C.E.P.A. DE CAMARGO Año IV, número 6, febrero de 2021
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DANDO FORMA
Contenido: Cuentos de Navidad
SOCIEDAD—COSAS DE AQUÍ Reflexión
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La señorita Julia
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Fake News. La nueva moda de la desinformación
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Las fantasías de Luna
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El maltrato animal
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El padre pródigo
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Sudar para aprender
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Corregir el rumbo en Navidad
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Papá Noel
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El cuento de los Musguinos
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La nubecita traviesa
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Duendes en Navidad
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RELATOS Y POESÍA Taller de Literatura
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Sobre “Un enemigo del pueblo” y “Casa de muñecas” de Ibsen
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Diálogos. Pequeños trozos de vida
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Marcelo
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Un enfado entre campesinas
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La vida cotidiana
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El acuerdo
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Wasap caliente
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Los ex-hombres. “El gasolina”
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Recuerdos del pasado
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Leo
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De golpe
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CIENCIA
La mascarilla
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El cambio climático
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Una historia de amor
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Cómo influye la Luna sobre la Tierra
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Un misterio
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Antología de escritores olvidados Norberto de Asís. La Isla
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Philip K Dick. Los caracoles
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Entrevista con Gabrielle de Felice
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Poemas
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CULTURA GASTRONÓMICA Solomillo ibérico en salsa de setas
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Brownie de chocolate y nueces
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Revista Dando forma nº 6 (febrero 2021). Han escrito en la revista: Alumnos y alumnas de ESPA, taller de Literatura y taller de informática. Coordinación de la revista: Javier Arbea.
Pedro Alonso, Guillermo Álvarez, Marina Castaneda, Elena Gutiérrez, Sandra Maestro, Carmen Samperio. Los coordinadores de la revista Dando forma del C.E.P.A. de Camargo no se identifican necesariamente con el contenido de los artículos publicados.
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EDITORIAL Volvemos de nuevo a la carga con un nuevo número de nuestra revista que esperamos sea de vuestro agrado. Y ¡ya van seis números! Tras el último número del curso pasado, que, debido al gran volumen de aportaciones, tuvimos que dividir en dos fascículos, estábamos deseando poder volver a hacer nuestra revista y compartir nuestras experiencias. Este sexto número cuenta con una gran participación por parte del alumnado, que seguramente será superada en las próximas ediciones, lo cual, es de agradecer. A pesar de que las condiciones actuales no son las más idóneas, esperamos que en un futuro no muy lejano esto empiece a cambiar. Pero, nosotros seguimos en el mismo sitio por si alguien no lo sabía. Nada ha cambiado y seguiremos luchando para que la educación de adultos reciba el tratamiento y la dimensión que se merece. Y como de bien nacidos es ser agradecidos, desde aquí, queremos agradecer a nuestros estimados lectores por su tiempo y paciencia leyendo esta revista: • Gracias por colaborar con nuestra revista de forma desinteresada y de
forma tan abrumadora. • Gracias a todos los que aparecen y los que no aparecen pero que contri-
buyen de igual manera para que esta revista siga adelante. • Gracias a todas las personas que se han interesado y que preguntan por
la y las futuras ediciones de la revista. • •
Gracias a todo el que nos lee. Gracias a todos los que nos apoyan y nos hacen posible continuar con este trabajo con nuestra motivación intacta.
GRACIAS. Sed felices y os deseamos una provechosa lectura.
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REFLEXION
SOCIEDAD—COSAS DE AQUÍ
Cuando la vida te golpea siempre se dice que hay que poner la otra mejilla, sí, pero ¿cómo se hace? Es fácil decirlo, pero ¿y hacerlo? Yo por mi experiencia en la vida he aprendido que es así. Hay que mirar la vida de frente, sin achicarse y pisando fuerte, porque no te golpea una vez en cada mejilla y ya está, no, eso no es así. Te va golpean-
do en una, luego en la otra y vuelve a la primera, hasta que te hace mucho daño y piensas… ¿qué he hecho para merecer tanto castigo? Hay quien te dice: “es que la vida es así”; otros: “es que es kármico y lo tienes que pagar” etc, etc. Sí, todo eso está muy bien, pero hay que pasarlo para saber cómo te golpea y el daño que hace. Yo, si creo que tengo un ángel de la guarda que trabaja un montón y que me quiere hasta el infinito y más allá, ya que, cuando estoy casi arras de suelo, se aferra a mí, tira y siempre consigue que resurja de mis cenizas. Aquí estoy intentando alentar a quien lo lea para que no se achique ante nada. Que, aunque la vida te golpee una y otra vez, siempre y digo siempre, hay una luz al final del túnel. No hay nada imposible y vivir es lo más bello que la vida nos regala. Eva González
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FAKE NEWS LA NUEVA MODA DE LA DESINFORMACIÓN para ganar visitas y, en el momento que entras y lees la noticia, el titular deja mucho que desear comparándolo con la noticia. La Constitución en su artículo 20 dice lo siguiente: se reconocen y protegen los derechos a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regula el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades. Desde la experiencia que he adquirido en estos últimos años, lo que todos deberíamos hacer principalmente es contrastar en distintos medios las noticias que leemos para poder sacar una conclusión lo más objetiva posible y, en ningún caso, dejarse llevar por los titulares entrecomillados y engañosos de ningún medio de comunicación. Ya para terminar, aquí dejo un claro ejemplo de lo que es una Fake News, donde una mentira puede ser publicada sin ningún tipo de consecuencia para el diario de turno, en este caso es Libertad Digital, un asiduo a este tipo de noticias. Manuel Andreu
SOCIEDAD—COSAS DE AQUÍ
Desde hace unos años hasta el día de hoy las Fake News están en auge. Todo empieza con las redes sociales y con los diarios digitales que lo único que les interesa es tener seguidores y visitas en sus plataformas digitales, sin importarles la veracidad de sus publicaciones, dirigidas a un público en concreto, normalmente haciendo un uso político y partidista tanto de derechas como de izquierdas. La gente no se preocupa de contrastar las noticias, simplemente las lee y se las cree y, en muchos casos, ni eso, simplemente leen un titular y con eso ya vale. Lo malo de todo esto es que la desinformación está haciendo mucho daño a la sociedad, creando muchísima confusión entre la gente. Por un lado, están los rojos, comunistas, etcétera y por el otro los fachas y patriotas de bandera, dos grupos en los que se está etiquetando a la gente que piensa de una forma o manera diferente a la otra llevándolos a un lenguaje del siglo pasado y que no nos conduce a nada bueno, simplemente al hecho de reabrir viejas heridas. Por otro lado, están los medios de comunicación más “serios” aunque también con editoriales muy marcadas políticamente hablando y que, cada día, dejan más que desear con sus titulares entrecomillados, que utilizan de cebo
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EL MALTRATO ANIMAL
SOCIEDAD—COSAS DE AQUÍ
Cada vez es más frecuente el maltrato a los animales. Este se puede manifestar de diversas maneras: peleas, abandonos y palizas. Mención aparte necesitarían las corridas de toros y algunas fiestas populares. También hay gente que, llamándose amante de los animales, tiene como deporte la caza y, en ocasiones, son capaces de sacrificar a sus perros cuando ya no les son de utilidad. Se llega al punto de entrenar a los perros para participar en peleas a muerte entre ellos mismos para su (dudoso) disfrute y ganancias económicas personales. Para nuestra vergüenza, España es el país con mayor porcentaje de abandonos de mascotas. Cada año, más de 100.000 animales de compañía son expulsados de sus hogares.
La prohibición del comercio de animales, la concienciación a los dueños de mascotas y una educación en estos valores en los colegios serían una buena solución para acabar con esta lacra. Como dijo Gandhi: "La cultura de un pueblo se mide por el modo de tratar a los animales". Lucivania
MI AMIGA INCONDICIONAL. MI PERRA ANJANA Voy como un alma en pena por los caminos tantas veces recorridos. Llevando todo el amor que me has dado, junto a tu recuerdo, en un puño recogido. Como voy a olvidarte con todo lo que hemos vivido, si tú me has dado un amor infinito sin pedir nada a cambio. Tan solo un paseo por tu camino preferido. Cuando llegues al cielo amiga mía hazme un guiño, para saber que estas bien en el lugar elegido. Eva González
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Los niños de la comunidad de Kantati Ururi, en el departamento peruano de Puno, Bolivia, a cinco mil kilómetros de altitud, tienen cerrada su escuela desde que se inició la pandemia en el país andino. El gobierno peruano puso en marcha el programa “Yo aprendo en casa”, pero estas familias empobrecidas, que no tienen ni consultorio médico, tampoco disponen de los medios necesarios para poder seguir el programa. Sin embargo, sí que tienen clara la importancia de la educación en las vidas de los niños y jóvenes de la comunidad. Por eso, día tras día, caminan con sus hijos quince kilómetros, cordillera arriba, con sus mochilas y sus precarios transistores hasta el cerro donde pueden sintonizar los programas educativos.
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Internet, no hay señal de celulares. “No tenemos nada”, afirma Francisco Aruquipa, unos de los padres. Las familias no se dejan vencer ante las adversidades y cargan con los materiales escolares de sus hijos más pequeños y, a veces, hasta con los propios niños. En un paraje inhóspito, con un viento gélido, los niños protegidos con sus gorros y ponchos intentan sintonizar la emisora y realizar las tareas. “Yo no puedo escribir rápido, los que dictan lo hacen muy rápido. Hasta mi radio se malogró y no puedo comprar ni pilas” - comenta Luis Mamani. “Quisiera tener televisión o Internet y no perder tanto tiempo y así poder dedicarme a estudiar”. Cuando regresan al pueblo, los familiares se manifiestan con pancartas ante el edificio deteriorado, y ahora clausurado, de la escuela de Kantati Ururi, exigiendo allí la presencia del presidente de la República. Pelagia Cornejo Ccatamayo
SOCIEDAD—COSAS DE AQUÍ
“Tenemos que caminar dos o tres horas porque los niños no caminan como los adultos. Por esa razón, no llegamos a una hora exacta y las emisoras emiten a horas exactas. A las 7:30 o 8 de la mañana ya tenemos que estar saliendo de la casa para llegar al cerro. En el pueblo, nuestros niños no aprenden. No hay señal de
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Un número más, el Taller de Literatura se complace en contribuir a la revista del centro con su aportación. Si el lector se adentra en sus páginas, encontrará reflexiones sobre la esencia de los personajes literarios y sobre las obras a las que estos pertenecen. A su vez, los escritores del taller proponen una serie de fogonazos literarios (en forma dramática) que hemos llamado, tal vez pomposamente: Trozos de realidad. Podrás leer también, estimado lector, cuentos de Navidad (o simplemente cuentos) con los que en una emergencia dormir al infante más exigente. A todo esto, se añaden poemas y relatos de nuevos autores (aún en los albores de carreras literarias que prometen ser fulgurantes) y de otros que tuvieron su trocito de fama, pero que después cayeron en el olvido. Al rescate que de ellos practica nuestra revista, podríamos denominarlo arqueología literaria. Y el plato fuerte: la entrevista que nuestro equipo de redactores realiza a la famosa escritora cántabra Gabrielle de Felice. Todo esto está aquí, gratis, esperándoles. Pasen, pasen y lean.
IBSEN, CHÉJOV, STRINDBERG, PIRANDELLO ¡Somos nosotros! ¡Venimos en busca de un autor!
RELATOS
Luigi Pirandello
Lo mejor que le puede pasar a un personaje literario es que encuentre un autor. Un autor que lo acepte tal y como es, es decir, que le dé vida para siempre. Los autores con frecuencia se muestran envidiosos de sus personajes. Se cuenta que Arthur Conan Doyle tuvo que recibir miles de cartas de lectores indignados antes de resucitar a Sherlock Holmes, asesinado por el malvado doctor Moriarty en las cataratas de Reichenbach. Unamuno condena a muerte a Augusto Pérez, quien ha osado llamarle a él, a su autor, ente de ficción creado a su vez por alguien. El propio Cervantes lee asombrado cómo la historia de don Quijote circula por esos mundos sin que él haya intervenido para nada en su continuación. El personaje se ha emancipado del autor. Los personajes viven para siempre; los autores mueren para siempre.
Y mientras que los recuerdos de Ibsen, de Strindberg, de Chéjov se desvanecen poco a poco en monografías más o menos eruditas, innumerables lectores /espectadores asisten conmovidos al supremo acto de libertad de
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Nora al final de Casa de muñecas; al vibrante discurso del doctor Stockman (Un enemigo del pueblo) sobre la perversión de las democracias liberales en las que decide la voluntad de la mayoría mostrenca sobre la inmensa minoría; al inevitable suicidio de la señorita Julia porque el tiempo de los aristócratas del espíritu se ha ido para siempre. Y es que los personajes viven aunque mueran porque, como dice Shakespeare, “están hechos de la materia de los sueños”. Y poco importa que sean insignificantes, como las tres hermanas de Chéjov. Poco importa la pasividad de estos tres personajes, cuyas vidas improductivas se agotan lentamente en un ejercicio inútil de nostalgia. El recuerdo de Moscú, el de los padres muertos, el de lo que pudo haber sido. Las hermanas pasan de puntillas por la vida; tan silenciosamente lo hacen que bien podrían ser las sombras de un sueño. Un sueño del que solo despiertan al final, para comprobar que la vida se les ha escurrido entre los dedos, quedando al final sus manos vacías. Las preguntas que ellas se hacen quedan flotando en el aire: Todo esto... ¿para qué?
RELATOS
Años después, Pirandello va a responder: para ser personajes, para vivir para siempre en el Olimpo de la fantasía cultural de los lectores, de los espectadores. Y así, identificamos los celos con Otelo, la duda con Hamlet, la constancia con Penélope, la astucia con Ulises, la melancolía de la muerte con Gilgamesh, la necesidad de superar la realidad con don Quijote o con Madame Bovary. De esta manera podríamos seguir hasta completar todo el repertorio de lo humano. Mueren los autores, mueren los directores, pero los personajes, esos viven para siempre en el hechizo eterno de la literatura.
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COMENTARIOS SOBRE UN ENEMIGO DEL PUEBLO Y CASA DE MUÑECAS DE IBSEN Una espléndida crítica a la masa inculta que tan bien maneja el poder ayudada por los medios, hoy en día mucho más, pues tanto la prensa, como la tv o las redes sociales van llevando de la mano a la gente, sumado a otras cuestiones como la educación, etc. Pueblo inculto, pueblo más fácil de manejar. La gente con opinión o criterio propio son mal vistos en esta sociedad, donde el que se mueve, no sale en la foto.... El mensaje de que hay que seguir los ideales hasta el final es interesante, aunque, a veces, no sea fácil de conseguir.
