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La creatividad responsable: Un reto ético para la educación
from Integridad Académica Año 3 No. 5. Creatividad: De una cultura de copia a una cultura de originalidad
Daniela Gallego Salazar María | daniela.gallego@itesm.mx | Formación ética y ciudadana, Tecnológico de Monterrey (ITESM).
Históricamente, la creatividad ha estado ligada al arte, destacando el poder creador de la imaginación y la fantasía para la invención de cosas nuevas (Obradors, 2007). A partir del siglo XX, se reconoce que la creatividad es posible en todos los ámbitos de la producción humana: el científico, el técnico, el cultural, el social, entre otros; en tanto que se trata de un proceso relacionado con la generación de elementos nuevos socialmente reconocidos. “Una idea o trabajo creativo debe ser novedosa y debe ser considerada como socialmente valiosa por la comunidad” (Sawyer et al., 2003, p. 20).
Este último planteamiento es particularmente relevante en un contexto global abocado a la innovación, obsesionado con la rentabilidad, el pragmatismo y el corto plazo; porque nos dice que el proceso creativo es valioso en la medida en que constituye un aporte para el bienestar de la comunidad que lo recibe. Sin embargo, no todas las producciones creativas parecen atender a este imperativo ético, pues algunas tienden a poner todo su ingenio al servicio de intereses egoístas o proyectos que pueden generar daño social.
Tal es el caso de la “contabilidad creativa”, una práctica que se dio a conocer ampliamente en 2001 a raíz de la quiebra de dos de las empresas más icónicas de los Estados Unidos: Enron, un corporativo gigante de electricidad, y Arthur Andersen, en aquel momento la mayor empresa auditora del mundo. Durante años, Enron ocultó pérdidas millonarias, presentó beneficios inflados e introdujo nuevos mecanismos y medidas fraudulentas para la contabilización de sus activos y pasivos. Todo ello con el apoyo y colaboración dolosa de Arthur Andersen, la empresa que precisamente estaba llamada a certificar la validez de aquellas cuentas (Sastre, 2014, p. 119-126). A la quiebra de Enron y Arthur Andersen, le siguieron una serie de escándalos contables como los de WorldCom, en 2002, Health- South, en 2003, y Lehman Brothers, en 2008, entre otros, que además de acabar con la vida de estas empresas, constituyeron el preámbulo a la más grande de las crisis económicas de los últimos tiempos. Estos casos son un triste ejemplo de cómo la creatividad puede convertirse en veneno o arma arrojadiza cuando las consecuencias de su aplicación atentan contra los propios fines de la profesión o el bien común.
En este contexto, vale la pena cuestionarnos: ¿cuál debe ser el abordaje de la educación ética en relación con la creatividad? La pregunta es relevante dado que la actualidad presenta una transformación económica y laboral, en la que se anuncia el fin de la era del trabajo tal y como lo hemos conocido hasta ahora y se apuesta por el emprendimiento y la innovación como respuestas laborales para las nuevas generaciones. ¿Qué puede hacer la educación para asegurarse de que las nuevas propuestas sean consecuentes con las más apremiantes necesidades humanas y no se conviertan en prácticas tendentes a la instrumentalización de las personas? Tal y como sucedió en el caso de los fraudes contables.
Para contestar estas preguntas, es oportuno revisar la investigación realizada por Ariely (2012), en su libro: The Honest Truth About Dishonesty: How We Lie to Everyone - Especially Ourselves, donde explora las tendencias básicas, los estímulos, las motivaciones y los razonamientos que impulsan a las personas a hacer trampa. El autor sostiene que las acciones deshonestas, en su gran mayoría no suelen estar motivadas exclusivamente por la realización de un cálculo costo – beneficio, sino que buena parte de las veces están relacionadas con la activación de ciertos resortes psicológicos irracionales, en los que al parecer, un poco de deshonestidad está permitida, siempre y cuando nos siga siendo posible mantener una imagen positiva de nosotros mismos (2012, capítulo 1). Entre los detonantes para cometer acciones fraudulentas identifica a la creatividad.
