Indice Editorial: Traditionis custodes, una guerra al borde del abismo......................... 1 Carta del P. Pagliarani sobre el motu proprio “Traditionis custodes”.................. 3 P. Davide Pagliarani
Reflexiones sobre el motu proprio “Traditionis custodes”................................... 7 P. José María Mestre
De “Summorum Pontificum” a “Traditionis custodes”, o de la reserva al zoológico............................................................................... 13 Bula “Quo Primum tempore”.................................................................................. 17 Consideraciones prácticas sobre la vacuna contra el Covid-19.......................... 20 P. Arnaud Sélégny
La Iglesia en la tormenta......................................................................................... 25 P. Benoît de Jorna
¿Es inmoral la bomba atómica?............................................................................. 29 P. Bernard de Lacoste
Internet y libertad................................................................................................... 33 P. Luigi Moncalero
Crónica de la Hermandad en España..................................................................... 39 La primavera del postconcilio................................................................................ 41 L. Pintas
Foto de portada: los actuales miembros de la Casa de España y Portugal; de izquierda a derecha, los Rvdos. Padres Gastón Driollet, Jacobo Elías, José María Mestre, Jorge Amozurrutia (Superior), José María Jiménez, Javier Utrilla (Ecónomo) y Carlos Mestre.
Le recordamos que la Hermandad de San Pío X en España agradece todo tipo de ayuda y colaboración para llevar a cabo su obra en favor de la Tradición. Los sacerdotes de la Hermandad no podrán ejercer su ministerio sin su generosa aportación y asistencia. NOTA FISCAL Los donativos efectuados a la Fundación San Pío X son deducibles parcialmente de la cuota del I.R.P.F., con arreglo a los porcentajes, criterios y límites legalmente establecidos (10 % de la base liquidable).
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Editorial
“Traditionis Custodes”: una guerra al borde del abismo
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l Papa Francisco, tras consultar a los obispos del mundo, decidió cambiar en el mes de julio las normas que regían el uso del misal de 1962, liberalizado como “Forma Extraordinaria del Rito Romano” hace catorce años por su predecesor Benedicto XVI. El Pontífice publicó el día de Nuestra Señora del Carmen el motu proprio “Traditionis custodes”, sobre el uso de la liturgia romana anterior a 1970, acompañándolo de una carta en la que explicaba las razones de su decisión. Estas son las principales novedades. La responsabilidad de regular la celebración según el rito preconciliar vuelve al obispo, moderador de la vida litúrgica diocesana: “es de su exclusiva competencia autorizar el uso del Missale Romanum de 1962 en la diócesis, siguiendo las directrices de la Sede Apostólica”. El obispo debe asegurarse de que los grupos que ya celebran con el antiguo misal “no excluyan la validez y legitimidad de la reforma litúrgica, los dictados del Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Sumos Pontífices”. Las misas con el rito antiguo ya no se celebrarán en las iglesias parroquiales; el obispo determinará la iglesia y los días de celebración. Las lecturas deben ser “en lengua vernácula”, utilizando traducciones aprobadas por las Conferencias Episcopales. El celebrante debe ser un sacerdote delegado por el obispo. El obispo también es responsable de verificar si es oportuno o no mantener las celebraciones según el antiguo misal, comprobando su “utilidad efectiva para el crecimiento espiritual”. De hecho, es necesario que el sacerdote encargado tenga en mente no sólo la celebración digna de la liturgia, sino también la atención pastoral y espiritual de los fieles. El obispo “tendrá cuidado de no autorizar la creación de nuevos grupos”. Los sacerdotes ordenados después de la publicación actual del Motu Proprio que deseen utilizar el misal preconciliar “deben enviar una solicitud formal al obispo diocesano, que consultará a la Sede Apostólica antes de conceder la autorización”. Mientras que los que ya lo hacen deben pedir permiso al obispo diocesano para seguir usándolo. Los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, “en su momento erigidos por la Comisión Pontificia Ecclesia Dei”, serán competencia de la Congregación de Religiosos. Los Dicasterios para el Culto y para los Religiosos supervisarán la observancia de estas nuevas disposiciones. La guerra contra el inmemorial rito romano se recrudece cuando la Iglesia que se llama a sí misma conciliar está al borde del abismo. Y es, de antemano lo sabemos, una guerra perdida por los enemigos de la Tradición de la única y verdadera Iglesia de Cristo. En la carta que la acompaña, el Papa Francisco explica que las concesiones establecidas por sus predecesores para el uso del antiguo misal fueron motivadas
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Editorial: Traditionis custodes: una guerra al borde del abismo
sobre todo “por el deseo de favorecer la recomposición del cisma con el movimiento liderado por el obispo Lefebvre”. La petición, dirigida a los obispos, de acoger generosamente las “justas aspiraciones” de los fieles que solicitaban el uso de ese misal, “tenía, pues, una razón eclesial para recomponer la unidad de la Iglesia”. Esta facultad, observa Francisco, “es interpretada por muchos dentro de la Iglesia como la posibilidad de utilizar libremente el Misal Romano promulgado por San Pío V, determinando un uso paralelo al Misal Romano promulgado por San Pablo VI”. El Papa recuerda que la decisión de Benedicto XVI con el motu proprio “Summorum Pontificum” (2007) se apoyó en la “convicción de que tal medida no pondría en cuestión una de las decisiones esenciales del Concilio Vaticano II, socavando así su autoridad”. El Papa Ratzinger declaró hace 14 años que el temor a las divisiones en las comunidades parroquiales era infundado porque, escribió, “las dos formas de uso del Rito Romano podrían enriquecerse mutuamente.” Pero la encuesta promovida anteriormente por la Congregación para la Doctrina de la Fe entre los obispos aportó respuestas que revelan, escribe Francisco, “una situación que me angustia y preocupa, confirmándome en la necesidad de intervenir”, ya que el deseo de unidad ha sido “gravemente despreciado”, y las concesiones ofrecidas con magnanimidad han sido utilizadas “para aumentar las distancias, endurecer las diferencias, construir contraposiciones que hieren a la Iglesia y obstaculizan su camino, exponiéndola al riesgo de las divisiones.” Francisco dice que le entristecen los abusos en las celebraciones litúrgicas “de uno y otro lado”, pero que le entristece asimismo un “uso instrumental del Missale Romanum de 1962, cada vez más caracterizado por un creciente rechazo no sólo de la reforma litúrgica sino del Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que traicionó la Tradición y la ‘verdadera Iglesia’”. Dudar del Concilio, explica el Papa, “significa dudar de las intenciones mismas de los Padres, que ejercieron solemnemente su potestad colegial cum Petro et sub Petro en el Concilio ecuménico, y, en definitiva, dudar del mismo Espíritu Santo que guía a la Iglesia.” Finalmente, Francisco añade una última razón para su decisión de cambiar las concesiones del pasado: “es cada vez más evidente en las palabras y actitudes de muchos que existe una estrecha relación entre la elección de las celebraciones según los libros litúrgicos anteriores al Concilio Vaticano II y el rechazo de la Iglesia y sus instituciones en nombre de lo que ellos juzgan como la “verdadera Iglesia”. Es un comportamiento que contradice la comunión, alimentando ese impulso de división... contra el que el apóstol Pablo reaccionó con firmeza. Es para defender la unidad del Cuerpo de Cristo que me veo obligado a revocar la facultad concedida por mis Predecesores.” Gracias a Dios, la misa tridentina gozará siempre de plena libertad. Como decía Mons. Lefebvre: «Si un sacerdote fuese censurado, o hasta excomulgado, por ese motivo, esa condenación no valdría absolutamente nada. San Pío V canonizó esta santa misa, y un Papa no puede anular esa canonización, como tampoco puede anular la de un Santo. Podemos decir esta misa con toda tranquilidad y los fieles pueden asistir a ella sin la menor inquietud, sabiendo, además, que es el mejor medio para conservar su fe». m
Carta del Padre Pagliarani sobre el motu proprio “Traditionis custodes” Esta Misa, nuestra Misa, debe ser realmente para nosotros como Evangelio por la que renunciamos a todo, por la que
la perla del
estamos dispuestos a venderlo todo
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ueridos miembros y amigos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X: El motu proprio Traditionis custodes y la carta que lo acompaña causaron gran revuelo en el llamado ámbito tradicionalista. Puede observarse, con toda lógica, que la era de la hermenéutica de la continuidad, con sus ambigüedades, ilusiones y esfuerzos imposibles, ha terminado drásticamente, barrida de un revés. Estas medidas tan claras y directas no afectan directamente a la Fraternidad San Pío X, pero deben ser para nosotros la ocasión de una profunda reflexión. Para ello, hemos de elevarnos a los principios y plantearnos una cuestión a la vez antigua y nueva: ¿Por qué la Misa Tridentina sigue siendo la manzana de la discordia después de cincuenta años? Ante todo, debemos recordar que la Santa Misa es la continuación, en el tiempo, de la lucha más encarnizada que jamás haya existido: la batalla entre el reino de Dios y el reino de Satanás, esa guerra que alcanzó su punto culminante en el Calvario, por el triunfo de Nuestro Señor. Para esta lucha y para esta victo-
ria se encarnó. Y puesto que la victoria de Nuestro Señor tuvo lugar a través de la cruz y de su sangre, es comprensible que su perpetuación también se realice a través de luchas y contradicciones. Todo cristiano está llamado a esta lucha: Nuestro Señor nos lo recuerda cuando dice que vino «a traer la espada a la tierra» (Mt 10, 34). No es de extrañar que la Misa eterna, que expresa perfectamente la victoria final de Nuestro Señor
sobre el pecado a través de su sacrificio expiatorio, sea en sí misma un signo de contradicción. Pero ¿por qué esta Misa se ha convertido en un signo de contradicción dentro de la misma Iglesia? La respuesta es simple y cada vez más clara. Después de cincuenta años, los elementos de respuesta son evidentes para todos
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Carta del P. Pagliariani sobre el motu proprio “Traditionis custodes”
los cristianos de buena voluntad: la Misa tridentina expresa y transmite una concepción de la vida cristiana y, por consiguiente, una concepción de la Iglesia, absolutamente incompatible con la eclesiología salida del Concilio Vaticano II. El problema no es simplemente litúrgico o estético, ni puramente formal. El problema es a la vez doctrinal, moral, espiritual, eclesiológico y litúrgico. En definitiva, es un problema que afecta a todos los aspectos de la vida de la Iglesia sin excepción: es una cuestión de fe. De un lado está la Misa de siempre, estandarte de una Iglesia que desafía al mundo y que está segura de la victoria, porque su batalla no es otra que la continuación de la que llevó Nuestro Señor para destruir el pecado y el reino de Satanás. Es por la Misa y a través de la Misa como Nuestro Señor alista a las almas cristianas en su propia lucha, haciéndolas partícipes tanto de su cruz como de su victoria. De todo esto se deriva una concepción de la vida cristiana profundamente militante. Dos notas la caracterizan: el espíritu de sacrificio y una esperanza inquebrantable. Del otro lado está la Misa de Pablo VI, expresión auténtica de una Iglesia que quiere estar en armonía con el mundo, que presta oídos a los reclamos del mundo; una Iglesia que, en definitiva, ya no tiene que luchar contra el mundo, porque ya no tiene nada que reprocharle; una Iglesia que ya no tiene nada que enseñar, porque está a la escucha de
los poderes de este mundo; una Iglesia que ya no necesita el sacrificio de Nuestro Señor, porque, habiendo perdido la noción del pecado, ya no tiene nada que expiar; una Iglesia que ya no tiene la misión de restaurar la realeza universal de Nuestro Señor, puesto que quiere contribuir al desarrollo de un mundo mejor, más libre, más igualitario, más
«Estamos en esta Tradición tan importante, tan esencial y tan fundamental, porque precisamente continúa el sacrificio expiatorio del Antiguo y del Nuevo Testamento de Nuestro Señor Jesucristo, y porque continúa expiando los pecados pues continúa la Redención que Él ha querido; y rechazamos la nueva misa porque ya no expresa el espíritu de la expiación y de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo a través de su Sangre. La idea de sacrificio expiatorio se difumina y desaparece en ese nuevo rito, que Pablo VI ha querido que sea nuevo. Él mismo lo ha dicho: “Abandonamos el rito antiguo para hacer un rito nuevo”». Mons. Marcel Lefebvre, La Misa de siempre
eco-responsable; y todo esto con medios puramente humanos. A esta misión humanista que los hombres de Iglesia se han adjudicado debe corresponder necesariamente una liturgia igualmente humanista y profanada. La batalla de estos últimos cincuenta años, que el 16 de julio acaba de experi-
Carta del P. Pagliariani sobre el motu proprio “Traditionis custodes” mentar un momento ciertamente significativo, no es la guerra entre dos ritos: es de hecho la guerra entre dos concepciones diferentes y opuestas de la Iglesia y de la vida cristiana, absolutamente irreductibles e incompatibles entre sí. Parafraseando a San Agustín, podríamos decir que dos Misas construyen dos ciudades: la Misa antigua ha construido la ciudad cristiana, y la Misa Nueva pretende construir la ciudad humanista y secular. Si Dios permite todo esto, lo hace ciertamente por un bien mayor. Ante todo para nosotros mismos, que tenemos la oportunidad inmerecida de conocer y beneficiarnos de la Misa Tridentina; estamos en posesión de un tesoro del que no siempre medimos todo su valor, y que tal vez guardamos demasiado por costumbre. Alcanzamos a medir mejor todo el valor de algo precioso justamente cuando se ve atacado o despreciado. Que este «choque» provocado por la dureza de los textos oficiales del 16 de julio sirva para que se renueve, profundice y redescubra nuestro aprecio y nuestra fidelidad a la Misa Tridentina; esta Misa, nuestra Misa, debe ser realmente para nosotros como la perla del Evangelio por la que renunciamos a todo, por la que estamos dispuestos a venderlo todo. Quien no esté dispuesto a derramar su sangre por esta Misa, no es digno de celebrarla. Quien no esté dispuesto a renunciar a todo por conservarla, no es digno de asistir a ella. Esta debería ser nuestra primera reacción ante los acontecimientos que acaban de sacudir a la Iglesia. Que nues-
