4 minute read

Poema 1. Oda a una urna griega

Next Article
Tulio

Tulio

tar brevemente de ella. Pero esta felicidad de los instantes, si es que podemos llamarla así, la llevamos con nosotros para siempre en el recuerdo. Y así, la belleza no muere: subsiste en la nostalgia. P.B. Shelley (1792-1822) aún profundiza más en la introspección sentimental de Wordsworth. No es suficiente con evocar la belleza. O tal vez sí. Pero para que el poeta pueda llevar a cabo el íntimo deseo de encontrarla “en la honda hierba de los prados”, es necesario que el mundo respete su intimidad, que su camino discurra sin estorbos molestos y que nada perturbe sus sueños (o sus pesadillas). Por eso la serpiente (es decir, Shelley) “se escabulle silente entre la hierba, escurridiza”). Charles Baudelaire (1821-1867) hereda el panteísmo de los románticos, pero él va un poco más allá. La naturaleza no es solamente la sustancia divina hecha mundo. Por el contrario, es un código que es necesario descifrar. La naturaleza nos habla mediante manifestaciones simbólicas. Ya no es el objeto inerte sublimado en el recuerdo de Wordsworth. Es un emisor que se comunica con el hombre mediante las sinestesias de un lenguaje nuevo que expresa lo que el lenguaje lógico solo puede balbucear. En el mundo de Baudelaire, como en el arca de Noé, todo canta y todo cabe. Desde lo más sublime hasta lo más abyecto; desde “los perfumes frescos como carne de niños”, hasta “los corrompidos, ricos y triunfantes”. El infinito juego que es la poesía le debe eterna gratitud a Arthur Rimbaud (1854-1891). Él será quien lleve definitivamente a cabo el capricho poético absoluto con el que siempre soñaron los románticos. Cada vocal es un color que conlleva infinitas correspondencias. Cada asociación una gota que destila el perfume del subconsciente. Pregunta que siempre nos haremos: ¿quién es la criatura cuyos ojos desprenden el fulgor violeta?

El sueño se ha terminado y hemos despertado en la pesadilla más horrible. Creímos que la belleza podía tomar forma de urna; que podíamos habitar en el recuerdo amable de una tarde de primavera; creímos que el mundo nos podía y nos debía dejar en paz; creímos que además ese mismo mundo nos hablaba y nos comunicaba sus arcanos; creímos que podíamos jugar con sus piezas y construir mundos de lego impunemente. Ahora, desconcertados y asustados, comprobamos que existimos “donde el sol bate, / y el árbol muerto no cobija, el grillo no consuela / y la piedra seca no da agua rumorosa” (TS Eliot, La tierra baldía).

Advertisement

I Tú, ¡novia aún intacta de la tranquilidad! ¡Tú, hija adoptiva del silencio y del tiempo lento, historiadora selvática, que puedes expresar un cuento adornado con mayor dulzura que nuestra rima! ¿Qué leyenda con guirnaldas de hojas ronda tu forma de deidades o mortales, o de ambos, en Tempe o en las cañadas de Arcadia? ¿Qué hombres o dioses son ésos? ¿Qué doncellas reacias? ¿Qué loco propósito? ¿Qué lucha por escapar? ¿Qué caramillos y panderos? ¿Qué loco éxtasis?

II Las melodías conocidas dulces son, pero las desconocidas aún son más dulces; así vosotros, suaves caramillos, tocad: no para el oído sensible, sino, más queridos, tocad para el espíritu canciones sin tono. Hermosa juventud, debajo de los árboles no puedes dejar tu canción, ni nunca esos árboles quedarse dormidos; atrevido amante, nunca, nunca podrás besar, aunque triunfante estés a un paso de la meta, pero no te lamentes, ella no se desvanecerá, aunque tú no tengas tu deleite, ¡pues por siempre amarás y hermosa ella será! III ¡Oh, alegres ramas que no podéis arrojar vuestras hojas, ni despediros de la primavera; y feliz músico, infatigable, siempre tocando canciones por siempre nuevas! ¡Amor más feliz!¡Más feliz, feliz amor! Siempre cálido y aún por gozar, siempre anhelante y por siempre joven: respirando muy por encima de la pasión humana, que deja el corazón muy triste y hastiado, frente enfebrecida y lengua agostada. IV ¿Quiénes se acercan al sacrificio? ¿A qué verde altar, oh misterioso sacerdote, llevas esa vaquilla que muge al cielo, con sus sedosos flancos con guirnaldas adornados? ¿Qué pueblecillo junto al río o la costa marina, o construido en la montaña, con pacífica ciudadela, se ha quedado vacío de su gente, esta piadosa mañana? Y, pueblecillo, tus calles para siempre estarán en silencio y ni alma que diga por qué estás desierto, podrá regresar nunca. V ¡Oh forma ática! ¡Bella actitud! Con guirnaldas de marmóreos hombres y doncellas muy bien tallados, con ramas de bosques y la hierba hollada; tú, forma callada, nos tientas al pensamiento de igual forma que la eternidad: ¡fría égloga! Cuando la vejez desgaste esta generación, tú seguirás en medio de otro dolor, que no el nuestro, amiga del hombre, a quien dices: «la belleza es la verdad, la verdad belleza»; esto es todo lo que sabes de la tierra, y todo lo que saber necesitas.

This article is from: