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C.E.P.A. DE CAMARGO Año III, número 5(2), junio de 2020


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Taller de Literatura RELATOS

POEMAS Antología comentada de ocho poemas de Pessoa

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Alberto Caeiro. El guardador de rebaños

Sueños 2.

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Sueños 3. Pesadilla

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Poema 1

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Ayer soñé que soñaba

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Poema 2

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Tiempo de espera

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Poema 3

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Mis adorable vacaciones de verano en Cantabria. Mi segunda casa o casa materna

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Tomás

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El viaje

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Cerrado por defunción

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Mensajes

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No todo se aprende en los libros. Dos mangos y una flor

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Calamar

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Soñando con doña Emilia

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La venganza de una piedra

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Cosas de hoy. El barrio

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Alberto Caeiro. Poemas inconjuntos. Poema 4

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Ricardo Reis. Odas Poema 5

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Poema 6

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Alberto Campos. Poesías Poema 7. Lisbon revisited

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Poema 8. Poema en línea recta

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Peregrinos

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Cuando todo esto pase...

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Asómate a la ventana mi niño

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Lluvia

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Philip K Payne. Virusville

El alba ya no es el alba

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Gabrielle de Felice:

La ciudad de las mariposas

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Un viaje sin retorno

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Viento del norte

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Una tarde en Honfleur

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Sueños 1. Volar

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Antología de escritores olvidados

Ulrica Viterbo

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Revista Dando forma nº 5(2) (junio 2020). Han escrito en la revista: Alumnos y alumnas del Taller de Literatura. Coordinación de la revista: Javier Arbea. Guillermo Álvarez Los coordinadores de la revista Dando forma del C.E.P.A. de Camargo no se identifican necesariamente con el contenido de los artículos publicados.


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Estamos en la Web https:// camargodandoforma.blogspot.com.es

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Para entender mejor los comentarios del Taller de Literatura Anáfora. Empleo de palabras o conceptos repetidos deliberadamente con voluntad expresiva. Esticomitia. En una sucesión de versos, coincidencia entre la unidad sintáctica y la unidad métrica. Estoicismo. Fortaleza o dominio sobre la propia sensibilidad. Etopeya. Descripción del carácter, índole y costumbres de una persona. Hipérbaton. Alteración del orden que las palabras tienen habitualmente en el discurso, como en “por mi mano plantado tengo un huerto”. Hipérbole. Exageración de una circunstancia, relato o noticia. Hipónimo. Palabra cuyo significado incluye el de otra. Por ejemplo, gorrión es hipónimo de pájaro. Letanía. Lista, retahíla, enumeración seguida de muchos nombres, locuciones o frases. Metáfora. Traslación del sentido recto de una voz a otro figurado, en virtud de una comparación tácita, como en “las perlas del rocío”, “la primavera de la vida” o “refrenar las pasiones”. Nihilismo. Negación de todo principio religioso, político y social. Oda. Composición poética lírica de tono elevado, que generalmente ensalza algo o a alguien. Oxímoron. Combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido, como en “un silencio atronador”.

Panteísmo. Sistema filosófico de quienes creen que la totalidad del universo es el único Dios. Paradoja. Empleo de expresiones o frases que encierran una aparente contradicción entre sí, como en “mira al avaro, en sus riquezas, pobre”. Paralelismo. Ordenación de modo simétrico de los elementos de unidades sintácticas sucesivas, como en “muerto lo dejo a la orilla del río, muerto lo dejo a la orilla del vado”.

POEMAS

Poliptoton. Tipo de derivación en que se emplean palabras de la misma raíz. Polisíndeton. Empleo repetido de las conjunciones en un texto para dar fuerza o energía a la expresión de aquello que se expresa, como en “y avanza y levanta espumas, y salta y confía”.

Pregunta retórica. Pregunta que se hace no para manifestar duda o pedir respuesta, sino para expresar indirectamente una afirmación o dar más vigor y eficacia a lo que se dice. Símil. Producción de una idea viva y eficaz de una cosa relacionándola con otra también expresa, como en “el oro de tus cabellos” por tus cabellos rubios. Sinestesia. Unión de dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales, como en “soledad sonora” o en “verde chillón”.


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Cuando comprobamos que las efemérides de Pessoa no estaban a la vista y que, por tanto, no había peligro alguno de que se nos acusase por el exigente lector de oportunismo literario, decidimos en el Taller de Literatura analizar la obra de este poeta. Leímos poemas, rastreamos influencias, discutimos la importancia de su obra y constatamos satisfechos que entre los miembros del Taller las opiniones eran muy diferentes. Algunos encontraban sus poemas faltos de emoción; otros, por el contrario, reconocían el valor de su poesía porque no les dejaba indiferentes, “porque les hacía pensar”. Los de más acá opinaban que su obra era muy original; los de más allá que se trataba en el mejor de los casos de un refrito de Horacio y Whitman. Y todos satisfechos de no estar de acuerdo en nada. De aquellos polvos estos lodos. Ponemos a disposición del lector ocho poemas de Pessoa junto a nuestras conclusiones, los frutos de nuestras discusiones. El lector también encontrará en esta sección nuevos textos de escritores olvidados. Escritores importantes a los que el destino condenó a una existencia de sombras en el Hades literario. Dos son aún (creemos) desconocidos para los lectores de nuestra revista: Philip K. Payne y Ulrika Viterbo. Esperemos que, de ahora en adelante, queridos lectores, los tengan en cuenta y busquen sus obras en librerías físicas o virtuales. Además, la lluvia de cartas que hemos recibido pidiéndonos encarecidamente más textos de Gabrielle de Felice (veáse el número 4 de nuestra revista), ha hecho que la autora cántabra (habiendo sido enterada de ello) nos obsequie con otro de sus relatos. Y además poemas y relatos varios de interés múltiple. Pasen. Pasen y lean.

ANTOLOGÍA COMENTADA DE OCHO POEMAS DE PESSOA (Equipo Editorial del Taller de Literatura) “Cuando otra virtud no haya en mí, hay por lo menos la perpetua novedad de la sensación libre.” POEMAS

Libro del desasosiego.


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POEMAS

Fernando Pessoa nació en Lisboa en el año 1888 y falleció en esta misma ciudad en 1935. Decía Ortega en las Meditaciones del Quijote que “el hombre se pasa la vida queriendo ser otro”. Tal vez sea ese uno de los motivos que nos ha hecho, en el Taller de Literatura, fijarnos en la obra de este poeta portugués. No entraremos en este estudio en detalles biográficos del autor (que fácilmente se pueden hallar en la infinita enciclopedia de Internet). Antes de leer los poemas y el estudio que los acompaña, solo queremos que los lectores tengan en cuenta que Pessoa es un escritor múltiple o, dicho de otra forma, que en su interior alberga otras personalidades, otros escritores. Y que estos otros escritores son autores de su propia obra, que siempre se independiza de la del creador original.

Estos desdoblamientos de identidad recibirán el nombre de heterónimos. Mucho nos tememos que nuestros lectores (que no conozcan aún la obra de Pessoa) se estarán preguntando de qué estamos hablando. Tal vez sirva el siguiente ejemplo. Imaginemos un hombre que quiere conocer el mundo en su totalidad para cantarlo y alabarlo, o simplemente para recorrerlo. Si hombre tan ambicioso existiera, la tarea para él sería imposible porque el mundo es demasiado amplio para un único punto de vista, para un único viajero. Para abarcar la totalidad con la mirada, necesitamos otros puntos de vista. Eso son los heterónimos: viajeros autónomos que permiten a Pessoa abarcar lo inmenso. Les invitamos a conocer a tres de los múltiples heterónimos que creó: Alberto Caeiro, Álvaro Campos y Ricardo Reis.


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POEMA 1 Mi mirada es nítida como un girasol. Tengo la costumbre de ir por los caminos mirando a la derecha y a la izquierda, y de vez en cuando mirando para atrás… 5

Y lo que veo a cada instante es lo que nunca había visto antes, y me doy cuenta muy bien de ello… Sé sentir el pasmo esencial que siente un niño si, al nacer,

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de veras reparase en que nacía… Me siento nacido a cada instante a la eterna novedad del Mundo… Creo en el mundo como en una margarita porque lo veo. Pero no pienso en él

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porque pensar es no comprender… El mundo no se ha hecho para que pensemos en él (pensar es estar enfermo de los ojos), sino para que lo miremos y estemos de acuerdo…

Yo no tengo filosofía: tengo sentidos… 20

Si hablo de la Naturaleza, no es porque sepa lo que es, sino porque la amo, y la amo por eso, porque quien ama nunca sabe lo que ama, ni sabe por qué ama, ni lo que es amar… Amar es la eterna inocencia,

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y la única inocencia es no pensar… POEMAS

Alberto Caeiro, El guardador de rebaños (1911-1912)


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El tema del poema es la percepción exclusivamente sensorial que el poeta tiene del mundo. El mundo así percibido desde la subjetividad del yo poético es siempre nuevo, siempre cambiante, pues depende del vaivén emocional de cada momento que vive el poeta: “Y lo que veo a cada instante / es lo que nunca había visto antes”. Como en el río de Heráclito donde el filósofo nunca se bañará dos veces, en el eterno fluir de momentos tampoco el poeta se bañará dos veces. Si Whitman anunciaba el advenimiento de un mundo nuevo, también Pessoa celebra “la eterna novedad del Mundo”. En el Libro del desasosiego dice de una madrugada cualquiera que “es la primera del mundo”. Y la mirada del poeta debe ser siempre benévola pues, como dice Jorge Guillén, “el mundo está bien hecho”. Y es entonces cuando la mirada intuye y ama de forma desinteresada.

POEMAS

Por otro lado, qué lejos está el viejo sueño racionalista del XVIII. El pensamiento abstracto se compara en el poema con la enfermedad del verdadero entendimiento porque resbala sobre la realidad sin llegar nunca a comprenderla. En cuanto a los recursos estilísticos, podemos decir que todo el poema nace de la mirada subjetiva de la primera persona. La mirada se posa en el mundo y ambos, poeta y

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mundo, comparten la misma naturaleza vegetal (símiles en los versos 1 y 13). Y la mirada incansable va añadiendo imagen tras imagen en la suma del polisíndeton (versos 4, 5 y 7). Y siempre desde la atalaya del yo poético (toda la políptoton verbal de sentir) que transcurre en la temporalidad de la realidad inevitablemente cambiante (partículas temporales: de vez en cuando, nunca, antes; el sustantivo instante). El sentimiento se opone, inevitable, al pensamiento. Y como si de un contagio racionalista se tratase, el poeta se siente en la necesidad de argumentar (anáfora de la conjunción causal porque) y de definir (utilización del presente atemporal en los versos 15 y 17). Y de la definición surge, inevitable, rompiendo la monotonía del paralelismo, la metáfora: “pensar es estar enfermo de los ojos”. En la argumentación el poeta, redentor, incluye a los otros, a nosotros: “para que pensemos”, “para que miremos y estemos de acuerdo”. Y así da lugar a la poliptoton de los verbos mirar y pensar. Pero pronto olvida al emisor. En la tercera estrofa, el yo reclama su lugar y el verbo amar en sus diferentes formas se impone en los versos siguientes hasta concluir en una bella metáfora: “amar es la eterna inocencia”.


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POEMA 2 Soy un guardador de rebaños. El rebaño es mis pensamientos y todos mis pensamientos son sensaciones. Pienso con los ojos y con los oídos 5

y con las manos y los pies y con la nariz y la boca.

Pensar una flor es verla y olerla y comerse una fruta es conocer su sentido. Por eso cuando, en un día de calor, me siento triste de disfrutarlo tanto, 10

y me acuesto estirado en la hierba, y cierro los ojos calientes, siento a todo mi cuerpo acostado en la realidad, sé la verdad y soy feliz. Alberto Caeiro, El guardador de rebaños (1911-1912)

zada: una flor, un día de calor, una fruta, la hierba… El poema nace en la afirmación del yo que se define (utilización del presente atemporal “es”). En los siguientes versos explica el significado metafórico de los “rebaños” hasta desembocar en la paradoja de que “mis pensamientos son sensaciones” (la paradoja y el oxímoron son recursos eficaces para la expresión de lo inefable). Utiliza el polisíndeton, como en el primer poema, para reforzar la poderosa sinestesia de los versos 4, 5 y 6. Los hipónimos ojos, oídos, manos, pies, nariz y boca son órganos transmisores de co-

POEMAS

El tema del poema tiene que ver con dos ideas fundamentales en la poética de Pessoa: la primera, enunciada en la primera estrofa, encierra la paradoja irónica de que el pensamiento es la sensación; la segunda, optimista, nos anuncia que esa capacidad de sentir la realidad trae consigo la felicidad. En la primera estrofa, el poeta canta “los transportes del alma y los sentidos” (Baudelaire), la sinestesia absoluta de los sentidos hacia la comprensión total de la realidad. Pero es una comprensión que no nace del pensamiento, sino de la sensación, del contacto con la naturaleza. No es naturaleza estilizada (Garcilaso) sino apenas esbo-


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nocimiento, si bien se trata de un conocimiento un tanto vago e impreciso, a la manera del Simbolismo. El poeta parece anunciar una realidad nueva, abstracta, seguramente aquella que solo puede enunciar el arte. Por eso las definiciones de los versos 7 y 8 que prolongan las sinestesias y paradojas precedentes parecen anunciar un universo panteísta donde todo está relacionado con todo (como en el poema Correspondencias de Baudelaire). La segunda estrofa anuncia los sentimientos contradictorios del poeta

(“me siento triste de disfrutarlo tanto”). Pero, al menos, sabemos que ha hallado la realidad, ese espacio donde todo tiene que ver con todo: la naturaleza. Y el poeta poco a poco se disuelve hasta formar parte de ella: “me acuesto”,” cierro los ojos”, “siento mi cuerpo”, “sé la verdad”; “soy feliz”. Si tomamos como punto de partida la sensación (siento), los siguientes momentos son: sé y soy. El poeta ha alcanzado finalmente su íntima plenitud.

POEMA 3

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POEMAS

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A veces, en días de luz perfecta y exacta, en que las cosas tienen cuanta realidad pueden tener, me pregunto a mí mismo despacio por qué siquiera atribuyo belleza a las cosas. ¿Una flor tiene acaso belleza? ¿Tiene acaso belleza una fruta? No: tienen color y forma y tan sólo existencia. La belleza es el nombre de algo que no existe, que yo doy a las cosas a cambio del placer que me producen. No significa nada. Entonces, ¿por qué digo de las cosas: son bellas? Sí, incluso a mí, que vivo sólo de vivir, invisibles, vienen a hablarme las mentiras de los hombres ante las cosas, ante las cosas que simplemente existen. ¡Qué difícil es ser consecuente y no ser sino lo visible! Alberto Caeiro, El guardador de rebaños (1911-1912)


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Tema. La realidad existe en sí misma, al margen de los conceptos, al margen del concepto de belleza. Se nos ocurre el siguiente ejemplo. Somos turistas en una ciudad desconocida. Ya hemos llegado al hotel. Después de tomar una ducha, echamos un vistazo al montón de planos y fotografías que hemos ido recopilando para nuestros propósitos turísticos. Si nos vence la pereza, podemos quedarnos en el hotel examinando el material mencionado. Si no, nos lanzaremos a recorrer el espacio desconocido. En el segundo caso, nos serviremos de los planos para visitar la ciudad y no tendrán entonces más que una función de orientación para el logro de un conocimiento inmediato. En el primero (turistas perezosos) nos quedaremos en el hotel y estudiaremos el plano y las fotografías. Estos elementos sustituyen entonces a la ciudad real y solo me procuran “una cierta idea de ella”.

