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LA ANTIGUA SEMANA SANTA LIMEÑA
El centro histórico de la ciudad ha sufrido los embates de los sismos y del mal entendido modernismo, que lo arrasó en buena parte, hace un buen número de años. Pero, afortunadamente, han sobrevivido algunos ambientes, casonas y templos, que son una muestra del pasado esplendor de la ciudad que fue la capital española de toda la América del Sur.
Lima no fue solamente atractiva por la grandiosidad de sus antiguas construcciones, sino también por haber sido el centro del poder colonial, político y económico, en un vasto continente.
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Debido a ello, sus festividades y ceremonias eran también grandiosas y mostraban un enorme lujo y majestuosidad, como las antiguas procesiones religiosas, recordadas por escritores peruanos y extranjeros.
Las Procesiones De Semana Santa
Don Carlos Prince, en su obra “Lima Antigua”, de 1890 (Lima, Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo, 1992, página II, 6), recuerda que en el domingo de Ramos se bendecía las palmas y las ramas de olivo, en las iglesias, y por la tarde, salía de la capilla del Baratillo (ubicada en Abajo el Puente), la procesión “llamada por el vulgo del Señor del Borriquito”, que representaba la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén.
El Jueves y Viernes Santos, tenían lugar, en todos los templos de la ciudad, los “oficios de la pasión”. Así mismo el Jueves Santo se descubrían los “monumentos” levantados en todos los templos.
Prince agrega que “gran afluencia de gente acude a visitarlos, no por devoción, sino para ver al apóstol Judas Izcariote, con la cara más encendida que un ascua, y con un ají colorado en la boca y una talega en la mano izquierda, conteniendo las treinta monedas”, que fue el dinero que recibió Judas por traicionar a Cristo.
Recuerda, también, que ese mismo día, en la tarde, salía de la iglesia agustina, “la procesión de mayor número de andas” de todas las de Lima, en la que cada una representaba un paso de la Pasión. En éstas, los judíos eran representados por grotescos muñecos de madera, del tamaño de un hombre, “a quienes el celo religioso pretendía dar el aspecto más ridículo posible”. Los espectadores insultaban a los muñecos, como si éstos hubieran sido “los verdugos que atormentaron y crucificaron al Salvador”.
El Viernes Santo, de la iglesia de la Merced, salía la procesión del Santo Sepulcro. El autor recuerda que “Puede decirse que era la procesión de la aristocracia, pues asistía a ella toda la gente de alta alcurnia”. Esta procesión era la más importante, solemne y vistosa de la antigua Semana Santa limeña.
El Sábado Santo la gente concurría, preferentemente, a la iglesia de los jesuitas (San Pedro), a la “Misa de Gloria”. Además, el Dr. Manuel Atanasio Fuentes, en su obra “Lima. Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres” (París, Librería de Firmin Didot, hermanos, hijos y Cía., 1867, página 113), agrega que “La noche del Sábado Santo era noche buena” y en ella “los pulperos quemaban a Judas, a las doce de la noche, hora de las suntuosas cenas que indicaban el fenecimiento de la cuaresma y el principio de la alegra pascua”.
Afirma también el Dr. Fuentes (páginas 117-118), que “No hay procesión en regla sin dos clases de acompañantes: mistureras y zahumadoras [i.e. sahumadoras]. Las señoras adornan a las negras y zambas, muchachas de su servidumbre, con toda la posible elegancia y con mucho lujo; ricos pañuelones [sic], costosos anillos, prendedores y aretes de brillantes lucen, en esos días, las encargadas de acompañar la procesión”.
Asimismo, “Las mistureras cargan en la cabeza grandes azafates llenos de flores, y las zahumadoras [sic] llevan braseros y pebeteros de plata, dentro de los cuales echan incesantemente, sobre carbones encendidos, una resina muy aromática llamada sahumerio [sic]”.
El Movimiento Comercial En Los D As Santos
El mismo autor, en su obra “Guía del Viajero en Lima” (César Coloma Porcari: “La Ciudad de Los Reyes y la Guía del Viajero en Lima de Manuel Atanasio Fuentes”: Lima, Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo, 1998, páginas 243-244), afirma que las fiestas católicas de la ciudad, “Más que fiestas religiosas, son funciones profanas las que se celebran en los templos, en ciertos días, y las procesiones. Al aproximarse los días de Semana Santa, los de las Mercedes, Santa Rosa y el Rosario, se siente animación en el interior de todas las casas, afluyen compradores a todas las tiendas de los portales y de Mercaderes, y las modistas y los sastres tienen que hacer entrar sus agujas en un continuo movimiento”.
Y “El jueves y viernes de Semana Santa es incalculable la concurrencia de gente a los templos de la Merced y de San Agustín. Los hombres forman callejones con sus cuerpos entre las puertas de los cementerios [i.e. atrios] y de la iglesia, para que por entre ellos atraviesen las mujeres adornadas con lo mejor que han podido proporcionarse. Los estrujones, las pisadas, las molestias todas, se sufren con gusto, con tal de penetrar a la iglesia”.
La Noche Buena Del S Bado De Gloria
En cuanto a la “noche buena” de Semana Santa, el Dr. Fuentes (“Lima”, páginas 149-150) afirma que “Dos veces al año, el sábado de gloria y la víspera de Navidad, se adorna la plaza principal, o, mejor dicho, se la pone semejante a la de una triste aldea, colocando en sus cuatro costados unos ventorrillos adornados de ramas de sauces, banderitas de papel y farolitos, en medio de todo lo cual se ven colgadas gallinas, jamones, chorizos, etc.”