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tra propia reacción de sacerdotes y de fieles católicos, por su profundidad y su firmeza, vaya mucho más allá de los comentarios de toda clase, inquietos y a veces desesperanzados. Dios ciertamente tiene otro objetivo en vista al permitir este nuevo ataque a la Misa Tridentina. Nadie puede dudar que, durante estos últimos años, mu-
«Ved un hecho interesante que muestra lo que pensaba el Papa Pablo VI sobre el cambio de la misa. (...) Jean Guitton le preguntaba [en el libro Pablo VI secreto]: “¿Por qué no aceptaría usted que en Econe los sacerdotes siguieran diciendo la misa de san Pío V? Es la que se decía antes. No sé por qué se les negaría celebrar la antigua misa a ese seminario. Deje que la digan”. La respuesta del Papa Pablo VI fue muy significativa: “No, porque si concedemos la misa de san Pío V a la Fraternidad san Pío X se arruinará todo lo que hemos adquirido con el concilio Vaticano II”. (...) Es algo extraordinario que el Papa vea en el regreso a la misa de antes la ruina del Concilio Vaticano II. ¡Es una revelación increíble! Por ese motivo, los liberales están tan resentidos contra nosotros porque decimos esta misa, que para ellos representa una concepción de la Iglesia muy distinta de la que tienen. La misa de San Pío V no es liberal, sino antiliberal y antiecuménica, por lo cual no puede corresponder al espíritu del Vaticano II». Mons. Marcel Lefebvre, La Misa de siempre
chos sacerdotes y muchos fieles han descubierto esta Misa, y que a través de ella se han acercado a un nuevo horizonte espiritual y moral, que les ha abierto el
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Carta del P. Pagliariani sobre el motu proprio “Traditionis custodes”
camino de la santificación de sus almas. Las últimas medidas que se acaban de tomar contra la Misa obligarán a estas almas a sacar todas las consecuencias de lo que han descubierto: les toca ahora elegir –con los elementos de discerni-
miento que están a su disposición– lo que se impone a toda conciencia católica bien esclarecida. Muchas almas van a enfrentarse a una elección importante respecto de la fe, porque –repitámoslo– la Misa es la expresión suprema de un universo doctrinal y moral. Se trata, pues, de elegir la fe católica en su totalidad, y por ella a Nuestro Señor Jesucristo, su cruz, su sacrificio y su realeza. Se trata de elegir su Sangre, de imitar al Crucificado y de seguirlo hasta el fin con
total, radical y constante fidelidad. La Fraternidad San Pío X tiene el deber de ayudar a todas aquellas almas que se encuentran actualmente consternadas y desanimadas. Ante todo, tenemos el deber de ofrecerles, por los hechos mismos, la certeza de que la Misa Tridentina nunca podrá desaparecer de la faz de la tierra: es un signo de esperanza sumamente necesario. Además, cada uno de nosotros, sacerdote o fiel, debe tenderles una mano amiga, porque quien no tiene el deseo de compartir los bienes de que se beneficia se hace en realidad indigno de esos bienes. Sólo así amaremos verdaderamente a las almas y a la Iglesia; porque cada alma que ganemos para la cruz de Nuestro Señor, y para el inmenso amor que El manifestó por su Sacrificio, será un alma verdaderamente ganada para su Iglesia, para la caridad que la anima y que debe ser la nuestra, especialmente en este momento. Estas intenciones las confiamos a la Madre de los Dolores, a Ella le dirigimos nuestras oraciones, ya que nadie ha penetrado mejor que Ella el misterio del sacrificio de Nuestro Señor y de su victoria en la Cruz, por cuanto nadie ha estado tan íntimamente asociado como Ella a su sufrimiento y a su triunfo. En sus manos ha puesto Nuestro Señor toda la Iglesia; y por eso mismo, a Ella le ha sido confiado lo que la Iglesia tiene de más precioso: el testamento de Nuestro Señor, el santo sacrificio de la misa. m Menzingen, 22 de julio de 2021, fiesta de Santa María Magdalena, Don Davide Pagliarani, Superior General
Reflexiones sobre el motu proprio “Traditionis custodes” Padre José María Mestre
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l pasado 16 de julio, Conmemoración de Nuestra Señora del Carmen, el papa Francisco publicaba el Motu proprio Traditionis custodes –refiriéndose a los obispos como «custodios de la Tradición»–, en el cual derogaba todas las medidas hechas por sus predecesores en favor de la Misa tradicional. Iba precedido de una carta explicativa de las medidas tomadas. 1º La carta explicativa Fácilmente podríamos resumir el contenido de la carta a tres ideas principales, que el Papa desarrolla ordenada y pausadamente: 1º Finalidad de las concesiones en favor de la Misa tradicional. Los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI habían otorgado la posibilidad de usar el Misal promulgado por San Pío V, movidos por el deseo de «recomponer el cisma con el movimiento guiado por Monseñor Lefebvre», con la convicción de que no se ponía en duda el carácter vinculante del Concilio Vaticano II, y de que se reconocía el Misal de Pablo VI como expresión ordinaria de la lex orandi del Rito Romano. 2º Fruto contraproducente de tales concesiones. Por desgracia, lo que con eso se consiguió fue que, para muchos de los que hacían uso de esta facultad, resultara un uso paralelo del Misal promulga-
do por San Pío V y del Misal promulgado por Pablo VI, se ignorara el deseo de los Papas de recomponer la unidad, y se instrumentalizara el uso del Misal de San Pío V para rechazar la reforma de Pablo VI y el mismo Concilio Vaticano II. Todo lo cual supone un uso distorsionado de las concesiones otorgadas, ya que estas concesiones debían ser entendidas a la luz del Concilio Vaticano II. 3º Derogación de tales concesiones. Por eso, viendo el resultado negativo de estas concesiones, se derogan todas las normas, instrucciones, concesiones y costumbres anteriores al presente Motu proprio. El Misal de Pablo VI pasa a ser la única expresión de la lex orandi del Rito Romano. 2º El Motu proprio Una vez explicadas las razones en la carta, sigue el Motu proprio Traditionis custodes con las medidas adoptadas: 1 º El Misal promulgado por Pablo VI es la única expresión de la lex orandi del Rito Romano. El Misal tradicional, que cuenta con más de diez siglos de existencia, no goza ni siquiera de la condición que siempre tuvieron en la Iglesia otros Ritos venerables, como el Rito dominico, lionés, mozárabe o ambrosiano. 2º Es competencia exclusiva del obispo autorizar el uso del Misal promulga-
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Reflexiones sobre el motu proprio “Traditionis custodes”
do por San Pío V, ateniéndose en ello a dos pautas principales: la primera es que ha de cuidar no crear nuevos grupos con la facultad de usar el Misal tradicional; y la segunda es que, donde estos grupos ya estaban establecidos y aprobados, debe controlar las celebraciones según dicho Misal: • Verificando que los fieles que se benefician de él aceptan la validez de la reforma litúrgica de Pablo VI, el Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Papas –entiéndase el Magisterio postconciliar–. • Indicando en qué lugar – nunca en la iglesia parroquial– y en qué días podrán los fieles gozar de la celebración de la Misa según ese Misal. • Nombrando a un sacerdote encargado de las celebraciones, y de verificar que los fieles que asisten cumplen los requisitos arriba señalados. Dicho de otro modo, se impone a la Misa tradicional un régimen realmente carcelario, con lugares y días determinados, fuera de los cuales los fieles no tienen derecho a contar con dicho Rito multisecular. Es más, se obliga a los fieles a no tener ningún motivo para pedir dicha Misa, imponiéndoles condiciones inaceptables: pues si se acata el Concilio Vaticano II, el Magisterio postconciliar y la reforma litúrgica de Pablo VI, ¿qué razón seria se puede aducir para seguir aferrándose a la Misa de San Pío V? 3º Los sacerdotes ordenados después del presente Motu proprio, para celebrar según el antiguo Misal, necesitan un permiso del obispo, el cual, para concederlo, debe a su vez consultar con la Santa Sede; mientras que los sacerdotes que ya tenían esta facultad, deben
recabarla de nuevo del obispo. Nunca se insistirá lo bastante en la libertad que San Pío V otorgó a todo sacerdote, a perpetuidad, para celebrar la Misa según el rito que él mismo promulgaba, y a no verse nunca obligado a ce-
En 1984, durante el pontificado de Juan Pablo II, la carta Quattuor abhinc annos facultó a los obispos a conceder la autorización de celebrar la misa tradicional, en casos justificados y con ciertas limitaciones. Una de las condiciones era que constase sin ambigüedades que los sacerdotes y fieles que se beneficiaban del indulto no tuvieran dudas de la legitimidad y rectitud doctrinal del Misal Romano promulgado por el papa Pablo VI en 1970. Estas disposiciones fueron confirmadas más tarde por el motu proprio Ecclesia Dei en 1988.
lebrar según otro Misal. Ahora, en cambio, el obispo puede restringir o prohibir por sí mismo a un sacerdote la celebración de esta Misa, pero para permitirle celebrarla, hace falta que consulte con la Santa Sede. ¿Qué significa todo esto, sino la voluntad de impedir a toda costa la difusión de la Misa tradicional? 4º Los institutos de vida consagrada establecidos por Ecclesia Dei pasan a ser competencia de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, la cual ejercerá la autoridad de la Santa Sede. Por lo tanto, tales institutos pierden desde ahora la protección oficial que, en
Reflexiones sobre el motu proprio “Traditionis custodes”
El 7 de julio de 2007 Benedicto XVI publicó el Motu Proprio Summorum Pontificum concediendo a los sacerdotes la posibilidad de usar, sin permiso alguno de su ordinario, el Misal de 1962 y, en general, la liturgia anterior; los motivos de este documento fueron explicitados en una Carta del Papa a los obispos publicada juntamente con dicho Motu Proprio, que refuerza las orientaciones de dos textos anteriores: Quattuor abhinc annos, de 1984, y Ecclesia Dei, de 1988. Tras afirmar que el Misal Romano de la reforma del Concilio Vaticano II, publicado por el Papa Pablo VI en 1970 y revisado en 1979 y 2002 por Juan Pablo II, es la “expresión ordinaria” de la fe, el motu proprio se refería al misal de San Pío V publicado en 1570 y reformado en 1962 por Juan XXIII, como “expresión extraordinaria” de la fe, siendo las dos formas “dos expresiones del único rito romano”.
orden a la celebración de la Misa tradicional, les brindaba la Comisión Ecclesia Dei, reduciéndolos de nuevo al derecho común. 5º Queda abrogada toda norma, instrucción, concesión o costumbre que no se ajuste al presente Motu proprio. 3º Algunas reflexiones sobre este Motu proprio La claridad meridiana de este Motu proprio –que más que Traditionis custodes debería llamarse Concilii custodes– permite algunas reflexiones a modo de balance de los cincuenta años en que las
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autoridades de la Iglesia imponen el novus Ordo Missae y descartan (o ponen en régimen carcelario, a pesar de no haber sido nunca abolido) el Misal Romano de San Pío V. 1º La intención de los Papas que concedieron facultades o indultos para celebrar la Misa tradicional fue –como expresamente lo dice el papa Francisco– la de llevar paulatinamente a los rezagados –esto es, a los fieles a los cuales les costaba asimilar los cambios del Concilio– a una plena integración en la Iglesia conciliar. Con ellos se tuvo una actitud pastoral de paciencia y comprensión, otorgándoles por un tiempo la liturgia de antes, para que luego, paso a paso y poco a poco, acabaran aceptando los cambios. 2º Estas medidas afectan a todas las comunidades y sacerdotes vinculados a Ecclesia Dei, la cual, según declaración expresa de su primer prefecto, el Cardenal Agustín Mayer –«el que avisa no es traidor»–, fue instituida por el papa Juan Pablo II con el fin de llevar progresivamente a la plena comunión con Roma a los ex-seguidores de Monseñor Marcel Lefebvre. No otra es la intención que manifiesta este Motu proprio. 3º Por eso mismo, estas normas no afectan en lo más mínimo a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, la cual, siguiendo la fidelidad de su fundador a la Iglesia de siempre, se niega categóricamente a aceptar la Roma modernista que se manifestó en el Concilio Vaticano II, y las reformas surgidas de ese Concilio, «reformas que han contribuido y siguen contribuyendo a la demolición
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de la Iglesia, a la ruina del Sacerdocio, a la destrucción del Sacrificio y de los Sacramentos, y a la desaparición de la vida religiosa». 4º Aparece claro que Roma no manifiesta ningún deseo de volver a la Tradición, antes, al contrario, se muestra pertinaz en imponer unos cambios que suponen toda una revolución en la Iglesia, esa revolución denunciada desde hace ya más de 50 años por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. 5º A partir de ahora, los fieles que quieran guardar la Misa tradicional, o serán tratados como parias, dependiendo de la voluntad del obispo del lugar, o tendrán que acudir a la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, como muchos de ellos lo venían haciendo hasta ahora. 4º Dos Misas que construyen dos Ciudades «¿Por qué la Misa Tridentina sigue siendo la manzana de la discordia después de cincuenta años?», preguntaba nuestro Superior General en referencia a este Motu proprio. Y respondía: «La batalla de estos últimos cincuenta años, que el 16 de julio acaba de experimentar un momento ciertamente significativo, no es la guerra entre dos ritos: es de hecho la guerra entre dos concepciones diferentes y opuestas de la Iglesia y de la vida cristiana, absolutamente irreductibles e incompatibles entre sí. Parafraseando a San Agustín, podríamos decir que dos Misas construyen dos Ciudades: la Misa antigua ha construido la Ciu-
dad cristiana, y la Misa nueva pretende construir la Ciudad humanista y secular». Precisando más la idea, proseguía: «De un lado está la Misa de siempre, estandarte de una Iglesia que desafía al mundo y que está segura de la vic-
Francisco publicó el motu proprio Traditionis custodes para redefinir las formas de uso del misal preconciliar: las decisiones vuelven a estar a disposición de los pastores de las diócesis. Los grupos aferrados a la antigua liturgia no deben excluir la legitimidad de la reforma litúrgica, los dictados del Concilio Vaticano II y el Magisterio de los Pontífices. El Papa dice que le entristece un “uso instrumental del Missale Romanum de 1962, cada vez más caracterizado por un creciente rechazo no sólo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II, con la afirmación infundada e insostenible de que traicionaba la Tradición y la ‘verdadera Iglesia’”. Dudar del Concilio, explica Francisco, “significa dudar de las intenciones mismas de los Padres, que ejercieron solemnemente su poder colegial cum Petro et sub Petro en el Concilio ecuménico, y en última instancia dudar del mismo Espíritu Santo que guía a la Iglesia.”
