Premios Goya 2017

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Cuadernos de biblioteca

Premios Goya 2017 1


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Premios Goya

2017


Cuadernos de Biblioteca nº 23 Colección dirigida por Javier Aznar Ilustraciones de Paula Díaz Rincón, Alejandro Peiró Gayán, Xuangyi Wang

PRIMERA EDICIÓN, 2017 Ediciones de la Biblioteca Departamento de Edición Maquetación: Mª Pilar López Pérez IES Goya Avd. Goya, 45 50006 ZARAGOZA


Alejandro Peirรณ Gayรกn 2ยบ Bachillerato Premio Cartel de Biblioteca


PREMIOS GOYA 2017 RELATOS CORTOS Y MICRORRELATOS 1º y 2º de ESO Relato literario – primer premio: El señor de las sombras (Ada Monleón Burguete, E1C) Relato de recreación histórica - primer premio: La carta perdida (María Piñol Martín, E2B) Microrrelato literario finalista: Se apagó la luz (Sara Veras Bazán, E2B)

3º y 4 de ESO Microrrelato literario – primer premio: Si nos tuviéramos en cuenta (Margarita Oyarzábal, E4C) Relatos literarios finalistas: Los celos y la estatua (Irene Yifang Rodanés Rosales, E3C) Desaparecido (Celia Pardos Núñez, E3B) Decisiones de éxito (Sara Esteban, E4A)

Bachillerato Relato literario – primer premio: A tu lado (Anna González Gómez, B2G) Relato de tema mitológico – primer premio: Orfeo y Eurídice (Violeta Díaz Plaza, B2F) Relatos literarios finalistas: Cisne (Gonzalo Durán Hernández, B2A) Libertad en llamas (Elena Lores Vera, N2E)

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El señor de las sombras

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erré los ojos, respiré hondo y los volví a abrir. Seguía allí, estaba sentado en el sillón del abuelo, mirándome con esos ojos fríos y calculadores.

–¿Qu-é haces aquí? –pregunté, aparentando una seguridad que no sentía. –No preguntes cosas que ya sabes, querido. –S-e supone que tú… –¿Estaba muerto? –sonrió con una indiferencia que me hizo temblar–. Os equivocasteis, no os libraréis de mí tan fácilmente. –Por favor, vete –las lágrimas me nublaban la vista. –Me iré cuando me devuelvas lo que es mío –se levantó y se colocó a tan solo diez pasos de mí–. Devuélveme mi alma. –No –murmuré. –¿Qué has dicho? –por un momento se deshizo la máscara de frialdad que le cubría la cara. –¡Que no! Si lo hago, volverás. No lo puedo permitir. –Vamos –adoptó un tono amable–, Will, devuélvemela y te juro que no dañaré a Alexandra. –¡No te atrevas a mencionar a Alexandra! –Esperáis un hijo, si no me equivoco –un escalofrío me recorrió la espalda, era imposible que lo supiese–.Sería una pena que le sucediera algo. –No vas a conseguir convencerme, Shadow, no te ayudaré. –Oh, ya veo –fingió estar decepcionado–, es una pena que tenga que hacer esto. Hizo un movimiento con la mano y apareció un portal en el centro de la estancia. No podía creer lo que veían mis ojos. –¡Suéltala! –exclamé al reconocer a Alexandra. Yacía en el suelo y su camisón blanco estaba bañado en rojo donde debía estar el corazón–. ¡No la metas en esto! –Oh, claro que la voy a meter –sonrió fríamente–. Es una riña familiar, ¿no? ¡Pues ahora ella es mi cuñada! –Jack, por favor –las lágrimas se deslizaban por mis mejillas haciéndome sentir 7


débil e impotente. –¡No me llames así! Yo soy Shadow, señor de las sombras. –¡No, tú eres Jack, mi hermano…! –¡Mientes! –interrumpió. –¡Primogénito de la familia Rocket! –¡He dicho que no!¡Yo… ya no tengo una familia! –pareció titubear un momento, era mi oportunidad. –Por favor, hermano, recuerda. Papá, mamá, tú y yo. Los cuatro luchando contra el mal… –¡No! –Aprendiendo a usar los poderes en casa del abuelo Phil… –¡No! ¡No! –Sacó la espada que le colgaba del cinto, las llamas negras agolpándose alrededor del filo– ¡No tengo padre ni madre!¡Mi única familia soy yo mismo! –¡Claro que no! –¡Sí! Enfiló la espada y embistió contra mí. Me aparté y no me hirió por los pelos… –Te lo diré una última vez, Jack. Suelta la espada. Embistió de nuevo y, a mi vez, desenvainé la espada.En mi caso no había llamas sino luz blanca agolpándose en torno el filo. Las espadas chocaron y los dos nos vimos obligados a retroceder. Embestimos una segunda vez y volvimos a chocar. –Vaya, veo que no has perdido facultades este año –observé. –Al parecer tú tampoco, Will. –Gracias –dije antes de volver a la carga. Esta vez, al entrechocar los filos, una luz blanca se adueñó de la habitación. Cuando se hizo más débil pude ver que el filo de la espada de Jack se había partido por la mitad, las llamas se habían extinguido y él, por un momento, me miró desconcertado pero luego volvió a la sonrisa sarcástica que siempre le había caracterizado. –Bueno, veo que no me das a devolver lo que es mío. –No puedo hacerlo, volverías a desencadenar el caos por toda la ciudad. Yo mismo te arrebaté el alma con esta espada. Ahora seré yo quien te mate, esta vez en serio. –¡Ja! Qué iluso, piensa que me va a derrotar –soltó una risotada antes de continuar 8


–. Al parecer se te olvida una cosa. Con un ademán, señaló el portal donde se veía a Alexandra todavía agonizando. Mierda, me había olvidado de ella. –Jack, suéltala –enfilé mi espada otra vez dispuesto a matarlo si hacía falta–. Estás desarmado y puedo contigo. –No estoy desarmado. Olvidas que yo también puedo usar los poderes, y en ese campo soy mejor que tú, hermanito. Tragué saliva. Estaba en una encrucijada, tenía razón. Nunca se me dio bien usar los poderes si no los canalizaba a través de mi espada mágica. –Pero, tranquilo –dijo en ese momento Jack–, no te voy a matar, todavía tienes que devolverme mi alma. –No lo haré. –Oh, claro que lo harás, porque Alexandra se quedará unos días conmigo –sonrió y su sonrisa hizo que se me helara la sangre.Intenté atacar pero no podía moverme–. Nos veremos pronto, Will Rocket. –¡Nooo! –y todo se volvió oscuro. Abrí los ojos. El sudor me resbalaba por la frente. Tragué saliva. ¿Había sido todo un sueño? Me enderecé y, rápidamente, miré a mi alrededor. Estaba en mi habitación pero… estaba solo. –¿Alexandra?, ¿cariño? –la voz me temblaba, no podía ser cierto–, ¡Alexandra! – me levanté y corrí al pasillo– ¡Alexandra! Recorrí toda la casa, nadie. –No, cariño… –las lágrimas caían como cascadas sobre mis mejillas. No podía ser cierto. Se la había llevado. El señor de las sombras había vuelto. Ada Monleón Burguete, E1C

