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Internet y libertad

Padre Luigi Moncalero

El fenómeno de internet ha provocado tal revolución que, en comparación, la que se produjo a causa del bueno de Gutenberg fue un juego de niños.

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Es la libertad(1) la que “ confiere al hombre la dignidad de estar en manos de su albedrío y de ser dueño de sus acciones. Pero lo más importante de esta dignidad es el modo de su ejercicio, porque del uso de la libertad nacen los mayores bienes y los mayores males ”(2) . De aquí se sigue que la obra de la educación de los jóvenes consista, entre otras cosas, en educarlos en el buen uso de esta facultad. “Por esto precisamente la educación cristiana comprende todo el ámbito de la vida humana sensible y espiritual, intelectual y moral, doméstica y social, no para menoscabarla en manera alguna, sino para elevarla, regularla y perfeccionarla, según los ejemplos de la doctrina de Cristo ”(3) .

El fenómeno de internet ha provocado tal revolución que, en comparación, la que se produjo a causa del bueno de Gutenberg fue un juego de niños. En un instante se compone un texto; en un instante se lo envía a las cuatro esquinas del mundo; en un instante se entra literalmente en contacto con cientos o miles de personas.

Habiendo sentado estas breves premisas, las reflexiones que siguen sobre la utilización de la red pueden ayudar a los padres y educadores a tomar en cuenta este fenómeno que se considera comúnmente como “ el reino de la libertad” , en el cual se puede encontrar de todo y prácticamente hacer de todo, sin límites. ¿Pero es verdaderamente de este modo?

Los instrumentos

Partiré precisamente de la noción misma de instrumento. En tanto que tal es algo neutro (indiferente): su uti-

lización es la que determina su carácter moral. Tomemos un ejemplo banal: un cuchillo de cocina bien afilado es un instrumento; utilizado como se debe para cortar la carne es un excelente instrumento, y no se discute la moralidad del acto de cortar. Si lo utilizo para matar a mi suegra, el instrumento seguirá sien-

Internet y libertad do bueno (de suyo), pero evidentemente en ese caso se habrá utilizado de una forma moralmente mala (cometer un homicidio).

Dada la potencialidad del instrumento (el cuchillo afilado) y su peligrosidad intrínseca, debo velar sobre el mismo a fin de evitar que por inadvertencia, negligencia o imprudencia, sea utilizado para el mal.

Y llego aquí a una primera conclusión (que es sobre todo una provocación): igual que no dejo el cuchillo de cocina bien afilado en el cesto de los juguetes de los niños, del mismo modo no dejo el instrumento ordenador-internet en manos de los “ niños ” (quizá exagero un poco, pero yo los considero como tales al menos hasta los 21 años cumplidos...). En efecto, si los “ niños ” se hacen daño jugando con el cuchillo dejado imprudentemente a su alcance ¿quién es el culpable?

Me parece oír alzarse la voz de mis tres lectores: “Pero, Padre, en la escuela, en primaria, las maestras hacen que los niños busquen información en internet. ¿Cómo hacer? ¿No nos ocupamos de que hagan sus deberes?”

En efecto, así es. Pero justamente porque es así, reafirmo la responsabilidad moral de los padres en la utilización del instrumento sin daño para los niños. ¿Cómo hacer? Se hace como con los medicamentos (otro ejemplo de instrumento): leer con atención las indicaciones sobre su uso...

(8)

La censura

No todo está permitido

Un aspecto del fenómeno de internet que no debe subestimarse: ¿me está permitido leer todo lo que cae en mis manos? ¿Puedo, a mi vez, escribir todo lo que se me pasa por la cabeza y propagarlo a los cuatro vientos? La red me da la posibilidad de hacer estas dos cosas: consultar cualquier género de texto y difundir mis pensamientos ¿está permitido? Como hablo aquí a católicos, lo que voy a decir debería ser algo sabido (a pesar de que va a indignar a los paladines de la “libertad de... ” , pero me da igual): sólo la verdad tiene derecho a propagarse. El error no tiene ningún derecho. La libertad de pensamiento, la libertad de

prensa, etc., son falsas libertades que la Iglesia siempre combatió, en cuanto que peligrosas para la salvación de las almas, que es la razón de ser de la Iglesia. ¿Cómo velaba la Iglesia en esta materia? Querría hablar aquí de dos instituciones que la primavera conciliar ha relegado al olvido, pero que durante siglos guiaron a todo buen católico: la institución de la “ censura ” y la del Index de libros prohibidos.