toria, porque su batalla no es otra que la continuación de la que llevó Nuestro Señor para destruir el pecado y el reino de Satanás. Es por la Misa y a través de la Misa como Nuestro Señor alista a las almas cristianas en su propia lucha, haciéndolas partícipes tanto de su cruz como de su victoria. De todo esto se deriva una concepción de la vida cristiana
Reflexiones sobre el motu proprio “Traditionis custodes” profundamente militante. Dos notas la caracterizan: el espíritu de sacrificio y una esperanza inquebrantable. Del otro lado está la Misa de Pablo VI, expresión auténtica de una Iglesia que quiere estar en armonía con el mundo, que presta oídos a los reclamos del mundo; una Iglesia que, en definitiva, ya no tiene que luchar contra el mundo, porque ya no tiene nada que reprocharle; una Iglesia que ya no tiene nada que enseñar, porque está a la escucha de los poderes de este mundo; una Iglesia que ya no necesita el sacrificio de Nuestro Señor, porque, habiendo perdido la noción del pecado, ya no tiene nada que expiar; una Iglesia que ya no tiene la misión de restaurar la realeza universal de Nuestro Señor, puesto que quiere Algunas personas reprochan mi fidelidad a la misa católica de tradición inmemorial (...) que su Santidad Pablo VI no ha prohibido nunca. Habría sido necesario por lo menos un acto legislativo claro y que procediera del mismo Papa. Si existe, que nos lo citen, pero que no se nos arguya un texto introducido ocultamente entre la primera y la segunda edición de la Constitución apostólica del Papa Pablo VI, del 3 de abril de 1969, o falsificado en la traducción. Esa misa [llamada de san Pío V] ni se ha prohibido ni se puede prohibir. San Pío V que, insistimos, no la inventó, sino que “restableció el misal según la antigua regla y los ritos de los Santos Padres,” nos da todas las garantías en la bula Quo primum, por él firmada el 14 de julio de 1570: “Nos hemos decidido y declaramos que los Superiores, Administradores, Canónigos, Capellanes y otros sacerdotes de cualquier nombre que sean designados o los religiosos de una orden cualquiera, no pueden ser obligados a celebrar la misa de otra manera diferente a como Nos la hemos fijado y que jamás nadie, quienquiera que sea, podrá contrariarles o forzarles a cambiar de misal o a anular la presente instrucción o a modificarla, sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda su fuerza... Si, sin embargo, alguien se permitiese una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios Todopoderoso y sus bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo”. Mons. Marcel Lefebvre, La Misa de siempre
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contribuir al desarrollo de un mundo mejor, más libre, más igualitario y más eco-responsable; y todo esto con medios puramente humanos. A esta misión humanista que los hombres de Iglesia se han adjudicado debe corresponder necesariamente una liturgia igualmente humanista y profanada». Ya decía Monseñor Lefebvre, en su Declaración de noviembre de 1974: «No se puede modificar profundamente la lex orandi –ley de orar– sin modificar la lex credendi –ley de creer–. A Misa nueva corresponde catecismo nuevo, sacerdocio nuevo, seminarios nuevos, universidades nuevas e Iglesia carismática o pentecostal, todo lo cual se opone a la ortodoxia y al Magisterio de siempre». Lo mismo, aunque en sentido contrario, parece señalar ahora el papa Francisco, al decir que «el Misal de Pablo VI es la única expresión de la lex orandi del Rito Romano». Justamente. Porque el Misal de Pablo VI corresponde a otra lex credendi, a la doctrina nueva del Concilio Vaticano II, que rompe con toda la Tradición y el Magisterio anterior, y por ende con su expresión litúrgica, su lex orandi, la Misa de San Pío V. Por eso concluía nuestro Superior General: «Los sacerdotes y fieles que, durante estos últimos años, han ido descubriendo la Misa tradicional, y a través de ella se han acercado a un nuevo horizonte espiritual y moral, van a enfrentarse ahora a una elección importante respecto de la fe: elegir la fe católica en su totalidad, y por ella a Nuestro Señor Jesucristo, su cruz, su sacrificio y su realeza… Estos mismos sacerdotes y fieles encontrarán en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X la esperanza y la certeza de que la Misa tridentina nunca desaparecerá de la faz de la tierra». m
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Reflexiones sobre el motu proprio “Traditionis custodes”
Mantener la fe por medio de la misa de siempre ¿Cuál es el medio para mantener la fe católica? Mantener vuestra santa misa, que es la piedra fundamental de la Iglesia, pues constituye el tesoro que nos dio Nuestro Señor Jesucristo. “Éste es el cáliz de mi Sangre, del nuevo y eterno Testamento”. El Testamento de Nuestro Señor Jesucristo es su Sangre derramada por la remisión de los pecados. Conservamos la misa no porque es de rito latino sino porque encierra explícitamente las verdades de la fe. Hay misas de otros ritos, pero todos ellos contienen las verdades de nuestra fe católica y las proclaman. Tenemos que aferrarnos con toda nuestra alma y con todo nuestro corazón al santo sacrificio de la misa porque es por este medio por donde alcanzaremos realmente lo que ha hecho por nosotros el amor de Dios. Pues si alguna prueba hay del amor de Dios por nosotros, es claramente Nuestro Señor Jesucristo crucificado en la Cruz. ¿Qué más podía hacer sino inmolarse en la Cruz para redimirnos de nuestros pecados? No podemos abandonar el culto de Nuestro Señor Jesucristo, y aunque sea en una sala como ésta, que vosotros habéis procurado preparar lo más dignamente posible para reuniros, vosotros continuáis la Iglesia católica. Es lo que ya decía san Atanasio a los que lo criticaban porque quería mantener las tradiciones: “Vosotros tenéis las iglesias, pero nosotros tenemos la fe. Quedaos con las iglesias si queréis, guardad los templos, pero nosotros guardamos la fe”. Es lo que vosotros decís al venir a una de estas salas: “Quedaos con vuestras iglesias, ya que nos impedís adorar realmente en ellas a Nuestro Señor Jesucristo. Nosotros queremos guardar la fe y continuar la Iglesia”. De este modo estáis manifestando que queréis reuniros alrededor del altar, del santo sacrificio de la misa y de los sacerdotes que hacen las funciones litúrgicas del mismo modo que la Iglesia lo ha hecho siempre, y para guardar vuestra fe y la de vuestros hijos. Es el mayor servicio que podéis prestar a la Iglesia, a la espera de que un día podáis volver a llenar vuestras iglesias, que fueron construidas para este culto y no para un culto que se parece al protestante. Queremos guardar la fe católica a través de la misa católica y no de una misa ecuménica, que aun si es válida y no es herética, favorece la herejía. La única actitud lógica para guardar la fe católica es guardar la misa católica, y esta misa es contraria al espíritu del Concilio, al ecumenismo, a la colegialidad y también al liberalismo que hay en el Concilio. Nuestra misa es la del sacrificio, y sólo hay un sacrificio que nos abre las puertas del Cielo: “Tu devicto mortis aculeo..., Tú, librándonos de las cadenas de la muerte, nos has conducido al Cielo por la Cruz”. La Cruz es el camino que nos lleva al Cielo. El sacrificio de Nuestro Señor es la senda real que nos lleva a la eternidad. No hay otro camino. Para nosotros lo que cuenta es celebrar nuestro santo sacrificio según la tradición de nuestros Padres, de los Apóstoles y de los que les siguieron y nos trasmitieron este rito, que fue restaurado por San Pío V, San Pío X y por Juan XXIII. Mons. Marcel Lefebvre, La Misa de siempre
De “Summorum pontificum” a “Traditionis custodes”, o de la reserva al zoológico El Papa Francisco publicó un Motu proprio cuyo título podría llenarnos de esperanza: Traditionis custodes, “Custodios de la Tradición”. Sabiendo que este texto está dirigido a los obispos, se podría empezar a soñar: ¿acaso la Tradición está en proceso de recuperar sus derechos dentro de la Iglesia?
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odo lo contrario. Este nuevo Motu proprio lleva a cabo una eliminación. Ilustra la precariedad del magisterio actual e indica la fecha de caducidad de Summorum pontificum de Benedicto XVI, que ni siquiera podrá celebrar su decimoquinto aniversario. Todo, o casi todo, en Summorum pontificum, ha sido dispersado, abandonado o destruido. Además, el objetivo se indica claramente en la carta que acompaña a esta eliminación. El Papa enumera dos principios “sobre el modo de proceder en las diócesis”: “por un lado, para proporcionar el bien de aquellos que están arraigados en la forma de celebración anterior y que necesitan tiempo para volver al rito romano promulgado por los santos Pablo VI y Juan Pablo II”. Y, por otro lado: “para interrumpir la erección de nuevas parroquias personales, vinculadas más al deseo y a la voluntad de sacerdotes individuales que a
la necesidad real del ‘santo Pueblo fiel de Dios’”. Una extinción programada Mientras Francisco se convierte en el defensor de las especies animales o vegetales en peligro de extinción, decide y promulga la extinción de aquellos que están apegados al rito inmemorial de la Santa Misa. Esta especie ya no tiene derecho a vivir: debe desaparecer. Y se utilizarán todos los medios para lograr este resultado. En primer lugar, una estricta reducción de la libertad. Hasta ahora, los espacios reservados al rito antiguo tenían una cierta latitud de movimiento, muy parecido a las reservas naturales. Hoy, hemos pasado al régimen del zoológico: jaulas, estrechamente limitadas y delimitadas. Su número está estrictamente monitoreado, y una vez instaladas, estará prohibido crear más.
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Los custodios (¿o deberíamos decir los carceleros?) no son otros que los propios obispos. Todo esto se especifica en el artículo 3, párrafo 2: “el obispo deberá indicar uno o varios lugares donde los fieles pertenecientes a estos grupos pueden reunirse para la celebración de la Eucaristía (no en las iglesias parroquiales y sin erigir nuevas parroquias personales)”. El reglamento interno de estas celdas está estrictamente controlado (artículo 3, párrafo 3): “El obispo establecerá en el lugar indicado los días en que se permiten las celebraciones eucarísticas, utilizando el Misal Romano promulgado por San Juan XXIII en 1962”. Este control se extiende hasta el más mínimo detalle (ídem): “En estas celebraciones, las lecturas se proclamarán en lengua vernácula, utilizando las traducciones de la Sagrada Escritura para uso litúrgico, aprobadas por las respectivas Conferencias Episcopales”. Ni hablar de utilizar la traducción de un Dom Lefebvre o de un leccionario de antaño. La eutanasia está prevista para los especímenes considerados no aptos para cuidados paliativos (artículo 3, párrafo 5): “El obispo procederá, en las parroquias personales erigidas canónicamente en beneficio de estos fieles, a una valoración adecuada de su utilidad real para el crecimiento espiritual, y decidirá si las mantiene o no”. Además, la reserva es eliminada en su totalidad, ya que desaparece la comisión Ecclesia Dei (artículo 6): “Los institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, establecidos por la Comisión Pontificia Ecclesia Dei pasan a ser competencia de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica”.
Prohibido a los migrantes Mientras el Papa no deja de ocuparse de todo tipo de migrantes, en las prisiones que instala queda estrictamente prohibida cualquier tipo de intrusión. Para asegurarse de impedir la constitución de reservas salvajes, el Papa pro-
híbe cualquier ampliación de la prisión (artículo 3, párrafo 6): “El obispo (...) cuidará de no autorizar la creación de nuevos grupos”. Esta medida también es similar a una esterilización: queda prohibida la reproducción y perpetuación de estos salvajes del pasado que deben desaparecer. Esta esterilización también concierne a los sacerdotes que serán ordenados en el futuro (artículo 4): “Los presbíteros ordenados después de la publicación del presente Motu proprio, que quieran celebrar con el Missale Romanum de 1962, deberán presentar una solicitud formal al obispo diocesano, que consultará a la Sede Apostólica antes de conceder la autorización”. En cuanto a los sacerdotes que ya se benefician de una autorización, de ahora en adelante necesitarán una renovación de su pase “de celebración”, que es similar a un visado temporal (artículo 5): “los presbíteros que ya celebran se-
De “Summorum Pontificum” a “Traditionis custodes”, o de la reserva al zoológico gún el Missale Romanum de 1962, pedirán al obispo diocesano la autorización para seguir manteniendo esa facultad”. Por tanto, si se trata de contener, reducir o incluso destruir estos grupos, los obispos tienen carta blanca, pero si es necesario autorizar, el Papa no se fía de ellos: hay que pasar por Roma. Mientras decenas de sacerdotes, muchas veces apoyados por sus obispos, se burlaron de la Congregación para la Doctrina de la Fe al “bendecir” a las parejas homosexuales sin ninguna reacción romana excepto una velada aprobación de Francisco a través de su mensaje al Padre Martin, los futuros sacerdotes serán estrechamente vigilados si consideran la posibilidad de celebrar según la Misa de San Pío V.
