escupe indiscretamente el estéreo de la estantería. Estéreo y estantería. ¿Veis? No es tan difícil. Pluralizo porque quería dirigirme a las personas que leerán estas inexpertas líneas. ¿Qué es lo que no es difícil? ¿Comer una galleta de canela? No, eso ya lo creo que es fácil, me refiero a escribir sin pensar guiándote por los sentidos, por una sonrisa, o por esa misma gotita de lluvia que se estampa con atrevimiento en mi cristal sin permiso alguno. Me levanto y esquivo varios libros amontonados en la estantería del estéreo. Uno de ellos es El cuarto de atrás, todos lo tenemos. No me refiero a que todos mis compañeros tengan ese libro, que lo tienen, me refiero a que todos tenemos un cuarto de atrás. ¿Dónde? No es difícil de encontrar, yo misma lo encontré y para que yo encuentre algo… La portada de mi libro es naranja y aparece la mirada de la autora. ¿Soñadora tal vez? Me he encontrado varias veces con la mirada de Carmen Martín Gaite donde siempre, en la portada, y os aseguro, que me tranquiliza muchísimo más que la osada mirada penetrante de una 14


imaginada Mariana, que ocupa descarada esa parte del libro que, como la manita rápida que impulsa a las teclas del piano a tocar, nos impulsa a nosotros a comprar el libro, la portada de Beatus Ille. ¿Me impresionarían menos los ojos de Antonio Muñoz Molina?...seguro que su mirada me serenaría más que la de Mariana a la hora de despertar con el libro en brazos tras una larga noche leyendo. Tengo en mis manos la mirada soñadora de Carmen todavía, parece que navego en el mar de líneas de expresión de la piel de la autora, de su mirada. ¿Acabaré yo así? No me refiero como escritora, sino cual pasa. Pues como estamos en crisis y no hay para bótox, supongo que sí. Me asusta sinceramente. Decrepitud. Odio esa palabra y empieza con la inicial con la que empiezan palabras tan despreciables como dependencia, dolor, dinero, demacración...entre muchas otras, claro que ahora mismo, pues no me vienen a la mente porque estoy pensándolas. De nuevo pensar y escribir. Porque pienso las palabras, me atasco y no escribo lo que quiero escribir. Dejo el librito naranja a un lado del estéreo de la estantería y descalza sobre las baldosas heladas...me siento observada. Me siento observada por una muchacha que se halla delante de mis ojos mirándome fijamente, una muchacha de mirada de lienzo y cabello acrílico. Mi retrato de la playa. Me rindo, nunca aguanto más de cinco minutos mirándome. ¿Esa soy yo? Pero si yo nunca miro más de cinco minutos a los ojos, ¿por qué ella lo hace?... Será descarada…porque sé que no lo hace con todo el mundo, sé que no mira igual a todos los que posan sus ojos en mi otro yo. Su mirada es mucho más dura conmigo. Por unos momentos me siento como Alicia, cuando frente al espejo se pregunta lo mismo que yo al observar el lienzo amenazante. Aunque, siendo sincera, prefiero sentirme como Alicia, y no como el señorito Dorian cuando rompe a llorar al caer en la cuenta de que su retrato será eterno, y él no. 15


Yo no seré eterna aunque mi profesor de filosofía siempre nos diga " solo hay que convencerse para ser eterno, ¿veis?, yo lo soy". Una vez nos dijo que había una serie de preguntas que llevaban a la eternidad, y que al contestar la última seríamos eternos. Seguro que todo sería mucho mas fácil si esa pregunta fuera la de Alicia frente al espejo. ¿Esa soy yo? Y lo es, esa es la pregunta. ¿Quién soy? (Elena ANDRÉS PALOS, 2º Bachillerato E)

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El mar

Carmen tenía una caracola que la había acompañado toda su vida. Tenía el tamaño justo para envolverla perfectamente con las manos. La concha era de color canela, con partes blancas y más oscuras. Era áspera, con pequeños surcos hechos por el mar y partes que sobresalían puntiagudas formando una espiral. Éstas se iban haciendo más pequeñas conforme se acercaban al final. El interior era rosa. Cambiaba como si fuera un pañuelo de seda al viento. A veces se veía más claro o más profundo. ¿Quién sería el caracol que habría vivido allí hace tantos y tantos años? Ella cerraba poco a poco los ojos y escuchaba el secreto del mar. Así pasaban sus horas. Nunca había visto el mar. Ya hacía muchos años que tenía la caracola. Se la regaló el chico que traía el pescado a su pueblo. Su padre se hacía a la mar todos los días. Volvía antes de que anocheciera. Entonces el hijo empezaba el camino hacia el pueblo para vender al día siguiente la mercancía. Carmen lo veía en la plaza. Lo quería mucho. Le contaba tantas cosas bonitas… Un día le trajo la caracola. Le dijo que se marchaba. El negocio no era suficiente para su padre y para él. Iba a trabajar en una fábrica de salazón. Y ya no volvió a verlo más. Después también ella tuvo que marcharse del pueblo. Aún hoy, más de cincuenta años después, cuando comía bacalao se acordaba del chico que le traía sardinas y le contaba el mar. Le gustaba tanto su caracola que soñaba con esa música envolviéndolo todo, con conchas jugueteando entre la arena y rocas en las que terminaban las olas, salpicadas de espuma. 17


