Cenotes

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CENOTES

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Después de varias décadas, los viajeros nacionales seguimos cometiendo el mismo pecado: no alcanzamos a ver lo que tenemos enfrente. Después de ir a Careyes, te preguntarás

mayas qué haces buscando en otros países si acá está el verdadero paraíso, diáfano y sin censura. Texto Sofía Márquez-Moreno Fotos José Luis Aranda

el cielo reflejado

En sintonía con la naturaleza El capitán “Crunchies” sostiene nuestro diminuto trofeo. Derecha: ceviche de pulpo,


e tengo pavor a las aguas profundas. Se trata de un miedo que comparto con mi hermano. Me parece terrorífico no poder ver qué es lo que pasa debajo de mi. Ambos somos muy claros al decir: "Si no puedo verme los pies, no me meto al agua". Siendo originarios de Venezuela, un país caribeño, no nos resulta difícil cumplir con esta máxima fraternal que ambos impusimos. Así he logrado sobrevivir hasta ahora, disfruto de las playas, ríos, lagos y lagunas como si fuera una chiquilla, pero si el agua es muy profunda y no muy clara prefiero resguardarme en algún lugar donde mi integridad psicológica no se vea afectada. Ante esta advertencia, hacer una guía de los cenotes de La Riviera Maya suponía un reto, aunque una idea excelente: por un lado, se trata de formaciones geológicas únicas en el mundo y exclusivas de la península de Yucatán; son un destino alternativo y menos conocido que las playas de la Riviera, que aunque paradisíacas, están copadas de turistas. Sé que todos estaba conectados entre sí y que se formaron por el desgaste de la roca caliza; pero jamás pensé que de una forma u otra sería yo quien tendría que adentrarse en la inmensidad de 80 metros de profundidad promedio de estos pozos sagrados, como le dicen los mayas. Buscar cenotes en la Riviera Maya es como buscarle hoyos a un buen trozo de queso gruyere, encontrarás por doquier. Actualmente en la Península de Yucatán se hay alrededor de 3 mil cenotes, de los cuáles sólo la mitad han sido registrados: el resto permanecen inexplorados. Algunos están escondidos, como el Kin Ha, al que para llegar hay que seguir letreros pintados a mano a través de un camino de terracería. Otros hasta son centros de parque temáticos para el disfrute familiar, como Kantun Chi o Hidden Worlds. El primer día tomamos un tour para conocer los ocho cenotes que hay dentro de los terrenos del Hotel Tres Ríos, sobre la carretera federal a Playa del Carmen. El más bonito el cenote Águila, con forma de luna llena y al descubierto. Su nombre proviene de las paredes de roca caliza que en su momento hacían una cueva sumergida debajo del agua, que luego se derrumbaron dejando un pozo al aire libre. Sus aguas verde gema me dejaban ver gran parte del mundo subacuático. En sintonía con la naturaleza El capitán “Crunchies” sostiene nuestro diminuto trofeo. Derecha: ceviche de pulpo, camarón y pescado en el restaurante Playa Rosa.

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Inspirado en el Mediterráneo Palacete llamado "Mi Ojo", junto a un islote privado, al que se llega a través de un puente colgante. Página izq: islote La Cocina, un sitio ideal para el avistamiento de aves.

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Meto un dedo y siento el agua fría, me mojo detrás de las orejas tal como me enseñó mi madre para poder aclimatarme. Las aguas de todos los cenotes de la península se comunican entre sí, a través de una cadena de cavernas y ríos subterráneos, es por eso que todos tienen la misma temperatura, aproximadamente 23 ºC. Cuando salimos de los cenotes, José Luis el fotógrafo y mi compañero de viaje me comentan que en el fondo alcanzaron a ver un pez dorado y enorme, del tamaño de una televisión de 13 pulgadas. En ese momento, el sudor (producto de los 35 grados centígrados del caribe mexicano y de los nervios que estaba tratando de disimular) se apoderó de mi espalda. Recordé mi fragilidad mental, di gracias al cielo que no me hubiese informado de su hallazgo en el momento porque me hubiese dado un ataque. A pesar de eso, sobreviví a mi primera inmersión en los cenotes. Para terminar el día y pasar el susto, nos invitaron a cenar a la mesa del chef ejecutivo del hotel Tres Ríos, Óscar Orbe. Fuimos los privilegiados junto con otras 10 personas, en entrar a su cocina y entre las ollas y los sartenes degustar un menú a siete tiempos preparado por el chef directamente. Todavía estoy saboreando el medallón de langosta, envuelto en tocino y relleno de cítricos, bañada en una salsa blanca hecha a base de

