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La venganza

C . E . P . A . D E C A M A R G O

espacio organizado en cuatro puntos cardinales y la respuesta llega. Encuentran cinco tortugas, cuya sangre aplaca la sed de los náufragos. En agradecimiento las ofrecieron: "a las cinco llagas / de domanó la sangre sacrosanta / lavamiento de culpas y de plagas / en el árbol de cruz y dulce planta". El simbolismo es un cortocircuito espiritual, dice Huizinga. Vemos cómo la asociación surge de forma espontánea, cómo las cinco tortugas se convierten en cinco llagas, transformadas por la devoción religiosa que proporciona sentido y finalidad a todos los acontecimientos. Pero las tortugas son prontamente consumidas y la necesidad de encontrar agua se hace cada vez más acuciante. Decide entonces Zuazo, recorrer la isla en procesión ("hicieron procesión con litanía"), cuya estela dibuja en la arena una cruz. "Con procesión vía derecha, / Dos veces fue la isla atravesada, / En tal manera que quedó cruz hecha, / Del huello de la gente señalada". Se acude al símbolo con la certeza de que proporciona la solución a los padecimientos, de que obra el milagro una vez más; tan sólo es necesaria la fe: "Lleve la devoción tan alto vuelo, / Que toque su clamor vuestros oídos". Identifican sus sufrimientos con los de Jesús en la cruz y la sed que les abrasa es el fuego del pecado: "Oh cruz preciosa y abundante fuente / Contra la sed rabiosa del pecado, / Adonde vos, mi Dios omnipotente, / Fuisteis con duros clavos enclavado, / Y salió sangre con agua juntamente / De vuestro preciosísimo costado". Excavan en la intersección de los ejes, centro místico, y encuentran el agua de la vida, pues la cruz es "planta de santidad, árbol de vida". El árbol, símbolo de la civilización cristiana y medieval, acompaña a los conquistadores. Las conversaciones sobre Castellanos y su obra dieron como resultado algunos textos.

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En primavera: - ¡Adelante, marineros! Vamos a coger las provisiones, que la mar está en calma. - Tú, no te quedes ahí parado y coge unas conservas. Y un poco de queso. De ese, del bueno, del que no tiene gusanos. - Comencemos la travesía. Adiós: amigos, amores, familia. El barco atraviesa la bocana del puerto, surca las aguas, se pierde en la lejanía. Atravesará todas las aguas que caben en un océano. Hará caso omiso de las sirenas que cantan, de las reinas que suspiran. Y navegará, navegará miles de millas marinas hasta llegar a un mundo nuevo donde encallará para siempre. Los marineros saltan por la borda. Contemplan asombrados las palmeras inclinadas por el viento, las arenas que se extienden infinitas junto al mar azul. No saben cómo, pero se ha hecho de noche. Sacan todo lo necesario del barco en medio de la oscuridad. No tienen miedo de la noche tibia. De repente oyen ruidos: tambores, gaitas, silbidos estridentes. Imposible saber de dónde vienen, quién los produce. Son marineros ciegos en la oscuridad de la isla. De pronto, la oscuridad luminosa les muestra el oasis de un desierto. Sus ojos ven recortarse en la claridad cegadora un grupo de extraños individuos. Bailan, tocan instrumentos; otros comen sentados extraños frutos. Los marineros se acercan temerosos. Poco a poco se confían. Los extraños habitantes del oasis les hacen gestos para que se acerquen más. Les enseñan la comida, se la ofrecen con gestos inequívocos. De pronto uno de los extraños se levanta y comienza a gritar sonidos estrangulados que deben de ser las palabras de un idioma remoto. El hombre de piel oscura comienza a lanzar los extraños frutos que está comiendo y que los marineros luego aprenderán que se llaman cocos. Pronto una lluvia se precipita sobre los marineros. El capitán ordena recoger los frutos del suelo y responder al extraño ritual. Marineros y hombres de piel oscura juegan a la guerra de los cocos durante horas. Cuando cansados de tanto ejercicio se sientan sobre la arena del oasis junto a los nativos, los marineros comparten con ellos un extraño licor de sabor añejo. Al cabo de varios tragos olvidan quiénes son y para qué han venido. Esa noche, por primera vez desde que las encontraron en medio del océano, dejan de escuchar los lamentos de las sirenas.

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