nio Stevenson Méndez; una cortina de cobre para chimenea diseñada por el artista Germán Cueto; muebles de Domus, firma propiedad del arquitecto Michael van Beuren; muebles tradicionales; vajillas de la marca Loza Fina diseñadas por Eva Zeisel; y recipientes en cerámica fabricados por el taller Cerámica artística de Texcoco diseñados por José Feher. En cuanto a los objetos producidos industrialmente, Porset mostró utensilios de cocina La Vasconia, estufas de Acros, ollas de presión de Ekco y H Steel y lámparas de Mazi Lux, entre otros. Para el catálogo, Alfonso Caso escribió un texto del que vale la pena recuperar un fragmento: “No. El camino no está en mecanizar las artes populares, el camino está, como lo sugiere esta exposición, en hacer que los industriales que producen los objetos que todos consumimos utilicen a los artistas, que son capaces de concebir no sólo el objeto útil, sino el objeto bello”, decía el destacado arqueólogo. “No sólo el objeto funcionalmente perfecto, sino aquel en que la intuición haya puesto ese otro elemento, tan indispensable para el hombre moderno, como fue indispensable para el hombre antiguo: la personalidad, el gusto por la forma noble, por el color agradable, por la decoración adecuada”. Casi 60 años han pasado de aquel experimento intelectual y el diseño en nuestro país avanzó poco. Ninguno de los tres actores se puso de acuerdo para conformar una verdadera escena –e industria- del diseño en México. Ha habido casos aislados de éxito, incluso a nivel internacional, pero de ahí a generar, como proponía Porset, una cultura de diseño y un movimiento de producción y consumo, estamos muy lejos. Sin embargo, en estos tiempos las condiciones sociales, políticas y económicas globales parecen estar alineándose para que el diseño hecho en México tenga una nueva oportunidad de brillar con luz propia. La reciente crisis económica, el alza de precios y la disminución del poder adquisitivo de la clase media; la preocupación internacional por los efectos del calentamiento global y una nueva conciencia hacia los procesos responsables y sustentables son sólo algunos de los factores que han conducido a los diseñadores en todas partes del mundo -pero especialmente en los países industrializados- a repensar su trabajo. Conscientes de que en las últimas dos décadas el diseño y sus objetos -aun siendo producidos industrialmente y de manera masiva- se habían convertido en objetos de lujo poco accesibles para el común de la gente, los diseñadores en casi todo el mundo han hecho una pausa en el camino para dimensionar el papel social del diseño en la actualidad,
retomar los principios básicos del buen diseño que genera soluciones a problemas cotidianos y reflexionar sobre los materiales utilizados y sus procesos de producción. Hoy, que la industria del lujo comienza a superar la recesión y que vivimos una crisis de valores en cuanto a lo que se consume y cómo se consume, el diseño tiene un papel protagónico en redireccionar los hábitos de consumo y la conciencia de los usuarios. Manufacturar en China quedó atrás: los altos costos económicos, la falta de calidad y la necesidad de crear sistemas de producción responsables y productos sustentables están causando una revolución de valores y generando usuarios más conscientes de su entorno. Los diseñadores buscan volver al origen, a lo hecho a mano, a los procesos semiartesanales que aseguran a los usuarios productos humildes con altos valores espirituales. Los diseñadores están poniendo de nuevo sus ojos en lo local, llámese materiales, industrias, mano de obra e inspiración. Si consideramos la vorágine industrial que significó el siglo XX a nivel mundial, podemos afirmar que México nunca logró ponerse al corriente. Los procesos industriales para la producción de objetos de diseño han sido difíciles de lograr: las recurrentes crisis económicas que ha enfrentado —Alfonso Caso el país, la carencia de apoyos en ciencia y tecnología, un sistema educativo deficiente y una pobre cultura del diseño, han contribuido a que esta materia en el país sea cosa de pocos, lo mismo en la producción que en el consumo. Ante este panorama, surge una nueva generación de diseñadores en México, que consciente de las carencias ha encontrado nuevos nichos de oportunidad. Si los países desarrollados están viviendo un renacimiento de los valores tradicionales, una revolución de ideales y valores y volviendo la mirada a procesos y materiales locales, a lo hecho a mano y al comercio justo, México esta concientizando sus carencias y retrasos y sacando de ellos todo el provecho posible. El destino nos alcanzó: la tremenda influencia artesanal, la oferta de materiales de calidad y la estupenda mano de obra local, aunados a la fuerte ideología que promovió el modernismo –en la que se exaltaba el nacionalismo, la vuelta a las raíces, el uso y la reinterpretación de las formas ancestrales y los materiales tradicionales–, han conseguido que el diseño en México haya sido desde siempre un híbrido entre lo industrial y lo artesanal, lo humano y lo mecánico. Hoy, cuando los procesos históricos nos han rebasado, los diseñadores mexicanos se ponen al corriente y compiten en un mundo que ha cambiado: la pieza única hecha a mano no sólo es un objeto de alto diseño, es un objeto de lujo.
“El camino es hacer que los industriales que producen los objetos que consumimos utilicen a los artistas”.
Desde las raíces: Lujo y diseño
Éstas son 10 propuestas de nuestro país que diluyen las fronteras entre lujo y diseño con un principio de origen: lo artesanal. por Ana Elena Mallet / fotos: José luis aranda En 1952, la diseñadora de origen cubano que residía en la Ciudad de México, Clara Porset, organizó una innovadora exposición en el Palacio de Bellas Artes que se tituló El arte en la vida diaria. Objetos de buen diseño hechos en México. La premisa era unir a los tres principales actores que podían cambiar la escena del diseño en el país y convertirlo en una disciplina moderna: diseñadores, industriales y artesanos. Porset había recorrido todo el territorio nacional en busca de los mejores representan-
tes de estos tres campos. En la exposición, la diseñadora mostró diversos productos de naturalezas distintas que convivían con armonía en ese momento histórico del país. Presentó, además de sus propios diseños, trabajos en plata de William Spratling, los hermanos Castillo y de Platería Ortega; vidrio soplado de los hermanos Ávalos; textiles de Riggs –Seargent y de Elena Gordon–, barro de Jalisco y de Michoacán; un sillón de bambú con base en los equipales tradicionales diseñado por Anto-
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