Evidentemente, es más fácil ocultar su falta de autoridad aterrorizando a los fieles que no resistirán, que controlar el cisma alemán. Como si no hubiera nada más urgente que golpear a esta parte del rebaño... Vacunación contra el lefebvrismo El gran miedo a la contaminación del virus lefebvrista es exorcizado con la vacuna obligatoria Vat. II -del laboratorio Moderno- (artículo 3, párrafo 1): “El obispo comprobará que estos grupos no
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excluyan la validez y la legitimidad de la reforma litúrgica, de las disposiciones del Concilio Vaticano II y del Magisterio de los Sumos Pontífices”. Y se elimina sin piedad todo aquello que pudiera ser una fuente potencial de contagio (artículo 8): “Quedan abrogadas las normas, instrucciones, concesiones y costumbres anteriores que no se ajusten a las disposiciones del presente Motu Proprio”. Arrastrado por su entusiasmo, el Papa prácticamente dice que la Misa antigua es un virus peligroso del que es necesario protegerse. Por ejemplo, en el artículo 1 se precisa: “Los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano”. Si el Novus ordo es la única expresión de la lex orandi, ¿cómo calificar a la Misa Tridentina? ¿Está en un estado de ingravidez litúrgica o canónica? ¿No tiene esta Misa derecho al lugar que todavía ocupan el rito dominico, el rito ambrosiano o el rito lionés en la Iglesia latina? Esto es lo que se desprende de lo que dice el Papa en la carta que acompaña al Motu proprio. Parece que, sin sospechar del paralogismo que comete, escribe: “Me reconforta en esta decisión el hecho de que, tras el Concilio de Trento, San Pío V también derogó todos los ritos que no podían presumir de una antigüedad probada, estableciendo un único Missale Romanum para toda la Iglesia latina. Durante cuatro siglos, este Missale Romanum promulgado por San Pío V fue, pues, la principal expresión de la lex orandi del Rito Romano, cumpliendo
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una función unificadora en la Iglesia”. La conclusión lógica que se desprende de esta comparación es que este rito debe mantenerse. Más aún cuando la bula Quo primum de San Pío V lo protege contra cualquier ataque. Así lo confirmó también la comisión de cardenales reunida por Juan Pablo II, que afirmó, casi unánimemente (8 de 9), que ningún obispo podía impedir que un sacerdote celebrara la Misa antigua, después de haber observado, por unanimidad, que esta última jamás había sido prohibida. Y también lo confirma aquello que el Papa Benedicto XVI aceptó y ratificó en Summorum pontificum. No obstante, para Francisco, los ritos antiguos mantenidos por San Pío V, incluida la llamada Misa Tridentina, aparentemente no tienen ningún valor unificador. El nuevo rito, y solo él, con sus cincuenta años de existencia, sus infinitas variaciones y sus innumerables abusos, es capaz de dar unidad litúrgica a la Iglesia. La contradicción es flagrante. Volviendo a su idea de la eliminación de especies, el Papa escribe a los obispos: “Sobre todo, les corresponde trabajar por la vuelta a una forma unitaria de celebración, verificando caso por caso la realidad de los grupos que celebran con este Missale Romanum”. Una ley claramente opuesta al bien común La impresión general que surge de estos documentos -Motu proprio y carta adjunta del Papa- da la impresión de un sectarismo acompañado de un abuso de poder manifiesto. La Misa Tradicional pertenece a la parte más íntima del bien común en la
Iglesia, por lo tanto, restringirla, rechazarla, arrojarla a los guetos y, en última instancia, planificar su desaparición, no puede tener ninguna legitimidad. Esta ley no es una ley de la Iglesia, porque, como dice Santo Tomás, una ley no puede ser válida si atenta contra el bien común. Pero hay algo más en los entresijos, un tinte evidente de la saña manifestada por ciertos fanáticos furibundos de la reforma litúrgica contra la Misa Tradicional. El fracaso de esta reforma queda puesto de manifiesto, como en un claroscuro, por el éxito de la Tradición y de la Misa Tridentina. Por eso no pueden aceptarla. Sin duda, imaginan que su total desaparición hará que los fieles regresen a las iglesias drenadas de lo sagrado. Trágico error. El magnífico auge de esta celebración digna de Dios solo resalta más su pobreza: ella no es la causa de la desertificación producida por el nuevo rito. Lo cierto es que este Motu proprio, que tarde o temprano terminará en el olvido de la historia de la Iglesia, no es una buena noticia en sí mismo: marca un freno, por parte de la Iglesia, en la reapropiación de su Tradición, y retrasará el fin de la crisis que ha durado más de sesenta años. En cuanto a la Fraternidad San Pío X, encuentra en esto un nuevo motivo de fidelidad a su fundador, Monseñor Marcel Lefebvre, y de admiración por su previsión, su prudencia y su fe. Si bien la Misa tradicional está en vías de ser eliminada, y las promesas hechas a las sociedades Ecclesia Dei tampoco se están cumpliendo, la Fraternidad San Pío X encuentra en la libertad que le legó el Obispo de Hierro, la posibilidad de continuar luchando por la fe y el reinado de Cristo Rey. m
Bula “Quo primum tempore”
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ío Obispo, Siervo de los Siervos de Dios para perpetua memoria Desde el primer instante de nuestra elevación a la cima de la Jerarquía Eclesiástica Nos hemos dirigido con agrado todo nuestro ánimo y nuestras fuerzas, y nuestros pensamientos todos hacia aquellas cosas que por su naturaleza tiendan a conservar la pureza del culto de la Iglesia, y con la ayuda del mismo Dios Nos hemos esforzado en realizarlas en plenitud, poniendo en ello todo nuestro cuidado. Como entre otras decisiones del Santo Concilio de Trento, nos incumbe decidir la edición y reforma de los libros sagrados, el Catecismo, el Breviario, y el Misal, después de haber ya, gracias a Dios, editado el Catecismo, para la ilustración del pueblo y para que sean rendidas a Dios las alabanzas que le son debidas; corregido completamente el Breviario, para que el Misal corresponda al Breviario (lo que es normal y natural, ya que es sumamente conveniente que no haya en la Iglesia de Dios más que una sola manera de salmodiar, un solo rito para celebrar la Misa), Nos pareció necesario pensar lo más pronto posible en lo que faltaba por hacer en éste campo, a saber, editar el mismo Misal. Es por esto que Nos hemos estimado deber confiar éste cargo a sabios escogidos; y de hecho son ellos, quienes, después de haber reunido cuidadosamente todos los manuscritos, no solamente los antiguos de Nuestra Biblioteca Vaticana, sino también otros buscados en todas partes, corregidos y
exentos de alteración, así como las decisiones de los Antiguos y los escritos de autores estimados que nos han dejado documentos relativos a la organización de esos mismos ritos, han restablecido el mismo Misal conforme a la regla y a los ritos de los Santos Padres. Una vez éste revisado y corregido, después de madura reflexión para que todos aprovechen de ésta disposición y del trabajo que hemos emprendido, Nos hemos ordenado que fuese impreso en Roma lo más pronto posible, y que una vez impreso, fuese publicado, a fin de que los sacerdotes sepan con certeza que oraciones deben utilizar, cuáles son los ritos y cuáles las ceremonias que deben bajo obligación conservar en adelante en la celebración de las misas: para que todos acojan por todas partes y observen lo que les ha sido transmitido por la Iglesia Romana, Madre y Maestra de todas las otras iglesias y para que en adelante y para el tiempo futuro perpetuamente, en todas las iglesias, patriarcales, catedrales, colegiatas y parroquiales de todas las provincias de la Cristiandad, seculares o de no importa qué Ordenes monásticas, tanto de hombres como de mujeres, aun de Ordenes militares regulares y en las iglesias y capillas sin cargo de almas en las cuales la celebración de la Misa conventual en voz alta con el Coro, o en voz baja siguiendo el rito de la Iglesia romana es de costumbre u obligación, no se canten o no se reciten otras fórmulas que aquellas conformes al Misal que Nos hemos publicado, aun
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si éstas mismas iglesias han obtenido una dispensa cualquiera por un indulto de la Sede Apostólica, por el hecho de una costumbre, de un privilegio o de un juramento mismo, o por una confirmación apostólica, o están datados de otros permisos cualesquiera; a menos que después de la primera institución aprobada por la Sede Apostólica o después de que se hubiese establecido la costumbre, ésta última o la institución misma hayan sido observadas sin interrupción en éstas mismas iglesias por la celebración de misas durante más de doscientos años. En éste caso Nos no suprimimos a ninguna de esas iglesias su institución o costumbre de celebrar misa; pero si éste Misal que Nos hemos hecho publicar les agrada más, con la aprobación y consejo del Obispo o del Prelado, o del conjunto del Capítulo, Nos permitimos que, no obstando nada en contrario, ellas puedan celebrar la Misa siguiendo éste. Pero ciertamente, al retirar a todas las iglesias antes mencionadas el uso de sus misales propios y dejarlos totalmente, determinados que a éste Misal justamente ahora publicado por Nos, nada se le añada, quite o cambie en ningún momento y en ésta forma Nos lo decretamos y Nos lo ordenamos a perpetuidad, bajo pena de nuestra indignación, en virtud de nuestra constitución. Nos hemos decidido rigurosamente para el conjunto y para cada una de las iglesias enumeradas arriba, para los Patriarcas, los Administradores y para todas las otras personas revestidas de alguna dignidad eclesiástica, sean ellos aun Cardenales de la Santa Iglesia Romana o tengan todo otro grado o preeminencia cualquiera, que ellos deberán en virtud de la santa obediencia abandonar en el futuro y enteramente todos los otros principios y ritos, por
antiguos que sean provenientes de otros misales, los cuales han tenido el hábito de usar, y cantar o decir la Misa siguiendo el rito, la manera y la regla que Nos enseñamos por este Misal y que ellos no podrán permitirse añadir, en la celebración de la Misa, otras ceremonias o recitar otras oraciones que las contenidas en el Misal. Y aun, por las disposiciones de la presente y en nombre de Nuestra Autoridad Apostólica, Nos concedemos
y acordamos que este mismo Misal podrá ser seguido en totalidad en la misa cantada o leída en todas las iglesias, sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en ningún castigo, condenación o censura y que podrá válidamente usarse, libre y lícitamente y esto a perpetuidad. Y de una manera análoga, Nos hemos decidido y declaramos que los Superiores, Administradores, Canónigos, Capellanes y otros sacerdotes de cualquier nombre que sean designados o los religiosos de una Orden cualquie-
Bula “Quo primum tempore” ra, no pueden ser obligados a celebrar Misa de otra manera diferente a como Nos la hemos fijado y que jamás nadie, quienquiera que sea podrá contrariarles o forzarles a cambiar de misal o a anular la presente intrusión o a modificarla, sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda su fuerza, no obstante las decisiones anteriores y las Constituciones Generales o Especiales emanadas de Concilios Provinciales y Generales, ni tampoco el uso de las iglesias antes mencionadas confirmadas por una regla muy antigua e inmemorial, pero que no se remonta a más de 200 años, ni las decisiones ni las costumbres contrarias cualesquiera que sean. Nos queremos, al contrario, y Nos lo decretamos con la misma autoridad, que después de la publicación de Nuestra presente constitución así como del Misal, todos los sacerdotes que están presentes en la Curia Romana estén obligados a cantar o a decir Misa según este Misal dentro de un mes. Aquellos que están de este lado de los Alpes en un término de tres meses; y en fin, los que viven del otro lado de las montañas en un término de los seis meses o desde que puedan obtener este Misal. Y para que en todo lugar de la tierra él sea conservado sin corrupción y exento de faltas y de errores. Nos prohibimos igualmente por Nuestra Autoridad Apostólica y por el contenido de instrucciones semejantes a la presente, a todos los impresores domiciliados en el dominio sometido directa o indirectamente a Nuestra autoridad y a la Santa Iglesia Romana, bajo pena de confiscación de libros y de una multa de 200 ducados de oro pagaderos al Tesoro Apostólico; y a los otros, que vivan en cualquier lugar del mundo, bajo pena de excomunión (latae sententiae)
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y de otras sanciones en Nuestro poder, el tomarse la libertad en ninguna forma o arrogarse el derecho de imprimir este Misal o de ofrecerlo o de aceptarlo sin Nuestro permiso o un permiso especial de un Comisario Apostólico que esté encargado por Nos de este asunto y sin que este Comisario haya comparado con el Misal impreso en Roma, siguiendo la gran impresión, un original destinado al mismo impresor para servirle de modelo para aquellos que el dicho impresor deba imprimir ni sin que no se haya primeramente bien establecido que concuerda con el dicho Misal y no presenta absolutamente ninguna divergencia en relación con este. Por consiguiente, como será difícil transmitir la presente carta a todos los lugares de la Cristiandad y llevarla en seguida al conocimiento de todos, Nos ordenamos publicarla y colocarla, siguiendo la costumbre, en la Basílica del Príncipe de los Apóstoles, etcétera. Que absolutamente nadie, por consiguiente, pueda anular esta página que expresa Nuestro permiso, Nuestra decisión, Nuestro mandamiento, Nuestro precepto, Nuestra concesión, Nuestro indulto, Nuestra declaración, Nuestro decreto y Nuestra prohibición ni ose temerariamente ir en contra de estar disposiciones. Si, sin embargo, alguien se permitiesen una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios Todopoderoso y sus bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo. Dado en Roma, en San Pedro, el año mil quinientos setenta de la Encarnación del Señor la víspera de las Idas de Julio en el quinto año de nuestro pontificado. m PIUS PP. V
Consideraciones prácticas sobre la vacuna contra el Covid-19 Padre Arnaud Sélégny Si existe un tema que hoy inquieta las conciencias es el de la vacuna contra el Sars-Cov-2, también llamado Covid-19. Es una cuestión omnipresente en las noticias, en las conversaciones, en las acciones de la vida diaria, y se inmiscuye en la vida de todos causando conmoción y, a menudo, angustia. Y con razón. Sin embargo, las posiciones absolutas y categóricas con frecuencia generalizadas, como considerar a las personas vacunadas como Judas y a los que se niegan a vacunarse como mártires, o viceversa, parecen excesivas, por decir lo menos, y a menudo indican una evidente falta de caridad. Por tanto, frente a esta preocupación generalizada, ¿cómo se puede determinar la conducta práctica que cada uno de nosotros debe adoptar?
