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C.E.P.A. DE CAMARGO Año IV, número 7, junio de 2021


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Contenido: SOCIEDAD—COSAS DE AQUÍ

Poema 2. Oda a la inmortalidad

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La salud mental en el sistema

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Poema 3. No despertéis jamás a la serpiente

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Volver a empezar

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Poema 4. Correspondencias

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Carlitos y Carlos

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Poema 5. Vocales y canción de la torre más alta

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Poema 6. La tierra baldía

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RELATOS Y POESÍA

Diálogo poético con Samuel Taylor Coleridge

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Viaje al cielo

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Envejecer…

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Escritores olvidados

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Ben Loman

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La venganza

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El profesor de adultos

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El dorado

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El castillo encantado de Emivana

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La ciudad perdida

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El Gasolina (segunda parte)

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Día octavo de nuestro señor

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El Contador de Historias

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Alonso de Vega y de Torre

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La puerta del espacio-tiempo

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CULTURA

Tulio

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Feliz aniversario, Don Miguel

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El dependiente y YaoYao

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Pueblos de Cantabria

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Miguel y sus posibles finales

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Revilla de Camargo

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Viaje al cielo

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Arenas de Iguña

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Antología poética

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Laredo

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San Vicente de la Barquera

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Para ti, bella dama

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Oda a la literatura

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Decálogo del buen escritor

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Consejo

Poema 1. Oda a una urna griega

Revista Dando forma nº 7 (junio de 2021). Han escrito en la revista: Alumnos y alumnas de ESPA, taller de Literatura y taller de informática. Coordinación de la revista: Javier Arbea, Guillermo Álvarez Pedro Alonso, Marina Castaneda, Elena Gutiérrez, Sandra Maestro, Carmen Samperio. Los coordinadores de la revista Dando forma del C.E.P.A. de Camargo no se identifican necesariamente con el contenido de los artículos publicados.

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EDITORIAL Érase una vez un pueblo que vivía ajeno a su vulnerabilidad. Sus habitantes se comportaban como si no hubiera un enemigo que pudiera vencerlos. Hasta que un día surgió una amenaza en un país muy lejano. Desconocedores de la gravedad de la situación pensaron: “está demasiado lejos, nada nos va a pasar”. Pero el enemigo fue conquistando todos los pueblos de los alrededores, uno a uno, hasta que un día llegó para quedarse. Lo intentaron con todo tipo de armas y estrategias, pero por más que insistieron, no consiguieron vencerlo en la dura batalla. Un buen día un hombre sabio llegó y les enseñó la forma, la mejor estrategia para poder ven-

cerlo. Debían dejar de lado su egoísmo y trabajar en equipo, formar un ejército que, con su buen hacer, lo redujera y lo matara. Todos juntos consiguieron, con trabajo duro, echar de su pueblo al enemigo y recuperar la vida que tanto ansiaban. Ese ejército lo formamos todos los que hemos trabajado duro, siguiendo las enseñanzas de aquel hombre sabio, que consistían básicamente en cuidarnos los unos a los otros y velar por nuestra salud y la de todos los que convivimos en este nuestro pueblo. Hemos conseguido terminar este curso, tan atípico, a pesar de que todo jugaba en nuestra contra, porque lo hemos hecho juntos.

Estamos en la Web https:// camargodandoforma.blogspot.com.es


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LA SALUD MENTAL EN EL SISTEMA En España, debido al aislamiento impuesto,

en España, ¿por qué esa media desciende a

a la pandemia que nos asola, se ha realiza-

6 psicólogos por cada 100.000 habitantes?

do una investigación en la que colaboran va-

Teniendo en cuenta las circunstancias actua-

rias universidades para establecer las princi-

les, a las que hay que añadir los anteceden-

pales consecuencias psicológicas derivadas

tes que ya teníamos antes de la pandemia:

de este último año. El total de una muestra

alteraciones emocionales en niños, casos de

de 5000 personas obtuvo un empeoramiento

bullying, adicciones a las nuevas tecnologías

en las variables medidas: ansiedad, depre-

y otras drogas, estrés laboral, problemas de

sión e ira. Por otro lado, existe un sector de

pareja y un sinfín de problemas psicológicos y enfermedades. Los psicólogos que hay en la sanidad pública tienen tal saturación que es imposible rebajar la lista de espera menos de 6 meses, que, si tú consultas porque tienes ansiedad, el médico te receta Orfidal, porque no puede derivar a más pacientes a la unidad de psiquiatría. Estamos reclamando un derecho que nos pertenece y que ade-

más pagamos con nuestros impuestos, porque, ¿cuántas vidas más se va a llevar esa

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lista de espera? No olvidemos que la detecla población que es aún más vulnerable a las

ción precoz y la prevención son dos puntos

consecuencias psicológicas que vivimos, son

clave en el abordaje de los trastornos menta-

las personas que presentan antecedentes

les, lo que nos lleva al punto más importante,

psiquiátricos o grupos vulnerables como los

la sanidad primaria necesita psicólogos ur-

niños y adolescentes. En Reino Unido, se ha

gentemente. No puede ser que los médicos

duplicado el número de derivaciones a la

estén ejerciendo una labor que ni les compe-

unidad de trastornos de la alimentación.

te ni están preparados para ello. El psicólogo

¿Las causas?: desde el aislamiento social

en la sanidad pública, especialistas en los

hasta la inseguridad alimentaria, pasando

hospitales y generalistas en los ambulato-

por la presión para perder peso, la pérdida

rios, es una necesidad, y es urgente.

de rutinas o las interrupciones al acceso a los servicios clínicos presenciales. ¿Por qué en Europa la media de psicólogos por cada 100.000 habitantes es de 18 psicólogos? Y

Manuela Saiz Bustillo


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VOLVER A EMPEZAR

drían interesar, yo muy feliz le dije que por supuesto, que estaba interesada, mi disgusto llegó cuando me pregunta ¿Tienes la E.S.O.? Porque para hacer estos cursos hace falta tener la E.S.O. Mi disgusto fue monumental. Cuando llegué a casa toda frustrada, mi hijo me preguntó que me sucedía y le conté lo que la profesora me había comentado. De repente, mi hijo me dijo y ¿a qué estás esperando?, es hora de que te lo saques, ya que me has estado dando la turra de lo importante que es para mi futuro, tener la E.S.O, que hoy en día lo necesitas para todo. En ese momento ya no me quedaban excusas, me tocaba organizarme y emprender un nuevo proyecto. Así lo hice, me apunté a la escuela de adultos. El primer día de clase estaba tan nerviosa que casi no duermo, otra vez exámenes, trabajos, con lo poco que me gustaban. Mientras iban pasando los días, más me iba gustando, me di cuenta de que cuando eres pequeño no te queda más remedio que ir al colegio, te guste o no, pero cuando lo haces de adulto, ya sabiendo lo que quieres y lo que te vas a encontrar, lo disfrutas mucho más. Esta experiencia no solo me está sirviendo para mejorar mi currículum, sino que también he conocido a unas excelentes personas, tanto en profesores como en compañeros de clase. Así que a todas aquellas personas que, como yo, se inventan excusas para no volver a hacer algo, yo les diría que a por ello, que nunca es tarde ni se es demasiado mayor. Maite Pazos

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Volver a empezar, es una frase que a muchos como a mí, nos resulta frustrante. No por el hecho de tener que volver a hacer algo que creías que no hacía falta volver a hacer, sino porque crees que ya no eres capaz de hacerlo, como por ejemplo volver a estudiar. Yo, que con mis dieciséis años acabé la E.G.B tal que en junio y en septiembre ya estaba trabajando, creía que mi vida ya estaba resuelta. ¡Que ilusa!, uno no sabe cuándo el destino se interpondrá en tu camino, ya que resulta que me enamoro de un cántabro, me caso, dejo el trabajo, la familia y los amigos por emigrar a otra comunidad. No tuve problemas para adaptarme y encontrar otro trabajo y hasta nuevos amigos. El problema llega cuando con el paso del tiempo todo cambia, el país se sume en una profunda crisis (LA BURBUJA INMOBILIARIA). Conseguía trabajo, pero me iba resultando cada vez más difícil, porque, de repente, te empezaban a preguntar en las entrevistas de trabajo que si tienes la E.S.O, que para trabajar con ellos la necesitas. No solo no lo entiendes, sino que encima te hacen sentir mayor. ¿Por qué necesito la E.S.O para demostrar mis capacidades, si yo ya tengo la E.G.B? Después de unas cuantas entrevistas fallidas, te das cuenta de que, de repente, ya nadie te admite el currículum en mano, entonces te empiezas a dar cuenta que puede, que por tus estudios, no por tu experiencia laboral, te estés quedando fuera del mercado laboral. En mi cabeza pensamientos de” tengo que volver a estudiar”, con lo poco que me gustaba cuando era pequeña y ahora, a mis cuarenta y dos años ¿Como me voy a poner a estudiar ahora? ¡Puff! Imposible, ya no tengo cabeza, los niños, la casa, etc. Esas eran las excusas que me iba inventando para no hacerlo. Como ya he mencionado anteriormente el destino nos tenía reservada otra sorpresa, pero de las desagradables. El país se enfrenta a un desastre sanitario, una pandemia, un virus conocido como la Covid19. No os voy a relatar lo que ya sabéis que pasó, solo un detalle, ese mismo mes en el que nos confinaban en casa, yo comenzaba un curso de profesionalidad de limpieza, que tuve que retomar en verano. Una tarde, hablando con mi profesora, nos contó que ella impartía otro tipo de cursos que a mí me po-


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CARLITOS Y CARLOS Desde que Carlitos tenía uso de razón, nunca le gustó madrugar y cada vez que sonaba el despertador era un suplicio. Al levantarse de la cama, se dirigía casi dormido al cuarto de baño, se miraba al espejo y se repetía “porque tengo que ir a estudiar”. Se dirigía a paso lento a recoger sus cosas y luego tomar el desayuno, mientras sus padres le animaban

a comenzar el día con entusiasmo. Le

decían “venga, Carlitos anímate, ya verás qué bien lo pasarás”. Carlitos solo respondía: pues yo no quiero ir. Al llegar a la casa, descargaba la mochila llena de libros, que según él no valían para nada. Como de costumbres, su madre le preguntaba si había hecho los deberes, su respuesta era siempre: “sí, ya lo he hecho mamá”. Pero no si antes arremeter en contra de los profesores diciendo que ellos le tenían

manía. Y así pasaron los años, la rutina de Carlitos se repetía día a día, su felicidad era plena cuando llegaba el verano y las navidades. Cuando no tenía la odiosa obligación de ir a estudiar. Ya en su adolescencia, pero no en su total madurez, decidió abandonar el colegio, se ocupó de trabajar en lo que podía, disfrutar de la vida sin el esfuerzo de deberes, ni tampoco veía la necesidad de lo importante que sería para su futuro terminar al menos sus estudios básicos.

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Carlitos y muchos como él, tomaron la decisión de dejar los estudios y se convirtieron en: novios, esposos, padres, tíos, y hasta abuelos. Hicieron amigos fuera del cole, viajaron, consiguieron buenos em-

pleos, algunos de ellos fueron exitosos, dando por entendido que un abogado termina de taxista y una persona sin estudios podría convertirse en el dueño de una compañía exitosa. Este pensamiento y la falta de carácter de sus padres lo condujeron al abandono de los estudios. Ya no era Carlitos, ahora le llamaban Carlos, ahora tenía hijos, a quienes tenía la obligación de ayudarlos en sus deberes. Le pesaba el no tener los estudios para avanzar en la empresa en donde claramente tenía más experiencia que aquel nuevo trabajador de 20 años que ocu-


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paba un cargo por arriba del suyo. Y entonces comprendió la necesidad de estudiar. Un día Carlos tomó la decisión. Era un asunto personal y de superación. Sabía que si lo hacía no sería fácil y debería tener la disciplina, había decidido volver a estudiar. Pensó mucho, hizo muchas preguntas. ¿Y si estoy muy mayor para volver a estudiar? ¿Me costará mucho entender las clases? ¿Se van a reír de mí? ¿Cuánto tiempo me tomará? Lo consultó con sus familiares, quienes lo animaron. Pues Carlos tenía un proyecto y para ello debería de terminar lo que no hizo de pequeño, siendo Carli-

tos. Y Carlos volvió a la escuela. Ahora le costaba madrugar por el cansancio de combinar ser trabajador y padre a la vez. Ya no tenía a los padres que lo animaban, ahora tenía a toda una sociedad que le hacía ver que estaba ya un poco mayor para estudiar, ya solo contaba con su propia voluntad para continuar. Ahora en la mochila no solo llevaba útiles, también llevaba su fiambrera de una larga jornada de trabajo, documentos, su billetera, teléfono, pastillas para los dolores propios de la edad, entre otras muchas cosas de

adultos. Y Carlos volvió al colegio. Estaba sentado en un colegio para adultos, acordándose de niño en aquel colegio al que no quiso volver nunca más. Se dio cuenta de lo difícil que es retomar los estudios, aprender aquellas cosas básicas que debió aprender siendo Carlitos. Aprendió que las cosas cuestan y nunlucionar, aprender y también disfrutar de volver a estar estudiando.

Lo importante es que no debemos abandonar los estudios, además de ser un derecho es un deber que la sociedad debe inculcar en los niños y jóvenes, debemos animar a todos a estudiar. Y si, por alguna razón, de niños o jóvenes dejamos los estudios, también debemos animar a los adultos, no importa la edad que se tenga para estudiar. Nunca será tarde para aprender. Jesús María Zubillaga

SOCIEDAD—COSAS DE AQUÍ

ca es tarde, tenemos la capacidad de adaptarnos, evo-


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PARA TI, BELLA DAMA Elegante, así es como yo te defino, y glamurosa: una difícil conjunción. surge una leve sonrisa si te miro y veo esa exquisita composición. Haciendo juntos un ameno recorrido se encuentra Él: tu sabia elección, es por ello que consagras tu respiro con gran esmero y fiel dedicación. A veces huyes o retas al destino. Lo intentas hacer con discreción, pero te apartas de éste, tu camino porque no hallas una grata solución. Cuando casi todo cae en el olvido procedente de tu única pasión, y rara vez es lo que se ha prometido te revelas ante Él, tu provocación. Con buen mimo y caprichoso estilo embelleces una simpática afición. Es continuamente ese "sexto sentido" el que galardona tu imaginación. Siempre orgullosos se han sentido aquellos con quien compartes diversión. Evitas continuamente el gran gentío y disfrutas más en minúscula reunión.

RELATOS

Pequeño, lindo y muy entretenido, así te llega El, una nueva tentación. Reclama poco a poco su dominio siendo ahora su anhelada devoción. Siento en mi corazón un sutil latido ¿será quizás el ansia?... tiene evolución. Indago dentro: en lo más escondido y comprendo qué es... "admiración"

Lourdes Fraile

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Oda a la literatura En el curso de la pandemia el teatro, la poesía y también la ortografía nos hicieron compañía.

Leimos a Rimbaud, Kents, Shelly, Pirandello, Ibsen, Chéjov, Siempre Chéjov!

Los martes por la tarde, Fina, Nita, Rosa, Fátima, Pilar, Eva Clara y Casilda, con entusiasmo y sin prisas a Guillermo escuchamos impartir su sabiduría.

Escribimos relatos, poemas y hasta un decálogo para escritores compusimos. No todo es serio en este taller literario, también risas compartimos. Y al final a un roble viejo con un olmo seco confundimos

Entre metáforas, hipérboles, paradojas, puntos y comas van pasando las horas.

Casilda González

DECÁLOGO DEL BUEN ESCRITOR 1.

Si vas a narrar un hecho real, no olvides documentarte a fondo. Sobre todo, si en tus escritos aparecen fechas, lugares o hechos. Muchos de tus lectores, incrédulos, tenderán a comprobarlos. Encarna

2.

Escribe lo que a ti te gustaría leer.

3. 4.

Escribe por el placer de escribir. Ese, es el único fin. Al igual que en la elaboración de un suculento postre, si el resultado gusta, disfrútalo compartiéndolo. De lo contrario, si no gusta ¡Tanto mejor! Todo para ti. Clara

5.

Escribe para dar rienda suelta a tus pensamientos. Fina

Eva

6.

RELATOS

Escribe para dar vida a tus personajes. Si tú no lo haces nadie lo hará. Casilda González 7. Escribir es buscar tu rincón favorito en el silencio. Rosa 8. No des a leer a nadie lo que a ti no te guste o no te suene bien. 9. Pon una parte de tu yo en todo lo que escribas, porque te será más fácil expresarte. 10. Que la papelera esté siempre llena.


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CONSEJO

Tristeza. La brisa le daba en la cara en su paseo de cada día. Esa costumbre le aislaba de todo pensamiento negativo, se centraba en la vegetación que encontraba a su paso, observaba con detenimiento el desarrollo de las plantas, y su evolución constante. Al regresar consultaba libros de botánica. Se habían convertido en su adicción, su contenido le apasionaba. Descubrió que toda persona que se centra en algo puede ser feliz. Fina Rodríguez-Dosal

BEN LOMAN “Así, escoltado, en devota procesión llegué a la isla.” La isla. Norberto de Asís.

RELATOS

Willy Loman despertó una mañana de sábado, sin imaginar que el almuerzo que le preparaba su mujer, con tanta devoción y esmero, se le atravesaría en el gaznate sin haber llegado ni tan siquiera a probarlo. Como de costumbre sobre el taquillón de la entrada, junto al periódico, se amontonaba la correspondencia rutinaria de la semana. Entre el manojo de sobres habituales, uno en especial sin remitente, por el tacto y sobre todo por el aspecto rústico, le llamó la atención. Ocho años habían pasado. Ocho años de conjeturas sobre un destino incierto. Ocho años en los que ya casi le había dado por muerto. * * *

días de fuerte tormenta en la cima de este peñasco se arremolinaban las nubes de forma diabólica reclamando sus dominios. Las cabañas del poblado de Montaña del Infierno se dispersaban alrededor de un manantial de aguas sulfurosas que, tras pasar por las mismas entrañas del averno, afloraban a la superficie a sesenta grados centígrados. Estas aguas compensaban las penalidades de sus moradores en el más puro y duro invierno de Alaska.