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La carta perdida Sra. Carmen Calavia Lozano e hijos Mallén, Zaragoza

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Mallén, 23 de agosto de 1936

stimada familia:

Espero que al recibo de la presente todos ustedes se encuentren bien, yo bien, gracias a Dios. Redacto esta carta porque presiento cercana mi última hora y no quiero partir sin contar de mi puño y letra lo acaecido en ultramar, para que no se pierda en el olvido lo que allí vivimos, sufrimos y luchamos. Lo sucedido en el Sitio de Baler (estando yo reclutado con “los últimos de Filipinas”) fue un levantamiento del pueblo. A principios de 1898 embarqué en Manila rumbo a Baler a las órdenes del comandante del destacamento, el teniente Juan Alonso Zayas, hombre de honor y gran estratega. Nos acompañaba otro teniente del que no tengo mucho recuerdo y, a base de revisar mis notas, he encontrado que era llamado Saturnino Martín Cerezo. Junto a nosotros navegaba el gobernador civil y militar del Distrito del Príncipe, Enrique de las Morenas y Fossi, hombre altivo y parco en palabras. Nuestra misión consistía en proteger, vigilar, controlar y evitar sublevaciones locales. Tras un breve periodo de tranquilidad, durante una patrulla rutinaria el 30 de junio de 1898, hubo una emboscada insurgente filipina, liderada por Teodorico Novicio Luna, en la que cayeron los hombres de Cerezo e hirieron al cabo Jesús García Quijano y comenzaron el sitio de Baler. Los españoles estuvimos refugiados en la iglesia, un edificio que, desde mi punto de vista, era sólido y defendible en caso de lucha y habitable en caso de que la situación se prolongase, como finalmente ocurrió: fueron exactamente 337 largos e interminables días. Tiempo en el que no tuvimos una alimentación saludable, ya que no había recursos; nuestro sustento principal era el arroz y teníamos el agua racionada. Gran parte de nuestra tropa falleció de beriberi, una enfermedad causada por la falta de vitamina B1, que afecta al sistema nervioso y cardiovascular. En mi opinión 10


fue causada por una dieta insuficiente, la que teníamos todos los soldados. Cuando murió Zayas de dicha enfermedad, pasó a llevar el mando Martín Cerezo hasta el final, el 28 de junio de 1899. Tuve la responsabilidad de anunciar el final del sitio y nuestra rendición, mediante un toque de atención. Sirva esta carta de homenaje a mis compañeros. Os dedico, querida familia, unos versos: “Y siento en el pecho junto al orgullo español, el honor de lo bien hecho y vuestra fuerza en el corazón.” Saludos cordiales, Vuestro Santos González Roncal. Esta carta se perdió, nunca llegó a su destino y apareció casualmente en un granero de Mallén el 8 de septiembre de 1973 (fecha del centenario de su nacimiento). Santos González Roncal fue fusilado al comienzo de la Guerra Civil Española, el 8 de septiembre de 1936. María Piñol Martín, E2B

En la fotografía, señalado con un círculo, el héroe aragonés Santos González Roncal junto a sus compañeros de destacamento

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Se apagó la luz stá oscuro, no consigo ver nada. Me duele la cabeza y la noto pesada.

Se empiezan a filtrar finos trazos de luz hasta que aparece la imagen distorsionada de un niño… ¡mi niño!, pero… ¿por qué llora? Consigo mover la cabeza ligeramente hacia la izquierda y veo un martillo ensangrentado en la mano de mi marido, que ahora clava su mirada llena de furia sobre mí. Vuelvo a mirar a mi hijo, asustado; grita la palabra mamá. Oigo firmes pasos acercándose hacia mí. Después, dolor y oscuridad. Sara Veras Bazán, E2B

Si nos tuviéramos en cuenta…

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os sumaríamos y en un futuro nos multiplicaríamos. Restaríamos las miradas raras, rencores, momentos incómodos. Dividiríamos tareas… Sacaríamos nuestro factor común que tanto buscamos. Simplificaríamos todo para ser 1. Nos daríamos el lujo de ser reales, racionales. Empezaríamos a ser de repente un tanto por mil. Dibujaríamos punto por punto una recta y caminaríamos por una lineal que nunca acabase. Redondearíamos nuestras virtudes para sacar más… Y truncaríamos los “defectos” para que no fueran a más. Y por último, podríamos aferrarnos a la probabilidad y con un poco de suerte, hacer que el resultado de nuestra ecuación fuera infinito. Si nos tuviéramos en cuenta, claro.

Margarita Oyarzábal, E4C

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V

Los celos y la estatua

olvía de una ceremonia en honor a Minerva cuando me pareció ver una estrella fugaz en el cielo. Era de día, así que ver una estrella fugaz era casi imposible. Pensé que era mi imaginación, no le di más importancia y regresé a casa con mis hermanas. Esa misma noche, en el momento en que me iba a la cama, una luz iluminó mi habitación y apareció un joven. Tenía unos zapatos con alas y un caduceo en las manos. En un segundo lo reconocí: el mensajero de los dioses, Mercurio. –Aglaura, hija del rey de Atenas, Crecops. Necesito tu ayuda. Por supuesto, serás recompensada generosamente. Al escuchar sus palabras, me arrodille ante él y le dije que haría lo que fuera por ayudarle. Él sonrió. –Necesito que me proporciones acceso a la alcoba de tu hermana Hersé. Me sorprendí mucho. ¿Para qué necesitaba el mensajero de los dioses a mi hermana? Le pregunté el porqué de su necesidad, sin faltarle al respeto. –El caso es que… –Mercurio estaba un poco sonrojado– me he enamorado de ella, quería conocerla en privado y no quiero entrar en su alcoba sin su consentimiento. Lo entendí al instante. Le prometí que lo haría. Él se fue, talvez para conseguir mi recompensa. Cuando estuve sola, empecé a pensar en la suerte de mi hermana. Pensé que por qué ella, por qué no yo. Al día siguiente, Mercurio regresó con lo prometido pero yo decidí no cumplir mi parte del trato. Hersé no es la única con derecho a tener a un dios enamorado de ella. Él intentó calmarme porque estaba muy enfadada y quiso convencerme para que cumpliese lo prometido. Yo me moría de envidia, así que dije que no una y otra vez. Mercurio, al ver que sus esfuerzos no daban sus frutos, se enfadó y empuñando su caduceo me apuntó. De este salió una luz extraña. De repente, empecé a sentir cómo mis miembros se paralizaban. ¡Me estaba convirtiendo en piedra! Comencé a gritar, aterrada, mientras mi fatal destino seguía su curso. Lo último que recuerdo es ver entrar a mis hermanas a mi alcoba, atraídas por mis gritos, y el rostro de Mercurio, frente a mí, diciendo que sería piedra oscura, como oscuros eran mis pensamientos, para siempre.