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as objeciones contra la vacuna
Existen varias objeciones contra las vacunas anti-Covid-19, según distintos aspectos: científico, médico, político y social. Algunas vacunas, en particular las elaboradas mediante la denominada técnica de ARNm, son criticadas por no cumplir con ciertos criterios científicos habituales en el campo: tiempo de desarrollo demasiado corto, la rapidez vertiginosa de su comercialización, fases clínicas de prueba insuficientes, negligencia en la consideración de diversos efectos secundarios, etc. Todo esto genera una cierta perplejidad respecto a la solidez del aspecto científico detrás de estas vacunas. Asimismo, se señala que los efectos secundarios dañinos, de mayor o menor gravedad, no se tienen suficientemente en cuenta o no se han evaluado correctamente, e incluso se han ocultado; se teme que las consecuencias descono-
cidas de la vacunación representen un peligro importante, en cualquier caso más de lo que se reconoce; algunos laboratorios fabricantes de la vacuna también han señalado deficiencias en otros productores... Dado que la salud se ha convertido en una prioridad en nuestro mundo, estos elementos preocupan comprensiblemente incluso a los defensores de la vacunación. También se cuestionan los compromisos políticos detrás de las campañas de vacunación. La vacuna es vista como un paso hacia la dominación mundial de poderes más o menos ocultos. La vacunación obligatoria para ciertas categorías de personal en determinados países también se denuncia como una violación de las libertades individuales. Esto suscita una preocupación generalizada que tampoco es infundada. Finalmente, las consecuencias sociales de esta situación, junto con la implementación, en casi todo el planeta, de un “pase sanitario”, también se señalan por
Consideraciones prácticas sobre la vacuna contra el Covid-19
diversos motivos que giran en torno a la libertad individual, social o religiosa. Algunos recuerdan acertadamente que la vacunación debe ser voluntaria y que no se puede imponer de manera encubierta segregando a quienes la rechazan. Las diversas tácticas de presión empleadas para empujar a la población hacia esta solución conducen a la creciente y comprensible exasperación de muchos. La vacunación: un acto regido por la prudencia ¿Son suficientes estas objeciones para condenar a priori a todo aquel que acepte vacunarse? Cabe recordar aquí que, como cualquier acto humano concreto, vacunarse es un acto regido por la prudencia personal, incluso familiar, en el caso de los niños. Es decir, corresponde a cada individuo tomar esta decisión, según las luces específicas de cada uno y las circunstancias precisas en las que se encuentre. En efecto, todo acto humano exige la consideración del objeto moral, el fin y las circunstancias, particularmente de tiempo, de lugar y los medios. Sin embargo, inevitablemente, estas circunstancias varían infinitamente según las situaciones humanas: por tanto, cada uno debe decidir por sí mismo, según las circunstancias en las que se encuentre, y sopesando desde su punto de vista los posibles riesgos a los que su acción lo expone a él y a los que lo rodean. Desde luego, es recomendable pedir consejo y solicitar ayuda para determinar las mejores acciones a adoptar, pero
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al final, es el interesado quien mejor puede elegir y quien debe tomar su decisión, porque nadie mejor que él conoce sus necesidades y requisitos. Podemos ser más o menos hábiles en la conducción de nuestras vidas, pero la prudencia de las decisiones que tomamos depende de nosotros. Tomemos un ejemplo: los diversos tipos de seguros a los que debemos o podemos estar sujetos; algunos son obligatorios, otros son voluntarios, como los seguros de vida o de salud, por ejemplo, y cada uno debe decidir si contrata o no este o aquel seguro. Otro ejemplo, el del fumador: fumar es una cuestión de pru-
dencia personal, y corresponde a cada uno contraer o no este hábito, teniendo en cuenta los riesgos a los que se expone. Es posible que algunas decisiones no sean las mejores: tal vez sean menos buenas, sin embargo, no por eso son necesariamente malas y, por tanto, deben respetarse. Asimismo, en ocasiones vemos a las personas comportarse de maneras que consideramos verdaderamente imprudentes, y es muy posible que tengamos razón al respecto. Después de haber intentado todo para orientar a estas personas, conviene tomar distancia
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con respecto a la decisión que finalmente tomen. A veces incluso puede suceder que los errores resulten útiles, al ser una oportunidad para que la persona se corrija y mejore. Esto no es más que un recordatorio de los elementos que son aplicables a todos los actos morales. De estas consideraciones se desprende, en el asunto que nos ocupa, que corresponde a cada uno decidir, según su prudencia, si debe vacunarse o no. Después de investigar, reflexionar e incluso consultar con personas competentes para evaluar las objeciones mencionadas anteriormente, cada uno puede tomar libremente su decisión, de acuerdo con su conocimiento y valoración de las circunstancias. Y es tan anormal querer dictarle a alguien cómo debe comportarse en este asunto, como es querer obligarlo en materia de seguros, tabaquismo o incluso de régimen alimenticio. Consideraciones adicionales Finalmente, puede ser que exista una necesidad más o menos grave que nos obligue a vacunarnos. Por ejemplo, si solo estando vacunado es posible tener acceso a los agonizantes para conferirles los sacramentos, se debe preferir la salvación del prójimo a la propia salud o tranquilidad. Lo mismo ocurre con todos aquellos que están obligados en justicia, según su deber de estado, a velar por la salvación del prójimo. El mismo razonamiento se aplica para la obtención del bien común tem-
poral o social: el soldado que da su vida por la patria está obligado a hacerlo por un deber, el médico está obligado por la ley natural a curar a sus pacientes o a renunciar: este deber de defender la patria o de curar a los pacientes puede obligar a tomar los medios necesarios para su cumplimiento. Otra necesidad, la que se deriva de la caridad, exige a veces sacrificios para
asegurar la salvación o el bien del prójimo. No tiene la misma fuerza que la necesidad impuesta por la justicia, pero existe y concierne a todo hombre con respecto a su prójimo. Ahora bien, dada la necesidad de un pase sanitario para poder desplazarse, puede suceder que la obligación de cumplir con un deber de caridad nos empuje a aceptar la vacuna. Es cierto que las condiciones actuales pueden parecer abusivas, al igual que la presión ejercida para obligar a las personas a vacunarse. El temor a ser sometidos a una mayor vigilancia tampoco es producto de la imaginación. Sin embargo, es necesario reconocer que aceptamos someternos a muchas presiones y limitaciones por razones de justicia, caridad, bien común o bien espiritual. Por ejemplo, sabemos que el simple hecho de usar un teléfono inteligente, una tarjeta de crédito, navegar por in-
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ternet o incluso conducir un automóvil nos pone bajo la vigilancia del estado en casi todo momento. Hay quienes evitan esta vigilancia renunciando a utilizar estos medios electrónicos. Pero otros, o no tienen esa opción debido a su profesión, o aceptan esta limitación con la esperanza de obtener un bien. Por tanto, es necesario concluir que el hecho de consentir la vacunación contra el Covid-19 puede constituir en ocasiones un acto eminentemente prudente, en el sentido moral del término. Y corresponde a cada uno elegir si lo hace o no, en función de sus circunstancias, después de haber recibido la información o el consejo de personas competentes en su campo. La licitud moral de la vacuna Sin embargo, resta una objeción que puede proponerse en esta etapa: las vacunas se preparan o elaboran a partir de células que permiten el cultivo de virus en el proceso de producción. Sin embargo, como ya se mencionó antes, algunas vacunas se elaboran en tejidos cultivados a partir de células obtenidas de un aborto. ¿No es entonces absolutamente inmoral utilizar tales vacunas? ¿Y no son las mejores intenciones incapaces de justificar esta elección? Como dice San Pablo: “No hagamos el mal para obtener un bien”. Señalemos, en primer lugar, que algunas vacunas que se han comercializado no presentan este problema, como la vacuna Curevac fabricada en Alemania. Pero no siempre es posible obtener estas vacunas “limpias” en todos los países. Por lo tanto, esta cuestión no aplica
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para ellos. En el caso de las vacunas vinculadas a un aborto, ya se han expuesto anteriormente los principios morales; pero para explicarlo aquí de forma quizá más clara
y evidente, reflexionemos. La pregunta que se plantea es: ¿es lícito beneficiarse de un aborto realizado en el pasado vacunándose con un producto elaborado a partir de esas células? En otras palabras, ¿quien se beneficia de un pecado pasado está cometiendo una falta? La respuesta la da Santo Tomás de Aquino: “Una cosa es aprobar la maldad de alguien, y otra es servirse de su maldad para el bien. En efecto, aprobar la maldad de otro es considerar como algo bueno la ejecución de esta mala acción y tal vez inclinarlo a cometerla, y esto siempre es un pecado. Por otro lado, usar la maldad de otro, es convertir en algo bueno la mala acción; y así es como Dios se sirve de los pecados de los hombres obteniendo algún bien de ellos. Así también es lícito que un hombre se sirva del pecado de otro para el bien”. De malo, pregunta XIII, artículo 4, ad 17. Ver también Suma Teológica, II-II, 78, 4. En este caso, no se trata de un mal que uno mismo comete, sino de un pecado cometido por otro: por eso es necesario primero reprobar el pecado pasado y
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no consentir en su malicia. Esta desaprobación es interna, pero también puede ser necesario manifestarla externamente, especialmente cuando se trata de evitar el escándalo que podría derivarse de este uso: ya sea escándalo hacia el prójimo, o riesgo de que uno mismo relativice en mayor o menor grado el pecado inicial, por costumbre o por interés propio. Por tanto, debemos dejar en claro que no estamos consintiendo el pecado del cual resulta un beneficio: por eso solo se actuará si existe una razón “proporcional”. Esto significa que cuanto más grave
y escandaloso sea el pecado pasado, más importante debe ser la razón para beneficiarse de él; asimismo, cuanto más cerca está este pecado a su buen efecto, es decir, cuanto más influye el pecado en este efecto, más se debe exigir una causa grave. En el caso que nos ocupa, conviene recordar que, si bien el aborto es un delito particularmente atroz, que implica el riesgo de escándalo, sin embargo, solo permite la fabricación de vacunas de forma indirecta y muy remota. Por tanto, es posible la existencia de un motivo razonable para consentir en recibir la vacuna: por ejemplo, la pérdida inevitable del trabajo o de las responsabi-
lidades sociales, la necesidad de visitar a un anciano para asistirlo y no dejarlo abandonado… Por consiguiente, si existe una razón justificada y proporcional a los posibles peligros, no es inmoral vacunarse con un producto que haya sido elaborado o puesto a prueba con las células antes mencionadas. Conclusión La vacunación contra el Covid-19 sigue siendo un tema delicado y debatido. Numerosas teorías complejas chocan entre sí, y no es fácil ver las cosas claramente. Las incógnitas que giran en torno a este tema, las presiones ejercidas y los intereses políticos solo se suman a la dificultad. Sobre todo, porque no podemos ignorar el hecho muy real de que el Covid existe y reclama víctimas. Sin embargo, dado que vacunarse es una elección individual y una cuestión de prudencia personal, es importante no convertirlo en una cuestión dogmática o teológica. Cada uno debe actuar según su prudencia, y la caridad debe ser la ley que regule los intercambios en esta cuestión, como en cualquier otra. Que cada uno se dedique a esclarecer su juicio con los medios que pueda procurarse, y en primer lugar en el orden sobrenatural, mediante la oración y el recurso al Espíritu Santo. Esto le permitirá asumir sus responsabilidades ante Dios y así tomar una decisión con total libertad. Y entonces, que el prójimo se esfuerce por respetar esta elección y tolerar una decisión distinta a la suya, sea aceptar vacunarse o no. m
La Iglesia en la tormenta Padre Benoît de Jorna
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a Iglesia está hoy en medio de una terrible tormenta. Esta imagen, esta comparación, si profundizamos en ella, nos permitirá, creo, saber mejor cuál debe ser la actitud católica que debe seguirse hoy. Cuando se está en un barco en alta mar, la tempestad se caracteriza primero por las borrascas que no se pueden prever y que se suceden de forma aleatoria, pero sin embargo próximas. Estas borrascas son peligrosas y destructivas tanto para el navío como para sus ocupantes. Tempestad en la Santa Iglesia Es lo que vemos en la Santa Iglesia. A intervalos próximos surgen escándalos morales devastadores, pero también iniciativas doctrinales y prácticas que vienen de la propia cúspide de la jerarquía. Modificación de las leyes del matrimonio, abolición al menos parcial
del celibato eclesiástico, furioso “ecologismo”, transformación de la Curia romana, declaraciones asombrosas a los medios de comunicación, pasmosas, a veces aterradoras, apoyo a una inmigración descontrolada, diálogo interreligioso en todas las direcciones, son algunas de las iniciativas turbadoras lanzadas al público y con las cuales se nos ha regado desde hace varios años. En una tempestad la potencia de las borrascas sobrepasa ampliamente las capacidades de los marinos, y no hay que dejarse llevar por las ilusiones hasta el punto de creer que su acción destructora se podrá realmente impedir con nuestras propias fuerzas. La única cosa posible y razonable es intentar preservar, mal que bien, tanto a los hombres en el barco como el mismo barco, principalmente su capacidad de maniobra. En esta situación de la Iglesia no debemos pues pretender, nosotros solos, cam-
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biar radicalmente la situación, que nos excede y se nos escapa habida cuenta la desproporción entre nuestras pequeñas obras y la potencia de la jerarquía eclesiástica (aunque sea, desgraciadamente, tan debilitada como hoy) reforzada con la del mundo. Estamos así condenados a sufrir estas borrascas e, incluso aunque intentemos ponernos al abrigo lo mejor que podamos, para no ser inopinadamente arrastrados por una ola o un golpe de viento imprevisto, soportamos las consecuencias inevitables de la situación. El ministerio de los sacerdotes se hace más difícil, y se encuentra cada vez más a menudo con situaciones morales rigurosamente desconocidas hace todavía veinte años. La vida cristiana de los fieles se da de bruces con obstáculos multiplicados, con tentaciones hace poco insospechadas. Hay que pensar en protegerse Hay pues que pensar, primero y, antes que nada, en protegernos de las influencias deletéreas, sin dejar evidentemente de predicar el Evangelio y de dar testimonio de Cristo, cada cual según nuestra vocación. Es un equilibrio siempre inestable, no fácil de encontrar, que debe conservarse, a fin de no ser destruido por una situación moralmente peligrosa, al mismo tiempo que no nos “enquistamos” de manera cobarde y egoísta. Es así, por ejemplo, como Mons. Lefebvre tuvo esa magnífica intuición de los prioratos, donde los sacerdotes están protegidos del mundo y pueden rehacer
sus fuerzas físicas, mentales y espirituales, antes de volver a partir al apostolado para llevar a las almas la luz de Cristo. Es innegable que esta situación tempestuosa es como la onda de choque del huracán que fue el concilio Vaticano II. Por ello convenía que la Hermandad de San Pío X pidiese que se realizara de nuevo un trabajo doctrinal sobre las cuestiones controvertidas. Ahora bien, Roma nos ha respondido claramente hace poco que por el momento no se
Después de 27 años de apostolado en Japón, la Fraternidad San Pío X pudo finalmente abrir un priorato en Tokio. Desde su ordenación sacerdotal en junio de 1993, el Padre Onoda volaba constantemente desde Filipinas a Japón para ejercer su apostolado en su propio país. Finalmente, el nuevo priorato “Stella Matutina” se inauguró el 2 de enero de 2021.
contempla volver sobre las cuestiones doctrinales, que son sin embargo el nudo de la cuestión y bloquean la cuestión canónica, la cual no puede ser sino subsiguiente. Por supuesto, esto no nos impide en absoluto aprovechar la benevolencia de este o de tal otro obispo diocesano, que nos permita ejercer más ampliamente y en mejores condiciones nuestro apostolado enteramente fundado sobre la Tradición, y esto sin ninguna componenda por nuestra parte. Puesto que, según la frase de Louis Veuillot, “todo lo que es
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católico es nuestro”, no tenemos ninguna razón para privarnos, si finalmente se nos concede sin contrapartida, de lo que pertenece al patrimonio de la Iglesia y puede contribuir al bien espiritual de las almas. Guardar el norte Otra característica de las tempestades es hacer “perder el Norte”. Las nubes impiden ver el sol, la luna, las estrellas,
El Concilio Vaticano I tuvo lugar del 8 de diciembre de 1869 al 18 de diciembre de 1870. Fue convocada por Pío IX (1846 a 1878). Las principales decisiones del Concilio fueron la elaboración de una Constitución Dogmática titulada “Dei Filius” sobre la fe católica y la Constitución Dogmática “Pastor Aeternus” sobre la primacía e infalibilidad del Papa cuando se pronuncia “ex-cathedra” en materia de fe y moral. Y se trataba de cuestiones doctrinales que eran necesarias para dar un nuevo impulso y una mejor información sobre cuestiones esenciales de la Fe. Además de proclamar la infalibilidad papal como dogma, principalmente para combatir el galicanismo, el Concilio, al defender los fundamentos de la fe católica, condenó los errores del racionalismo, el materialismo y el ateísmo.