RELATOS
Ana López
Tocó temas nunca tratados, en una sociedad victoriana tradicionalista y conservadora: la liberación de la mujer, los convencionalismos del momento y la corrupción de la clase política. Denunciando, así mismo, otros problemas sociales como el modelo de familia y la sociedad de la época. Todo ello expresado con gran realismo. En Casa de muñecas, el personaje de Nora, pasa de ama de casa simplona y fácil de manejar, a ser consciente de lo que quiere. Renunciando a su cómoda vida, en la que no puede expresar abiertamente lo que siente y donde ve cómo se derrumba su felicidad. En Un enemigo del pueblo, el doctor Stockman, es capaz de denunciar la corrupción del gobierno, la manipulación y el cambio de chaqueta de la prensa, que se pone al servicio del que está en el poder. Sus personajes me parecen verdaderos héroes. Nora por convertirse en una heroína fuerte e independiente y el doctor Stockman por decir esa verdad que es incómoda para la mayoría. Todo esto me hace preguntarme qué es lo importante para nosotros y nuestra sociedad, ¿quién tiene la razón: la mayoría o la minoría? ¿Nos informamos bien antes de elegir a nuestros gobernantes? Nita Prego
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El hombre más poderoso del mundo es el que está más solo. Doctor Stockmann Citado por Rosa María Diego
uno de tantos, no te conocería nadie, tendrías una vida aburrida. Yo te he dado visibilidad, glamour, eres famoso y todo gracias a mí. Aún recuerdo tus pintas cuando te conocí con aquellos pelos y aquellas camisetas trasnochadas de rockero de medio pelo, haciéndote el bohemio con tu compañía de teatro llena de amateurs haciendo bolos por puebluchos de mala muerte con aquellas obras tan sesudas que no entendíais ni vosotros mismos. — No te equivoques, yo tenía ya un cierto nombre en el circuito, muchas representaciones a las espaldas y había conseguido un papel importante en aquella serie que ya había batido
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— Estarás contento. ¿Has visto las últimas estadísticas? Esto no puede seguir así. Claro, todo tengo que hacerlo yo, todo tengo que pensarlo yo. Tú, ahí, sin dar golpe. Como no cambies de actitud me veré obligada a tomar una drástica decisión. No me mires con esa cara, tú tienes la culpa de todo. Hay que hacer algo y hay que hacerlo ya o esto se va a pique y ya te lo digo desde ahora, que no va a ser así, y que haré todo lo que sea por conseguirlo y cuando digo lo que sea, es lo que sea, ya me da todo igual. Tú no me vas a poner más piedras en el camino. Dónde estarías tú si no hubiera sido por mí. Seguirías siendo
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records de audiencia cuando tu llegaste para la cuarta temporada. Supiste jugar tus cartas, sabías por la prensa que acababa de salir de una relación y fuiste muy astuta acercándote a mí. Y yo, tonto de mí, les pedía a los guionistas que te dieran más papel. Me enamoré de ti como un adolescente y te hacía caso en todo, y me creía todo lo que me decías, como cuando la prensa nos hizo aquellas fotos saliendo de aquel hotel. Te enfadaste con tanto realismo que me hiciste creer que nos habían pillado. Y lo habías organizado tú para que se hablara de ti.
— Bah, todos lo hacen, si no hubiera sido por eso no habríamos copado las portadas y los programas de la tele. Por no hablar de los photocalls, ¡si nos invitaban a todas partes! Y entonces no te quejabas. O cuando hicimos la campaña de Navidad de El Corte Inglés. Y tantas cosas más. Hasta hiciste varias películas y series y te nominaron al Goya. Desagradecido. Todo lo hice por ti, te encontré el corte de pelo y los outfits perfectos para ti, hice de ti un icono de estilo, y así me lo pagas
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— Lo que me quedaba por oír. Yo soy un actor de método. Amo mi profesión. Y la profesión me ama a mí, cosa que tú no puedes decir, porque no te soporta nadie, de puro altanera y soberbia que eres, o no ves que no te invitan nunca a los festivales. Ya me cansé de excusarte. A partir de ahora sigue poniendo esos stories en Instagram dando a ver que no te importa no haber sido invitada cuando estás verde de envidia. Yo soy actor, es lo que siempre quise hacer. No buscaba la fama, no al menos en el modo en que tú la entiendes. Tú sólo quieres la fama porque sí, que te conozcan y te adoren por los pies simplemente por ser tú. Si ya no haces ni anuncios. Tú única preocupación es acicalarte y posturear en Instagram. Tienes ínfulas de influencer pero pierdes followers a diario. Te autollamas creadora de contenidos, JaJaJa... si es que me tengo que reir. — Bueno, mira, déjate de tonterías y escúchame. Tengo que revitalizar el canal y he pensado que podíamos irnos a Houston. Y unos días después vuelves tu solo y con tristeza anuncias que estoy muy enferma, al borde de la muerte, eso crea mucho morbo. Cuando los periodistas te pregunten tu no les digas nada y muéstrate compungido. Luego vuelves a Houston y hacemos un blog contando cómo estoy y ya iremos viendo por cuánto tiempo. Con esta historia podemos alcanzar un caché brutal. Luego la recuperación. Seguro que nos lloverán ofertas de spas de lujo para relajarnos tras tan duro golpe y como guinda, me quedo embarazada. No veas la pasta que genera un embarazo. Sólo en colaboraciones de cosas referentes a niños vivimos hasta la
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Primera Comunión. Es un buen plan, ¿no? — ¿Te has vuelto loca? No pienso caer tan bajo. Lo que me faltaba. Mira, pasé por tus fotos a la luz de la luna con corazoncitos, pasé por ir a aquellas fiestas llenas de snobs, pasé por ir a esquiar y por hacernos esas fotos tan cursis con el árbol de Navidad para el Hola. Acepté seguir tus mentiras fingiendo rupturas y reconciliaciones. He sido un pelele en tus manos, pero se acabó. Por ahí no paso. Jugar con la salud, engañar así a la gente, a tus seguidores. No, y mil veces no. Yo no necesito esas cosas, yo con mis diez mil seguidores estoy tan a gusto, se acabó, no pienso engañarlos más ni a ellos ni a mí. A partir de ahora, publicaré las cosas que quiera publicar, me reuniré con mis amigos del teatro, esos a los que despectivamente llamas “bohemios” creyendo que los insultas, pero eres tan boba, que no entiendes que es un halago. A partir de ahora tú irás por tu camino yo iré por el mío, con la verdad, sin todas esas absurdeces. Hasta aquí hemos llegado. Se acabó. Recogeré mis cosas y me iré y me sentiré libre, LIBRE como hace tiempo que no me sentía.
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muy ocupado con la gira, o no recuerdas que en un par de días empezamos las representaciones en el teatro de Mérida. Ah, y dale recuerdos a José Luis de mi parte, por cierto, no le arriendo la ganancia. No vuelvas a cruzarte en mi camino. Sigue con tu vida hueca y fantasiosa, con tu vida de mentira, con tus ridículas fotos en las redes sociales, sigue con esas fiestas de gente vacía y holgazana. Cuando todos te den la espalda, cuando no intereses a nadie, cuando veas cómo te adelantan por la derecha y por la izquierda una tromba de nuevas influencers, ya sabes, los jóvenes siempre llegan arrasando, cuando te quedes sola, no vengas a buscarme, porque como diría Rhett Buttler: “Francamente querida, me importa un bledo”
Ana López
RELATOS
— ¿Cómo que te vas? ¿Pero tú que te has creído? Te voy a hundir. Daré jugosas exclusivas contando que me has estado maltratando psicológicamente. Contaré todo lo que me has hecho sufrir. Y contaré que ahora que estoy tan enferma me abandonas, que me tengo que ir sola a Houston. Aunque igual llamo a tu amigo José Luis para que me acompañe... — Por mi puedes irte al mismísimo infierno. Yo por mi parte, voy a estar
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RELATOS
MARCELO Marcelo mira el reloj de la mesita, son las cinco de la tarde. Se levanta, mira por la ventana, qué tarde más bonita, voy a salir al jardín. Hace una tarde esplendida de otoño; el sol en lo alto del cielo ilumina el jardín. Marcelo se pone sus pantalones grises, su camisa de cuadros y su chaleco negro, se calza sus zapatos marrones, se mira en el espejo, coge el peine y se peina sus cabellos grises y coge la colonia y se perfuma. Es muy coqueto. Mira alrededor de la habitación. El bastón, ¡dónde estará! Ahí, al lado de puerta está el bastón, lo coge. Tiene la empuñadura de plata y fue un regalo de cumpleaños. Marcelo abre la puerta, sale al rellano de la escalera y se encuentra con su vecino Miguel. ─ Buenas tardes, le dice. ─ Buenas tardes -contesta Miguel- ¿de paseo? ─ Sí, voy al jardín, me espera María. ─ Yo voy a ver a mi Carmen, está en la cama con fiebre. ─ Que se recupere, le dice Marcelo Marcelo baja poco a poco los peldaños de la escalera hasta el portal. Abre la puerta y sale a la calle. Se dirige al jardín, da un paseo y ve en un banco sentada a María. Se acerca a ella. ─ Buenas tardes, María ─ Buenas tardes, contesta María. ─ ¡Qué guapa estás! ─ Hoy me he puesto este vestido azul, que tanto te gusta, Marcelo. ─ Sí, me gusta mucho, ¿recuerdas cuando vestías el uniforme de enfermera? Eras la más guapa del pabellón. Yo tenía una pierna herida, una bala incrustada en la rodilla, me tenían que operar y tenía mucho miedo y tú me animabas mucho. Yo presumía de ti, eras la más guapa del pabellón. ─ Sí, Marcelo, era muy joven y eran tiempos de guerra. Una enfermera se les acerca con una bandeja. Lleva café con unas galletas y les sugiere que se acerquen a la mesa donde estarán más cómodos. Cuando terminan de merendar, Marcelo le propone a María un paseo. Se levantan. Marcelo coge su bastón con la empuñadura de plata y María el suyo. ─ María, qué bonita eres. Ella se sonroja Marcelo se acerca a un rosal y coge una rosa blanca y se la ofrece.
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─ Gracias Marcelo, qué atento eres. ─ María, mañana te invito al cine. ─ Encantada, ¿qué película ponen? ─ No lo sé, pero todas son bonitas. Siguen paseando y se les acerca un joven. ─ ¡Hola, papá! ¿cómo estás? ─ Yo bien -le contesta- pero ¡tú quién eres! ─ ¡No me conoces! Soy tu hijo Mario. ─ ¡Mi hijo! Yo no tengo hijos, sólo tengo a María, mi enfermera. ─ ¿La conoces? ─ Sí, papá. Poco a poco anochece y Mario se despide de su padre y de María. ─ María, este joven dice que es hijo mío. Pero si no me conoce de nada, en el frente en la guerra hay muchos jóvenes que se parecen, será uno de ellos. María no contesta y le mira con ternura. ─ María, se hace tarde y tenemos que regresar al pabellón. Se acercan al edificio y una enfermera los acompaña al comedor, son las siete de la tarde, la hora de cenar. Se sientan en una mesa con unos compañeros de residencia donde viven. Después de cenar se despiden hasta mañana y se va cada uno a su habitación. Por la mañana, en el desayuno, María no ve a Marcelo, le echa de menos. ─ Más tarde bajará, piensa María. En la comida tampoco lo ve, habrá venido su hijo y estará con él. Por la tarde, María baja al jardín, se sienta en su banco y espera a Marcelo. Se acerca la enfermera con la merienda, en silencio... María le pregunta por Marcelo. La enfermera le dice: Marcelo esta noche se ha quedado dormido para siempre, tenía entre sus manos una rosa blanca. ─ Hasta siempre, Marcelo, amigo mío. Y a María le resbalan dos lagrimas mientras mira al cielo. Rosa María Diego
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UN ENFADO ENTRE CAMPESINAS
RELATOS
La acción se desarrolla en un pueblo del interior de la geografía española. Dos vecinas se encuentran. Una de ellas está apoyada en el quicio de la puerta de su casa. Personajes: Benita y Maruxa. BENITA (En actitud afable): ¡Hombre, Maruxa! ¿Cómo estás? MARUXA (Seria y cortante): Hola. Tenía ganas de encontrarme contigo. B: Ah ¡Pues bien! Aquí estoy. M: Vengo a decirte que estoy muy enfadada. Cansada de que siempre me hagas lo mismo. Estoy hasta la coronilla. (Señalándose en la cabeza con los dedos en piña e irritada). B: Pues ¿qué pasó? M: Pasó que todos los días dejas tus vacas sueltas sin vigilarlas y se meten en mi parcela a pastar con las mías, teniendo así que compartir la hierba. Estoy agotada de intentar echarlas fuera. B: Sí. Ya te vi. M (Con actitud amenazante): ¿Y no te da vergüenza? Tienes las vacas sin ordeñar desde primera hora de la mañana, con las ubres tan hinchadas que cualquier día les van a reventar. Y yo, como sufro al verlas, voy y las ordeño. Y repito, se comen mis pastos (silabeando) B (Abatida y con voz entrecortada): Pero… Pensé que no era para tanto. M: No me retruques y déjame terminar. Además, te diré que te he estado espiando y he visto que te pasas el día delante del televisor. ¡A saber, lo que ves! Seguro que telenovelas. Y yo mientras tanto, haciendo tus tareas y las mías, sin tiempo siquiera para ir a ver a mis hijos y nietos. Eres una desconsiderada, una abusona, una egoísta, una dejada. Solo piensas en ti. Y esto se tiene que acabar. B: Pues… pues… M (Cada vez más enfadada): Pues, ¿qué? B: Tengo que decirte que ver la televisión tampoco es tan malo. Ahí aprendí lo que es la asertividad.
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M: ¿La aser… qué? B: La asertividad es la habilidad de decirle a una persona lo que deseas, necesitas u opinas, de una manera amable, franca y adecuada. Teniendo en cuenta sus derechos, sin demonizarla, sin enfadarte y sin tener que defenderte a golpes o insultos M: ¿Y…? B: Pues he pensado, que, ya que las dos tenemos que cumplir con nuestras labores del campo, cosa que yo no he hecho, y pido disculpas por ello, podríamos turnarnos para atender a las vacas. Unos días tú, en tu parcela, y otros yo, en la mía. De este modo también tu tendrías tiempo para ir a ver a tus hijos y nietos al pueblo de al lado y yo para ver la televisión. M: Me presta lo que me dices y me parece que alguno de esos días que no tenga que trabajar, además de ir a ver a mis hijos y nietos, también voy a ver la televisión. Nita Prego
LA VIDA COTIDIANA
RELATOS
Luisa: Buenos días, María, ¿qué tal? María: Qué época. ¿Será un sueño? ¿O tal vez un huracán de pesadillas? Y menos mal que no estoy enferma. Y el sol sigue luciendo a pesar de todo y de la mascarilla esta que nos ahoga. ¿Tú cómo estás? L: Preocupada como te puedes imaginar. Los hijos en Australia. Me gustaría visitarlos, pero un día te dicen que no puedes viajar; otro que sí…No es fácil y menos para los que tienen que tomar decisiones y poner normas…No sé. M: Paciencia, mujer. Hay que tener un poco de paciencia. L: Sí, porque además me mandan fotos de los nietos: que si empiezan a hablar, que si ya van a la guardería, que si hablan el inglés y el español… M: Bueno, mujer. Ya vendrán tiempos mejores. Habrá que hacer lo que se pueda, disfrutar de lo que nos dejen… L: (Contesta con aire ausente) Es verdad, es verdad. Bueno, te dejo. Me tengo que ir. Me alegro de haberte visto. Hasta pronto. M: Y yo a ti. La próxima vez que coincidamos ya verás como todo va mejor. M (Para sí misma, alejándose): Pobre mujer. Nunca superó el accidente de aviación en el que murió toda su familia. Fátima Alvarado
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El acuerdo
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Personajes: Juan, Ana y el gato gordi Se abre el telón y se ve el salón de una casa a media luz. En el centro una mesa de comedor con dos cubiertos puestos. Dos velas encendidas hace tiempo porque están a punto de consumirse. Pegado a la pared un gran sofá amarillo, sobre él descansa un gato. En una silla se ve sentado a Juan. Se oye el ruido de una llave en la cerradura y una puerta abriéndose. A continuación, pasos de una persona que se acerca. Entra Ana en el salón que se ilumina por completo. ANA: ¡Hola, Gordi! ¿Qué tal estas? (dirigiéndose al gato y acariciándole). A: ¡Hola, Juan! ¡Qué mesa más bonita has puesto!! ¿Celebramos algo? JUAN (serio): No, nada. Solo me sentía creativo. A: ¡Qué pena las velas! J: Si me hubieras avisado de que te ibas a retrasar, las habría encendido en el momento preciso. A: Perdóname. Perdí el vuelo de las cuatro y tuve que esperar al siguiente. J: Me lo imaginé. Por lo menos me podías haber enviado un WhatsApp avisándome de tu retraso. A: He estado muy liada… lo que importa es que ya estoy aquí. ¿Cenamos? ¡Estoy deseando darme una ducha!