Irene Yifang Rodanés Rosales, E3C

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Desaparecido odos estaban preocupados ya que Fermín no había regresado al campamento. Sus familiares y amigos estaban desesperados.

Cuando nadie tenía esperanzas de que siguiera con vida, apareció vivo y coleando y con su piel blanca más que reluciente. Al verle, el grupo se sentó a su alrededor con impaciencia por escuchar su historia. –No os lo vais a creer –dijo Fermín. –Seguro que no es para tanto. Me apuesto lo que quieras a que yo he vivido situaciones peores –dijo uno de los veteranos. –Yo no estaría tan seguro. Veréis, volvía para el campamento cuando en los rápidos del río me atrapó una bestia anaranjada lo menos veinte veces más grande que yo. Al llegar al acantilado todavía me sujetaba y tuve que luchar contra los fuertes vientos para no caer al vacío. Cuando por fin abandonamos la peligrosa zona, me llevó en la dirección contraria directo a su guarida. Tenía mucho miedo y ya lo daba todo por perdido, pero apareció una mano salvadora que me liberó de mi agresor y me devolvió a casa. Cuando terminó de contar la historia se hizo un silencio sepulcral. Era el momento de que la audiencia decidiera si lo que había escuchado era cierto o no. – Ya ha aparecido tu calcetín. – ¿Dónde estaba? – Dentro de una manga del polo naranja de tu padre. Debió de meterse allí en la lavadora. Lo que me sorprende es que no se cayera cuando lo tendí porque el otro día el cierzo soplaba fuerte. Celia Pardos Núñez, E3B

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A tu lado

Qué flores tan bonitas! ¿Las has comprado para mí? Oh, ¡muchísimas gracias, cariño! Pero, de verdad, no hace falta que me regales flores cada semana, ya no sé cómo decírtelo. Es decir… Me gustan, en serio, son preciosas y me provocan gran ilusión, pero me sabe un poco mal que sigas gastándote dinero en mí así… ¿También vamos a salir a pasear hoy? ¡Sí, genial! Me encanta pasear contigo. Me gusta mucho cómo la luz del sol de media tarde hace que tu cabello brille con tonos dorados. Tal vez es porque me recuerda a los veranos en el pueblo, cuando me asomaba al arroyo y las escamas de los peces resplandecían al saltar o al mecerse dentro del agua con ese mismo color broncíneo que tiene tu pelo. ¡Y qué bonitos se ven tus ojos, con ese brillo ambarino! Perdona, me voy del tema. Lo que quería decir es que caminar contigo es fantástico, incluso en días como hoy, en los que estás tan taciturno, callado y... ¿Hmm? ¿Por qué lloras, cariño? ¿He hecho algo mal? Ah, ¿es por lo de…? Vale, no te preocupes, no pasa nada por detenernos un momento. Tranquilo, sólo… toma mi mano, apoya tu frente sobre la mía, respira hondo… Uno… Dos… Tres… Ya. ¿Te encuentras mejor? Un poco, ¿no? Me lo imaginaba, este truquito siempre funciona contigo, ¡desde la primera vez! ¿La recuerdas? Cuando éramos niños, que te caíste y yo fui contigo para ayudarte mientras llegaban tus padres… No me separé de tu lado ni un momento. Y mira tú por dónde, que tantos años después la cosa sigue igual. Sigo junto a ti, rozando la palma de tu mano con las yemas de mis dedos cada vez que te sientes inseguro, riendo cuando la felicidad toca a nuestra puerta o ayudándote a calmar el llanto. Pero… Odio verte tan triste. Ojalá pudiese llevarme tu pesar con la misma facilidad con la que te quito esta mota de polvo de la camiseta. ¿No sería genial? Por desgracia, lo único que puedo hacer es esto, quedarme a tu lado un poco más. Venga, ¿todavía le estás dando vueltas a eso? Mejor… No sé… ¡Mira el cielo! Azul y despejado, apenas hay unas esponjositas nubes blancas por aquí y por allá, bailando con la brisita. Hoy hace un día realmente espléndido. Como cuando nos dimos nuestro primer beso. No lo has olvidado, ¿verdad? Claro que no, yo tampoco podría. Fue… Tras la muerte de mi padre, durante la comida, justo cuando volvíamos del cementerio. No quería estar con toda esa gente mayor, todos mirándome con lástima, así que me escondí… ¡Y sólo tú pudiste encontrarme! Nadie, ni siquiera mi madre, me conocía tan bien como para saber que estaría dentro del armario, oculta tras los abrigos. 15