Montaña del Infierno en sus primeros tiempo será apenas un poblado de una veintena de cabañas de madera de roble, situadas en la ladera de un elevado peñasco abrupto, que carecía de nombre en los mapas. En los

Los primeros colonos llegaron a Montaña del Infierno con la construcción del ferrocarril y los asentamientos de los aserraderos. Buscavidas y aventureros. Un puñado de hombres sin honor, huidos de la justicia y la


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En el revés de la foto escribió una dedicatoria, la metió en un sobre y colocó este en el buzón de correos de la oficina del aserradero. Después de ocho años en los que sólo había conseguido tener callos en las manos, su orgullo no le permitía admitir ante su hermano que era un fracasado. ¡No! Frente a Willy Loman, no. Un hombre famoso en Boston, propietario de una casa, con una mujer que le admiraba y dos hijos sanos que heredarían todo su legado, ¡no! Nunca. Había pagado por la foto el jornal que apenas conseguía ganar en una semana, pero la ocasión lo merecía. ** *

Willy Loman abrió la carta y observó la fotografía. Aparecía en color sepia. ¡Qué porte de afortunado y qué firmeza en la mirada! ¡Qué línea perfecta de afilado en el bigote! Reclinado en la butaca, sujetaba con fuerza su mano derecha el látigo. En el pie izquierdo, con qué brillo resaltaba la espuela plateada. La bota de montar pisoteaba con firmeza la cabeza del oso. No había duda de que era un terrateniente. La viva imagen del éxito, del dominio y del poder. Willy Loman escondió el sobre e hizo trizas la fotografía. Cuando, sentados delante la mesa, su mujer se percató de que no probaba bocado, le preguntó si había alguna novedad en la correspondencia. Willy L. fingiendo naturalidad respondió: - Nada, “querida”, lo de siempre. Ah, y la próxima semana volveré de nuevo a Boston. La alegría inicial de Willy Loman al recibir noticias con vida de su hermano se transformaría día a día en una frustración prolongada. Clara San Miguel

RELATOS

ley. Gota a gota llegarían más tarde sacamuelas, charlatanes, predicadores, curanderas… No era fácil llegar ileso a Montaña del Infierno. En aquel paraje indómito la vida de un hombre valía menos que la ropa interior que llevaba puesta. Y creed lo que os digo, porque es cierto. Cuando Ben Loman apareció en la aldea montado en la mula y calzado con las botas viejas del pobre desgraciado de Tony Dilam, sospecharon que algo malo le había sucedido a este último. Cuando encontraron su cadáver abandonado en el bosque con dos tiros por la espalda, se confirmó que Ben había sido el culpable. Cuando juzgaron a Ben, este lo desmintió todo y declaró que fue una compra por unos dólares. Nadie le creyó. Pero tampoco nadie pudo demostrar lo contrario. A esas alturas ya todos habían aprendido que a un hombre armado nunca se le daba la espalda. Cierto día se apeó del ferrocarril en Montaña del infiero Williams and Company, dos maestros de la recreación ficticia. Descargaron su colección de cachivaches y frente al aserradero montaron su tenderete. A un lado de éste se podía ver una palancana de agua, navaja de afeitar con buen filo y un perchero con ropa limpia. Al otro lado colocaron un butacón que forraron con pieles de foca. Alfombraron el suelo con una abultada piel de oso. No le faltaban a esta unas buenas garras afiladas y una mandíbula fiera, tan fiera que parecía que le habían pegado más dientes en ella de los que ya de por si debía de tener. Decoraron el fondo colgando una cortina de brocado de la mejor fábrica textil de Filadelfia. Pronto empezó a formarse una cola de curiosos deseosos de ver actuar en directo a este mago de la fotografía instantánea. Uno de los primeros en llegar y someterse a la transformación fue Ben. Un día tardaron los Williams en revelar la fotografía. El resultado fue óptimo.

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EL PROFESOR DE ADULTOS Eran las cuatro de la madrugada. Al día siguiente comenzaban las clases. El profesor Roberto miraba absorto la noche por la ventana. Solo veía una mancha negra en la que sus ojos, cansados de tanto mirar la oscuridad, inventaban dibujos de contornos extraños. De pronto la noche se iluminó. El ferry procedente de Plymouth entraba en el puerto. El profesor Roberto no se lo pensó dos veces y se dirigió al puerto. Ya amanecía cuando del interior del enorme barco comenzó a salir una hilera de coches, motos y caravanas. El profesor Roberto observaba el desfile. Fue entonces cuando lamentó no ser él también un viajero, un nómada en busca del puerto más lejano. Tal vez por eso saltó la valla. Se escondió entre los vehículos que salían y esperó. Cuando finalmente el último vehículo abandonó el ferry, tuvo el tiempo suficiente de saltar desde el muelle y colarse en la enorme boca de metal que se había abierto en la popa del navío. Durante un día entero esperó en aquella inmensa nave que olía a gasolina fermentada a que el ferry iniciase el viaje de vuelta a Inglaterra. Para matar el tiempo hablaba consigo mismo y se decía que jamás volvería a su vida anterior. Que nunca más le verían por el centro de enseñanza para adultos en el que trabajaba. Que vería el mundo y recorrería sus océanos. Que su vida sería una sucesión de aventuras que terminaría en LA, donde se enrolaría como batería en alguno de los muchos grupos de grunge que había en aquella ciudad. Nunca supo cuando se abrió la puerta y los coches que debían hacer el trayecto ahora hasta el Reino Unido comenzaron a entrar en el enorme garaje. Los vehículos entraban uno a uno, contaminando el espacio cerrado con el veneno de sus tubos de escape. Pronto, alrededor de él, se fue cerrando un círculo de metal que le apretujaba contra la pared. La atmósfera en el garaje se hizo irrespirable y, sin embargo, los vehículos continuaban entrando. El aire le faltaba al profesor Roberto y supo que nunca iría a LA ni sería batería de un grupo de grunge ni su destino sería el de un aventurero, sino que moriría aquí, en este apestoso garaje, rodeado de humo y de metal. Por eso fue por lo que cuando abrió los ojos y comprobó que solo había sido una pesadilla de inicio de curso, dio las gracias al destino por ser solo un profesor en un centro de adultos. Fátima Alvarado

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EL CASTILLO ENCANTADO DE EMIVANA Los niños jugaban en el frondoso jardín de “Mansión fantasía“, así se le ocurrió llamar bastante tiempo después de su construcción a aquel castillo de diseño propio, en cuyas paredes de piedra, colocada cada una a su antojo, había sido escrita su vida desde que decidió vivir en él. Cuando lo construyó, jamás se imaginó que en él comenzaría el ciclo más excitante de su existencia que hasta aquel día tenía poco que recalcar. Ahora Emivana

recordaba tumbada en la hierba todo lo vivido de un tiempo a ese día. Comenzó recordando cuando se acercó al pueblo más cercano para comprar lo necesario para preparar el tablero con el nombre. Se colocó al volante de su antiguo coche, El abuelo lo llamaba. Iba muy contenta cantando una canción que ella misma había compuesto “Mi castillo tiene un fantasma que Guimelio se llama, él es mi amor y yo soy su dama, nadie lo ve porque él vive


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que le quedaba hacia su “castillo de fantasía”, deseando con todas las fuerzas de su corazón que él acudiese a su llamada. Esa noche le necesitaba más que nunca, sentía su cuerpo arder de deseo y además debían colocar el nombre de su nido de amor a la entrada, si es que da tiempo, pensó pícaramente. Al llegar, todo por alguna extraña razón le parecía distinto, debe de ser porque soy feliz y cuando se es feliz todo parece distinto. Sí, soy feliz, ¡soy feliz!, gritó a pleno pulmón dando vueltas como una peonza con sus brazos abiertos y su pelo ondulándose con el viento. Miró al cielo, las nubes se movían despacio mecidas por el aire, se tumbó en el suelo y comenzó a mirarlas muy despacio para poder leer en ellas lo que querían decirla. Le pareció que algo la elevaba del suelo y la llevaba no sabía dónde, sintió un abrazo muy cálido, pero no sabía de quién. De pronto se encontró mecida por los brazos de su abuela que la miraba con sus ojos verdes rodeados de pronunciadas arrugas a la vez que estampaba un beso en sus cabellos rubios y le decía: eres especial, no cambies nunca mi niña traviesa, sé siempre tú misma y no olvides quererme siempre. Cuando abrió los ojos, comprendió que todo había sido un sueño, pero a su alrededor percibió el aroma de la ropa recién lavada a la que su abuela siempre olía. Una lágrima humedeció sus ojos, miró al cielo y tiró un sonoro beso al aire dando las gracias a su abuela. No cambiaré nunca, quiero ser como tú y lucharé por lo que quiero como tú me enseñaste. Ahora he de dejarte. Lo entiendes, ¿verdad? Tengo una cita y me esperan, no puedo faltar. Y corriendo se encaminó a la alme-

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en mi corazón y duerme en mi alma”. Se dirigió a la carpintería, compró una tabla de roble en tono oscuro y dos centímetros de grosor, después en la ferretería se hizo con unas cadenas, brochas y unos cuantos botes de pintura de colores chillones. Seguidamente, otra vez en su coche se encaminó por el empinado camino hacia su castillo, canturreando lo mismo que a su partida, en el último recodo paró el motor, sacó la mano por la ventanilla y cortó una pequeña ramita de laurel, porque esa noche quería que su fantasma la acompañase en la colocación del tablón en el gran portón de salida. Y para que Guimelio acudiese debía de colocar la rama en el alfeizar de la almena que estaba orientada al este. Entonces él aparecería envuelto en su túnica plateada, en su mano izquierda llevaría una rama de azahar y se la entregaría mientras la sujetaba por la cintura con la derecha a la vez que desgajaría su corazón con un dardo de amor depositado en el mismo centro haciendo diana y ella se sentiría como transportada a otro mundo, un mundo de fantasía, navegando entre nubes de colores y cabalgando en una luna muy brillante. Sentiría arder su corazón enloquecida por la pasión que despertaba aquel fantasma que no recordaba muy bien qué fue lo que de él la enamoró de aquella forma tan excéntrica. Casi era locura, pero no podía hacer nada por evitarlo ni tampoco quería, de eso estaba muy segura. No sabía cuánto iba a durar todo aquello, pero lo disfrutaría mientras le quedase un soplo de aliento. Estaba especialmente deseosa de tenerle porque hacía casi un mes que no sabía nada de él y, aunque ya había ocurrido más veces, no conseguía acostumbrarse a que Guimelio desapareciese de vez en cuando porque decía que así, al estar juntos de nuevo, el amor se hacía más intenso y era como empezar de nuevo. Al pensarlo, un escalofrío recorrió su espalda excitándola más si cabía. Una sonrisa pícara se dibujó en su boca y un brillo delator se reflejó en su mirada. Lo añoraba tanto que le pareció sentir como un relámpago pasar a través de ella. Volvió a la realidad, puso el motor en marcha de nuevo y recorrió el último tramo

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na del este con su ramita de laurel en la mano y antes de colocarla sobre la piedra que estaba habilitada para ello, la acercó a su corazón y la paseó por sus labios con mucha ternura. El viento la mecía muy suavemente, era señal que soplaba del este, así que todo era favorable. Ya sabes que te espero, dijo en voz baja esperando que él recogiera el testigo. Bajó la empinada escalera de caracol muy despacio, como para darle tiempo al tiempo, que, aunque quería que pasase deprisa, sabía que todo debía seguir su curso y, hasta que la luz del día no empezase a disminuir, no sucedería nada. Bajó hasta el sótano, cogió las herramientas y lo que había comprado en el pueblo e hizo una pequeña montaña a la izquierda de la puerta principal. Subió a la habitación para vestirse para la ocasión y al acercarse se percató que por debajo de la puerta se escapaba un tenue haz de luz ¡Oh, vaya! Me dejé la luz encendida esta mañana. Al tocar la puerta, esta cedió misteriosamente, pues siempre iba muy fuerte, pero hoy no. Empujó la hoja. Un olor a azahar la embargó y quedó estupefacta al ver su habitación que era como un jardín, solo decorada en blanco. En una esquina, envuelto en una túnica dorada, Guimelio la miraba con sus ojos oscuros y una sonrisa pícara dibujada en su boca. En su mano izquierda una nomeolvides azul. Con su mano derecha le indicaba que se acercase, pero, aunque ella sentía cómo su corazón quería obedecerle, sus pies se negaban a moverse. Era como si hubiera echado raíces en el quicio de la puerta. De pronto él comenzó a acortar la distancia que les separaba y empezó a hablar, aunque ella no le oía, solo distinguía el movimiento de sus labios y le pareció leer “te quiero chiquilla”. Se acercó, le entregó la flor y la sujetó con su mano derecha, como ella recordaba. El mundo se desplomó para ella, cayó en sus brazos por no sabe cuánto tiempo y susurró al oído de su fantasma… ¡cómo te echaba de menos! - Después él rompió el silencio y dijo: ¿para qué me has llamado con tanta premura? Para colocar el nombre del castillo, no

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quería hacerlo sola y pensé que te gustaría acompañarme, ya compré todo esta mañana en el pueblo. - ¿Solo para eso me has molestado? protestó Guimelio, forzando la voz para parecer enfadado. - ¡No hablarás en serio! ¿Te he molestado de verdad? - Pues la verdad, tenía cosas que hacerdijo él. - ¿Cosas que hacer y más importantes que estar conmigo? Pues eso está muy bien; si tus quehaceres te reclaman, puedes irte, no seré yo quien te retenga a la fuerza aquí. Mientras hablaba, la voz se le quebró, sus ojos se inundaron de lágrimas y su corazón parecía romperse en mil pedazos. Levantó la cabeza muy despacio para mirarle a los ojos a la vez que una amarga lágrima escapó de sus ojos. Guimelio que lo había presentido ya tenía sus cálidos labios junto a su cara para recogerla. Tan solo unos minutos antes se había despojado de su túnica y ahora su silueta solo podía ser vista por ella. Se acercó hasta ser casi uno solo, la rodeó con sus brazos y la sentó entre sus piernas despojándola de sus ropas muy despacio mientras la rociaba de besos y susurraba hermosas frases de amor. Estaba muy excitado y debía conseguir que para ella fuese tan especial como para él. Para ello se detuvo con suma ternura en su nuca, besó su cuello y con sus ardorosos labios fue acortando la distancia que les separaba de sus senos, se detuvo para después remontarles hasta su cima. Allí Guimelio pudo apreciar que Emivana estaba reaccionando a sus caricias. Aunque le miraba con cara de no entender, sus pechos comenzaron a tomar forma y rigidez, los besó hasta que le pareció que su caminar debía continuar y así lo hizo. Continuó el recorrido por el cuerpo de ella explorando cada rincón, como queriendo descubrir algo que otras veces se le hubiera pasado por alto. Besó y caminó por el cuerpo de Emivana como si de un hermoso valle rodeado de bellos parajes se tratase, se detuvo en el nacimiento de sus piernas a descansar mientras que esperaba que la

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jando la luna llena que parecía mirarla envidiosa. -¡Eres un loco! gritó asomando su cuerpo hacia fuera. Entonces comprobó que los juncos en el suelo también habían tomado la forma de la piedra o alguien los había colocado así. Corrió a su habitación y se sobresaltó cuando al acercarse comprobó que todo estaba a oscuras, si no fuese por la luz que se filtraba por la ventana entreabierta de la farola de la calle. También el olor a azahar parecía haberse esfumado, tan solo la nomeolvides sobre su cama parecía estar en plácido sueño. Se ha ido, susurró en voz baja y anonadada por la tristeza y sin pensarlo más corrió hacía la calle llamándole a voces. Al llegar al jardín, lo encontró con el cartel entre sus piernas y desnudo pintando los bordes, en sus ojos apreció un brillo que no recordaba haber visto antes. -¿Te ocurre algo?- preguntó muy sonriente; se diría que has visto un fantasma, querida. Ella no contestó, pero víctima de los nervios que minutos atrás había sentido, corrió hacía él riendo a carcajadas diciendo: y tú me lo preguntas, ¿acaso no lo eres? Y sin más se abalanzó sobre él y comenzó a llorar. Él la besó con tanto énfasis que ella sintió el calor de sus labios y hasta el latido de su corazón. Le parecía sentir sus abrazos sobre su cuerpo, intentó pensar, pero la pasión la embargó de nuevo y no conseguía coordinar nada, pero estaba despierta, de eso estaba segura y ahora estaba sintiendo cómo él deslizaba su órgano viril delicadamente dentro de ella haciéndola gemir de placer a la vez que sus bocas bebían ávidamente la una de la otra, como si no se pudieran saciar. Hicieron el amor como dos adolescentes, retozando en la hierba y experimentando algo nuevo. Ella se abandonó en los brazos de su fantasma sin saber por qué era así, si habían estado juntos incontables veces y nunca había sentido sus caricias en su cuerpo. Cuando pusieron fin a tanta pasión, ella se apoyó en su hombro y le preguntó: Guimelio ¿qué es todo esto? ¿Cómo sabías que iba a llamarte? ¿Por qué nunca me habías amado así?