J (seco): Tú siempre estás muy liada. A: Joer Juan, llevo toda la semana fuera de casa y nada más llegar empiezas con tus reproches. Por favor, dame una tregua. Ya te he dicho que lo siento. ¿Qué más puedo hacer? Te prometo que el fin de semana te lo dedico a ti. Nada de móvil ni de trabajo. Juan se levanta de la silla y sale del escenario. Ana coge el gato y le sienta encima de ella. Juan entra con una fuente en las manos. A: ¡Uyy, qué bien huele eso! ¿Me has preparado mi plato favorito? Eres un cielo, Juan. Juan coloca la fuente en la mesa y comienza a servir la cena. Cuando ha servido los dos platos, se sienta. J: No es suficiente con decir lo siento Ana, si en el fondo no lo sientes. A: Pero qué pesado estas hoy. Con lo rico que está el pastel de pato, vamos a disfrutarlo. Qué bien hice cuando te enseñé a prepararlo. A ti te sale tan bien como a mí. J (seco): A partir de ahora lo vas a tener que preparar tú si quieres comerlo. A (extrañada): ¡Qué dices! ¿Por qué? ¿Te has cansado de hacerlo? J (tajante): De lo que me he cansado es de ser tu cocinero, chofer, jardinero…
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estos dos años han sido muy difíciles para mí en el trabajo. En la empresa no dejan de exigirme y no les podía fallar. A partir de ahora ya estaré más relajada. J (sonriente): Ya me da igual, Ana. Me he llevado unas cuantos cosas y el resto vendré a buscarlas cuando tú no estés. Adiós Ana. Juan sale por la puerta. Ana se deja caer en el sofá. Coge al gato y le acaricia con una mano. Con la otra se acaricia la tripa.
A (pensativa): Hombres, se quejan por todo… Y el tonto de Juan no me ha dejado ni hablar. Ahora tendré que pensar si quiero un padre para Lucas. Se baja el telón. Casilda González Portilla RELATOS
A: ¿Has bebido algo antes de venir yo? Si no, no entiendo tantas tonterías. J: No, no he bebido nada. (levantando una copa) Vamos a brindar por la última cena. A (furiosa): Me estás asustando Juan. Deja de decir tonterías. Voy a ducharme porque ya se me han pasado las ganas de cenar. Ana intenta levantarse de la silla, pero Juan se acerca rápidamente y agarrándola de un brazo la sienta. Coge la otra copa y se la pone en la mano. J (riéndose): Te he dicho que vamos a brindar por nuestra última cena. A (fuera de sí): ¿Última cena? ¿Por qué va a ser nuestra última cena? No te entiendo. J: Parece mentira, con lo listuca que eres para otras cosas Ana… Me voy. TE- DE- JO. A (echándose a reír): Tú oyes lo que estás diciendo. ¿Me dejas? Se te ha olvidado nuestro acuerdo y las condiciones del mismo. Solo llevamos dos años juntos y no has cumplido con tu parte del trato. Si me dejas, recibirás noticias de mi abogado. J (sentándose en el sofá): No me he olvidado del contrato ni de las condiciones del mismo. Tú atrévete a denunciarme. Cualquier juez me dará la razón. ¿Sabes cuantos días hemos pasado juntos en estos dos años? Cincuenta y tres días. Si quieres te digo los días exactos. Los tengo en la agenda del móvil. No me lo has puesto nada fácil para que te pudiera dejar embarazada. A (con cara de asombro): Sabes que
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WASAP CALIENTE Está el wasap caliente. Y es que la gente está últimamente muy susceptible. Y si no, ya lo veréis, me vais a dar la razón.
VIOLETA- Hazme caso querida, dos veces matrícula de honor en Lengua y Literatura. Es una oración condicional y va separado.
A continuación, cuatro amigas escri- ROSA- Pues veo que hemos ido con profesores diferentes. Yo no lo biendo en el chat. ROSA- Hola, chicas. Acabo de ver veo así. Lo que yo he querido decir la película El camarote de los her- es que: “Hay que alegrarse por algo manos Marx, ¡Jo!, ¡qué hartón de porque sino nos morimos de asco”. risa! Me ha alegrado la tarde. Os la Para mí es una oración adversativa recomiendo porque con la que está no condicional.
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cayendo… Hay que alegrarse por VIOLETA- Siempre tienes una excusa. Hoy dices que es una oración algo que sino… VIOLETA- Pues sí, alégrate por eso, adversativa y ayer cuando escribiste porque por la buena ortografía con un “a ver si…” con h y b, que no tela que escribes no será. A ver si nías las gafas puestas. Y el otro día usas el corrector, el “sino” que has cometiste otra falta ortográfica y pusiste la excusa de que hacía mucho escrito, va separado. sol y veías la pantalla negra; y la seROSA- ¿Cómo? El “sino” y “si no” mana anterior de que tenías los desiembran muchas dudas. Que sepas dos gordos y el teclado pequeño. que cuido mucho mi ortografía, de Vamos que digo yo, que en un rato hecho, mis compañeras de trabajo de estos si te aburres, en vez de ver cuando tienen una duda siempre me una película ¿por qué no te repasas preguntan a mí. Y no, no tienes ra- el manual de ortografía? zón.
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ROSA- Sigo diciendo que para mí es una oración adversativa. Y tú, Begoña, ¿qué opinas? Se apuesta un chocolate con churros.
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res, ni políticas ni gramaticales. Dején que el lenguaje evolucione, ustedes allá están muy anclados en el pasado.
Entra en el diálogo una tercera per- VIOLETA- ¡Qué barbaridad! sona BEGOÑA- Me gustan más estas BEGOÑA- Esto se pone emocio- discusiones que los debates polítinante. Os veo muy instruidas con cos. Me apunto a ver El camarote. eso de la adversativa y la condicio- ROSA- Pues esto no queda así. nal. ¡Uy! A mí eso de “la condicio- Voy a ir a buscar el libro de gramánal” me suena fatal. Pero yo qué tica y sacarlo del baúl de los requeréis que os diga, ni la gramática cuerdos. Que sepas Violeta que en ni la ortografía es lo mío. De peque- mi casa todo sale del baúl, “no del ña coleccionaba números de telé- armario” como en la familia de fono de memoria. Hasta treintaiséis otras… llegue a tener, ¡parecía el listín de la telefónica! Y hasta jugaba con VIOLETA- ¡Esto es el colmo! Samis amigas a recordar matrículas béis lo que os digo, que salgo del de coche. No me ganaba ninguna. grupo porque sino/si no… ¡Qué tiempos aquellos! No sé qué deciros. Si a estas alturas para mi desgracia, en la palabra redacción, aún no sé si se acentúa la consonante o la vocal. ROSA- Pues entonces no nos vales. Necesitamos desempate. Que hable la de la Argentina.
¿Margarita, estás ahí? Entra una cuarta amiga desde la Argentina.
ROSA- Sino “Sopa de ganso” o “Una noche en la opera”. MARGARITA- ¡Che! ¿Han tomado algo? No sean boludas. No discutan por pavadas.
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MARGARITA- ¡Oh! Los Hermanos Marx ¡Remacanudos! Les diré que acá lo escribimos según nos parece. Los que hemos nacido en el Nuevo Mundo, tenemos el derecho de reinventarnos la gramática a nuestra manera. Mi amiga Lupita Velasques dice que Latinoamérica no tiene por qué someterse a las normas rígidas de los conquistado-
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“La libertad hermosa bandera desgarrada pero erguida, se abre paso como el trueno contra el viento” Anónimo
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LOS EXHOMBRES. “El gasolina” Guardó el libro y terminó de cerrar el petate. El indulto había llegado en una mañana fría de finales de diciembre. Una franja de nubes negras se cernía sobre la ciudad, el reino de Mordor se hacía presente. Esperó al autobús de línea para llegar a la ciudad. De ahí tomaría al día siguiente el tren para la capital. Quizás allí cambiaría su suerte. Pasó la primera noche en un prostíbulo. Con Maiba, una nigeriana con la piel más oscura que la mente del marido del que consiguió escapar, de mirada más negra que el camino del hambre y la inmigración y con el corazón más seco que las propias arenas del desierto que tuvo que atravesar. Y en donde leyó, en cada de cicatriz de su cuerpo, como grabado con lacre, que la libertad cobraba siempre un alto tributo. Abandonó el local al terminar la noche, después de saciar su sed tras quince años de abstinencia de carne en el talego. La ciudad despertaba a la vorágine de las compras navideñas. Decidió aplazar unas horas la salida hacia la capital. Pasó el día
deambulando por las calles sin rumbo fijo, descubriendo cada rincón de cada calle y calleja, de cada comercio y cada casa. Disfrutando de la recién estrenada libertad, único dueño su tiempo, pero ¡tan huérfano y tan ajeno al asfalto que pisaba! Hasta que sus pasos le llevaron hasta La independencia. La Avenida de la Independencia, casa número cuatro, tercer piso, “La mexicana”. La apodaba así por el efecto tan picante que producían las caderas de esa mujer en él. Las persianas estaban medio bajadas. Dudó en pulsar el timbre. Fue en otra época, otros deseos, en otros cuerpos. Quizás mañana… Recordó su infancia. Fue el hijo único de una relación muerta ya desde su inicio, un estorbo para el mundo ya antes de nacer. No habían cambiado mucho las cosas desde entonces. Notaba la repulsa que producía su aspecto entre los viandantes. Los que podían le esquivaban, otros desviaban la mirada. De algún bar ya le había expulsado algún que otro camarero y algún ladrido de perro callejero también había tenido que aguantar. No
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se lo echaba en cara, ni a él mismo le agradaba su aspecto. El fango seco y resquebrajado que formaba la piel de su rostro paseaba además en la mejilla izquierda un surco profundo, fruto de la caricia del acero en una vieja reyerta. Fue en una pelea de gallos a la hora de repartir un mísero botín. Una mueca de sorna le asomaba ahora al recordarlo. Tampoco la otra parte salió victoriosa. Sobre la cabeza le resbalaba un pelo graso y lacio, sin una pizca de gracia, como una lluvia de marzo. Del resto de la fisonomía mejor ni hablar. Difícil encontrar así un trabajo medio decente. En prisión había asistido diariamente a clases y se había sacado el título de estudios primarios. Quizás en la capital…
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carritos rebosantes de comida y regalos. Se sentía acosado por los villancicos estridentes que sonaban a su alrededor. Nunca le gustaron. Echó mano al bolsillo y contó las monedas que le quedaban. Suficiente para algo de alcohol. Buscó después refugio en un cajero para pasar la segunda noche y protegerse de la intemperie. Entró en uno de la Banca Nacional. Se acomodó en un recodo, pegó un par de tragos de la botella de ginebra y sacó el libro de Grabrielle de Felice-fruto de un pequeño hurto de la biblioteca en la prisión- y comenzó a leer:
“El viento dobla la esquina, la nieve blanquea el aire, un cielo gris plomizo ahoga, las últimas horas de la maltrecha tarde…”
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El centro comercial era un cocido en ebullición. Las luces con su encendido y apagado frenético incitaban a un consumo impulsivo. Observaba a la gente empujando los
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Pegó unos tragos más. Pero los efluvios del alcohol desatan fácilmente el pergamino que protege al corazón de las fuertes emociones y como era de esperar, comenzó a echar de menos a los colegas, al “Chapas”, al “Pringao”, al “Metralleta”. El “Chapas”, su compañero de celda desde hacía siete años. Le apodaban así porque tras un intento de huir de la policía se pegó tal piñazo con el coche, que hubo que unirle en el hospital todos los huesos rotos con varias placas y tornillos. Desde entonces, una cojera con gracia marcaba su andar. ¡Venga “Chapas”, vente pacá y pegaté unos tragos! Cómo disfrutaba con sus parrafadas nocturnas.
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El “Pringao” se ganó ese mote porque se culpó él mismo de un delito que no había cometido por defender a su mujer, y esta le pagó liándose con otro al poco de entrar en prisión. El “Metralleta”, al que le pillaron con 200 Kg de hachís en el coche. Un buen colega, todo legal. Y tú “Metralleta” ¿En qué piensas? Venga, anda, dispara. Jo, ¡qué tío! Cuando comenzaba a hablar no había quién le parara. Y él mismo, el “Gasolina”, condenado a quince años por varios atracos a mano armada en diferentes estaciones de servicio. ¡Qué buena piña hacían! Casi su familia. Y entre trago y trago casi deseó seguir en el trullo. El despertar en la mañana no fue mucho mejor. La resaca del alcohol se mezclaba con una sensación de hastío en la boca del estómago. El pitido del tren atravesó la estación como una lanza de acero. Llegaba el tren que cambiaría su destino. Lo vio al final del andén. Aún circulaba a velocidad. Se acercaba. Miró la vía. No lo pensó dos veces y se tiró.
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RECUERDOS DEL PASADO se da la vuelta y sale de la habitación. Tomás impasible sigue meciéndose en la desgastada mecedora, con la mirada perdida, dibujando la tapa de su caja, y disparando algún conejo que se le acerca de vez en cuando. Eva González Sarabia
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Una tarde fría y húmeda de otoño, una de tantas durante los últimos siete años en la que Tomás permanece sentado frente a la ventana, meciéndose hacia adelante y hacia atrás en su desgastada mecedora, con la mirada perdida en el horizonte y sosteniendo entre sus piernas la caja de madera de la que nunca se le vio extraer nada. Tan solo dibuja con su dedo índice una y otra vez, la figura de mujer que esta labrada en la tapa. De pronto apunta con el dedo y pum, pum, pum, se lee en sus labios. No emite ningún sonido, pero dispara a un conejo que olisquea los brotes tiernos de la pradera. Y continúa paseando el dedo por la tapa de su caja. La puerta de la habitación se abre, Tomás no se mueve. Una enfermera entra, le sube la manga de la camisa y le inyecta un tranquilizante. Tomás levanta la cabeza, la mira fijamente y sus labios vuelven a dibujar pum, pum, pum mientras la apunta con el dedo índice. Ana se acerca a su oído y le dice: no es una escopeta lo que guardas en tu caja Tomás ¡si no te gusta la caza! Es el libro que no conseguiste publicar. Dios mío a lo que podemos llegar, dice en voz casi inaudible, mientras
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LEO Conocí a Leo en el centro de acogida en el que yo trabajaba como cocinera. Los residentes se encargaban de algunas labores como pelar y picar las patatas, la verdura, y también de la limpieza de platos, vasos, cubiertos y demás utensilios utilizados para la preparación de la comida. Leo, a su pesar, se hacía notar. Su corpulencia física, media más de dos metros, no le dejaban pasar desapercibido, como a él le hubiese gustado. Su edad era difícil de calcular. Se mantenía en forma y estaba ágil Estaba más bien delgado. Su rostro curtido. Unos ojos claros y rodeados de grandes surcos, que dejaban ver una tristeza infinita. Sus manos encalladas y con alguna cicatriz, deduje que por el tiempo pasado a la intemperie. Su timidez y su reserva eran tan grandes como él. A pesar de su aspecto lo que más me llamó la atención de Leo es que siempre estaba con un libro en la mano. Yo llevaba varios años trabajando en aquel centro y mi lema era tener la mínima relación con los residentes. Me dirigía poco a ellos y siempre con algún tema relacionado con la cocina. Pero con Leo fue diferente. Había algo en él que me atraía así que un día decidí romper mi regla. Aprovechando que tenía un libro en la mano le pregunte si le gustaba leer. Me contesto con un escueto sí. Fácil no iba a ser, pero poco a poco se fue abriendo.