Nunca me había sentido tan sola rodeada de tanta gente, y de pronto, sí, ahí estabas tú, rodeándome con tus brazos, en silencio, sin decir nada que pudiese sonar falso o movido por la compasión o por una absurda convención social. Simplemente silencio, simplemente la calidez de un auténtico amigo. El beso surgió, sin que ninguno nos lo esperásemos, y jamás me arrepentí de ello. Jamás. ¡Eh! ¿Ese de ahí no es tu amigo? ¿Por qué no le saludas? ¡Si antes os bajabais al bar cada viernes! ¿Qué pasa? ¿Os habéis peleado? ¿No? ¿Entonces? ¿De verdad “ese tema” te impide incluso relacionarte con tus viejos compañeros de aventuras? ¿No ves que ellos te podrían ayudar donde yo no avanzo? ¡No pongas esa cara, por favor! Ve con él… luego, cuando termine nuestro paseo. Llámale, ve a tomar una cerveza o incluso id a cenar juntos. No te preocupes por mí, ¿vale? No quiero que descuides tus amistades. Espera un momento, ¿por qué has girado en esta calle? Por todos los santos, ¿estamos yendo ahí otra vez? ¡No me gusta ese sitio, te lo he debido decir unas mil veces! Sé que sólo es un cruce, pero odio cómo te cambia la mirada cuando estás ahí. Sí, justamente así. Tan triste, desolado… Estúpido tozudo. ¿Por qué no quieres entenderlo? ¡No fue culpa tuya! A ver si te entra ya en esa cabezota. Fue un accidente, de esos que ocurren cada minuto en todo el mundo. No viste el camión, pero yo tampoco lo vi, ¡y no me lo estás machacando a cada instante! Anímate, por favor. Me estoy desesperando. ¿Es que no ves lo frustrante que es también para mí? Te veo cada día alicaído, desencantado de la vida, como si una enorme y oscura niebla cubriese tu corazón. Y yo intento alumbrarte, intento hacer por ti lo que tú hiciste por mí tras el funeral de mi padre. ¿Por qué no puedo? Te rodeo con mis brazos, te canto tu canción favorita al oído, peino con los dedos esos peces dorados que nadan en los mechones de tu pelo… Y nada parece surtir efecto. Vaya… ¿Y si ese es justamente el problema? Hasta ahora no se me había ocurrido que, a lo mejor, justamente lo que necesitas es que me vaya. ¿Puede ser? Tal vez no se te aneguen los ojos en lágrimas si ya no rozo tus dedos con los míos, tal vez no vuelvas a despertarte tan confundido si dejo de susurrarte melodías mientras duermes, tal vez, y sólo tal vez, pueda cerrar ese horrible agujero que tienes en el corazón si no estoy a tu lado. Voy a contarte un secreto. La verdad es que no quería decírtelo, sin embargo, creo que es lo mejor. Verás… Lleva un tiempo llamándome. Al principio era muy de vez en cuando, pero ahora es cada día. En realidad, en estos mismos momentos le oigo decir mi nombre. Quiere que vaya con él. Yo me resistía, porque quería seguir contigo, pero visto lo visto, lo mejor será que le responda, ¿no crees? Después de 16


todo, ya no eres un niño, tu rodilla no está sangrando, y yo… sólo te estoy haciendo daño. Esto es muy difícil. Me cuesta creer que no vaya a pasear contigo de nuevo. Y esas flores tan bonitas… Se marchitarán igual que las otras, atadas a este semáforo. Es una auténtica pena. Oh, maldita sea, ¡no quiero irme! ¡Quiero quedarme contigo un poco más! ¡Sólo un poco más…! Lo siento, no es el mejor momento para que me ponga a llorar. No, tengo que ser fuerte por los dos. Porque esto es lo mejor para ti, y lo que es bueno para ti, también lo es para mí. Así que te besaré una vez más y me iré, ¿vale? Y más te vale no volver a esconderte en el armario. ¡Es mi sitio, no lo olvides! Bromeo, pero realmente me gustaría que no volvieses ahí. El armario es para la ropa, no vale la pena que te escondas de la vida ahí. Te conoce tan bien que terminará encontrándote, como tú conmigo. Ay… Papá sigue llamándome. Creo que sabe lo que voy a hacer, así que no le haré esperar más. Sé que estoy retrasando lo inevitable, y es que las despedidas nunca han sido mi fuerte. Pero no es un “adiós”, ¿verdad? Es un “hasta luego”. Eres tan alto… Siempre tengo que ponerme de puntillas para besarte. ¡No es una queja! Me gusta que seas tan alto. Salvo cuando me quitabas algo y lo alzabas ahí donde yo no podía alcanzar, pero… voy a echar de menos incluso esos juegos tan crueles. ¡Basta ya de tonterías! Escúchame bien, porque esto sólo te lo diré una vez. Debes ser feliz, ¿entendido? Que ningún fantasma sentimental te quite aquello que por derecho te mereces. Porque tú eres una bellísima persona, porque el mundo es maravilloso, porque ese cielo seguirá siendo azul, sin apenas nubes, sólo para que tú lo veas y sonrías. ¡Y tienes que sonreír! Por mí. Papá me tiende su mano, debo tomarla ya. Pero antes, recuerda esto siempre. –Te quiero. Anna González Gómez, B2G

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Paula Díaz R Premio de P 18


Rincรณn 3ยบ ESO Pintura ESO 19


Decisiones de éxito

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26 de junio

uántos miedos nos acechan en la oscuridad del día a día… Cuántos miedos nos impiden alcanzar aquello que queremos… Cuántos miedos escondidos en los pliegues de nuestra piel, de nuestro cuerpo… Cuántos miedos nos bloquean y asustan a nuestro niño interior, miedos causados por creencias que nos han inculcado y enseñado, creencias enseñadas en la familia, creencias aprendidas en el colegio, creencias experimentadas en la sociedad, creencias limitantes y limitadoras por nuestras parejas, por nuestros amigos, por nuestros profesores… Y lo peor de todo es que nadie, nadie se da cuenta de lo que interfiere en nuestra vida el poder de esas enseñanzas, aprendizajes, costumbres… Crecemos entre creencias que nos limitan, bloquean, paralizan, nos hacen infelices… Puede ser que a alguien le beneficie que crezcamos en la ignorancia de nuestro propio potencial… Puede ser que a alguien le sirva que no seamos conscientes de que somos seres ilimitados… Puede ser que alguien quiera una sociedad limitada, apocada, retraída, apática, desmotivada, desilusionada, incapaz de dar un paso hacia delante, enfocada, centrada, creyendo en sus valores y negada a dimitir de alcanzar sus sueños… Solo de pensar que es así, me recorren escalofríos por mi piel, la misma piel que respira por mí, que siente por mí, que se emociona por mí… Esa piel que recorre todo mi ser y es el órgano más extenso de mi cuerpo. Me niego a seguir sin hacer nada por todas las personas que quieren realizar sus sueños y se detienen porque no les han enseñado que son seres increíbles, seres con un gran potencial, que son capaces de alcanzar todo, absolutamente todo lo que quieran. Si de verdad lo quieren. Por lo que, desde mi humilde posición y mi humilde ser, seguiré creyendo en todo el que quiera creer en sí mismo. Estoy muy orgullosa de todas las personas que han confiado y siguen confiando en mí. Esa es la base de cualquier éxito y triunfo en la vida, confianza y seguridad. Crezcamos ante los miedos… ¿Qué tenemos que perder si solo son miedos? Hubo un silencio… Rápidamente los aplausos irrumpieron en la sala. Una a una todas las personas se iban levantando, pero yo solo buscaba una mirada, unos ojos, una sonrisa… Y de repente un silbido penetrante me hizo encontrar rápidamente lo que buscaba: mi hermano, mi gran hermano. Sin ocultar la emoción, silbaba y aplaudía como si la vida le fuese en ello y, justo al lado, mi madre, con una mirada de admiración y emoción y una sonrisa llena de amor… Nada más podía pedir. Me sentía muy afortunada de tenerlos aquí, tan lejos de su casa para un día tan importante para mí. Había hecho un sueño realidad, lo había conseguido. Pero este sueño comenzó hace mucho tiempo… 26 de junio de hace cinco años Volvía del instituto después de un cansado y aburrido día en la clase de 2° de ba20