Una mañana pensó que tenía que ir a verlo cuanto antes. No podía dejar pasar mucho más tiempo. Cogió una bolsa de tela de rayas y metió con mucho cariño la caracola. Luego empezó a bajar los cuatro pisos de escaleras de su casa. Las primeras veces que bajó esas escaleras lo hacía enseguida. Iba acelerando conforme llegaba a los buzones, veía la luz de la calle y salía a disfrutarla. Ahora se le hacían cada día más largas. No, hoy tampoco tenía correo. Encontró la calle ya despierta. Le gustaba la ciudad aunque no supiera quién traía el pescado. Era verano. Por las mañanas las ventanas estaban abiertas, refrescando las casas antes de que llegara el calor. No pasaban muchos coches por su calle. A esas horas siempre daba la sombra. Los toldos aún no estaban bajados. Enfrente del portal había una papelería. Cada vez que alguien entraba sonaba una campanita que se oía en toda la calle. Ella también paseaba como los que recorrían la calle arriba y abajo cada mañana. —¡Hola Carmen! ¿Qué tal? —Bien. Estaba pensando lo guapa que se pone la ciudad por las mañanas. Tú, ¿qué tal? —También bien. Vengo de la frutería. —Yo hoy voy a ver el mar. —¿Sola? —No, con la caracola. Se llevaba bien con sus vecinos. Vivía sola. Bueno, con la caracola. Los vecinos se preocupaban por ella todos los días. La estación no estaba lejos de su casa. Se sentó en el lado de las ventanillas del autobús. Era grande pero iba casi lleno. La mayoría eran personas que huían cada verano de la ciudad a la playa. Eran muchas. Cuando se marchaban, algunos de los sitios que ocupaban en verano desaparecían. La playa y el mar se volvían salvajes, los chiringuitos se replegaban y con ellos la mayoría de la población. Otros le parecieron habituales de aquella línea. Cogió la caracola. La puso en sus piernas, encima del vestido verde. Era fresco, claro. Salieron de la ciudad. No sabía exactamente cuántas horas había de viaje pero ya tenía ganas de llegar. Ahora estaba tan cerca... La carretera pasaba rápido por debajo de ellos. Las demás personas que viajaban en ese autobús miraban de vez en cuando la caracola. Era bonita. Nada más entrar en aquel pueblo costero se volvió hacia la ventanilla. Apoyó las manos en ella. Intentaba fijarse en todo pero el autobús iba demasiado deprisa. Nunca supo cómo se llamaba el pueblo del pescador. —Perdone, ¿por dónde se va al mar?— le preguntó al conductor del autobús cuando aparcó. 18


—Usted vaya a la derecha al salir de la estación y enseguida lo verá. Al bajar Carmen notó una humedad que podía respirarse y se quedaba en la piel. Entonces empezó a oír el murmullo del mar. Sonaba como le habían dicho, como en su caracola. Estaba nerviosa. La calle se abría a algo desconocido. Llevaba años y años deseando saber cómo era. Sus pasos se hacían cada vez más pequeños, casi juntándose. De repente se acabó la calle. Desde allí venía un viento tranquilo que acariciaba. Solo quedaba el cielo… y el mar. El mar era impresionante, maravilloso. Estaba vivo. Su azul oscuro guardaba olas cómplices. Iban con tranquilidad, disciplinadas, una detrás de otra. Conforme las olas se iban acercando a la playa crecían, ganaban fuerza y, elegantes, rompían. El mar dudaba entre ir o quedarse. Al llegar a la arena que no estaba mojada le entraba el miedo y volvía a toda velocidad. Siempre le robaba a la playa un poco de arena. Se iba arropada, envuelta en las olas. Miró más lejos, hasta el final. Allí nacían las olas. El mar estaba tan tranquilo que acababa confundiéndose con el cielo. Pensó que tenían suerte las gaviotas y los cormoranes. Le gustó tanto que lo quiso para siempre. (Blanca JUAN GÓMEZ, 3º ESO A)

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Un día de perros

Queridos amigos, os invito a conocer mi fascinante historia. Todo comenzó mientras estaba sentado en mi sillón. Fue en ese momento cuando empecé a planear mi obra maestra, sin saber cómo iba a acabar realmente esta historia. Quería humillarlos e incluso asesinarlos. Era totalmente consciente de mi locura y de la estupidez de mi plan, ya que las personas a las que quería humillar e incluso asesinar eran mis progenitores, las personas que me habían dado la vida. Lo patético del caso era que para llevar a cabo mi objetivo sólo contaba con instrumentos y objetos domésticos. Ella estaba ahí, tan fría y segura como de costumbre, cantando una canción de Radio Futura mientras cocinaba unas acelgas, esa verdura que aborrezco con todo mi ser. Él, sin embargo, se encontraba sentado en la tumbona del jardín, debajo de la noguera, leyendo algún libro de su querido Chesterton, de cuyo título no quiero acordarme. Como aún era por la tarde, pasé las horas hasta la cena encerrado en mi cuarto, maquinando mi ultimátum. Era el mejor momento del día, ya que, como era Semana Santa, siempre nos visitaban amigos, los invitábamos a cenar y el tiempo pasaba mucho más rápido y ameno al no tener que padecer esos insufribles e interminables silencios. Esa primera noche reflexioné sobre el porqué de mi plan: sin duda me odiaban. El día de mi cumpleaños, ella me había regalado delante de todos mis amigos unos calcetines de ositos y pompas de jabón (según ella monísimos), un pijama de Supermán y el nuevo CD de Miliki (el de los payasos de la tele). Él tampoco se “cortó” y me obligó a leer una novelilla de piratas muy aburrida de un tal Stevenson. Y por si fuera poco, me hicieron para comer mi plato “favorito”, una bandeja de ACELGAS. Y ojo si no me las comía, porque “me iba a quedar como el enanito del jardín”. Desesperante. Al final conseguí dormirme y comencé a soñar. En el sueño yo era muy ligero y me movía velozmente, me detenía junto a los árboles a oler y de repente me entraba una necesidad exagerada de orinar en la esquina de la casa de mi vecinito, ese que todos los fines de semana me ponía a volúmenes inhumanos el “Conciertazo” de La 2 (jamás he llegado a comprender cómo un niño tan pequeño podía ser tan insoportable y malvado). Ya acabada mi actividad, seguí corriendo alegremente, pero mi feliz sueño no pudo durar más. Y es qué alguien me había despertado. Allí estaba ella, mi peor pesadilla, vestida con su “comodísima” bata de color rosa fosforito, que podía cegar a diez hombres, levantándome la persiana de mi cuarto 20