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parte más femenina de ella se abriese para él, como una flor en primavera cuando el sol la acaricia con sus rayos después de una noche de rocío. Emivana se entregó en cuerpo y alma a aquel fantasma que no sabía cómo, pero conseguía trasladarla a dimensiones inimaginables y allí sentados en su habitación sobre un manto de azahar, rodeados de una bruma de romanticismo hicieron el amor como dos seres hambrientos de pasión, se amaron tantas veces que perdieron la cuenta hasta terminar exhaustos. Emivana se abrazó a él y dijo: te amo demasiado y no quiero perderte. - Yo también te amo chiquilla, pero creo que deberías de ir a recoger tu ramita de laurel o tu fantasma no podrá disfrutar de tu amor mucho más tiempo. - ¿Me esperarás? - ¡Claro! ¿Olvidas que te quiero? Date prisa, hoy tengo hasta el alba. Subió corriendo la escalera del este. Al acercarse, el olor a azahar la dejó sin respiración. Notó cómo sus pies descalzos pisaban sobre una alfombra de flores; se dio cuenta que no solo estaba descalza, sino que también estaba desnuda, pero no sentía frío. En el alfeizar, una vela blanca temblaba con la suave brisa del este. Junto a ella una nomeolvides descansaba mecida también por el aire, más a la izquierda un manojo de juncos entrelazados invitaba a ser esparcido. Se acercó y uno a uno los dejó caer de la almena. Al desatarles descubrió una piedra tallada con forma de corazón y de color naranja que brillaba refle-

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- Un momento, no sigas preguntando o me pasaré lo que queda hasta el alba contestando. Todo es más simple de lo que te imaginas, entiendo que estés desconcertada, pero es que te quiero y cuando tu corazón me desea con fuerza yo lo percibo. - ¡Ah no! Eso no es verdad -protestó ellate añoro siempre tanto que deberías estar siempre conmigo. - No creas que estoy muy lejos de ti, aunque no me veas. - ¿Así que me vigilas? - ¡Anda! ¿Qué te creías, que te iba a dejar aquí sola sin más, viviendo en este inmenso castillo? ¿No sabes que eres una buena pieza para cualquier quita novias que merodee por los alrededores? - No me lo puedo creer, ¿eso piensas de mí, que me iría con el primero que pasase por aquí? - No te enfades, no es eso lo que pienso, pero no me negarás que eres una tentación. - ¡Ah! Ya está muy claro, como tú apareces y desapareces cuando te place y yo no sé nada de ti hasta que te da la gana aparecer y yo siempre te espero sin hacer preguntas… Que sepas que yo también creo que eres una buena tajada para alguien que se cruce en tu camino. Ella no lo apreció, pero de los negros ojos de Guimelio comenzaron a brotar lágrimas de felicidad. Eso era lo que necesitaba de ella, que le amase más allá de lo que ella jamás hubiera imaginado. Porque tendría que confiarle su vida y ella tendría que hacer por él una gran prueba de amor y además no quedaba mucho tiempo. - Anda, levanta- le dijo tendiéndole una mano para ayudarla a levantarse. Ella tendió la suya y se aferró a la de él sintiendo su calor, y sin mediar más palabras se encaminaron hacia la salida del castillo para colocar el fantástico tablón. Emivana sujetó la azada con las dos manos, la izó y la dejó caer sobre el terreno para hacer un hoyo y colocarlo más fácilmente. No había dado más de media docena de golpes cuando la herramienta topó con algo extremadamente duro, rebotó sobre ello y se escapó de sus manos como si se hubiera asustado, cayendo delante de ellos y de-

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jándoles boquiabiertos. - ¡Oh! Creo que hay piedras, nos va a llevar más tiempo de lo que había pensado. - ¿Quieres que continúe yo? Tal vez estés ya cansada- dijo Guimelio arrebatándole la azada. Y se dispuso a golpear en el mismo sitio. Otra vez la herramienta se escapó como negándose a trabajar, pero esta vez les pareció oír como si hubiese chocado con algo metálico. Sus miradas se cruzaron perplejas y sin más se colocaron de rodillas para poder ver qué podía ser. Palparon el terreno y descubrieron una especie de argolla sujeta a un trozo de metal. Emivana se disponía a tirar de la argolla cuando Guimelio la sujetó del brazo, la acercó hacia sí y después de besarla le dijo: creo que hay algo que debo contarte. Ella le miró a los ojos y contestó: sí, yo también lo creo, hoy todo ha sido muy extraño y para colmo esto, de verdad que no entiendo nada. - ¿Qué quieres que te explique primero? - Pues no sé, tal vez desde el principio estaría bien ¿te parece? -dijo ella protestando. - Pero va a ser muy largo -contestó Guimelio. - ¡Ah ya! -replicó ella- y no tienes suficiente tiempo para hacerlo, ya está bien de sarcasmos, tampoco es para tanto ¿no crees? - No ha habido nada del otro mundo excepto yo- dijo el fantasma esbozando una sonrisa. Ella se zafó de sus brazos y, clavando sus ojos en los de él, contestó: pues por ahí podías empezar porque hoy me has besado como lo has hecho y me has hecho el amor igualmente. Bueno si quieres y tienes ese tiempo para dedicarme y si el fantasma quiere, se lo explico con más detalle si es que lo ha olvidado. -No es necesario que me lo describas, ¿olvidas que era yo quien ha llevado a cabo tal hecho? Pero lo que no sé, es lo que te tengo que explicar y no entiendes, si eso lo llevamos haciendo ya algo así como un par de años. -Ella enarcó las cejas y no contestó, pero a él le sirvió para comprender que ella se estaba cansando de su tomadura de pelo.

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ocurrido y que mi amor por ti estará siempre contigo cuando mires a los ojos del hijo que hemos engendrado hoy. - ¿Embarazada? ¿Estoy embarazada de verdad? ¿No me estás engañando para que te ayude? - No, no te estoy engañando, es verdad, olvidas que soy un fantasma, pero la fuerza de ese hijo te hará ser más fuerte en el recorrido hacia mi libertad. - Ella se abalanzó sobre él besándole y llorando, no sabía si de felicidad o debido al nerviosismo acumulado. Él la tomó muy delicadamente entre sus brazos y la besó. Eso pareció tranquilizarla, él la recogió del suelo y la llevó dentro junto a la chimenea de la habitación. Hicieron el amor una vez más abandonándose a su suerte. Al despertar, ella comprobó que él ya no estaba presente, se frotó su vientre sonriendo y llorando a la vez y exclamó: no habrá fuerza terrena o espiritual que pueda frenarme, aunque para ello tenga que compartir la vida que me quede contigo, mi fantasma. - Estaba tan aturdida que sin saber por qué, se sintió extremadamente sola, no recordaba haber sentido aquella soledad desde mucho tiempo atrás y nunca le había pasado desde que encontrara a Guimelio. Se estremeció de pies a cabeza debido al pensamiento sobrecogedor que cruzó su mente como una imagen casi real. Vio a Guimelio moribundo sobre un lecho de laurel con la piedra naranja entre sus manos mirándola con sus ojos negros inundados en lágrimas, mientras le tendía una para entregársela y de su reseca garganta brotaba un… te querré siempre, chiquilla, lo hemos intentado y no pudo ser, me voy pero mi corazón se quedará contigo en ese hijo que nacerá y será como si yo continuase aquí. Ella se abrazaba a él desconsolada suplicándole que no se fuese, a la vez que sentía como el corazón de su fantasma palpitaba más despacio cada vez. De pronto un ruido la hizo volver a la realidad y se sobresaltó mientras miraba hacia donde se había producido, se secó las lágrimas con el torso de su mano y recogió la piedra que era lo que había rodado por la habitación, posó la vista en ella y

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- No te enfades -le dijo- te amo tanto que mi vida terrenal va a depender de ti, por eso te he amado como lo he hecho esta noche, para que cuando salgas en busca de ella recuerdes esta noche y no desfallezcas pensando cuántas más podríamos disfrutar si todo sale bien. Chiquilla, cuando todo haya terminado podré ser humano y estar contigo por siempre. Entonces tal vez eches de menos mis horas de fantasma, en tus manos está, tú has de decidir, hay que dar unos cuantos pasos más y el más importante ya está dado. - ¿Ya está dado? ¿Y se puede saber cuál es? -preguntó ella rompiendo su silencio. - Sí -siguió hablando él- el primero y muy importante es que tu amor es tan fuerte como el mío y con eso lo demás va a ser mucho más fácil. -Él levantó la vista hacia Emivana y se estrelló contra sus ojos verdes que parecían brillar especialmente a la luz de la luna y continuó hablando sin apenas respirar, como queriendo ganar tiempo al tiempo. - Mi vida de fantasma está a punto de expirar y con ella yo. Si tu amor por mí no lo remedia, cuando tú crees que estoy lejos, tan solo estoy aquí debajo del castillo buscando la forma de que no ocurra, aquí debajo hay una cavidad repleta de libros antiquísimos, busco día y noche hasta desfallecer y por fin lo he encontrado. Pero has de ser tú quien acabe con mi encantamiento. Si estás dispuesta, te explicaré cómo has de hacerlo y llevarlo a cabo cuanto antes. -Ella se sentía tan aturdida que si él no la hubiera sacudido no habría reaccionado y atropelladamente contestó: ¡ah sí, claro! ¿Qué he de hacer? - ¿Recuerdas el gran laurel que crece sobre las rocas en el último recodo para llegar aquí? Detrás de la raíz semioculta hay una ranura, cuando estés preparada te dirigirás a ella y cuando la atravieses no podrás dar marcha atrás o mi vida acabara justo en ese instante. Te advierto que la prueba te puede resultar dura y de tu pericia dependerá que dure más o menos todo. A partir de que te internes estará en tus manos, yo no sé lo que te espera, pero quiero que sepas que si saliese mal para mí has sido lo más especial que me ha

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se percató que su centro era azulado y parecía que un texto estaba impreso en ella, se dirigió a su escritorio, cogió la lupa y comenzó a leer.

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cuánto tiempo debería estar bajo tierra. Cerró todo antes de salir al jardín para emprender su partida, pero al acercarse al portón se topó con el cartel con el nombre del castillo y las herramientas que habían utilizado la noche anterior. Se dispuso a recogerlo y recordó lo que les había pasado la noche anterior. Se quitó la mochila, se colocó en cuclillas sobre el césped para buscar y “En tu corazón está la llave del amor” descubrió una chapa de “En la roca la llave del arcón” metal de un metro de “En el arcón la llave es una flor” lado más o menos. En “En la flor quepo yo y si bien la colocarás un extremo descubrió otro corazón hallarás” un llamador que tenía “Que al laurel llevarás y con hilo dorado forma de medialuna, atarás” tiró de él varias ve“El azahar florecerá y tu fantasma la luz ces, pero nada ocudel día verá” rrió, como tenía prisa lo cubrió de nuevo con el césped, colocó las herramientas y la tabla sobre la chapa. Se colocó de nuevo la mochila y se dirigió al gran laurel, de camino intentó recordar el texto de la piedra, pero no consiguió hacerlo en su totalidad, sacó la piedra de su mochila y se sobresaltó al Al terminar de leer, sintió como si le faltase sentirla fría, siempre la había notado tibia. el aire, se acercó a la ventana de su habiPensó en Guimelio, no podía fallarle y tamtación y al abrirla una ráfaga de aire puro poco sabía cómo ayudarle, las lágrimas azotó su rostro, respiró tan ávidamente brotaban de sus ojos sin ella tan siquiera que el aire al pasar la hizo toser, pero se darse cuenta de que estaba llorando, de sintió mucho mejor, miró al frente y en el pronto recordó el cuento de Emilena la cahorizonte ya se veía despuntar el alba. Sin labaza conductora que había escrito tiempensarlo más, comenzó a vestirse pues po atrás y una sonrisa escapó de sus laalgo tenía muy claro en todo aquello, tenía bios al recordar sus días de aprendizaje. que ayudar a Guimelio y debía hacerlo Tampoco sabía por dónde empezar y lo cuanto antes. Se puso unos vaqueros roconsiguió no sin esfuerzo, pero lo consijos, camiseta de manga larga y un jersey guió y ahora después de dos años condude cuello alto porque en las cuevas siemcía al “Abuelo” aunque todavía no sabía pre hay humedad y no quería regresar con quién conducía a quién. La diferencia estriconstipado. Preparó su mochila con linterbaba en que ahora estaba sola y entonces nas, pilas de repuesto, una libreta, bolígrano. Pero eso no la podía frenar, debía pofo, la lupa y la piedra naranja, las colocó en nerse manos a la obra y dejarse de pampliun bolsillo pequeño al costado y se dirigió nas, con el torso de la mano se secó las a la cocina. Preparó unos cuantos bocadimejillas y recordó lo que llevaba escrito en llos, llenó la cantimplora de agua y unas su mochila “Si quieres vivir una aventura bolsas de frutos secos y lo guardó tamcógeme y sigue tu instinto”. Se escurrió bién. Al colocarla sobre la espalda comprocomo pudo por la pequeña cavidad de la bó que pesaba demasiado pero no sabía raíz, se percató que la oscuridad era total,

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tiempo se dispuso a comer algo porque ya el cansancio comenzaba a hacer mella en ella. Le pareció que a lo lejos se veía una tenue luz. Cuando hubo descansado se encaminó en aquella dirección. Al llegar se dio cuenta de que la luz del sol se filtraba, pero no sabía cómo. Se suponía que estaba en el vientre de la montaña. Cuando consiguió acostumbrarse al exceso de luz, quedó perpleja. Esta se reflejaba en una urna de cristal en cuyo interior se podía ver la flor de azahar más hermosa jamás tallada. Quedó estupefacta al contemplarla, sus pétalos reflejaban delicadeza en extremo, tanto que con el peso de la mirada parecía fueran a quebrarse. Tocó el cristal y este abrió. Se asustó y dio un paso hacia atrás, después se colocó de rodillas y miró más de cerca el interior. Un olor a azahar la embargó igual que su habitación el día anterior, tocó la flor con las yemas de sus dedos, estaba tibia, se extrañó. ¿Cómo puede ser si es de cristal? Mientras la recorría con sus dedos, recordó otra línea del mensaje: “En el arcón la llave es una flor y en la flor quepo yo”. Sacó la piedra de nuevo porque algo era seguro, la piedra naranja era la clave de todo. La colocó con sumo cuidado sobre la flor y sin ningún esfuerzo ella sola se ubicó y un chasquido lejano se oyó seguido de otros cada vez más cercanos. Ella miraba la flor que seguía impasible. De pronto sintió como si el suelo sobre el que sus pies se apoyaban hubiera cedido, miró y un escalón de cristal en forma de pétalo se había abierto frente a ella en dirección descendente. Se incorporó y vio el total de la escalera y en el tercer escalón se leía “El amor es tan frágil como el cristal, para saber si te quiere los pétalos has de arrancar”. Pisó el primero y nada ocurrió, pero al apoyar el pie en el segundo. Este se quebró ¡ah claro! exclamó, es… si, no, si, no, como deshojar una margarita. Al final de la escalera había una sala rectangular, echó un vistazo a la estancia y observó que a su izquierda una piedra en forma de hoja dentada tan solo sostenida por otra más pequeña a modo de pata, tenía superpuesto un corazón de mármol blanco. Lo cogió y recordando la siguiente estrofa se dispuso

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sacó su linterna, la encendió, tiró un beso al aire y dijo: espera mi fantasma, que volveré triunfal con tu vida en mi mochila. El camino era de arcilla algo resbaladizo, estrecho y ascendente. Las rocas de los laterales reflejaban la luz de la linterna con un brillo especial. Posó la palma de una mano sobre ellas y el brillo se quedó prendido en ella, parecía purpurina. De pronto el camino comenzó a descender y se tornó verde debido al musgo que lo cubría. Iba sujetándose a las paredes para no caerse porque patinaba en exceso y si se caía podía poner en peligro a su bebé y era su única compañía entre aquellas rocas; a veces frotaba su vientre para darse fuerzas para seguir adelante. De pronto su mano topó con algo, se detuvo para mirar, acercó la luz de la linterna y vio una pequeña argolla, tiró de ella pero nada ocurrió. Extrañada la empujó por probar otra posibilidad y a punto estuvo de caer porque cedió junto con la roca sobre la que se apoyaba dejando al descubierto un hueco en el que apenas cabía su cabeza. Miró al interior, y frente a ella, en un saliente de la roca, reposaba una llave muy brillante. Parecía recién pulida, estiró su brazo para cogerla, pero estaba demasiado lejos y no pudo. Miró alrededor, pero no vio nada que pudiese ayudarla. Pues sí que empezamos bien, pensó, creo que Guimelio será fantasma para siempre, él sí podría cogerla, pero yo… ¿cómo lo haré? He de pensar. Sacó la piedra naranja por si hubiera en ella alguna pista, no fue así, pero recordó la primera frase, algo es algo, dijo en voz alta: “En tu corazón está la llave del amor” dio vueltas y más vueltas a la frase, pero nada, tal vez tenga efecto bumerang y si la tiro vuelva con la llave. Si no es así, todo habrá terminado. Se dispuso a lanzarla y al tomar impulso para hacerlo resbaló y cayó de bruces, la piedra se escapó de sus manos y quedó sujeta a la argolla metálica, ¡claro! No se me había ocurrido, es un imán, la acercó a la llave y ésta no opuso ninguna resistencia y se enganchó. Cerró la mano muy nerviosa por si volvía a patinar y todo se iba al traste y se puso en camino de nuevo, no sin antes volver a colocar la roca en su sitio. Al cabo de un

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a salir de la sala y al hacerlo a modo de puerta halló una rueca enhebrada con hilo dorado, tiró del hilo y cortó lo que creyó necesario para amarrar el corazón al laurel. Siguió hacia delante durante varias horas sin encontrar nada que destacar hasta que de pronto sus pies resbalaron, enfocó el haz de luz de su linterna y se sorprendió al ver agua helada. Andaba sobre un riachuelo helado, mas al frente se veía que este serpenteaba por detrás de una hermosa cascada que caía salpicando las rocas cercanas con finísimas gotas de agua. Al salir de detrás de la cascada, se topó con una especie de laurel de un tronco descomunal. Se estremeció solo de pensar que tal vez no la llegase el hilo para abarcar su tronco. Se dispuso a atarlo y comprobó que el hilo era elástico, menos mal pensó en voz alta, y dio un hondo suspiro de tranquilidad, se miró el vientre y se sonrió. Al levantar la vista se percató de que el laurel se había abierto en dos partes con la ranura suficiente para que se pudiese internar en sus entrañas, se introdujo despacio porque como entraba de la claridad no acertaba a ver nada, encendió la linterna y quedó estupefacta al ver la cantidad tan descomunal de libros que se alzaba frente a ella, era una biblioteca inmensa. Comprendió que debía buscar el que explicase cómo romper el hechizo que mantenía a Guimelio en su estado de fantasma. Eso lo tenía muy claro, pero entre tantos ¿cómo sabría cuál? No sabía nada sobre fantasmas y mucho menos cómo devolverles a la vida terrenal. Tampoco sabía ni color, ni tamaño, ni página... nada, no sabía nada en absoluto de lo que debía buscar. Pasó las yemas de sus dedos por los sugerentes tomos dándose un paseo por la estancia, sin detenerse ni mirarles siquiera, tan solo por saber lo que se sentía estando tan cerca aquellos volúmenes que guardaban escrupulosamente y como si fueran una puerta inescrutable, el secreto de su felicidad. Lo hizo con una tranquilidad que hasta a ella se hubiera extrañado de haberse percatado de su forma de hacer, pero no era así. Estaba como inmersa en otro mundo, un mundo conocido, pero a la vez irreal. Siguió acariciando los libros y sin darse cuenta fue es-

