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la Interacción Social
conocimientos es determinado por las relaciones de nuestro organismo con el mundo exterior.
La sociología comtiana, ha pasado por varias etapas en su desarrollo. En la segunda mitad del siglo XIX estaba sujeta a sus raíces originarias y tenía un carácter histórico organicista, más tarde, de ella se desprendería la Escuela GeográficaSociológica o Étnico- Antropológica (Gobinau, Chamberlain, etc.), la Escuela Bioorganicista o del Darwinismo Social (Libiienfiels, Schaffe, etc.). A fines del siglo XIX aparecen las secuelas psicológicas (el instintivos el behaviorismo, etc.) que pretenden analizar el desarrollo social, no a partir de las condiciones subjetivas colectivas, sino más bien, de la conciencia individual, o en todo caso, de las formas de la interacción social.
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George Simmel (1858-1918, ingles), Max Weber (1864-1920, alemán), Talcott Parsons (norteamericano, 1902-), y de Robert King Merton (norteamericano,1910) serán quienes en la época del imperialismo capitalista contribuirán al desarrollo de las investigaciones empíricas y a la formación del perfil sociológico burgués. Los dos primeros darán forma a la Escuela Psicológica y sistematizarán las tesis básicas del método sociológico del Funcional Estructuralismo.
A continuación, veamos cada una de estos enfoques y su enjuiciamiento acerca de lo urbano.
6.1. El pensamiento de George Simmel: La Metrópoli y la Interacción Social. -
En el ambiente teórico urbanístico, es muy frecuente encontrar las apreciaciones del sociólogo neokantiano y positivista G. Simmel, basadas en la asociación de los conceptos sociológicos con la psicología.
Su teoría sobre lo urbano se halla expuesta en su libro “Las grandes ciudades y la vida espiritual”, publicado en 1903. En él afirma que las fuerzas motrices del desarrollo urbano son los móviles subjetivos de la conducta, de las inclinaciones personales, de los estados de ánimo, de los niveles y formas de la socialización, alcanzado por los individuos al mantener relaciones con su familia o los otros grupos sociales en base a sus intereses.
Tal enfoque se inicia en la comprensión de la personalidad humana, como unidad social primaria y en la recuperación de los motivos de socialización que tienen los hombres en un determinado lugar y momento. Esta forma de analizar
las circunstancias urbanas significa prescindir de los factores socio-económicos que la condicionan.
Así entonces, el proceso de socialización urbana se inicia en la interacción de los hombres en búsqueda del sentimiento del “nosotros” capaz de estimular una actividad en conjunto, jugando un rol casual. Las costumbres, en su calidad de factor tradicional simple, va generando un proceso de aceptación o rechazo, ya sea material o espiritual, entre los hombres de una misma comunidad o con toda ella.
La adaptación material activa, incluye, el proceso de incorporación del hombre al desarrollo industrial, al consumo y las restantes actividades económicas. En cambio, la adaptación espiritual, comprende, no solo el estado de ajuste emocional o social del individuo, al ambiente espiritual del grupo, sino también, al logro de la integración, la reforma y control social adecuado que la ciudad ejerce sobre el individuo.
En la ciudad se dan y concentran toda gama de formas de socialización o de adaptación social: la tolerancia, el compromiso, la educación y la comprensión mutua, las formas de culturización, la cooperación, etc. Y su difusión es muy vasta entre los sectores populares cuando tienen intereses comunes.
Dicho estado subjetivo de desarrollo espiritual viene a conformar la “vida nerviosa” de la ciudad, en tanto que la adaptación racional a ella conforma el “intelecto” que condiciona el comportamiento individual (el estado de ánimo) y por ende, define la esencia de la metrópoli.
La “vida nerviosa” es lo característico de la ciudad y es la condición primaria de la existencia del “intelecto” y aunque, ambos se conjugan en el desarrollo social característico de la metrópoli, ambos son también su antítesis respectivamente. De donde, se deduce que la metrópoli debe servir para el vencimiento de lo subjetivo, el desarraigo del conservadurismo, de la individualidad y provocar, por el contrario, los estados de socialización, de competencia, de cooperación y eficiencia que posibiliten una mayor interacción entre los hombres.