con un estrépito infernal. Entonces ella abrió lentamente su boca, enseñándome sus colmillos afilados, y dijo: —Cariño mío, levántate que es la una. Te he hecho tu desayuno preferido, tostadas con aceite y miel. Me limité a rugirle (fue un sonido espeluznante, que nunca hubiese podido imaginar que yo sería capaz de realizar) y me levanté, arrojando las sábanas y las almohadas por el suelo. Seguí caminando hasta el baño y me encerré en él. Me lavé la cara y me miré al espejo. Me sorprendió ver que me había crecido el bigote una barbaridad. Seguí mirando y descubrí que también me había crecido de manera desmesurada el vello de los brazos y las piernas. Rápidamente me afeité el bigote para evitar comentarios de tipo: “¡ay, estás hecho todo un hombre!” o “¡te pareces a mí cuando hacía la mili y llevaba mostacho! También pensé que sería recomendable salir a desayunar con un albornoz para tapar los indeseables nuevos inquilinos de mis extremidades. Por último me lavé los dientes con el cepillo y me enjuagué la boca. Al hacerlo me di cuenta de que tenía los dientes más puntiagudos, sobre todo los caninos. Por fin salí del baño y caminé lentamente hasta la galería acristalada del comedor. Había decidido desayunar. Fue al sentarme frente al plato cuando empecé a percatarme de que una explosión de olores de todas de las clases se introducía por mi nariz, produciéndome un maravilloso placer en la pituitaria. Comencé a olfatear y mover las aletas de la nariz, y fue entonces cuando me percaté de la cara de acelga de mis padres que estaban sentados delante de mí. Fue más fácil que en una serie de ciencia ficción. Les leí el pensamiento. Estoy seguro en un noventa y nueve por ciento de que creían que yo era un BICHO RARO. Por supuesto, paré en seco y los saludé, fingiendo una sonrisa kilométrica. Siguieron comiendo y hablando de sus cosas. Yo me llevé el primer mordisco de tostada a la boca y experimenté un sinfín de sabores recorriendo los lugares más inhóspitos de mi boca y lengua. Era como si me hubiese tragado un bote lleno de polen de diez mil flores diferentes y fuese capaz de identificarlos. Me estaba pasando algo raro. Primero el crecimiento del vello corporal y de los dientes y después un aumento del olfato y del gusto. ¿Qué me estaba pasando? En esos momentos no tenía ni idea de lo que me iba a ocurrir y en lo que me iba a convertir. Creo recordar que me imaginaba como un supermán ibérico de pelo en pecho. Desde luego, nada parecido a lo que me iba a transformar. Terminé de desayunar y decidí vestirme para dar un paseo, correr un poco y meditar sobre la venganza que quería cometer. Empecé a 21


correr por un camino rural que empieza al lado de mi casa. Aprecié que tenía la vista un poco borrosa y que percibía menos detalles de los árboles, pero en cambio pude percatarme de que corrí sin cansarme, con muy buen ritmo. Como en el sueño, me sentía ligero. Y fue en ese momento fugaz cuando la pude escuchar e incluso oler. Con un instinto animal automático empecé a correr, bosque a través, a una velocidad impresionante, como si de un sabueso cazador se tratase. Estaba ya a dos metros de mi codiciada liebre, cuando tropecé (cómo no, muy ocurrente en mí) y me di con los dientes contra el tronco de un viejo roble. Dichoso árbol, aún hoy lo recuerdo con odio, y sufro al ver que mi estado físico actual no me permite pegarle una patada. O aún más apropiado para mi estilo de psicópata: quemarlo. Volví como pude a casa, pensando en mi venganza cada vez más aplazada. Justo antes de llegar a casa me encontré con el “gracioso” de mi vecino, que al ver que me faltaba un diente me dijo con sorna, imitando a un odioso “humorista” de la tele: —“¡Cuñaaaaaao!” El caso es que me giré, le traspasé fijamente con una mirada animal, propia de sabuesos, y levanté mis labios, enseñándole mis colmillos puntiagudos y haciendo vibrar el labio. El vecino, apodado “el Francés”, porque con su cobardía parecía darle la razón a ese dicho popular aragonés que atribuye ese defecto a los paisanos de Astérix, salió corriendo hacia su casa. Pensé que llevaba un día de perros. Seguí caminando y atravesé la cancela del jardín. El día no me podía ir peor, mi madre les estaba enseñando a mis ancianitas vecinas mis fotos de bebé, desnudito en la bañera. Entré en estado de furia y, como un perro rabioso, me empezó a salir espuma de la boca. Después lancé un aullido descomunal, que hizo que las viejecitas (ahora las recuerdo con cierta pena) salieran huyendo del jardín, santiguándose. Le grité a mi madre. Ella, que se encontraba verdaderamente asustada, me pidió perdón y me prometió que no se volvería a repetir la situación. En ese momento me sentí orgulloso de mí mismo. De repente volví a olfatear algo. En ese instante hubiese jurado ante notario que el olor surgía de una ristra de chorizos de los de mi abuela (esa sí que me sabía entender), y corrí hacia la cocina con unas zancadas propias de un galgo de carreras. Al llegar sentí un hambre descomunal, y no me pude resistir. Cogí la ristra con mi boca y me la llevé corriendo hasta mi cama. Creo recordar que no me duró más de un minuto devorarla. 22


