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2.3. La Ciudad de Dios
En la sociedad feudal alcanzaron un desarrollo bastante alto las aldeas y las ciudades, allí trabajaban los artesanos urbanos (antiguos campesinos) agrupados en peculiares corporaciones cerradas: Los gremios, en ellos conservan el secreto de su oficio dedicados a la comercialización de sus productos, y a la par que se prestaban ayuda mutua y mantenían una rigurosa jerarquía social – maestros, contramaestres aprendiz.
El clero fue adquiriendo un preponderante papel en las ciudades feudales. Los monasterios terratenientes constituían una fuerza impresionante, pues, a la vez eran fortalezas militares, centros agrícolas basadas en el trabajo de los siervos y focos de la cultura.
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El cristianismo primitivo fue una de las fuentes espirituales de la ideología y superestructura feudal. Mientras la ideología esclavista había sancionado las viejas formas de explotación, el cristianismo medieval empezaba a justificar y sancionar otras nuevas: las formas feudales. Al triunfar el cristianismo en Europa, la iglesia quedó como depositaria del arte de escribir y de la cultura, pero su hostilidad hacia la filosofía materialista y el paganismo greco-romano dio lugar al oscurantismo ideológico y a la propagación de doctrinas idealistas religiosas, convirtiendo consecuentemente el pensamiento social urbano en sirviente de la teología. Los criterios griegos de la personalidad ética, la teoría romana de la ciudad universal y el respeto a la ley, la divinidad mesiánica de los hebreos, la creencia hindú de la resurrección de la carne, la teoría de la sociedad perfecta basada en la fraternidad igualitaria diseñada por los estoicos; fue resumida por el cristianismo en el reconocimiento del trabajo físico como la ocupación fundamental y más honrosa del hombre, la obligación del derecho positivo, la igualdad de todos los hombres a los ojos de Dios, el amor cosmopolita como base de la instauración de un gobierno justo y providencial del mundo.
Desde esta óptica cristiana, Aurelio Agustín (354 – 430 n. e.) al que los teólogos llaman también “San Agustín”, en el 400 y del 413 al 426, escribe, respectivamente, sus “confesiones” y “La Ciudad de Dios”. Documento en los cuales entre una infinita información histórica y social de la vida romana y de las causas de la caída del imperio, nos entrega su teoría teológica del hombre, la Ciudad y del Estado.
“La Ciudad de Dios” fue escrito para defender al cristianismo de la acusación pagana de haber sido responsable de la decadencia y caída del poder en Roma, y en particular, del saqueo de la “ciudad eterna” por Alarico en el año 410. Al no contar para su defensa con el apoyo de aquel Estado secular, Agustín usó todas sus esperanzas en el cristianismo.
Se inicia el libro con una refutación a la sociedad romana, a sus costumbres, a su paganismo, a su mitología, etc. pero después se desliza por la creación de una filosofía neoplatónica. No sin razón se apoya en la opinión dualista de Platón, Séneca y Marco Aurelio acerca de la existencia de dos ciudades: La del nacimiento y la ciudad espiritual, para fundamentar la idea de una comunidad universal cristiana como culminación del desarrollo espiritual del hombre.
En la segunda parte, comprendida en doce libros, entra al tema central, esto es, a la controversia de dos “Civitates”, ciudades: La “Civitas Diaboli” y la “Civitas Dei”, desde el momento de su origen, su curso histórico y su diferente fin; la terrestre o diabólica en el infierno, la celeste o divina en el imperio.