Lo que voy a contar me lo conto Leo, después de muchos ratos de conversación. Bueno, en realidad, Leo no se llamaba Leo, pero a él le gustaba que le llamasen así. Algunas cosas salieron de su boca, otras las intuí yo. Leo había nacido en un pueblo del Alt Penedes. Descendía de una familia, en la que antes de nacer, tu vida ya estaba planeada al milímetro. Estudiarías en el Liceo francés, irías a una buena universidad a estudiar algo relacionado con la empresa familiar .Trabajarías en esa empresa y te casarías con alguien del círculo familiar. El bisabuelo de Leo había empezado con el cultivo de la uva en una pequeña finca que tenía. Su abuelo había ampliado las hectáreas que dedicaban al cultivo y había hecho una bodega. Su padre había consolidado el negocio y ahora eran uno de los principales productores de cava de la zona. Leo cumplió con el plan trazado para él, sin salirse un ápice de lo marcado. Cuando acabo la universidad le esperaba la empresa familiar y una novia, hija de unos amigos de sus padres. Sin embargo, ocurrió algo que ni por lo más remoto estaba en el plan de ruta de la familia de Leo: un buen día la madre de Leo se fue de casa. Increíble, verdad. Yo también me
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sorprendí cuando Leo me lo dijo. Una tarde cuando Leo, su padre y sus hermanos volvieron a casa del trabajo se encontraron con que su madre se había ido. Así sin ninguna explicación. Solo les había dejado una carta a cada uno de ellos. Leo nunca supo lo que impulsó a su madre a tomar esa decisión. Tampoco supo lo que ponía en las otras cartas. Solo sabe que a él le animaba a vivir su vida y a ser libre. Libre, vivir su vida. ¿Qué quería decir su madre con ser libre?
Leo no entendía el porqué. Para él su madre no había hecho nada malo. A los seis meses de la marcha de su madre, Leo se fue de casa. Había intentado hablar con su padre, pero esté se negaba a escucharlo. Así que cogió cuatro cosas y algo de dinero y se largó. Solo dejo una escueta nota a su padre pidiéndole que le dejase hacer su vida. Leo se fue a la otra punta de España. No quería que nada le recordase a su familia. Buscó trabajo antes de que se le acabase el dinero que llevaba. Tenía un buen currículo, pero se dio cuenta de que si trabajaba en una empresa jamás sería libre. Todas te pedían datos y más datos sobre ti: dirección, teléfono, cuenta bancaria, etc, etc. La sociedad impone unas normas y que difícil es salir de ellas. Leo trabajó como temporero recogiendo fruta, cobrando en negro. Cuando acabó la temporada de la fruta se hizo a la mar en un barco de pescadores. El patrón no ponía pegas a llevar trabajadores en “b” como él los llamaba. El trabajo era duro y aunque el espacio en el barco era reducido él se sentía libre por primera vez en su vida. Así estuvo varios años hasta que el patrón se jubiló y el nuevo no quiso saber nada de esas prácticas. De vez en cuando Leo llamaba a su casa, siempre desde un número diferente. No quería que le localizasen. Así se enteró de que su madre había vuelto a casa a cuidar de su padre enfermo. En otra de las llama-
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Él nunca se había cuestionado si era libre o no. Se veía libre, pero ¿era libre? Durante semanas, meses estuvo dándole vueltas a esa pregunta. ¿Era libre? Se dio cuenta de que nunca había sido libre. Siempre había hecho lo que esperaban de él. Hasta la fecha, tenía casi treinta años, no había tomado una decisión por sí solo. Si hasta le compraban los calcetines. Su padre prohibió hablar de su madre y mantener contacto con ella.
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das le dieron la noticia de que su padre había muerto. En los últimos años las cosas no le habían ido muy bien a Leo y ahora vivía gracias a los servicios sociales. A mí, una currita que gana el salario mínimo, que vive con dos compañeras porque no puede pagar el alquiler sola, que se plantea no ser madre por lo difícil de la conciliación, que alguien deje su cómoda vida para ser libre me parece muy romántico, pero también de tontos, con perdón.
Una mañana, cuando llegué al centro, Leo se había ido. Nunca supe si Leo se había arrepentido de la decisión que tomó y si al final se había sentido libre. Yo no consigo olvidar a Leo. Cuando voy por la calle y veo un tipo corpulento acelero el paso para comprobar que no es Leo. Casilda González
De golpe Adriano conoció el dolor de golpe. El 3 de diciembre del 2018 a las 19:30h cuando descolgó el teléfono y al otro lado del auricular la voz desconocida de un agente de la policía nacional le comunicaba el accidente de tráfico mortal de su esposa. Recibió la noticia recién llegado a casa, después haber pasado el día celebrando la jubilación de un compañero de trabajo. Aún, con los zapatos puestos. Aún, con las llaves en la mano. Aún, con la sobredosis de alcohol de los últimos tragos en la boca. Se vio obligado a salir de nuevo camino de la Morgue.
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Llamó al taxi con la voz ronca y ajada. Con la garganta extenuada de haber cantado y repetido hasta la saciedad las sonatas que ahora resonaban ridículas en sus oídos. No tuvo valor para identificar el cadáver. La información fue contundente. El fuerte impacto había deformado su cuerpo y las facciones de su rostro.
Bastaba con identificar los objetos personales. De la bolsa de papel fueron saliendo uno a uno como fósiles ya de otra era. Lo primero el carnet de conducir y el DNI. Después la alianza, cortada. El móvil inservible. El reloj de pulsera con la esfera rota aparecía parado en la hora del accidente; la ropa hecha jirones, los zapatos con sangre… De regreso a casa, sobre la cocina aún caliente, el aroma del guiso emanaba de la cazuela y el pan tierno esperaba lascivo, como una mujer de la calle en la esquina espera a un cliente que no llega. En la entrada la disposición de las zapatillas mostraba una salida precipitada. Sobre el aparador, los billetes de avión para el viaje a París en el puente de la constitución, una mofa del destino, estampitas para un timo. En el desolado dormitorio, la sombra de su aliento quedaba dormida en un lecho vacío.
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Habían pasado ya dos años de aquella funesta tarde. Dos años fingiendo ante todos ser el hombre fuerte que no era. Ahora llegaba la pandemia, la cuarentena, el aislamiento. La excusa perfecta para eludir las quedadas con los amigos, los abrazos forzados, los besos no deseados. ¡Bendita reclusión! Se ponía fin a las tediosas comidas de trabajo de los viernes, esas que se prolongaban horas hasta tarde.
Buenos Aires a La Pampa, de La Pampa a las montañas de Bariloche y de los Andes hasta el sur de la Patagonia. Una historia donde los personajes denuncian el efecto negativo del cambio climático sobre la supervivencia de los glaciares.
A cal y canto cerró puertas y ventanas. Apago luces, bajo persianas. Desenchufó el timbre de la puerta y dejó el móvil en off. Se desnudo, se sumergió en agua tibia y sudó. Sudó y sudó. Sudó por cada uno de todos los poros de su piel. Un sudor de palabras sordas, de aroma ciego de ausencia herido, un sudor frustrado de proyectos talados de raíz, un sudor... Un sudor que bañó con el vapor de la tristeza todas las pompas de jabón.
masticar y digerir el sólo. Cinco minutos tardó Gabrielle en invitar a su amigo a que la acompañara a su viaje. Dos, tardo él en decir que sí.
Durante todo este tiempo Gabrielle se había mantenido al margen de la vida de su amigo, respetando el duelo que se debatía dentro de él. Algo debía
A media mañana una llamada de teléfono de la jefa de Adriano le informaba de la inestable situación económica que continuaba pasando la empresa y le anunciaba la obligada prolongación de su ERE por seis meses más. Colgó. No daba crédito. Jamás lo hubiera podido imaginar. Casi no se lo podía creer. Su semáforo brillaba en verde. No volver a verlos ¡Seis meses más de ERE! ¡El mayor de los milagros! * Clara San Miguel *Frase final del E. Ibsen en Casa de muñecas.
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A principios de Julio Gabrielle de Fellice recibió la llamada de su amigo mientras preparaba las maletas para la presentación de su nuevo libro en Mar del Plata. “El semáforo en rojo” su última obra. Una mezcla de amor, aventura y ecología. Una novela donde sus protagonistas recorren de norte a sur el país argentino. Un viaje de
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LA MASCARILLA Para mí la palabra ligar jamás estuvo moribunda ni nunca fui cicatero a la hora de aceptar un buen plan, aunque ocasional, en compañía de una hermosa mujer. Nunca había tenido ni deseado una pareja estable, pero sí aceptaba relaciones esporádicas que no me supusieran compromiso alguno. Hasta ahora estas relaciones temporales me habían dado muy buenos resultados por lo poco exigentes y porque eran lo que yo siempre iba buscando. La ventaja de las aventuras es que nunca te fías del contrario, ni le das más de lo que tienes que dar, y a cambio él te da exactamente lo que tú quieres que te den. Siempre me consideré una persona práctica en este campo y el romanticismo, la confianza y la credibilidad no iban conmigo. Había cumplido cuarenta años y mi perspectiva sobre las relaciones estaba dando un giro y era consciente de que eso sucedía no sólo debido a la edad. Sentía un vacío, sentía la necesidad por primera vez de compartir y departir sobre mis dudas, sentimientos, opiniones y aficiones, cosa que hasta ahora solo había hecho con mis amigos del sexo masculino y jamás con mis coyunturales parejas. Era una persona de carácter afable con aficiones normales, medianamente culto, me gustaba bastante leer y le dedicaba tiempo, así como
a asistir a eventos culturales en teatros, salas de exposiciones, cines, y algún que otro concierto de música clásica. Buen conversador y atractivo, de ello podrían dar fe mis circunstanciales parejas. Buena presencia, vestía siguiendo las tendencias de la moda con cierta flexibilidad, no siempre de manera rigurosa. Sano, procuraba cuidar mi alimentación, no bebía ni fumaba. Musculatura bien definida, el gimnasio entraba dentro de mis prioridades. Tez morena y una abundante cabellera con la que la naturaleza me había dotado, aunque en mis sienes comenzaba a intuirse algún indicio blanquecino. Mi situación económica era saneada, nunca fui un derrochador de dinero, pero sí de simpatía. Tenía, en cuestión de finanzas, la cabeza bien amueblada. Me encontraba inquieto, sin saber muy bien por dónde empezar. Nunca antes había experimentado esa necesidad y siempre me habían dado facilidades para no tener que pensar en ella. Era consciente de que una agencia matrimonial me proporcionaría comodidad para conseguir algún contacto previo o quizá algún método de entrenamiento emocional que potenciaría mis cualidades para encontrar la pareja que ahora tanto deseaba. Tenía la impresión de que esto supondría dejar que indagasen en mi
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bros redondeados y largas piernas, bien torneadas, sobre zapatos de tacón alto. Estas cualidades siempre me habían atraído de una mujer. Estaba acostumbrado. Por ello, en principio, pensé que lo que allí aparecía podría tratarse de una broma, pero estábamos en plena pandemia y concluí que era la forma más cercana de plasmar esta realidad que estábamos viviendo. Ella se había fotografiado con mascarilla. La consideré un complemento más a su indumentaria. Mi objetivo era conseguir una cita, así que, obviando el detalle, contacté con ella y después de proporcionarle algunos datos sobre mí: nombre, edad, dedicación… y una de mis mejores fotos, quedamos citados para la siguiente tarde en una céntrica cafetería. Ambos fuimos puntuales y nos saludamos respetando el protocolo establecido debido al terrible momento que estábamos padeciendo. Los dos éramos portadores de respectivas mascarillas. Nos sentamos en la terraza en una mesa apartada de la acera para evitar los ruidos derivados del trasiego de camareros y voces de los viandantes que concurrían al paseo vespertino. Pedí un café, ella no quiso tomar nada. Mientras la miraba vino a mi memoria el comentario radiofónico donde decían que llevar mascarilla
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entorno, en mi intimidad a base de rellenar un montón de formularios, test de personalidad, y de entrevistas con psicólogos a los que tendría que exponer mis gustos, aficiones, proyectos a corto o a largo plazo, y esto era algo que no toleraba. Además de costarme dinero, bastante dinero. Me decidí por elegir otro camino más libre y directo e intentarlo de manera autónoma a sabiendas de que tendría que tomar riesgos de los que podría salir mal parado anímicamente. Pero me llamaba la idea de iniciar una vida en pareja. Entré en Internet y me di de bruces con una página que rezaba “Como buscar pareja gratis”. Pinché no sin cierto temor y seguí el protocolo marcado hasta encontrarme con una especie de recopilatorio fotográfico donde se mostraban hombres y mujeres posando. Me dirigí al apartado específicamente femenino y comencé a deslizar las imágenes que allí aparecían. No me había hecho una idea del tipo de persona que me gustaría para comenzar una relación, pero cuando apareció la foto, aquella foto, me quedé paralizado. Era un retrato, de cuerpo entero, de una mujer de pelo oscuro y piel clara. De grandes ojos negros y elegantemente ataviada con un vestido rojo sin mangas, el cual se amoldaba perfectamente a su bien proporcionado cuerpo. De hom-
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nos hacía parecer más guapos. Puedo asegurar que ella no lo necesitaba. Así todo, en ningún momento se desprendió de ella. Entablamos una conversación fluida y amena sobre temas no demasiado profundos. Los dos demostrábamos ser buenos conversadores y se creó un clima agradable. Aquella mujer de voz sedosa, envolvente y de tono modulado reía, nunca mejor dicho, con aquellos expresivos y enormes ojos. Decidimos dar un paseo. La tem-
respuesta. El impacto en mí fue súbito y por unos instantes me quedé anonadado. Pero retomando el control, mi expresión no mostró ningún cambio, ningún asombro. La parte de su cara que no se veía a través de la mascarilla presentaba una serie de cicatrices, no recientes, algunas más profundas y otras manipuladas, posiblemente por algún cirujano plástico que había intentado recomponerlas sin demasiado éxito.
peratura no era muy alta pero la tarde era soleada. El tiempo pasó de forma rápida y le propuse acompañarla hasta su casa. Al principio se mostró indecisa diciendo que no era necesario, que no quería crearme ninguna molestia, pero finalmente aceptó. En el momento de despedirnos no me llevó a engaño. Se desprendió de la mascarilla y me miró fijamente esperando una reacción o una
No hice pregunta alguna, pero sí intenté analizar de forma rápida las posibles causas de aquellas señales que aparecían en su piel: un accidente, un maltrato por violencia de género… Ella se mostraba serena, pero expectante a mi reacción. No pude evitar abrazarla. Di la vuelta y me dirigí hacia mi casa. Nita Prego
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UNA HISTORIA DE AMOR Enrique y Susana se conocieron en el instituto. Él se enamoró de ella nada más verla sentada en el pupitre delante del suyo. Le volvía loco aquella melena cobriza que ella movía con tanto donaire. Además, era muy inteligente, tenía un cerebro privilegiado para las matemáticas, sacaba unas notas fabulosas. Y por si fuera poco le gustaban las mismas canciones y películas que a él. Enrique era un chaval tranquilo, callado, apocado, extraordinariamente tímido. No tenía muchos amigos, por eso, en los recreos se quedaba en un rincón leyendo comics de super héroes.
El curso estaba dando sus últimas bocanadas envueltas en el calor de junio cuando una tarde, Enrique se armó de valor a la salida de clase y le dijo a Susana si la apetecía ir al cine a ver la película “Rojos” Aunque Susana no quería darle falsas esperanzas, decidió, no obstante, darle una oportunidad y le dijo que sí. Enrique no cabía en sí de gozo. Cuando salieron del cine, él la propuso dar un paseo por la playa. La noche era agradable y cálida como sólo las noches de junio saben serlo. Tímidamente Enrique tomó a Susana de la mano y dejaron que las olas lamiesen sus pies descalzos.
