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Batalla en Chapultepec: Los héroes olvidados
en residencia imperial, se acondicionó el alcázar y se proyectó una calzada exclusiva para la Corte, que llevarla el nombre de la llamada Emperatriz, nuestro actual Paseo de la Reforma.
Juárez vivió modestamente en un pequeño departamento del Palacio Nacional, y
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a partir del Porfiriato, Chapultepec se convirtió en residencia presidencial, hasta el final del mandato
de Lázaro Cárdenas, quien el 3 de febrero de 1939 expidió la Ley Orgánica del Instituto Nacional de Antropología e Historia, por la cual el Castillo de Chapultepec pasó a ser de su patrimonio y se convirtió en el Museo Nacional de Historia, dándose el traslado de la residencia presidencial a la hacienda La Hormiga, que pasó a llamarse Residencia
Oficial de Los Pinos.
Batalla en Chapultepec
Los héroes olvidados
La Batalla de Molino del Rey, que se protagonizó el 8 de septiembre de 1847 en el poniente de la Ciudad de México, fue
la más sangrienta de la guerra de Intervención
norteamericana con más de 1 mil 600 muertos de ambos bandos, mayormente del lado norteamericano, así de fieros pelearon nuestros soldados al mando de 3 Generales, sin ninguna coordinación, pues Santa Anna evadía
el encuentro Los campos quedaron bañados de sangre.
Las tropas mexicanas se batieron con gran fiereza, pero sin un mando coordinado. Y a pesar de ello hubo un momento en que casi tenían decidida la batalla; era el instante en que se había programado la entrada de una caballería de 2,700 hombres
al mando del General Juan Álvarez, reserva acantonada en la ex hacienda del Moral, que indudablemente llevarían a la victoria; pero inexplicablemente el General Álvarez no se movió y la reserva a su mando permaneció al margen de la contienda, como simples observadores.
El General Winfield Scott había permanecido más de 3 meses en Puebla, acordando con el Alto Clero la reclusión de un batallón de traidores que le sirvieron como guías y espías. Aunado a la inercia de la caballería de Álvarez y a que el Tratado GuadalupeHidalgo se negoció y firmó en la Villa de Guadalupe con una misa de Te Deum, ello gestó la derrota mexicana, ya que desde el púlpito se consignaba que “el que mate un norteamericano, se va al infierno”.
Así, las tropas yanquis se reagruparon y contraatacaron,
Heroica defensa del castillo de Chapultepec. (Archivo General de la Nación).
provocando los fatales resultados ya conocidos. En tanto, las tropas nacionales, más desorganizadas que antes, se replegaron a las diversas garitas de entrada que existían en la capital mexicana.
Felipe Santiago Xicoténcatl Corona había participado en la Batalla de la Angostura, donde fue gravemente herido. Luego fue ascendido a Teniente Coronel, otorgándosele el mando del Batallón de San Blas, con el que participó en la Batalla de Cerro Gordo, y finalmente asignado a la defensa del Castillo de Chapultepec. Al
amanecer de aquel aciago 13 de septiembre, la artillería norteamericana bombardeó
fuertemente el castillo y sus laderas, defendidas por el pequeño Batallón de San Blas que enfrentó a un ejército mejor armado y muy superior en número.
Cuando Xicoténcatl vio derribar al abanderado de su batallón, corrió a levantar el lábaro, cayó herido y se levantó nuevamente arengando a sus hombres, pero fue abatido por las balas enemigas y envuelto en la bandera de su batallón, que quedó exterminado por las fuerzas invasoras. Previamente se había
ordenado la evacuación de los cadetes del Colegio Militar, pero algunos decidieron quedarse a defenderlo.
El 13 de septiembre los cadetes pelearon cuerpo
a cuerpo. De acuerdo a algunos historiadores, el Teniente Juan de la Barrera, asignado al mirador, tomó la bandera para impedir que cayera en maños del enemigo, y ya herido, subió al parapeto del castillo y se lanzó al vacío envuelto en su bandera, precipitándose con más de 20 balazos en su cuerpo, en el lugar en que se levantó el primer monumento a los Niños Héroes. Los cadetes tenían de 13 a 18 años de edad.
Cuando todo terminó y el comandante norteamericano vio los rostros de los cadetes muertos, exclamó con sorpresa: “Pero si eran unos niños”. De ahí el nombre de los Niños Héroes.
Del 14 de septiembre de 1847 al 12 de junio de 1848, durante 9 largos meses, sufrimos la afrenta de que la bandera de las barras de sangre y las estrellas robadas ondeara en el asta de Palacio Nacional, hasta que los Congresos norteamericano y mexicano ratificaron el infamante Tratado Guadalupe-Hidalgo, redactado en Estados Unidos, impuesto a un México derrotado, y firmado en la Villa de Guadalupe, donde el clero mexicano celebró un gran Te Deum para dar gracias a la Virgen.
Nuestro héroe olvidado, el Teniente Corone l Felipe
Santiago Xicoténcatl Corona, fue enterrado primero en la capilla de San Miguel, después en el desaparecido panteón de Santa Paula, de donde trasladaron sus restos al de San Fernando, y de allí al Altar de la Patria, en el Bosque de Chapultepec.
En la masacre, que no fue batalla, participaron los Generales Robert Lee y Ulises Grant, quienes más adelante se enfrentaron en la Guerra de Secesión como comandantes de los Ejércitos del Norte y del Sur. Curiosamente, en la Batalla de Churubusco participó del lado mexicano el memorable Batallón de San Patricio, que desertó de los invasores y se enfrentó al infame batallón de traidores reclutados en Puebla. Los 72 irlandeses fueron apresados, marcados con un fierro en forma de la letra D, de desertores y colgados como traidores. En el barrio de Mixcoac existe una calle en su honor, Mártires Irlandeses, para recordarlos.