La respuesta a las preguntas retóri-

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cas de los versos 6 y 7 viene implícita en el adverbio de duda “acaso”. Los elementos de la naturaleza (flor, fruta”) poseen rasgos enunciados en el polisíndeton de los versos 8 y 9. A partir de aquí Pessoa define el concepto de belleza (que ya había aparecido en la primera estrofa) mediante el presente atemporal (es). Y la definición encierra la paradoja: “La belleza es el nombre de algo que no existe”. A la negación de la segunda estrofa contrapone el poeta la afirmación que introduce la tercera, en la que debemos destacar la enorme fuerza expresiva del hipérbaton del verso 15. Mediante la alteración del orden sintáctico, el poeta nos llama la atención sobre la importancia del adjetivo “invisibles”, que se opone al adjetivo sustantivado que cierra el poema: “lo visible”. Invisibles son las mentiras de los hombres y lo visible, los elementos de la naturaleza, se halla iluminado por “la luz perfecta y exacta” (estructura bimembre) del primer verso. Especialmente expresiva es la anáfora de los versos 16 y 17. A diferencia de los dos poemas anteriores, el yo del poeta no está tan presente en el poema y, cuando aparece (verso 11), lo hace para acusarse de caer él mismo en la trampa de los conceptos.

La exclamación retórica final subraya la dificultad de la empresa: ¡Qué difícil es…!

POEMAS

Esta primera manera es la propia de los conceptos que son solo guías para el conocimiento de lo real. Pero, si de verdad queremos “disfrutar” de la realidad, debemos dejar atrás mapas y conceptos (también el concepto de belleza) y sumergirnos en la propia ciudad, en la propia realidad, en la propia existencia. En Alberto Caeiro, en la propia naturaleza. Para ello tan solo necesitamos una cosa: ver.

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POEMA 4 Si, después de morir, quieren escribir mi biografía, no hay nada más sencillo. Solo tiene dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte. Entre una cosa y otra, todos los días son míos.

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Soy fácil de definir. He visto como un condenado. He amado las cosas sin ningún sentimentalismo. Nunca he tenido un deseo que no pudiese realizar, porque nunca me he quedado ciego.

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Hasta oír no ha sido nunca para mí más que un acompañamiento de ver. He comprendido que las cosas son reales y todas diferentes unas de otras; He comprendido esto con los ojos, nunca con el pensamiento.

Comprenderlo con el pensamiento sería encontrarlas iguales a todas. Un día me entró sueño como a cualquier niño. 15

Cerré los ojos y me dormí. Aparte de esto, he sido el único poeta de la Naturaleza. Alberto Caeiro, Poemas inconjuntos (1913-1915) “Ahora yo soy ya mi mar paralizado”

POEMAS

JR

Considera Saramago que en esta primera estrofa Alberto Caeiro expresa su egocentrismo y el convencimiento de su superioridad sobre su tiempo y circunstancias culturales, así como su conocimiento sobre el alcance y la importancia que habría de tener su obra. En la autobiografía poética que es este poema, proclama Caeiro su lejanía del Romanticis-

mo (“he amado las cosas sin ningún sentimentalismo”); su comprensión exclusivamente sensorial de la realidad, ese todo. Encontramos aquí rastros de Baudelaire y su poema Correspondencias; la realización de todos sus deseos pues “nunca me he quedado ciego”; su muerte indolora como la de un niño bueno; su panteísmo simbolista.


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El concepto de biografía implica una antítesis: “la de mi nacimiento y la de mi muerte”. El yo poético se hace biógrafo: “Soy fácil de definir…” En la rígida esticomitia de la segunda estrofa, el poeta desgrana sus méritos. La mencionada esticomitia presta al poema gran sentenciosidad y lo refuerza con un tono de letanía paralelística: he visto, he amado, he tenido, he comprendido… Repeticiones expresivas como la anáfora de los versos… Por otro lado, parece que el poeta es víctima de un destino impuesto (símil, “He visto como un condenado”). Años más tarde, dirá Borges: “El destino es fatal como la flecha”. Y la visión sinestésica desvela el misterio: “He comprendido esto

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con los ojos”. Grande la carga expresiva de la repetición del adverbio de tiempo “nunca”. Finalmente llega la muerte, encarnada en el sueño. Y llega como le llega a los niños, suavemente y fruto del cansancio fructífero del día: “Cerré los ojos y me dormí” (metáfora”). Aún le da tiempo a Caeiro a recordarnos que ha sido “el único poeta de la Naturaleza”. Pero, ojo, ya no es la naturaleza del Romanticismo, mero reflejo del estado anímico del poeta. Ahora el poeta acude a ella desinteresadamente, con el alma vacía y los ojos bien abiertos.

POEMA 5 Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río. Con sosiego miremos su curso y aprendamos que la vida pasa, y no estamos cogidos de la mano.

(Enlacemos las manos.) 5

Pensemos después, niños adultos, que la vida pasa y no se queda, nada deja y nunca regresa, va hacia un mar muy lejano, hacia el pie del Hado, más lejos que los dioses.

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Ya gocemos, ya no gocemos, pasamos como el río. Más vale que sepamos pasar silenciosamente y sin desasosiegos.

POEMAS

Desenlacemos las manos, que no vale la pena cansarnos.


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Sin amores, ni odios, ni pasiones que levanten la voz, ni envidias que hagan a los ojos moverse demasiado, 15

ni cuidados, porque si los tuviese el río también correría, y siempre acabaría en el mar. Amémonos tranquilamente, pensando que podríamos, si quisiéramos, cambiar besos y abrazos y caricias,

mas que más vale estar sentados el uno junto al otro 20

oyendo correr al río y viéndolo. Cojamos flores, cógelas tú y déjalas en tu regazo, y que su perfume suavice el momento — Ese momento en que sosegadamente no creemos en nada, paganos inocentes de la decadencia.

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Por lo menos, si yo fuera sombra antes, te acordarás de mí sin que mi recuerdo te queme o te hiera o te mueva, porque nunca enlazamos las manos, ni nos besamos ni fuimos más que niños. Y si antes que yo llevases el óbolo al barquero sombrío,

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nada habré de sufrir cuando de ti me acuerde, a mi memoria has de ser suave recordándote así, —a la orilla del río,

pagana triste y con flores en el regazo.

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Ricardo Reis, Odas (1914-1934)

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Nos llama la atención, en primer lugar, la concepción de la vida como algo transitorio. Carácter que podemos reconocer en el río, la famosa imagen de Heráclito. El segundo tema del poema es el estoicismo que lo impregna (versos 10-14). Ricardo Reis, como antes había hecho Horacio, utiliza el tópico de la dorada mediocridad. Y nos aconseja la contención de las pasiones porque, cuando la muerte inevitable separe a los amantes, el dolor, como el resto de las pasiones, será un sentimiento que previamente ha sido domesticado.

El carácter transitorio de la vida humana es expresado mediante un

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símil de honda tradición: “Pasamos como el río” (Manrique). A su vez el simbolismo es rico en el poema. El mar lo utiliza el poeta para referirse a la muerte. Las flores simbolizan lo efímero y el río, el inevitable discurrir de la vida humana La mediocritas aurea se expresa mediante una enumeración de los hipónimos del desasosiego: amores, odios, pasiones, envidias, cuidados. El gusto por el polisíndeton de otros poemas aparece en la repetición de la conjunción copulativa “ni” que introduce estructuras paralelísticas de proposiciones subordinadas adjetivas en los versos 14 y 15, donde “las pasiones levantan la voz” (personificación). Volvemos a encontrar la utilización de la copulativa en los versos 27 y 28. Parece como si el poeta quisiese subrayar la autonegación del estoicismo con la mencionada conjunción. Gusta Ricardo Reis de la enumeración, como vemos también en las disyuntivas del verso 26. Todo el poema, en fin, posee un indudable sabor clásico. La “sombra” del verso25 nos recuerda al episodio de la Odisea cuando Ulises desciende al Hades. También “el barquero sombrío” (Caronte) que cruza la laguna con sus tristes pasajeros.

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Empieza el poema a la manera de las odas de Horacio, donde un yo poético se dirige a un tú, en vocativo, ya en el primer verso. Sin embargo, de forma inmediata, aparecen las exhortaciones que el yo hace al nosotros: aprendamos, pensemos, desenlacemos, hasta culminar en el “amémonos tranquilamente”, donde el adverbio conforma un oxímoron que revela la filosofía del poema. Otro oxímoron (“niños adultos”) incide en una comparación que hemos visto en los poemas de Alberto Caeiro. El yo, como en las odas de Horacio, aparece en los últimos versos (verso 25)

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POEMA 6 Por estos sotos, antes que nosotros, pasaba el viento cuando había viento. Y hablaban las hojas de otra manera que hoy. 5

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Pasamos y agitámonos en balde. No en lo que existe hacemos mayor ruido que las hojas del árbol o los pasos del viento. Tratemos, pues, con abandono asiduo, de entregarle a Natura nuestro esfuerzo y no querer más vida que la de árboles verdes. Inútilmente parecemos grandes. Salvo nosotros, nada por el mundo honra su grandeza ni sin querer nos sirve. Si aquí en la arena, junto al mar, mi indicio con ondas tres no más el mar apaga, ¿qué no hará en la alta playa en que el mar es el Tiempo?

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Ricardo Reis, Odas (1914-1934)

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Para empezar, nos llama la atención en el poema un tono de melancólica nostalgia. Un pesimismo contenido que cuestiona el presente: “…pasaba el viento cuando había viento. / Y hablaban las hojas / de otra manera que hoy”.

Pero, pesimismo aparte, la naturaleza de Pessoa habla; es un universo de símbolos donde las criaturas significan (Baudelaire). En una de las obras místicas de Raimundo Llull (siglo XIII), leemos: “Preguntaron al amigo: ¿Qué es el mundo? Y respondió: Para los que saben leer, es un libro en el que se aprende a conocer a mi Amado”. Para Pessoa, el hombre es simplemente un integrante de ese todo divino y previo que es la naturaleza. Por eso están de más las vanidades y las ambiciones (Horacio, estoicismo). Por eso, el sentido de la vida humana está en volver a su íntima esencia que no es otra que la de humilde miembro del todo panteístico. Por eso, es necesario abandonar los vicios heredados de una falsa vanidad. Tan falsa que la muerte apaga cualquier atisbo de grandeza que nos pueda tentar.

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dicho en otros comentarios, una naturaleza esbozada, que sirve para comparar, para medir la estatura del hombre. Así la estructura bimembre y el paralelismo que encierra en los versos 7 y 8. Podemos mencionar una delicada metáfora pues el ”agitámonos en balde” referido a los hombres (verso 5) en cierta forma nos recuerda a las hojas y al viento que las lleva caprichosamente de un lado para otro. Así, las pasiones zarandean el espíritu humano. Toda la vanidad del hombre queda encerrada en el adverbio “inútilmente” (acordaos del verso del texto: “Amémonos tranquilamente”). Poderosas las imágenes de la última estrofa (metáforas). Si en la arena de la vida, el mar es capaz de borrar cualquier señal que el poeta haya dejado atrás, en la infinitud del tiempo, cualquier recuerdo será entonces una nostalgia imposible. El tono melancólico de la primera estrofa renace pues el poeta abandona las formas morfológicas de la primera persona del plural: “mi indicio”. El poeta hace suyo el destino trágico al que está abocado el hombre. La respuesta a la pregunta retórica de los últimos versos ha quedado contestada.

POEMAS

La naturaleza habla o, por decirlo con las palabras de Raimundo Llull, es un libro que enseña. De ahí la personificación del verso 3: “Y hablaban las hojas /de otra manera que hoy”. Es, como hemos

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POEMA 7 LISBON REVISITED (1923) No: no quiero nada. Ya dije que no quiero nada. ¡No me vengáis con conclusiones!

La única conclusión es morir. 5

¡No me vengáis con estéticas! ¡No me habléis de moral! ¡Llevaos de aquí la metafísica! ¡No me pregonéis sistemas completos, no me pongáis en fila conquistas

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de las ciencias (¡de las ciencias, Dios mío, de las ciencias!), de las ciencias, de las artes, de la civilización moderna! ¿En qué he ofendido a todos los dioses? Si tenéis la verdad, ¡guardáosla! Soy un técnico, pero sólo tengo técnica dentro de la técnica.

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Fuera de eso, estoy loco, con todo el derecho a estarlo.

Con todo el derecho a estarlo, ¿lo habéis oído? ¡No me fastidéis, por amor de Dios! ¿Me queríais casado, fútil, cotidiano y tributable? ¿Me queríais todo lo contrario, lo contrario de lo que sea? 20

Si fuese otra persona, os daría gusto a todos.

POEMAS

Así, como soy, ¡tenéis que aguantaros!

¡Idos al diablo sin mí! ¡O dejadme ir solo al diablo! ¿Por qué habíamos de ir juntos?

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¡No me cojáis del brazo! No me gusta que me cojan del brazo. Quiero ser solo. ¡Ya he dicho que soy solo! ¡Ah, qué fastidio querer que sea de compañía! ¡Oh cielo azul —el mismo de mi infancia—,

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eterna verdad vacía y perfecta! ¡Oh ameno Tajo ancestral y mudo, pequeña verdad en la que el cielo refleja! ¡Oh amargura revisitada, Lisboa de antaño y de hoy! Nada me dais, nada me quitáis, nada que yo me sienta sois. ¡Dejadme en paz! No tardo, que yo nunca tardo... ¡Y mientras tarda el Abismo y el Silencio quiero estar solo! Álvaro de Campos, Poesías (1914-1935)

Es el poema una mezcla de sentimientos negativos y perturbadores: la negación, la ira, la locura. En la última parte aparece también la nostalgia.

Insinúa, por otro lado, la posibilidad de que le aguarde un castigo por motivos que él desconoce: “¿En qué he ofendido a los dioses?” (Kafka, El proceso) El tono desquiciado del yo poético se refuerza con su negativa a conocer la verdad y el reconocimiento de la propia locura.

POEMAS

Con la excepción de las dos últimas estrofas, el poema en cuestión está lleno de frustración y de dolor. El sujeto poético rechaza todo lo que le rodea como si estas cosas y seres fueran la razón de su estado de soledad y decadencia: “No: no quiero nada". Sostiene que la única certeza es la muerte, pero el tono de suave resignación que encontramos en Ricardo Reis y Alberto Caeiro, cuando tratan el tema de la fugacidad de la vida y la muerte inevitable, ha desaparecido. Es el mismo tono furibundo que utiliza para denostar todas las abstracciones: la estética,

la moral, la metafísica, las ciencias. Vimos en el texto 3 cómo A. Caeiro también reniega del concepto de belleza, otra abstracción. La diferencia, sin embargo, está en el profundo desengaño y la profunda frustración que transmiten los versos de Álvaro de Campos. Si este heterónimo abrazó con entusiasmo las nuevas vanguardias artísticas, ahora abomina de ellas.


