APCH LITERARIO
2022
Letras Brillantes Les presentamos las primeras menciones honrosas del concurso de Relatos Cortos organizado por APCH en las categorías Cuento y Anécdota.
Caleta Panteón Autor: Fernando March
Primera Mención Categoría Cuento Su verdadero nombre es César Enrique Medrano Álvarez, pero en el mundo literario se ha hecho conocido como Fernando March, seudónimo con el cual ha ganado con sus obras Desahuciado (2016) e Impudicias virtuales (2017) el concurso de microteatro en Loja, Ecuador. En 2019 participó en el Concurso de Cuentos Angels Fourtine, en España, y obtuvo el segundo lugar con El trovador menesteroso de la calle del Encanto. Su ascendencia china en cuarto grado, según le relató su padre, lo llevó a interesarse en la literatura y la cultura china, creando el personaje de Caleta Panteón, pero recogiendo hechos y escenarios históricos acerca de la llegada de los culíes a Perú. Estudió medicina en la Universidad Nacional de Piura.
A
quel amanecer aterido en que divisaron, a lo lejos, aquel islote remoto de acantilados fragmentados, azules y fríos, ya no quedaba, en aquellos pobres infelices, el más mínimo resquicio de aquella creencia esperanzadora que habían alimentado durante días, semanas y meses de deshonroso cautiverio: el hecho de que, al final del mismo, les esperaba el arribo a un país de promisión y abundancia, cuyas arenas y rocas resplandecerían al recibirles, y así se darían cuenta de que, en realidad, no eran arenales comunes, sino aquel oro acendrado y legítimo; comprimido y reducido a polvo por la mano benevolente de los dioses de jade.
Aquella creencia que había hecho soportable aquel viaje inadmisible se había hecho trizas apenas arribaron a aquellas costas grises y neblinosas. El barco terminó de atracar en un muelle destartalado. Dos mozos de cuerda (oriundos del país) abrieron la puerta de la bodega infernal y dieron la orden de salir. Ya incorporados, fueron saliendo, uno a uno, un conjunto de individuos famélicos, entumecidos, azorados y visiblemente desorientados. Entonces lo vieron: las playas estrechas; las arenas amarillas; pedriscos tugurizados; aves y lobos grises retozando sobre las rocas afiladas y húmedas, vapuleadas por el latido espumoso del mar. Un poco más allá, la que sería su ruina: los cuarteles de sanidad. Uno de los mozos de cuerda gritó, en cantonés perfecto: ¡圣洛伦佐岛! (Shèng luò lún zuǒ dǎo)1. Y se pusieron en fila. Fueron ingresando uno por uno a la caseta de sanidad, para ser observados, antes de ser distribuidos en rutas diversas. Fue a uno de ellos a quien se le preguntó en mandarín si sufría de alguna enfermedad. Aquel individuo les dijo que toda la travesía había estado con 腹瀉 (Fùxiè)2 y que sus ropas estaban tan malolientes que necesitaba un baño. Sus interlocutores iban anotando todo con signos ininteligibles. Desencadenaron y desnudaron al hombre. Fueron contando cada una de sus costillas, para deducir si era apto o no para las futuras labores. Asqueados de su pésimo olor, le obligaron a salir a un descampado arenoso y frío donde había unas cubetas grandes de madera llenas de agua de mar. Provistos de odio infernal, fueron sacando agua y le iban tirando cubetazos helados, entre risas. Aquel individuo parecía resistir, con dignidad y resignación semejante ultraje. Luego de la algazara, a pesar suyo, procedieron a cortarle la coleta y posteriormente le fueron alcanzadas las ropas de un cantonés, muerto en la víspera. Ya con todo aquello, decidieron su suerte. Trajeron sus escasas pertenencias en una bolsita de lino azul, que un abuelo 1 2
¡San Lorenzo! Diarrea.
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SOCIACIÓN
PERUANO CHINA