y situarse en relación a ellos. Aún más, siendo tan altas las olas, llenando la lluvia el horizonte, descendiendo las nubes tan bajo, no sabemos ya dónde está lo alto y lo bajo, la derecha y la izquierda, lo delante y lo atrás: estamos perdidos
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si pretendemos utilizar simplemente nuestros sentidos, cuyos puntos de referencia están provisionalmente abolidos. La única solución razonable es confiar en los instrumentos y proseguir obstinadamente nuestra ruta según lo que nos indican, aunque tengamos en cada instante la tentación de seguir lo que creemos que nos indican nuestros sentidos, con el riesgo de perdernos nosotros mismos y, con nosotros, el buque. En la situación actual de la Iglesia, tenemos instrumentos ciertos que son las Escrituras, el catecismo, santo Tomás de Aquino, el Código de derecho canónico de 1917, el Magisterio auténtico de los Concilios y de los Papas, los escritos de los teólogos reconocidos y de los santos etc. La tentación sería creer que, porque el mundo cambia en ciertos aspectos (y ello es verdad), debemos abandonar esos instrumentos fiables para inventar una nueva doctrina, una nueva moral, una nueva pastoral, pretendidamente mejor adaptada a este nuevo mundo moderno. En realidad, hay en el depósito de la Tradición, de la cual acabo de enumerar los elementos principales, todos los recursos necesarios para adaptar en un sentido perfectamente tradicional nuestra pastoral, cuando se presentan a nosotros problemas materialmente nuevos. Puesto que el hombre permanece siempre el mismo, viaje a pie, en coche o en cohete; escriba sobre papiros, sobre pergaminos, sobre libros o sobre pantallas. Y si la Iglesia, por ejemplo, supo adaptarse, sin alterarse en su esencia, al correo, al telégrafo, al teléfono, al fax,
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puede hacerlo a internet con los recursos que le han transmitido los siglos pasados. El hombre sigue siendo el mismo Se dice fácilmente de la Hermandad de San Pío X que está “petrificada”. Sin embargo, utilizamos, espero que oportunamente, todos los medios modernos susceptibles de facilitar nuestro apostolado. Pero siendo el hombre el mismo, permaneciendo la Revelación la misma, siendo Jesucristo “el mismo ayer y hoy y por los siglos” (Heb 13, 8), las solucio-
nes doctrinales y morales que proponemos no pueden ser sino las mismas. Sí, no hay salvación fuera de la Iglesia; sí, Jesucristo debe reinar sobre las personas, las familias y las sociedades; sí, el matrimonio válido es indisoluble; sí, la
misa dominical es un mandamiento de la Iglesia, particularización de un mandamiento de Dios etc. Y esto para el hombre moderno como para el hombre de la Edad Media. Lo que se quiere hacer pasar, en realidad, cuando se nos dice que hay que saber “evolucionar”, no son cambios puramente materiales (todo el mundo sabe que no vivimos como amish), sino verdaderamente cambios de fondo, que contradicen lo que la Iglesia enseñó e hizo durante veinte siglos. Y eso no lo queremos, no lo podemos, no lo haremos, con la gracia de Dios. Siendo esto así, allí donde la Providencia nos ha puesto, intentamos hacer avanzar la obra de Dios, queremos predicar a Cristo y hacer que su luz y su gracia irradien sobre las almas. Lo que Dios nos pide es dar cada día testimonio de Él, en un mundo que cada día se aleja más del buen sentido, de la fe y de la gracia. Vuestros sacerdotes hacen su trabajo, os aportan el auxilio de su ministerio, siguen construyendo prioratos, iglesias, escuelas donde desde hoy, y todavía más mañana, podáis santificaros, educar cristianamente a vuestros hijos, retomar fuerzas espirituales para continuar siendo firmemente cristianos y católicos cuando todo se conjura para apartaros del camino recto. Es por esta tarea tan difícil como exaltante por lo que necesitamos vuestra ayuda, incluso material. Confío todas nuestras intenciones, todas vuestras intenciones, que se confunden, a la Bienaventurada Virgen María, “fuerte como un ejército en orden de batalla”. m
¿Es inmoral la bomba atómica? Padre Bernard de Lacoste
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l 24 de noviembre de 2019, en el memorial de la paz de Hiroshima, el papa Francisco se expresó como sigue: “Con convicción, deseo reiterar que el uso de la energía atómica con fines de guerra es hoy más que nunca un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad sino contra toda posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de energía atómica con fines de guerra es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas.”(1) Dos días más tarde, en el avión que de Tokio le devolvía a Roma, el papa Francisco respondió a un periodista: “El uso de armas nucleares es inmoral, por eso debe ir en el Catecismo de la Iglesia Católica, y no sólo el uso, sino también la posesión, porque un accidente o locura de algún gobernante, la locura de uno puede destruir la humanidad.”(2) ¿Qué pensar de tales afirmaciones? Ya en 1965, con ocasión de las discusiones sobre la constitución Gaudium et spes del concilio Vaticano II, los teólogos debatieron al respecto. Algunos querían que la Iglesia prohibiese pura y simplemente el uso militar de la energía nuclear. Otros veían al contrario en la bomba atómica un medio de legítima defensa.(3) Finalmente el concilio no zanjó el debate. En 1982, el papa Juan Pablo II creyó poder afirmar: “En las condiciones actuales, una disuasión basada en el equilibrio, no ciertamente como un fin en sí mismo sino como una etapa en el
camino de un desarme progresivo, puede ser enjuiciada aún como moralmente aceptable.”(4) Sin embargo, esta toma de posición no fue suficiente para calmar las polémicas en el seno de la Iglesia. En diciembre de 1982, entre los obispos de los Estados Unidos de América, las divergencias fueron manifiestas. Algunos, como el arzobispo de Chicago, deseaban
calificar como inmorales a las armas nucleares. Otros, como el arzobispo de Nueva Orleans, proponían una apreciación más matizada, mencionando “el hecho de que tengamos el deber de defender a Europa occidental y que cada una de las naciones que la componen desean la presencia de nuestras armas nucleares para alejar el riesgo de una
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agresión soviética.” ¿Cómo aplicar los principios de la moral católica en este asunto? Analicemos primero los dos argumentos invocados por el Papa: la bomba atómica es inmoral porque se opone a la dignidad de la persona humana y a la protección de nuestro planeta. Para un católico estos razonamientos son frágiles y poco concluyentes. Se inspiran en una filosofía dudosa y podrían conducir a la prohibición moral de la misma guerra. San Agustín, al contrario, mostró muy bien que la inmoralidad no reside en el hecho de matar, sino en la injusticia: “¿De qué se le acusa con referencia a la guerra? ¿Acaso de que morían los que alguna vez tendrían que morir, para domesticar en la paz a los que han de vivir? Reprochar eso es propio de timoratos, no de personas religiosas. El deseo de dañar, la crueldad en la venganza, el ánimo no aplacado e implacable, la ferocidad de la rebelión, la pasión de dominio y cosas semejantes: he aquí lo que, conforme a derecho, se considera culpa en las guerras.”(6) En el mismo espíritu, el papa Pío XII, en 1948, denunciaba el falso pacifismo. Condenaba “la actitud de aquellos que aborrecen la guerra a causa de sus horrores y de su atrocidad, de sus destrucciones y de sus consecuencias, pero no también en razón de su injusticia. Ese sentimiento es la fortuna del agresor”.(7) Dejemos pues de lado los falsos argumentos de la dignidad humana y de la ecología. En teología moral, es primero la ley natural y divina la que debe guiarnos. Ahora bien ¿qué prescribe? Con arreglo al quinto mandamiento de la ley de Dios, no está nunca permitido matar directamente a un inocente. Es intrínsecamente malo. Es un pecado (5)
mortal contra la justicia. En consecuencia, incluso en el marco de una guerra justa, matar a un gran número de civiles para hacer presión sobre los enemigos y obligarlos a capitular es un procedimiento gravemente inmoral. Sin embargo, si se trata de matar indirectamente a un inocente, la cuestión es más sutil. Está permitido en las siguientes condiciones:
- Que la muerte de los inocentes no sea querida, sino solamente prevista, permitida y tolerada.(8) - Que la muerte de los inocentes no cause el bien perseguido. San Pablo dice en efecto que no está permitido hacer el mal para conseguir un bien.(9) - Que haya una causa proporcionada. (10)
Esta última condición es la que co-
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rre el riesgo de no cumplirse en caso de bomba atómica. Por ejemplo, si al bombardear una importante base militar enemiga mato indirectamente y sin quererlo dos o tres civiles, la causa proporcionada está presente. Pero si, para matar cinco soldados enemigos, corro el riesgo de causar la muerte de centenares de civiles, la causa no es proporcionada. Ahora bien, la bomba atómica es muy mortífera. Su uso no será lícito salvo si los daños causados a los civiles son muy limitados. Por esta razón es difícil justificar los bombardeos de Hiroshima y de Nagasaki en agosto de 1945. ¿Pero hay que concluir por ello que la bomba atómica es en sí misma inmoral? Ciertamente que no. La moralidad de un arma no le viene de su naturaleza sino del uso que los hombres hacen de ella. Por ejemplo, la dinamita no es en sí misma, en el plano moral, ni buena ni mala. Al contrario, el uso de la dinamita por los seres humanos será necesariamente bueno o malo. Igualmente respecto de la bomba atómica. Es verdad que esta última es mucho más mortífera. Pero no es la eficacia de un arma la que la hace mala. Es evidente que una acción de guerra pretende siempre ser eficaz.(11) La dificultad reside en los efectos destructivos de esta bomba: son terribles y difícilmente controlables. No obstante, no es imposible imaginar una situación en la cual las víctimas inocentes del arma nuclear serían poco numerosas. Se trata de casos en que el objetivo militar enemigo está muy netamente aislado. Por ejemplo, si una potente base militar
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enemiga está situada en medio de un desierto, o en una isla del océano Pacífico poco habitada, el uso de una bomba atómica podría estar permitido moralmente, con tal de que la potencia de la bomba fuese proporcionada, tanto como posible, a la talla del blanco. Esta bomba podría también lanzarse legítimamente sobre una escuadra en alta mar muy lejos de las costas. Hay que reconocer sin embargo que semejante situación no es frecuente, y que en consecuencia la mayor parte de las veces el uso de la bomba atómica no se justifica, a causa de la falta de proporción entre la muerte de numerosos inocentes y el resultado militar perseguido.
Por ello el papa Pío XII, con la precisión que le era acostumbrada, se expresó como sigue en 1954: “La guerra total moderna, singularmente la guerra ABQ (atómica, bacteriológica, química) ¿está permitida en principio? No puede subsistir duda alguna, sobre todo a causa de los horrores y de los inmensos sufrimientos provocados por la guerra moderna, que desatar ésta sin justo motivo (es decir, sin que se halle impuesta por una injusticia evidente y extremadamente grave, inevitable de otro modo), constituye un “delito” digno de las sanciones nacionales e internacionales más
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severas. Ni siquiera en principio se puede proponer la cuestión de la licitud de la guerra atómica, química y bacteriológica, sino en el caso en que se la juzgue indispensable para defenderse en las condiciones indicadas. Y aun entonces es preciso empeñarse por todos los medios en evitarla mediante acuerdos
internacionales o señalar a su empleo límites muy claros y precisos para que sus efectos queden circunscritos a las exigencias estrictas de la defensa. Cuando, sin embargo, el empleo de este medio lleva consigo una tal extensión del mal que se escapa totalmente al control del hombre, su utilización debe rechazarse como inmoral. Aquí ya no se trataría de la “defensa” contra la injusticia y de la necesaria “salvaguardia” de posesiones legítimas, sino de la aniquilación pura y simple de toda vida humana en el interior del radio de acción. Esto no se halla permitido por ninguna razón.”(12)
Por desgracia, estamos pues obligados a constatar una vez más que la teología del papa Francisco es desacertada. Las armas nucleares no son de suyo inmorales. Es verdad sin embargo que las condiciones que deben reunirse para que su uso sea justo son tales que, concretamente, el uso de la bomba atómica muy rara vez será moralmente permisible. Pero esta conclusión basta para tener como lícita la posesión de armas nucleares. m (1) L´Osservatore Romano, martes 3 de diciembre de 2019, edición semanal en lengua francesa, p. 8; hay edición semanal en lengua española. (2) Idem, p.16. (3) Roberto de Mattei, Vatican II, une histoire à écrire, p. 318; hay edición española, Concilio Vaticano II. Una historia nunca escrita, Madrid, Homo Legens, 2018. (4) Mensaje del papa Juan Pablo II para la 2ª sesión especial de las Naciones Unidas sobre el desarme, 7 de junio de 1982. (5) Intervención del arzobispo Hannan, La documentation catholique, 16 de enero de 1983. (6) San Agustín, Contra Faustum, lib. 22, cap. 74. (7) Radiomensaje al mundo, 24 de diciembre de 1948. (8) Suma teológica, II-II, c. 64, art. 6. (9) Rom, 3, 8. (10) Suma teológica, II-II, c. 64, art. 7, corpus. (11) Es lo que se explica muy bien por el Padre Labourdette en su Grand cours de théologie morale, tomo X (La caridad), p. 349. (12) Discurso del papa Pío XII a los participantes en la VIII asamblea de la Asociación Médica Mundial, 30 de septiembre de 1954.
Colecta de la Misa votiva por la paz Oh Dios, de quien vienen los santos deseos, las rectas intenciones y las obras justas; da a tus siervos aquella paz que el mundo no puede dar, para que sometidos nuestros corazones a tus mandamientos y libres del temor de los enemigos, vivamos días sosegados bajo tu protección. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
Internet y libertad Padre Luigi Moncalero El fenómeno de internet ha provocado tal revolución que, en comparación, la que se produjo a causa del bueno de Gutenberg fue un juego de niños.