Mediante la censura previa la autoridad eclesiástica competente quiere impedir publicaciones espiritual y moralmente peligrosas. El escritor católico deseoso de propagar la verdad debe

ser controlado.

“Se llama censura […] al reconocimiento de libros, revistas, diarios, etc., antes de su publicación (censura previa). Esta censura consiste en el examen y el enjuiciamiento relativo del contenido de un escrito, de una imagen etc., que va a publicarse, a fin de que no contenga doctrina nociva para los fieles tanto respecto de la fe como respecto de la moral […]. Este juicio es exclusivamente negativo, vale decir que no se aprueban doctrinas específicas ni afirmaciones particulares, sino que se atestigua que determinada obra no contiene errores contra la fe y la moral, y que en consecuencia ese escrito puede leerse por los fieles sin peligro para sus almas […]”(4) .

La razón última de este control se explica así: “La Iglesia […] como buena madre, vigilante y benévola, y guardiana legítima de la fe y de la moral, ejerce de pleno derecho la censura previa de la prensa (canon 1384)”(5) .

La censura atañe a las publicaciones que contienen notas y comentarios sobre la Sagrada Escritura, los libros que tratan de estudios dogmáticos, teológicos, de historia eclesiástica, los libros de oraciones y de devoción.

Después del juicio del censor, el ordinario del lugar puede otorgar el imprimatur, es decir la autorización de la publicación.

El Index de libros prohibidos

Al condenar los malos libros ya publicados, la Iglesia pretende apartar de las manos de los fieles las publicaciones perniciosas. De ahí la institución del Index de libros prohibidos: “Es el catálogo de los libros que la Santa Sede ha condenado como perjudiciales para la fe y la moral y cuya lectura o posesión están prohibidas, salvo dispensa especial. Se necesita pues una guía, ya que a menudo no basta con tener una conciencia recta e ilustrada para descubrir el error, sino que hace falta una autoridad garante de la rectitud y de las luces que el libro es capaz de aportar a la mente y al corazón ”(6) . “Por ello en 1542, poco después de la invención y de la gran difusión de la imprenta, Paulo III nombró una comisión para examinar la considerable cantidad de libros que podían ser nocivos para el pueblo cristiano y creyente. Los libros que contenían errores morales o dogmáticos fueron determinados e indicados en un libro que se publicó en 1557 por orden de Paulo IV, y ese libro tomó el nombre de Index o indicador ”(7) .

La última edición del Index librorum prohibitorum data de 1948. Es fácil de comprender: hoy el Index debería designar los libros que se pueden leer, ya que los libros nocivos constituyen la mayo-

ría aplastante.

Pero se trata de entender la mens del legislador. Este espíritu me parece suficientemente claro: a pesar de que internet me da la posibilidad de acceder a todas las bibliotecas del mundo, no por ello puedo leer cualquier texto, en el sentido de que “no por ello tengo la facultad moral” de leerlo. La mayor facilidad con la cual se accede hoy a textos peligrosos para la fe y la moral debería, al contrario, hacernos redoblar la prudencia. Haya o no Index, subsiste la obligación grave para todo bautizado de no poner en peligro su fe. Me dirijo a católicos, y cuando digo “textos peligrosos” no pienso sólo en los escritos de Teilhard de Chardin o de Rahner (¿quién los lee, por otro lado?), sino también y sobre todo en ciertos lugares de internet donde, so pretexto de defensa de la integridad de la fe, se propagan tesis heréticas o se arrojan a manos llenas calumnias, sospechas y juicios temerarios. No hay diferencia entre ir al infierno por haber abrazado las tesis modernistas de tal o cual otro teólogo de moda, o ir al infierno por haber adoptado la teología cojitranca de ciertos pseudoteólogos tradi-integristas de una pieza que pululan en el campo tradicionalista.