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En la marejada emocional que zarandea al poeta, aparecen situaciones banales (verso 17) que no está dispuesto a aceptar. Estas situaciones aparecen como una crítica a la civilización moderna. Lo que él quiere ser es lo contrario de lo que quieren que sea. Y de esa búsqueda necesaria de la libertad nace el rechazo a los que le rodean. “El infierno son los otros”, dice Sartre.

El rechazo hacia lo que le rodea hace que alterne en los dos primeros versos el estilo directo y el indirecto para subrayar la negación. Esta negación tiene que ver con el mundo que le rodea y, sobre todo, con los que le rodean: utilización constante de la segunda persona del plural. Como la negación es vehemente aparecen numerosas y airadas exclamaciones y preguntas retóricas.

En los últimos versos aparece la nostalgia. El tono cambia. Aparece la Edad de Oro de la infancia. Solo en la infancia conoció el poeta la felicidad, “eterna verdad vacía y perfecta”, vacía (nihilismo feliz) seguramente de todo lo que ahora le atormenta: los conceptos inservibles, los preceptos asfixiantes…Por eso la vuelta a Lisboa es tan dura para el poeta, porque tan solo puede constatar que el pasado ha muerto y desaparecido para siempre. Por eso el poeta invoca de nuevo a la soledad en los dos últimos versos, porque solo en la soledad se puede sobrevivir a la pérdida, al rechazo y al anhelo.

Como en Whitman, encontramos un tono declamatorio con frecuentes enumeraciones caóticas (versos 510 y 17); también frecuentes repeticiones con las que enfatiza los conceptos que denuesta (por ejemplo, la ciencia) o anáforas (versos 17, 18) que forman parte del tono declamatorio antes mencionado.

Encontramos en este poema la influencia de Whitman en el versículo, es decir, la utilización de un verso largo, sin rima, ni regularidad métrica.

POEMAS

DANDO FORMA

Llama la atención en primer lugar el título en inglés: Lisbon revisited”. Por un lado, la utilización de un idioma extranjero revela el cosmopolitismo de Álvaro de Campos; por otro, la condición de extranjero en su propia tierra.

Llama también la atención la utilización en enunciativas negativas del imperativo en subjuntivo (versos 3,5,6,8, etc.). Enorme la expresividad del infinitivo “ser” en “quiero ser solo”, donde niega cualquier circunstancialidad al deseo perentorio. Quiere serlo ahora y por siempre. Es de enorme belleza el contraste entre lo inmenso (“el cielo azul”) y lo limitado (“la amargura revisitada”) de los últimos versos. Y es que en la penúltima estrofa cambia el tono del poema. Ahora el poeta se dirige mediante el apóstrofe al “cielo azul” de la infancia y al “ameno Tajo”. Construye aquí bellas metáforas secundadas por estructuras bimembres (versos 29, 30 y 32). El cielo azul es “la eterna verdad”. El


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“ameno Tajo”, “la pequeña verdad”. Lisboa,” la amargura revisitada”. El ameno tajo nos recuerda a la Égloga III de Garcilaso. Resulta paradójico en que en el verso 13 renuncie a saber la verdad y ahora esgrima otras verdades, las suyas (“la eterna verdad” y la “pequeña verdad”), cuyo pulso aún late en el corazón del

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poeta. La repetición del indefinido “nada” subraya su condición de islote en un mundo que ya no es el suyo. Por último, la presencia de la muerte, fin inevitable, como en otros poemas de los heterónimos, simbolizada en el Abismo y el Silencio.

POEMA 8 POEMA EN LÍNEA RECTA Nunca he conocido a quien se haya llevado una soba. Todos mis conocidos han sido campeones de todo. Y yo, tantas veces despreciable, tantas veces puerco, tantas veces vil,

yo, tantas veces indiscutiblemente parásito, 5

indisculpablemente sucio, yo, que tantas veces no he tenido paciencia para bañarme, yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo, que he enrollado los pies públicamente en la alfombra de las ceremonias, que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,

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que he sufrido afrentas y me he callado, que cuando no me he callado, he sido más ridículo todavía; yo, que he visto guiñar los ojos a los mozos de cuerda, yo, que he hecho granujadas financieras, pedido prestado sin pagar

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yo, que les he resultado cómico a las camareras del hotel,


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yo, que cuando llegó la hora de las bofetadas, me agaché fuera del alcance de la bofetada; yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas ridículas, me doy cuenta de que no tengo par en esto en todo el mundo. Todo el mundo que conozco y habla conmigo

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jamás hizo nada ridículo, nunca sufrió una afrenta, nunca fue sino príncipe —todos ellos príncipes— en la vida... ¡Ojalá oyese a alguien la voz humana que confesase, no un pecado, sino una infamia; que contase, no una violencia, sino una cobardía!

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No, todos son el Ideal, si los escucho y me hablan. ¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que ha sido vil una vez? ¡Oh príncipes, hermanos míos, coño, estoy harto de semidioses!

¿Dónde hay gente en el mundo? 30

¿Entonces soy yo quien es vil y erróneo en esta tierra? Las mujeres podrán no haberos amado, pueden haber sido traicionados, pero ¡ridículos, nunca! Y yo, que he sido ridículo sin haber sido traicionado, ¿cómo puedo hablar yo con mis superiores sin titubear?

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Yo, que he sido vil, literalmente vil, vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

POEMAS

Álvaro de Campos, Poesías (1914-1935)


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En este poema, el autor se nos muestra angustiado por un nihilismo que le impide sentir la más mínima autoestima al mismo tiempo que el más mínimo respeto por los demás. Su propia etopeya es el recorrido por una retahíla de adjetivos peyorativos. La bajeza y la ruindad componen el campo asociativo que predomina sobre cualquier otro. Y, aunque parece que se atribuye solo a sí mismo el conjunto de la infamia, más parecen palabras destinadas a los otros, verdaderos antagonistas del poeta. De ahí, como Diógenes, la búsqueda de alguien verdaderamente humano: “¿Dónde hay gente en el mundo?” A la manera de Shakespeare, en contraste con el dramatismo de los versos anteriores, introduce lo ridículo que resulta el hecho del adulterio (versos 31 y 32). Pero solo es un destello. Enseguida vuelve el registro dramático con el obsesiva políptoton de la vileza. Los viles son en la Biblia aquellos que no tienen a Dios. De nuevo aparece el tema del nihilismo. El poeta está solo, despojado de semejantes, pero, también, y acaso sea esto lo más terrible, despojado de Dios.

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ralelísticas (versos 6-17). Con ellas refuerza la obsesiva sensación de malestar que le embarga por sentirse tan miserable frente a todo el mundo e incapaz de estar a su altura. Calificativos como despreciable, puerco, vil, parásito, sucio o expresiones como “he enrollado los pies públicamente en la alfombra de las ceremonias”, que parece referirse a haberse vendido al qué dirán lo dejan al margen del resto de la gente. Hay mucha ironía cuando se refieren a los otros. Los tilda metafórica e hiperbólicamente de príncipes o semidioses con lo que los lectores certificamos definitivamente el sarcasmo. En realidad, no son sino unos hipócritas; las infamias las disfrazan de pecados y la cobardía de violencia. Les apostrofa y plantea preguntas retóricas al vacío que nadie le va a responder: “¿Es que no va a haber nadie por ahí fuera que reconozca sus miserias? A continuación, en un solo verso que puede constituir a su vez una sola parte, se vuelve a motejar él mismo de vil y erróneo con una pregunta retórica que agranda su aislamiento. Sus palabras van a quedar suspendidas en el vacío más absoluto, nadie va a haber capaz de responderlas (verso 30). Y vuelta a la crítica de los otros (la litote: “…ridículos, nunca!”). En los cuatro versos últimos aparece machaconamente la palabra “vil”. Dice Miguel Martínez Rebanales: “Tanto yo apaleado y maltrecho, ¿no serán estas las palabras del pobre bufón, que se flagela a sí mismo para burlarse de los demás? ¿No estamos oyendo aquí al desgraciado Hamlet evocando al pobre Yorick”?

POEMAS

La estructura rítmica del poema descansa sobre el paralelismo, la anáfora y la repetición. Reproduce, en cierta forma, el tono declamatorio y grandilocuente de Whitman. A ello también contribuye la asfixiante enumeración de adjetivos demoledores sobre la condición del individuo. Enfatiza la presencia del yo en el poema con frecuentes anáforas seguidas de proposiciones subordinadas adjetivas explicativas componiendo estructuras pa-

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PEREGRINOS Caminamos solos, nos llevan los pensamientos. Dejamos en el aire los silencios. Suspendido, etéreo y anacrónico el tiempo. Espesas conjeturas van y vienen. No auguran nada bello. Alguien lleva sus recuerdos. Muere de soledades, de desdichas y desvelos. Rojizos atardeceres acuden a su pensamiento y siente su universo concentrado en requiebros. Entre sus dedos se mueve el vacío de un sentimiento negro. De vaivenes y fisuras se compone su deseo. Es incierto este peregrinaje ciego. Atrapados en la vida que se escapa, en la quietud del desaliento, marchamos sin un cielo.

Fé Rodríguez

POEMAS

Cuando todo esto pase... Cuando todo esto pase, decimos

Cuando todo esto pase

porque nos creemos eternos,

estarán los ríos, los montes,

inmunes,

las flores del campo,

cuando somos perecederos,

el cielo, unos días azul

vulnerables,

otros gris.

Cuando todo esto pase

Cuando todo esto pase

faltarán padres, madres,

los cerezos habrán perdido sus flores.

abuelos, abuelas,

Cuando todo esto pase

amigos, amigas,

mi único deseo

maridos, esposas,

es que estés aquí.

parejas, amantes.

Ana López


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Asómate a la ventana mi niño

Asómate a la ventana mi niño, asómate que te quiero ver. Mi niño, el camino está sin gente, pero tú asómate a la ventana, mira los pajarillos que revolotean en tu ventana, vienen a darte los buenos días. Mi niño, las cortinas de tu ventana juegan con el viento, pero tú asómate a la ventana: verás cómo tu pelo también juega con el viento. Mientras las hojas vuelan formando remolinos en el suelo. Asómate a la ventana y mira a lo lejos, un arco iris de colores delicados ha salido. Asómate a la ventana mi niño, el cielo está lleno de estrellas y la luna sonriente las acompaña, mañana, con la luz del día, habrán desaparecido. Se oye música, son las ocho de la tarde, asómate a la ventana y aplaude; verás las ventanas llenas de gente aplaudiendo, asómate y aplaude con una sonrisa, recuerda, mi niño, yo también estaré aplaudiendo. POEMAS

Rosa María Diego


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LLUVIA En la ciudad, llueve los viernes al atardecer Y el viento se lleva las hojas y empuja sin propósito. Y las gotas innumerables resbalan sobre cascadas y manantiales urbanos.

Hay una precipitación generalizada y los coches son animales desconcertados en medio de la ventisca, con sus faros que solo pueden iluminar la lluvia y los bultos apresurados de gente que huye. El hombre se refugia bajo un saledizo. En frente, primer piso, hay un gran ventanal. Las cortinas ocultan el interior a la mirada curiosa del hombre. Solo distingue sombras. El hombre quisiera estar allá arriba, lejos de la vorágine, lejos de la lluvia. Como una sombra más para el que mira desde fuera. En el bar tiene que esperar. Pero, al menos, está protegido. Está dentro. Y el whisky es amable en las noches de otoño. Y seguramente ella no llegará. Son horas las que pasan. En la mesa de al lado, dos novios se besan y cuchichean.

Son tan jóvenes, piensa el hombre. Y fuera llueve tanto. El bar ya está vacío. Qué trabajoso es el desalojo. Fuera la lluvia es la misma. Son las mismas gotas, el mismo viento, el mismo saledizo. Pero, las sombras del ventanal han crecido. Ocupan los bultos negros la totalidad del escenario. Se agitan y retuercen en agonía de marioneta. POEMAS

Miedo, eso es lo que se siente cuando uno contempla los horrores interiores. El hombre se aleja. Da gracias a la lluvia y al viento de la noche. Por estar fuera y a salvo. Philip K Payne (traducción de Julio Cortázar)


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LA CIUDAD DE LAS MARIPOSAS Camino de árboles Hacia la ciudad de las mariposas María con su cesta de fruta. María camina deprisa, pues amenaza lluvia.

La ciudad está lejos y la pueden cerrar. María mariposa, María mariposa. Les lleva fruta: fresas, ciruelas y cerezas. María se acerca al mar se sienta y descansa, contempla su inmensa belleza. ¡Qué ilusión! ¡Ya llegó! ¡Qué locura! El corazón le palpita de emoción. María se encuentra con su amiga Carmen y se abrazan. Cada verano llegan a la ciudad miles de mariposas y al atardecer salen. Un suave viento ha despejado la lluvia. Llegan al parque. Hay mucha gente. María y Carmen se acercan a unos árboles y aparecen las mariposas, por cientos por miles, de todos los tamaños, de todos los colores.

Las mariposas brindan su belleza y su delicado vuelo. Comienza el espectáculo...........

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Rosa María Diego


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VIENTO DEL NORTE Ya silva el viento, Viento del norte. Las copas de los árboles se balancean.

Ya silva el viento. Viento del norte. Los valles de Cantabria, hayas y robles que crecen en las orillas de los ríos. Ya silva el viento Viento del norte. Hincha las velas. la mar brava, las olas fuertes. Viento que arrastra y golpea los barcos pequeños del pantalán. Ya silva el viento. Viento del norte. Viento helador, que cubre las montañas de nieve. Ya silva el viento. Viento del norte. Me alborota el pelo. Adiós alto al sombrero. Viento del norte Nadie pasea por las calles, remolinos de hojas; en las bocacalles silva el viento, un globo hacia la mar vuela.

Rosa María Diego

POEMAS

Viento del norte.


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VOLAR Este es un sueño inventado

papel tornado en acero

una y mil veces representado

ímpetu de vida surcando el aire.

paisajes oníricos del alma

Las plumas otrora grisáceas

que asoman en un cuerpo en calma.

se convierten en blancura

La noche su sueño envuelve

abanico de aleteos

sueño profundo e inquieto

en toda su hermosura.

su cuerpo hecho un ovillo

Y llega el triple salto

envuelto en sábanas de hilo

consciente de la caída

revela una vida inerte.

¡Volar, volar, volar!

De repente abre los ojos

eso es lo que quería.

es ¡Ahora o nunca!

El teatro un grito en silencio

se sacude los despojos

el cisne yace en el suelo

ya no cabe la renuncia.

del esfuerzo hecho un guiñapo.

Se encuentra entre bambalinas

Lentamente se levanta

con su traje de cisne alado

plegando sus viejas alas

alas de papel ajado

-sacudidos ya sus miedos-

plumas grises de ruina.

esboza una leve sonrisa

Suena una voz ¡Cinco minutos!

feliz de haberlo intentado.

el momento esperado se acerca

De pronto se despierta:

-como siempre con premura-

vida, ilusión, riesgo;

un aura de impaciencia

muy despacio se levanta

envuelve su figura.

cerrando el cajón de los sueños.