Debido al cansancio, decidí echarme una siestecita. Me la merecía. Dormí profundamente. Mi madre, todavía temerosa después de mi reacción matutina, decidió no despertarme para cenar, así que lo hice por mis propios medios por la mañana. Cuando me desperté me vi en una situación muy peculiar: la cama estaba llena de pelos y la habitación olía “a perros”. Me levanté ágilmente y fui caminando hacia el baño, con los ojos entrecerrados. Notaba un poco diferente el mundo, como si fuera más grande. Pensé que se debía a que todavía me encontraba un tanto dormido. Pero al llegar al baño me quedé perplejo: no conseguía ver mi cara reflejada en el espejo, ni siquiera abrir el grifo del lavabo. Aprecié que mi altura era la misma que la de la bañera. ¿Acaso iba a gatas sin darme cuenta? Al ponerme de pie noté que me cansaba y que no conseguía guardar el equilibrio. Enseguida también descubrí que tenía pelo (casi sería más adecuado llamarlo lana) y que tenía algo parecido a garras en lugar de piernas y brazos. Fui corriendo hasta el dormitorio de mis padres para tratar de verme en el espejo de su armario. No podía creer lo que veía ¿Acaso habría ingerido por error alguna extraña ponzoña? La imagen que se reflejaba en el cristal no era la mía sino la de un perro; un perro peludo, con sus bigotes, sus cuatro patas y su cola. Acto seguido ladré varias veces hasta que conseguí despertar a mis padres. Salté encima de su cama, y me dispuse a morder y estirar los calcetines que llevaban puestos para despabilarlos totalmente. Mi madre gritó y mi padre, que todavía se encontraba semidormido, se limitó a bostezar. Yo no sabía cómo actuar ¿Cómo podía hacerles creer que era su hijo? ¿Cómo podía explicarles aquella misteriosa metamorfosis que se había producido en mí? Ni podía escribir ni conseguía que entendieran mis ladridos. Ante la perplejidad de mis padres, lo que se me ocurrió fue lo siguiente: agarré con la boca la caja del Intelect (el juego de mesa) y la tiré al suelo. Ayudado de mis garras, conseguí que las fichas forma23


ran la siguiente frase: “SOI BUESTRO IJO”, y acto seguido fui corriendo a mi habitación para coger con los dientes una foto mía. Se la llevé y se quedaron helados, pero yo creo que me entendieron porque no me echaron de casa ni me llevaron a la perrera. Y desde ese día de perros mi pobre venganza ha consistido en lamerles los pies cada mañana en la cama, morderles los muebles, hacer pis en la puerta de la nevera y mancharles la casa con mis excrementos. En fin, tampoco ha sido tan malo. Podía haber sido peor. De hecho, desde entonces nuestra convivencia ha mejorado considerablemente. Me sacan a pasear, me arrojan una pelotita y, todos los días, consigo obtener algún premio. Lo que no había logrado desde que hice la Primera Comunión. Eso sí, los obsequios ya no son de Nintendo, Adidas o Lacoste, sino de la marca Pedigree Pal. Bueno, esta es mi historia. A ver si, con el tiempo, consigo convertirme en hombre-lobo para poder consumar mi ansiada venganza. (Víctor BALLARÍN AGUARÓN , 3º ESO C)

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Sara

Sara era una jovencita de catorce años que parecía sacada de un cuento de princesas por lo guapa que era. Tenía la tez clara y sonrosadas mejillas. Su pelo era negro como el azabache y sus ojos a juego. Era de estatura media y buena figura. Vivía con su familia en una casa preciosa en el norte de España, donde amanecía todos los días viendo el mar y se dormía contando estrellas. Tenía una imaginación asombrosa que había desarrollado gracias a su afición por la pintura. Por su anterior cumpleaños, sus padres le habían regalado un caballete de pintor profesional y un estuche con un amplio abanico de pinturas de colores. Lo curioso de sus cuadros es que cobraban vida cuando ella quería. Dibujaba una pequeña puerta a la derecha del Iienzo con un timbre y, tras pulsarlo, la puerta se abría y podía entrar dentro del cuadro. Siempre que tenía una duda sobre cualquier asignatura dibujaba a un científico famoso y él le resolvía el problema. A eso se debían sus magnificas notas. Otra de sus aficiones era la Fórmula 1. Por eso, cuando tenía un rato libre dibujaba un circuito, un coche de carreras para ella y otro para un piloto famoso, y se dedicaban a perseguirse a gran velocidad.