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calando por los peldaños que ascendían a las estanterías más altas. De pronto sus dedos chocaron con un tomo que sobresalía tan solo unos milímetros más que los demás. Lo empujó para colocarlo en su sitio, pero no cedió a la presión de sus dedos, lo intentó de nuevo y tampoco consiguió ajustarlo a su hueco. Después de tanta resistencia, posó la vista en el libro, no parecía que fuese más grande ni más voluminoso que los que le acompañaban en la estantería, tan solo su aspecto como de haber sido abierto repetidas veces llamaría la atención. Pero habría que fijarse detenidamente para percatarse del detalle porque tan solo se apreciaba una ligera separación de sus hojas, por ello al contrario que los demás parecía que dormían un sueño de miles de años tan solo perturbado por ella. Se sentía como si estuviese profanando su tranquilidad, lo arrancó de su reposo, pesaba bastante, aunque su tamaño no era nada reseñable, comenzó a bajar los escalones con el libro bajo el brazo porque los escalones eran estrechos y empinados y no quería resbalar, por ello se fue sujetando peldaño a peldaño hasta llegar a suelo firme. Al llegar abajo, miró a lo alto y desde allí pudo apreciar el hueco dejado al ella haberlo despojado de su lecho. Lo colocó sobre la mesa de piedra antes de abrirlo, se detuvo unos instantes en las tapas, una flor de azahar bordada en chillones colores era toda la portada. Al ir a abrirlo oyó un pequeño clic, cuando lo abrió por fin, se asustó al darse cuenta de que estaba vacío, o más bien parecía estar vacío ya que un cristal, reflejaba la luz de la estancia de tal manera que tuvo que taparse los ojos porque quedó cegada por el exceso de luz. Entonces se percató que no estaba usando la linterna si no que la sala disponía de su propia iluminación, no se paró a pensar cómo podía ser, se dispuso a escrutar el libro, pasó la mano por el cristal y al hacerlo, éste se fue levantando muy despacio hasta dejar al descubierto su contenido. Seis piedras del mismo tamaño, color y forma que la suya descansaban en su interior. Las fue colocando una a una con sumo cuidado a su izquierda, sacó la suya de la mochila y al ir a colocarla junto a las demás, todas se movie-

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cimera del mueble, en letras doradas se leía en su portada: el azahar florecerá y tu fantasma terrenal será. Lo abrió y cuál fue su sorpresa al descubrir que estaba totalmente hueco, tan solo estaba dividido en una especie de compartimentos de distintas formas, se fijó y se dio cuenta que le eran familiares, todo lo necesario estaba sobre la cómoda, comenzó colocando su piedra corazón en la cavidad con su forma, quedó perfectamente engarzada al igual que la hoja de laurel y la flor de azahar, intentó colocar la flecha pero no sabía dónde. No había cavidad para ella, mientras intentaba descubrir dónde podía instalarla se percató que por un extremo sobresalía algo que parecía una pequeña nota, la extrajo y muy cuidadosamente la desenvolvió y la notita decía “AMOR” ¡Claro! Qué torpe, he de colocarla en el corazón, no es una flecha normal y corriente, es una flecha de amor, de eso se trata- dijo para sus adentros- esto es una prueba de amor y sonriendo la colocó sobre el corazón de piedra, y cual si éste fuese de algodón, ella sola se instaló justo en su mismo centro y seguidamente todo pareció cambiar. La flor se abrió, la hojita de laurel creció hasta convertirse en una pequeña rama, del corazón comenzó a brotar algo que parecían lágrimas, estaba tan entusiasmada mirando todo aquello que no oyó unos sigilosos pasos que se acercaban a su espalda. Se sobresaltó cuando una voz que le era muy familiar le susurro al oído… chiquilla, creo que has perdido esto, y sin decir más la giró cual peonza baila sobre su eje y le entregó su mochila y la linterna. Ella no acertaba ni a levantar la vista, miró ambas cosas pero no hizo ademán de recogerlas tan siquiera, entonces la mano que las sostenía las dejó caer y recogió sus manos a la vez que buscaba su dedo corazón colocando en él una hermosísima piedra naranja en forma de flor de azahar, mientras le preguntaba… ¿te quieres casar conmigo? Ella muy despacio fue recorriendo el cuerpo de su interlocutor desde los pies a sus ojos, allí se paró a descansar, después de tanto camino se posó en ellos acariciándoles con los suyos, como las mariposas

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ron a su antojo dándola un susto descomunal, haciéndola incluso dar un grito debido a la tensión a la que estaba sometida. ¡Madre mía! había olvidado que me estoy codeando con fantasmas, se colocaron tomando la forma de una hoja de laurel, todas parecían estar iluminadas individualmente y en cada una se podía leer una estrofa de todo el texto que había leído en la suya días atrás. Pero esta, ahora no lo tenía impreso en su totalidad como aquel día, tan solo se podía leer en ella… y un hijo en tu interior se engendrará y Mirvano llamarás. No conseguía entender nada, se sentía agotada, hambrienta, nerviosa y le dolía sobre manera la cabeza. En su desesperación empujó el libro que fue a estrellarse contra el suelo, debido al golpe, el cristal se hizo añicos, eso la desmoralizó más si cabía. Se dejó caer sobre la fría mesa de piedra y sin darse cuenta se quedó dormida. Soñó que estaba con Guimelio, que él la mecía en sus brazos mientras la consolaba porque no había conseguido descifrar aquel enigma, le veía muy pálido, su voz parecía apagarse por momentos y no la sujetaba con fuerza como ella recordaba. Cuando despertó se sintió exhausta y sin saber qué hacer. Había llegado hasta allí y no sabía cómo seguir, solo podía pensar en Guimelio debilitándose en alguna parte, envuelto en su túnica. Se levantó precipitadamente de la silla volcándola, no supo qué pudo ocurrir cuando esta tocó el suelo, debió de accionar algún resorte oculto bajo sus patas porque de pronto toda la estancia comenzó a rotar chirriando muy deprisa. De vez en cuando algún chasquido rompía el monótono chirriar, ella no movía sus pies, pero daba vueltas con la placa de madera sobre la que estaba pisando, lo mismo que todo comenzó a moverse, ahora todo empezó a frenar dando pequeñas sacudidas. Cuando tomó conciencia después de tanto movimiento y a pesar del mareo y las náuseas, se percató que se encontraba en su habitación, no sabía cómo había llegado pero allí estaban todas sus cosas, sobre la cómoda se encontraba la urna de cristal con la flor de azahar, una flecha, un libro azul de tamaño considerable casi cubría toda la en-

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acarician las flores en los días calurosos de la primavera, él la acercó hacia sí, pero ella no parecía tener vida, se había quedado prendada en sus negros ojos sin tan siquiera parpadear. Él la apretó un poco más junto a su pecho y le dijo a media voz… ya todo ha terminado, por fin podremos estar juntos hasta el fin de los días que nos queden en este mundo. Yo me entrego a tí en cuerpo y alma, y acto seguido buscó sus labios. Poco después buscó su cuerpo, la besó y la amó como ella jamás hubiese imaginado que podría sentir, y se dejó llevar por aquel río de pasión que desbordaba por todos los poros de su piel. Se amaron con toda la tranquilidad del mundo. Para qué tenían prisa, si les quedaba toda una vida para amarse hasta la saciedad. Después de largo rato ella rompió el silencio y le dijo… sí, quiero estar siempre contigo, se acercó a su frente y tan solo la rozó, volvió a posarse en sus ojos y le dijo: te amo mi fantasma de ojos negros, y riéndose siguió hablando, qué te parece que después de tanto tiempo no sabía que tus ojos eran negros, ni había reparado en que no estás mal del todo. No ¡qué va! te conservas muy bien, sí señor sí. - ¡Anda! Así que esto va de tomadura de pelo, pues muy señora mía, no puedo decir lo mismo de su figura. Cuando su señoría salió a vivir su aventura, tenía una hermosa figura, pero ahora se la ve un tanto redonda y con abultada barriga -replicó Guimelio. - ¿Ah sí? Eso piensa el señor de mi figura, ¿no será que tiene envidia de que alguien pueda hacerle perder un poco de mi atención? Él no contestó, la sujetó por los hombros, le tiró un beso y la dirigió al salón donde les esperaba una romántica cena de bienvenida que él había preparado. Cenaron ávidamente y sin casi mediar palabra se dirigieron a su habitación de nuevo, allí sentada en la silla de Emivana una anciana dormitaba y se incorporó al oír sus pisadas. - ¡Hola!, exclamó Guimelio al reconocerla, -abuela, ¿qué haces aquí? - He venido porque no puedo regresar a

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mi gruta hasta que Emivana no escriba la palabra “FIN” en el gran libro azul. Yo te he ayudado ahí abajo, ahora has de ser tú la que me ayude a mí.

Emivana no dijo nada, puso “FIN” y entregó el libro a la anciana. Esta se despidió tirando un beso al aire para cada uno y deseándoles toda la felicidad que la vida les había negado hasta aquel día. Siempre estaré cerca, yo terminaré de escribir vuestra historia aquí, dijo señalando el libro, y será la historia de amor más bonita jamás escrita, y acto seguido desapareció. Después de unos cuantos años tenían tres hermosos retoños, un barón tan travieso como su padre y dos hermosas niñas. Emivana se levantó de la vieja manta, besó a sus tres hijos y se instaló muy cerca de Guimelio. Este le preguntó: ¿cómo has tardado en venir hoy a sentarte conmigo? Daría mi corazón por saber en qué has estado pensando. Siento celos cuando piensas en algo que no sea yo. Ella lo acarició y le dijo: no temas, en ti pensaba, ¿acaso lo dudas? Y no vayas ofreciendo tu corazón por ahí, que ya sabes que yo tengo la llave y no la voy a entregar así como así. Y sin más, se apoyó en su hombro y se quedó profundamente dormida. Eva González Sarabia

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El GASOLINA (segunda parte)

... El pitido del tren atravesó la estación como una lanza de acero. Llegaba el tren que cambiaría su destino. Lo vio al final del andén. Circulaba aún a velocidad. Se acercaba. Miró la vía. No lo pensó dos veces. Se tiró. ***

(Segunda parte)

Las estancias en el hospital se le antojaron como una rutina más del presidio. Una rutina a la que uno tarde o temprano se acomoda y le ablanda las carnes, por la comida y cama fácil. Cuando pasadas unas semanas le dieron el alta y se vio de nuevo en la calle. Esa misma tarde regresó al prostíbulo. No vio a Maiba. Esperó casi una hora y después de varias copas vacías se le enfrió el cuerpo. Decidió marchar.

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Su cuerpo cayó sobre la vía como un fardo seco. El hormigón le golpeó con fuerza las costillas y la sien. Paralizado y sin reflejos aún escucho el estridente chirrido metálico de la frenada brusca de un tren que no paró. La máquina continuó avanzando por inercia hasta que ésta por fin cesó. La frenada no fue eficaz, pero sí la rápida actuación del vigilante de seguridad que patrullaba el andén, que consiguió retirar el cuerpo de la vía evitando que los vagones lo mutilaran. En el interior de la ambulancia el sonido repetitivo de la sirena se entremezclaba con los bamboleos bruscos que hacían golpear su cuerpo contra los barrotes laterales de la camilla. No supo más. Despertó del coma varios días después en el hospital con el pensamiento confuso, desubicado. Sin distinguir las pesadillas de los sueños con la realidad distorsionada. Las paredes le resultaban desconocidas. Veía el techo alto, las ventanas sin barrotes, las sábanas blancas y con la voz ronca del Chapas a su lado. -. ¡Oye Gasolina! ¡Basta ya de dormir! La cuadrilla sigue bien. El Pringao tuvo el otro día un bis a bis con la mujer. Ella vino y… Bueno ya sabes… Él es un blando. Sabes… Un amigo del metralleta coló algo de mercancía dentro y nos dimos un homenaje. Estoy de permiso de fin de semana. Tengo pensado un negocio a medias. ¿Me oyes? De Colombia, nieve pura. En un par de años salgo del talego. No me falles colega. No me falles.


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De rebote cayó nuevamente sobre la Av. de la Independencia. Un matrimonio mayor le abrió la puerta. La estancia de la Mejicana le resultaba ajena a pesar de que las paredes presentan el mismo papel descolorido. Las mismas paredes que le cobijaron en las mañanas cuando ella le gritaba: -. ¡Blando! ¡Qué eres un blando! Yo era feliz despertándome abrazado a sus senos. Mi reina de la belleza, ojerosa y con ronquera. Y enrollado aún entre las sábanas disfrutaba sus gallos bajo la ducha, como un fan devoto disfruta asistiendo en directo al concierto de su diva. -. ¡Vete ya, blando! Que ya llevas dos noches en este cuarto y no me gusta encariñarme de los hombres. Seguiré los consejos de mi abuela ¡Ya te aviso! ¡El día que me case lo haré con la cabeza, no con el corazón! Me decía “Blando”. Y yo la suplicaba que me dejara pasar una noche más. Y ella me echaba a puntapiés. Pero yo sabía que me quería, aunque a veces se fuera con otros tipos. Poco le pudieron decir: -. Pregunte en el bar del Cipri. El Cipriano. El Cipri, se las sabía todas. Un tipo que cuando te acercabas a la barra te servía justo lo que tu deseas sin necesidad de preguntar. Un perro viejo al que no le conseguías colar nunca un billete falso. Uno de esos que sabía arreglar los marrones del día a día sin necesidad de llamar a la policía. Recordaba lo que le decía: -. ¡No te esfuerces! Esa hembra es mucha mujer para ti. Al Cipriano le habían caído los años como sacos a la espalda. Inconfundible detrás de la barra, con los eslabones de oro alrededor del cuello (elaborados por algún orfebre más para cadena de perro que para el deleite de una dama). Incrustado en el dedo anular de la mano dominante portaba, también de oro, el sello grabado con la heráldica de algún aristócrata venido a menos (seguro que ganado en alguna apuesta). En otros años un golpe con esa mano sobre la mesa paralizaba el tráfico de todas las calles varios metros a la redonda. No le costó recordar aquella época de timbas de póker a puerta cerrada que se prolongaban en la madrugada. Le sirvió por cuenta de la casa una copa con dos dedos de aguardiente. -. Dicen que se casó con un tipo con pasta y le saco los cuartos. Creo que montó una pensión en una ciudad, doscientos kilómetros al sur, al otro lado de las montañas. De no haber fallado en el tiroteo del último atraco, el botín habría alcanzado para comprar su corazón. Quince años era mucho tiempo para una mujer. A los pocos meses de entrar en prisión incluso el mismo se fue olvidando de la Mexicana. Solo ya al final de la condena un libro de la biblioteca abierto por azar le hizo acordase de ella.

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Desperté mientras dormías, callada, sosegada, complacida. Tu cabeza sobre mi hombro me decía, que quizás un poco. Sí, un poco. Pero un poco me querías. G.deF.


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Decidió entregárselo de recuerdo si la volvía a ver. Regreso al tugurio de Maiba. En el exterior el parpadeo de las luces de neón, en amarillo y malva, esta vez lo hacían parecer más atrayente. En la penumbra del interior las sombras sinuosas del humo suavizaban la estancia y decoraban las sebosas caricias. Esta vez Maiba lo aceptó. Y sintieron placer sobre un catre tieso y sábanas de rafia que raspaban la piel. -. Háblame de África. Y Maiba entonó una balada que hablaba de la partida, de los hijos perdidos, de las aldeas en los meses de sequía, de matanzas en grupo permitidas… Y de atardeceres rojos. Rojos como la sangre que hierve bajo la piel de cada hombre que vive dominado por el abuso de las armas y del poder. Una balada que fue una toda una letanía. -. ¡Recoge tus cosas! ¡Te vienes conmigo! Nos vamos a la capital. No tengo nada que ofrecerte, pero ¡aquí no te quedas! Se colgó su colmillo de leona, amuleto errante heredado de generación en generación y que acompañaba a Maiba desde que abandonó la aldea. No necesitaba más. Esquivo bien los golpes directos al abdomen. Puso en práctica las llaves en el trullo aprendidas. Volaron botellas. Saltaron cristales. Falto de pagar una deuda de 1000 euros con la proxeneta contraída. Pero consiguieron huir. Dieron a luz a pecho descubierto. Mientras que sobre sus cabezas una tormenta de granizo descargaba enérgica. Inmunes a la metralla helada corrieron y corrieron, porque la adrenalina fluía en sus venas y desviaba los granizos que sólo atacaban a las aceras. Llegaron a la estación camino de la capital. En blanco y negro sobre el andén número cinco se les podía ver, al Gasolina y junto a él Maiba.

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El pitido del tren resonó en la estación amortiguado por la megafonía. El tren 303 con destino a Bahía Deseada partiría en breves minutos por la vía dos. Bahía Deseada, una ciudad doscientos kilómetros al sur, al otro lado de las montañas. Un impulso revelador hizo tirar al Gasolina rápido del brazo de Maiba. Cruzaron apresurados las vías pedregosas y se subieron sofocados al tren número 303. ¡La capital podía esperar! Clara San Miguel


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El Contador de Historias Carlos tiene talento para imaginar historias y contarlas después. Desde que vestía pantalón corto había oído Carlos esa cantinela. Incluso antes de aprender a escribir ya era un gran contador de historias. Carlos había sido hijo y nieto único durante muchos años. Su madre, una niña bien santanderina, le había tenido muy joven. Con dieciocho años había conocido a su padre, Paul, un verano en Santander. Paul, un apuesto estudiante inglés, estaba en esa ciudad ya que asistía como alumno a los cursos de español de la universidad. Una noche coincidieron en una fiesta y Carmen, la madre de Carlos, se quedó prendada de aquel apuesto inglés, que hablaba tan mal castellano. Aquel verano fueron inseparables. Con la llegada del otoño, llegó el final del curso y la marcha de Paul. Carmen no estaba dispuesta a que aquel amor fuese, solo, una aventura más de verano y dijo en casa que se iba a Inglaterra con Paul. Su familia, muy conservadora y tradicional, puso el grito en el cielo. ¡Qué escándalo! ¡Qué iban a decir sus amigos! Carmen no cedió ni ante sus padres ni ante sus hermanos mayores. A finales de septiembre puso rumbo a Inglaterra, donde ya la esperaba Paul. En Navidad volvió a Santander: embarazada y con el corazón roto. Su amor, tan maravilloso bajo el sol del verano santanderino, no había resistido bajo la niebla inglesa.

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La familia fue el refugio de Carmen y Paul, enseguida, cayó en el olvido. Así fue concebido Carlos, a quien su madre contó su origen cuando él tenía ya ocho años y preguntaba, un día sí y otro también, por su padre. Después del nacimiento de Carlos, Carmen volvió a estudiar. El niño se quedaba con sus

abuelos, bajo el cuidado de dos mujeres que trabajaban para la familia. Gente mayor, temerosa de que le pasase algo al pequeño, al que apenas dejaban moverse. Él, para combatir el aburrimiento, inventaba historias que contaba a todos los que quisieran escucharle. Cuando Carlos tenía diez años, su madre se casó. El niño siguió viviendo con los abuelos porque el marido de su madre no quería que viviese con ellos. Le recordaba demasiado el pasado de su esposa, algo que prefería olvidar. Carlos seguía inventando historias. Le gustaban más que la realidad. Cuando llegó al instituto, ganaba todos los premios de redacción y relatos que se convocaban. Eso fue lo que le animó a estudiar periodismo. También que para estudiarlo tenía que salir de Santander. Las pocas veces que había salido de su ciudad lo había hecho acompañado de sus abuelos. Ya sentía la necesidad de abandonar el nido. A finales de los ochenta, con dieciocho años, Carlos se fue a Madrid a estudiar periodismo. En la facultad conoció a Juan y Antonio, dos chicos de provincias como él, con los que congenio enseguida. A clase iban lo justo. Madrid tenía otras muchas cosas interesantes. El primer curso se les paso sin darse cuenta. Aprobaron sin dificultad. En el momento de la despedida, ya estaban haciendo planes para cuando se juntasen de nuevo en septiembre. Ese verano, en Santander, pasó sin pena ni gloria para Carlos. Solo aguantó los dos meses allí por sus abuelos. Cuando regresó a Madrid decidió que tenía que disponer de algún otro ingreso. Sus abuelos le daban todos los meses una cantidad, pero se le quedaba corta.