El silencio corta el ambiente

Mira por la ventana

ella y el escenario

clarea un nuevo día

la música suena imponente

quizás deba intentarlo

el cisne comienza su baile.

seguramente otro día.

Despliega ahora sus alas alas ingentes de huida

G. G. Fontaneda


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Se despertó sobresaltada. El corazón le latía tan fuerte que pareciera que se le iba a salir por la boca. Aquel sueño había sido tan intenso que la llenó de temor sin saber muy bien por qué. Lo recordaba con tanta nitidez que lo sentía como si hubiera ocurrido de verdad. Estaba en un salón amplio, sentada en una butaca blanca, de esas de corte cuadrado donde no se apoya la cabeza y te mantienen en posición erguida. A su lado, en otra butaca gemela a la suya, estaba su amigo, con un aspecto cansado, taciturno, envejecido, triste, muy triste. Debido a la posición de las butacas sus rodillas se tocaban. Ese detalle, esa sensación, se había grabado intensamente en su mente, como si fuera un dato importante a no olvidar, lleno de significado. No hablaban. Él la miraba con sus ojos grises llenos de melancolía. Ella le miraba a él y sentía deseos de abrazarle y consolarle. A su izquierda había una mesa y unas sillas de respaldo alto. Alrededor de

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aquella mesa había un grupo de personas que hablaban y reían en voz alta, muy alta, sin importarles el dolor de su amigo. Éste, en un momento dado, se levantó con gran dificultad y apoyándose en las sillas del respaldo alto, caminó lento y con semblante dolorido hacia el vociferante grupo. Siempre apoyado en una silla, estuvo un rato con ellos intentando sonreír, pero en lugar de su hermosa sonrisa, una mueca de dolor asomaba a su cara y a la que nadie prestaba atención. De pronto, entraron en el salón dos mujeres que sentaron a su amigo en una silla de ruedas y se lo llevaron por un largo pasillo. Empujaban la silla en sentido inverso al normal y ella desde su butaca, veía alejarse a su amigo que la miraba con infinita tristeza, con sus ojos grises. Ambos sabían que ya no se verían nunca más. Una lágrima surcó sus mejillas al unísono. En la mesa, el ruidoso grupo seguía con sus risotadas. Ajenos al dolor de ella y su amigo. Ana López

PESADILLA

RELATOS

Me desperté sobresaltada. La habitación oscura sugería presencias amenazantes. Estaba soñando. Una pesadilla. Sin saber por qué me encontraba sentada en un coche. En la parte delantera del mismo, dos personas conversaban. - Enseguida abortarás y volveremos. Volveremos, ya lo verás. Todo tiene un remedio. Aunque te duela. Entonces mi voz muda gritó en silencio: - ¡No lo hagas! ¡No lo hagas! ¡No lo hagas! Pero todo fue en vano. Las dos personas se bajaron del coche y yo desperté. ¿Desperté? Delfina Gutiérrez-Dosal Martínez


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Ayer soñé que soñaba

Ayer soñé que soñaba, y en el sueño de mi sueño, soñé que era una escritora frustrada. Que escribía una historia larga, inventada. Una historia de mujeres aventureras y piratas por los mares de Asia. Y escribía y escribía... y el papel seguía en blanco. No se podía leer nada. Según escribía las frases, las palabras se borraban. Cambiaba de lápiz y cambiaba de papel… y no solucionaba nada. Comenzaba otra vez a escribir la historia, y de nuevo me pasaba.

⎯Manolo, Manolo… Tengo sed. ¡Anda! Ve y tráeme

RELATOS

agua ¡No! Del vaso de la mesita no, que está caliente. ¡Anda! Ve a la cocina, deja correr el grifo, y si no de la botella que está en la nevera

*** Ayer soñé que soñaba, y en el sueño de mi sueño, soñé que estaba preñada.


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De un caballo percherón, rudo y fuerte de montaña. De crin larga, de piel parda. Y yo, yo era una yegua galana. Pastando en la pradera llana. Libre al viento, no domada.

⎯Alfredo, me das calor. ¡Anda! No te pegues tanto que estoy toda sudada. Haz hueco. Aparta.

***

Ayer soñé que soñaba y en el sueño de mi sueño, soñé que yo era la musa de un poeta y la fuente de su inspiración. Ya os podéis imaginar lo encantada que yo estaba. Yo quería que compusiera un largo poema épico y en él a mí me representara, como a una guerrera indómita galopando a lomos de yegua brava. O como valiente luchadora en el fulgor de una dura batalla. No pudo ser. Me salió rana. Pudo más su romanticismo que mi empeño. ¡Menuda poesía!¡Qué ridículo! ¡Qué poeta! Acabó recitándome en sus versos como una dama enamorada en brazos de su melancolía y nostalgia Qué vergüenza, fue horroroso. ¡Vaya cursilería!

- Serafín, ¿duermes? - Mmmmmm… - Serafín, dime, ¿Tú cómo me ves? - Mmmmmm…? - Si, eso. Tú a mí como mujer, ¿cómo me ves?

RELATOS

- Matilde. Dejame dormir que son las tres de la mañana.


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Ayer… No recuerdo que soñé anoche. Pero sí, yo también soñé una vez que estaba embarazada. Con una barriga gorda y pesada. Blanca, como una luna, como una luna blanca. Quería andar y no podía. Quería andar y rodaba. Y de ese parto, di a luz a una extraña criatura con dos cabezas. Una con mi cara y la otra tenía la cara de luna. La cabeza de luna se desprendió y comenzó a ascender hasta lo alto del cielo. Y hasta allí, no sé cómo, llego un grafitero y spray en mano, dibujó mi cara a la luna. Y la gente por la calle señalaba al cielo y decía: - Mirad la luna tiene cara de Mª Luisa. Y yo reía. - ¡Sí, sí! Es verdad, mirad, mirad, la luna tiene cara de Mª Luisa. . Y yo reía y reía. Pero era una risa muda que nadie oía. Y lloraba y lloraba. Pero de risa. Pero mis lágrimas, eran lágrimas negras que emborronaban la pintura y ennegrecían la luna. Hasta que la luna se negreció del todo y desapareció. Y la noche se vistió de luto. Y yo deje de reír. Y Quedó una noche enlutada, des-

⎯Paco, ¡No tires de la manta que me quedo fría! ¡Trae para acá! No me destapes. Anda ven, abrázame. Dame calor. Caliéntame los pies que los tengo fríos. nuda fría.

* *

⎯Tomás, toda la noche roncándome al oído y yo desvelada.

RELATOS

* Ayer..., pues ayer yo no soñé nada.

y


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TIEMPO DE ESPERA ¡Aquellos maravillosos y tristes años! Y tú que piensas que no te van a pasar estas cosas y sin embargo fueron pasando una a una, todas ellas una tras otra sin orden ni concierto con breves intercambios temporales. Estos te daban respiro, además de una cierta tranquilidad a ratos con la que disfrutabas en aquellos años de escasez obligada. Aprendes las letras porque te las enseñan en casa. Casa nueva y situada en un nuevo barrio obrero y demás "funcionariado" y te refieres a quien lo diseñó porque son los vencedores de aquella contienda sangrienta que enfrentó a unos contra otros. Grupos de casas, formando un cuadrado, se suceden unas a otras y en cada una de estas "manzanas" distribuidos están por profesiones, sus habitantes: Grupo o manzana de la Guardia Civil,... grupo de la Policía Armada... grupo de la Renfe, y grupo de... profesiones varias. Ya has olvidado los años con los inviernos duros (tiempo ha pasado), donde se congelan los charcos de agua y les vas pisando de camino al colegio. Tardas diez minutos, pero llegas con la nariz y las orejas congeladas a pesar de protegerte como soldado medieval con el "pasamontañas" del que solo se te ven los ojos; "los verdugos" les llevan las niñas.

La palabra calefacción no existe en tu barrio; bueno sí, en casa de tu vecino puerta con puerta, ya que es mecánico y chofer

Ya sé que piensas que tu padre en vez de tener la ventaja de disfrutar de un número de kilometraje gratis al año en tren bien podía haber tenido visión de futuro y haberse dedicado a la electricidad. Sí, maldices, pero también te aprovechas en los años de la adolescencia pasando a casa del vecino junto con tu hermana a ver la TV con aquella serie de "El santo", protagonizada por aquel guapo actor (según mi hermana) con un lunar en la cara, llamado "Roger Moore". Al cabo de los años, creo que hizo alguna película como James Bond.

Películas. Mira que has visto películas en los cines de barrio, sinceramente mejores estos que algunos de ahora. De sesión doble (porque exhibían dos películas). Una de las dos es un estreno ya con algún tiempo y la otra suele ser un bodrio, pero, como la anterior es buena, si tienes tiempo, la ves otra vez. El toque de queda en un día como un sábado suele ser a las diez como muy tarde. Los demás días, ni salir... ¡a estudiar y hacer deberes! Ahí está tu padre con mano férrea haciendo honor a la derivación del nombre de su empresa: ¡los ferrocarriles!

RELATOS

¿Te imaginas ahora, a estas alturas haciendo lo mismo?... Siete y media u ocho de la mañana y tu madre te dice ¡Arriba, que llegas tarde! ¿Tienes sueño? Pues haberte acostado antes. Y tú piensas y le das vueltas a la cabeza maldiciendo el frío que hace en tu casa, con cinco grados bajo cero en el exterior y pocos positivos en el interior.

del director de la Electra Vallisoletana y por lo tanto disfrutan del calor de radiadores, porque no pagan la electricidad que gastan en casa.


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¡Qué vecinos tienes en el tercero! Sólo os separa el rellano de la escalera, pero era como la frontera en Portugal de Zamora a Braganza. No nos separa nada. Tu casa es la suya y la suya es la tuya. Vuestra familia presta la sal y algún condimento y tú recibes el esperado "Capitán Trueno" y algún periódico. Son de agradecer las sesiones habituales de tv. interesantes que programan algún día de la semana, a lo que añades el ambiente confortable y acogedor de la calefacción en invierno, lo cual es de mucho agradecer. Así ¡os ibais a la cama calentitos!, tu hermana y tú. Una sonrisa se asoma en tu cara, al recordar a aquel joven profesor particular que tuviste como refuerzo, gracias a tu padre y muy a "tu pesar", (maldita la gracia que te hizo) para comenzar el Bachillerato con aquellos nueve años. Aquel profesor, hijo de un humilde policía armada, que vivía todavía con sus padres, por cierto, excelentes personas, y que te dio clases durante unos meses en su casa. Gran persona, gran lector y culto. Enamorado de la literatura, que te leía versos y que inculcó en ti (muy a tu pesar) el afán por la lectura. Entonces tú, lo que deseabas en realidad, era acabar la clase cuanto antes para ir a jugar con tus amiguetes del barrio, que te estaban esperando afuera. Sin embargo, ponía tanto énfasis en su cometido educativo, que después de la clase de matemáticas y ya fuera del horario te leía un texto y lo acompañaba fumándose un cigarrillo. Recuerdas perfectamente con qué admiración y cómo hipnotizado seguías la evolución de aquellas bocanadas que exhalaba de su cigarrillo, tragándose el humo para después, según hablaba, irlo expulsando, formando a veces verdaderas obras de arte en suspensión. Qué gran recuerdo te dejó, hasta tal punto que te dejaba libros y novelas pa-

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ra ver si prendía en ti la llamada al interés de la lectura y le mentías diciéndole que sí, que te encantaba. Dice en tu favor que lo hacías para no defraudar su interés porque te ilustraras algo; y de hecho algo consiguió cuando tu mente en los años venideros y ya en el colegio despertó a esa ilusión que puso en ti. Aureliano, creo recordar, se llamaba. La vida da vueltas y a veces en círculos muy pequeños ya que se casó con una muchacha del barrio y llegaste a cono-

cer a un cuñado suyo, el cual trabajó contigo durante unos años. Aureliano empezó a trabajar en un banco y llegó a ser director de una Caja de Ahorros de Valladolid.

Cosas que te depara la vida y mira por dónde ahora mismo te gustaría que te viese, entregado al menester de este humilde texto. Le recuerdas, como si estuviera leyéndote algún pasaje del Quijote, jugando con el pitillo entre sus dedos, fumando con una maestría y estilo impecable... y que luego, más tarde tú imitarías (por desgracia). Jamás le agradeciste aquel valioso tiempo, que tu no apreciaste en su momento por lo que ahora, y aunque tarde y donde quiera que esté, se lo agradeces de todo corazón. Juan Antonio Salcines


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MIS ADORABLES VACACIONES DE VERANO EN CANTABRIA. MI SEGUNDA CASA O CASA MATERNA Eran los años cincuenta y… muchos, y por la meseta castellana, más concretamente por la palentina, discurría aquel tren cual bestia herida produciendo un ruido infernal y aterrorizante, según avanzaba por la llanura. Aquella máquina de hierro tenía un aspecto bello e imponente. Quizás debido a su color negro, o a sus chimeneas lanzando al aire constantemente vapor de agua junto con el hollín del carbón. Monstruo del pasado, impensable actualmente. Dentro del compartimento o “coche” (llamado así en el vocabulario ferroviario), se experimentaba un estrepitoso traqueteo, monótono y ruidoso, oscilando todo el compartimento de un lado al otro, obligando a sus ocupantes a veces a procurar guardar el equilibro para no darse un cabezazo con el acompañante contiguo o perder la verticalidad, en caso de ir de pie, cuestión ésta a tener en cuenta, por ser lo habitual en trayectos con gran afluencia de gente. Como anécdota puedo decir que el que esto escribe, en un viaje de Valladolid a Madrid (en tiempos de la mili) allá por el año 1971, tuvo que ir durmiendo de pie durante cinco horas (sí, eso se tardaba por la noche en ”El Correo”, ya que iba por Segovia) porque no había sitio físico, para sentarme.

En el trayecto de Valladolid a Santander era necesario hacer transbordo de tren en Venta de Baños. Odiaba esto, ya que si habías logrado coger asiento (hecho que a veces no estaba asegurado) y ya estabas acoplado, tenías que volver hacer filigranas para volver a buscar asiento, una vez más, cuando te subías al otro tren en Venta de Baños.

Lo bueno era que la gente solía hacer trayectos cortos entre los pueblos cercanos, con lo cual siempre quedaban sitios vacíos y los que íbamos hasta el final del trayecto, como éramos pocos, podíamos cambiar de sitio constantemente, sobre todo “para pillar” la ventanilla. Hoy en día se tarda dos horas y media en coche. Aquellas siete horas no te las quitabas de encima, pero éramos críos y no nos cansábamos y veíamos paisajes yermos y muchos colores ocres por Castilla y llegabas a Aguilar de Campoo

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Pero volviendo a la meseta, este tren paraba en todas las estaciones y apeaderos de todos los pueblos que atravesaba en su recorrido, por lo que el flujo de personas era constante y si el tiempo de permanencia duraba un buen tiempo, se solían hacer amistades. La gente subía con todo tipo de enseres.

