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La ciudad perdida

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El dorado

El dorado

Cae la tarde. Ha bajado la temperatura en la isla de Guanahani. Me siento a tomar un café en la plaza del pueblo, los niños juegan con sus espadas de madera y, con sus cascos medievales, luchan entre ellos. En Guanahani, parece que se hubiera parado el tiempo, Se sienta conmigo la dueña de la tasca y me cuenta historias vividas allí. Aquí llegaron los conquistadores, hace unos quinientos años, habitaban por aquel entonces la isla los indios Guanahani. Vivian en chozas, apenas llevaban ropa, tan solo unos taparrabos. El pelo largo, lo adornaban con plumas de colores. En el cuello llevan collares con símbolos de oro. Los conquistadores llegaron a la isla, malheridos, quemados por el sol, agotados. ¿Dónde estamos? ¿Quiénes sois? Desconcertados, se miraban los unos a los otros. Era un grupo de cuarenta personas: hombres, mujeres y un fraile. Los pobladores de la isla hablaban en Taína, su dialecto, incomprensible para los recién llegados.

¡Santo Dios!, decía el capitán al mando, ¡somos marinos! Venimos en nombre de los Reyes Isabel y Fernando. Hubo muchas rencillas entre los recién llegados y los nativos de la isla. Los españoles querían imponer sus normas, sus costumbres, su su religión y su manera de ver la vida. Pero los indios, hasta entonces, había sido libres. Y de la incomprensión nació la discordia. Y de la discordia se pasó a las armas. Los españoles les han usurpado sus tierras. Buscan agua, oro, tierras fértiles que poseer. Un nuevo reino que fundar. Al fin encontraron agua, frondosos bosques y una tierra fértil. Decidieron entonces fundar un pueblo, Construyeron viviendas y una iglesia. Después fue el mestizaje. La población creció. Aquí seguimos quinientos años después, paralizados en el tiempo, me dice la dueña de la tasca. Viviendo un Dorado que nunca existió. Yo misma fui una aventurera más. ¿Mito o Leyenda?

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Rosa Diego

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