xtabentú, un licor originario de Yucatán, elaborado a base de miel y que tiene un cierto parecido al anís, terminado con una reducción de tamarindo. Fue toda una experiencia comer junto a las llamaradas que salían de los flambeados y del trajín de una cocina que noche a noche alimenta a más de 200 huéspedes. Al día siguiente, salimos en dirección a Puerto Morelos, a unos 36 km de Cancún; haríamos la ruta de los cenotes que va hacia la carretera que llega a Leona Vicario - Central Vallarta. Pasamos al lado de la Playa del secreto y entramos al ejido Morelos, donde la gente vive en palapas a las que llaman rancherías. Estas viviendas están construidas a base de troncos amarrados con bejucos; las menos tradicionales están hechas con bloques de adoquín, aunque el techo no tiene muchas variaciones: es a dos aguas de hojas de guano entretejidas, perfectamente peinadas hacia delante, como si todas las casitas acabaran de salir del mismo salón de belleza. Ranchería "El niño perdido"... Ranchería "El discípulo"... Ranchería "San Joaquín" y así una detrás de otra se van despidiendo las rancherías. Seguimos por la carretera que eventualmente nos sacaría a la isla de Holbox, famosa por sus tiburones ballena "el pez más grande del mundo", sin desviarnos, hasta que vemos el letrero que anuncia "7 Bocas". Su

En sintonía con la naturaleza El capitán “Crunchies” sostiene nuestro diminuto trofeo. Derecha: ceviche de pulpo, camarón y pescado en el restaurante Playa Rosa.

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Son "7 bocas" porque son siete entradas diferentes al cenote. Para llegar al agua hay que bajar por unas escaleritas de madera, empinadas y húmedas.

En sintonía con la naturaleza El capitán “Crunchies” sostiene nuestro diminuto trofeo. Derecha: ceviche de pulpo, camarón y pescado en el restaurante Playa Rosa.

nombre parece describir al monstruo de algún cantar de gesta, pero en realidad se trata de nuestro primer destino. Siguiendo las señalizaciones, seguimos un kilómetro más de terracería, entre bajadas y rocas que deforman el terreno y por un momento temo por la resistencia de las llantas de nuestra camioneta. De entre una nube de polvo surge un Jeep azul todo terreno, serpenteando entre las rocas y orillándose para dejarnos pasar. Baja la ventanilla, vemos la cara regordeta de un hombre; "¿Van al cenote, verdad? Ahorita los alcanzo." Nos sigue y llegando a la entrada de 7 bocas se baja del Jeep: es el encargado del cenote y nuestro anfitrión. Un hombre sin camisa con una cicatriz pronunciada en el estómago, producto de quién sabe qué mal o hasta de alguna pelea en un bar. "Son 100 pesos por persona", nos dice no muy amablemente. De pie frente a la entrada con el sol a sus espaldas, me da la impresión de que este hombre sin camisa es un guardián maya que protege un tesoro, la puerta al mundo de los muertos: Xibalba. Los mayas pensaban que debajo de estas aguas puras que había en los cenotes, fluían las oscuras aguas del inframundo, donde habitaban los dioses que daban muerte a los hombres. Los "Ts-onot" (palabra original maya de la que proviene el nombre de cenote y que significa "cosa honda o profunda"). Por tal motivo, los cenotes son contenedores de agua virgen donde se llevaban a cabo ritos purificadores. Son "7 bocas" porque son siete entradas diferentes al cenote. Para llegar al agua hay que bajar por unas escaleritas de madera, empinadas y húmedas. Una gruta compuesta por estalactitas y estalagmitas de aproximadamente 65 millones de años de antigüedad, el agua es azul (fría nuevamente, pero deliciosa) y tan transparente que se puede calcar las hendiduras de las formaciones rocosas a varios metros de profundidad. Las siete bocas se pueden recorrer desde el interior de la caverna, pasando a veces por lugares tan estrechos que tienes que procurar que tu cabeza no choque contra el techo de la gruta. La claustrofobia que se pueda sentir vale toda la pena: yo misma sufrí una especie de mareo sensorial donde no sabía si lo que veía provenía del fondo o del techo, si subía o si bajaba y por un momento pude imaginar que así se debería sentir volar: no distingues arriba o abajo en un agua tan clara que parece el 000