El sistema de economía monetaria que da forma a las relaciones económicas de la sociedad, debe ser quien desarrolle el intelecto. Así pues, “intelecto” y economía monetaria se dan cita en la metrópoli; para dar lugar a la realización de todas las transacciones del valor de uso y de cambio en las acciones de los hombres, como también, la metrópoli será el lugar donde el intelecto se realice y fortalezca en su mayor esplendor, hasta convertirse en el elemento
regulador y formador de un estado de ánimo socializador, competitivo de los individuos y los grupos sociales.
Como se comprenderá, dichas relaciones conllevan a su interior la necesidad de forjar una espiritualidad sustentada al calor de la ley de la oferta y la demanda de una sociedad mercantil.
Este nuevo estado psicológico será siempre la base sobre la que se levante la metrópoli. “No hay espíritu desarrollado realmente fuera del tipo metropolitano, fuera de la ciudad, ni metrópoli que no exprese la vida del espíritu, es decir, de la razón plenamente desarrollada, que ha conseguido integrar en su seno las esferas de la vida “social” en todas sus ramificaciones. Cuando el Geist (espíritu) “sale” de las simples y directas relaciones de producción crea “metrópoli” y no ya “ciudad”. En la metrópoli debe residir el “espíritu” y no el individuo. Tal es el objetivo de la metrópoli. (Tafuri, 89).
Así entonces, para Simmel, la metrópoli es la etapa superior a la ciudad y es la forma general que adopta el proceso de racionalización de las relaciones sociales. Es la fase, o la etapa en la cual se fraccionan las relaciones sociales en su conjunto y que sigue a la fase de racionalización de las relaciones de producción.
Para el autor, la metrópoli, obedece a un momento concreto del desarrollo capitalista en el cual debe darse un proceso de espiritualización acorde con dicha “existencia” moderna.
Este proceso de socialización es alterado por la presencia del “forastero”, es decir, aquel personaje que refleja el estado de acercamiento o de distancia al círculo social, a la ciudad o a la metrópoli. El forastero, al salir de un círculo social o urbano, al esforzarse por ser aceptado en otro lugar, ilustra la forma simultánea, como el hombre está cerca o alejado del “intelecto”, y por lo tanto, vive sujeto a sus tradicionales formas de vida ciudadana.
Si se halla geográficamente alejado de su viejo hogar, podrá hallarse cerca de él, socialmente hablando, en especial si experimenta nostalgia o aún no ha abandonado sus precarias costumbres. Por otra parte, si llega a un nuevo sitio y no es aceptado en un comienzo, será prueba, de que hay cercanía física, pero alejamiento social. De este modo, el individuo o “forastero” se constituye en sí mismo una representación de lo alejado o lo cercano.
El estudio simmeliano, nos conduce a lo que se llama “la distancia social”. Entendida ésta, como los diversos grados de comprensión e integración simpática entre las personas, entre la persona y los grupos sociales, y entre ellos mismos.
La distancia social puede ser de dos clases:
A. La Horizontal: Si se trata de personas o grupos semejantes.
B. La Vertical: La sucedida entre los dirigentes y las masas, por lo tanto, puede haber distancias entre ellos.
Ambas formas se operan en la ciudad, más no en la metrópoli. En esta se opera generalmente la segunda y a la que los metropolitanos deben proponer para así alcanzar su mayor socialización grupal.
Las causas de estas formas de socialización o distanciamiento surgen por la mala percepción y comunicación entre los agentes realizadores, o bien, por un retroceso en la intimidad que agudiza las relaciones humanas entre los componentes de la comunidad.
La distancia social es una medida del conflicto social, y, refleja la gravedad que han asumido los problemas actuales o potenciales dentro de la ciudad. Situación que entraña un grave peligro para su cabal desenvolvimiento y oposición entre los pobladores. Tal estado de cosas nos lleva a ver el asunto desde una doble percepción: la social y lo urbano.
Si la oposición se diera al exterior de lo urbano, ella conflictivizará las relaciones sociales de los agentes humanos, produciéndose, una socialización a su interior. Tal condición habrá de repercutir en el desarrollo urbano, haciéndose imperativo de políticas que favorezcan la adaptación de tales individuos o grupos sociales a la sociedad global.
Si la oposición fuese por razones internas de la urbe, quiere decir, que existe un elemento perturbador que pone en peligro su unidad, por lo que requiere el establecimiento de un conjunto de medidas que disuelvan tal perturbación o liquiden el factor perturbador.