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s la libertad(1) la que “confiere al hombre la dignidad de estar en manos de su albedrío y de ser dueño de sus acciones. Pero lo más importante de esta dignidad es el modo de su ejercicio, porque del uso de la libertad nacen los mayores bienes y los mayores males”(2). De aquí se sigue que la obra de la educación de los jóvenes consista, entre otras cosas, en educarlos en el buen uso de esta facultad. “Por esto precisamente la educación cristiana comprende todo el ámbito de la vida humana sensible y espiritual, intelectual y moral, doméstica y social, no para menoscabarla en manera alguna, sino para elevarla, regularla y perfeccionarla, según los ejemplos de la doctrina de Cristo”(3). El fenómeno de internet ha provocado tal revolución que, en comparación, la que se produjo a causa del bueno de Gutenberg fue un juego de niños. En un instante se compone un texto; en un instante se lo envía a las cuatro esquinas del mundo; en un instante se entra literalmente en contacto con cientos o miles de personas. Habiendo sentado estas breves premisas, las reflexiones que siguen sobre la utilización de la red pueden ayudar
a los padres y educadores a tomar en cuenta este fenómeno que se considera comúnmente como “el reino de la libertad”, en el cual se puede encontrar de todo y prácticamente hacer de todo, sin límites. ¿Pero es verdaderamente de este modo? Los instrumentos Partiré precisamente de la noción misma de instrumento. En tanto que tal es algo neutro (indiferente): su uti-
lización es la que determina su carácter moral. Tomemos un ejemplo banal: un cuchillo de cocina bien afilado es un instrumento; utilizado como se debe para cortar la carne es un excelente instrumento, y no se discute la moralidad del acto de cortar. Si lo utilizo para matar a mi suegra, el instrumento seguirá sien-
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do bueno (de suyo), pero evidentemente en ese caso se habrá utilizado de una forma moralmente mala (cometer un homicidio). Dada la potencialidad del instrumento (el cuchillo afilado) y su peligrosidad intrínseca, debo velar sobre el mismo a fin de evitar que por inadvertencia, negligencia o imprudencia, sea utilizado para el mal. Y llego aquí a una primera conclusión (que es sobre todo una provocación): igual que no dejo el cuchillo de cocina bien afilado en el cesto de los juguetes de los niños, del mismo modo no dejo el instrumento ordenador-internet en manos de los “niños” (quizá exagero un poco, pero yo los considero como tales al menos hasta los 21 años cumplidos...). En efecto, si los “niños” se hacen daño jugando con el cuchillo dejado imprudentemente a su alcance ¿quién es el culpable? Me parece oír alzarse la voz de mis tres lectores: “Pero, Padre, en la escuela, en primaria, las maestras hacen que los niños busquen información en internet. ¿Cómo hacer? ¿No nos ocupamos de que hagan sus deberes?” En efecto, así es. Pero justamente porque es así, reafirmo la responsabilidad moral de los padres en la utilización del instrumento sin daño para los niños. ¿Cómo hacer? Se hace como con los medicamentos (otro ejemplo de instrumento): leer con atención las indicaciones sobre su uso... (8)
manos? ¿Puedo, a mi vez, escribir todo lo que se me pasa por la cabeza y propagarlo a los cuatro vientos? La red me da la posibilidad de hacer estas dos cosas: consultar cualquier género de texto y difundir mis pensamientos ¿está permitido? Como hablo aquí a católicos, lo que voy a decir debería ser algo sabido (a pesar de que va a indignar a los paladines de la “libertad de...”, pero me da igual): sólo la verdad tiene derecho a propagarse. El error no tiene ningún derecho. La libertad de pensamiento, la libertad de
No todo está permitido
Mediante la censura previa la autoridad eclesiástica competente quiere impedir publicaciones espiritual y moralmente peligrosas. El escritor católico deseoso de propagar la verdad debe
Un aspecto del fenómeno de internet que no debe subestimarse: ¿me está permitido leer todo lo que cae en mis
prensa, etc., son falsas libertades que la Iglesia siempre combatió, en cuanto que peligrosas para la salvación de las almas, que es la razón de ser de la Iglesia. ¿Cómo velaba la Iglesia en esta materia? Querría hablar aquí de dos instituciones que la primavera conciliar ha relegado al olvido, pero que durante siglos guiaron a todo buen católico: la institución de la “censura” y la del Index de libros prohibidos. La censura
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ser controlado. “Se llama censura […] al reconocimiento de libros, revistas, diarios, etc., antes de su publicación (censura previa). Esta censura consiste en el examen y el enjuiciamiento relativo del contenido de un escrito, de una imagen etc., que va a publicarse, a fin de que no contenga doctrina nociva para los fieles tanto respecto de la fe como respecto de la moral […]. Este juicio es exclusivamente negativo, vale decir que no se aprueban doctrinas específicas ni afirmaciones particulares, sino que se atestigua que determinada obra no contiene errores contra la fe y la moral, y que en consecuencia ese escrito puede leerse por los fieles sin peligro para sus almas […]”(4). La razón última de este control se explica así: “La Iglesia […] como buena madre, vigilante y benévola, y guardiana legítima de la fe y de la moral, ejerce de pleno derecho la censura previa de la prensa (canon 1384)”(5). La censura atañe a las publicaciones que contienen notas y comentarios sobre la Sagrada Escritura, los libros que tratan de estudios dogmáticos, teológicos, de historia eclesiástica, los libros de oraciones y de devoción. Después del juicio del censor, el ordinario del lugar puede otorgar el imprimatur, es decir la autorización de la publicación.
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El Index de libros prohibidos Al condenar los malos libros ya publicados, la Iglesia pretende apartar de las manos de los fieles las publicaciones perniciosas. De ahí la institución del Index de libros prohibidos: “Es el catálogo de los libros que la Santa Sede ha condenado como perjudiciales para la fe y la moral y cuya lectura o posesión están prohibidas, salvo dispensa especial. Se necesita pues una guía, ya que a menudo no basta con tener una conciencia recta e ilustrada para descubrir el error, sino que hace falta una autoridad garante de la rectitud y de las luces que el libro es capaz de aportar a la mente y al corazón”(6). “Por ello en 1542, poco después de la invención y de la gran difusión de la imprenta, Paulo III nombró una comisión para examinar la considerable cantidad de libros que podían ser nocivos para el pueblo cristiano y creyente. Los libros que contenían errores morales o dogmáticos fueron determinados e indicados en un libro que se publicó en 1557 por orden de Paulo IV, y ese libro tomó el nombre de Index o indicador”(7). La última edición del Index librorum prohibitorum data de 1948. Es fácil de comprender: hoy el Index debería designar los libros que se pueden leer, ya que los libros nocivos constituyen la mayo-
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ría aplastante. Pero se trata de entender la mens del legislador. Este espíritu me parece suficientemente claro: a pesar de que internet me da la posibilidad de acceder a todas las bibliotecas del mundo, no por ello puedo leer cualquier texto, en el sentido de que “no por ello tengo la facultad moral” de leerlo. La mayor facilidad con la cual se accede hoy a textos peligrosos para la fe y la moral debería, al contrario, hacernos redoblar la prudencia. Haya o no Index, subsiste la obligación grave para todo bautizado de no poner en peligro su fe. Me dirijo a católicos, y cuando digo “textos peligrosos” no pienso sólo en los escritos de Teilhard de Chardin o de Rahner (¿quién los lee, por otro lado?), sino también y sobre todo en ciertos lugares de internet donde, so pretexto de defensa de la integridad de la fe, se propagan tesis heréticas o se arrojan a manos llenas calumnias, sospechas y juicios temerarios. No hay diferencia entre ir al infierno por haber abrazado las tesis modernistas de tal o cual otro teólogo de moda, o ir al infierno por haber adoptado la teología cojitranca de ciertos pseudoteólogos tradi-integristas de una pieza que pululan en el campo tradicionalista. “Los fieles deben abstenerse de leer no solamente los libros proscritos por la ley o por decreto, sino cualquier libro que les exponga al peligro de perder la fe o envilecer sus costumbres. Es una obligación moral, impuesta por la ley natural, que no admite ninguna exención ni dispensa”(8). Tal es el espíritu auténticamente católico. Para el bien “Pero yo digo la verdad …”, se defenderá uno de mis tres lectores. Desde lue-
go, con León XIII podemos ciertamente afirmar que existe un derecho “a propagar en la sociedad libre y prudentemente lo verdadero y lo honesto, para que se extienda al mayor número posible su beneficio”(9). Mas no hay que olvidar que cuando el Papa escribía esas líneas estábamos en “tiempos normales” para la Iglesia, y la censura previa de que hemos hablado estaba en vigor. Pero, lo repito, hablo a católicos que deberían llevar en su corazón la doctrina y la praxis tradicionales de la Iglesia. Si bien es verdad que no existe ya la “letra”, sin embargo, el espíritu debería sobrevivir. Ahora uno de los dos lectores que me quedan objetará: “Querido Padre ¿a quién debo dirigirme para obtener el imprimatur? “El que no tenga espada, venda su manto y cómprese una”, es decir ¡sálvese quien pueda!; y, además, de ese modo paraliza usted la reacción católica, mientras que el mal se propaga a manos llenas.” Y con esas palabras cerrará definitivamente esta revista. Amén. O tempora! O mores! “Un minuto -digo casi sin aliento al único lector que me queda-, un minuto, usted al menos intente comprender el sentido de mis consideraciones.” Está bien, los tiempos han cambiado, ya no se puede pretender recurrir al Santo Oficio para saber qué debo leer o qué debo escribir en tanto que buen católico; y además todo el mundo dispara con metralleta ¿y yo qué debo hacer? ¿Sigo utilizando la cachiporra? ¿Las palomas mensajeras? No hablemos más. Empuño la primera metralleta que cae en mis manos y hago fuego yo también (entiéndase: creo un blog o bitácora tra-
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dicionalista y publico todo lo que quiero, desde recetas de cocina hasta cánones del concilio de Elvira, sin olvidar largos extractos de la bula Cum ex apostolatu) y “...muera Sansón con los filisteos”. Todo eso es verdad, pero conservemos la calma. Volvamos a nuestro punto de partida. Internet es un instrumento, un cuchillo del cual puedo servirme para el bien o para el mal: es una enorme biblioteca, grande como el mundo. Puedo en-
trar en ella sabiendo lo que debo buscar: tal libro, tal autor. En menos tiempo que hace falta para decirlo, puedo consultar, cómodamente sentado en mi escritorio, obras que antaño no eran accesibles sino al precio de esfuerzos, desplazamientos etc. Y ni siquiera hay ya que molestar al bibliotecario para hacer fotocopias: doble clic, copiar y pegar ¡maravilloso! Pero puedo también entrar en esa biblioteca, con las manos en los bolsillos, mirando a derecha e izquierda en los estantes. A mi derecha la sección de teología: “¡Caramba, caramba, De Romano Pontifice de Belarmino! Echo un vistazo, para leer algo ¡es un Doctor de la Iglesia, nada menos! Con este post mío, a la crisis de la Iglesia no le quedan ya más que un par de semanas … Voy
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a tener un éxito fenomenal en el foro o chat” [doble clic, copiar y pegar]. En la segunda página caigo en una ligera somnolencia. Cierro el precioso in folio y me dirijo tranquilamente hacia los anaqueles de novelas, nada más que para curiosear... “Caramba, caramba, el Marqués de Sade. Bueno, hay que conocer bien al enemigo ¿no es verdad? Y además ya soy adulto ¡caray! qué quiere usted …”, y de este modo durante las dos horas que siguen me encuentro absorbido por esta agradable lectura “nada más que para ver …”, para después terminar del lado de los estantes de revistas o … “Pero ya está bien ¿va a pasar usted toda la tarde detrás mío? ¡Soy mayor y estoy vacunado! Estoy haciendo una investigación importante … Pues bien, humm … ¿qué es lo que buscaba?” Moraleja: saltando de una cosa a otra, he pasado cuatro horas (digamos cuatro, pero podrían ser seis) utilizando el instrumento de internet: l Sin extraer nada de constructivo [no es este saber lo que me hace mejor: “Non plus sapere quam oportet sapere, sed sapere ad sobrietatem” (Rom 12, 3). “Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal”: es una tentación tan vieja como el mundo … (Gen 3, 5)]. l Llenándome de nociones e imágenes indudablemente nocivas [he dado un solo ejemplo citando a Sade, para hacer comprender cómo el instrumento de internet me expone con gran facilidad a desviarme de la búsqueda emprendida]; por lo tanto, como mínimo …. l He perdido el tiempo [“Tempus breve est...” (I Cor 7, 29)]; l Me he puesto en ocasión más o
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menos inmediata de pecado [“Quien, sin razón suficiente, no huye de una ocasión de pecado, por ello mismo comete un pecado de la misma especie que la falta en peligro de la cual se pone o en la cual permanece”(10)], con el riesgo concreto de... - Perder el alma. Nada menos. ¿Y todo esto, por qué? Por no haber tenido en cuenta, por un lado, la potencialidad del instrumento y, por otro lado, las sabias reglas dictadas por la prudencia bimilenaria de nuestra santa Madre la Iglesia. Pero, sobre todo, por no haber tenido en cuenta el hecho de que la facultad de pecar no es libertad sino esclavitud. No se trata de ser “libres de...”. Santo Tomás comenta así el pasaje de San Juan 8, 34 donde se lee: “Todo el que comete pecado es siervo del pecado”. «Todo ser es lo que le conviene ser por su propia naturaleza. Por consiguiente, cuando es movido por un agente exterior, no obra por su propia naturaleza, sino por un impulso ajeno, lo cual es propio de un esclavo. Ahora bien: el hombre, por su propia naturaleza, es un ser racional. Por tanto, cuando obra según la razón, actúa en virtud de un impulso propio y de acuerdo con su naturaleza, en lo cual consiste preci-
samente la libertad; pero cuando peca, obra al margen de la razón, y actúa entonces lo mismo que si fuese movido por otro y estuviese sometido al dominio ajeno; y por esto, el que comete el pecado es siervo del pecado»(11). Y concluyo aquí con una frase histórica que importa retener: “Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et quae sentias dicere licet”, cuya traducción hará huir, horrorizado, al último de mis tres lectores: “Rara felicidad la de los tiempos en que es lícito pensar lo que se quiere y decir lo que se piensa” (Tácito, Hist. I, 1, 19). m (1) Por libertad entiende el papa León XIII “la facultad de elegir entre los medios que son aptos para alcanzar un fin determinado” (Libertas, 1888). Es libre quien tiene la facultad de elegir una cosa entre muchas. (2) León XIII, encíclica Libertas, 20 de junio de 1888. (3) Pío XI, encíclica Divini illius Magistri, 31 de diciembre de 1929. (4) Dizionario di teologia morale, Roberti-Palazzini, ed. Studium, Roma, 1961, voz ”Censura”. (5) Ibid. (6) Dizionario di teologia morale, Roberti-Palazzini, op. cit., voz ”Indice dei libri proibiti”. (7) Ibid. (8) Enciclopedia cattolica, Ciudad del Vaticano, 1949/54, col. 1825 ss., artículo “Indice”. (9) León XIII, encíclica Libertas, 20 de junio de 1888. (10) Dizionario di teologia morale, Roberti-Palazzini, op. cit., voz ”Occasionario”. (11) Santo Tomás de Aquino, In Ioannem 8, lect. 4, n. 3.
Crónica de la Hermandad en España
S
i la colección de nuestra revista no nos engaña (véase el número 233 de Tradición Católica), fue en octubre de 2011 cuando la Hermandad organizó por primera vez la peregrinación al venerable monasterio mariano de Nuestra Señora de Guadalupe, dirigida en aquella primera ocasión por los Rvdos. Padres Luis María Canale (hoy de vuelta en la Argentina) y Pierre Mouroux (hoy superior del distrito de México), y ya convertida en una pequeña tradición. Sin interrupción, ni siquiera el pasado año 2020 cuando, a causa de las restricciones derivadas de la
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epidemia, quedó reducida a una sola jornada, en lugar de la habitual marcha de dos días desde Mohedas de la Jara, en total 45 kilómetros, que este año hemos recuperado entre el sábado 25 y el domingo 26 de septiembre.