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“Necesito hacerlo”, “Tengo que hacerlo” – pensaba Enrique. Así que cuando llegaron a las rocas se sentaron y entonces él como un valiente presto a hacer el más difícil todavía, la estrechó entre sus brazos y la besó con un beso húmedo y apasionado. Aquella noche Enrique no pudo dormir. Llevaban saliendo apenas un mes cuando en una funesta tarde de julio, Susana le dijo que no se sentía con fuerzas para seguir la relación. Que ella quería ser libre y volar. Que no estaba preparada para una relación formal. No era el momento. Cuando llegara, ella lo sabría. “No eres tú, soy yo” – le dijo. Y se subió a su moto y se fue. Enrique se quedó mirando con ojos vidriosos aquella melena cobriza que volaba al viento y se perdía por la avenida.
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La víspera Susana reunida en cónclave con sus amigas les había dicho que Enrique no era mal tío, al contrario, era un buenazo, pero era muy aburrido. No tenía conversación. No tenía iniciativa. No sabía bailar y además tenía granos. Pasaron unos cuantos años, Enrique y Susana perdieron el contacto y no volvieron a saber el uno del otro hasta que una mañana el destino jugó sus cartas y fueron a coincidir en el tren en un viaje a Madrid. Sentados frente a frente
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se miraron con sorpresa y comenzaron a ponerse al día. Enrique había cambiado los granos por una barba muy sexy y Susana lucía un corte de pelo al estilo pixie muy favorecedor. Susana le contó que se había casado y que había tenido un hijo, pero se acababa de divorciar. Le contó que pilló al muy sinvergüenza con una de sus amigas y eso fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Enrique por su parte le dijo que poco después de su ruptura, conoció a una chica que resultó ser estupenda, con la que compartió los años de carrera y luego, toda su vida. Tenían tres hijos y un perro. Era feliz con su vida sencilla y familiar. Era lo que siempre quiso. Mientras hablaba la miraba con nostalgia de lo que pudo ser y no fue. En contra de todo pronóstico, Susana sintió un pellizco en el corazón y un calor asfixiante la envolvió, algo se le removía por dentro y no pudo evitar comenzar a flirtear con él. Se dio cuenta de que siempre estuvo locamente enamorada de Enrique .... Ana R. López
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UN MISTERIO
sa al joven, siempre está pendiente de todo lo que pasa a su alrededor, por eso está vigilante detrás de su mirilla en cuanto oye un ruido. “Por lo demás, dijo la vecina cotilla, es bien fácil imaginar lo que sucedió.
El viejo admirador vino a ver a tu abuela; brindaron por última vez con la última copa que ella le preparó y después de haberse despedido de su amor, ella murió. Él caballero rindió los últimos honores a la viejecita y se fue para siempre. Parece mentira que estudies criminología, chaval”, concluyó. Fátima
RELATOS
En un primer piso de una tarde cualquiera, una ancianita de cara sonrosada y pelo blanco rizado está haciendo un tapete de ganchillo. Debe de ser el último que haga, pues ya la vista no le da para más. A pesar de las dificultades, ella sigue con la labor porque quiere que esa primorosa labor quede para los que vengan detrás, para las generaciones futuras. A las 8 de la tarde ha ido su nieto a verla. Es un chico alto y desgarbado que está estudiando Criminología. Cuando este llega, encuentra a la abuela dormida, o eso cree él. Lo cierto es que se le ha parado el corazón. El chico se siente abatido. No sabe muy bien qué hacer. Sin embargo, pronto parece tomar una decisión. Va a la cocina. Allí encuentra un cuchillo y una naranja. Recorre las diferentes habitaciones de la pequeña vivienda. En el baño le llaman la atención sin saber por qué el secador y una estufa eléctrica. En el salón se topa con una botella de whisky y dos vasos. El joven sale de la vivienda. Llama a diferentes puertas. Habla con los vecinos. Nadie ha oído nada. Todo el mundo opina que ya le había llegado su hora a la viejecita. A todos, la muerte de la anciana les parece algo natural. Una vecina, impaciente, le dice que un apuesto caballero ha visitado a su abuela. Que ella lo ha visto abandonar precipitadamente el piso. Ella, confie-
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LA SEÑORITA JULIA Julia se asoma a la ventana, caen los primeros copos de nieve. Llama a su madre: mamá ven, ¡mira!, está nevando. María se acerca a la ventana y observa cómo los copos de nieve se mezclan con las luces de Navidad, y hacen piruetas en el aire. - Mamá, ¿iremos a ver a los abuelos en las vacaciones de Navidad? - Sí Julia, pasaremos la Navidad con ellos, habrá nieve y lo pasaremos muy bien. María se sienta en el sofá y le dice: - Julia, acércate y siéntate conmigo; te voy a contar un cuento. - Sí, mamá. Y Julia se sienta en el regazo de su madre. Hace muchos años, vivían tres hermanas en el bosque con sus padres. Eran muy pobres, sus padres trabajaban en el molino del pueblo, pero ese año llovió mucho y se perdieron las cosechas de maíz, y sus padres no tuvieron trabajo. Las tres hermanas se levantaban muy pronto, para ir al colegio, pues el colegio estaba lejos, en el pueblo. Las hermanas pasaban mucho frío, sus abrigos estaban viejos y sus botas muy desgastadas y se mojaban los pies. Cerca del colegio vivía una anciana, Carmen, que era amiga de su madre. Las tres hermanas la visitaban a menudo al salir del colegio. Carmen se estaba quedando ciega, su casa era muy grande, con una gran chimenea. Allí se acurrucaban dos gatitos que vivían con ella. Las hermanas le leían un libro muy viejo que tenía Carmen, le cantaban, le hacían reír, y Carmen les invitaba a merendar.
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Cuando las hermanas se despidieron de Carmen para volver a su casa, esta les dijo: os invito a pasar la Navidad conmigo. Las hermanas se miraron y sonrieron encantadas. Y vuestros padres, que vengan también, añadió Carmen. Llenas de alegría, dando botes y saltos llegaron al bosque, a su casa. Carmen fue feliz esa Navidad, tenía la casa llena: de alegría, de juventud. Ella les contó su vida. Había vivido en muchos sitios, pero aquí en este pueblo rodeada de jóvenes y de niños es donde más feliz había sido. Carmen se había quedado sin padres muy joven y nunca se casó. Andaba de bohemia por el mundo, y en su juventud se dedicó a ayudar a los más pobres, pues tenía conocimientos de plantas medicinales. Las tres hermanas fueron muy felices esas Navidades, disfrutaron mucho de la nieve y patinaron en el estanque helado con sus amigas del colegio. Volvían a casa heladas, allí las esperaban sus padres y Carmen, al lado de la chimenea. Pero las hermanas no se olvidaban de sus amiguitos del bosque, les visitaban, les echaban de menos. Llegó la noche de Reyes, y algo mágico sucedió esa noche. Una estrella bajó del cielo y dejó regalos para las tres hermanas, unos abrigos y unas botas calentitas. A cambio, se llevó a Carmen con ella, y en su cama dejó una escrita una carta. Mis queridas niñas, he sido muy feliz esta Navidad, con vosotras y vuestros padres; yo ya no estaré, pero quiero que acojáis a los niños pobres en Navidad, y los calentéis en la chimenea, y cantéis villancicos, yo os estaré viendo desde las estrellas. - Señorita Julia, despierte, es la hora del desayuno. - Sí mamá, ya voy, pero señorita Julia, ¡soy Cristina! Mamá, ¿dónde éstas? - Señorita Julia, despierte, a desayunar, ¡soy Cristina! - Ay, Cristina, estaba soñando. Rosa María Diego
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Las fantasías de Luna ¡Mamá!, ¡mamá! Mira, ese angelito me ha mirado y me ha guiñado un ojo. La niña tiraba repetidamente de la mano de su madre mientras su madre hablaba por teléfono con su otra hija. Hija, te dejo; tu hermana está muy pesada, ya sabes cómo es con sus fantasías, se ha empeñado en que un angelito del Belén municipal le ha mirado y le ha guiñado un ojo. ¿Tú te lo puedes creer? Si no cuelgo, me va a arrancar el brazo. ¿Cuándo crecerá esta niña? Con doce años estamos igual que cuando tenía siete; pensaba que poco a poco cambiaría, pero no sé, no sé, cada vez es peor, Dios mío, buena nos espera. Da un beso a los niños, ya hablamos, tened mucho cuidado en el viaje. Os esperamos para partir el turrón. Muakis ¿Tú crees que puedes comportarte así? ¿Cuándo vas a crecer? Luna se quedó pensativa y en silencio mirando a su madre y no comprendiendo nada. No entendía cómo solo ella veía ciertas cosas. Como cuando miraba al cielo estrellado y veía cómo la estrella que más brillaba palpitaba más que las demás, o cuando con solo mirar a su perrita sabía si estaba triste, quería pasear o que le leyese una de las historias que ella escribía y la perrita escuchaba con entusiasmo. Su yegua también la llamaba cuando se aburría y ella le hablaba al oído y el animal se reía. O cuando se tumbaba en el prado y en los días de viento que las nubes corren y corren, ella veía tigres, elefantes, leones, serpientes y toda clase de figuras que nadie veía formarse en el cúmulo de nubes. ¡El angelito me ha mirado mamá! Estoy segura y me guiñó un ojo, replicó la niña enfadada con su madre por no creerla. Anda, anda, me vas a volver loca, y tiró de la niña. Al atardecer Luna iba todos los días al Belén y buscó el angelito, pero no lo vio, eso la entristecía, no entendía por qué. El día de la Nochebuena por la tarde, salió a pasear con su perrita y se fue hacia el Belén, pero el angelito no estaba. ¡Qué pena!, pensó cabizbaja. Prosiguió el paseo. Al llegar a su casa metió la mano en el bolsillo de su abrigo para sacar las llaves, sus dedos tropezaron con algo que no recordaba haber metido, tocó, no es un bolígrafo, ni un libro, ni una
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libreta que era lo que normalmente llevaba. Lo repasó con los dedos sin sacarlo. Es un angelito, con sus alas y todo, pensó. Esbozó una sonrisa y lo sacó del bolsillo, era una réplica del que había visto en el Belén municipal. Se lo mostró a Anjana y al hacerlo el angelito abrió y cerró un ojo. ¿Tú lo has visto? No son cosas mías como todos creen. La perrita torneó la cabeza dando su aprobación y se miraron con complicidad. Será nuestro secreto, ¿vale? Juntas entraron en la casa y, como no había nadie, colocaron el angelito sobre el pesebre del Belén que Luna siempre montaba en Navidad. Durante la cena Luna no quitó ojo al angelito por si le daba por volver a desaparecer, pero no se movió. Por la noche, cuando todos dormían, Luna se levantó y Anjana con ella, la perrita parecía pensar… no puedo dejarla sola, no vaya a meterse en algún lío. Luna puso un dedo sobre los labios para mostrarla que no había que hacer ruido, que iban de incógnito. Muy silenciosas bajaron a la planta inferior y se dirigieron hacia el Belén; el angelito no estaba, otra vez se ha escapado, respiró hondo como signo de resignación y ladearon la cabeza. De pronto, Anjana levantó la cabeza y aguzó el oído enderezando sus orejas; dirigió la mirada hacia el mostrador. Luna se percató e hizo lo mismo. Sobre él había un sobre y en él escrito en letra de imprenta “Es verdad”. Luna con mano firme, pero con sumo cuidado lo abrió. Al hacerlo, se quedó perpleja, la misiva estaba recortada en forma de ángel y al sacarla del sobre, un haz de estrellas salió de él deslumbrándolas. Comenzó a leer: eres especial y lo sabes, quienes te queremos bien, te comprendemos, no te preocupes, eres así, no cambies nunca. Debajo cerraba el texto el dibujo de un angelito dorado guiñando un ojo. Luna mostró la nota a Anjana, la perrita pareció comprender y meneó el rabo dando su aprobación. Después, en silencio, se dirigieron a la habitación no sin antes asegurarse que el angelito estaba sobre el portal del Belén. Luna soñó con ángeles, nubes, Reyes Magos y con un sinfín de fantasías. Se levantó temprano muy contenta, miró el Belén, todo estaba en orden. Terminaron las fiestas y comenzaron las clases de nuevo. En el colegio convocaron un concurso de cuentos y Luna escribió uno para participar.
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Escribió sobre un angelito dorado que guiñaba un ojo. Pero se le olvidó presentarlo a tiempo y no pudo concursar. ¡Mamá, mamá! Mira, es mi cuento, el del angelito que escribí para el colegio. Luna paseaba de la mano de su madre y en el escaparate de la librería, un libro dorado en forma de ángel descansaba sobre un atril de lectura detrás de la vitrina. Su madre se quedó perpleja, no podía ser; se quedó clavada al suelo y no se dio cuenta que la niña se había soltado de su mano. Luna entró en la librería y cuando llegó su turno le preguntó a la dependienta: ¿sabe quién es el autor del libro del angelito que guiña un ojo? No se sabe, está firmado con el seudónimo de Luna. La niña la miró, lo he escrito yo, esa Luna soy yo, es mi nombre, ¿me podría dejar un ejemplar, por favor? La dependienta sacó el que había en el escaparate. Solo nos queda este, encontramos ese paquete esta mañana al abrir y se han vendido todos. La chica la mostró un paquete que por lo menos entrarían setenta o más. Luna estaba perpleja, quién podía haberlo publicado, y además… que se hubieran vendido todos. Luna pagó el libro, salió a la calle, miró el escaparate y en el lugar del libro había un angelito dorado que le guiñó un ojo. Gracias, le dijo devolviéndole el guiño, juntó dos dedos, los acercó a su boca y le tiró un beso. De camino a su casa pensó: ¿será la magia de la Navidad? Eva González Sarabia
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EL PADRE PRÓDIGO
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Como cada mañana, Pepe levantó la persiana de su kiosko. Situado en un estratégico punto de la avenida, podía ver las idas y venidas de la gente, el ambiente de las terrazas siempre rebosantes y las risas de los chiquillos que jugaban en el parque. Pero sobre todo tenía una vista privilegiada al imponente edificio de la tienda más especial de la ciudad, el Cutting Edge Store. La tienda era todo un clásico de la ciudad. Se inauguró en los sesenta y fue toda una sensación con sus ocho plantas y sus escaleras mecánicas. Todo lo mejor pasaba siempre allí. Sus cuatro escaparates temáticos según temporadas eran siempre espectaculares y habían ganado multitud de premios. Pepe recordaba a los chavales pegando sus naricillas al cristal viendo tantos juguetes soñados que ocupaban buena parte de sus cartas a los Reyes Magos. Y se recordaba a sí mismo correteando por los pasillos de la tienda y probando aquellas primicias con las que luego presumía en el cole, porque Pepe creció en el Cutting Edge, o “El Cati”, como lo bautizó el pueblo llano. Ir por la calle con una bolsa del Cati era símbolo de poderío. Todas las novedades tenían lugar allí. Los escritores firmaban sus libros, los cantantes de moda sus discos. Se presentaban las colecciones de moda de Paris o Londres. En los setenta, Don Jesús decidió dar un paso más y adquirió un local al lado de la tienda y montó un restaurante y en la planta superior una sala de cine. Pepe era asiduo a todos los estrenos, Superman, Indiana Jones, Star Wars, Grease, Tiburón... No se perdía ni una. Y con el cine, Don Jesús inauguró algo totalmente novedoso, una pequeña tienda con artículos relacionados con las películas de estreno y tuvo tanto éxito, que pasó a ser una sección especial en la planta seis de la tienda y que andando el tiempo pasó a llamarse el “Rincón Friki”. Pepe, sus dos hermanas y su madre siempre apoyaron al cabeza de familia en sus aventuras empresariales, pero don Jesús, que era un verdadero lince para los negocios, para su vida personal era un desastre. Ganaba millones que invertía en su tienda, para estar, como su nombre indicaba, a la última. Pero, un mal día en la hípica, comenzó una carrera en el mundo de las apuestas. Tuvo la mala suerte de ganar fácilmente y eso le animó más y más. Poco a poco, casi sin darse cuenta, se fue inmiscuyendo en la vida nocturna, los pubs, los cabarets, el casino, las drogas, las mujeres...