“Los fieles deben abstenerse de leer no solamente los libros proscritos por la ley o por decreto, sino cualquier libro que les exponga al peligro de perder la fe o envilecer sus costumbres. Es una obligación moral, impuesta por la ley natural, que no admite ninguna exención ni dispensa”(8). Tal es el espíritu auténticamente católico.

Para el bien

“Pero yo digo la verdad …”, se defenderá uno de mis tres lectores. Desde luego, con León XIII podemos ciertamente afirmar que existe un derecho “a propagar en la sociedad libre y prudentemente lo verdadero y lo honesto, para que se extienda al mayor número posible su beneficio”(9). Mas no hay que olvidar que cuando el Papa escribía esas líneas estábamos en “tiempos normales” para la Iglesia, y la censura previa de que hemos hablado estaba en vigor.

Pero, lo repito, hablo a católicos que deberían llevar en su corazón la doctrina y la praxis tradicionales de la Iglesia. Si bien es verdad que no existe ya la “letra”, sin embargo, el espíritu debería sobrevivir.

Ahora uno de los dos lectores que me quedan objetará: “Querido Padre ¿a quién debo dirigirme para obtener el imprimatur? “El que no tenga espada, venda su manto y cómprese una”, es decir ¡sálvese quien pueda!; y, además, de ese modo paraliza usted la reacción católica, mientras que el mal se propaga a manos llenas.”

Y con esas palabras cerrará definitivamente esta revista. Amén.

O tempora! O mores!

“Un minuto -digo casi sin aliento al único lector que me queda-, un minuto, usted al menos intente comprender el sentido de mis consideraciones.”

Está bien, los tiempos han cambiado, ya no se puede pretender recurrir al Santo Oficio para saber qué debo leer o qué debo escribir en tanto que buen católico; y además todo el mundo dispara con metralleta ¿y yo qué debo hacer? ¿Sigo utilizando la cachiporra? ¿Las palomas mensajeras? No hablemos más. Empuño la primera metralleta que cae en mis manos y hago fuego yo también (entiéndase: creo un blog o bitácora tra-

dicionalista y publico todo lo que quiero, desde recetas de cocina hasta cánones del concilio de Elvira, sin olvidar largos extractos de la bula Cum ex apostolatu) y “ ...muera Sansón con los filisteos ” .

Todo eso es verdad, pero conservemos la calma. Volvamos a nuestro punto de partida.

Internet es un instrumento, un cuchillo del cual puedo servirme para el bien o para el mal: es una enorme biblioteca, grande como el mundo. Puedo en-

trar en ella sabiendo lo que debo buscar: tal libro, tal autor. En menos tiempo que hace falta para decirlo, puedo consultar, cómodamente sentado en mi escritorio, obras que antaño no eran accesibles sino al precio de esfuerzos, desplazamientos etc. Y ni siquiera hay ya que molestar al bibliotecario para hacer fotocopias: doble clic, copiar y pegar ¡maravilloso!