Agrega que “En otras mesas se ponen juguetes para niños, objetos de porcelana, flores y dulces, oyéndose mil voces que en tonos más o menos desagradables pregonan tamales y bizcochos, y el sonido del tamboril, del pito o de la matraca, con que se anuncia a los niños el lugar destinado a vaciar el bolsillo paterno”.
La gente iba llenando la plaza mayor de Lima, desde las diez de la noche. Hasta allí, llegaban militares, frailes, trabajadores, etc., quienes pasaban la “noche buena” en la plaza, “gozando de la armonía desgarradora de los gritos, de la obscenidad de las palabras de la plebe, algo enardecida por el pisco, y aspirando el regalado perfume del humo de las cañas mezclado con las exhalaciones del chorizo”.
El Dr. Fuentes culmina su sátira agregando que “el haber pasado dos o tres horas; el haberse destrozado los oídos y mortificado las narices; el haber comprado especies por más de lo que valen; el haber dormido poco o nada, y el proporcionarse una enfermedad, se llama en Lima pasar una noche buena”.
Una Delicia De Semana Santa Disminuci N Y Empobrecimiento De Las Procesiones
El Dr. Fuentes, en su ya citada “Guía del Viajero en Lima”, de 1860 (páginas 280281), afirma que “cuando los bizcocheros se centuplican para gritar por las calles con toda la fuerza de sus pulmones, con una incansable petulancia, es en los días de Semana Santa, en que todos ellos venden pan de dulce”.
Y agrega que “Es imposible concebir la variedad de voces y de tonos con que se repiten los gritos de: ¡Pan de ulce… pan de ulce… buen pan de regalo!¡Pan de ulce, pan de ulce y de regaaalo pan de ulce!¡De la concición cosa güena!” [sic].
Don Carlos Prince (página I, 36), agrega que el pan de dulce, antaño, “solo se vendía en la semana santa”, y, desde fines del siglo XIX, se encuentra en venta en las panaderías, todo el año.
Muy pocos saben, lamentablemente, que el apreciado “pan de dulce”, que se expende durante todo el año en las panaderías limeñas, es una verdadera reliquia de la antigua Semana Santa, y está preparado con recetas tradicionales, propias de cada establecimiento, las cuales constituyen un verdadero patrimonio de la ciudad.
Don Carlos Prince, en su obra citada, de 1890 (página II, 7), afirma que “De pocos años a esta parte, ha disminuido el número de fiestas y de procesiones, que antes se celebraban con gran fausto y pompa extraordinaria. Las funciones de Semana Santa no son ya sombra de lo que fueron, y de la deslumbradora procesión del Santo Sepulcro, que salía del templo de la Merced, apenas quedan los recuerdos”.
Y con sorna culmina diciendo que “La caridad y el culto de los santos ejerce aquí un grande imperio en todos, tanto ricos como pobres. Y más aún en los últimos, que prefieren, muchas veces, dejar de comer pan, por comprar una velita de cera para colocarla delante de alguna imagen. ¡Frutos sublimes de la cristiana educación!”. Pero, a pesar de esto, en la segunda mitad del siglo XIX, el número de procesiones empezó a disminuir dramáticamente.
El Dr. Manuel Atanasio Fuentes, por su parte, en su obra ya mencionada, de 1867 (página 111), afirma también que “De pocos años a esta parte, ha disminuido el número de fiestas y de procesiones y mucho más el fausto y grandeza de las últimas. Las funciones de Semana Santa no son ya sombra de lo que fueron; y del deslumbrador lujo de los frailes mercenarios [sic], en el día de Viernes Santo, en que de su templo salía la procesión del Santo Sepulcro, apenas quedan los recuerdos”.
“Muy pocos saben, lamentablemente, que el apreciado “pan de dulce”, que se expende durante todo el año en las panaderías limeñas, es una verdadera reliquia de la antigua Semana Santa, y está preparado con recetas tradicionales, propias de cada establecimiento, las cuales constituyen un verdadero patrimonio de la ciudad.”
LA SEMANA SANTA LIMEÑA, EN LA ACTUALIDAD
Como ya lo hemos comprobado, tanto don Manuel Atanasio Fuentes como don Carlos Prince comentaban que, en su tiempo, empezaron a disminuir las procesiones religiosas. Con el correr de los años, ese problema se ha acentuado cada vez más y más, por dos razones principales. La primera, por el elevado costo que representa organizar un evento religioso de calidad, que antiguamente era sufragado por las cofradías y los mismos devotos, que ya, prácticamente, no existen más. En segundo lugar, el secularismo que impera en el mundo y el incremento del culto protestante, que rechaza la adoración a las imágenes religiosas.
Es una lástima que se haya perdido ese ceremonial tradicional, tan imponente y pintoresco, el cual formaba parte del acervo cultural de la ciudad. Pero, si bien, no todo tiene remedio, algunas cosas sí lo tienen. Por ello, podría rescatarse algunas de las ceremonias y procesiones, con el apoyo de empresas y de benefactores, con el fin de ofrecer un espectáculo grandioso a los vecinos de la ciudad y al cada vez mayor número de visitantes extranjeros.
Las imágenes que se empleaban en esas procesiones deben estar guardadas en los viejos templos, así como muchas de las vistosas andas que eran utilizadas para movilizarlas. Es cuestión de rescatarlas, siempre y cuando, obviamente, se cuente con el presupuesto, justo y suficiente, para su restauración.
De este modo, en los días de Semana Santa, todos tendrían la alternativa de permanecer en la ciudad y deleitarse con un espectáculo creado hace siglos, y apreciar toda la riqueza del arte religioso, movilizado en las más variadas andas. En el Perú, es muy importante la Semana Santa huamanguina y, en España, es incomparable la de Sevilla, que atrae una inmensa cantidad de visitantes. La de Lima, que fue tan notable en siglos pasados, podría también ser un gran atractivo para propios y extraños.