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Una vez estuvo dando un paseo por el centro de la Tierra y observó que se parecía poco a lo que había descrito Julio Verne en su libro. Otra ventaja que tenía poderse meter en un cuadro consistía en que podía sacar objetos de él, siempre y cuando no fuese algo esencial del paisaje. Así que cuando tenía que ir a comprar cualquier cosa, por ejemplo, el pan, no necesitaba pisar la calle. Podía hacerlo por el interior de una pintura y caminar cómodamente por ella, incluso en pijama, o como ella quisiera. Un día, al despertar, se le ocurrió una curiosa idea. Como su jardín era demasiado grande y costaba mucho regar todas las plantas, pensó dibujar una nube gris muy fina, tomar un pedacito de ella y ponerlo sobre las plantas. Cuando la nube descargara sus gotas de lluvia regaría gran parte del jardín. Con este procedimiento podría disfrutar de ellas sin emplear tiempo en regarlas. Además, esto no alteraba el ecosistema. Cada cierto tiempo volvía a coger trozos de nube, pero lo hacía de diferentes zonas del planeta, pues cada flor o cada arbusto se desarrollaba mejor con agua de una determinada región. Otro día, después de terminar los deberes con Ramón y Cajal, decidió dar un paseo por el planeta Marte. Dibujó un traje de astronauta con las características necesarias para poder sobrevivir allí lejos, dibujó después el planeta rojo y, en un instante, Sara llegó hasta allí. Una vez en él, fue muy cuidadosa para no perjudicar ni dañar nada. Desde Marte, Sara observó miles de estrellas que brillaban en el cielo, pero como a su parecer faltaba color en el firmamento, sacó de su bolsillo las pinturas que siempre llevaba y se puso a trabajar. Aquel día Sara diseñó las auroras boreales. Cuando contemplemos en el firmamento una lluvia de estrellas fugaces, un eclipse o una constelación maravillosa, podremos pensar que Sara estará en algún planeta no muy lejano dibujando sobre el cielo. (Patricia DÍEZ CALVO, 3º ESO C)

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Colorín colorado

El despertador sonó tan molesto y ruidoso como siempre. Eran las seis y cuarto, viernes y… ¡DÍA 21! Último día de curso. Me fui al baño de mi dormitorio a lavarme la cara y volví a la habitación. —Toc, toc, toc—dijo alguien detrás de la puerta. —¿Sí? La puerta se abrió poco a poco con un sonido chirriante. —Tengo que arreglar esa puerta. —¡Papá!—corrí a abrazarlo y después nos sentamos en mi cama deshecha—. ¿No estabas en Londres? —Sí, pero quería darte una sorpresa. Quiero ver a mi hija graduarse. El próximo año vas a la universidad y este es tu último curso en el instituto. Estoy tan orgulloso de ti…—sin querer solté un bostezo—. Sé que me repito, lo siento, pero es la verdad—se hizo una pausa corta—. Venga, para abajo, a desayunar. —Ahora voy, solo dime una cosa. —Dispara. —¿Y Julia? ¿Dónde está?— Julia era la mujer de mi padre. Recuerdo bien cuando me la presentó. Morena, pelo rizado… No me caía bien, no sé, tenía un mal presentimiento. —Lo hemos dejado. —Oh, lo siento, papá. ¿Estás bien? —Sí —no lo decía muy convencido. Dio un suspiro—, te espero abajo. —Vale. Una parte de mí se alegraba de que lo hubieran dejado, pero por otra parte me entristecía que él estuviese así. Abrí el armario y cogí el conjunto tan mono que me había comprado la semana anterior. Una camiseta azul de tirantes y una minifalda vaquera. Me puse las manoletinas y bajé a la cocina. Entré a la cocina y me senté. Mi padre ya había preparado el desayuno. Bebí un poco de leche y mordí la esquina de mi tostada de mantequilla derretida por los bordes. Silenciosamente, escuchaba la conversación de mis padres. Discutían sobre dónde se iba a quedar mi padre a vivir, pues ya no iba a volver a Londres. Mi madre decía que se podía quedar en casa pero a mi padre no le convencía, decía que se buscaría 27


piso pero mi madre insistía. Él no quería estorbar, a mí me encantaba la idea de que se quedara, pero mi padre era muy cabezota y era muy difícil de convencer. Al final, mi madre lo convenció. Él se quedaría en la habitación de invitados y ayudaría en las tareas de casa —eso lo dijo mi padre para agradecer lo que estábamos haciendo por él—. Ya era tarde y tenía que ir al instituto. Me despedí de mis padres y fui al baño, cogí el cepillo de dientes y me los cepillé rápidamente. Después, me hice una coleta alta, cogí las llaves, me las metí en el bolsillo pequeño de la mochila, abrí y cerré la puerta sigilosamente y fui andando directa al instituto. —¡Irma! ¡Irma!—alguien me estaba llamando y me di la vuelta. Era Emma, mi mejor amiga, que estaba corriendo intentando alcanzarme—. ¡Espérame! —Ja, ja, ja. ¿Has salido tarde de casa o qué? —le pregunté. —Pues ya ves, mi hermano que me ha escondido la mochila— decía sofocada. —No, si los hermanos…son los hermanos. —Y que lo digas, tía —decía con rabia. Nos fuimos andando hasta el instituto y en la puerta nos encontramos con Kate y Kelly y entramos a la clase de lengua. Todas las clases se nos pasaron volando pues no hicimos clase normal. Estuvimos hablando y jugando y cuando sonó el último timbre todos nos abrazamos y nos despedimos. Volví a casa con Emma y nos contamos a dónde íbamos a ir de vacaciones. Nos despedimos con dos besos y un abrazo muy fuerte. Nos prometimos que nos llamaríamos todas las noches y nos fuimos cada una a nuestras respectivas casas un poco tristes porque no nos volveríamos a ver en bastante tiempo. Cogí las llaves y entré. —¡Se me acaba de ocurrir un idea estupenda! —grité nada más entrar. —¿Qué idea es esa, cariño?—me respondió mi madre. —Papá, ¿tú no tienes que irte a ninguna parte este verano, no? —Eh, no. —Pues, papá puede venir con nosotras de vacaciones. A mí no me importa irme a otro sitio. Si a ti no te importa, te puedes venir con nosotras —-me dirigí primero a mi padre y después a mi madre—. ¿Puede? —No sé…Bueno, vale. Pero solo si quiere venir él. No le presiones, hija. Acaba de llegar y necesitará reposo. —No lo decía muy con28