chillerato. Había vuelto a rechazar una invitación a una fiesta. Justo hoy… ya tenía planes, como todos los viernes. –¡Ya estoy en casa! –exclamé con entusiasmo debido al delicioso olor de la comida que me esperaba, el cual impregnaba el primer rellano. Mi madre siempre ha sido una gran cocinera, nunca he saboreado manjares como los suyos. –¿Qué tal el día, cariño? –Algo cansado, pero ya contenta solo de pensar que vamos a disfrutar de una agradable comida familiar –dije tras levantar la tapa de la olla y oler una apetitosa carne estofada. Ya por la tarde me preparé para ir a trabajar a la pastelería. De camino me dejé llevar por mis pensamientos, notas, exámenes finales… mi futuro… la beca. Había solicitado la beca para irme a la Universidad de Pensilvania, en Philadelphia. Si quería conseguirla, tenía que sacar un 9 de media en bachillerato, para lo que llevaba buen camino. Con respecto a la experiencia laboral, he tenido suerte, llevo trabajando en una pastelería un año y, la verdad, compaginaba muy bien todo. Llegué a casa. No había nadie. Mi madre, en una reunión, y mi hermano no tardaría en llegar de su trabajo. Me puse los cascos mientras sacaba mi libro de inglés y ordenaba todos mis apuntes esparcidos por mi escritorio. A mucha gente le molesta cualquier tipo de ruido a la hora de estudiar, pero a mí, sin embargo, me ayuda a concentrarme, es una de mis muchas facetas que me hacen especial. Lunes por la mañana. A todos nos cuestan los lunes horrores. Lo sé y mi madre lo reconoce lunes a lunes, pero a mí me cuestan el triple que a cualquier ser humano. Me dirigía al instituto con la pesada mochila a la espalda y repasando mentalmente todo lo que había aprendido. Entré en el aula del examen, esa aula tan desolada, fría y desvencijada, la verdad, no me motivaba nada en absoluto (o quizás fuese yo misma... no lo sé). El irritante sonido de la campana indicaba que era la hora de entrar. Empezaron a temblarme las piernas y a sudarme las manos; entonces recordé uno de los muchos consejos que me había dado mi madre una y mil veces para los momentos previos a un examen o una prueba: tomé aire por la nariz, hinchando todo mi abdomen, y lo solté por la boca lentamente. Repetí esto unas cuantas veces, sí, la verdad es que relaja y ayuda a centrarse. Un señor no muy mayor entró en el aula, nos explicó las bases del examen y nos repartió unos interminables folios. –Todo va a salir bien, Laura, estás preparada –estas palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza. Le quité el capuchón, algo mordido, al bolígrafo de tinta azul y comencé a escribir. Tras dos horas de examen, recogí mi mochila y, satisfecha, salí del aula. Me sentía contenta y feliz, ya estaba hecho y la suerte echada. Así como la vida te da la posibilidad de soñar, también te da la posibilidad de convertir tus sueños en realidad. Había pasado una semana desde el examen. Era viernes, el día anterior habíamos 21


tenido la fiesta de fin de curso y me había despedido de todos mis amigos. Ahora ya solo quedaba esperar los resultados antes de decidir qué iba a hacer en el futuro. Tras salir de la pastelería compré el pan y me fui a casa, abrí el buzón como cada día. Me quedé mirando un sobre en el que ponía mi nombre (generalmente no me llegan cartas a mi nombre). Cuando le di la vuelta al sobre, me quedé inmóvil. En el extremo superior izquierdo estaba plasmado el logo blanco, granate y azul de la Universidad de Pensilvania. Un escalofrío me recorrió toda la columna vertebral. Subí las escaleras de tres en tres y llamé a mi madre, nerviosa, perdida… Estaba con mi hermano preparando la mesa para comer. Le enseñé el sobre y, casi sin poder, lo rasgué y abrí… Me temblaba la voz, ¡estaba histérica! Mi madre me miró y me dijo: “Cálmate, no creo que te hayan dado un óscar”. –El óscar me lo tendrían que dar a mí por aguantar a la histérica de mi hermana –dijo mi hermano Daniel mientras se reía con mi madre de mis nerviosos momentos. “Se certifica que, habiendo sido óptimamente calificada en todos los aspectos requeridos, queda admitida como candidata para estudiar la carrera de Inteligencia Biométrica en nuestra Universidad. Enhorabuena.” Una vez leídas estas últimas líneas, volví a leerlas dos veces más. Levanté la vista mirando a mi madre y a mi hermano con cara de expectación. Una sonrisa se esbozó en mi cara. –¡Me han aceptado, me han aceptado! –grité–. –¡Laura! –mi madre se levantó de la silla y me dio un fuerte abrazo–, sabía que lo conseguirías. –Qué grande, hermanita –mi hermano mayor me espachurró con sus enormes brazos. –¡Todavía no me lo creo! –dije con la carta de solicitud todavía en mis manos. –Siempre te he dicho que todo lo que eres capaz de soñar eres capaz de conseguir, Laura. Mi madre tenía razón: todos nuestros sueños se pueden hacer realidad si tenemos el coraje de perseguirlos. El curso había acabado, ¡por fin! Ahora un nuevo mundo, una nueva vida y todo por aprender. Lo había conseguido, mi sueño se había hecho realidad con voluntad, constancia y compromiso, claves para conseguir lo que quieras en la vida, así es y así será siempre. Mi madre se había ido a trabajar y yo había quedado con unos amigos para despedirme de ellos y, de paso, confirmar la plaza. Me iría a finales de agosto para instalarme tranquilamente. Tenía un poco de miedo, pero estaba más que convencida, me había costado mucho esfuerzo conseguir la beca, no me iba a echar atrás. Me sonó el móvil, bebí un sorbo de mi refresco y respondí. Tras unos minutos, cogí mi bolso y salí corriendo, lo único que pude pronunciar en aquel momento fue “mamá”... Solo se oía el sonido del monitor cardiorrespiratorio en la sala. Las lágrimas no dejaban de inundar mi cara. Había intentado aguantar, mantener la compostura delante 22