Pero puedo también entrar en esa biblioteca, con las manos en los bolsillos, mirando a derecha e izquierda en los estantes. A mi derecha la sección de teología: “¡Caramba, caramba, De Romano Pontifice de Belarmino! Echo un vistazo, para leer algo ¡es un Doctor de la Iglesia, nada menos! Con este post mío, a la crisis de la Iglesia no le quedan ya más que un par de semanas … Voy a tener un éxito fenomenal en el foro o chat” [doble clic, copiar y pegar]. En la segunda página caigo en una ligera somnolencia. Cierro el precioso in folio y me dirijo tranquilamente hacia los anaqueles de novelas, nada más que para curiosear... “Caramba, caramba, el Marqués de Sade. Bueno, hay que conocer bien al enemigo ¿no es verdad? Y además ya soy adulto ¡caray! qué quiere usted … ” , y de este modo durante las dos horas que siguen me encuentro absorbido por esta agradable lectura “ nada más que para ver … ” , para después terminar del lado de los estantes de revistas o … “Pero ya está bien ¿va a pasar usted toda la tarde detrás mío? ¡Soy mayor y estoy vacunado! Estoy haciendo una investigación importante … Pues bien, humm … ¿qué es lo que buscaba?” Moraleja: saltando de una cosa a otra, he pasado cuatro horas (digamos cuatro, pero podrían ser seis) utilizando el instrumento de internet: l Sin extraer nada de constructivo [no es este saber lo que me hace mejor: “Non plus sapere quam oportet sapere, sed sapere ad sobrietatem ” (Rom 12, 3). “Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” : es una tentación tan vieja como el mundo … (Gen 3, 5)]. l Llenándome de nociones e imágenes indudablemente nocivas [he dado un solo ejemplo citando a Sade, para hacer comprender cómo el instrumento de internet me expone con gran facilidad a desviarme de la búsqueda emprendida]; por lo tanto, como mínimo …. l He perdido el tiempo [“Tempus breve est... ” (I Cor 7, 29)]; l Me he puesto en ocasión más o

menos inmediata de pecado [“Quien, sin razón suficiente, no huye de una ocasión de pecado, por ello mismo comete un pecado de la misma especie que la falta en peligro de la cual se pone o en la cual permanece ”(10)], con el riesgo concreto

de... - Perder el alma.

Nada menos. ¿Y todo esto, por qué? Por no haber tenido en cuenta, por un lado, la potencialidad del instrumento y, por otro lado, las sabias reglas dictadas por la prudencia bimilenaria de nuestra santa Madre la Iglesia.

Pero, sobre todo, por no haber tenido en cuenta el hecho de que la facultad de pecar no es libertad sino esclavitud. No se trata de ser “libres de... ” .

Santo Tomás comenta así el pasaje de San Juan 8, 34 donde se lee: “Todo el que comete pecado es siervo del pecado ” .

«Todo ser es lo que le conviene ser por su propia naturaleza. Por consiguiente, cuando es movido por un agente exterior, no obra por su propia naturaleza, sino por un impulso ajeno, lo cual es propio de un esclavo. Ahora bien: el hombre, por su propia naturaleza, es un ser racional. Por tanto, cuando obra según la razón, actúa en virtud de un impulso propio y de acuerdo con su naturaleza, en lo cual consiste precisamente la libertad; pero cuando peca, obra al margen de la razón, y actúa entonces lo mismo que si fuese movido por otro y estuviese sometido al dominio ajeno; y por esto, el que comete el pecado es siervo del pecado»(11) .

Y concluyo aquí con una frase histórica que importa retener: “Rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et quae sentias dicere licet” , cuya traducción hará huir, horrorizado, al último de mis tres lectores: “Rara felicidad la de los tiempos en que es lícito pensar lo que se quiere y decir lo que se piensa ” (Tácito, Hist. I, 1, 19). m

(1) Por libertad entiende el papa León XIII “la facultad de elegir entre los medios que son aptos para alcanzar un fin determinado ” (Libertas, 1888). Es libre quien tiene la facultad de elegir una cosa entre muchas. (2) León XIII, encíclica Libertas, 20 de junio de 1888. (3) Pío XI, encíclica Divini illius Magistri, 31 de diciembre de 1929. (4) Dizionario di teologia morale, Roberti-Palazzini, ed. Studium, Roma, 1961, voz ”Censura ” . (5) Ibid. (6) Dizionario di teologia morale, Roberti-Palazzini, op. cit., voz ”Indice dei libri proibiti” . (7) Ibid. (8) Enciclopedia cattolica, Ciudad del Vaticano, 1949/54, col. 1825 ss., artículo “Indice ” . (9) León XIII, encíclica Libertas, 20 de junio de 1888. (10) Dizionario di teologia morale, Roberti-Palazzini, op. cit., voz ”Occasionario ” . (11) Santo Tomás de Aquino, In Ioannem 8, lect. 4, n. 3.

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