vencida. —No, qué va. Me iré con vosotras, además, sé un sitio adonde podemos ir y está cerca de aquí, de Noisesblack. Es un camping y es muy barato. —¡Genial! Y yo tengo un saco de dormir y todo lo que necesitamos para el camping lo tenemos en el trastero —miré a mi madre con una sonrisa—. ¡Por favor, mamá! —De acuerdo, vale. Pero tú pagarás tu parte —mi padre me guiñó un ojo, los dos ya sabíamos lo que quería decir. —Vale —dije a regañadientes y él muy satisfecho. —Pues ya está. Ahora cogeré el ordenador y reservaré el camping —se fue a coger el ordenador y se sentó en la mesa de la cocina. Me fui a mi habitación y fui preparando las maletas por si acaso, es que me podían las ganas. Eran las dos de la tarde y todavía no había comido. Me sonaban las tripas y bajé al comedor esperando que la comida ya estuviera hecha. Bajé las escaleras corriendo mientras se me movía la coleta de un lado para otro y vi la mesa del comedor sin mantel. Busqué a mi madre en la cocina y me encontré un montón de comida china. —¿Comida china? ¿No tienes comida en la nevera?—cogí una patata que había en la encimera. —Claro que había comida pero tu padre dijo que salía y que no hiciese la comida, le hice caso y me vino con todo esto —miró toda la comida—. Anda Irma, pon la mesa. Fui al comedor, abrí el cajón de la mesa y cogí el mantel. Lo extendí por la mesa y puse los cubiertos y los vasos. Volví a la cocina, cogí la comida y mi madre y yo nos sentamos en el comedor. Acto seguido vino mi padre y se sentó. —Ya he reservado nuestras vacaciones y ha sido bastante barato. —¿Para cuando son?—preguntó mi madre. —Nos vamos mañana. —¿Mañana? Pero si tengo las maletas a medias, ¿y si necesito algo más? Además, tenemos que comprar todo para el camping —dije un poco preocupada pero contenta por irme de vacaciones con mis padres juntos. —Tranquila, ya he comprado todo lo necesario y las maletas las hacemos hoy —dijo tranquilizándome. —Juan —dijo preocupada y un poco enfadada mi madre—, no es necesario que hagas esto. Todo está siendo muy precipitado. 29


—María, tranquila, ahora estamos todos muy nerviosos, pero cuando estemos descansando, tomando el sol —me miró con una sonrisa—, estaremos más tranquilos. —De acuerdo, pero ¿cuándo volveremos? —Cuando queramos. Cuando he llamado, el encargado me ha dicho que como este año, por la crisis, hay poca gente, que nos quedemos hasta que queramos y cuando nos vayamos le paguemos. —Mm... Vale. Pues vamos todos a hacer las maletas. —Nos levantamos de la mesa y la recogimos. Después, nos fuimos cada uno a nuestros respectivos cuartos e hicimos las maletas. Abrí la maleta gris que estaba medio hecha y seguí preparándola. Cogí la ropa, el neceser y todo lo que necesitaba y la cerré. Me costó un poco porque puse demasiadas cosas pero ,al final, me senté encima y conseguí cerrarla. La bajé, la dejé al lado de la puerta y me despedí de ella hasta el día siguiente. Me dirigí al baño de mi dormitorio, cogí el cepillo de dientes y, mientras me los lavaba, no paraba de pensar en lo nerviosa que me estaba poniendo y me preguntaba si conseguiría dormir aquella noche. Me metí en la cama y la verdad es que de tanto pensar me quedé frita. A las nueve ya estábamos en el coche de camino al camping, yo estaba sentada detrás mirando el paisaje cuando vi un cartel que ponía: „‟Bienvenido al camping Subersis‟‟. La verdad es que se me pasó el viaje volando. Fuimos a coger sitio para montar la tienda de campaña y me puse el primer bikini de los que me había traído. Era azul oscuro y blanco con rayas, tipo marinero. Cogí las cosas que necesitaba y fui corriendo a la playa. Una vez allí coloqué mis cosas a un lado y extendí la toalla a rayas de colores y me tumbé en ella, la verdad es que estaba en la gloria. Al mirar hacia un lado vi una especie de cueva y me acerqué a ella, me picaba la curiosidad. Por los muros había musgo y enredaderas. Había una pequeña piedra que sobresalía. La toqué —estaba húmeda— y al apretarla se abrió una puerta, aluciné. Aquello era un bosque, ¿dónde me había metido? Mientras cotilleaba, algo se movió entre los arbustos. Al acercarme salió corriendo. Era pequeño, con gorro rojo, camiseta verde, pantalones azules y unos zapatos diminutos, ¡que era un gnomo!, ¡como en los cuentos! El gnomo entró en un palacio y yo también, estaba decidida a averiguar de qué iba todo esto. Además del gnomo, ¡había un hada! ¡Lo 30


