Tradición Católica: Enero-marzo 2020

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Editorial

María, mujer, madre y mestiza

E

n su homilía el pasado 12 de diciembre el Papa dijo que al ver a la Virgen de Guadalupe piensa en tres cualidades fundamentales: es mujer, es madre y es mestiza, condiciones que bastan para definir a la Virgen más allá de otros títulos, que a su parecer “no tocan la esencialidad” de la Virgen”. “Nunca quiso para sí lo que era de Su Hijo”, predicó Su Santidad. “Nunca se presentó como corredentora. No. Discípula”. E insistió: “Nunca robó para sí nada que fuera de Su Hijo”, prefiriendo “servirle. Porque es madre. Da vida”. De ahí que, “cuando nos vengan con historias de que había que declararla esto, hacer otro dogma, no nos perdamos en tonteras. María es mujer, es nuestra señora, María es madre de su hijo y de la Santa Madre Iglesia jerárquica, y María es mestiza, mujer de nuestros pueblos”, zanjó. Un católico no tiene ningún problema en reconocer el lugar secundario de la Santísima Virgen en relación con el de Nuestro Señor. Con San Luis Mª Grignion de Montfort puede repetir: «Confieso con toda la Iglesia que siendo María una simple criatura salida de las manos del Altísimo, comparada con tan infinita Majestad es menos que un átomo, o, mejor, es nada, porque sólo Él es el que es. Por consiguiente, este gran señor siempre independiente y suficiente a Sí mismo, no tiene ni ha tenido absoluta necesidad de la Santísima Virgen para realizar su voluntad y manifestar su gloria. Le basta querer para hacerlo todo». Pero la excelencia de María proviene de la voluntad de Dios. Él es el que quiso que entrase en el mismísimo orden hipostático. María nunca necesitó “robar” (expresión, por cierto, desagradable e inadecuada) porque, sencillamente, no lo necesitaba. Dios, al querer que fuese la Madre de Cristo, la hizo llena de gracia, la llena de gracia por excelencia, y le concedió los dones y privilegios necesarios para desempeñar su misión con toda perfección. Dios la prefiere a todo el resto de la creación, concediéndole la administración de su gracia: «Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere todos sus dones y gracias. Y no se concede a los hombres ningún don celestial que no pase por sus manos virginales. Porque tal es la voluntad de Dios que quiere que todo lo tengamos por María» (Tratado de la verdadera devoción, 25). Cuando hablamos de corredención de la Virgen, pues, decimos que María, por concesión especialísima de Dios, contribuyó de manera eficaz, aunque subordinada y unida a la acción salvífica de Jesucristo, a la redención del género humano, mediante su aceptación de la Divina Maternidad y sus Dolores que experimentó principalmente durante la Pasión y Muerte de su Divino Hijo. Esta cooperación especialísima de María a la obra redentora es peculiar y privativa de Ella y difiere, no sólo en grado, sino en carácter de la corredención común de los justos. Pío IX, en la Bula dogmática Ineffabilis Deus que define la Inmaculada Concepción, comenta las palabras que Dios dirige a la serpiente infernal: «Por haber he-


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