Era el medio de transporte que había entonces. El coche prácticamente solo lo usaba la gente adinerada, los taxistas y todo el que lo necesitaba como medio de trabajo. Los últimos se hacían de coches de segunda o de tercera mano. Las miradas deambulaban, o bien perdidas en la lontananza del paisaje, o bien miradas furtivas entre los acompañantes dispuestos en bancos de madera de seis plazas, enfrentados unos con otros (unos en sentido de la marcha, y otros en contra), dejando a un lado un pasillo de acceso a los bancos. Todo el vagón o coche, carecía de tabiques o zonas cerradas, por lo que se divisaba el conjunto total del interior desde todos los asientos.


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y se iba transformando aquel paisaje de ocres a verdes en toda su gama, y aparecían aquellos túneles (los mismos de hoy) con su cambio de sonido, tendiendo a más grave y la gente mirándose cara a cara, al no poder ver nada a través de la ventanilla. Y luego de nuevo el paisaje: aquellas casas solariegas, el paisano y el “volquete y la yegua” que iban a segar

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sus huertos bien atendidos, las vacas pastando… y yo, con la perspectiva de mis vacaciones “a tope” para disfrutar en esta bendita y hermosa tierra durante tres meses, aunque por supuesto siempre te tenían reservadas tareas que atender, antes de disfrutar de lo bien ganado.

Juan Antonio Salcines

TOMÁS

RELATOS

Tomás nació en Hermosillo, ciudad del estado mejicano de Sonora. Cuando tenía dos años, cruzó ilegalmente, como tantos otros, la frontera con Estados Unidos. Acompañaba a su madre que esperaba poder darle una vida mejor. María, su madre, se había quedado viuda antes de nacer su hijo. Sus padres eran mayores y no podían hacerse cargo de dos bocas más por lo que decidió marchar en busca del sueño americano. A través de un viejo conocido había conseguido trabajo en Phoenix (Arizona), limpiando casas. También tenían alojamiento. Compar-

tían un apartamento con otras dos familias, ilegales como ellos. La vida los primeros años no fue fácil, pero María era muy trabajadora y con lo poco hacía mucho. Limpiaba en varias casas. Tomás se quedaba al cuidado de la señora Rosa, que vivía con ellos en el apartamento. Cuando Tomás tenía 6 años su madre se casó con José, mejicano como ellos. José tenía casi cincuenta años y llevaba en aquel país desde los diez. Había conseguido la nacionalidad hacia años por lo que con la boda María y Tomás pasaron a ser estadounidenses.


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labios. Jamás imaginó que su vida iba a cambiar aquel 13 de febrero. La policía le informaba de que habían detenido a su hijo por el asesinato de la señora Parker. María no daba crédito a lo que oía. No podía ser, tenían que estar confundidos. Tomás era incapaz de algo así.

Tomás se integró muy rápido en el barrio, empezó a ir a clase. Era un alumno que daba muy pocos problemas. María dio a luz una niña a la que pusieron de nombre Rosa. Tomás estaba encantado con su hermanita.

La policía la indico que Tomás estaba en la cárcel estatal y que fueran buscando un buen abogado ya que el asesinato estaba castigado con la pena de muerte. María y José, con la ayuda de amistades, consiguieron contratar un abogado que según decían era bastante bueno. Este desde el principio les dio pocas esperanzas porque todas las pruebas señalaban a Tomás. María creía firmemente en la inocencia de su hijo y estaba segura de que en algún momento aquella pesadilla terminaría. A medida que avanzaba el juicio las esperanzas de que no declarasen a Tomás culpable desaparecieron. María ya solo rezaba para que no le condenasen a la pena de muerte. El trece de mayo el jurado popular leía el veredicto: declaraban a Tomás culpable y le condenaban a la pena de muerte. María se desmayó en la sala del tribunal. Diez años estuvo Tomás en el corredor de la muerte. En medio apelaciones y más apelaciones. Él siempre se declaró inocente. Pero la investigación indicó que sus huellas estaban por todo el apartamento y un testigo declaró que le había visto salir la noche del crimen de la vivienda de la señora Parker.

Cuando terminó los estudios básicos, Tomás hizo un curso de cocina y entró a trabajar en el restaurante con José. Como ya tenía un sueldo y 22 años, Tomás decidió que era momento para abandonar el hogar materno y se mudó a un apartamento cerca del restaurante. En la escalera gran parte de los vecinos eran personas mayores, que vivían solos. La vecina de Tomás, la señora Parker, acogió con ilusión su llegada y enseguida hicieron buenas migas. La señora Parker tenía dos hijos y una hija, pero vivían en otro estado y apenas iban a visitarla. Tomás era un chico muy educado y agradable que se ganaba pronto el cariño de la gente. Muchas noches traía a la señora Parker comida que sobraba en el restaurante y pasaba por su casa a dejárselo y charlaban un rato. María estaba contenta, las cosas iban bien: José en unos pocos meses dejaría el trabajo, Rosa crecía y no daba problemas y Tomás era feliz con su trabajo y su pequeño apartamento. Por eso cuando aquella mañana la policía llamó a la puerta de su casa, María les abrió con una sonrisa en los

RELATOS

Tras el matrimonio de su madre las cosas mejoraron. José era cocinero en un restaurante y María seguía limpiando. Gracias a eso pudieron comprarse una pequeña casa en un barrio a las afueras de la ciudad. Había gente de todas las razas, pero sobre todo negros y latinos.

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Durante esos diez años María no dejo de luchar para conseguir demostrar la inocencia de su hijo. Fue imposible. Apeló a la corte suprema para que por lo menos le condenasen a cadena perpetua en lugar de a la pena de muerte. También fue inútil. Se fijó la fecha de la ejecución para el 13 de agosto del 2013.Tomás eligió para morir la inyección letal. Como último deseo pidió comer unas empanadas mejicanas. María estaba de pie, erguida, de negro riguroso en una de las salas contiguas a la sala de ejecución. Sus ojos negros, ojerosos, cubiertos con un halo de tristeza, no podían dejar de mirar tras el cristal cómo tumbaban en la camilla a Tomás y le sujetaban con las correas. La acom-

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pañaba José, que en esos últimos diez años se había convertido en un anciano. Tomás estaba muy sereno. Su pelo negro se había vuelto blanco. Sus ojos miraban hacia el cristal donde se encontraba María. Sonrió. Un funcionario con bata blanca le suministro a Tomás la primera inyección. Tomás se quedó dormido. Unos instantes después le inyectaron la segunda dosis. Tomás fue objeto de fuertes convulsiones. Con la tercera dosis el corazón de Tomás dejo de latir. María seguía en el mismo sitio. Parecía que su corazón también había dejado de latir. José la abrazaba dulcemente. En otra sala se escucharon aplausos y gritos de júbilo. Eran los hijos de la señora Parker. Su madre tenía un suculento seguro de vida que al morir habían heredado. Casilda González Portilla

El viaje

RELATOS

María era una niña morena, con ojos negros y unas trenzas preciosas. En el piso de abajo vivían tres hermanas. Elena, pelirroja; Yolanda, morena; Cristina, rubia. Todas las mañanas Cristina y las tres hermanas jugaban en el descansillo de la escalera. Su padre había pintado, de colores, una casa de muñecas en la pared. Cuando los colores se desgastaban, el padre los volvía a pintar. Allí, las cuatro niñas, jugaban sin que importase el tiempo. Un día, el padre de las hermanas cambió de trabajo y toda la familia tuvo que irse a vivir a otra ciudad. María se quedó sola. No tenía con quién jugar. Pero pronto llegaron otros vecinos. Entonces el piso de las hermanas fue convertido en una pensión y María y su hermano se divertían viendo a los huéspedes ir y venir. A veces se ofrecían para ayudar a los huéspedes con el equipaje y estos les daban una propinilla. Hacía casi seis meses que las hermanas se habían ido cuando llegó una carta. Invitaban a María a pasar con ellas las vacaciones de Semana Santa. ¡Qué emoción! Pasó el tiempo y llegó el día de la partida. María no pudo dormir esa noche. Sabía que ya su vida nunca sería igual porque al día siguiente haría su primer viaje. Fátima Alvarado


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Cerrado por defunción Un boleto premiado del sorteo de la ONCE adelantó la jubilación del director gerente. El puesto quedaba vacante. Los dos candidatos elegidos por sus aptitudes para optar al puesto eran J. Rodríguez y J. Ramírez.

él “sí o sí”. Ideó su plan. Unos días antes de la fecha de la entrevista J. Rodríguez le dijo a su compañero J. Ramírez: - “Esto hay que ir a celebrarlo con una comida especial y un buen vino, ¡ya pago yo!” Reservó en un restaurante ya conocido el menú –canapés, salpicón de marisco, paella-. Y reservó hasta la mesa situada en un punto discreto. Ya se inventaría una excusa para despistar a J Ramírez y levantarlo de la mesa. - ¡Camarero! Otra ronda. Venga, levántate tú que no me ha oído. Que hoy pago yo, que estoy generoso. Y que traiga otra tapita de esto que está muy bueno.

En breves días se citaría la fecha para la entrevista personal. Estarían presentes el director de personal, la cúpula de Madrid y los jefazos de Alemania. Temas a tratar: proyección de futuro de la empresa, aportación de ideas nuevas, objetivos a seguir, métodos a utilizar,…o sea lo de siempre.

Sin lugar a duda, el puesto era suyo. Ya veía a J. Ramirez masticando los arroces a “papo lleno”.

Y bla, bla, bla... ¡Nada como un buen reserva para disimular la química! Y copita de vino tras copita de vino... K.O. ¡Fuera de combate!

RELATOS

J. Rodríguez no estaba dispuesto a soportar a J. Ramírez como jefe superior. Ya eran bastantes inaguantables sus menosprecios con él en las comidas de los miércoles. No dejaría pasar esta oportunidad. El puesto era para

Un par de inocentes almejitas, sumergidas unos días antes en aguas fecales y escondidas entre los arroces de la paella, formaban parte de su plan. A eso le añadiría un par de centímetros de salsa de mahonesa con una buena concentración de Salmonela. “Se iba a ir patas a bajo”, con un poco de suerte hasta le ingresaban unos cuentos días por urgencias. Lo justo para que no pudiera asistir a la entrevista. Y para rematar no olvidaría espolvorear las pastillas de la tensión del abuelo. Una buena bajada de tensión no le vendría tampoco nada mal.


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Y bla, bla,bla... Como siempre tan vanidoso y egocéntrico. Tan fanfarrón. Que si el BMV por aquí, que si el BMV por allá, que si la inyección, que si los asientos, que si el consumo... Ese puñetero BMV que se había comprado con el pelotazo a la constructora tras la venta del terrenito del abuelo. ¡Estaba de oír hablar del BMV hasta los, los, los, los, los…! Y vino por aquí, vino por allá,… Contemplaría como engullía la salmonela. Y J. Ramírez seguiría explayándose, que si la comida de en el club de tenis los domingos con sus suegros, que según él “les tenía metidos en el bolsillo”. Y para rematar, ¡todo lo que su mujer presumía de él en la peluquería!

Y bla, bla, bla… ¡Que corra el vino! ¡Que caigan botellas! Seguiría contando lo bien que su mujercita preparaba el suflé. ¡Qué manos! ¡Pero qué manos! Lo mismo le daba un masaje en el cuello que le hacía un corte de pelo. Pero qué mujer tenía ¡Ninguna como la de él! Engreído. Egoísta. Egocéntrico. Siempre haciendo de menos a los demás. Esta vez se iba a enterar.

RELATOS

El día llego. Acudió cada uno en su coche. Aparcaron si problemas en el parking del restaurante. Pero cuando J. Rodríguez miró la puerta de entrada recibió un bofetón brusco e inesperado. Pegado en el cristal de la puerta aparecía un folio en blanco con membrete negro y tres palabras que anunciaban:

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J. Rodríguez gritó, blasfemó y hasta aporreó la puerta de entrada. Su compañero J. Ramírez al verlo tan fuera de sí, fue y le dijo: ¡No te lo tomes tan a pecho!, ¡Anímate anda, ya vendremos un día después de la entrevista! ¡Venga, que te doy una vuelta en el BMV! Clara San Miguel


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MENSAJES

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MENSAJE #1 Da igual lo que te diga, tú nunca me escuchas. Me aburro de tu palabrería vacía. Hablas y hablas sin fin, dando vueltas a lo mismo una y otra vez. ¿y qué puedo hacer yo, si diga lo que diga me vas a ignorar?. Me haces sentir siempre tan poca cosa. No hay ya comunicación entre nosotros. No sé quién tiene la culpa, ¿tú? ¿yo?... Para qué seguir. Igual, lo mejor es que te desvanezcas como el humo. Si te largaras no sentiría tristeza, sino un gran alivio.

MENSAJE #2 ¿A quién pretendes engañar? ¿De qué vas? Siempre con tanta prisa para no ir a ningún sitio. Encima te creerás que estás haciendo una heroicidad. Todo lo tergiversas, todo lo envenenas, repitiendo como un eco todo lo que oyes en la televisión. No tienes ambiciones en la vida, y en la vida hay tantas cosas. Hablar es inútil, ya te lo he dicho muchas veces, no es nuevo. Ni yo te oigo, ni tú me escuchas. No merece la pena discutir. No sé cómo puedes vivir así. ¿No tienes nada más importante qué decir?. A mí también me aburre tu conversación

MENSAJE #3 Te habrás quedado a gusto. Esto no es nuevo. Siempre haces lo mismo. Siempre cantando la misma canción. ¿Piensas lo qué dices? ¿Dices lo qué piensas?. Me agotas.

MENSAJE #4 RELATOS

Estoy a punto de llorar... ¿Qué tienes en la cabeza?. Esto es un sinsentido. No puedo ser parte de esto. Es el momento de tener distancia. Me da igual todo. No quiero una segunda oportunidad. Cuando miro tu cara no es la cara que quiero ver, así que, déjame en paz. No sé lo que me deparará la vida en el futuro y lo cierto es que me importa un comino.


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MENSAJE #5 Deja de criticarme. Te has aprovechado de mi con tus idas y venidas. No digas ni una palabra más. Ya lo he oído todo. No tienes excusa. Eres tan infantil, a ver si creces. ¿Por qué de repente te dio una locura y empezaste a decir que yo tenía la culpa de todo?. Mentiste y esa es la verdad. Puse en ti toda mi confianza y tú te aprovechaste sin piedad. Pues vale, me voy. No fui inteligente pero no te voy a pedir disculpas por ello, ya he pagado un buen peaje por escucharte. Puedes decir lo que quieras a todo el que te quiera escuchar, yo, me lavo las manos de ti. Aunque finjas que aún hay amistad entre nosotros yo ya no aguanto más. ¿Cómo se puede tener tanta falsedad?.

Ana López

NO TODO SE APRENDE EN LOS LIBROS DOS MANGOS Y UNA FLOR -Con esta flor hace un perfume Dior.

fundo y se la prendió en la melena.

Dicen en mi tierra, que, si una mujer la huele delante del hombre enamorado, caerá rendida a sus pies. Te la regalo para que tú te enamores de mí.

- Me llamo Nelson, pero las mujeres me llaman Caramelo porque soy moreno y dulce. Y se lo dijo cerquita del oído, con énfasis, y con esa cadencia y esa voz melosa como sólo lo da el acento del Caribe.