Ariely presenta una correlación entre el nivel de creatividad y el nivel de flexibilidad moral (2012). Afirma que, en general, las personas tendemos a hacer elecciones que responden más a nuestras inclinaciones viscerales que a un análisis racional de lo que queremos. Con frecuencia nos ganan las preferencias y eso activa un proceso de “gimnasia mental”, dentro del cual articulamos todo tipo de justificaciones para obtener lo que realmente deseamos y, al mismo tiempo, mantener la apariencia de que estamos actuando de acuerdo con preferencias bien razonadas. Esta tendencia o correlación está más pronunciada en las personas creativas, pues poseen una habilidad aún más marcada para armar buenas historias que justifiquen intereses egoístas (2012, capítulo 7). Para demostrarlo, diseñó una serie de situaciones ambiguas en la que era factible hacer trampa y ganar algo de dinero sin tener que confrontar una sanción o consecuencia negativa por ello. En todos los casos, las personas más creativas hicieron más trampa que las menos creativas (2012).
Ahora bien, en un contexto donde el poder creativo de la imaginación es esencial para superar los grandes desafíos que enfrenta una sociedad compleja, en la que los problemas de siempre se profundizan y aparecen otros nuevos, cabe preguntarnos, ¿qué criterios educativos hay que considerar para que la creatividad se invierta en proyectos que solucionen necesidades sociales urgentes y que no se ponga al servicio de proyectos que están de espaldas a la realidad?
Adela Cortina (2001) nos ofrece algunas pistas al señalar que- por el hecho de ser personas, contamos con una estructura moral que nos obliga a ser libres, lo cual implica tener que decidir qué hacer y construir una justificación que legitime la elección que hayamos realizado. Para decidir correctamente es necesario, en primer lugar, poner un pie en la realidad, “tratar de conocerla lo mejor posible, tomarla en serio y asumir el imperativo ético de hacernos cargo de la realidad, cargar con ella y encargarnos de ella para que sea como debe ser” (p. 524). A partir de esta relación, puede surgir la motivación recta y la coherencia, elementos constitutivos de la integridad académica.
Para formar profesionistas éticamente comprometidos, necesitamos alimentar la imaginación creadora, que según la autora es la que parte de la realidad, la conoce, se deja afectar por ella y trata de ampliarla proyectándose desde lo que hay. Cuando esta relación no se produce se dan las condiciones para que florezca la imaginación pueril, que desconoce lo que sucede y vive de espaldas a la realidad. Siguiendo a la autora podemos identificar tres tipos de actitudes con relación al vínculo con la realidad: 1) La conformista, que se cierra ante los retos y dificultades, acepta con resignación lo que hay y renuncia a la innovación; 2) el idealismo patológico, que es consciente de la realidad pero que la instrumentaliza, buscando servir a intereses egoístas para no tener sinsabores; y 3) el idealismo positivo, que conoce bien la realidad, su centro y su periferia, sabe de las urgencias a las que nos enfrentamos, no se resigna a lo que hay, construye modelos, plantea preguntas y trata de ampliar lo real desde lo que ya es.
La propuesta educativa es, entonces, promover una educación que genere las condiciones para que surja la creatividad responsable; que cultive los vínculos con la realidad en todas sus dimensiones, sobre todo con los más desfavorecidos y discriminados; en la que los estudiantes desarrollen la capacidad de preocuparse por el otro, el reconocimiento, la reciprocidad y la empatía. Es necesario entrenarse en la toma de decisiones consensuadas y razonables. En este sentido, es fundamental que aprendan a comunicarse, a deliberar sobre las diferencias que puedan tener con otros y a experimentar la vivencia de la creación colectiva; de esta manera los participantes aprenden conjuntamente, generan nuevas alternativas, construyen significados e inauguran nuevas prácticas sociales. La motivación diligente, orientada a fines, consciente, libre y justa, que es fundamental para la integridad, puede surgir en el marco de esta relación con la realidad.
REFERENCIAS
Ariely, D. (2012). The Honest Truth About Dishonesty: How We Lie to Everyone-Especially to Ourselves. Londres: Harper Collins Publishers.
Boch, M. y Cavalloti, R. (2016). ¿Es posible una definición de integridad en el ámbito de la ética empresarial? Revista empresa y humanismo, 19(2), 51-67. ISSN: 1139-7608.
Cortina, A. (2001). Somos inevitablemente morales. Realidad: Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, (82). 519-527. ISSN-e 1991-3516.
Obradors, M. (2007). Creatividad y generación de ideas: Estudio de la práctica creativa en el cine y la publicidad. Valencia: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valencia.
Sastre, F. (2014). La responsabilidad contable en las crisis económicas: Cuestiones éticas. Icade, Revista cuatrimestral de las Facultades de Derecho y Ciencias Económicas y Empresariales, 91, enero-abril. 119-143. ISSN 1889-7045.
Sawyer. K, et al. (2003). Emergence in Creativity and Development. Creativity and Development. New York: Oxford University Press.