Dos amores hicieron las dos ciudades. A saber “la terrena del amor propio hasta llegar a menospreciar a Dios, y la celestial el amor a Dios hasta llegar al desprecio de si propio. La primera puso su gloria en sí misma, y la segunda en el Señor; porque la una busca el honor y la gloria de los hombres y la otra busca por suma gloria a Dios, testigo de su conciencia” 6
La primera, ciudad terrena, es la sociedad en que “reinan sus príncipes en las naciones a quienes sujeta la ambición de reinar”, es el lugar donde los “directores viven aconsejando y los súbditos, obedeciendo”. En ella, “los sabios viven según los hombres, siguiendo los bienes, o de su cuerpo”, viven los paganos que “teniéndose por sabios quedaron ignorantes al tocar la gloria de Dios en alguna imagen, no solo corruptible, sino también de aves, de bestias o de serpientes, creyendo menester conciliar sus oficios con las cosas humanas”. Adoración que después fue enseñada e imitada por nosotros, es la ciudad en la que los hombres procuran la paz eterna con los bienes y comodidades de la vida temporal, en ella se busca la concordia en el mandar y el obedecer entre los ciudadanos y se encamina a que observen cierta unión y conformación de voluntades en las cosas que conciernen a la vida moral. ”7 Esta ciudad nace con Caín y se encarna en el pueblo romano.
La ciudad de Dios, la celestial, se caracteriza porque en ella los hombres se sirven con caridad, aman el poder de Dios, viven de la fe, esperan los bienes espirituales que les han sido prometidos para la vida futura y usan los bienes terrenales para pasar más fácilmente la vida terrena y no acrecentar las cargas del cuerpo corruptible; estos hombres necesitan en su peregrinaje de la paz terrenal. En la ciudad celestial, “es la paz de la criatura racional, es a saber un bien ordenado y concorde con la sociedad que
6 San Agustín. “La Ciudad de Dios”, Págs. 62 y sgtes. 7 San Agustín. “La Ciudad de Dios”, Págs. 62 y sgtes.
aspira a gozar de Dios. Cuando se llegue a la posesión de esa felicidad la vida no será ya mortal, sino colmada y ciertamente vital” 8
El hombre hebreo es heredero y portador de esta ciudad que se gobierna.
El hombre es espíritu y cuerpo, es, por tanto, simultáneamente, ciudadano terrenal y de la ciudad de Dios, mientras está en la tierra las dos ciudades pueden cambiarse los ciudadanos: un habitante de la ciudad celestial puede pasar, por apostasía, a la ciudad terrenal, y un esclavo de la ciudad terrestre, por conversión, a la ciudad celeste, después de la muerte el destino de cada cual está marcado y no es posible trueque alguno.9
Con argumentaciones como estas, Aurelio Agustín defiende el papel de la fe en el destino de los hombres, el desprecio por el mundo terrenal, la vida temporal en pro de la vida eterna y de felicidad ultraterrenal, justifica la actitud dominante de los esclavistas al proclamar la concordia entre la obediencia y el mandato.
Lo que quiere decir San Agustín con esta visión teocéntrica, no es de que ambas ciudades pudieran identificarse en un espacio físico concreto, sino que ellas constituyen una unidad indisoluble, por ser el hombre portador de ambas, siendo la iglesia la unión social de todos los creyentes y la representante de Dios para imponer sus preceptos en el buen gobierno de los hombres. En otros términos, el poder civil debe subordinarse al poder espiritual de la iglesia.
En siglos posteriores, se instituye el papado y el obispado de roma es llamado “Papa” (del griego papas, padre) y se constituye en soberano de varios pueblos.
Con estas argumentaciones, el concepto de ciudad, como hoy la conocemos, no es aún desarrollado. La ciudad es el Estado, es parte de ese fenómeno unitario que conforman hombre y sociedad; pese a que ya comienza a tener forma propia. La opinión Agustina, en los años siguientes pesará muchísimo y hará que los pueblos se conviertan en fortines místicos cuyas costumbres humanas están teñidas por la religiosidad, la piadosidad y bajo la monarquía inspiradas en la teocracia.
8 San Agustín. “La Ciudad de Dios”, Págs. 62 y sgtes. 9 9 San Agustín. “La Ciudad de Dios”, Págs. 62 y sgtes.