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Nelson, de padre haitiano y madre dominicana, era un muchacho joven, mujeriego y atrevido. De pelo ensortijado, mirada profunda y sonrisa alegre.

- ¡Uff! Lo tienes difícil. Me marcho mañana. Muy segura de sí misma y desafiante, olió la flor, inspiró dos veces bien pro-

Él ya la conocía. La había visto en la playa, tumbada al sol, en la hamaca leyendo.

- ¡Hooola!, ¿Qué haces tan soliita? (la preguntó) - Estoy leyendo. (Dijo ella)


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- ¿Quieres compañía?, ¿Te aburres? - No, estoy leyendo - Tienes que estar muy soliiitay aburrida pa´estar leyendo. - Me gusta leer. - Pues en mi tierra, la gente tiene que estar muy aburrida,¡pero que muy requeté aburrida pa´ponerse a leer!

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El grupo de turistas salió pronto por la mañana desde la misma playa del hotel. El barco avanzaba cerquita de la costa, despacio para apreciar bien el paisaje. El mar estaba en calma. Apenas había brisa marina. El calor y el sol comenzaron pronto a pegar fuerte.

- A mí me gusta. - Buenoo, pues sigueee… Estaré por donde suene la música. No había sido el único día que había hablado con ella. - ¡Hooola!, sigues leyendo… ¿vienes a bailar? - Ahora no, estoy leyendo. - ¿Has venido aquí desde tan lejos sólo para eso? ¡Se te van a poner los ojos malos de tanto leer! - ¿Tú no lees? - ¡Nunca! Siempre estoy haciendo algo… Y tú, ¿Pa´quélees tanto? - Se aprende mucho en los libros. - Yo te puedo enseñar muchas cosas que no vienen en los libros… ¡Te enseño a bailar bachata! Seguro que eso no lo aprendes leyendo. ¡No todo se aprende en los libros! Cuando termines de leer me buscas. Estaré por donde suene la música. Y así fueron pasando los días, ella leyendo, él invitándola a bailar.

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Al final un día consiguió que se apuntara a una excursión en barco que organizaba el hotel. Por 20 dólares darían un paseo en barco por la costa, hasta llegar a la pequeña aldea de pescadores, situada más allá de la desembocadura del río, pasando la zona de los manglares.

La música de bachata que salía de la radio iba acompañando el viaje. Nelson estuvo pendiente de Ana. Se sentía flechado. Quizás era la voz, quizás era el habla, quizás su imagen mientras leía. Quizás aquellos relatos que a él en voz alta le había leído. Pararon en una pequeña playa salvaje de arena blanca y palmeras para tomar un baño. Restos de corales, caracolas y gorgonias arrastrados por la marea, salpicaban la orilla de la playa. Fueron recogiéndolos y guardándolos en una bolsa a modo de un souvenir, como si tesoros de oro de un naufragio se trataran. Todo era nuevo para Ana. Cada poco veía algo que le sorprendía y la fascinaba. Después de cuatro años de carrera y un máster. Después de tantos meses encerrada en su habitación estudiando. Con la cabeza entre los libros. Intentando siempre sacar buena nota para no perder la beca.


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Después de todo a lo que había renunciado…. Como dice la canción, “se olvidó de vivir”. Se acercaba ya el mediodía cuando llegaron a la aldea de pescadores. Un grupo de niños les salió a recibir.

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entre las manos y la boca. Al morder el jugo dulce y sabroso, se les resbalaba por la comisura de la boca embadurnando los labios y la piel. Brindaron con agua de coco y ron. De fondo sonaba la música de Luis Fonsi con su canción ¨despacito¨. Bailaban pegaditos con los pies descalzos sobre la arena. - ¡Déjame ser tu marido hoy! No se sabe si fue la flor, si fue el ron o un mosquito que la picó. Pero en aquella playa, sobre la fina arena blanca, bajo la leve sombra de las palmeras, toda su seguridad se desplomó. * * *

Les rodearon al llegar para venderles caracolas. - ¡Mira ¨Cacao¨! Ésta es mi novia (dijo Nelson acercándose a Ana). Y Cacao se reía, - ¡Pero sí está muy blanca! - Pero si se queda a vivir aquí conmigo, se pondrá ¡tan morena cómo tú! Y Cacao se reía enseñando todos sus dientes blancos y la boca desdentada. Y se rieron todos los niños pequeños a coro, con esas risas inocentes como sólo las tienen ellos.

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Les esperaba un refrigerio de zumo de piña fresco. Nelson saco dos mangos de una bolsa que llevaba.

Mangos dorados, bien maduros y jugosos. Los pelaron con los dientes. Los comieron a medias. La carne del mango se les escapaba escurridiza

Hace varios meses que Ana regresó a su casa en la sierra de Albarracín. En su habitación, cada día 27 del mes, abre su libro de guía de viajes por la pagina 27 y vuelve a oler el aroma de esos pétalos ya secos y descoloridos de aquella flor que él la regaló.


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Nunca supo de donde la sacó. Aún fresca y recién cortada estaba cuando se la había entregado. No recordaba el nombre que la dio cuando se la regalo en la playa, poco antes de subir al barco, el día de la excursión. Ana había recorrido todos los jardines del complejo hotelero sin haber encontrado ninguna planta ni árbol que pudiera dar esas flores.

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naval. Y como éste mordisquea el coral. Ni el vuelo de los pelicanos pescando sus presas. Nunca podrá olvidar ese mar. ¡Ese mar! ¡Ese color de mar como sólo lo dan las aguas del mar Caribe! Ella sueña con volver. Y Nelson. Nelson con encontrar otra persona que le pueda leer otro capítulo de aquel libro, del que se quedó sin saber el final. Y con otra turista en cuyos labios pueda recordar el sabor a mango en la piel.

Nunca podrá olvidar ese viaje. Nunca podrá olvidar los jugosos batidos de fruta que la preparaba Isabella al desayuno. El sabor del maracuyá, del mango, del guineo con miel. Ni el Bloody Mary…

No todo se aprende en los libros. Dos mangos Y una flor

Nunca podrá olvidar la vegetación tropical. Los manglares con sus raíces tan fantasmagóricas saliendo del agua, como si intentaran echarse a andar. Los paseos por el jardín bajo las flores rojas del flamboyán contra el azul intenso del cielo. Ni la exuberancia de la flor del banano macho. RELATOS

Nunca podrá olvidar las decenas de peces de colores alrededor de los corales. Los azules, fucsias, verdes, rosas de las escamas del pez loro. Con su cara pintada como para ir de car-


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CALAMAR

Esta mañana cuando te vi desayunando, todo despeinado, con el pijama puesto y la bata sin abrochar, con un hilo de leche resbalándote labio abajo y con una miga de madalena puesta encima de tu bigote canoso, me acuerdo de lo que te decía tu padre cuando aún éramos novios: “Eres un calamar”. Y te lo digo porque me viene a la memoria el glorioso día en que diste el discurso de agradecimiento por haberte concedido la jubilación. Que concedido ni que pamplinas, que te lo merecías después de trabajar más de treinta años dentro de aquellas paredes, que ni ventilación había; o ya no te acuerdas que algunos días volvías a casa con mal color, yo te preguntaba que qué te pasaba, y tú me contestabas con esa cara de cordero degollao, que allí no había ventilación, que era porque detrás de aquella ventanuca del despacho solo se veía un patio que encima olía mal; y yo, que te crees que soy tonta, sabía que aquella ventana no se abría porque tu jefe era un tacaño y solo pensaba en ahorrar calefacción. Bendita la persona que disfrutaba de aquel ahorro porque lo que es tu sueldo, estuvo más de once años sin subir; once años, calamar, que razón tenía tu padre, pedazo de calamar. Y qué discurso ni que gaitas, digo yo. Aquello fue una bajada de pantalones en toda regla; que hasta te acordaste de tu cuñada, la cernícala esa que anda como encorvada por el peso de todo el desprecio que nos ha hecho, y lo sabes monín, que ni la puedes ver la cara de lo mal que te cae, pero tú, ale: quiero acordarme también de mi cuñada, faltaría más. Que agradecido de todo corazón a tu jefe por habernos mantenido todos estos años, lo veo justo; que quisieses acordarte de la correveidile de la secretaria por llevarte el café, también vale; aunque dicho sea de paso, te lo podía servir caliente, porque hijo, a veces también, a parte del dolor de cabeza, venías con

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la moquita colgando, con cara de frio, que lo primero que tenía que hacer era calentarte un cola cao y poner la calefacción, y oye, aquí en casa, los radiadores no funcionan gratis, calamar, que eres un calamar. Que te iba diciendo, que se me va el hilo… ah sí, que puestos a agradecer, nada te hubiera costado haberte acordado un poco de la que te despedía cada mañana con un beso, de la que te ponía derecho el nudo de la corbata y aprovechaba para volverte a besar, por que dicho sea de paso, nunca olvidaré aquellos primeros años de recién casados en los que te veía salir de casa, alto, guapo, con maletín y peinado a la raya. Y mira ahora, hijo de mi vida, te veo ahí con esa miga en el bigote, que parece que te está saliendo la verruga que le sale a las viejas, y me das hasta un poco de pena; bueno, anda, no te pongas triste que de aquello algo queda, que un poco guapo sí que sigues siendo, y te lo digo de buena fe porque el otro día, la vecina de abajo se te quedó mirando cuando salías a comprar el periódico. Pero te digo, y no se te olvide, que tu padre tenía razón cuando te llamaba calamar. ¿Y sabes por qué? Pues por qué eres como ellos; que te has pasado la vida pasando la mano a todo el mundo, queriendo recibir algo a cambio, ¿y qué? Nada, hijo nada; como ellos, que después de bucear y bucear por los fondos marinos posándose aquí y allá han sido incapaces de dejar una huella; y luego me dirás que qué quiero decir; pues te lo digo, hijo, te lo digo: la vida es como la profundidad del océano, un lugar viscoso y oscuro, donde solo los tiburones logran sobrevivir. Y te lo digo desde el respeto y la confianza, porque, aunque no te lo creas, yo aún sigo enamorada de ti, calamar, que eres un calamar. Juan Diego Cavia


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SOÑANDO CON DOÑA EMILIA

prodigio, me vi junto al mar, apoyado en una barandilla de hormigón que, vista en su conjunto, parecía diseñada por el mismo que inventó los arcos de las ballestas. Iban y venían las olas. Daban pena las que rompían antes de llegar a la orilla; derroche de fuerza malgastada. Se oía el peloteo de unos chicos que jugaban a las palas, el grito absurdo de las niñas jugando a la pelota y la sirena de un buque alejándose. Sentí alivio al volver tierra adentro. Ondulaciones infinitas de campos tristes de cereal, atravesadas con sigilo por líneas de alta tensión. Era media tarde. Los tractores dejaban una huella de polvo que al poco se elevaba, disolviéndose en una calima que comenzaba a pasarme factura. A lo lejos vi asomar algo. Era una encina redondeada, oscura, como una protuberancia desa-

RELATOS

Llevaba más de una hora caminando por una pista de largos tramos rectos, que de vez en cuando se torcía en ángulos de noventa grados, una y otra vez, dándome la sensación de que era un alfil moviéndome por un tablero de ajedrez. Poco a poco, el camino fue degenerando; al principio era de un ancho casi como el de una carretera, luego por lo que viene a ser el trazado que dejan los carros por la mies, acabando por convertirse en un auténtico camino. Y no uno cualquiera, no; era de los que culebrean justo a partir de los pies, luego van reptando con parsimonia, adelgazándose según avanzan, hasta que acaban perdiéndose dentro del bosque. Era casi mediodía. En los lugares donde daba el sol ya no quedaba rastro de la escarcha, pero según iba acercándome a la sombra aparecían manchas blanquecinas, como si antes que yo, hubiese pasado un panadero espolvoreando harina. El bosque era tan denso, tan oscuro, que, de no ser por la aparición repentina de luz, no hubiese podido seguir. Lo iluminaba un disco blanco, parecido a las farolas redondas que por la noche iluminan las piscinas. Me acordé del arco iris; todo él como una perfecta curvatura, como si la caja de los plastidecor se hubiese derretido por el sol. Salí del bosque y allí estaba el pueblo, prodigioso; con sus balcones, sus tendales arqueados por el uso, por el peso y por el tiempo; y la casa del alcalde, con su muro de piedra en curva, prodigio de arquitectura. Y la vi; a Doña Emilia, allí asomada a la ventana, con la exuberancia de sus naturalezas, prodigio de anatomía. El aire anunciaba que las nubes iban a cambiar de forma; de lomas de algodón pasarían a ser penachos de espuma. Y no sé de qué manera, tras tanto


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fiante. Sentía como se me clavaban las piedras en las plantas de los pies, tenía la boca seca y me cegaba el sol. Comencé a subir por una cuesta no muy pronunciada, pero en la situación en la que me encontraba, me pareció algo más que una simple tachuela. Y entonces me acordé de los ciclistas subiendo los puertos del tour de Francia. Cuando llegué al alto, no había avituallamiento; solo la vista increíble de una tierra sin fin. La redondez terrestre se manifestaba claramente; hasta un tonto

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lo hubiese visto. Discurría un río por el fondo del valle; una hilera de chopos lo acompañaba justo hasta un pueblo. Era mi pueblo. Nadie salió a recibirme. Justo antes de entrar en mi casa, oí una voz que me llamaba. Era Doña Emilia asomada al balcón. Me fui donde ella, subí al piso de arriba y allí estaba; esperándome sentada en su sillón de mimbre. Juan Diego Cavia

RELATOS

LA VENGANZA DE UNA PIEDRA Era un paisaje idílico. A solo media hora de la gran ciudad, permanecía totalmente virgen, sin urbanización alguna en kilómetros a la redonda. Praderas de un verde intenso y un espectacular bosque de hayas circundaban el pequeño río que nacía en la cadena montañosa que se divisaba en la lejanía.

al río. Incluso ser humano no le importaría ser. Pero piedra no. Odiaba ser una ridícula piedra fría, inerte e insignificante. La no aceptación de su condición hizo que la envidia, la ira, el odio a todo lo que la rodeaba anidasen en ella y un poderoso sentimiento de venganza -contra todo y contra todos- la invadió.

En un recodo del río, junto a otras congéneres suyas, vivía Piedra. De un tamaño considerable, sobresalía entre las demás por sus vetas de color rojizo y sus incrustaciones cristalinas que le conferían un aspecto inusual y, sin lugar a duda, hermoso.

Cuando la tormenta se desató y las lluvias torrenciales provocaron la crecida del río arrastrando todo lo que encontraba a su paso -incluida Piedratodo cambió.

Pero Piedra no quería ser piedra. Quería ser árbol y elevar sus ramas a ese cielo inmenso que veía todos los días. Quizás pájaro y surcar velozmente los aires. Nube de algodón juguetona y caprichosa, o viento huracanado fuerte y poderoso. O cualquiera de los animales del cercano bosque que a menudo se acercaban a beber

La tormenta pasó, las aguas volvieron a su cauce y Piedra, de repente, se dio cuenta que su hábitat ya no era el mismo. Ahora se encontraba en mitad del sendero que discurría a lo largo del cauce del río. Lejos de asustarse por su nueva situación, sonrió. Una sonrisa grotesca y pérfida se dibujó en su cara. Ahora podría ejecutar su venganza. Por fin sería alguien: una piedra en el camino para


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El tiempo fue transcurriendo y fueron no pocas las ocasiones que se le brindaron para dar cumplida cuenta de su afán de venganza.

todo aquel que osase pasear por allí. Paseantes que -admirando el paisajeno la viesen, tropezarían con ella y caerían de bruces; ciclistas despistados que pincharían -con suerte- alguna de sus ruedas, e, incluso, alguno de los turismos que ocasionalmente circulaban por allí, podrían reventar una rueda al pasar por encima de ella y estrellarse contra algún árbol del camino.