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Pronto empezaron los problemas económicos que nunca quiso reconocer. Su querida tienda empezó a no ser el centro neurálgico de la ciudad. Para entonces, se había instalado un gran centro comercial en las afueras al que la gente acudía, pues allí había de todo y a buen precio. Los acreedores llamaban a la puerta de Don Jesús y llegó un punto en el que ya no pudo más y tuvo que vender su grandioso negocio a la competencia que desde las afueras miraba con ojos ávidos ese local en pleno centro. Don Jesús perdió todo a la vez, el negocio y su familia. Su mujer harta de las mentiras, las infidelidades y las deudas le presentó una demanda de divorcio y se fue con sus hijos a una casa que había heredado de sus padres. Durante mucho tiempo Pepe no supo de su padre, se rumoreaba que malvivía enfermo en un destartalado piso compartido con yonkis y prostitutas. Se sacaba un dinero trapicheando aquí y allá. Todas sus amistades le habían vuelto la espalda, todas aquellas amantes jóvenes y bellas se evaporaron como por ensalmo al tiempo que su dinero desaparecía.
El Cutting Edge había inaugurado la Navidad. Como cada año el encendido del árbol congregaba a una enorme multitud. Pepe, desde su kiosko tenía una vista privilegiada y disfrutaba del espectáculo en compañía de sus dos hijos que asistían atónitos al espectáculo de luz que se desplegaba ante sus ojos. Su mujer, María sonreía feliz y disfrutaba con sus hijos, mientras entraban a la tienda para dejar su carta al paje de los Reyes. Unos días después, cuando estaba a punto de cerrar el kiosko, Pepe vió un revuelo en la calle, un coche de la policía paraba ante la tienda y dos agentes entraron dentro. Pronto un corrillo de curiosos se arremolinó ante la puerta. En unos minutos, los policías salieron llevando con ellos a
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un hombre mayor que caminaba con dificultad y tosía estruendosamente y vestido con un abrigo que debía haber visto unos cuantos inviernos ya. Algún pobre que habría intentado robar, pensó Pepe. Y sintió lastima, mucha lástima de él. Cerró el kiosko con aquel amargor en su corazón. No podía dejar de pensar que tal vez tuviera hambre y quisiera que le dieran algo de comer, o tal vez, tenía frío y entró a la tienda para calentarse. Desde aquel día, Pepe se percató de que cuando ya había cerrado la tienda y él se disponía a recoger y cerrar su kiosko, un hombre mayor, mal vestido, caminando despacio, se paraba ante los escaparates durante un rato y poco a poco, desaparecía por la avenida. Y así cada día. La curiosidad le pudo y una noche se acercó a él, el hombre al percatarse de su presencia se azoró y se quedó mirándole mientras unas lágrimas rodaban por sus secas y arrugadas mejillas. Pepe le ofreció un pañuelo, el anciano lo cogió y se secó los ojos. Gracias –le dijo a Pepe– y siguió su camino renqueante. Pepe se quedó allí viéndole ir y de pronto echó a correr tras él, lo alcanzó y sin dudarlo lo invitó a su casa a cenar. –No puede ser que pase la Nochebuena solo por ahí. La noche está fría y amenaza lluvia, venga conmigo a mi casa, le haremos un hueco en nuestra sencilla mesa. El hombre le agradeció de nuevo el gesto, pero le dijo que no. Pepe insistió un buen rato y finalmente el anciano le acompañó. Por el camino le contó que cuando entró a la tienda aquel día, no hizo nada malo. Que sólo quería verla por dentro, y como no le dejaban pasar, pues, se conformaba con mirar los escaparates. Pepe le contaba que cuando él era niño estaba siempre enredando por la tienda, pero nunca le decían nada los empleados porque él era el hijo del dueño y claro, no se atrevían. Luego le contó que un día su padre vendió la tienda y al poco nunca más le volvió a ver. El hombre entonces levantó la mirada para observar a aquél desconocido, que tan amablemente le estaba tratando, pues en verdad, no estaba acostumbrado. Se cruzaron sus miradas. No hicieron falta palabras ni explicaciones. Pepe abrió la puerta de su casa y desde la entrada llamó a su mujer –María, ven, trae a los niños, hoy tenemos un invitado a nuestra cena de Nochebuena. He encontrado a don Jesús. Hoy he encontrado a mi padre. Ana López
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CORREGIR EL RUMBO EN NAVIDAD Esa noche tuve que esperar más de lo acostumbrado para poder dormir en mi lugar habitual, pues había alguien dentro. Aquel día estaba ocupado por un hombre de complexión fuerte, cuya indumentaria era un abrigo de buen paño negro, sombrero de franela marrón y bufanda de lana. La noche lo merecía, pues era gélida. Entré al habitáculo, donde dormía desde hacía tiempo cansado de buscar una plaza en el albergue municipal fallidamente, “mi cajero”. Si. A pesar de tener treinta y dos años me había convertido en un sintecho debido a la mala relación con mi padre, al fallecimiento de mi madre, único nexo entre ambos, y a mi mala cabeza para gestionar mi vida en esos momentos, decidiendo abandonar la casa de mis padres sin contar con soporte económico alguno. Pero el hecho de entrar allí aquella noche cambió mi vida. Me dispuse a estirar los cartones y la bendita manta de Palencia, que había encontrado en su día al pie de un contenedor de la basura, cuando al agacharme, observé que, de la bandeja del dispensador del dinero, asomaba el pico de una especie de papel. Pudiera ser que aquel hombre se lo hubiese dejado olvidado Lo extraje con el máximo cuidado y a medida que iba saliendo vi que no era un papel cualquiera. Se parecía cada vez más a un décimo de la lotería. ¡Sí que lo era! ¡Y de la lotería de Navidad que se sorteaba al día siguiente! Lo cogí entre las manos y en el reverso leí, Rufino Castillo de Moral. Me quedé perplejo. ¡Era mi nombre! Aquel individuo me conocía. Sabía dónde dormía cada noche durante el invierno, sabía cómo me llamaba y aquello me asustó momentáneamente, pero por otro lado me reconfortó. Revivo esto un veintidós de diciembre, unos años después del acontecimiento que dio un vuelco a mi vida y me devolvió la credibilidad en la generosidad y en el buen hacer de la gente. Virtudes que había olvidado que existieran. Nunca supe quién era aquel hombretón, que me esperaba aquel día en el interior del cálido cajero que tantas noches me acogió, que fue la clave para corregir mi rumbo y que aparentaba conocerme mejor de lo que yo pensaba. Nita Prego García
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PAPÁ NOEL Cerca de un país donde nieva hasta el verano, están las casitas de madera dónde vive Papá Noel. Es vivaracho como el de este cuento. Él siempre es el primero en adornar su abeto de Navidad. Su trineo es el más ordenado y sus botas las más relucientes. Papa Noel tiene los regalos preparados y envueltos en papel de colores. Son regalos que hace el mismo: Juguetes de madera, ositos de pelo suave y casas de muñecas. Cuando tiene todo listo en el día 25, se va a repartir. De noche sobrevuela la ciudad en su trineo. Esta noche los animales celebran una gran fiesta en el bosque. Papa Noel tiene regalos para todos ellos. Es una aventura en el bosque blanco de pinos verdes. El mundo entero sonríe mientras Papá Noel camina por su mundo blanco. Fina Gutierrez-Dosal
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“El cuento de los Musguinos”
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Érase una vez, hace muchos, muchos años unos duendecillos llamados Musguinos que habitaban en los bosques frondosos de los alrededores de una pequeña ciudad en Freuheim. Al norte, muy al norte, allí donde abundan los ríos caudalosos y los valles verdes y las copas de los abetos son tan altas como edificios de doce pisos y las cimas de las montañas tan elevadas que permanecen nevadas todo el año, pues bien, allí en aquella ciudad reinaba la paz “casi” todos los días del año.
Los Musguinos medían medio metro, tenían la cabeza pequeña y grandes orejas puntiagudas que les permitían escuchar hasta el más pequeño sonido del bosque. Se movían con mucha rapidez y aunque sus manos eran muy pequeñas tenían el don de ser muy fuertes, tanto que eran capaces de mover piedras y los troncos hasta diez veces su peso. Pero los Musguinos tenían un gran defecto, eran muy envidiosos.
Ellos, por su condición de duendes, por supuesto que no festejaban la Navidad. Y si había algo que les daba mucha envidia y no podían soportar, era ver cómo los habitantes de aquella ciudad disfrutaban de unas felices fiestas. Por eso, y no contentos con hacer todo tipo de travesuras para impedir la llegada de Papá Noel a la ciudad, en la noche de Nochebuena, cuando todos estaban dormidos, se introducían a escondidas en las casas y muy sigilosos comenzaban a hacer trastadas en ellas. Como más disfrutaban eran cambiando los regalos de las casas. Una vez por ejemplo a una niña que había pedido unas bonitas zapatillas rosas de ballet, se las cambiaron y le dejaban unas zapatillas grandes de cuadros, del número 45 del abuelo de una casa de enfrente. Otra vez, por ejemplo, a unos niños a quienes Papa Noel les había traído un trineo rojo, se lo cambiaron por un carrito de la compra que le habían traído a una señora mayor. Sucedió otra vez que a una chica le cambiaron una colonia y la dejaron una de hombre. En otra, se llevaron de la mesita de noche la dentadura postiza del abuelo y se la cambiaron por unos dientes del disfraz de Drácula que había pedido otro niño. En otra casa cambiaron el bote de azúcar del desayuno por el de la sal, y así un innumerable número de trastadas que dejaban a las personas cuando se levantaban por la mañana totalmente desilusionadas.
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no tenían manos suficientes para taparse sus enormes orejotas. Así que quedaron pronto K.O. y fácilmente fueron capturados por los padres de Bertina. Desde entonces los habitantes de la ciudad se reúnen todas las tardes en la semana de Navidad, cargados de panderetas y zambombas cantan alegres villancicos. Cantan y cantan haciendo huir a los Musguinos lejos, muy lejos, hasta lo más alto de las más altas montañas del planeta, hasta la cima de las cumbres más nevadas. Allí donde ningún ser humano nunca puede llegar. Y allí se quedarán hasta que finalice el año. Así que ya sabéis, si queréis que Papa Noel visite vuestras casas y os traiga el regalo que le habéis solicitado, tenéis que coger la pandereta y la zambomba y cantar y cantar.
Tenéis que cantar alegres villancicos por Navidad. Y colorín colorado éste cuento se ha acabado. Clara San Miguel
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Los habitantes desconcertados acudían el día de Navidad por la mañana a la plaza del ayuntamiento y allí comenzaban a intercambiar sus regalos. La gente decía que si Papa Noel estaba mayor y por eso se equivocaba con la distribución de los regalos. Otros opinaban que si ya no podía leer bien las cartas recibidas y que lo que necesitaba eran unas gafas nuevas. Y hasta había los que decían que si ya se tenía que jubilar y dejar el puesto a alguien más joven… En fin, se oían todo tipo de comentarios. Lo último que sospechaban era que los Musguinos eran los culpables de todo. Pero una noche sucedió que fueron descubiertos por Bertina, una niña a la que le despertó un extraño ruido en su habitación. Y, ¡zas!, cuando la niña se levantó de la cama les pilló con las manos en la masa. En ese momento, los Musguinos se estaban llevando su muñeca. Justo la muñeca que ella había pedido, Natacha. Natacha era una preciosa muñeca que cuando apretabas un botón tocaba la pandereta y cantaba alegres villancicos. Cuando Bertina lo vio, a todo correr fue a quitarle la muñeca al Musguino. Bertina tiraba de un lado de la muñeca, el Musguino tiraba con fuerza del otro… y de repente pasó que Natacha se puso a cantar y tocar la pandereta todo lo alto que las pilas nuevas cargadas de batería daban de sí. Los Musguinos que no podían soportar ni la música alta ni los villancicos, porque sus sonidos tan agudos les producían unos tremendos dolores de cabeza,
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LA NUBECITA TRAVIESA Nubelandia, es el lugar de reunión de las nubes más ancianas, para llegar a Nubelandia hay que pasar: la nube-cuna, la nube-nodriza, y desviarse a la izquierda por el camino de algodón, que es un camino que se forma con lo que sobra de las nubes, cada una con su propia imagen. Cuando una pareja de nubes decide formar una familia se dirige a la nu-
be-nodriza, allí escoge la forma, carácter y color de la nubecita que desean tener como nube-bebe. Nuestra nube es muy muy pequeñita de color amarillo y muy muy traviesa porque sus papás así la eligieron. Cierto día la nubecita comenzó a palidecer, su color amarillo se fue tornando blanquecino, sus trocitos de algodón desprendían un calor inusual en ella, que siempre estaba fresquita. Su brillo parecía apagarse por momentos, sus papas-nube estaban preocupadísimos, temían que su nube-bebe tuviera
una enfermedad grave. Papá-nube cogió su patinete-nube y partió a toda prisa, en busca del doctor-nube que era regordete, verde y el algodón de su nariz sobresalía en exceso. El doctor-nube llegó haciendo sonar la sirena de la nube-ambulancia porque las nubes son movidas por el viento y ese día solo soplaba una ligera brisa, y nube-barrendero tenía que ir abriendo camino. Por fin llegó, se acercó a la nube-cuna miró a la nubecita con sus redondos ojos negros a través de sus nube-gafas, apartó un trocito de algodón de la barriguita y soltó un respingo, tiene un empacho de chuches dijo: - ¿Cómo un empacho de chuches? rezongó mamá-nube, pero si la nubechuches está a trece nubes de aquí. La pequeña nube abrió un ojillo y lo volvió a cerrar. Que enfadada estaba mamá-nube, buena la había liado, tendría una reprimenda morrocotuda. Así pues, comería las chuches que tenía escondidas para estar enferma más días. Así a mamá-nube se le pasaría el enfado, harta de esperar su recuperación y la
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mimaría en lugar de reñirla. Pero, mamá-nube descubrió las chuches y se las regaló a unos niños-nube más mayores. Ella tuvo su reprimenda y además hubo de prometer no volver a comer chuches a escondidas. Solo así mamá-nube le dio besos y más besos. - ¡Merece la pena no comer chuches, para recibir besos de mamá-nube!,reflexionó la nubecilla.
Eva González Sarabia
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Duendes en Navidad
En estas Navidades los más pequeños de la casa han adoptado un duende para que les acompañara durante las vacaciones.
Estos duendecillos han resultado no ser tan buenos como se esperaba. Por las noches cuando nadie los veía se levantaban y hacían todo tipo de travesuras. He aquí la prueba gráfica nuestras cámaras los han pillado ¡infraganti!
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Clara San Miguel
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Norberto de Asis (1915-1946) Amigo de Lepoldo Panero y compañero de juergas de Juan Eduardo Cirlot (de este último dijo que era el mejor bebedor de absenta que había conocido), su vida fue un ir y venir del Madrid nocturno a las casas
de reposo. Poeta inclasificable, olvidado por la burocracia poética de las antologías, dio siempre la espalda a la realidad política y social del momento que le tocó vivir. Su obsesión fue indagar en los mundos interiores, descender, como Dante, a los infiernos; huir a la última isla. Nuestra revista tiene el honor de publicar uno de sus poemas.