cielo y con la inmensidad debajo de los pies, en este caso, 150 metros de profundidad. De nuevo en nuestro vehículo y siguiendo la ruta de los cenotes hacia Puerto Morelos, Adriana, nuestra guía, quien es del Distrito Federal y lleva poco más de dos años viviendo en Playa del Carmen, nos dice que es muy difícil encontrar gente que sea originaria de Playa. Adriana puede identificar sólo con el oído quiénes son los verdaderos playenses, -orgullosamente quintanoroenses-, un talento que ha logrado de tan sólo platicar con la gente. "Aquí preguntar de dónde eres es obligatorio. Hay mucha gente de Mérida, de Puebla y del D.F".

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a historia secreta del agua. Nuestro siguiente destino es Kin Ha, un cenote al que nos habían recomendado llegar cuatrimotos, pero decidimos confiar en el poder de nuestro vehículo, por lo que emprendimos un recorrido de más de 20 km en terracería. Después de 15 minutos brincando cual frijol saltarín dentro de la camioneta, por fin entendimos la recomendación, aunque ya nada podíamos hacer. Cuando llegamos me sorprende el color del agua; se trata de una constante en todos los cenotes y se debe a una corriente casi imperceptible que hace circular el agua a través de las cuevas manteniéndola limpia. Una recomendación generalizada en la Riviera Maya es usar bloqueadores solares biodegradables -Kin Ha significa "Sol y Agua" en maya- y de preferencia no usar repelente de insectos si se va a nadar en el agua de los cenotes porque hay algunas comunidades Mayas que continúan bebiendo de ellos. A 1 km de Kin Ha y siguiendo por la misma carretera que nos lleva a Leona de Vicario está la entrada a Verde Lucero, otro cenote al aire libre. El agua, aunque verde, es igual de cristalina, se pueden ver con facilidad los peces que nadan entre los turistas y las tortugas que no se inmutan ante la presencia de extraños. La fosa donde se encuentra el cenote parece un cráter lunar, a su alrededor hay una corona de vegetación. Los árboles en busca del agua hacen crecer sus raíces hacia abajo de la fosa haciendo una cortina de lianas que cuelgan alrededor del cenote. José Montoya es de esos hombres que de tan viejos tienen 000


una aureola azul alrededor del iris del ojo, con la piel acorazada por las picadas de mosquito y el cabello blanco despeinado; recargado del marco de la puerta y con el torso desnudo (al parecer andar sin camisa es un tópico en estas tierras calientes) mira a los turistas americanos correr de un lado para el otro. Me lo presentaron como el dueño del cenote "¿Cómo se puede poseer un cenote?", me pregunté. Resulta que por el año 1951 cuando el chicle era el principal material de exportación de la Riviera Maya se creó una base entre Puerto Morelos, antes Punta Corcho y Leona de Vicario, así nació Central Vallarta. La vía fue vendida a la cooperativa de ejidatarios que trabajaban la tierra al terminar el auge del chicle, de esa repartición José Montoya consiguió su hectárea de terreno donde hoy está el cenote Verde Lucero. Me habla de los jabalíes que se aparecen en la noche, de los murciélagos que a veces no le dejan dormir y de las serpientes que ha tenido que matar. Me despido de él y me voy con la pregunta de cómo será vivir con un patio trasero como el que tiene José Montoya. Para finalizar el día decidimos realizar un paseo un barco. El lugar, los canales del desarrollo hotelero de Mayakoba, ubicado sobre la carretera federal a Chetumal. Mayakoba (que se pronuncia con acento en la última sílaba y significa "aldea sobre agua") es un proyecto que se viene gestando desde 1993 y que procura sobre casi 650 hectáreas levantar un complejo turístico sostenible que no sólo tenga un impacto ambiental menor sobre