Encabezados por los Rvdos. Padres Gastón Driollet y Jacobo Elías (este segundo ordenado este año y destinado a la Casa de España desde agosto, sea bienvenido), un numeroso grupo de fieles, más de cuarenta el sábado y casi setenta a la llegada el domingo, hicieron toda la peregrinación o parte de ella a pie y honraron a Nuestra Señora. Sea la Virgen de Guadalupe nuestro amparo y protección, y seamos el año que viene, Dios mediante, todavía más numerosos en honrarla. “Guadalupe: el eremitorio más nacional de España. Esa Virgen que viniendo de Jerusalén a Roma desembarcó en Sevilla con San Isidoro y los reyes góticos. Y para huir del oriente bárbaro se refugió en estos montes. Donde un día mágico de primavera se apareció a un vaquero para decirle el supremo secreto de la piedad de nuestro pueblo: y para exigir la reverencia de nuestra historia. Por eso nuestros reyes desde Alfonso XI se arrodillaron ante esta Virgen negra, pero hermosa. Española y morenita. A la que los Reyes Católicos ofrecieron su conquista de Granada… Guadalupe, con su contemplación de lo eterno, inspiró a Carlos V el terminar su vida todopoderosa en el rincón de Yuste. Cuatro paredes enceldadas y encaladas. Y un ataúd de tablas de castaño serranizo. Y como a Carlos el César también ese monasterio de Jerónimos embelesó a Felipe II, y edificó, sobre esta misma línea del Tajo, su Escorial… regia corona de Guadalupe, Yuste, Escorial” (Ernesto Giménez Caballero, Genio de España, Nota para las ediciones de 1939).
La primavera del postconcilio L. Pintas
l Penoso “Traditionis custodes”, penosa reacción. El motu proprio que deroga Summorum Pontificum es un destilado de mala voluntad (se basa en la mentira), determinación destructiva (no oculta que quiere acabar con la misa tradicional) y deseos de humillar a los damnificados (proclama que su intención al permitirles lo poquito que les permite es que un día abandonen también ese poquito). Retrata a su autor. En cuanto a los perjudicados, no es elegante hacer leña del árbol caído y no la haremos. Aunque sí deben destacarse algunas de sus reacciones. Doce superiores y abades de congregaciones y monasterios vinculados a Ecclesia Dei se reunieron el 31 de agosto para dirigirse a los obispos pidiendo clemencia. “Reafirmamos nuestra adhesión al magisterio (incluido el del Vaticano II y el posterior) según la doctrina católica sobre el asentimiento que le es debido”, afirman, citando como autoridad la constitución conciliar Lumen Gentium y el Nuevo Catecismo de la Iglesia católica. Lo de “el posterior” es desconcertante, porque incluye todo lo que hemos visto a lo largo de los últimos sesenta años. ¡Amoris Laetitia, pondríamos de ejemplo, inocentes como somos!
Porque hay una sorpresa: en apoyo de su súplica, los firmantes invocan algunas consideraciones de… ¡Amoris Laetitia!, el texto más aberrante de la época postconciliar, que autoriza la comunión a personas que viven en adulterio. ¿Es que no había lugar mejor donde buscar argumentos? ¿Era necesario acudir precisamente a ese texto? Pero hay más. “Pedimos encuentros fraternales donde podamos explicar quiénes somos y las razones de nuestro apego a ciertas formas litúrgicas”, añaden. ¿Cómo que “apego”? Hasta ahora lo del “apego” era el lenguaje de los enemigos de la misa tradicional, que interpretan como sentimentalismo o nostalgia la firme decisión de tributar a Dios el culto que le es debido en la forma que Él ha ordenado a través de la Tradición. Claro, que en una reacción temprana al motu proprio (el 17 de julio, al día siguiente de su promulgación) que recoge Famille Chrétienne, el superior de Francia de la Fraternidad de San Pedro, el padre Benoît Paul-Joseph, fue mucho más explícito: “La Fraternidad de San Pedro jamás ha rechazado el Concilio Vaticano II. Para nosotros, no presenta dificultades fundamentales sino únicamente exigencias de precisión sobre
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algunos puntos que nosotros interpretamos a la luz de la tradición de la Iglesia… Nunca hemos cuestionado nuestro reconocimiento de la validez y la fecundidad del misal de Pablo VI”. Iba a glosar lo de la “fecundidad”, pero… me comprometí a no hacer leña del árbol caído. Ahí lo dejo. l ¡Obligado vacunarse! ¡Bueno, mejor no! Se le atribuye al humorista Groucho Marx la frase: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”, paradigma de la facilidad de los políticos profesionales para desdecirse. Aunque no solo de los políticos profesionales. Los obispos eslovacos, acatando la disposición de las autoridades, establecieron en julio que a los actos de la visita del Papa en septiembre solo podrían acudir los vacunados contra el covid. El arzobispo de Bratislava, Stanislav Zvolensky, apoyaba la medida como fórmula para ampliar el aforo. Pero dos semanas antes de la fecha clave, para la misa de despedida en la basílica de Sas-
tin solo se habían inscrito 30.000 personas de las 300.000 previstas. Y es aquí donde apareció el “marxismo” como salvavidas: la conferencia episcopal anunció finalmente que la vacuna dejaba de ser mandatoria y que “un test negativo
o una prueba de haberse recuperado del covid-19 en los últimos 180 días” serían suficientes para sacarse la entrada. Si se trata de que no haya asientos vacíos, un poco de Groucho no hace daño… l Cosa distinta es… Cosa distinta es si se trata de los sacramentos. Ahí sí que no hay excepciones a las normas covid. La salud es lo primero y la gracia puede esperar. El servilismo ante el poder civil, que hace año y medio se tradujo en un entusiasta cerrojazo a los sacramentos, ahora adopta formas aún más entusiastas con las variadas prevenciones y los certificados de vacunación. Así, el arzobispo de Tokio, Tarcisio Isao Kikuchi, anunció que cancelaba todos sus planes de atención espiritual a los deportistas, periodistas y delegaciones asistentes a los Juegos Olímpicos y les pidió que se abstuviesen de visitar iglesias durante el evento. El obispo de Hamilton (Canadá), Douglas Crosby, amenazó a sus sacerdotes con prohibirles ejercer su ministerio si no se vacunaban. Parece cruel, pero siempre hay alguien más cruel: el obispo de Lexington (Kentucky), John Stowe, delató públicamente a dos sacerdotes no vacunados, con nombre y apellidos, para que los fieles no acudiesen a sus misas. Aunque, puestos a delatar, se lleva la palma el médico italiano que denunció ante el obispo a su propia hermana, superiora del monasterio de Montegalda (Vicenza), porque ni ella ni las otras cinco monjas que forman la comunidad querían vacunarse. El arzobispo Valery Vienneau, de Moncton (Canadá), acordó con las autoridades locales para que solo pudieran ir a misa las
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personas con “pasaporte covid”, cuyos nombres serían apuntados por voluntarios a la puerta del templo; tan barbaridad le pareció a todo el mundo, que días después tuvo que rectificar, aunque la pretensión inicial ya le define. Diversos seminarios han exigido a sus alumnos, para reincorporarse al curso, la vacuna, convertida así en sorprendente conditio sine qua non para seguir la llamada de Dios. Y, a pesar de que la Congregación para la Doctrina de la Fe declaró en diciembre de 2020 que la vacunación no debía ser obligatoria, el Vaticano suspende de empleo y sueldo a quienes no se pinchen y ha forzado a tres jóvenes de la Guardia Suiza a abandonar el cuerpo por no vacunarse y a otros tres les ha sancionado hasta que lo hagan. ¡Y he seleccionado solo lo más llamativo… l Chusco episodio. El 19 de agosto tuvo lugar una espantosa profanación eucarística en la iglesia de Santa Rita de Casia de Chicago. Se celebraba el funeral por una agente de policía muerta en acto de servicio. Al llegar el momento de la comunión, la alcaldesa de la ciudad, Lori Lightfoot, se puso la primera de la fila para recibirla. Dos pequeños detalles que todos conocían: Lori no es católica sino metodista, y además es lesbiana y está “casada” con otra mujer. Las cámaras de televisión captaron el momento en el que recibió la Sagrada Forma. A la gravedad de lo sucedido se une el chusco descaro episcopal que lo acompañó. Presidía la celebración el cardenal Blaise Cupich, arzobispo de la diócesis, que era quien debía administrar la comunión. Sin embargo, en el último segundo, al
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ver quién aguardaba en la cola, se quitó de en medio y puso el copón en manos de Dan Brandt, capellán de la Policía: “Voy a sentarme durante la Comunión, ocupa mi lugar”, le dijo. Lo que se llama, si me permiten la expresión, “quitarse
el muerto de encima”. El sacerdote fue enseguida consciente del “papelón” que el obispo había dejado en sus manos. Y aunque alega cansancio y lo inesperado del encargo, es consciente de que le faltó valor para desairar a la alcaldesa. Por eso, al día siguiente, mostró su arrepentimiento en unas declaraciones a Catholic News Agency: “Soy culpable y estoy avergonzado… Sí, ella vino y puse la Sagrada Forma en su mano. Fue como pensar ‘¿Qué he hecho?’, pero ya era demasiado tarde. Pensé: ‘¡Dios mío, ten misericordia!’… Pido perdón por el escándalo que mi despiste haya producido. Ciertamente no fue intencionado y desearía haber estado atento. O que el cardenal hubiese dado la Comunión, porque mi intención era sentarme a la espera del final de la misa y la procesión de salida”. Ahora bien, el cardenal, muy apreciado en el Vaticano, no estaba dispuesto a que la situación le complicase la vida. Él es partidario, en sintonía con la Santa Sede, de que los obispos norteamericanos no se pronuncien sobre si dar de comulgar o no a políticos se-
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dicentemente católicos que promueven el aborto, como el actual ocupante de la Casa Blanca, Joe Biden, o la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. Si Cupich hubiese hecho honor al liderazgo que se le supone en vez de “soltar el marrón” al capellán, se habría visto ante una disyuntiva: o dar de comulgar a la alcaldesa, un acto indefendible que le desacreditaría, o negarle la comunión y, además de arrostrar la ira mediática, situarse justo en la posición de sus adversarios en el seno de la conferencia episcopal, esos que quieren negarle la comunión a los abortistas. En resumen, una historia de afrenta a Jesús Sacramentado, de escapismo cardenalicio y de debilidad sacerdotal, donde el único aspecto edificante es el sincero pesar del capellán: “No puedo disculparme lo suficiente ante cualquiera que esté ofendido por el hecho de que ella recibiera la Eucaristía. Es un fallo totalmente mío y lo reconozco. No fue deliberado y pido a sus lectores que tengan la misma piedad de mí que yo espero tenga el Señor”. l Jesucristo, destronado como Salvador. El 11 de agosto, en la audiencia general, el Papa comentó la epístola de San Pablo a los Gálatas sobre la justificación por la ley de las obras o por la fe. Un tema teológicamente arduo sobre el cual, fiel a sí mismo, Francisco estaba abocado a crear confusión. Y así fue, tanto esa semana como la siguiente. Solo que la onda del “lío” alcanzó también en esta ocasión una orilla inesperada: la judía. “La Torah, la ley, de hecho, no está incluida en la promesa hecha a Abraham… La Ley no da la vida, no ofrece el cumplimiento de la promesa”, dijo el Papa. Escandalizados, dos rabinos, Rasson Arussi, presidente de la Comisión del
Gran Rabinato de Israel para el Diálogo con la Santa Sede, y David Fox Sandmel, de la Liga Antidifamación, escribieron al cardenal Kurt Koch, presidente de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, para que aclarase unas palabras que entendían inaceptables por cuestionar la Torah como vía de salvación para los judíos. La respuesta del cardenal Koch es directamente herética:
“La convicción cristiana permanente es que Jesucristo es el nuevo camino de salvación. Sin embargo, esto no significa que la Torá se vea disminuida o deje de ser reconocida como el ‘camino de salvación para los judíos’” (Vatican News, 11 de septiembre). No hace falta ser un teólogo egregio para darse cuenta de que ambas afirmaciones son contradictorias: si Jesucristo es el nuevo camino de salvación, la Torá no puede seguir siendo el camino de salvación para los judíos. Pero no importa la contradicción ni que Koch haya formulado una herejía. Solo importa salvar el diálogo interreligioso, aunque sea a costa de desmentir a San Pedro cuando le dijo a los judíos respecto a Nuestro Señor Jesucristo (“a quien vosotros crucificasteis”): “No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos”. Ni a gentiles, ni a judíos. m
La asamblea que condenó a Jesucristo Augustín y Joseph Lémann Durante el proceso de Jesucristo se cometieron hasta veintisiete irregularidades jurídicas contra la legislación penal y procesal del pueblo hebreo. Este libro las descubre, y estudia los porqués del comportamiento del Sanedrín. «¿No existe para todos los hombres una razón de honor, o mejor dicho, una razón de justicia, que obliga a no dar por bueno el veredicto del Sanedrín antes de haber examinado uno mismo quien era Jesucristo?» (los autores). Los hermanos Lémann, Augustin (1836-1909) y Joseph (1836-1915), judíos de nacimiento y religión, se convirtieron a la fe cristiana y más tarde fueron ordenados sacerdotes. Enseñaron hebreo y Sagradas Escrituras en la Universidad Católica de Lyon (Francia). Augustin es autor de Historia completa de la idea mesiánica en el pueblo de Israel. Joseph escribió La incorporación de los judíos a la sociedad francesa y a los Estados cristianos.
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Capillas de la Hermandad San Pío X en España Madrid
Capilla Santiago Apóstol C/ Catalina Suárez, 16 Metro: Pacífico, salida Dr. Esquerdo. Bus: 8, 10, 24, 37, 54, 56, 57, 136, 140 y 141 Domingos: 10 h.: misa rezada 12 h.: misa rezada
(cantada en ciertas solemnidades)
19 h.: misa rezada Laborables: 19 h.
Vitoria
Capilla de los Sagrados Corazones Pl. Dantzari, 8 3er domingo de cada mes, misa a las 11 h. Más información: 91 812 28 81
Granada
Capilla María Reina Pl. Gutierre de Cetina, 32 Autobús: S3 1er domingo de cada mes, Siervas de Jesús Sacerdote misa a las 11 h. GRIÑÓN Sábado precedente, misa a las 19 h. Domingos: misa a las 10 h. Más información: 91 812 28 81 Semana: misa a las 8’15 h. Exposición Stmo. Domingos: 19 h. Jueves: 19 h. Valencia Más información: 91 814 03 06 Consultar dirección: 91 812 28 81 3er domingo de cada mes, misa a las 19 h.
Barcelona
Capilla de la Inmaculada Concepción Salamanca C/ Tenor Massini, 108, 1º 1ª Consultar dirección: 91 812 28 81 Domingos: misa a las 9 y 11 h. Viernes y sábados: misa a las 19 h. 2º y 4º domingo de cada mes, misa a las 18 h. Más información: 91 812 28 81
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