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Julio César: El emperador que perdió el piso
Emperador que perdió el piso
Cayo Julio César, Gaius Lulius Caesar en latín, fue un brillante general y político Romano. Miembro de una familia patricia, desde muy joven ascendió en la escala del poder, hasta terminar con la era republicana e instaurar la dictadura y el imperio. Fue tal su grandeza que hasta su nombre se convirtió en sinónimo de Emperador.
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Ejerció la abogacía y figuró en forma destacada en campañas en Asia y en Hispania. En Roma logró ser electo Pontifex Maximus, Máximo Pontifice, constructor de puentes entre la divinidad y el pueblo, cargo que le dio la dignidad de intocable.
Recibió poderes proconsulares para
Julio César. Vicenzo Camuccini, 1804.
gobernar las provincias de las Galias Transalpinas, en aquel entonces una pequeña franja del sur de Francia, y emprendió las memorables Guerras de las Galias, en que gracias
a su genio militar y a que supo conjugar sabiamente la fuerza con la diplomacia
y el manejo de las rencillas tribales, extendió el dominio
de Roma a toda Francia, Bélgica, Holanda, Alemania y cruzando el Canal de la Mancha hacia Inglaterra.
Julio César duplicó los dominios de Roma. Su fama en la metrópoli se acentuó lo mismo que la envidia, donde crecían las iniciativas en su contra. A su regreso cruzó con sus legiones el río Rubicón y fue detenido por el Senado, dado que los generales tenían prohibido pasarlo con armas. Este río marcaba la frontera de la hoy Italia con la provincia Cisalpina. Allí Julio César pronunció su célebre frase: “La suerte está echada”, y cruzó el río arrostrando la guerra civil y entronizándose como dictador e inaugurando el Imperio.
Durante su mandato realizó una reforma económica, urbanística y administrativa, manteniendo una excelente relación con el Senado, al que manejó con sus habilidades diplomáticas; es conocida su actitud de mantener a un esclavo a sus espaldas, con la orden de que cada vez que lo aclamaran le jalara la túnica y le dijera al oído: “Acuérdate que no eres Dios”.
Sin embargo, esta actitud realista se fue perdiendo ante las lisonjas de los ujieres y llegó al extremo de ordenar troquelar monedas con el sello de dictador perpetus. La relación con el Senado se degradó y de ahí surgieron conspiraciones para derrocarlo. Así se fraguó el plan en el que participó su pupilo Bruto, para que acudiera al Senado