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Empezó a enviar a las editoriales los cuentos y relatos que tenía escritos. Un frío día de febrero recibió la llamada de una de esas editoriales. Querían hablar con él. Carlos fue a la charla seguro de sí mismo. Pensaba que no tenía nada que perder. La reunión fue un éxito. Salió con un cheque, esplendido según él, por cinco relatos en los que estaban interesados los de la editorial. También le emplazaron a una nueva cita para estudiar un contrato con ellos. Les gustaba como escribía. Le aconsejaron ir acompañado de un abogado. A los quince días volvieron a llamarlo. Fue con un amigo que estudiaba derecho. Le propusieron escribir cinco libros en los diez años siguientes. A cambio un adelanto astronómico para un chaval de veinte años. Lo primero que hizo fue celebrarlo. Invitó a sus amigos a Ibiza. Una semana de fiesta. Se lo merecían. Abandonó la universidad. A sus abuelos les dijo que había encontrado trabajo y lo compaginaba con las clases. No quería que le siguiesen manteniendo. Con su madre no tenía ningún contacto. A partir de ese momento se dedicó a vivir. Tenía que escribir. Para escribir necesitaba historias. Y las historias salían de la vida. Viajes, fiestas, mujeres… Dos años intensos.

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Consiguió entregar su primera novela en el plazo fijado por la editorial. Fue un éxito. Gano el premio de Jóvenes Escritores. Era el escritor de moda. Todos los saraos se le disputaban. Carlos era igual de apuesto que su padre. Era osado y no le tenía miedo a nada. La escritura era absorbente. Tenía que seguir viviendo. Güisqui, coca, mujeres… Carlos continuó exprimiendo la vida.

Entregó su segunda novela dentro del plazo por los pelos. La editorial estaba contenta. El público ansioso por tener en sus manos el nuevo libro de ese escritor que había sido protagonista de tantos escándalos en los últimos meses. El libro fue un nuevo éxito de ventas. El tiempo pasaba deprisa. Carlos seguía exprimiendo la vida. Sus amigos vivían a otro ritmo. No tenían esa necesidad que le consumía a él de destruirlo todo. Rescindió el contrato que tenía con la editorial. No quería publicar más. Consiguió un trabajo como profesor de español en una universidad norteamericana. Después de unos años volvió a Santander al entierro de su abuelo. Allí se encontró con su madre, a la que hacía casi veinte años que no veía. Aquel encuentro fue un nuevo nacimiento para Carlos. Decidió quedarse a vivir en España. Ingresó en un centro de rehabilitación para alcohólicos. Lleva años sin consumir ningún tipo de drogas. Trabaja como corrector en una pequeña editorial. Cambió el orden de sus apellidos, no quería que nadie le recordarse al Carlos famoso.

Casilda González

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Hoy Carlos sigue exprimiendo la vida, pero a otro ritmo. Escribe para él. Ya no tiene necesidad de destruirse.


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LA PUERTA DEL ESPACIO-TIEMPO

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La pareja se mostraba exultante. Por fin iban a conseguir llevar a cabo el objetivo, que se habían propuesto tiempo atrás, de realizar un viaje a las Islas Bermudas. Algunos de sus amigos de la infancia, con los que mantenían asiduo contacto, y que trabajaban allí como altos ejecutivos de grandes empresas multinacionales, dedicadas a las finanzas, les contaban maravillas sobre el clima, la calidad de vida, los lugares de ocio, la amabilidad y atenciones de su gente, y las playas de aguas cristalinas. Por ello planearon pasar allí unas vacaciones y abandonar el frio invierno de VitoriaGasteiz para comprobar de primera mano lo que les decían, obviando las veintinueve ho-

ras que emplearían haciendo escala en Barcelona, Inglaterra, y de allí a Hamilton, capital de la isla Gran Bermuda. Luis y Valentina habían llegado a aquel paraíso. Nunca lo habrían imaginado así a pesar de todo lo que les habían contado, y el reencuentro con sus compañeros fue entrañable. Como Luis había obtenido, en Madrid, la licencia de piloto privado de avioneta con sus correspondientes horas de vuelo, al siguiente día decidieron, mientras sus amigos cumplían con el horario de sus respectivos trabajos, alquilar una avioneta, medio muy apropiado y confortable para realizar viajes cortos, y visitar algunas de las ciento cincuenta

islas que se distribuían por el mar de los Sargazos. Se dirigieron al aeropuerto internacional de L.F. Wade donde les proporcionaron, una vez cumplimentada la oportuna documentación, la pequeña avioneta que les llevaría a Horseshoe Bay, al sur de la Gran Bermuda. Lucía el sol y la temperatura era agradable, aunque la previsión del tiempo había anunciado la entrada de una pequeña borrasca acompañada con viento de fuerza ocho para última hora de la tarde. A pesar de ello decidieron seguir adelante con la excursión. No regresarían tarde pues el alquiler del aparato era por tiempo limitado. El viaje se desarrollaba de forma tranquila y agradable, pero repentinamente se vieron inmersos en un área de fuertes turbulencias seguidas de una espesa niebla. El avión comenzó a hacer movimientos bruscos, el altímetro marcaba que perdían altura y el cuadro de mandos amenazaba con apagados intermitentes. Valentina estaba aterrada. Luis procuraba mantener la calma, como le habían enseñado en la escuela de vuelo, intentando enderezar el aparato y vislumbrar una zona donde poder aterrizar, de la manera menos caótica, en la isla que se aparecía delante de ellos. No fue fácil, pero el avión finalmente se frenó hasta pararse. Se abrazaron. Se encontraban bien, no estaban heridos y el aparato aparentemente no presentaba ningún desperfecto a excepción del panel de control que se había oscurecido mágicamente. Debian encontrarse alejados de su trayectoria, pero habían tenido mucha suerte. Comunicarse por radio con la torre de control del aeropuerto era labor imposible y al querer hacerlo con sus teléfonos móviles, vieron que se habían apagado al igual que el panel de control. Mientras Luis manipulaba los mandos para intentar ponerlo en marcha nuevamente, Va-


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lentina dominando su nerviosismo, echó un vistazo a través de su ventana para ubicarse. Lo que vio la dejó paralizada. A cierta distancia vislumbraba un grupo de personas que caminaban en dirección al avión. Alertó a Luis que seguía enfrascado en su labor.

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que había alguien en el avión. Al momento sonó una voz atronadora que hablaba de forma extraña. En las islas todos se expresaban en inglés pues eran colonias británicas y lo que oían no lo era. Sonaba más parecido al español. - ¡Ah del pájaro! ¿Quién vive? ¿Quiénes sois vuesas mercedes? - Yo soy Juan de Bermúdez, súbdito de su majestad Fernando I de Castilla, rey de España, y descubridor de estas islas a las que bauticé como Garza, en honor a mi querida y naufragada carabela, en el año del Señor de 1505. A Valentina, como licenciada en historia, aquel nombre le era familiar. Juan de Bermúdez descubridor de las islas Bermudas, cuyo nombre le fue puesto en su honor. No daba crédito. Cómo era posible lo que estaba oyendo si aquellos hechos había acontecido en el siglo XVI. Qué hacía allí aquella gente que no pertenecían a esta época Donde habían aterrizado. Se asomó con sigilo a la ventana del avión y la voz resonó de nuevo: - Os ordeno que os dispongáis a descender del extraño pájaro. ¿Qué razones tenéis para irrumpir en nuestra isla? ¿Qué pretensiones traéis? ¡Daos a conocer! Luis y Valentina eran conscientes que no había otra salida y bajaron hasta la blanca y fina arena sin movimientos bruscos De Inmediato Bermúdez dio una orden. Luis se encontró rodeado por los hombres y Valentina dentro del círculo formado por las mujeres que miraban con curiosidad su cuerpo cubierto por una liviana camisa, por la que se transparentaba el sostén de su colorido bikini, tocaban su rubia y rizada melena, sus largas piernas sin bello tapadas con un mínimo pantalón. Prendas que no se parecían en nada a las suyas. No se atrevían a hablar. Cuando la comitiva comprobó que eran inofensivos y no contaban con armas los dirigieron a su campamento. - No temáis, seréis nuestros huéspedes. Allí escucharon la versión de los hechos que

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Pensaban que era una alucinación. Aquella gente vestía de manera extraña. Ellos ataviados con chaquetas largas, ceñidas a la cintura mediante un ancho cinturón, pantalones hasta la rodilla y calzaban botines. En la cabeza portaban un casco en forma de medialuna, y una lanza en la mano unos y una espada otros. Las mujeres con el pelo recogido en gruesas trenzas portaban largas faldas, amplias camisolas y los pies desnudos. Abría la marcha un hombre de pelo algo largo y poblada barba. Sobre su cabeza, una especie de boina ladeada, pero con vestimenta más elegante que el resto del grupo. Se movían lentamente. Cada vez estaban más cerca y examinaban el avión vigilantes y temerosos a la vez. Súbitamente Luis y Valentina se agazaparon en el pequeño habitáculo de la cabina aguantando la respiración. Estaban muertos de miedo. En su cabeza se agolparon un sinfín de preguntas: quiénes eran aquellas gentes, qué pretendían, qué les iban a hacer. Además, llevaban armas. Se quedaron bloqueados por el miedo atenazador que les invadía. Aquellas gentes sabían

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los jóvenes tenían que contarles: quienes eran, de donde venían, a que se dedicaban, como habían llegado a la isla, así como los conocimientos que tenían sobre sus descubrimientos. Juan de Bermúdez no podía creer lo relatado. ¡No entiendo nada, vive Dios! ¡Lugar siniestro este mundo, caballeros! El sol comenzaba a ocultarse así que encendieron unas hogueras y prepararon algo de comer. Asaron unos Petreles que ellos mismos habían cazado, así como una variedad de peces. Además, según les dijeron contaban para su dieta con salazones, bizcochos, galletas, legumbres secas, arroz, aceite, vinagre, vino y agua que racionaban, pues empezaba a escasear y que transportaban en la carabela Garza con cuyas maderas habían construido las chozas una vez que la marea las había arrimado a la orilla después del naufragio, al chocar la embarcación contra la barrera de arrecifes que bordeaba el archipiélago y en medio de una tempestad en la que la macilenta luz de los rayos iluminaba el cielo. Luis y Valentina comieron con gran apetito. Era lo único que habían ingerido desde que habían salido de Hamilton. Después de dar cuenta de la reconfortante cena todos se retiraron a descansar. Había sido un día lleno novedades extravagantes para ambos. Luis y Valentina no durmieron en toda la noche. Solo pensaban en cómo salir de allí, pero no lo veían claro A la mañana siguiente con la salida del sol volvieron a intentar poner el avión en marcha. Todo fue en vano. Juan de Bermúdez entendía que aquella pareja debía volver a su civilización y que debían hacer todo lo posible por ayudarles en su cometido, pero no disponían de ningún otro medio que no fuera su fe y confianza en la Virgen María, como madre protectora, y en el apóstol Santiago como guerrero celestial, cuyas imágenes los acompañaban siempre en sus expediciones. El descubridor, bajo su condición de clérigo, ayudado por los soldados y mujeres, tomaron

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ambas imágenes e iniciaron un desfile a modo de procesión a lo largo de la isla mientras imploraban con cánticos y rezos un milagro que pusiera en el aire al pájaro de hierro. Luis no era creyente, pero aquello lo dejó in albis. Se dirigió al avión y dio los botones de contacto. El panel de control se iluminó de manera inmediata y el avión se puso en marcha. De inmediato comenzaron las despedidas y mientras los navegantes daban gracias a sus protectores por el milagro obrado, Luis y Valentina despegaron y retomaron el vuelo rumbo a Hamilton, al tiempo que seguían dudando si todo era sueño o realidad. Al llegar al hotel, el recepcionista, sin mostrar alarma o preocupación, les preguntó si no les había gustado la excursión pues le extrañaba que hubieran regresado tan pronto, ya que no les esperaban hasta el anochecer. Luis y Valentina se miraron atónitos. Habían estado ausentes más de un día y nadie les había echado en falta ¿Se estarían volviendo locos? Sacaron sus teléfonos móviles, que ya funcionaban con normalidad, para comprobar la hora y la fecha. ¡Solo habían pasado unas horas desde que habían tomado el avión! No entendían nada. Nunca habían dado demasiada importancia a los innumerables mitos o verdades sobre el triángulo de las Bermudas que aparecían en los medios de comunicación y en las redes sociales. Valentina recordó haber leído que incluso Cristóbal Colón cuando navegó por estos mares en su primer viaje al Nuevo Mundo, informó que una gran llama de fuego se estrelló en el mar una noche y que una extraña luz apareció en la distancia unas semanas más tarde. E incluso escribió sobre lecturas imprevisibles y caprichosas de la brújula de la nave. ¿Se habrían metido en una de las puertas del espacio-tiempo de las que algunos entendidos hablaban? El recepcionista sonreía con sarcasmo. Nita Prego


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TULIO

La llave giró dos veces en la cerradura. Abrió la puerta lentamente, como si temiera profanar el sacrosanto refugio del tío Tulio. Recordaba haber estado allí hacía unos años, cuando era un chaval y acudía con sus padres a recoger los regalos que los reyes Magos le habían dejado allí. Le gustaba ir, pues el tío Tulio siempre le regalaba libros que él devoraba con fruición sintiéndose el protagonista de aquellas aventuras legendarias. Avanzó por el pasillo, las puertas estaban todas abiertas invitando a entrar. El piso de Tulio no era ni grande ni pequeño, tenía un tamaño ideal para alguien que vivía solo. Era tal su amor por los libros que había dedicado dos habitaciones a sendas bibliotecas. Los tesoros de Tulio que su sobrino miraba con los ojos muy abiertos, como un niño ante el escaparate de una pastelería.

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más solía escribir poesías. Un día le quitaron uno de sus poemas infantiles y estuvieron leyéndolo en voz alta con voz afectada, haciendo mofa de él y automáticamente pasó a ser ya por siempre, el rarito cuando no el mariquita. Toda aquella pesadilla se le puso en pie a Tulio y ya nada fue igual. Cada vez salía menos de casa. Descubrió que comprar por Internet era estupendo y le evitaba andar por la calle para que la gente le mirara con lástima, al pobre cojito. Se le metió en la cabeza que todos murmuraban a su paso y se reían de él, como en la escuela. Su médico siempre le decía que debiera salir a tomar el aire y dar paseos al menos de una hora diaria, por la Bahía, por el Sardinero... Le decía que sí, que sí... pero a la hora de la verdad no le hacía caso. Aquel dolor persistente en su pierna que no conseguía calmar con los analgésicos le tenía desesperado y comenzó a frecuentar a Falín, un vecino dos bloques más allá de su casa que era vox populi que movía sustancias sicotrópicas. Y Tulio comenzó a fumar maría pues vio que le apaciguaba sus dolores y abría su mente.

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Entró en su habitación, abrió su armario y sonrió. Aún conservaba los uniformes de cuando conducía el Alsa, porque Tulio fue uno de esos conductores de autobús que recibía a los pasajeros con una sonrisa y les saludaba con amabilidad. El stress del tráfico le pasó factura y sufrió un infarto que hizo que le trasladaran a las oficinas para que pudiera estar más tranquilo. Cuando el corazón le dio otro arrechucho, finalmente tuvo que jubilarse anticipadamente. Además, por mala suerte, bajando un día por la Cuesta de la Atalaya resbaló y tuvo una rotura de tibia que tardó mucho en curar, de hecho, nunca le curó del todo, y desde aquel accidente arrastró una leve cojera. Este hecho le cayó como una losa, se volvió taciturno y perdió todo interés en salir a la calle y como apenas tenía amigos y la familia se había distanciado de él, o más bien, él se había distanciado del mundo, volvieron a él los fantasmas de la niñez, cuando en la escuela le llamaban “Cuatro Ojos” y se reían de él porque no le gustaba el fútbol, sino que prefería leer, y lo que es peor, escribir y ade-

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Volvió los ojos a su afición de siempre, se puso a investigar, Internet era una fuente inagotable de información. Compró en Amazon muchos libros, sobre todo de Borges. Se convirtió en un experto en su obra y dedicaba horas y horas a documentarse y escribir un ensayo sobre las influencias y los precursores en la obra de Borges. Lo tenía todo ordenado en distintas carpetas según épocas. Su máxima ilusión entonces era llegar a publicar ese libro sobre Borges. Estaba seguro de que sería un éxito. Tenía que serlo. Escribir aquel ensayo ocupaba todo su tiempo, estaba tan enfrascado que apenas comía ni dormía. Todas las horas eran pocas. Ya no pisaba la calle, salvo para ir a donde Falín a por su ración semanal de gloria. La vida transcurría con normalidad en el barrio, cada uno se afanaba en sus quehaceres diarios, cuando una mañana, Luisa, la de Lupa, comenzó a preguntar si no había llamado Tulio, el del quinto. Nadie había cogido el pedido ningún día de la semana. Temieron que

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le hubiera pasado algo y Luisa y Pablo, el carnicero, subieron al piso cuando acabaron su turno. Nadie respondió al timbre... Alfonso se sentó en la mesa donde su tío Tulio había estado trabajando todos aquellos años. Abrió los cajones del escritorio y encontró un diario que Tulio había ido escribiendo, contando todas sus investigaciones y avances de su ensayo sobre Borges. Encendió el ordenador y allí, en el escritorio, estaba la carpeta “BORGES”. Dio un par de clics y se sumió en la lectura. ...Y de este modo llegó a mis manos este ingente y profuso trabajo sobre Borges, que hoy, para celebrar el que hubiera sido el sesenta cumpleaños de mi tío Tulio, estamos presentando en este Ateneo y que a buen seguro disfrutarán ustedes de su lectura tanto como mi tío Tulio cuando lo escribió. Muchas gracias a todos ustedes por su asistencia y por hacer realidad el sueño de Tulio. Buenas tardes. Ana R. López

El dependiente y YaoYao

“Él vino a decirme que no me quería y yo sonreía…”

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Ascensión Fresnedo


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Rosa de té. YaoYao se levantó desganada y sin ánimo ni aliciente. Sus ilusiones se habían esfumado tras el regreso precipitado de Holanda. No había dormido bien. La noche anterior sus padres le habían hablado seriamente. No había posibilidades de seguir estudiando. La economía familiar se empobrecía. Las deudas aumentaban después de todos los meses en los que la tienda estuvo cerrada durante el COVID. Una vez abierta las ventas eran escasas. Tocaba ahorrar y trabajar muchas horas seguidas o regresar hundidos a China. La tienda abierta las veinticuatro horas estaba situada en un barrio seguro y con gran afluencia de tráfico. Por seguridad, durante el día la madre y la hija atendían en el mostrador y por la noche lo hacían el padre y el empleado. Había oído hablar a sus padres de “el empleado”. Le denominaban así con indiferencia, “el empleado”. Nunca les había oído pronunciar su nombre. No sabía el porqué. Sí les había oído decir que era un chico trabajador, que llegaba puntual, que tenía el género ordenado y parecía de confianza. YaoYao no había tenido oportunidad de conocerlo al no haber coincidido nunca. Cuando ella llegaba sobre las nueve, él ya había tomado el metro de menos cuarto camino de su casa en el barrio de Lavapiés. YaoYao no desayunó por falta de apetito, ya lo haría más tarde. Llegó antes de la hora a la tienda, justo en el momento que salía por la puerta “el empleado”. Él, cansado como estaba de toda la noche sin dormir, prácticamente ni la miró, pero a YaoYao le dio una vuelta el corazón. Vio al hombre de su vida y se enamoró.

