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Editorial -- Jorge Garrido [pág

"El arte es una compensación necesaria ligada a la infelicidad de nuestras vidas" decía Houellebecq, de hecho el arte ha sido a lo largo de la historia espejo y motor de los cambios sociales ligados a esas infelicidades. El mundo como supermercado ha convertido el arte en marketing, la confabulación entre arte y moda ha digerido al arte como expresión humana. El siglo XX sacó el arte de la naturaleza y lo confinó en las cada vez más grandes urbes limitando su expresión esencial del mismo modo que se limitaba la relación entre el hombre y la naturaleza.

Ralph W. Emerson, pensador del trascendentalismo norteamericano del XIX, una vez había desgranado el paisaje en todas las propiedades y granjas que alcanzaba con la vista, afirmaba que había una parte en el horizonte del paisaje que sólo es propiedad del artista; en esa línea el eminente ecólogo y biólogo Ramón Margalef decía que una vez el bosque ha sido estudiado y analizado por la ciencia, la comprensión íntegra del mismo sólo puede venir de la mano del arte.

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La mitigación del problema ecológico que afronta la humanidad tiene una pata importante en la función reconciliadora del arte; el arte debe ser el encargado de poner la naturaleza frente al hombre en un intento de volver a ligar a los dos actores en un diálogo. Esto ya ha ocurrido: cuando Ansel Adams formaba parte de la Nueva Objetividad, otros fotógrafos como CartierBresson o Imogen Cunningham le recriminaban que, en plena crisis de los años 30, no estuviera fotografiando todo aquel cataclismo social y se dedicara a pasearse por la Sierra Nevada fotografiando árboles, montañas y lagos. Adams, animado por Stieglitz, pensaba que cuando la crisis trascendiera, el repunte de la industrialización (que además se vio agravado por la guerra), acabaría con gran parte de los espacios naturales de Estados Unidos, como así fue, sin embargo su trabajo, cargado de belleza y emotividad, consiguió salvaguardar gran parte de los grandes espacios naturales norteamericanos que fueron transformados en parques nacionales. Desde el siglo XIX y hasta los años setenta del XX la relación entre arte y naturaleza prácticamente se limitó a la ilustración científica y la fotografía descriptiva. La aparición de los movimientos del land art y el arte en la naturaleza vinieron a reincorporar a la naturaleza en la visión plástica del arte. Figuras como Nils Udo consiguen con sus intervenciones, sus pinturas y sus fotografías plantear al público una reflexión simple, sencilla, fácil, clara, evidente... a través de

la belleza de la propia naturaleza, y creo que es el modo más impactante de poner cara a cara al hombre frente al problema. El impacto llega ante la percepción de la posibilidad de perder la belleza de una naturaleza que creíamos inmutable.

Suelo decir que me interesa más que a mis exposiciones vengan naturalistas en lugar de artistas, el arte, para mi, es un medio, no un fin en si mismo; el arte es un mecanismo de reflexión, de preguntar y de plantear respuestas de esa forma que sólo sabe hacerlo el arte, apelando, no sólo a la parte racional, sino también a la parte emocional del ser humano. Parafraseando a Gabriel Celaya, maldigo el arte concebido como un lujo, lo percibo como un discurso asequible a todos, ni elitista ni para eruditos. Comparado con la imagen plástica, leer quizá sea la forma más complicada de contemplar, es por eso que pienso que la urgencia y la necesidad de globalidad en el discernimiento del problema ambiental al que se ve abogada la humanidad pasa por el arte y concretamente las artes plásticas.

El discurso de la creación artística contemporánea tiene, sí o sí, que pasar por la naturaleza, si es que pretendemos que el arte siga siendo ese motor y espejo de cambios sociales, hoy tan importantes.

Jorge Garrido,

Santa Ana la Real, 2021

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