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LA ISLA
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I En la isla desierta cuelgo hamacas de sueños erectos como árboles. Reposo las largas horas del atardecer interminable hasta que la voracidad del mar engulle un sol inmenso, como un ojo enramado de insomne, y la oscuridad me envuelve con su abrazo de olores inmediatos y sonidos distantes de grillos y mares que se lamentan discretamente con los susurros de las olas. Los escualos estallan en la superficie del mar y enseñan a la luna el serrucho de su dentadura perfecta, aunque pronto se ensimisman en las profundidades abisales a las que pertenecen. Pero antes de la huida llenan la noche y mis oídos con el baile de claqué de sus mandíbulas. Si supieseis cómo amo a esos escualos de anatomías prehistóricas. Yo les alimento, bajo a sus moradas, a sus fugaces palacios submarinos, y les entrego lo que me sobra, y hago miguitas con mi pasado, y también con mi futuro, y se las doy, con el mismo cariño que una vieja londinense obsequia a las palomas en Hyde Park. Soy, como vosotros, les digo (a los tiburones) didáctico un depredador: de minutos y horas que no existen, del instante lujurioso que alguna vez colmará el ansia de acero que me ahoga. Gozo de buena salud para digerir tal vorágine de tiempo: en mi organismo se agolpan los años y los siglos como las mercancías abandonadas en un pequeño cobertizo.
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II Llegué a la isla aerotransportado en un sueño del que hui en paracaídas. Las nubes no me dejaban ver el suelo; agua o tierra me era indiferente, vida o muerte me era indiferente. Tenía hambre de espacio. Me lancé sin equipaje, tal era la aversión hacia mí mismo: persona y circunstancia. Durante el descenso me arranqué una a una todas las máscaras, y me volví casi invisible. Aterricé en un colchón de sargazos. Me recibieron con un beso húmedo y mustio, como el que dan los recuerdos, y se quedaron pasmados, pobres vegetales boquiabiertos, porque casi no tenía cara (hasta ese punto fueron provechosos mis esfuerzos detergentes), porque sus filamentos tentaculares se filtraban por los poros de mi cuerpo como el cariño de los padres se filtra por la epidermis de talco de sus niños (jajajajajaja); y me llenaban, me anudaban, me abrazaban, hasta provocarme una náusea vegetal de organismo invadido. Así, escoltado, en devota procesión llegué a la isla.
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Tumbado en la arena, me desprendía del último efluvio de las algas, maldita vaharada de medicamento añejo, y me dejaba seducir libertino por la acupuntura solar en el basamento desigual de la arena. La mirada en lontananza, descubrí unas palmeras o cocoteros que, cimbreados por la brisa, eran como grandes abanicos arbóreos. Supe que estaba en una isla y me sentí como Colón. Di las gracias; no recuerdo a quién: por el aéreo descenso, por la balsa de sargazos, por el lugar ameno. Más porque lo había leído en las novelas que por otra cosa. Amo la retórica, grande o pequeño el momento siempre lo enaltece.
Pienso acunado en la hamaca: estoy solo, astralmente solo. Todo lo abstracto que traía: las ideas inquilinas del cerebro, los sentimientos, okupas indeseados del corazón, yacen entre la tierra de esta isla o se han evaporado en nubes pasajeras. He arado la tierra sublunar con los pensamientos hasta agrietarla geométricamente. He renunciado a todo amor, a todo recuerdo. La suerte está echada. Pienso: Nada queda de las ropas que una vez me vistieron. Sonrío. ¡Qué ingenuo! Aquel primer día construí una bandera multicolor y me elevé hasta la cumbre de la isla. En un mástil improvisado anudé las prendas. Pronto se agitaban, contorsionaban, extendían y encogían según el caprichoso ir y venir de los vientos elevados. Mi corazón también era una marioneta del orgullo. Había descubierto una isla. Sonrío. Al cabo de unos días unos pájaros extraños sorprendían al firmamento. Volaban sacudidos por espasmos
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sincopados. Ante la mirada desprevenida de un servidor que les habla pasaron veloces pantalón y camisa, huyendo hacia la esquina remota del océano. Pienso: Soy uno más. Como ese roble adusto que me mira severo. Como las colinas y valles que me acogen en sus senos. Como el manantial que resbala y acaricia. Como el mar omnipresente. Soy también parte de la isla. Las trenzas nudosas de mi hamaca me dan un abrazo de sabia y una rémora verde pradera crece sobre mi cuerpo geológico que ya sólo se alimenta de tiempo. RELATOS
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IV Mi vista atrofiada apenas si distingue la velera embarcación, el diminuto reducto humano que acuchilla el mar con el filo de la quilla. El barco avanza y la herida se cierra a su paso cauterizada por un ungüento de espuma blanca. ¡Están aquí! ¡En la isla! Llevan sombrero de explorador y pantalones cortos que enseñan piernas blancuzcas. Hablan un idioma que yo he olvidado, una cárcel de sonidos de la que conseguí escapar. Se extienden por la playa, se dispersan. Son tentáculos de un mismo organismo. Me sorprende que hayan conseguido atravesar el dique de los sargazos, que hayan obtenido el perdón de los tiburones. ¿Cómo han podido encontrarla? A la isla, me refiero. Siento que se acerca un tentáculo del organismo. Está tan cerca que podría tocarle con los brazos si estos no fuesen ramas inermes vinculadas a un tronco pensante. Es un tentáculo femenino. Me mira pensativa. Con atención nostálgica recorre el musgo de mi cuerpo, las ramas de las piernas y los brazos, el fruto monstruoso de la cabeza. La luz se extingue poco a poco, una oscuridad telúrica me sume en la gran ceguera cósmica. Pero, aún, nítida, distingo una lágrima que surca las laderas de su rostro, como un manantial de dolor, como un último reconocimiento. Ensayo una despedida fonética, un last farewell humano, esquivo y alegre. Es en vano. De la isla hacia el océano escapa un lamento de viento emboscado, subterráneo.
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la cabeza, pues no es agradable ver unos pechos ya demasiado vistos. Unos pechos pequeños y arrugados por los que él tiempo atrás demostró un tibio interés. Los pechos colgantes se dirigen a él con voz airada. ¿Por qué no vas haciendo algo? Pon la mesa, abre el vino, yo qué sé…El hombre escucha distraído. ¿Por qué ha subido hasta la habitación? ¿Quién es esta mujer chillona que le grita? Es entonces cuando se acuerda de los caracoles. Su hobby. Baja la escalera con cierta prisa (en realidad es su forma de andar; siempre parece que tiene prisa). Hace caso omiso de la voz chillona que suena a sus espaldas. Abre la puerta de la casa, atraviesa el jardín. Llega a la puerta de un cobertizo ubicado en un extremo. Es un jardín bastante grande, con un pequeño estanque poblado de bichos anfibios y en cuyo centro hay un Cupido que se alza sobre el pedestal de una isla de piedra que quiere parecer már-
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I Un hombre de mediana edad sube a grandes zancadas la escalera estrecha de una casa. Es un tipo de aspecto desaliñado, prematuramente calvo. Desagradablemente delgado. Se detiene en el rellano de la escalera y mira indeciso a derecha e izquierda. A derecha está el baño y una habitación. A izquierda, otra habitación, más pequeña que la anterior. El tipo duda unos instantes. Finalmente se decide por la habitación de la izquierda, la más pequeña, la habitación de la que procede una voz. Cuando entra, una mujer también de mediana edad le mira con gesto airado. Sobre la cabeza un pañuelo trata en vano de sujetar una cabellera indómita. Se inclina sobre las sábanas de una cama improvisada que manotea con el propósito de alisar. El tipo mira involuntariamente el escote que permiten a la vez el cuello de la camisa y la postura de la mujer. Rápidamente aparta
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mol. El hombre palpa ansioso los bolsillos del chándal. Saca una llave que introduce tembloroso en la cerradura. Siempre le pasa lo mismo cuando va a ver a los caracoles. Le embarga una emoción súbita, que hace que olvide todo lo que no sean ellos. Cuando al fin se abre la puerta, le recibe un olor mustio de humedad. En la penumbra percibe la silueta borrosa de múltiples objetos apilados de cualquier manera bajo una capa de polvo. Da la impresión de que hace mucho que no se utiliza ese lugar; da también la impresión de que los objetos que allí se acumulan han sido definitivamente olvidados. No enciende ninguna luz, pues conoce su camino sin duda hasta la esquina en la que habitan los caracoles. Temblando de emoción, el hombre enciende una bombilla que pende sobre una urna de cristal. La luz que ilumina con un resplandor azulado les da a los caracoles una súbita apariencia fantasmal. Los bichos van y vienen sobre hojas de lechuga dejando una estela de baba que hace que los vegetales parezcan siempre húmedos. En el centro de la urna, un caracol asoma por la órbita de
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una calavera, que, como el Cupido del estanque, ocupa el centro de la urna. El hombre levanta la calavera no sin antes haber retirado y depositado cuidadosamente el caracol sobre un trozo de lechuga podrido. ¡Yorick!, ¡Oh, Yorick!. Permanece así un rato, absorto. Le consuela pensar en lo que disfrutan los caracoles resbalando sobre los huesos, dejando tras de sí su interminable estela de baba, pero haciendo compañía incansable al pobre Yorick. De pronto descubre la presencia de un pequeño bebé caracol entre la dentadura gastada de la calavera y con un gesto rápido de los dedos lo apachurra disgustado. Deposita a Yorick de nuevo en la urna. Ahora os quedaréis a oscuras y cuando despertéis, estaré aquí de vuelta. Apaga la luz de la urna y sale a tientas del cobertizo.
II ¿Dónde te habías metido? No sé qué haces todo el día metido en ese agujero. Date prisa porque van a llegar enseguida. Es viernes por la noche y el matrimonio espera la llegada del primo y de su mujer. Vienen a pasar el fin de
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fútbol, de política, de sus éxitos en el trabajo. De vez en cuando hace algún comentario soez sobre alguna de sus empleadas y lo termina con una risotada. El hombre solo puede mirar avergonzado al suelo y desear no estar allí, junto a ese gordo que le repugna. Siente entonces una gran tentación y sabe que no podrá resistirla. Necesita volver al cobertizo. Necesita comprobar que los caracoles están bien y que la puerta está cerrada. Sería terrible que este horrible ser descubriese y profanase la urna de los caracoles. Pero no puede pensar ninguna excusa para alejarse de él. Justo en ese momento escucha la voz de su mujer que le llama a la cocina. Que ponga la mesa. La cena está lista. Mientras el hombre va y viene de la cocina al salón, su mujer sube a arreglarse para la cena. Eso también forma parte del ritual de los fines de semana que pasan juntos. Ni el gordo ni la rubia hacen ademán de ayudar. Más bien observan con sonrisa burlona las idas y venidas del hombre. Imposible escaparse, aunque solo sea para echar un vistazo furtivo a los caracoles. Cuando se quiere dar cuenta el hombre, la prima está
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semana con ellos. De vez en cuando lo hacen. Son momentos importantes en la vida gris de Sonia y su marido. El primo (que en realidad no es primo, sino un lejano pariente de Sonia) es un tipo que ronda los cincuenta. Alto, apuesto, grueso. Tiene pinta de que le ha ido muy bien en la vida. Disfruta del whisky y de las grandes comilonas. De vez en cuando enciende grandes cigarros que llenan el salón de un humo denso que provoca arcadas al hombre. Su mujer es una rubia oronda, de grandes senos y poderosas caderas que apesta el salón con un perfume que ha de ser muy caro. Cuando vienen, los fines de semana son una tortura para el hombre, pues los primos pasan el tiempo en casa, haciendo uso de todas las comodidades que el hombre y su mujer les ofrecen. La cocina está en permanente estado de ebullición y allí su mujer pasa la mayor parte del tiempo, cocinando platos de nombres franceses. Mientras tanto, la rubia habla por su teléfono móvil mientras fuma innumerables cigarrillos. La tarea del hombre consiste en escuchar la interminable conversación del primo. Habla de todo. De
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junto a él en la cocina. Se apoya contra la puerta que da al jardín y le mira entre burlona y provocativa. No hace ademán de ayudar. Solo le mira. De pronto abandona su postura indolente, se acerca a él y le lanza el humo del cigarrillo a la cara. Lo último que sabe de ella es su mueca grosera, su carcajada lasciva, después ella abandona la cocina contoneándose. El hombre termina con los preparativos de la cena. La mesa está puesta y los primos esperan sentados en ella. La rubia fuma, pero el primo ha comenzado a comer sin esperar a Sonia ni al hombre. Les apremia con grandes voces para que vengan y se sienten junto a él, para que compartan los alimentos que ningún dios ha bendecido. Entonces Sonia baja por las escaleras, la indómita cabellera pelirroja incendia un vestido que quiere ser negro como la noche. Aún es viernes. Todavía quedan dos días.
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III El hombre despierta en la madrugada. Una luz sucia mancha las paredes. Está solo en la cama. Su mujer no ha dormido en la ha-
bitación, pues su cama está intacta. La noche pasada él se retiró pronto a dormir, cuando el humo de los cigarrillos se hizo tan denso que el deseo era ya solo una nebulosa. Imagina a su mujer en la cama del primo en estos momentos. Se levanta presto. Es su oportunidad. Antes de que se levanten todos (si es que se levantan). Se viste apresuradamente. Pasa de puntillas junto a la habitación más pequeña que ocupan el primo y las dos mujeres. Le parece oír la voz de su mujer entremezclada con la de los otros dos compartiendo carcajadas. Baja la escalera y se calza las botas de goma. Coge una cesta de mimbre que guarda para la ocasión. Como una sombra más que la noche ha dejado atrás, cruza el jardín hasta el cobertizo. Cierra la puerta tras de sí y gira la llave. El hombre se acerca a la urna de los caracoles y enciende la luz. Dentro hay una actividad inusitada. Los caracoles se deslizan sobre el cráneo de Yorick en diferentes procesiones, alternando contracciones y elongaciones de su cuerpo baboso. Sabe que esa baba que producen les sirve para autoayudarse en la locomoción redu-
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que recomendaba la ingesta de caracoles en número impar como remedio para la tos y males estomacales. El hombre conoce pasajes de memoria del libro que compró para documentarse. Coge una cesta y la cubre cuidadosamente con hojas de lechuga medio podridas. Selecciona los caracoles más grandes y los deposita cuidadosamente dentro. Poco a poco la cesta se va llenando. Cuando considera que son suficientes, cierra la tapa. Cruza de nuevo el jardín hacia la casa. Abre sigiloso la puerta de la cocina. Desde arriba llegan a sus oídos gritos que rasgan para siempre la quietud del amanecer. El hombre esconde en la alacena la cesta de los caracoles y sale a buscar el otro ingrediente que necesita para su receta. Está a punto de abrir la puerta, pero parece pensárselo mejor. El escándalo que llega desde arriba lejos de amainar ha arreciado. Aún tiene tiempo de tomar un café y de mirar abstraído la fina llovizna que cae. Ha decidido que pasará la mañana fuera, tal vez en el bosque, así, cuando llegue, quizás entonces en la casa se habrá hecho el silencio.