YaoYao empezó a llegar por las mañanas cada vez un poco más pronto. Ellos dos apenas enfrentaban cortas miradas huidizas. YaoYao lo atribuía quizás a una cierta timi-

Fantaseaba con su origen. Deseaba que fuera de Pekín y hablara en un culto Mandarín, o que fuera hijo de un empresario de Shanghái deseoso de invertir en Europa. Quizás fuera de Hong-Kong y hablara cantonés, aunque eso era menos probable. Tenía cualidades para ser un buen yerno y esperaba que su padre lo aceptara.

Sabía que ella había llegado a la edad de casarse y sus padres no aceptarían a un extranjero. Tenía que ser con alguien de su país. Además, a ella no le gustaban los europeos. No. No le gustaban esos ojos grandes, redondos como soles que parecía que dolían cuando te miraban. Prefería la mirada discreta y menos intimidatoria de los asiáticos. Un día decidió por fin saludarlo. Se preparó un “buenos días” en perfecto cantonés. Ensayo frente al espejo: una voz suave, un gesto delicado, un refinado ladeado de cabeza. Ensayó y ensayó una y otra vez hasta que le quedo perfecto.

Llego a la tienda, se acercó discretamente y le dijo: - 早上好! - zǎoshànghǎo! (buenos días) Él, ni se inmutó. Miró para otro lado y se marchó. YaoYao no se decepcionó, busco todas las escusas posibles y al día siguiente repitió el saludo. Pero nada. Lo repitió y lo repitió hasta que por fin al séptimo día “el empleado” respondió. Y al responder fue entonces cuando YaoYao se llevó su gran decepción, porque le saludó con un “buenos días” en perfecto español. ¿Por qué? Porque a pesar de la tez dorada, su baja estatura y sus ojitos tan rasgados y poder pasar perfectamente por asiático, no lo era. No era chino. No. Caprichos de la genética. Era chileno. Chi-le-no. Clara San Miguel

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Esa mañana tuvo la cabeza distraída y con el estómago lleno de adolescentes mariposas revoloteando. En la caja registradora no cobro bien la mercancía y se equivocó en varias ocasiones con el cambio de las monedas en las vueltas. Razón por la que su madre le regaño por incompetente.

dez, a señales de respeto o a una buena educación taoísta en su juventud.


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MIGUEL Y SUS POSIBLES FINALES

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Una pequeña pincelada de la vida de un hiperactivo con baja autoestima.

Miguel vino a este mundo un veintiséis de abril de 1993. Nada más salir del protector cubículo, su madre le dijo: - Te quiero. Se bueno. Pórtate bien. Aquellas palabras fueron el preludio de un truncado deseo. Miguel, como buen Tauro, fue un bebé contra natura pues pasaba los días durmiendo y las noches despierto llorando, sin que sus padres dieran con modo alguno de calmarlo y consolarlo. Fue un niño enmadrado hasta tal punto, que para él solo existía su madre. Ella era la única persona que a veces conseguía tranquilizarlo unos instantes. Miguel ya apuntaba maneras. Su madre, ignorante quizás del error que cometía y de lo que se le venía encima, lo matriculó en el mismo centro, donde ella ejercía como maestra. Pero conocedora de poder evitar males mayores a ambos, pidió un cambio de curso, evitando así coincidir ambos en la misma aula. Craso error. Pues lejos de lograr que se fuera convirtiendo en una persona independiente, consiguió que se aferrara con más ahínco a ella. A pesar de que no presumía ni amenazaba

con el puesto de su progenitora delante de sus compañeros, siempre que tenía cualquier altercado con alguno de ellos o con algún profesor, acudía rápidamente a su presencia, en cualquier momento de la jornada, para contarle lo acontecido con la intención de que fuera mediadora para solventar sus problemas y dificultades. Esto le restaba fuerza y la sacaba de quicio. Miguel crecía, y a medida que lo hacía más llamaba la atención, sobre todo entre los adultos, no solo por su largo y lacio pelo rubio y sus grandes ojos azules, sino también por su simpatía y ocurrencias. Era aceptado por sus compañeros no sin ciertos reparos, pues sus mayores inconvenientes para relacionarse derivaban de no saber perder ni ceder en los juegos, no asumir que él era el único responsable, y no los demás, de lo desacertado de sus actos. Lo cual le provocaba verse inmerso, a menudo, en múltiples y variados conflictos. Al incorporarse a la Educación Secundaria la situación empeoró a pasos agigantados. Pasaba la mitad de la jornada escolar expulsado del aula por no saber, o no querer, callarse a tiempo. Por su incapacidad para adoptar normas referidas a comportamiento, horarios y presentación de tareas. Y la falta de empatía con alguna parte del profesorado. Añadiendo a esto, el calentamiento del termómetro bajo de la lámpara, para simular tener décimas y faltar a clase. Y con el agravante de contar con un hermano, tres años mayor, que asistía al mismo instituto y además era mejor considerado. Discutía cualquier decisión que viniese de sus padres o profesores. Creyéndose siempre en posesión de la razón. Y todo lo que se le negaba, lo evaluaba como una agresión hacia su persona. Se rebelaba y enfadaba por no saber resolver, pues su madre no estaba en el instituto para ayudarle e insistiéndole que pidiera una cita para hablar con su tutor. Sus padres optaron por llevarle a un especialista en trastornos del comportamiento donde lo diagnosticaron como hiperactivo. Se le puso una medicación a base de centramina que solo llegó a tomar dos meses. El


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controlado y acabaría obteniendo una titulación, para más tarde desarrollar un trabajo como mecánico de aviación. Pues según su abuelo a este chico había que formarlo en algo atractivo y manipulativo. Trasladó sus enseres a la casa de unos de sus tíos, que le acondicionaron, no sin esfuerzo, una habitación. Inútil decir que aquello resultó un desastre. Pasaba las mañanas durmiendo, las noches navegando por la red y las tardes se presumía que asistía a clases. También en esto empezó a mentir con descaro: llegaba tarde o directamente no iba, no se presentaba a los exámenes o se inventaba las notas. Esto se descubrió mucho más adelante. A los seis meses ellos mismos aconsejaron, de manera poco sutil y sin miramientos, buscarle otro lugar donde vivir, ya que lo consideraban una persona tóxica para sus propios hijos y no conseguían que entrara en razón. Fue extraño pues sabían cómo era Miguel y no tenía que cogerles de sorpresa. Miguel seguía sin normalizar su existencia, seguía inmerso en el caos, pero mientras tanto iba adaptándose y moviéndose con soltura por Madrid. Aquel verano se le amenazó con dejar definitivamente los estudios y buscarse un trabajo. De nuevo muy serio y no sin lágrimas manifestó que quería cambiar y llegar algún día a tener un trabajo estable y bien remunerado para formar con el tiempo una familia. Y por ello quería continuar y acabar los estudios. Ese verano consiguió un trabajo de camarero para ahorrar y así compensar con algo de dinero todo lo que hasta ahora había gastado sin ningún resultado. Se adaptó de maravilla al trabajo y era bueno en su desempeño. Los clientes preguntaban por él para que los atendiera gratificándole con buenísimas propinas ya que desbordaba simpatía, buen trato y acierto al aconsejar las comandas. Miguel era guapo y atraía. Le gustaba la ropa de marca y novias no le faltaban. La relación no prosperaba, ni duraba mucho tiempo, pues no tenía mucho que ofrecer a aquellas parejas que sí contaban con ciertas perspectivas de futuro. Él solo veía el presente, vivía el momento y no adquiría ningún compromiso hacia ellas. En su vuelta a Madrid fue denunciado por la policía por orinar en la calle, aportando en su

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resto del tiempo fue acumulando las capsulas dentro de las deportivas que guardaba en el fondo de su armario, pues, según mas tarde confesaría, le impedían dormir y tomarse alguna que otra bebida que contuviera alcohol. Se tomó la decisión de un cambio de centro para descanso de sus padres y alegría de sus profesores. Al principio como buen encantador de serpientes y no poco inteligente, se adaptó al nuevo centro, pero en breve tiempo empezó a manifestar su inconformidad, su ir en contra de las normas, su no reconocimiento a que las situaciones incómodas que se creaban no eran siempre culpa de los demás, si no que él también tenía su parte. Miguel se comportaba como un ciego en mitad de un mundo establecido, pero él se empeñaba en vivir en el suyo propio, pues incluso en el ámbito deportivo, donde las reglas suelen estar bastante claras, él intentaba imponer las propias en cuanto a horarios, asistencia o actuación. No estaba dispuesto a esforzarse. No daba señales de aspirar a algo, dejaba que su vida fluyera. Así que, cuando, de modo sorprendente, acabó el bachillerato, no tenía las ideas claras sobre si iba a continuar estudiando o iba a buscar un trabajo. Tampoco estaba muy seguro de cuáles eran sus habilidades y siempre nadaba en un mar de dudas sin ser capaz de decidirse. En las reuniones familiares dominicales, en casa de los abuelos paternos, su padre se manifestaba criticando la actitud y el comportamiento de Miguel, sin el beneplácito de su madre. Siempre estaba en el punto de mira de sus ocho tíos y esto lo convertía semana tras semana en la carnaza que se les echaba a las fieras para que la devoraran. Era siempre el tema preferido de conversación Todos se permitían opinar sobre qué sería mejor para él y lejos de sentirse aconsejado, le provocaban el efecto contrario. Cada vez que intentaba protegerse del ataque, era tal la dilatación y la poca claridad de sus argumentos, que todos le ninguneaban. Su padre, persona indecisa y floja de carácter, consintió que su numerosa familia se involucrase en el porvenir de Miguel. Tomaron la decisión de trasladarlo a Madrid para que viviera en casa de unos de sus tíos, y matricularlo en una universidad privada muy cara, donde se presuponía que estaría más

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defensa que no había lugar donde poder hacerlo, ya que había grandes colas para entrar en los locales y si no, se lo hacía encima. El agente lo tranquilizó quitando importancia al hecho, o eso entendió él, hasta que sus padres recibieron una carta certificada que adjuntaba una multa de ochocientos euros de sanción. A su padre casi le da un ataque, pero pudo permutarla por trabajos a la comunidad. Como llevaba cuatro años con resultado cero, con ese horario tan extraño, y sin asistir a clase, sus padres definitivamente tomaron la determinación de que regresara a casa, con la consiguiente negativa por su parte, y dejaron de costearle todo tipo de gasto. No tuvo más remedio que claudicar y regresar. Encontró de nuevo trabajo en la hostelería en dos locales, combinando horario diurno y nocturno. Vivía obsesionado con ganar dinero de forma rápida y supuestamente apesadumbrado por lo que había hecho. Un sinsentido. No tenía tiempo de descansar y llegaba tarde a sus compromisos, pues aprovechaba al límite los cortos periodos de sueño. Con su primer sueldo se compró el teléfono móvil más caro del mercado. Durante este periodo tuvo que regresar a Madrid para solventar el asunto de la denuncia impuesta por el ayuntamiento. Empalmó la salida del trabajo de madrugada con el viaje y

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al llegar se acostó unas horas con la condición de que su madre lo despertara mediante una llamada telefónica. Aquel teléfono sonó y sonó sin que nadie lo cogiera, mientras aquella madre desesperada intentaba localizar a alguien que lo despertara. Milagrosamente llegó a la cita. Acabada la primera jornada se reunió con sus antiguos compañeros, a los que hacía tiempo no veía. Volvió a acostarse tarde. Solo le quedaba ese día para cumplir con la sanción, así que cogió el metro temprano quedándose dormido en el trayecto, cosa que aprovecharon los amigos de lo ajeno para liberarlo del carísimo teléfono móvil, de la documentación y del dinero que llevaba en la cartera. Tras poner la denuncia correspondiente, llamó a casa desesperado y llorando por lo injusto de lo que le había ocurrido y de lo que él no tenía culpa alguna. Con el tiempo encontró otro trabajo menos movido que la hostelería, pero sí más estresante y peor remunerado, aquí no había generosas propinas. Pero llegó el día en que manifestó que había ojeado un piso pequeño con muy buen aspecto y no muy caro. Abandonó el hogar familiar y se independizó. Nita Prego García

PRIMER FINAL Abandonó el hogar, se independizó, Miguel tenía 27 años. Al fin encontró un Restaurante donde trabajar y poder vivir como deseaba. Eso le gustaba y ponía todo su empeño en agradar. Sus padres estaban contentos de ver a su hijo ocupado en algo de provecho. Los dueños del Restaurante observaban el interés del chico. Entonces llegó la pandemia y hubo que cerrar los comedores. Nuevamente, el destino abandonó a Miguel a su suerte. Y su suerte fue un ERE. Pero ya tenía la fijación de practicar en su hogar para cuando le llamasen ser eficiente. Su madre le pasaba recetas y él las llevaba a cabo.

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Al fin llegó el día soñado. Sonó el teléfono reclamando su presencia en el restaurante. Miguel saltó de alegría al oír la voz de su jefe. Miguel ¿quieres volver al trabajo? Sí, claro, por supuesto, desde luego. Su madre sonreía. ¡Qué bien, Miguel, lo lograste! Fina Gutiérrez Dosal


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SEGUNDO FINAL Ya me he ido de casa. Ya tenéis lo que queríais. Toda la vida diciendo que haríais cualquier cosa por vuestro hijo y cuando más os necesito me dais una patada. Esto piensa Miguel, sentado en el viejo sofá que compró en una tienda de segunda mano. El sofá y una mesa baja de centro es lo único que ha podido comprar. Con ello ha arreglado, un poco, el destartalado piso que le ha dejado un amigo. No tiene mucho para gastar. ¿Y ahora qué? Se pregunta. No pienso pedir ayuda a esos viejos tacaños. No voy a acudir a ellos; prefieren comprar jamón ibérico para su perro que ayudar a su hijo. ¿No queríais que os dejase en paz? Os voy a dejar en paz para siempre. Miguel abre el bote de pastillas que esta sobre la mesa de centro. Deposita varias capsulas en la palma de su mano y de una vez las mete todas en la boca. Con la otra mano coge el vaso de güisqui. Toma un sorbo rápido para tragar las pastillas; con calma apura el resto de bebida. Se tumba en el sofá. Tumbado en el sofá, como si durmiera, lo encuentra su amigo, unos días después, cuando acudió al piso preocupado por la falta de noticias de Miguel. Casilda González

TERCER FINAL Miguel está muy contento en su trabajo, por fin hizo algo en su vida con esfuerzo. En su trabajo es muy dinámico, está siempre de buen humor y con una sonrisa en los labios. Ahora se relaciona con gente sencilla, trabajadores del pueblo. Atrás quedaron sus amigos de correrías, de fiestas, de no hacer nada, adicciones, peleas... Aquí en la cafetería, Miguel conoce un grupo de chicos, vienen de trabajar y toman algo antes de regresar a casa. Se lleva bien con ellos. Los invita a unas cervezas, es su cumpleaños. Comentan cosas de sus trabajos, de sus estudios. Miguel los escucha en silencio. Qué vida más diferente a la suya. Por la noche no puede dormir, piensa en sus amigos y se dice a sí mismo: mi vida tiene que cambiar; tengo que volver a estudiar. Mis padres me dieron todo y yo no aproveché nada. Se matricula en el Instituto, de Auxiliar Administrativo, en el turno de tarde. Hoy en día, sigue estudiando y trabajando. Rosa María Diego

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Los días pasan y Miguel lucha consigo mismo.


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CUARTO FINAL Miguel se instaló en el apartamento. Encontrar una vivienda como aquella por ese precio no era fácil. Aunque bien era cierto que necesitaba unos cuantos arreglos. Así que en cuanto descargo las cajas se puso manos a la obra. Había que pintar, tapar algún que otro desconchado de las paredes y el techo, acuchillar. Se dio cuenta que las cañerías no desaguaban bien y que las persianas no bajaban del todo. Fue haciendo una lista del material necesario y tras conseguirlo se puso manos a la obra. Al final de la tarde después de tanto frenesí se sentía algo cansado, raro en él, pero satisfecho consigo mismo por el trabajo realizado. Nada mejor para relajarse que un poco de música. En ese edificio de cuatro alturas nunca se había encontrado con ningún vecino, tampoco había oído ruido alguno. Para él que estaba deshabitado. Tanto mejor. Abrió algunas de las cajas y comenzó a desembalar su instrumento favorito, la batería. Bum- bum-bum, bon-bon. Bombo, platillos y palillos se pusieron en acción. La alegría de Miguel se transformó en ritmo musical. Bom-bom-bom, bum-bum. Aquello se calentó. Su energía se transformó en vibraciones que fueron subiendo de tono y acabó todo en un gran sonido acelerado. Bum-bum-bum bum-bum… En su punto álgido, bruscamente la puerta de la entrada se vino abajo. Tras ella cuatro tipos con la cabeza rapada, pirsins en la cara y el torso tatuado, entraron en el apartamento. Sin mediar palabra le propiciaron tal sarta de palos como nunca nadie le había dado.