del doctor… pero, ¡qué más daba! Sentía un dolor indescriptible, solo podía abrazar a mi hermano y llorar. No sabía si mi madre se iba a despertar... Todo de repente había cambiado. Salí de la habitación a tomar aire fresco, necesitaba respirar, asimilar, pero sobre todo tranquilizarme. El aire me acariciaba la cara y en mi mente se repetía la misma secuencia de palabras una y otra vez… ¿Me voy a América a estudiar y dejo a mi madre aquí o me quedo con mi madre hasta que despierte del coma, si despierta, y renuncio a mi sueño? Quizás estaba siendo muy egoísta… solo pensaba en mí y por un momento no pensé en mi hermano. Volví a la habitación y estaba al lado de mi madre llorando como un niño, tan grande, tan fuerte, tan de broma siempre con sus tonterías… Y ahora, solo pude entrar y abrazarle de nuevo... Habían pasado solo dos días desde lo ocurrido. Mi hermano y yo nos turnábamos para acompañar a mi madre. No queríamos que al despertarse se viera sola. Solo dos días, dos días... y me parecía una eternidad. La carta de aceptación seguía en el primer cajón de mi escritorio. Me di una ducha de agua fría y me metí a la cama sin cenar, me arropé e intenté dormir con la esperanza de que al día siguiente mi madre despertara y todo se arreglara, de poder volver a abrazarla y decirle todo lo que la quiero. Recuerdo una redacción que nos mandaron hacer en el instituto sobre una persona que admirásemos. Lo tenía claro, yo la haría sobre mi madre. Son las tres de la madrugada. Las luces están apagadas, todo está en silencio, mi hermano está en el hospital, pero no puedo dormir. En mi mente se acumulan muchos pensamientos, quizá demasiados, la beca, el viaje, mi madre… Tengo que tomar una decisión y me aterra no elegir la correcta. El olor a tostadas y a café recién hecho me despertó de una noche pasada con intentos fallidos de dormir, fui medio corriendo a la cocina y allí estaba. Mi hermano me había tostado dos rebanadas de pan y me había preparado un chocolate caliente. Mientras bebía un sorbo de café me dijo: –Laura, sé por lo que estás pasando y quiero que envíes esta carta –puso la carta de aceptación encima de la mesa. –Pero no puedo dejar a mamá… –se me nubló la vista y las lágrimas comenzaron a caer. –Escúchame, te prometo que yo cuidaré de mamá, tú tienes que cumplir tu sueño, no puedes tirar por la borda todo tu esfuerzo. –Pero, ¿y qué pasa contigo? –Mi sitio está aquí, con mamá. Yo ya cumplí mi sueño hace tiempo, cuando ingresé como profesor para niños con discapacidades –me miró a los ojos, yo desvié la mirada hacia el chocolate caliente que ya no estaba tan caliente. –Sabes bien que ella querría que fueras a estudiar a América, que cumplieras tu sue23


ño… Me vestí, cogí la carta, salí con mi hermano de casa, me dio un abrazo de esos que te hacen crujir los huesos y me miró a los ojos, con una serenidad y seguridad que por un instante me hizo ver en sus ojos la fuerza y el amor de mi madre… Me despedí y sin titubear me fui directa a poner en marcha mi sueño. Mientras él se iba al hospital, yo me dirigí al buzón más cercano… 20 de agosto Hacía un maravilloso día o quizás era yo que veía las cosas de otra forma, porque en realidad nada había cambiado en un mes. Ya estaba todo preparado. Llegué al hospital y sonreí a mi hermano. Me quedaban minutos para irme. Llevaba la maleta y desde allí me dirigiría al aeropuerto. Daniel salió de la habitación sin decirle nada. Me acerqué a la cama, era increíble la paz que reflejaba en su rostro, cuántos días sin escucharle reír, sin escuchar sus palabras, sus gracias, sus enfados, sus consejos… No quiero olvidar ni una sola palabra, no quiero olvidar sus abrazos, sus caricias, por lo que recordaré absolutamente todo y sé que, pase lo que pase, siempre estará conmigo. Lo sé, porque mi madre me lo dijo una y mil veces… –Laura, cariño, pase lo que pase, nunca olvides que siempre estaré a tu lado –yo nunca entendí qué quería decir; ahora sí, sé que está aquí, estará en el avión, estará en Philadelphia, estará allá donde yo esté, porque sus palabras y su amor incondicional los tengo dentro de mí. –Te quiero, mama. Voy a hacer que te sientas orgullosa de mí, porque me enseñaste a ser lo que hoy soy. Gracias por enseñarme a confiar en mí misma, por ser única y maravillosa, por ser un ser ilimitado. Gracias por elegirme para ser tu hija. Ahora entiendo por qué te elegí para ser mi madre. Te quiero. Fuera estaba Daniel. Lo abracé con todas mis fuerzas, nunca había sentido tanta admiración y cariño por él… éramos hermanos… con todo lo que ello conlleva, celos, enfados, rabietas; sin embargo, ahora, gracias a su fuerza y confianza, yo me sentía segura y tranquila. Quizás tenía más de mamá de lo que pudiera pensar. –Te quiero, Daniel. Gracias por ser como eres y cuida de mamá, estoy muy orgullosa de ti. –Venga, pesaduca, vas a perder el avión. No te despegas de aquí ni con paños de agua caliente. Haz el favor de comer bien, ya sabes que a los chicos no nos gustan las delgaduchas. Me despedí de mi hermano, que ya no podía controlar las lágrimas, y me fui. Me temblaban las piernas, me sudaban las manos, el corazón me iba a cien por hora y, una vez más, respiré profundamente tres, cuatro veces, y sí, una vez más, pude comprobar que realmente funciona. Sara Esteban Soria, E4A

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Xuanyi Wang 2ยบ Bachillerato Premio Cartel Convocatoria Premios Goya 2018 25