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ciendo la fricción con la superficie (ojalá él pudiese también ser viscoso). Son unos caracoles de concha grande. El hombre imagina que serían un plato apetitoso para cualquier depredador. El hombre ha leído mucho sobre caracoles. Conoce sus virtudes culinarias. El hombre toma una decisión. Sabe que la antigüedad del caracol en la dieta humana se remonta a la Edad del Bronce, al menos 1800 a. C. Pero parece ser que fueron los romanos, los que explotaron sus propiedades alimenticias llegando incluso a crear lugares para criarlos denominados cochlearium. Plinio el Viejo dejó escrito que Fulvius Hirpinus instaló una granja para la cría de caracoles en Tarquinia, sobre el año 50 a. C. Los romanos consumían los caracoles no solo como alimento, sino que suponían que era un remedio eficaz para enfermedades del estómago y de las vías respiratorias como dejó constancia Plinio el Viejo,
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IV El sábado ha sido un día agradable. El hombre no puede menos que estar agradecido al destino que le ha permitido consagrar su tiempo a él mismo. Ni su mujer ni los primos se han levantado para comer. Cuando hacia las 6 subió al piso de arriba, solo escuchó el silencio detrás de su puerta. El hombre comprendió que dormían y silenciosamente les dio las gracias. De manera que pudo visitar a su antojo a los caracoles y lamentar el destino de Yorick, que es sin duda el mismo de todos nosotros, pensó con tristeza. El paseo por el bosque sin embargo le reconcilió con el destino inevitable y pensó escribir en su testamento que lo enterrasen bajo el musgo húmedo para que pudiese habitar por siempre junto a las criaturas del bosque. Cuando volvió cargado con una cesta esta vez llena de unas setas de un color rojo vistoso, se puso inmediatamente a cocinar. Pronto, apetitosos olores llenan la cocina. La noche cae sobre la casa, sobre el bosque y todas sus criaturas. La cena está casi lista. Desde el piso superior llegan tenues ruidos de vida retomada. Pronto el primo gordo está
abajo. Su cara refleja todos los excesos de la noche anterior. Bajo los párpados hinchados, una sonrisa torcida se puede traducir como un saludo. Las mujeres ahora vienen. Hummmm, huele bien, aunque no se puede decir que tenga demasiada hambre. ¿Qué cocinas, primo? Por un instante el hombre tiene la horrible sensación de no pertenecer a lo que quiera que formen los otros tres, de ser el único ser solitario en el mundo de esta casa que es el centro de un bosque oscuro. El hombre comprende la horrible mentira de los caracoles que se ha contado a sí mismo. Una lágrima está a punto de rodar por sus mejillas. Sin embargo, disimula con un gran despliegue de actividad. Cuando llega al salón, se encuentra a las mujeres conversando apaciblemente de asuntos triviales. Apenas si hacen caso de su presencia, aunque en los ojos de su mujer cree distinguir una cierta ternura hacia él en su mirada. Los tres comensales le dan las gracias por haberse tomado la molestia de preparar la cena y el hombre, que no está acostumbrado a tales muestras de cortesía, está a punto de cambiar de idea; está a pun-
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veces se levanta y manosea a las mujeres sin pudor. Las llamas de las velas tiemblan empujadas por soplos extraños. En el hueco de un silencio, el hombre puede al fin hablar. Solo quería deciros que los caracoles que acabáis de comer son de mi cosecha y los he envenenado con las amanitas de las que tanto habéis disfrutado. No moriréis inmediatamente. Nada de eso. Dentro de una semana comenzaréis a sentir un cierto malestar y al día siguiente el hígado os habrá explotado en las entrañas. No hay cura posible. No tenéis nada que hacer. Un silencio incrédulo se hace. Entonces el gordo estalla en una sonora carcajada que celebra el sentido del humor del primo. Pero cuando el rostro de los otros tres permanece helado de inmovilidad, el primo comprende, se levanta de la mesa y arrastra a la mujer gorda con él. Lo último que sabe el hombre de ellos es el sonido del motor del coche que huye. Quedan frente a frente él y su mujer. Durante unos instantes eternos se miran en silencio. Entonces la mujer exclama: ¿Realmente era necesaria esta tontería de los caracoles envenenados?
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to de decirles: lo siento mucho, pero el plato que he cocinado no ha salido a mi gusto, de manera que he pensado que salgamos todos a cenar por ahí; de todas formas ya va siendo hora de que salgamos al mundo: siempre que venís nos quedamos recluidos aquí, en esta casa del bosque. Sin embargo, calla; las palabras quedan atrapadas en la garganta para siempre y el propósito primero sigue adelante. Toman un aperitivo en el que lo principal son grandes vasos de whisky con hielo. Al tercero, el primo exclama con su vozarrón: ¿y para cuándo esa delicatesen que nos has cocinado, primo? Y así empieza la cena. El hombre apaga la luz del techo e ilumina la habitación con solo las luces de unas velas perfumadas que guarda en un armario. El momento culminante es cuando se destapa la sopera humeante y ante los ojos de los otros tres aparece un suculento guiso de setas y caracoles. Los tres comen abundantemente. El hombre apenas si lo prueba. El ambiente que ya se ha animado con la gasolina del alcohol se vuelve por momentos estruendoso. El primo grita y gesticula. A
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ENTREVISTA CON GABRIELLE DE FELICE Nos encontramos con Gabrielle de Felice durante su escala en Santander, recién llegada de la Argentina donde ha realizado la presentación de su último libro. Es una cálida mañana de diciembre y el sol brilla tenue. Nos recibe en la terraza del Hotel Real donde se hospeda. Presenta un aspecto informal, glamurosa a pesar de vestir chubasquero arrugado, vaqueros y botas de montaña con barro. Está tomando un chocolate caliente con churros. Nos recibe con cercanía y nos invita a compartirlo. Comienzo mi entrevista.
¿Qué tal su viaje por Latinoamérica? - Vuelvo muy contenta. Me han recibido muy bien. Latinoamérica es un lugar en el que siempre me encuentro muy a gusto. Aunque de origen cántabro, una parte de mi familia nació en Argentina, así que siempre ha habido en mí una unión muy sentimental con esas tierras. El miércoles pasado en Buenos Aires acudieron muchos lectores a la histórica librería del barrio de San Telmo donde se realizó la firma de los ejemplares. Durante el acto recibí el mejor premio que puede esperar una persona que se dedique a la literatura. Una mujer de mediana edad se acercó a mí para abrazarme y muy sinceramente darme las gracias por un libro que había escrito. El libro la había ayudado en una época dura y gracias a su lectura había conseguido superar unos momentos muy difíciles. Fue una experiencia muy emotiva y me llevo un grato recuerdo de ese momento. Y pensé: “pues bien, ya he hecho algo bueno en mi vida”.
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¿De pequeña deseaba ya ser escritora? -. ¡No, qué va! De pequeña soñaba con ganar el premio Nobel en investigación científica. ¡Qué ingenuos somos de niños! Pronto me di cuenta que no poseía ni capacidades intelectuales ni dotes sacrificio para ello. Hoy en día aún un trabajo como el desarrollo de la vacuna contra el COVID me atrae y parece interesantísimo y sobre todo muy meritorio por parte de los investigadores.
¿Y ahora, sueña con el Nobel de literatura? -. No soy tan ambiciosa. Mi objetivo es tan sencillo como que mis lectores se diviertan leyendo mis novelas y disfruten con ellas tanto como yo escribiéndolas.
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¿Y cómo surgió su pasión por la literatura? ¿Recuerda cuál fue su primer libro? -. ¡Claro que lo recuerdo! Mi primer libro fue Corazón ¡Con este título tenía que presagiar algo bueno! Y más tarde llegó Pinocho, pero me aficioné a la lectura después con los libros de mi hermano mayor, gran lector. Lecturas poco apropiadas para mi edad, pero con las que disfrutaba más que con Torres de Malory o Los cinco en apuros. Me hacían sentirme mayor. Pero tengo que alabar el trabajo en el instituto de mis profesores de Lengua y Literatura que fueron determinantes. ¿Ha sentido alguna vez miedo ante un folio en blanco? -.Eso del “folio en blanco” es algo ya del pasado porque la mayoría escribimos directamente en el ordenador. Pero no, yo no. Creo que hay escritores a los que en alguna ocasión les ha pasado, pero yo solo me coloco delante de un papel en blanco cuando tengo algo que escribir. Tener algo que decir y decirlo es algo tan natural, como el tener hambre o el desear dormir y hacerlo. Entonces, sus historias fluyen fácilmente ¿Cómo el agua de un manantial? -.No, tampoco es eso. Escribir es un trabajo libre, pero un trabajo meticuloso y concienzudo. Crear un personaje no es fácil, es introducirse en la piel de otro, transformarse, sentir y pensar como otra persona. Un escritor ante el papel es un actor que interpreta sin guion ¿Has leído a L. Pirandello? Aún no. Sus historias y personajes parecen muy reales -.Pues son todos ficticios, pero se vuelven reales cuando se independizan de mí y crean su vida propia. Se transforman en ellos mismos y se me escapan de las manos. ¿Las historias? Para mí no es importante un suceso, sino como ese suceso afecta al personaje. Más importante que la acción es cómo esa acción afecta anímicamente y físicamente a las personas. El efecto que en ellos produce, cómo lo sienten, cómo lo sufren, cómo les hace vivir o cómo les mata por dentro. En su último libro habla sobre el calentamiento global del planeta y de cómo actúa negativamente sobre los glaciares.
¿Por qué ha elegido el Hotel Real para hospedarse? -. Me gustan los lugares bonitos (se ríe).
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-.Sí. Soy una persona que disfruta mucho de la naturaleza y me gusta pasar los ratos de ocio al aire libre en contacto con ella. Veo que no hay una concienciación colectiva de que estamos destruyendo el planeta. Lo que no contamina Europa lo contamina Asia sin control. Uno de los retos para el siglo XXl por parte de las instituciones sería potenciar más las energías alternativas.
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Le puedo decir, sin que se ofenda, que no pega su atuendo con el lugar en el que encuentra. -.Vengo de dar un paseo por los acantilados de la costa. Además, el hotel está vacío. Ahora con la pandemia no se hospeda nadie, pronto cerrará.
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¿Qué espera de la vida? -. Espero que me sorprenda. La entrevista se acaba, debe cambiarse para tomar el próximo avión con destino a Italia, hacía a su casa en la costa Amalfi donde pasará los próximos meses del invierno. Siento que aún nos quedan muchas cosas por saber de ella. En su próxima visita a Santander ¿Nos concederá una nueva entrevista? -. Claro que sí, ¿Te gustó el chocolate? Dejamos a Gabrielle deleitándose con el paisaje del sur de la bahía. Al fondo, el brillo de las montañas nevadas invita a la inspiración para un nuevo relato, ¿quizás uno de la Navidad? FIN
Náufragos Seres errantes, Mutilados de certezas, Nos sentimos Cual náufrago sin isla Navegando Por estos mares De virus y pandemias. Buscando preguntas A respuestas obsoletas. Anhelando sonrisas, Besos, abrazos En estos días De bruma intensa. Casilda González Portilla
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Recuerdos Iniciamos nuestro viaje a Cataluña. A lo lejos la carretera nos llevaba al destino. El seiscientos se movía alegremente. Eran las seis de la mañana y cantábamos haciendo el viaje más divertido. Paramos en Zaragoza visitando la Basílica del Pilar. Reanudamos la marcha hasta Los Mineros, donde paramos para comer. Qué llanuras y qué colorido. Mirábamos con admiración a nuestro alrededor. La ciudad Condal era grande Tenía cosas que nos dejaban admiradas por su armonía y belleza, como el Parque Güell. El puerto era inmenso, bello. Pero, en nuestro corazón, Recordábamos nuestra tierruca. Fina Gutiérrez-Dosal
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Libertad. Es la expresión vital espontánea de las personas. Entran en la misma dos factores sicológicos: el interior y el exterior En el primero, soñamos y alimentamos ilusiones. En el exterior, descubrimos el mundo real. En este último, surge la coacción del acto no aceptado por la mayoría La libertad sangra. Sin embargo, el acto libre emanado de la voluntad dotada de libertad supone un conocimiento y una puesta en marcha. Caminemos.
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SOLOMILLO IBERICO EN SALSA DE SETAS INGREDIENTES 1 SOLOMILLO ENTERO DE CERDO IBERICO ACEITE DE OLIVA VIRGEN EXTRA 300 GR DE SETAS 12 CIRUELAS DESHIDRATADAS SIN HUESO 1 CEBOLLA 2 CUCHARADAS DE HARINA 200 GR DE TOMATE FRITO 200 ML DE VINO TINTO (OPCIONAL) TOMILLO PEREJIL
SAL MODO DE PREPARACIÓN Cogemos el solomillo y lo cortamos en medallones de dos centímetros, le echamos sal. Luego cogemos los medallones de solomillo y los pasamos por harina. Escurrimos el exceso de harina Cogemos una sartén y vamos marcando el solomillo, una vez marcado lo retiramos y lo aparcamos
PD …podemos poner Boletus o más clases de hongos Enrique Ruiz
CULTURA GASTRONÓMICA
En una cazuela ancha y baja echamos un poco de aceite y freímos una cebolla en juliana. Una vez rehogada incorporamos las setas en juliana y volvemos a rehogarlo. Cuando ya este, incorporamos el tomate frito o rayado y echamos el tomillo. Damos unas vueltas, incorporamos las ciruelas deshidratadas y rehogamos. Incorporamos los medallones de solomillo, volvemos a rehogar y añadimos el vino tinto (o… vino blanco o caldo de carne). Dejamos hervir a fuego medio suave 12 min. Tapamos y dejamos reposar y espolvoreamos con perejil.
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EL CAMBIO CLIMÁTICO Desde mi punto de vista, creo que la tierra en la que vivimos actualmente está en un punto de no retorno; deberíamos de concienciarnos de que por mucho que queramos reciclar o inventar tecnologías híbridas que no contaminen, el daño que se ha provocado durante años no se puede remediar y ya está hecho y, aunque se inventen cosas que puedan minimizar el problema, aun así, vamos un poco tarde.
«El cambio climático es una realidad que ya va a tener implicaciones inevitables, pero aún podemos minimizar sus consecuencias más severas»
El ser humano no ha tratado bien el planeta y eso está pasando factura. Desde hace años, se están originando cambios en el ecosistema, el agua, la comida. La agricultura que hace mucho que conocíamos ya no es la misma. Por todo ello salimos perjudicados todos. Hoy en día, los impactos del cambio climático ya son visibles y se extienden mucho más allá del aumento de la temperatura. Las consecuencias están afectando a ecosistemas y países de todo el mundo, y muchos elementos de los que dependemos diariamente para sobrevivir como son el agua, la energía, la agricultura, el transporte, la vida silvestre… cambian constantemente y afectan incondicionalmente a la salud de los seres vivos.
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No soy una activista de Greenpeace ni mucho menos, pero, sinceramente, el planeta en el que vivimos es precioso e infinitamente maravilloso. Y podemos denominarlo único y, por el momento, irremplazable.
Esperemos que dure cientos de años más como pronostica el físico teórico Stephen Hawking; es el tiempo que tenemos para habitar en otro planeta. Así que, lo que nos quede de vida, enseñemos a nuestras generaciones a cuidar y proteger este hermoso planeta.
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Vanesa González Caldera
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COMO INFLUYE LA LUNA SOBRE LA TIERRA ¿Cómo influye nuestro satélite natural sobre la Tierra? Una de las cosas que más afecta de la Luna sobre la Tierra serían las mareas, si, las mareas. Esto se debe a que la gravedad de la Luna sobre la Tierra provoca las mareas. Cuanto más cerca está la Luna, más aumenta el nivel del mar, llamado pleamar y, lo contrario, cuanto más lejos, más bajo será el nivel del mar, llamado bajamar. En el lado contrario de la Tierra se aplicaría lo opuesto, siendo con la Luna más cercana la bajamar y, estando más alejada, la pleamar y como ves en la foto de abajo, según la posición de la Luna puede aumentar más o menos el nivel del mar.
CIENCIA
La Luna también influye en la inclinación de la Tierra. Con la Luna, la Tierra tiene una rotación más rápida y también estabiliza el clima, por la influencia sobre los glaciares.
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¿Qué pasaría si la Luna desapareciera de repente? Si la Luna desapareciera de forma repentina sería algo muy negativo ya que las mareas dejarían de existir, aumentaría el nivel del mar drásticamente, el mar se estancaría por la ausencia de las corrientes y, con ello, se perderían la mayor parte de animales marinos. Las demás especies también dejarían de existir, ya sean animales o plantas, ya que sería demasiado difícil adaptarse a un cambio así de grande. Sin la gravedad de la Luna, el clima cambiaría también; aumentarían las temperaturas bastante en las estaciones calurosas y en las estaciones frías descenderían drásticamente. También aumentaría la fuerza del viento.
CIENCIA
Steven Centeno dos Praceres
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Estamos en la Web https:// camargodandoforma.blogspot.com.es
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