que me faltaba! ¿Estaba loca o me había sentado mal el desayuno? Estaban hablando de algo que parecía un problema. No oía casi nada, sentí unos pasos detrás, me di la vuelta y, ¡era una bruja! ¡Lo que me faltaba! Me metió en un saco y empecé a gritar. Estaba muy asustada. El hada y el gnomo me oyeron y acudieron a mi ayuda pero ya era demasiado tarde. Cuando la bruja de pelo morado y ropa gótica me quitó el saco me encontré en una jaula. El resto de la habitación estaba pintada de negro y morado con muchas estanterías, libros, ollas…bueno, todo lo típico que uno se puede imaginar de una bruja. Empezó a decir unas palabras que no entendía y al decir la última, me rodearon unas cuerdas de las que no podía escapar. De repente, vinieron más brujas a cual más fea. Cada bruja cogió su libro de conjuros y salieron al exterior. Las oía decir unas palabras mágicas y vi por la ventana un tornado enfrente de ellas. Cada vez se hacía más grande hasta que se paró en seco. Las brujas feas se miraron unas a otras extrañadas hasta que apareció el hada del castillo —parecía ser la reina de ese mundo mágico— junto al gnomo y otros seres mágicos. Las brujas los miraron con una mirada amenazadora. Yo empecé a gritar „socorro‟ para que vinieran a buscarme. A los cinco minutos de parar de gritar vino el hada y me soltó. Me dijo que la siguiera y yo, asustada, le hice caso. Fuimos al descampado donde se libraba la lucha entre las brujas y las hadas. Me protegió con una especie de burbuja y observé la lucha. Salí de la burbuja para ayudarles pero una de las brujas me hizo un corte en la muñeca derecha. —¡Quédate ahí, es muy peligroso!— me dijo un hada que revoloteaba por los aires y volví a la burbuja. De pronto, todas las hadas y gnomos —unos más grandes y otros más pequeños— se cogieron de las manos y formaron un círculo. Empezaron a decir palabras mágicas difíciles de recordar y en medio del círculo, se formó otro tornado. Se movió hacia las brujas y las aspiró 31


como si el tornado fuera una aspiradora y las brujas, el polvo. Toda lucha y pelea se terminó y la reina me explicó que aquellas brujas querían que la oscuridad invadiera todo el mundo mágico y mortal. Descubrieron dónde se encontraban porque cada ser mágico tiene un rastro de polvos mágicos a no ser que haga un conjuro. A esa bruja, se le olvidó. La reina me acompañó hasta la puerta de la cueva por la que había entrado y me dijo: —Tienes que prometerme que no le dirás todo lo que has vivido hoy a nadie. Pondrías en peligro a todo ser mágico. —De acuerdo, tranquila, sé guardar un secreto—le aseguré, aunque de todas maneras quién se lo iba a creer. —Te lo agradezco mucho —me abrazó y me miró—. Ahora tienes que ir a tu mundo. —¿No puedo quedarme un poco más, por favor? —No, no puedes. Tus padres estarán preocupados, pero puedes volver cuando quieras. —¿De verdad? Muchas gracias. —El hada apretó una piedra y se abrió un muro, me dedicó una sonrisa, la abracé y me fui. Volví a la playa y vi a mis padres que me buscaban. Al verme me abrazaron y volvimos al camping. Fuimos al bar para tomar algo y al coger mi refresco mi madre me miró fijamente el brazo y dijo: —¿Y ese arañazo? —preguntó asustada. —¿Eh? Ah, nada, es que…me he caído —le respondí sin romper mi promesa a la reina del mundo mágico.

(Pilar GRACIA IZQUIERDO, 2º ESO C)

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Poesía en castellano

Bachillerato PRIMER PREMIO: Último adiós, de Uxue Rambla Equílaz Segundo ciclo de ESO PRIMER PREMIO: El instante crepita, de Elena Rando

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Último adiós

Siendo el fin inminente y solo oyéndose ese sordo eco de la cercana muerte que con lazos de acero aboca al más santo al igual que al reo de esperanza carente; y en el fondo de su ser el deseo que arrastra la corriente de virtud y de anhelo dejando detrás el vacío pleno. (Uxue RAMBLA EGUILAZ, 1º Bachillerato E)

El instante crepita…

El instante crepita cual madera al fuego, el humo de tu aroma nubla mi imaginación. Y las llamas son tan vivas que me ciegan fuera y dentro, solo espero que mis pestañas guarden la imagen de tan bello atardecer. Calidez absoluta ¿qué le espera luego? Nada, la lumbre se va enfriando y tu luz se apaga, ya no hay madera, solo recuerdos. (Elena RANDO DE LA TORRE, 4º ESO A) 34


Relato corto en francés

Bachillerato PRIMER PREMIO, EX AEQUO: Je pense à lui, de María Callizo Monge Impuissante, de Ana Cristina Rojo Echeburúa

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Je pense à lui.