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Desgraciadamente el edificio sí estaba habitado y los okupas que en el se encontraban, tanto en el piso superior como el inferior, no estaban dispuestos a que ningún intruso alterara sus vidas. Al día siguiente golpeado y maltrecho regresaba a casa de sus padres. Clara San Miguel

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Viaje al cielo Enheduanna mira perpleja la flor que aferra con fuerza con su mano izquierda. No comprende cómo puede ser, sí, había sido un sueño. Ahora no soñaba, estaba segura. Miró a su alrededor, todo era blanco con luz artificial. Sentía la rigidez de su cuello, no podía moverse. Se sentía como en una nube, no había nadie a su lado. Por el tacto de la mano derecha, sintió que estaba postrada en una cama. Al moverse, un pitido ensordecedor inundó el local. La puerta se abrió, una mujer con uniforme blanco la franqueó atropelladamente, la miró y la preguntó: ¿está aquí? ¡Sí! ¿Qué hago aquí? Tuvo una agresión. Enheduanna clavó sus ojos en los de su interlocutora a la vez que su cabeza comenzó a recordar y a dar vueltas. Cayó en un sueño del que no despertó. Se marchitó a la vez que la flor de la que nunca supo por qué la halló. ¿Era imposible coger una flor en el cielo? ¿O no? Eva

ANTOLOGÍA POÉTICA muerte, frente al paso del tiempo, frente al rebaño escolástico, al hombre totalmente libre. Uno de estos poetas es John Keats (17951821). En su poema Oda a una urna griega, viaja al mundo clásico, como habían hecho tantos otros antes. Y se deleita, como ellos, con la belleza de sus formas artísticas, con la belleza de la urna a la que canta. Y aunque Keats nos habla de la belleza inmortal de la urna y sus bajorrelieves; y aunque “la belleza es la verdad, la verdad belleza”; y aunque el amor que en la urna se representa (“siempre cálido y aún por gozar, / siempre anhelante y por siempre joven”) es inmortal, a pesar de todo eso, hay algo de frío e insensible en la pura representación artística. Algo que “deja el corazón muy triste y hastiado”. Tal vez porque estos nuevos hombres del Romanticismo van a reivindicar la imperfección humana, su mortalidad, su paso efímero (a diferencia de la urna) sobre la tierra. William Wordsworth (1779-1580) canta a la alegría de la naturaleza, “el esplendor en la hierba”. A diferencia de Keats, él dirige la mirada a la belleza viva de la naturaleza. Es una belleza transitoria porque, aunque la naturaleza vuelve cíclicamente, somos nosotros los hombres los que solo durante el parpadeo de nuestra breve vida podemos disfru-

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Podemos decir que el arte moderno comienza a finales del siglo XVIII, cuando nace en el mundo occidental eso que los estudiosos y críticos han llamado Romanticismo. Y si nos atrevemos a hacer una afirmación tan categórica es, sobre todo, porque este movimiento va a proclamar la libertad del artista por encima de los cánones, normas y otras servidumbres de grupo, de escuela. Sin esta libertad sería imposible entender lo que vino después. Por otro lado, el Romanticismo busca las respuestas a sus interrogantes estéticos e intelectuales en diversos y muy diferentes lugares. Es cierto, como hemos dicho, que ahora el artista rechaza las ataduras y cortapisas de las normas estéticas preestablecidas, y que, en permanente rebelión, bucea en sí mismo para crear las respuestas. Pero el movimiento va mucho más allá. El artista viaja hasta todos los confines de la realidad con tal de abandonar la opresiva atmósfera académica. Y encuentra así el Volkgeist, el espíritu del pueblo. Y de ahí el nuevo interés por la narrativa popular, por el mundo del folklore. Y encuentra además el mundo de la noche, poblado por los espectros que habitan en el subconsciente colectivo. Y encuentra la naturaleza, sublime manifestación de la sustancia divina que alumbró el mundo. En medio de todo ello, reivindican, frente a la


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tar brevemente de ella. Pero esta felicidad de los instantes, si es que podemos llamarla así, la llevamos con nosotros para siempre en el recuerdo. Y así, la belleza no muere: subsiste en la nostalgia. P.B. Shelley (1792-1822) aún profundiza más en la introspección sentimental de Wordsworth. No es suficiente con evocar la belleza. O tal vez sí. Pero para que el poeta pueda llevar a cabo el íntimo deseo de encontrarla “en la honda hierba de los prados”, es necesario que el mundo respete su intimidad, que su camino discurra sin estorbos molestos y que nada perturbe sus sueños (o sus pesadillas). Por eso la serpiente (es decir, Shelley) “se escabulle silente entre la hierba, escurridiza”). Charles Baudelaire (1821-1867) hereda el panteísmo de los románticos, pero él va un poco más allá. La naturaleza no es solamente la sustancia divina hecha mundo. Por el contrario, es un código que es necesario descifrar. La naturaleza nos habla mediante manifestaciones simbólicas. Ya no es el objeto inerte sublimado en el recuerdo de Wordsworth. Es un emisor que se comunica con el hombre mediante las sinestesias de un lenguaje nuevo que expresa lo que el lenguaje lógico solo puede balbucear. En el mundo de Baudelaire, como en el arca de Noé, todo

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canta y todo cabe. Desde lo más sublime hasta lo más abyecto; desde “los perfumes frescos como carne de niños”, hasta “los corrompidos, ricos y triunfantes”. El infinito juego que es la poesía le debe eterna gratitud a Arthur Rimbaud (1854-1891). Él será quien lleve definitivamente a cabo el capricho poético absoluto con el que siempre soñaron los románticos. Cada vocal es un color que conlleva infinitas correspondencias. Cada asociación una gota que destila el perfume del subconsciente. Pregunta que siempre nos haremos: ¿quién es la criatura cuyos ojos desprenden el fulgor violeta? El sueño se ha terminado y hemos despertado en la pesadilla más horrible. Creímos que la belleza podía tomar forma de urna; que podíamos habitar en el recuerdo amable de una tarde de primavera; creímos que el mundo nos podía y nos debía dejar en paz; creímos que además ese mismo mundo nos hablaba y nos comunicaba sus arcanos; creímos que podíamos jugar con sus piezas y construir mundos de lego impunemente. Ahora, desconcertados y asustados, comprobamos que existimos “donde el sol bate, / y el árbol muerto no cobija, el grillo no consuela / y la piedra seca no da agua rumorosa” (TS Eliot, La tierra baldía).

POEMA 1. Oda a una urna griega

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I Tú, ¡novia aún intacta de la tranquilidad! ¡Tú, hija adoptiva del silencio y del tiempo lento, historiadora selvática, que puedes expresar un cuento adornado con mayor dulzura que nuestra rima! ¿Qué leyenda con guirnaldas de hojas ronda tu forma de deidades o mortales, o de ambos, en Tempe o en las cañadas de Arcadia? ¿Qué hombres o dioses son ésos? ¿Qué doncellas reacias? ¿Qué loco propósito? ¿Qué lucha por escapar? ¿Qué caramillos y panderos? ¿Qué loco éxtasis?


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II Las melodías conocidas dulces son, pero las desconocidas aún son más dulces; así vosotros, suaves caramillos, tocad: no para el oído sensible, sino, más queridos, tocad para el espíritu canciones sin tono. Hermosa juventud, debajo de los árboles no puedes dejar tu canción, ni nunca esos árboles quedarse dormidos; atrevido amante, nunca, nunca podrás besar, aunque triunfante estés a un paso de la meta, pero no te lamentes, ella no se desvanecerá, aunque tú no tengas tu deleite, ¡pues por siempre amarás y hermosa ella será! III ¡Oh, alegres ramas que no podéis arrojar vuestras hojas, ni despediros de la primavera; y feliz músico, infatigable, siempre tocando canciones por siempre nuevas! ¡Amor más feliz!¡Más feliz, feliz amor! Siempre cálido y aún por gozar, siempre anhelante y por siempre joven: respirando muy por encima de la pasión humana, que deja el corazón muy triste y hastiado, frente enfebrecida y lengua agostada. IV ¿Quiénes se acercan al sacrificio? ¿A qué verde altar, oh misterioso sacerdote, llevas esa vaquilla que muge al cielo, con sus sedosos flancos con guirnaldas adornados? ¿Qué pueblecillo junto al río o la costa marina, o construido en la montaña, con pacífica ciudadela, se ha quedado vacío de su gente, esta piadosa mañana? Y, pueblecillo, tus calles para siempre estarán en silencio y ni alma que diga por qué estás desierto, podrá regresar nunca.

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V ¡Oh forma ática! ¡Bella actitud! Con guirnaldas de marmóreos hombres y doncellas muy bien tallados, con ramas de bosques y la hierba hollada; tú, forma callada, nos tientas al pensamiento de igual forma que la eternidad: ¡fría égloga! Cuando la vejez desgaste esta generación, tú seguirás en medio de otro dolor, que no el nuestro, amiga del hombre, a quien dices: «la belleza es la verdad, la verdad belleza»; esto es todo lo que sabes de la tierra, y todo lo que saber necesitas.


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POEMA 2. Oda a la inmortalidad de William Wordsworth. ¡Cantad, cantad, oh pájaros, un canto jubiloso! ¡Que brinquen corderillos Al son de un tamboril! ¡Yendo en vuestro cortejo con solo el pensamiento, Sea con los que canten, sea con los que juegan, Con aquellos que sienten en su pecho La alegría de mayo! Aunque el resplandor que en otro tiempo fue tan brillante hoy esté por siempre oculto a mis miradas, aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la yerba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo. En aquella primera simpatía que, habiendo sido una vez, habrá de ser por siempre, en los consoladores pensamientos que brotaron del humano sufrimiento, en la fe que mira a través de la muerte, y en los años que trae consigo la mente filosófica.

POEMA 3. P.B. SHELLEY What if you slept, and what if in your sleep you dreamed, And what if in your dream you went to heaven And there you plucked a strange and beautiful flower, And what if when you awoke you had the flower in your hand? Ah, what then? Samuel Taylor Coleridge, 1798

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No despertéis jamás a la serpiente No despertéis jamás a la serpiente, por miedo a que ella ignore su camino; dejad que se deslice mientras duerme sumida en la honda yerba de los prados. Que ni una abeja la oiga al arrastrarse, que ni una mosca efímera resurja de su sueño, acunada en la campánula, ni las estrellas, cuando se escabulla silente entre la yerba, escurridiza…

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POEMA 4. Charles Baudelaire Correspondencias Natura es un templo donde vivientes pilares Dejan, a veces, brotar confusas palabras; El hombre pasa a través de bosques de símbolos que lo observan con miradas familiares. Como prolongados ecos que de lejos se confunden En una tenebrosa y profunda unidad, Vasta como la noche y como la claridad, Los perfumes, los colores y los sonidos se responden. Hay perfumes frescos como carnes de niños, Suaves cual los oboes, verdes como las praderas, Y otros, corrompidos, ricos y triunfantes, Que tienen la expansión de cosas infinitas, Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso, Que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.

POEMA 5. Vocales y Canción de la torre más alta ARTHUR RIMBAUD Vocales

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A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales, contaré algún día vuestro latente nacimiento: A, negro corsé velludo de brillantes moscas, que pululan en tomo a atroces pestilencias, Golfos de sombra; E, candor de los vapores y los toldos, lanzas de altivos glaciares, reyes blancos, temblor de umbelas; I, purpúreas, escupida sangre, risa de hermosos labios en la cólera o las borracheras penitentes; U, ciclos, vibraciones divinas, verdes mares, paz de pastos sembrados de animales, paz de las arrugas que la alquimia ha grabado en las frentes que estudian. O, Clarín supremo de estridores extraños, silencios atravesados por Mundos y Ángeles: O, Omega, fulgor violeta de Sus Ojos.


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POEMA 6. La tierra baldía (fragmento). T.S. ELIOT Abril es el mes más cruel: engendra lilas de la tierra muerta, mezcla recuerdos y anhelos, despierta inertes raíces con lluvias primaverales. El invierno nos mantuvo cálidos, cubriendo la tierra con nieve olvidadiza, nutriendo una pequeña vida con tubérculos secos. ……………………………………………………………… ¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen en estos pétreos desperdicios? Oh, hijo del hombre, no puedes decirlo ni adivinarlo; tú sólo conoces un montón de imágenes rotas, donde el sol bate, y el árbol muerto no cobija, el grillo no consuela y la piedra seca no da agua rumorosa. Sólo hay sombra bajo esta roca roja (ven a cobijarte bajo la sombra de esta roca roja), y te enseñaré algo que no es ni la sombra tuya que te sigue por la mañana ni tu sombra que al atardecer sale a tu encuentro; te mostraré el miedo en un puñado de polvo. (1922)

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DIÁLOGO POÉTICO CON SAMUEL TAYLOR COLERIDGE Imagina que dormías Y que en tu sueño soñabas Que ibas al cielo. Y que allí cogías una flor Diferente y hermosa Y que cuando despertabas tenías Una flor en tus manos. Y entonces, ¿qué? S.T. Coleridge

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Entonces… Te sientes libre, crees que vuelas. Todo se mueve, el mundo da vueltas a tu alrededor, o eso sientes tú. ¿Y tú a dónde vas? No lo sabes bien. Te sientes feliz en la irrealidad en la que has despertado. Eva

Entonces… Entonces ilusionada al ver el sol Tu espíritu se eleva al cielo Triunfando en un jardín de Bellas flores

Entonces… Entonces su aroma y su color Completan mi meta.

Fina

Imagina que dormías Entonces comprendí Que quería habitar allí, En el lugar de los sueños, Donde se cumplen los deseos Casilda González

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Entonces hueles la flor Que la suave brisa ha depositado en tus manos, Profundamente interior; Y su penetrante olor transporta tu mente, Tu corazón, en el viento. Y abres los ojos al contorno de las cosas; y si solo puedes dejar que el espíritu vuele Hacia el nuevo día que comienza… Entonces… Ana López


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Entonces… Mis ojos contemplan tanta belleza, ¡tanto amor! Mi corazón late a un ritmo acelerado Al ver tus ojos enamorados, tu aroma, tu dulce mirada.

Entonces… Descubres en tu alma que la venganza es un ejercicio que no compensa. Que pierdes la lealtad a ti mismo. Que tu impotencia, que tus caries psíquicas de adolescente inspirado e inocente, anulan tus ganas de soñar. Que tu imaginación es la de un ser humano. Que eso no es lo que deseas.

Entonces… Piensas en el daño que la lucidez puede hacer a la poesía. Nita

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Entonces…. ¿Estoy soñando? No quiero despertar. ¡Dejadme con mis sueños! Solo tu presencia embriaga mis sentidos, Mi dulce amor. Rosa Diego

Entonces te asomas al mundo, Miras y encuentras La más bella poesía. Fátima

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Viaje al cielo Enheduanna mira perpleja la flor que aferra con fuerza con su mano izquierda. No comprende cómo puede ser, sí, había sido un sueño. Ahora no soñaba, estaba segura. Miró a su alrededor, todo era blanco con luz artificial. Sentía la rigidez de su cuello, no podía moverse. Se sentía como en una nube, no había nadie a su lado. Por el tacto de la mano derecha, sintió que estaba postrada en una cama. Al moverse, un pitido ensordecedor inundó el local. La puerta se abrió, una mujer con uniforme blanco la franqueó atropelladamente, la miró y la preguntó: ¿está aquí? ¡Sí! ¿Qué hago aquí? Tuvo una agresión. Enheduanna clavó sus ojos en los de su interlocutora a la vez que su cabeza comenzó a recordar y a dar vueltas. Cayó en un sueño del que no despertó. Se marchitó a la vez que la flor de la que nunca supo por qué la halló. ¿Era imposible coger una flor en el cielo? ¿O no? Eva

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Llevados por la curiosidad nos sorprendimos en el Taller de Literatura leyendo viejos textos de nuestra literatura. Textos olvidados que hablan de asuntos olvidados. Textos de nuestra épica. Y no precisamente la de Mío Cid. Nos referimos a los textos de la colonización de América. Concretamente un texto prácticamente desconocido: Las Elegías de los Ilustres Varones de Indias de Juan de Castellanos. Juan de Castellanos nace en Alanís, serranía andaluza en la provincia de Sevilla frontera con Extremadura, en marzo de 1.522. Es hombre de algunas letras. Aprende preceptiva y oratoria, además de latín, antes de pasar a Indias en 1.540. Y allí le encontramos, en los primeros momentos del asentamiento español en el Caribe. Su rastro lo podemos seguir desde las islas del Caribe primero, hasta la masa continental después. Llega a Puerto Rico (Boriquén). En 1.541 está en Cubagua. Con Ortal y Sedeño combate en Maracapana. Y los años de 1542 y 1.543 le sorprenden en Isla Margarita. De las islas al continente: Cabo de la Vela, Coro, Cartagena. En esta última oficia su primera misa: el soldado se hace religioso. En 1.568 le encontramos como beneficiado de la catedral de Tunja, en el Nuevo Reino de Granada, fundada en 1539 por el malagueño Gonzalo Suárez Rendón. Antes ha debido acreditar condición de cristiano viejo y limpieza de sangre. Y en el altiplano andino se enfrenta a la tarea de recordar, de desandar lo andado a través del recuerdo. Cuando esto no es suficiente, recurre al testimonio de aquellos vecinos que compartieron con él la brega de tanta andanza conquistadora. Surgen así, en enorme retablo ante nuestros ojos, el Descubrimiento y la colonización de la Española, Cuba, Puerto Rico, Trinidad, Isla Margarita y Cubagua; los sucesos de Venezuela y Santa Marta; la historia de Cartagena, Popayán, Antioquia y Chocó. Inmensa crónica rimada que apenas si alcanzamos a leer con enorme dificultad. Fatiga tanto acontecimiento vertido en

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el molde poco apropiado de la octava real. Llegamos a contar hasta 9.595 octavas reales, a las que habría que añadir varios miles más de versos sueltos. Lo cierto es que Juan de Castellanos escribió primero su obra en prosa, pero deseoso de emular la obra de Ercilla, vertió todo el caudal en interminables estrofas. El resultado es un retablo de cuadros y episodios yuxtapuestos a la manera medieval, “en cuya narración he consumido noches en cuantidad y alguna vela”, ironiza nuestro autor. Imposible vertebrar la inmensa información en un todo estructurado. Así pasan treinta años de la vida del clérigo-soldado. Diez de ellos fueron dedicados a versificar lo antes escrito en prosa. Juan de Castellanos muere en Tunja el 27 de noviembre de 1.607. Tras él queda el legado de un cáliz y un crucifijo. Y la obra inmensa, plena de información. Tan injustamente olvidada. Cierto que el elemento poético queda anegado la mayoría de las veces en lo prosaico del acontecimiento, que cansan las referencias mitológicas fuera de lugar, que el conjunto de las influencias que rastreamos en su obra no contribuye a formar un estilo propio... Sin embargo, ahí está, noticiero imprescindible para aquél que quiera acceder a la comprensión, no sólo de la historia americana de España, sino del mismo ser español. El episodio de mayor vuelo poético de las Elegías es, sin duda, el que narra el naufragio del Licenciado Zuazo y sus compañeros en una isla caribeña. Todo en él es un sublime canto, pleno de intención simbólica. Abrasados por la sed, preguntan los hombres a la suerte el camino que deben seguir en su búsqueda del agua salvadora: "Con oración que siempre se hacía / Cuatro veces echaron cuatro suertes, / Y en aquellas cayó continuamente / Que fuesen a la parte del oriente". El cuatro, dice Cirlot, "es el símbolo de la tierra, de la espacialidad terrestre, de lo situacional, de los límites externos naturales". A través del simbolismo entablan diálogo con un


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espacio organizado en cuatro puntos cardinales y la respuesta llega. Encuentran cinco tortugas, cuya sangre aplaca la sed de los náufragos. En agradecimiento las ofrecieron: "a las cinco llagas / de domanó la sangre sacrosanta / lavamiento de culpas y de plagas / en el árbol de cruz y dulce planta". El simbolismo es un cortocircuito espiritual, dice Huizinga. Vemos cómo la asociación surge de forma espontánea, cómo las cinco tortugas se convierten en cinco llagas, transformadas por la devoción religiosa que proporciona sentido y finalidad a todos los acontecimientos. Pero las tortugas son prontamente consumidas y la necesidad de encontrar agua se hace cada vez más acuciante. Decide entonces Zuazo, recorrer la isla en procesión ("hicieron procesión con litanía"), cuya estela dibuja en la arena una cruz. "Con procesión vía derecha, / Dos veces fue la isla atravesada, / En tal manera que quedó cruz hecha, / Del huello de la gente señalada".