Orfeo y Eurídice –¡

O

rfeo! ¿Dónde estás? ¿Dónde estoy yo? –grito desesperada buscándole

en la oscuridad. –Eurídice, amor mío, despierta por favor –suplico sosteniendo su cuerpo entre mis brazos–. Por favor, no me dejes… –¿Orfeo? –¿Eurídice? Oigo su voz a lo lejos. Miro a todas partes pero no lo encuentro, el mundo está ahora lleno de una inmensa nada. Pronuncia mi nombre y luego suelta el aire. –¡Oh, dioses, no os la llevéis! A ella no… Acaricio sus mejillas sin creer que se haya ido, pero al notarlas frías me rindo a la verdad. Las lágrimas inundan mis ojos y caen sobre su cuerpo delicado e inerte. Se ha ido. ¿Dónde está mi Orfeo? ¿Acaso se ha ido? –¿Es esto una prueba, dioses? –aúllo al cielo lleno de rabia. –¿Dioses, es esto una prueba? –pregunto al vacío aterrada. –No es una prueba –dice una voz detrás de mí–. Estás aquí como estamos todos. Es nuestro destino. –Si es este el destino que para mí habéis preparado, juro por las musas que no os saldréis con la vuestra –declaro agarrando mi lira con fuerza. Rozo las cuerdas del instrumento y al instante siento luz dentro de mí. Mi madre, Calíope, y las musas, sus hermanas, susurran melodías a mi mente atormentada. Cierro los ojos y siento una ráfaga de viento que me arranca la lira de las manos y la arroja a una profunda brecha que acaba de abrirse en la tierra. –Ya voy, mi amor, te encontraré –susurro mientras desciendo a la oscuridad. 26


–No sé a qué te refieres –contesto a la voz sin rostro–. ¿Dónde estamos? –Muertos. No está muerta, todavía no. Todavía puedo traerla de vuelta. De repente, mis ojos se adaptan a esta nueva atmósfera y vislumbro formas humanas a mi alrededor. –¡Estamos en el Hades! – exclamo al observar el lugar cada vez con más nitidez. –Esperando el juicio –explica la voz, que ahora veo que proviene de una mujer de rostro ceniciento y ojos grises–. Esperando a Hades. Caronte me observa con los ojos desorbitados y una mueca de sorpresa. –¿Qué clase de muerto eres tú, que tocas la lira y caminas hasta aquí sobre tus propios pies? –Uno que no lo está. Vengo a recuperar a mi esposa –explico señalando el río Aqueronte–. Llévame al otro lado. –Sin óbolo no hay viaje, joven –dice agitando el saco de monedas que lleva en una mano. –Eso lo veremos… Deslizo mi mano por la lira y Caronte cierra los ojos. Toco un par de notas y agarra el remo. Subo a la barca mientras la música sigue saliendo de mí y nos deslizamos hasta la otra orilla lentamente. Al llegar, Caronte me mira extrañado, todavía en trance, y se despide antes de volver a su embarcación. –¿Qué juicio? ¿A qué te refieres? La mujer no contesta, se queda inerte y mira a través de mí. A nuestro alrededor, las almas se van congregando y un hombre pálido, con una túnica negra y barbas del mismo color, aparece de la nada sosteniendo la mano de una hermosa joven vestida de colores vivos y flores adornando su cabello. –Veamos a quién tenemos aquí… –murmura el hombre buscando entre la multitud de espectros. De repente, me da un vuelco el corazón. Entre las almas sin rumbo, avanzando detrás de un enorme perro tricéfalo que camina con los ojos cerrados, aparece mi Orfeo, con su lira en las manos. Quiero correr hacia él e intento gritar su nombre pero mi cuerpo ya no me responde y mi voz ya no existe. –¿Quién osa entrar en mi reino sin haber conocido a Tánatos? Hades me señala con el dedo acusador y el rostro se le enciende lleno de ira. 27


–Soy Orfeo, hijo de Calíope. Vengo a pedirte que me devuelvas algo que me ha sido arrebatado. –Yo no devuelvo nada, muchacho, ni mi propio reino me pertenece realmente, y si algo acaba en él, no tengo intención de hacerlo regresar. –Hades, deja hablar al joven –pide Perséfone amablemente. El dios del inframundo vuelve la mirada hacia su esposa y luego hacia mí con otro brillo en los ojos. –Habla, ¿qué se te ha perdido en esta orilla del Aqueronte? –Mi amada, Eurídice. –¡Estoy aquí, Orfeo! – intento articular. Pero ya ni siquiera tengo fuerzas para abrir los ojos. Dentro de poco mis propios pensamientos me abandonarán. –Si ha llegado aquí, es obra de Tánatos y no mía. No alteraré el destino si las moiras han decidido que muera. –Por favor… –suplico de rodillas–. Ella es todo lo que tengo… Perséfone me observa apenada y me sonríe repentinamente. –Querido, ¿y si el joven Orfeo nos deleitara con esa música divina que ha conseguido calmar al can Cerbero? Me apetece oír algo que no sea el lamento de los muertos. Hades acepta no muy convencido y me dispongo a tocar con toda mi alma. Toco el dolor que siento desde que puse un pie en el infierno, toco el frío de la muerte y la soledad de las almas. Toco mi amor por Eurídice, toco sus ojos de oro y su cabello de seda. Toco el día que la conocí y el momento de su muerte. Toco todo lo que siento sin contenerme. Por último, toco para Perséfone el calor del sol y el perfume de las flores, como regalo por darme una oportunidad de recuperar mi amor. Salgo de la ensoñación que me produce la música y veo a Hades frente a mí con la cara impasible. De repente una sola lágrima cae por su mejilla y asiente con la cabeza. Él y Perséfone desaparecen en una nube de humo y, mientras se disipa, oigo su lúgubre voz resonando en mi cabeza: –Coge a tu amada de la mano y no vuelvas el rostro hacia ella hasta que la bañe por completo la luz del sol. De lo contrario, regresará y morirá. De pronto vuelvo a sentir las piernas y corro hacia Orfeo con los brazos abiertos. Pero cuando me acerco a él, me da la espalda y cierra los ojos. Le hablo pero no me oye y agarro su mano con fuerza. 28