Je pense à toi, à ton regard. À ce regard sincère, amoureux qui me disait je t'aime en ouvrant seulement les yeux. Ce regard qui avait une couleur verte et donnait de l'espoir, une couleur aigue-marine, la couleur de tant de paysages que nous seulement connaissons. Des paysages, des voyages, tout dans ce monde me rappelle ta présence. Je pense à ce parfum qui inondait tout, un parfum uni à tout moment, une sensation ou un instant. "Emmène-moi en Afrique du Sud", je te répétais. "Perdons-nous dans les rivières, l'aventure, la forêt, les gens et la foule" je te criais plusieurs fois. "Je veux sentir cette intensité, ce risque » (C´était toi qui me disais « qui ne tente rien n'a rien »?). Mais toujours tu niais, me nommais folle, irraisonnable et il est possible que je le sois. C'est pourquoi maintenant des milliers de kilomètres nous séparent, c'est pour cela que je te manque tant, moi, la ville ne me manque pas et je te dis que tu avais une raison : « qui ne tente rien n'a rien ». Je suis arrivée à Messina il y a deux mois, les jours sont durs, pleins de chaleur et de solitude, mais voir comment tout prospère m'encourage et me comble d‟orgueil. Au commencement je ne me trouvais pas bien ici, les gens ne comprenaient pas ma langue (bien que toutes les langues procèdent du Français), ils me considéraient étrangère, dangereuse, pour avoir une autre couleur de peau différente de la leur. Au bout de quelques semaines je me suis installée chez une tribu, ses habitants semblaient disposés à m'aider en ma tâche, et j'étais disposée à la réaliser. Quelques jours ont passé, et j'ai commencé à connaître la fille du chef de cette tribu, elle doit avoir plus ou moins mon âge, elle m'a aidée à apprendre ses dialectes, et très tôt nous sommes devenues amies. Je leur apprends le Français, l'Espagnol, et un peu d'Anglais, il est amusant de voir comment ils s´efforcent. Onze garçons et trois filles assistent à ma classe, les autres doivent travailler nuit et jour, s‟occuper de 36


leurs familles ... La vie est très dure ici si on est femme. Le mépris, le travail intense, et le machisme sont les trois clés de la société dans laquelle je vis. Il y a 9 jours, une escadrille militaire est venue à la recherche d'argent, des possessions, notre tribu est très pauvre, et nous n'avions plus que le juste pour survivre. Cela ne leur a pas plu et ils ont séquestré Madeleine, une de mes élèves qui a 14 ans. J'ai essayé de l'éviter, mais ils m‟ont jetée au sol, je me suis sentie impuissante, ma petite lutte n'a servi de rien, ils me disaient seulement qu'ils passaient souvent. J'ai marché jusqu´au village, découragée, et j'ai dénoncé cet outrage. Nous avons réussi à la racheter, malgré le système policier. La vie ici est très dure, il est possible que pour cela j‟aie besoin de t'écrire, et d´avoir ce lien avec l´unique souvenir innocent et pur que je conserve de cet autre bout de la planète. Malgré tout, je sais que j‟ai besoin de continuer ici, j‟ai besoin de voir que tout va mieux, bien que ce soit sans toi. Et tu dois comprendre que mon avenir est là où on a besoin de moi, et que sans toi, sans savoir que tu m'attends je ne pourrais pas continuer à les aider. J'ai besoin d'eux près de moi, et j‟ai besoin de toi à mon côté. Aide-moi, fais que mes mémoires ne restent pas dans l'oubli et aide-moi aussi à ce que je n´oublie jamais cette couleur aigue-marine qui me fait rêver, tant de nuits. (María CALLIZO MONGE, 2º Bachillerato E)

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Impuissante

Je me suis levée. Quel beau jour

fait aujourd‟hui ! Le soleil est très haut et il fait très chaud. Je suis heureuse. Tout est calme. Il n ´y a pas de nuages. Hier il a plu et l‟atmosphère sent la rosée. J‟adore les jours comme ce jour. J‟ai habité toute ma vie ancrée dans cette petite portion de terre, toujours entourée par le même paysage et par les mêmes compagnes. Notre vie consiste à croître et à espérer avec des désirs ardents qu‟il pleuve. Je suis une très jolie fleur, avec beaucoup de pétales roses veloutés. J‟ai peur de ce que quelqu´un m‟arrache, parce que s‟il le fait, il m‟arrachera la vie de la même manière. Aujourd‟hui les oiseaux sifflent des mélodies joyeuses mais je suis nerveuse. Je peux voir jouer au fond des enfants et….. ils s‟approchent de plus en plus. Tout à coup, une petite fille aux yeux bleus vient jusqu‟ à moi et dit: Maman! Regarde quelle jolie fleur! Je remarque comment ses doigts innocents attrapent ma tige fortement et mes racines commencent à aboutir à la surface. Et moi, en silence comme toujours, je ne peux rien dire. Je reste impuissante devant ma mort. Maintenant il ne fait pas chaud. J‟ai froid. (Ana Cristina ROJO ECHEBURÚA, 2º Bachillerato C)

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Índice

Venturas y desventuras Otro punto de vista

....................................................... 11

En los mundos de Yupi El mar

................................................. 14

........................................................................... 17

Un día de perros Sara

................................................ 5

........................................................... 20

.............................................................................. 25

Colorín colorado Último adiós

........................................................... 27

.................................................................. 34

El instante crepita Je pense à lui Impuissante

......................................................... 34

............................................................... 36

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Esta edición no venal, con fines pedagógicos y hecha para su distribución entre el público lector del Instituto de Enseñanza Secundaria Goya de Zaragoza, reúne los textos premiados en la modalidad literaria de relato y poesía en castellano y relato corto en francés que se han otorgado en los Premios Goya 2009-2010.



Biblioteca del Instituto Avda. de Goya, 45 50006 Zaragoza

TelĂŠfono: 976 358 222 Fax: 976 563 603 Correo: iesgoyzaragoza@educa.aragon.es


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