la zona, sino que también colabore al desarrollo de la fauna endémica. Mayakoba, visto desde arriba, es un puntito verde en la Riviera Maya dedicado a armonizar el mangle con un complejo turístico del alta calidad. Antes de subirnos al bote nos recalcan varias veces que llevemos repelente de insectos porque justo en el atardecer es la hora en la que los mosquitos atacan. Tomando nuestras precauciones empacamos eso y nuestras cámaras. En el cielo aparecen los primeros naranjas que llegan con la caída del sol, aparecen las garzas níveas, los cormoranes y pelícanos que a esta hora revolotean en busca de resguardo para pasar la noche. Por los canales atravesamos las villas de los tres diferentes hoteles que conforman a Mayakoba: Fairmont, Rosewood y Banyan Tree; este último es el primero en América de una cadena de hoteles asiáticos que tiene su origen en Tailandia, la categoría se la da una mezcla entre la elegancia oriental y el exotismo del caribe mexicano. La belleza del atardecer no compite contra los mosquitos, que a esta hora se convierten en verdaderos kamikazes. Después de un recorrido de tres kilómetros por los canales de Mayakoba, paseando alrededor del campo de golf, de las villas exclusivas y de una cantidad obscena de piquetes de mosquito terminamos el día, borrachos de ver cosas bonitas. Al día siguiente nos levantamos bien temprano: yo quería conocer algún cenote que no fuera turístico y Adriana, nuestra guía, propuso ir a Casa Cenote, un cenote al aire libre, rodeado

En sintonía con la naturaleza El capitán “Crunchies” sostiene nuestro diminuto trofeo. Derecha: ceviche de pulpo, camarón y pescado en el restaurante Playa Rosa.

GuÍA de CENOTES CÓMO LLEGAR Lo más cercano para emprender la ruta de los cenotes es Playa del Carmen, que queda a 52 Km del Aeropuerto Internacional de Cancún. Desde allí se puede tomar un taxis aunque lo mejor es tomar los autobuses ADO que salen desde el aeropuerto cada hora. Muchos hoteles organizan un servicio de traslado con un aviso de 24 horas de anticipación. Para realizar el recorrido de los cenotes hay que rentar una camioneta todo terreno para andar con tranquilidad por los caminos de terracería. CUÁNDO IR La mejor época para visitar la Riviera Maya es de Abril a Mayo, aunque el verano también se presta para disfrutar de la playa. Hay que recordar que de Junio a Septiembre es la temporada de huracanes en el caribe. DÓNDE iR Otros cenotes para visitar en la Riviera Maya: Cenote El Edén Considerado como uno de los más bellos de la zona, está a 25 Km de Playa del Carmen antes de llegar a Puerto Aventuras. Chac Mool A 22 Km al sur de Playa del Carmen, a poca profundidad se puede observar el efecto de las

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haloclinas, cuando se encuentran las aguas dulces con las saladas que se filtran desde el mar. Kantun Chi Parque ecológico que cuenta con 4 cenotes para nadar en ellos: Katun Chin, Saas ka leen Ha, Uchil Ha, Zacil Ha. Para información sobre horarios y precios, visite la página: kantunchi.com DÓNDE DORMIR Hotel Banyan Tree Mayakoba Sobre la carretera federal Chetumal-Puerto Juárez, villas de lujo en la Riviera con influencias Tailandesas, la atención y la belleza natural son inmejorables. Carretera Federal Chetumal-Puerto Juárez Km. 298. Playa del Carmen. Quintana Roo. banyantree.com/mayokoba (hab. doble desde 210 dls.)

Hay que vivir un tour de buceo o de snorkel por el cenote 2 ojos en compañía de los organizadores Fish Eye . cenotedosojos.com, contacto directo en fisheyephoto@yahoo.com.mx / (52 98) 48 07 91 28. Para relajarse, nada mejor que unos mezcales en La Mezcalina , un bar con buen ambiente, música pop-rock, gente alegre y buenos mezcales. Calle 12 s/n, Centro. Playa del Carmen. (cena para dos, 400 pesos).