–Orfeo, mi amor, ¿qué te pasa? ¿Acaso ya no me amas? Siento su mano en la mía y corro hacia un pasadizo por el que asoma la luz del mundo de los vivos. –Volvemos a casa –susurro corriendo entre la oscuridad buscando el sol sin soltar la mano de Eurídice, que parece hecha de aire. Tal vez no sea ella, pienso con temor. Pero no la miro. –¡Orfeo! ¡Mírame! ¿Me sigues queriendo? Me parece oír su voz suplicando que la mire. Pero no la miro. –¡Orfeo, los monstruos nos acechan! –grito aterrada. Siento la mirada de titanes y monstruos observando desde las tinieblas. Pero no la miro. –¡Orfeo, los muertos me arañan la piel! –lloro sintiendo sus garras en el alma. Los espectros tiran de ella cuando ya veo el exterior. Pero no la miro. –¡Orfeo, mírame! –sollozo casi sin fuerzas. Por fin, noto el sol en la piel y respiro aire puro y tiro de Eurídice hacia la vida mientras el corazón me grita que la mire. Noto la luz bañar mi rostro y de repente comprendo que el próximo paso que dé será sobre hierba verde y llena de vida. Entonces la miro. Orfeo me mira y me sonríe y yo quiero llorar de alegría pero he vuelto a perder el control de mi cuerpo. La oscuridad vuelve a tirar de lo que queda de mí. Horrorizado, advierto que su pie izquierdo sigue en la penumbra y contemplo impotente cómo se va desvaneciendo hacia el inframundo. –Te quiero –susurro–, Orfeo… –¡Eurídice! –grito cuando se desvanece, esta vez para siempre. Caigo de rodillas mientras la salida del Hades se cierra y desaparece. –Te quiero. Siempre te querré –prometo mirando la hierba verde y viva. Violeta Díaz Plaza, B2F

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E

Cisne

ran las siete de la tarde y Rubén paseaba distraído por el parque, camino a casa. Mientras pasaba cerca del lago, se fijó en que había reunidos muchos más turistas de lo normal. Se adelantó para mirar y vio varios carteles que rezaban: “¡Nuestro cisne cantor cumple hoy treinta años!” No le dio mayor importancia y siguió hacia el bar donde había quedado con su mujer. Estaban a punto de cumplir veintinueve años juntos, pero la cosa no estaba en su mejor momento. Mientras caminaba iba pensando en la forma de hacer que el jueves (el día del aniversario) fuera increíble, para conseguir que Clara se olvidara de una vez por todas de esa maldita enfermedad. Rubén llevaba ya seis meses con la quimio, pero no parecía que el cáncer fuese a rendirse. Pensó en unas flores en la cama por sorpresa, una cena en algún restaurante romántico del centro y acabar la noche dando una vuelta por el parque, que estaba precioso en primavera. Cuando llegó al bar su mujer, ya estaba allí. Al sentarse lo miró con esa mezcla de cariño y compasión que él tanto había llegado a odiar. Estuvieron un rato hablando y Clara le contó que uno de sus niños de primero le había hecho un dibujo para que le ayudara a pelear contra el cáncer. Al oírlo, Rubén se revolvió en la silla y sintió cierto peso en el estómago. -¿Les has contado a tus niños lo de mi enfermedad? Sí, ¿no te importa verdad? No, no me importa Después de eso y de ver el dibujo del crío, Rubén perdió la poca hambre que tenía, se levantó y dejó a su mujer sola en el bar, a dos días de su aniversario. Debido al tratamiento estaba más débil que nunca y le costaba andar, pero aun así se resistía a llevar bastón. Se encaminó de vuelta al parque, estaba anocheciendo y empezaba a refrescar, pero a él siempre le había gustado la oscuridad. Cuando llevaba unos veinte minutos andando, se sentó en un banco para recuperar el aliento. Allí parado, con la única luz de una farola lejana, pensó en su mujer, en los hijos que nunca tuvieron y en los viajes que hubiera querido hacer. Un ruido cercano lo sacó de sus desvaríos, miró al frente, casualmente se encontraba justo delante del lago, y vio a dos hombres con expresión asqueada sacando un gran bulto blanco del lago y arrojándolo a la basura. Ya habían llamado al camión para que viniera a buscarlo. Gonzalo Durán Hernández, B2A

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C

Libertad en llamas

onstantemente solía sentir como si viviese en una realidad ficticia. Todo a mi alrededor parecía indefinido, difuso. Las formas se desvanecían, las palabras iban y venían sin importar demasiado desde dónde, ni hacia quién. Los hechos se sucedían unos tras otros, sin razón aparente, en un sinsentido que, con el tiempo, llegaba a tenerlo. Siempre había tenido una fascinación especial por las tradiciones paganas, costumbres cuyo inicio se perdía en el amanecer de los días, pero que no podían ser extinguidas. Como mucho, adaptadas, y adoptadas, por parte de aquellos que intentaban hacerlas suyas. Y el fuego, como elemento purificador, era el protagonista de casi todas ellas. Cálido en su compañía, reconfortante y querido en los fríos momentos, el fuego resulta ser devastador cuando muestra toda su fuerza, e irreducible, combate por no extinguirse, como un poder oculto que despierta de un largo letargo. No conviene jugar con él, al igual que no es recomendable jugar con los sentimientos. Ambos pueden descontrolarse y aflorar mostrando toda su crudeza. Luz en la oscuridad, brillo en las tinieblas. Como una sonrisa regalada en uno de esos malos momentos. Purificador de males, indefinido en su forma. Como un sentido abrazo. El fuego es, aun en su menor expresión, inalcanzable. Nadie puede tocarlo por mucho tiempo, quedarse con su esencia. Nadie puede formar parte de él. Es, por sí mismo, libre. Y en su libertad encuentra su grandeza. Elena Lores Vera, N2E

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Xuanyi Wang 2ยบ Bachillerato Premio Pintura Bachillerato 32


Índice El señor de las sombras ..................................................... 7 La carta perdida ................................................................ 10 Se apagó la luz ................................................................. 12 Si nos tuviéramos en cuenta ............................................ 12 Los celos y la estatua ....................................................... 13 Desaparecido .................................................................... 14 A tu lado ............................................................................ 15 Decisiones de éxito ........................................................... 20 Orfeo y Eurídice ................................................................ 26 Cisne .................................................................................. 30 Libertad en llamas .............................................................. 31


Esta edición no venal, con fines pedagógicos y hecha para su distribución entre el público lector del Instituto de Enseñanza Secundaria Goya de Zaragoza, reúne los textos premiados en las modalidades de relatos cortos y microrrelatos literarios, de recreación histórica y tema mitológico que se han otorgado en los Premios Goya 2016-2017.



Biblioteca del Instituto Avda. de Goya, 45 50006 Zaragoza TelĂŠfono: 976 358 222 Fax: 976 563 603 Correo: biblioteca.ies.goya@gmail.com


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