Un buen día, algo muy pesado pasó por encima de Piedra e hizo que rodase unos metros más allá de donde se encontraba perdiendo parte de sus aristas. Era una excavadora. Al rato, un camión de gran tonelaje la volvió a atropellar desgajando una gran parte de su cuerpo. El camión paró unos metros más adelante y de él se apearon dos hombres portando un enorme cartel que clavaron al comienzo del camino En él se podía leer que, en breve, se comenzaría a construir una urbanización de lujo en aquel lugar. A partir de ese momento, el ir y venir de maquinaria pesada fue incesante. El paso de vehículos fue erosionando a Piedra día a día, haciéndola cada vez más pequeña, desmenuzándola en minúsculas piedrezuelas...en arena...en polvo...en nada. G. G. Fontaneda

COSAS DE HOY. EL BARRIO Mi barrio es un barrio normal, como tantos otros de esta ciudad.

Con sus jardines verdes, con sus columpios precintados, con su banco al sol. Con la fuente seca, con las papeleras limpias y un balón de futbol que alguien dejó olvidado sobre la hierba, tres semanas atrás. Y farolas alineadas, guardianes de la nada que al anochecer iluminan un sendero vacío.

Con sus perros, con sus amos. Con las señales de prohibido defecar sobre el césped. Da igual. Los perros no saben leer. Donde el pitbull pasea atado y con bozal. Donde el perro de aguas orina en la esquina y el pequinés ladra el foxterrier. Donde el galgo camina al paso y el chiguagua, acelerado. Donde el pastor alemán

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Mi barrio es un barrio corriente, como cualquier otro de la ciudad.


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pasea el ratón de Susanita y los payasos de la Tele saludan a Don Pepito y despiden a Don José. Y rejuvenece el dúo Dinámico y resucita Manolo Escobar… Y unas veces suena el “Happy birthday” y otras el “cumpleaños feliz”. Y mi vecino ofrece su número de teléfono y solicita peticiones… Y acabamos todos bailando regetón.

corretea suelto y el boptail juguetea con la pelota desinflada de un setter irlandés. Mi barrio es un barrio habitual, como otro de una pequeña ciudad. Donde los vecinos hacen cola afuera del supermercado. Todos con su carrito. A dos metros distanciados. Callados. No se miran, no se hablan.

RELATOS

En mi barrio los sauces no lloran. Y el arco iris luce pegado en los cristales y banderas rojas y amarillas abanican el aire. Y los pájaros trinan y trinan. Y los magnolios crecen y las margaritas siempre de nuevo en primavera en el césped florecen. En mi barrio no retumba la voz de Pavarotti, ni la de Freddie Mercury – esto no es Barcelona-. Ni vibran las cuerdas del violín de Ara MaliKian. Ni sopla el viento fuerte del norte de Nando Agüeros. No. Por mi barrio se

Y al final de la tarde, unos días nos visita la policía y otros protección civil. Hoy por sorpresa, ¡guauu!, ¡ha venido el camión de los bomberos! Rojo, con las luces mareadas, compinchadas con la escandalosa megafonía. Y las sirenas suenan y suenan… y se cuelan en cada casa y levantan del sofá a todo el vecindario. Y de repente en la distancia, unas cabecitas se asoman a través de los cristales intentando alcanzar una ventana a la que casi no llegan. Y cuando lo consiguen, decenas de pompas jabón salen volando por el aire. Y en cada una de ellas viaja un nuevo arco iris. Mi barrio es un barrio normal, como… ¡Uy! ¡Qué son ya las ocho! Venga. Por los niños. Va por ellos. Clara San MIguel


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Philip K Payne (1920-1960) Para los amantes de la literatura de ciencia ficción; para los que creen que detrás de la realidad aparente de las cosas se esconde a menudo otra realidad, monstruosa, terrible; para los que sienten que una inteligencia superior y maligna les acecha; para los que jamás cambiarían la soledad de una tarde junto a su autor preferido por todas las tentaciones que el mundo externo les pudiese ofrecer. Para todos esos queremos recomendar la obra de este autor norteamericano. Visionario y comunista fue perseguido en la América de McCarthy y tuvo que exiliarse en Francia. Abandonado por todos y olvidado, solo encontró refugio en la morfina. Animamos a nuestros lectores a leer sus textos. Es autor de una novela (Amanezco en Knoxville) y múltiples relatos. Vaya uno como aperitivo.

VIRUSVILLE Para Shirley Jackson

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Érase una vez el pequeño pueblo de Virusville. Los habitantes eran pocos, pero felices. La mayoría eran agricultores; sin embargo, había unos pocos que, cansados del estrés de la gran ciudad, se habían refugiado en Virusville, junto al Garona, en un remanso de paz verde que la civilización (o lo que fuese) había olvidado y dejado en paz. Los del estrés trabajaban en Toulouse, que al fin y al cabo solo estaba a media hora de coche. Todas las noches,


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Stephan, el propietario del bar, organizaba veladas de cartas o de dardos o de futbolín para que los lugareños confraternizasen. Una mañana de primavera la policía tomó el pueblo. Nadie sabía a ciencia cierta lo que pasaba. Lo único que quedó claro para todo aquel que se quisiese enterar es que los gendarmes estaban de muy mal humor. Enseguida el pueblo se llenó de carteles. Prohibido salir. Prohibido hablar con los vecinos. Cuidado con ir al supermercado. Cuidado con todo. Miedo. Fue entonces cuando los vecinos supieron que un virus se había apoderado del mundo y que todos ellos habían sido, eran y serían sus víctimas. No había hospitales. No había médicos. Cuidado con ir a las farmacias. No había esperanza. Entonces, las pantallas de los computadores que había en todos los hogares de aquel pueblo se encendieron al unísono. Desde aquel momento y por mucho tiempo, el reflejo de la pantalla les diría a los vecinos quiénes eran ellos en realidad, qué debían hacer y qué debían esperar de la vida. Y cómo debían trabajar. Los trabajadores de la ciudad se instalaron a vivir delante de aquellos vidrios. Allí cuadraban balances, escribían demandas o corregían ejercicios de alumnos aplicados. Los campesinos ordeñaban vacas virtuales mientras cámaras estratégicamente colocadas filmaban la imparable decadencia de sus campos. Cuando alguien se retiraba a destiempo de la pantalla, aparecía en ella una luz roja y una sirena oculta en las entrañas de la vivienda aullaba hasta dejar sordo a quienquiera que tuviese el atrevimiento de romper con los horarios establecidos. Era la misma sirena que rugía cuando alguien ponía un pie fuera del hogar.

RELATOS

Stephan reunía a todos los del pueblo al atardecer, en una interminable videoconferencia de juegos virtuales. La pantalla se dividía en múltiples cuadrados (uno por parroquiano) y todos podían contemplar a todos lanzando dardos o apurando vasos de vino. Y las palabras que en vano intentaban pronunciar chocaban como coches atolondrados en carreteras de hielo. Pasó el tiempo. Tanto que ya nadie se acordaba de los tiempos anteriores a las pantallas. Un buen día, los policías malhumorados volvieron al pueblo. El virus había desaparecido, dijeron. Los vecinos podían volver a la vida de antes. Así lo hicieron. Pero entonces los campesinos no reconocieron los campos arruinados por las malas hierbas. Y los ganaderos solo hallaron esqueletos de animales olvidados. Y los ejecutivos de la gran ciudad nunca encontraron el camino a la gran ciudad y vagaron para siempre por carreteras que ya no reconocían. Y entonces todos, reunidos en asamblea en la plaza de Virusville, se arrodillaron y levantaron las manos al cielo y suplicaron a la vez a quienquiera que les pudiese escuchar que fuese bueno y que trajese el virus de vuelta para poder sentarse otra vez delante de las pantallas de la luz roja. Esa vez para siempre.


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GABRIELLE DE FELICE (1960) Nuestra revista tiene el privilegio de publicar como primicia uno de los relatos contenidos en el último libro de la autora de origen cántabro, Gabrielle de Felice. En el último número de nuestra revista, publicamos una breve reseña biográfica de la autora, así como alguno de sus textos.

Un viaje sin retorno En un lugar de Mallorca, cuyo nombre ya me vendrá a la memoria después, vivía hace ya tiempo una joven pareja, Jaume y Joana. Más de un de año y medio de luna de miel continua llevaban disfrutando cuando les conocí. Su nido romántico se situaba en una típica casa de payeses, humilde, pero de gran atractivo rural. A las afueras del pueblo. Sin ruidos, sin vecinos, sin miradas indiscretas, tan solo rodeados por un extenso campo terroso, plantado de algarrobos. Recuerdo noches cálidas y un cielo engalanado con miles de estrellas. No olvido las cenas bajo una cepa de vid de tronco retorcido, entre las traviesas de una pérgola. Y entre sombras del recuerdo, puedo ver la silueta de Joana sobre el alfeizar de la ventana, y escuchar su voz melosa al llegar la media noche, reclamando a Jaume a su alcoba. Era todo tan perfecto.

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Pero cuando el final de las vacaciones llegó, yo regresé a mi provincia. La vida siguió su curso. Luego me olvide de ellos. Muchos años después volví de nuevo a la isla. No pude vencer la tentación de ir a visitar el lugar. Gran error. Como dice una canción de Ana Belén: …”al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver” … Alguien me contó que tras mi partida las cosas dieron un cambio rotundo. Jaume junto todos sus ahorros y como capitán de yate que era, hizo realidad el deseo de comprarse un bonito barco. Joana, aunque era una profesora muy volcada en la enseñanza de sus alumnos, pidió excedencia por un año en su instituto. Y juntos decidieron hacer realidad un sueño. La aventura de dar la vuelta al mundo en barco juntos.

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Durante su largo viaje sufrieron todo tipo de vicisitudes. Les pasó de todo. Los problemas y penurias que surgieron todos los días fueron minando su relación hasta destrozarla por completo. Tras varios meses de penalidades regresaron a Mallorca. Hundieron el barco, vendieron la casa y se divorciaron. Jaume se exilió en un pueblo secano del interior de la Península para donde olvidar el olor a sal. Y Joana volvió como profesora a dar clase a sus alumnos y decidió no volverse a casar.

He aquí un fragmento del diario de viaje escrito por Jaume.


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Cuaderno de bitácora Día 217de navegación 7/ de febrero, a las 8:15h. Agotados y vencidos en la lucha contra el vendaval. Anoche perdimos el barco auxiliar. Hoy desperté con las primeras luces del amanecer. Subí a cubierta aún con somnolencia. Súbitamente la rosa de los vientos teñida de azul y en sus cuatro puntos cardinales aparecía siempre escrita la palabra MAR. Millas de un mar azul profundo. Un horizonte totalmente nítido, como cortado a cuchillo de fino filo. El mismo cuchillo y el mismo filo que va sesgando en dos la foto de boda que dejamos colgada en la pared de nuestro salón. Tras un traspiés brusco casi caigo por la borda de estribor. Por suerte aferre con fuerza a la barandilla. Observo a la barandilla de babor como a la vida. De derecha a izquierda, en desequilibrio continuo con el horizonte. De arriba abajo, “un alegre ma non tropo” de subida y bajada. De frente, un combate contra el batir de las olas y el viento. El crujido de la de la madera del casco, es una queja agónica. Un estertor que nace de sus entrañas. Es un llanto continuo que va marcando en cada singladura el rumbo de este barco. Obligado a avanzar ceñido al viento. Fustigado por un velamen destartalado. Temo que en cualquier momento pueda partirse en dos. Y siempre el mar. Un mar infinito. Prisioneros en su inmensidad nos dejamos llevar. Sobre esta cárcel flotante, avanzamos hacia la deriva, precipitándonos hacia nuestro final. RELATOS

Gabrielle de Felice


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UNA TARDE EN HONFLEUR Eran las siete de la tarde. Se disputaba la final de la Eurocopa de fútbol Alemania- Francia. Todo el país esperaba impaciente disfrutar la victoria definitiva de Francia. Todo el país paralizado. Todos delante de la televisión. Todos, menos yo. Hacía varias semanas que nos habíamos mudado a vivir a un nuevo apartamento más espacioso y el antiguo aparato de TV se nos había roto durante el traslado. Alizée, mi actual pareja, me había asegurado en varias ocasiones que se encargaría de comprar uno nuevo. Lo elegiría a través de una página de Internet y le recibiríamos en casa a tiempo para que yo disfrutara del partido. Sin embargo, la realidad era otra. En las últimas semanas la galería de arte donde trabajaba había centrado toda su atención. Todos los preparativos para la nueva exposición la habían hecho olvidar su promesa. Había llegado el día y yo me encontraba en casa desesperado sin la posibilidad de ver el partido. ¡MonDieu! Andrè, ¡sólo es un partido de fútbol!

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¡Yo he perdido durante la mudanza el libro firmado de puño y letra de mi escritora alemana favorita, Doris Dörrie! Alizée raramente veía la TV. Para ella era algo banal a lo que apenas daba importancia y de lo que podía diariamente prescindir. Vivía centrada en la galería de arte. Le apasionada la corriente pictórica modernista del siglo XX y el XXl en todas sus variantes. La pureza de la expresión artística que va desde el impresionismo al fauvismo, pasando por el abstracto. La expresividad de

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las emociones a través del color. No era un trabajo que la reportara muchos beneficios económicos. Tampoco los necesitaba. Se había criado en una familia con sobrada solvencia económica. De su madre había heredado el refinamiento y el buen gusto francés, y de su padre la austeridad de los holandeses. Alizée era de gustos sencillos y pocos gastos. Además, tenía la juventud y el atractivo natural suficiente para poder prescindir de adornos superfluos que le generaran gastos extras. Todas sus riquezas viajaban con ella a lomos de su bicicleta. Yo, por mi parte, apenas llevaba un año viviendo en Honfleur. Había venido como profesor de español a un colegio infantil. Un trabajo que no requería mucho esfuerzo y con pocas horas a la semana de docencia. Eso me permitía tener tiempo libre de sobra para poder escribir mi tesis doctoral. “El cine durante la transición política española”. En las últimas semanas no había avanzado nada en su desarrollo. Nada de nada. Me encontraba totalmente bloqueado sin saber por dónde continuar. Sentía mis ideas encasquilladas en la cabeza como las balas de un Mauser que no lograra disparar. Discutí con Alizée. Estaba enfadado, malhumorado, cabreado. Cabreado con mi novia. Cabreado por no poder ver el partido de fútbol. Cabreado porque mi tesis doctoral no avanzaba. ¡Cabreado, cabreado y cabreado! Salí a la calle. Comencé a andar sin rumbo. La ciudad estaba desierta. Todas las tiendas y las cafeterías cerradas con las persianas bajadas y el neón apagado. El silencio era total. Las calles vacías eran el esqueleto óseo de una ciudad sin vida. Sólo el aire ajeno a todo y yo vagamos por las calles. Para colmo no podía ir a casa de Jean Pierre, mi amigo se había ido con su nueva novia a pasar un fin de semana de sol y playa a la Rochelle.