Hacienda Tres Ríos Resort todo incluido en la Riviera Maya. Carretera Cancún-Tulum, Km. 54, Tres Ríos, Riviera Maya. haciendatresrios.com (hab. doble desde 300 dls.) Fairmont Mayakoba Es el hotel proncipal del centro turístico Mayakoba. Carretera Federal Cancún-Playa del Carmen, Solidaridad, Quintana Roo. fairmont.com.mx (hab. doble desde 240 dls.) QUÉ hacer

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ciudad

cenotes mayas entre las aguas cristalinas del cenote, tratando de almacenar cada roca, cada grieta y cada conjunto de estalactitas en mi memoria. Ante este paisaje extraterrestre tan sobrecogedor me dieron ganas de nadar más y más profundo, de esconderme entre las rocas y de perderme en la oscuridad. Todos mis miedos se me olvidaron mientras recorría el cenote "2 Ojos", mis sentidos estaban tratando de asimilar tantos estímulos que no pensé en los metros de profundidad o lo que podía esconderse en los recovecos de las piedras. Definitivamente los cenotes, estos pozos sagrados, son los secretos mejor guardados de la Riviera Maya. Hoy no puedo decir que esté curada de mi miedo, pero sin duda las fosas que se abrían entre la piedra caliza donde creí ver por un segundo el centro de la tierra me resultaron insignificantes, en esta agua que de tan pura es similar al aire, uno puede pasarse la vida. ✚

PHOTO CREDIT TK

(Continuación de la página 68) de manglar con un aire más a laguna que a las formaciones kársticas (de piedra caliza) que habíamos visto antes. Ubicado en la carretera Mérida-Cancún, muy cerca de Tulum y dentro de la zona residencial de Tankah, está este cenote que es el preferido de los tulumenses para ir a pasar una tarde tranquila. Llamado así porque pasa por debajo de las casas y se conecta por el otro lado con el mar, también conocido como Cenote Manatí porque hasta hace un par de años se podían ver en abundancia estos ejemplares nadando grácilmente en el fondo del cenote. Cuando llegamos había una familia grande de tulumenses que disfrutaban de un baño. Estaban sentados sobre las raíces del manglar y hablaban entre ellos en Maya. Un niño de aproximadamente dos años en calzoncitos amarillos al que le decían "Pequeño" mira el fondo del cenote con su dedito señala dos masas negras que se mueven hacia ellos, la madre que se da cuenta le dice: "Mira Pequeño, ahí vienen los buzos". Con todos sus aparatejos un grupo de cinco buzos se prepara para emerger a la superficie. Lo mejor de este cenote es que puedes pasarte el día entero ahí sin darte cuenta, comer en frente del mar, disfrutando de la arena y de la brisa. Si se llega a cansar del agua salada, darse un chapuzón en las aguas del cenote, escuchar las historias de los lugareños y, con suerte, hasta ver a un manatí. Otro de los secretos de la Riviera Maya, es el cenote "Dos ojos" ubicado en el ejido Jacinto Pat. A este se llega por la

misma carretera que nos lleva a Mérida, la salida se encuentra antes de llegar a Xel-Ha. Había escuchado que los exploradores se referían a este río subterráneo como el "Himalaya" del buceo en cavernas o espeleobuceo. A nuestra llegada nos recibe un cartel que en letras rojas pintadas a mano ordena: "Prohibido matar mosquitos". Aunque todos intentamos seguir con esta indicación, el civismo nos habrá durado un par de minutos: permanecer inmutable ante el ataque de estos insectos era labor sobrehumana. Por más que me moví, bailé y ahuyente a los mosquitos, estos encontraban alguna manera de picarme, la mejor solución sin duda alguna es zambullirse en las frías aguas del cenote. Aquí tuvimos la oportunidad de hacer snorkel, en una palapa al lado del cenote por 80 pesos pudimos rentar un juego de aletas, tubo y mascarilla por todo el tiempo que quisiera. La belleza exterior de este cenote es innegable pero el espectáculo se encuentra debajo de sus aguas. Una vez más me veía confrontando mis fobias, tenía miedo de lo que se podía esconder entre la oscuridad de las fosas y de ver algo en el fondo que no quisiera ver. Tomo aire y a la de tres sumerjo la cara y comienzo a nadar, no estaba preparada para asimilar el mundo que se encontraba en el fondo. El paisaje submarino no parecía de este mundo, yo estaba nadando entre rocas calizas milenarias y viendo formaciones geológicas del pleistoceno. Los buzos que nadaban a metros de profundidad, debajo de mí iluminaban con sus linternas el contorno de las estalagmitas que parecían las torres de una fortaleza. Por supuesto no tuve ningún problema en observarme con claridad la punta de mis pies. Eran las aguas más diáfanas en las que hubiese estado jamás. Podría haberme visto los pies aunque hubiesen estado a 2 kilómetros de distancia. Habré estado casi 3 horas nadando

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