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Se acude al símbolo con la certeza de que proporciona la solución a los padecimientos, de que obra el milagro una vez más; tan sólo es necesaria la fe: "Lleve la devoción tan alto vuelo, / Que toque su clamor vuestros oídos". Identifican sus sufrimientos con los de Jesús en la cruz y la sed que les abrasa es el fuego del pecado: "Oh cruz preciosa y abundante fuente / Contra la sed rabiosa del pecado, / Adonde vos, mi Dios omnipotente, / Fuisteis con duros clavos enclavado, / Y salió sangre con agua juntamente / De vuestro preciosísimo costado". Excavan en la intersección de los ejes, centro místico, y encuentran el agua de la vida, pues la cruz es "planta de santidad, árbol de vida". El árbol, símbolo de la civilización cristiana y medieval, acompaña a los conquistadores. Las conversaciones sobre Castellanos y su obra dieron como resultado algunos textos.

LA VENGANZA

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En primavera: - ¡Adelante, marineros! Vamos a coger las provisiones, que la mar está en calma. - Tú, no te quedes ahí parado y coge unas conservas. Y un poco de queso. De ese, del bueno, del que no tiene gusanos. - Comencemos la travesía. Adiós: amigos, amores, familia. El barco atraviesa la bocana del puerto, surca las aguas, se pierde en la lejanía. Atravesará todas las aguas que caben en un océano. Hará caso omiso de las sirenas que cantan, de las reinas que suspiran. Y navegará, navegará miles de millas marinas hasta llegar a un mundo nuevo donde encallará para siempre. Los marineros saltan por la borda. Contemplan asombrados las palmeras inclinadas por el viento, las arenas que se extienden infinitas junto al mar azul. No saben cómo, pero se ha hecho de noche. Sacan todo lo necesario del barco en medio de la oscuridad. No tienen miedo de la noche tibia. De repente oyen ruidos: tambores, gaitas, silbidos estridentes. Imposible saber de dónde vienen, quién los produce. Son marineros ciegos en la oscuridad de la isla. De pronto, la oscuridad luminosa les muestra el oasis de un desierto. Sus ojos ven recortarse en la claridad cegadora un grupo de extraños individuos. Bailan, tocan instrumentos; otros comen sentados extraños frutos. Los marineros se acercan temerosos. Poco a poco se confían. Los extraños habitantes del oasis les hacen gestos para que se acerquen más. Les enseñan la comida, se la ofrecen con gestos inequívocos. De pronto uno de los extraños se levanta y comienza a gritar sonidos estrangulados que deben de ser las palabras de un idioma remoto. El hombre de piel oscura comienza a lanzar los extraños frutos que está comiendo y que los marineros luego aprenderán que se llaman cocos. Pronto una lluvia se precipita sobre los marineros. El capitán ordena recoger los frutos del suelo y responder al extraño ritual. Marineros y hombres de piel oscura juegan a la guerra de los cocos durante horas. Cuando cansados de tanto ejercicio se sientan sobre la arena del oasis junto a los nativos, los marineros comparten con ellos un extraño licor de sabor añejo. Al cabo de varios tragos olvidan quiénes son y para qué han venido. Esa noche, por primera vez desde que las encontraron en medio del océano, dejan de escuchar los lamentos de las sirenas. Fátima


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EL DORADO Se desató una fuerte tormenta en medio del Océano, aquellos valerosos marinos luchaban contra viento y marea. Olas gigantes movían y arrastraban la pequeña embarcación de Braulio y sus marineros. Habían salido de un puerto portugués, movidos por las conquistas de los españoles, en busca del preciado oro. La tormenta fue amainando, agotados se agarraban a las maderas que flotaban. El pequeño barco había quedado destrozado, solo sus restos flotaban. Se miraron unos a otros. ¡Hemos salvado la vida! Hicieron una balsa, con las maromas ataron maderas. Les costó mucho, apenas tenían fuerzas. Recogieron las cubas del agua y las alacenas dónde guardaban los alimentos y algún que otro enser. No sabían dónde se encontraban, habían perdido los mapas de navegación. Iban a la deriva, donde el mar los llevaba y el agua potable y los alimentos escaseaban. El sol era abrasador, los marineros flaqueaban, tenían fiebre, quemaduras. Hacían turnos, unos dormían de noche y otros de día. Apenas hablaban, no tenían fuerzas. ¿Aquellos sueños del dorado? Quedaron atrás. Una mañana vieron volar gaviotas, la emoción se apoderó de ellos; en el horizonte se veía algo. Tierra, tierra gritaron, la marea les fue acercando a la orilla, se bajaron de la balsa y la arrastraron hacía dentro. Se abrazaron y mirando al cielo. ¡Dios mío! Has escuchado nuestras plegarias y rompieron a llorar. Al día siguiente, clavaron una cruz en el suelo y rezaron por los compañeros que quedaron en el camino. Rosa María Diego


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LA CIUDAD PERDIDA Cae la tarde. Ha bajado la temperatura en la isla de Guanahani. Me siento a tomar un café en la plaza del pueblo, los niños juegan con sus espadas de madera y, con sus cascos medievales, luchan entre ellos. En Guanahani, parece que se hubiera parado el tiempo, Se sienta conmigo la dueña de la tasca y me cuenta historias vividas allí. Aquí llegaron los conquistadores, hace unos quinientos años, habitaban por aquel entonces la isla los indios Guanahani. Vivian en chozas, apenas llevaban ropa, tan solo unos taparrabos. El pelo largo, lo adornaban con plumas de colores. En el cuello llevan collares con símbolos de oro. Los conquistadores llegaron a la isla, malheridos, quemados por el sol, agotados. ¿Dónde estamos? ¿Quiénes sois? Desconcertados, se miraban los unos a los otros. Era un grupo de cuarenta personas: hombres, mujeres y un fraile. Los pobladores de la isla hablaban en Taína, su dialecto, incomprensible para los recién llegados. ¡Santo Dios!, decía el capitán al mando, ¡somos marinos! Venimos en nombre de los Reyes Isabel y Fernando. Hubo muchas rencillas entre los recién llegados y los nativos de la isla.

Los españoles querían imponer sus normas, sus costumbres, su su religión y su manera de ver la vida. Pero los indios, hasta entonces, había sido libres. Y de la incomprensión nació la discordia. Y de la discordia se pasó a las armas. Los españoles les han usurpado sus tierras. Buscan agua, oro, tierras fértiles que poseer. Un nuevo reino que fundar. Al fin encontraron agua, frondosos bosques y una tierra fértil. Decidieron entonces fundar un pueblo, Construyeron viviendas y una iglesia. Después fue el mestizaje. La población creció. Aquí seguimos quinientos años después, paralizados en el tiempo, me dice la dueña de la tasca. Yo misma fui una aventurera más. ¿Mito o Leyenda? Rosa Diego

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Viviendo un Dorado que nunca existió.


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Día octavo de nuestro señor Lejos de la patria, en esta tierra sorprendente y fiera. ¡Ay! Sin embargo, este mar tan traicionero que tanta desventura nos ha dado, es a la vez de color más bello que el cielo y de aguas más cristalinas y puras -que el señor me perdone- que la azul mirada de la Virgen de mi capilla, allá en la Santa Castilla. Y mientras con su castigo el sol la piel va quemando. Rojos los párpados, seco el llanto. La lengua ya de esparto. Los labios son berenjenas de puro que se ven hinchados. Mas si el calor del día es bravo llega la noche lastimera, pues las nubes de mosquitos no dan descanso ni tregua.

Desconocen todo recato, atraviesan la arpillera. Se cuelan entre los ropajes y nos pican hasta la entrepierna. Faltan manos con que arrascarse, el rostro, el pecho, las nalgas… ¡No hacen ascos ni a las llagas! ¡Qué tierra tan extraña! Hasta las laboriosas hormigas que allá en Castilla a nadie aterran, aquí son rojas de fuego, como guindillas de la Vera, se suben por la pantorrilla, Y según nos tocan nos queman. Don Leandro de Cádiz, varón tosco y barbudo, poco agraciado en arte y maneras, maslos cuatro hombres en la balsa, ya se divisan de vuelta. Ruego a quién con su espada, expulso del paraíso a Adán y Eva, los traiga sanos de vuelta. ¡Alzan ya las manos, muestran los víveres, el agua, la cosecha! Esta servidora que narra, Sancha de Agadea, posa rodillas en tierra. Clara San Miguel

Alonso de Vega y de Torre Mi bisabuelo contaba, cuando yo era muy cría, que un antepasado suyo había participado en la conquista de América. A mí, en aquel entonces, me parecían las típicas batallitas de los “abueletes”.

Ardua tarea, la de confeccionar el árbol genealógico, que no voy a relatar aquí porque sería muy largo. Lo que voy a contar aquí es la historia de Alonso de Vega y de Torre, ascendiente mío por la rama paterna y participante en la colonización de América. Después de más de dos años de bucear en archivos, sacristías y registros judiciales de media España me topé con él.

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Muchos años después, al acabar la carrera de Historia, mientras decidía que rumbo tomar con mi vida, se me ocurrió ponerme a investigar para elaborar el árbol genealógico de la familia.


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Mi bisabuelo tenía razón. Alonso de Vega y de Torre, hijo mayor de Alonso de Vega y Leonor de Torre, una familia hidalga venida a menos. Nacido en el año 1495, en el pueblo extremeño de Valdivia. Su padre le enseño los secretos de la espada y su madre, los números y las letras. Como otros tantos hidalgos extremeños, muy joven salió de su casa para ir a la conquista del Nuevo Mundo. En 1523, con 28 años, le llego la oportunidad de embarcarse rumbo a las Indias. Zarparon del puerto de Sevilla, en varias naos, cientos de españoles que esperaban hacer fortuna más allá del océano. Después de dos meses de dura travesía, la nave en la que embarco Alonso de Vega naufrago cerca de la isla que hoy conocemos como Jamaica. Hubo muchos muertos, pero Alonso consiguió llegar a tierra firme. En la isla casi todo era nuevo para aquellos hombres. Naturaleza salvaje e indomable. En el naufragio perdieron la mayoría de las provisiones que llevaban. Para comer se apañaban con los frutos y huevos que encontraban por la isla. Sin embargo, la falta de agua dulce enseguida fue un problema. Intentaron beber la leche de las tortugas paridas, pero estas no les aceptaban. Los hombres empezaron a enfermar por la sed.

Una mañana uno de ellos se levantó vociferando que había tenido un sueño y que sabía dónde encontrar agua. Los demás pensaron que estaba delirando, pero como no tenían nada que perder le escucharon: les dijo que solo tenían que hacer una cruz y desfilar con ella. En el punto en el que se parasen allí había agua. En aquella época la fe movía montañas. Buscaron troncos, los ataron con lianas y fabricaron una cruz. El sacerdote que les acompañaba la bendijo. Hecho lo cual empezaron la procesión. Durante varias horas estuvieron cargando con la cruz, arriba y abajo de la isla. Cuando las fuerzas flaqueaban, depositaron la cruz en el suelo y decidieron que ese era el punto en el que tenían que excavar. Con las cosas más inverosímiles empezaron a cavar. El agua brotó. ¡Milagro! Unos cuantos días después fueron rescatados por una de las embarcaciones que había partido con ellos de Sevilla. Pusieron rumbo a la Florida.

Allí, mi antepasado, Alonso de Vega conoció a la que sería su esposa y madre de sus hijos. Era de la tribu de los timicuas. No quedo ningún registro de su nombre.

De regreso en Extremadura vivió de las rentas. Se volvió a casar, esta vez con una prima suya Isabel de Torre. No tuvo más hijos. Alonso de Vega y de Torre murió en 1543, con 48 años. Casilda González

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Cuando Alonso tenía 38 años volvió a España. Su esposa había muerto unos meses antes de unas fiebres. Alonso embarco con sus tres hijos. Quería criar a sus hijos en su tierra. Le habían llegado noticias de la muerte de sus padres y Alonso decidió que era tiempo de volver.


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FELIZ ANIVERSARIO, DON MIGUEL Es el centenario de su nacimiento, un buen momento para releer a Delibes. Su excelente obra se agiganta con el paso del tiempo. Su legado sigue vivo en nuestras vidas. La calidad de sus letras construyó un reclamo que nos invita a seguir a personajes magistrales como "Azarías" de Los Santos Inocentes; a "Carmen" de Cinco Horas con Mario; a "Cipriano Salcedo" de El Hereje, y otros tantos por mencionar. Sus paisanos le dieron cariño y profesan admiración, lo demostraron dándole su nombre a una calle, un Auditorio y hasta grabando su nombre en un rincón de la ciudad. Su honradez literaria y su sincera humildad nos cautiva con su talla moral. Y como muestra un botón, éstas, sus palabras, las utilizo como colofón "El hombre de hoy usa y abusa de la Naturaleza como si hubiera de ser el último inquilino de este desgraciado planeta, como si detrás de él no se anunciara el futuro". Lourdes Fraile

PUEBLOS DE CANTABRIA Cantabria es un territorio de una belleza excepcional. Un lugar que mezcla montaña y costa de forma perfecta. Una zona que tienes que ver y que estamos seguros que te maravillará, ¡estamos seguros! Te lo queremos demostrar con este trabajo de recopilación de varios pueblos cántabros que ha sido realizado por alumnos y alumnas del taller de informática y se ha plasmado en varias presentaciones de PowerPoint. Puedes ver estas presentaciones, en formato de video, en la página web de la revista. Para ello sólo tienes que escanear el código QR y seguir el enlace. ¡Esperamos que disfrutes!

CULTURA

REVILLA DE CAMARGO He elegido el pueblo de Revilla de Camargo, por ser un barrio de dicho pueblo mi lugar de nacimiento, el “Barrio de Santiago” Conseguir información escrita, fotografías y combinarlas en el programa informático mientras se aprende el manejo, es una buena actividad didáctica. Simultanea varias acciones y todas ellas suponen aprendizaje. En este caso además recibo información que desconocía de Revilla. Mi pueblo. José Ángel Gómez-Rico


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ARENAS DE IGUÑA Mi gran ilusión fue conocer las Fraguas, ya que su nombre me llamó la atención por su alusión al fuego, y sus tres pueblos seguidos como las Caldas, Los Llares y las Fraguas. Hice este trabajo con mucha ilusión, al querer conocerlo y pisar sus calles en persona. Era un Señorío de los Marqueses de Aguilar de Campóo, también Condes de Castañeda. De Arenas nacieron buenos escritores como Adriano García Lomas, ingeniero de minas, etnólogo y escritor. Uno de sus libros fue “El lenguaje popular de la Cantabria Montañesa”. En Las Fraguas se encuentra la ruta de las Harinas. Transcurre desde Alar del Rey hasta Arenas de Iguña, donde hubo diversas fábricas harineras a finales del siglo XVIII. Los habitantes de Iguña se denominan Iguñenses o Valdeses por el Valle de Iguña. Por este Valle, que limita al norte con Cieza y Corrales, discurre el Camino de Santiago. Su bandera tiene por colores, una cuña blanca y dos mitades azul y roja. Marisa Irizábal

LAREDO La villa de Laredo combina perfectamente el atractivo turístico con un rico patrimonio histórico-artístico que la convierte en uno de los enclaves privilegiados de la Costa Cantábrica, donde se desarrolla una amplia actividad cultural. Se encuentra enclavada en un lugar privilegiado de la costa oriental de Cantabria. Rodeada de montes y del Mar Cantábrico, su localización le permite disfrutar de arenales de gran belleza y calidad y de espacios naturales protegidos.

Enrique Ruiz

Llamada popularmente “La Villa Marinera” está situada en la Comunidad de Cantabria, hay constancia de estar habitada desde la Edad del Bronce, en el yacimiento megalítico de El Barcenal, después en la época romana y más tarde en la Edad Media, de donde proceden sus fortificaciones atribuidas al rey astur-leonés Alfonso I, para protegerse de las invasiones. Desde el principio se dedicaron a la pesca por la riqueza de su ría y su proximidad al mar, también por los privilegios concedidos por los Reyes. Actualmente es un bonito enclave, paso obligado hacia Asturias y dedicado al turismo, con muchos hoteles y restaurantes y con sus grandes fiestas, como LA FOLÍA o la procesión del CARMEN. Pilar Álvarez

CULTURA

Las demostraciones festivas de Laredo son cuantiosas, destacando, por su tradición y su raigambre, la Batalla de Flores y la Recreación del Último Desembarco de Carlos V.

SAN VICENTE DE LA BARQUERA



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