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Vagabundeando y sin cruzarme con nadie fui aproximándome al centro antiguo hasta llegar a la galería de arte donde trabajaba Alizée. Era una pequeña galería bien situada, donde se podían adquirir obras de artistas poco conocidos, pero de gran talento. Obras pictóricas principalmente al óleo, pero también podían encontrarse acrílicos y algún otro cuadro realizado con texturas y materiales modernos. Aun así, no había que engañarse, los precios no siempre estaban asequibles a bolsillos débiles. Eran numerosas las galerías de arte famosas por las calles de la ciudad. Todos los fines de semana Honfleur se llenaba con turistas de París, sobre todo parejas que venían a pasar un fin de semana romántico y les gustaba llevarse un recuerdo bonito para decorar


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su salón. En las últimas semanas Alizèe había estado negociando la adquisición de un gran lienzo al óleo. “El indio”. Frente a la galería me plante delante del “El indio”. Mi contrincante. La razón por la que Alizée olvidara de comprarme el televisor. El culpable. Allí estaba él. Situado en un lugar central del escaparate, acaparando toda la atención. El retrato de un indio a tamaño natural. Una obra realmente buena. Destacaba su cabellera de plumas, chorretones a todo color, con rojos, fucsias, mostazas, celestes. Era el resultado de una ambigüedad étnica y un modernismo impactante y provocador. Ahí estábamos los dos contrincantes mirándonos fijamente a ambos lados del cristal. Él y yo. Frente a frente. Se reflejaba mi mirada superponiéndose a la suya sobre la luna del escaparate. Él, inmutable; yo, iracundo. Él impasible, yo cabreado. Hombres. Cuerpo a cuerpo. Hombres. Frente a frente. Duelo de miradas. Duelo de hombres. De repente, una voz reclamó mi atención. Al final de la calle un coche de alquiler conducido por una chica española. Ella, con su mal francés, solicitaba mi ayuda. Buscaba sitio para aparcar. Decía tener reservada una habitación en “La maison de Léa”. No conocía la ciudad. Como no estaba lejos, me ofrecí a acompañarla hasta allí. Que no se diga, que no he sido educado París. Cabía la posibilidad de que en el hotel pudieran informarme sobre la evolución del partido.

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No fue así. Tras los trámites de rigor en el hotel y en vista de que yo seguía sin saber nada del partido de futbol, me ofrecí a seguir acompañándola por el casco antiguo. Al menos refrescaría mi español. Empezamos por visitar la iglesia de madera normanda que teníamos en frente. Mientras ella entraba, yo decidí quedarme fuera. Sobre la torre de madera oscura de la iglesia, las agujas doradas de la esfera blanca del reloj marcaban las ocho. Pronto pitarían la final del primer tiempo. Pasear por el empedrado de las callejuelas medievales de Honfleur era retroceder en el tiempo a un pasado normando. La arquitectura de las casas centenarias de entramado de madera se entremezclaba a la vez con las huellas artísticas e impresionistas de la época de Monet.


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Callejeando sin prisa llegamos hasta “Le vieux Bassin” como se le llama a este viejo puerto normando. Es un pequeño recodo que hace en su desembocadura el Sena. Allí en el cuadrilátero del puerto una peculiar hilera de casas estrechas y desiguales, techadas de lajas de pizarra negra, franquean el pequeño puerto a modo de muralla protectora de la ciudad. Salpicándola con sus toldos rojos y al abrigo de ésta, se situaban los restaurantes. ¡Por fin la ciudad cobraba vida! Las terrazas se llenaban de turistas muchos de ellos extranjeros, deseosos de cenar y ocupaban las mesas que avanzaban a lo largo de la machina.

Era un atardecer de brisa sosegada donde los veleros descansaban amarrados al muelle. El sol tardío doraba las nubes y acaramelaba el reflejo de los cristales en las ventanas aún abiertas de los pisos superiores. La silueta de las casas se retrataba sobre la marea y las farolas se reflejaban, a modo de pinceladas de luz, sobre un lienzo de aguas mansas. Sobre ellas, todo el conjunto formaba un autorretrato armonioso. Una obra de arte natural y efímera que desaparecería con la llegada del amanecer. Una estampa marinera y romántica. Con razón decían que fue el puerto favorito de los impresionistas.

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Elegimos una mesa a la orilla del mar. Dijo llamarse “ALEJANDRA” y me cautivó. Estudiaba Historia Contemporánea y había venido de Erasmus a El Havre. Pensaba recorrer la costa hasta Omaha Beach, la histórica playa del desembarco de Normandía. Y visitar también el cementerio de los soldados alemanes caídos en combate “La Cambe”- donde se podían encontrar tumbas de chicos de tan sólo dieciséis años. Y el americano en “Colleville”, un campo con 10.000 cruces blancas. Su francés era penoso, pero hablaba un español con un acento perfecto. Quería conocer también Ver sur Mer, un pequeño pueblo costero donde su abuela había veraneado de niña, en la etapa que vivió como refugiada en París, durante la Guerra Civil española. Era una historia de esas que se cuentan de hijos a nietos, que nunca se olvidan y forman parte de la herencia familiar a la que uno pertenece.


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Pronunció mi nombre también, “ANDRÈ”, con un acento español con ¡tanta fuerza! Y con una dicción perfecta. En su voz sonó tan masculino y varonil que me orgullecí de él. Cenamos moules frites y brindamos con riesling alsaciano. Entre mejillón y mejillón fue alargándose la velada. Me contaba cómo le gustaban las galettes y sobre todo las creps. Decía que sus favoritas eran las de crème de marrons. Yo escuchaba embelesado su voz. El vibrar sonoro de la “r” sonaba tan sensual. Ninguna europea tiene la capacidad de pronunciar las “r” como los españolas. De música de fondo, a modo de dulce concierto, sonaba, desde lo alto de los mástiles, el tintineo de las campanas de los veleros. Poco a poco se fue retirando la gente hasta quedarse las mesas vacías. Nos quedamos solos. - “Hablame del cine en la época de la transición política española” - le dije. Apenas lo dudó uno momento. Poco a poco se desabrochó los botones, abrió muy sensualmente su camisa… y yo pude ver ampliamente las puntillas rojas de su sujetador transparente. Ahora, ¡fílmalo! Esto es el cine durante la transición - me dijo. La luna, Celestina en el guiñol, selló nuestro brindis. La luna, embaucadora sin compasión, subió hasta lo más alto del firmamento. Me dio por recitar: “Entre flores y ante un jarro de vino, bebo solo, sin compañía. Alzo mi copa y convido a la luna.

Con mi sombra somos tres.” Poema de Li Bai , dinastía Tang (701-762) Se nos subió el vino. Se nos subió el alcohol. Y… De pronto alguien totalmente eufórico gritó: ¡Nous avons gagné! ¡Nous avons gagné ! ¡0-2!

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Francia se había proclamado campeona de la Eurocopa de fútbol. -Pero ¿a quién le importaba ahora ya el futbol? - me sorprendí al escucharme a mí mismo decirlo en voz alta. - Pide un deseo - le dije señalando la estrella más brillante y cercana. -No es una estrella, es la estación espacial europea. ¿No ves que se mueve? (dijo ella rompiendo todo mi romanticismo).

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Se nos subió el vino. Y…Se posó la luna en el balcón. Una luna blanca y poderosa, redonda y luminosa. “Canto, y la luna se balancea. Bailo, y mi sombra revolotea. ¡Disfrutemos antes que pase la primavera!...” * Poema de Li Bai , dinastía Tang (701-762) Francia había ganado, yo disfrutaba practicando mi español en agradable compañía y tenía el camino abierto por donde avanzar con mi tesis doctoral. Hay momentos en que la vida en el que a un hombre le sonríe la suerte. Y no cabía duda de que en esa noche dos lunas brillaban para mí en el cielo de Honfleur. FIN GABRIELLE DE FELICE

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ULRICA VITERBO (1964) Estudia Metafísica en la Universidad de Leipzig donde se doctora con una tesis sobre el ser circunstancial en Kierkegaard. Traductora de la obra de JL Borges al alemán, ha publicado recientemente el ensayo La belleza del olvido, donde reivindica la nostalgia como sufrimiento necesario para anhelar el ideal de lo imposible. Esa conciencia irremediable de haber sido va poco a poco aplastando el presente hasta licuarlo en sustancia de nostalgia y de olvido.

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"No se puede bañar uno dos veces en el mismo río"

Cuando Rubens realizó su representación de Demócrito y Heráclito dibujó en Demócrito la despreocupada sonrisa del filósofo vividor y optimista. A su lado, Heráclito aparece vestido de negro y con mirada taciturna como sus escritos, símbolo de la melancolía que se le atribuía ante lo que debía parecerle la fragilidad del hombre.

Yo era una joven universitaria cuando jugaba a interpretar esta terrible y apocalíptica frase que Platón atribuyó al “oscuro”, y la juzgaba con la mente inexperta y ligera de la que solo podía disponer una joven ado-


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lescente que dedica la mitad de sus preocupaciones a los oraculares aforismos filosóficos y la otra mitad a las conquistas de una primavera permanentemente instalada en un cuerpo joven y ávido de miradas. La frase en cuestión no se me antojaba por entonces tan apocalíptica porque la irreversibilidad del tiempo todavía no se había instalado en mí. Entonces no conocía este permanente mutismo salado en la garganta, y es que no hay pensamiento racional tan doloroso como un escueto “ahora empiezo a entender”. Y cuando uno empieza a entender, empieza a callar progresivamente. Y este callar es un callar vertido hacia adentro. Es un ojo mudo volteado hacia su nervio que, a partir de un momento determinado y para siempre, comenzará a destilar gota a gota, cual amargo y milenario manantial, todas aquellas abatidas lágrimas que no encontraron la palabra precisa. Y si la encontraron, si la palabra hizo, rotunda, acto de presencia, tal palabra inauguró tan abominable realidad que no hubo aliento capaz de pronunciarla en voz alta.

Pero volvamos a encauzar nuestra atención en las fatales palabras de Heráclito. Pues es un “clásico” en el más puro sentido posmoderno del término, es decir, que lo clásico, tal y como afirma Gadamer, se

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“Por la cándida adolescencia” brindaban dos enamorados Karen Blixen y Denys Flinch sobre la cálida sabana de Kenia y un descarado cielo estrellado en aquella fabulosa película de S. Pollack. Porque la adolescencia, ávida de miradas ajenas y otredades, no entiende de introversiones, y es pura exhibición. La conjunción de unos pocos elementos es suficiente para conformar el telón de fondo delante del cual tendrá lugar una apoteósica exhibición de anhelos. Ellos –los adolescentes- se comerán las flores, se lo beberán todo, y se convertirán en un torrente sediento de vida. Serán una pura y arrojadiza inmersión en el devenir y en un “santo decir sí” absolutamente dionisíaco. Y con tal borrachera delirante de pasión se perderán, ignorando por completo la oscuridad del bosque que les espera, paciente y silencioso, tras la fresca hiedra y la lujuria de las orquídeas. Se besarán los ojos y los labios con un verso recién estrenado de Neruda e ignorarán al niño Machado buscando a Dios entre la niebla. Serán, en definitiva, el objeto de envidia de todos esos ojos volteados, vertidos hacia adentro, recogidos y amalgamados que, en un tiempo que ya no existe –irreversible-, amaron, con Neruda, más allá del condicional.


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mantiene frente a la crítica histórica. Es el eco infinito de la auténtica tragedia humana. Seleccionen ustedes los más hermosos e intensos momentos de toda su vida, y añádanles los más trágicos. Realicen un “corta” y “pega” de todos ellos, formen un cortometraje de su vida con esa memoria fotográfica más rápida que la palabra y aplíquenle la banda sonora de Heráclito “el oscuro”: “No se puede bañar uno dos veces en el mismo río”, “todo fluye. Nada permanece”. ¡Qué disparate! ¡Cómo se amó hasta perder la razón!, ¡cuánto dolor silbaba entre los cipreses con aquella muerte irreparable! Y, sin embargo, he aquí la tragedia de la memoria que ya advertía Primo Levi: la memoria procede inconscientemente y disfraza el pasado. Es una cuestión de supervivencia. Si no, mírenme aquí, narrando, esto es, “superviviendo”. Y es que lo trágico no está en que el dolor se haga insoportable. Lo trágico es el olvido. Pero no el olvido más o menos de aquello que, ya tibio por el tiempo, se puede narrar y retrotraer del pasado. Lo trágico es el olvido de la punzada, del manotazo, de la convulsión física. La punzada indescriptible es pensamiento y sentimiento articulados en una sola unidad de tiempo y espacio, imposible de narrar . Lo trágico, les decía, es la distensión de esta unidad en el tiempo. Es, precisamente, ese olvido de la punzada que se convierte en palabra. Y es que el fluir de las cosas no perdona. ¿Quiso alguno de ustedes morir alguna vez de amor? ¿Quisieron, en un ritual de penitencia, llorar por siempre la muerte de un ser querido? Imposible. La vida apremia. Lo irreparable sucede, pero la vida apremia. Atiendan a la heroicidad humana ante el dolor de la contingencia y al doloroso precio de la racionalidad del hombre: la vida no nos permite sentir indefinidamente el luto ni nos deja llorar un poco más aquello digno de ser llorado por triplicado; ¿por qué, si no, iban a existir las plañideras? La tragedia es, en definitiva, culpabilizarnos por ser felices en un momento dado. Pero reparemos ahora en los momentos más felices de ese cortometraje que tiene por título “mi vida” y pasemos a comprobar la misma dimensión trágica a la inversa –en positivo. Yo no sé ustedes, pero antes de que viera cómo el amor retornaba a su antiguo pedestal de color azul cobalto, me veo –en mi cortometraje- repitiendo hasta la saciedad el nombre de un ser amado. Un nombre con dos sílabas y consonantes delicadas; un nombre hermoso como un suspiro. Me recuerdo con los pulmones hinchados de un aire punzante que oprimía brutalmente mis

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costillas. Y por mi boca, el nombre bisílabo, brotando y explotando como un hilo de sangre, como un volcán de soles, como una lluvia de flores silvestres, y todas esas cosas extraordinarias que la ciencia jamás podrá descifrar tal y como afirma Borges aludiendo a la flor de Coleridge. Puedo describir aquella escena con mil metáforas desgastadas por toda la historia de la poesía universal. Pero la punzada apenas es perceptible, se ha desdibujado como un sfumato; y a la protagonista de la escena -fíjense qué tragedia- ya no la reconozco.

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A esta tragedia de desdibujarse el recuerdo de lo vivido y de sí mismo le sucede el mutismo y el ojo volteado sobre su nervio, puesto que ya se nos adelantó Neruda –otro clásico- con lo que la falta de originalidad en el nombrar y renombrar de las cosas es otra tragedia a añadir: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.”



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